Lectio Divina – Lunes XVI de Tiempo Ordinario

1.- Introducción.

Señor, cómo me gustan las palabras de este evangelio: ¡Aquí hay uno que es más que Jonás! ¡Aquí hay uno que es más que Salomón! Y más que Moisés y más que Buda y más que Mahoma… Es hombre y es Dios. Como hombre, tan cercano, tan llanote, tan encontradizo con nosotros. Y como Dios, tan inabarcable, tan infinito… Por eso, Tú, Señor, eres el único capaz de llenar nuestros vacíos, nuestras limitaciones, nuestra finitud. ¡Gracias, Dios mío!

2.- Lectura reposada del evangelio: Mateo 12, 38-42

En aquel tiempo, un grupo de letrados y fariseos dijeron a Jesús: Maestro, queremos ver un milagro tuyo. Él les contestó: Esta generación perversa y adúltera exige una señal; pues no se le dará más signo que el del profeta Jonás. Tres días y tres noches estuvo Jonás en el vientre de la ballena, pues tres días y tres noches estará el Hijo del Hombre en el seno de la tierra. Cuando juzguen a esta generación, los hombres de Nínive se alzarán y harán que la condenen, porque ellos se convirtieron con la predicación de Jonás, y aquí hay uno que es más que Jonás. Cuando juzguen a esta generación, la reina del Sur se levantará y hará que la condenen, porque ella vino desde los confines de la tierra, para escuchar la sabiduría de Salomón, y aquí hay uno que es más que Salomón.


3.- Qué dice el texto.

Meditación-reflexión

Los judíos de entonces y los cristianos de ahora piden “señales”. Quieren ver milagros, apariciones, cosas extraordinarias. Como si la verdadera fe se alimentara de estos hechos portentosos. Pero el evangelio nos dice que Jesús no accedió a esta serie de planteamientos. No convirtió las piedras en panes, ni se tiró del pináculo del Templo abajo, ni se sometió a la voluntad del Maligno. Comió el pan “con el sudor de su rostro”, y pasó por la vida “como uno más” sin organizar espectáculos para entretener a la gente y alimentar un falso mesianismo. San Pablo estuvo en la comunidad de Corinto, rica en carismas, pero dijo claramente que “si no hay amor, lo demás no sirve de nada”. En la vida normal, en la sencillez de nuestro trabajo ordinario, ahí está el Señor. Ofrecer a Dios nuestra vida tal y como nos viene, en lo que tiene de sufrimiento y de gozo, refiriéndolo todo a la Muerte y Resurrección de Jesús, he ahí el verdadero “signo de Jonás” que todos nosotros debemos actualizar cada día. 

Palabra del Papa

“He aquí el síndrome de Jonás, que golpea a quienes no tienen el celo por la conversión de la gente, buscan una santidad —me permito la palabra— una santidad de tintorería, o sea, toda bella, bien hecha, pero sin el celo que nos lleva a predicar al Señor. El Señor ante esta generación, enferma del síndrome de Jonás, promete el signo de Jonás. En el Evangelio de san Mateo se dice: pero Jonás estuvo en la ballena tres noches y tres días… La referencia es a Jesús en el sepulcro, a su muerte y a su resurrección. Y éste es el signo que Jesús promete: contra la hipocresía, contra esta actitud de religiosidad perfecta, contra esta actitud de un grupo de fariseos. El signo que Jesús promete es su perdón a través de su muerte y de su resurrección. El signo que Jesús promete es su misericordia, la que ya pedía Dios desde hace tiempo: misericordia quiero, y no sacrificios. Así que el verdadero signo de Jonás es aquél que nos da la confianza de estar salvados por la sangre de Cristo. Hay muchos cristianos que piensan que están salvados sólo por lo que hacen, por sus obras. Las obras son necesarias, pero son una consecuencia, una respuesta a ese amor misericordioso que nos salva. Las obras solas, sin este amor misericordioso, no son suficientes. (Papa Francisco)

4.- Qué me dice hoy a mí este texto ya meditado. (Guardo silencio)

5.- Propósito: Esperar a Dios en el acontecer de este día normal.

6.- Dios me ha hablado hoy a mí a través de su palabra. Y ahora yo le respondo con mi oración. Señor, quiero agradecerte lo poco complicado que eres. No nos exiges para ser cristianos nada anormal ni extraordinario. Simplemente quieres que hagamos bien lo que debemos hacer cada día: trabajar, comer, andar, rezar, descansar. Quieres que prolonguemos tu   existencia y te hagamos presente en el quehacer de cada día.  

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El Hijo del hombre no ha venido a ser servido sino a servir

La Palabra de Dios que ha sido proclamada en nuestras celebraciones eucarísticas en esta fiesta de Santiago, que este año ha caído en el domingo, el día del Señor, nos ofrece a las comunidades cristianas de España una luz para reflexionar en nuestra vivencia de la fe que recibimos de los apóstoles.

La historia evoluciona y los hombres y mujeres de cada época hemos de saber vivir nuestra fe, que no cambia, de una manera inculturizada. La fe siempre ayuda a ver la mano del Señor en los acontecimientos que necesitan ser iluminados por la luz que nos viene por la vivencia del evangelio.

Esta vivencia del Evangelio nos ha sido trasmitida por la predicación apostólica, que no hemos de confundir con algunos datos que nos ha trasmitido la tradición, aunque sea secular, o la imaginería heredada, un tanto discutible, sino la vivencia hemos de fundamentarla en los textos de esta celebración.

Sabemos que Santiago fue uno de los tres apóstoles íntimos del Señor. El evangelio los ha dejado claro la evolución de los dos hermanos, Santiago y Juan, “hijos del trueno”, apelativo que hace referencia a su manera de ser, impetuosos y presuntuosos. Jesús les fue puliendo y después de la Resurrección demostraron que “podían beber del cáliz”. De echo Santiago fue el primero de los apóstoles que entregó su vida.

La primera Lectura de hoy está tomada de los Hechos de los Apóstoles y nos dice claramente que “los apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor con mucho valor”. Tanto es así que se enfrentaron a grandes dificultades, incluso con las autoridades, tanto religiosas como políticas de su tiempo. Ellos consecuentes con la trasformación que habían experimentado en sus vidas, fueron capaces de proclamar: “Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres”. Y se presentaban como testigos de “Jesús a quien vosotros matasteis…” Por eso “el rey Herodes hizo decapitar a Santiago, hermano de Juan”.  Esta es la verdadera tradición que nos viene directamente de la Palabra revelada y que hoy hemos proclamado. Se nos presenta como una oportunidad para ayudar a vigorizar las raíces apostólicas de nuestra Iglesia que peregrina en España y en los pueblos hermanos de América. Las frases que hemos escuchado no son frases retóricas, sino expresiones de una convicción profunda. ¿Es así la vivencia de nuestra Fe?

Es verdad que como escuchamos en la segunda lectura los apóstoles eran personas de carne y hueso, igual que nosotros, con sus grandezas y debilidades. San Pablo nos ayuda a poner los pies en el suelo. A los Corintios les advierte: “Este tesoro (la fe apostólica) lo llevamos en vasijas de barro…”. Somos limitados y por eso hemos de reconocer: “…que una fuerza tan extraordinaria es de Dios y no proviene de nosotros.” Esto es lo que ha de mover a toda persona creyente a actuar “por causa de Jesús”. Así venceremos los intereses egoístas, dejando que el amor y la gracia de Dios irradien a través de la propia persona. La conciencia de la propia debilidad y limitaciones, ayuda a hacer visible la acción de Dios.

«El Hijo del hombre no ha venido a ser servido sino a servir»

Es muy consolador ver como San Mateo nos cuenta cómo los intereses humanos por ocupar los primeros lugares de honor, el interés personal por ser distintos y por encima de los otros, también anidaban en los que habían querido seguir a Jesús. Ver como se trasforma sus vidas con el paso del tiempo y con su cercanía al Maestro, tiene que crear en nosotros una esperanza de que nuestras vidas también pueden ser trasformadas. Ellos aceptaron “beber el cáliz” y nosotros somos hijos de esa experiencia. La fiesta de Santiago, nuestro Patrono, es una gran invitación para que en nuestras comunidades cristianas prevalezca el servicio y que nuestras vidas las pongamos a disposición de los demás.

Esa sería la mejor manera de hacer un verdadero camino hacia la tumba del Apóstol en Santiago. Seriamos de verdad una “Iglesia en salida”, no instalada en si misma. El seguimiento de Cristo nos impulsa al servicio de los hermanos. Agradezcamos el don de la fe que hemos recibido y procuremos ser cristianos de nuestro tiempo que buscan los medios adecuados para que nuestro testimonio y nuestra palabra sean comprensibles y cautivadores para la sociedad de hoy.

Fr. Manuel Gutiérrez Bandera

Comentario – Lunes XVI de Tiempo Ordinario

(Mt 12, 38-42)

Los fariseos reclamaban señales a Jesús, pero en realidad no querían creer en él. Y Jesús dijo que los que no quieren creer en la palabra de Dios «tampoco creerán aunque resucite un muerto» (Lc 16, 31).

Por eso en definitiva la única señal necesaria es la de Jonás.

¿Qué significa esto? Que los ninivitas, que eran un pueblo pagano, no le pidieron ninguna señal al profeta Jonás para aceptar su palabra; simplemente le creyeron y se convirtieron, se arrepintieron y pidieron perdón con un corazón dolorido; y esto a pesar de que Jonás predicaba sin deseos y sintiéndose forzado por Dios. En cambio, muchos judíos que se sentían orgullosos de su religiosidad, no eran capaces de escuchar a Jesús, que los invitaba a la conversión.

Jesús se dirige aquí a esos judíos que se consideraban más que los paganos, porque se creían piadosos, muy creyentes y fieles a Dios, e intenta hacerles ver que sus corazones en realidad estaban cerrados a la Palabra, de manera que ninguna señal sería suficiente si ellos no cambiaban de actitud.

La vida de Jesús, consagrada plenamente a la Palabra, su entrega total y sus numerosos prodigios no eran suficientes para abrir los corazones cerrados. Pero el gran signo era él mismo. Por eso, a los que cierran su corazón ante su palabra y su ejemplo, Jesús prefiere no cautivarlos con prodigios que desvíen la atención de lo que es realmente importante: él mismo, su persona, su amor.

También les pone el ejemplo de la reina del sur, que siendo pagana tuvo la docilidad necesaria para escuchar la sabiduría del rey Salomón, docilidad que está descripta de un modo muy colorido en 1 Reyes 10, 110.

Oración:

«Señor, toca mi corazón con tu gracia y no permitas que sea indiferente a tu Palabra. Concédeme que acepte tu amor sin exigirte más signos que tu misma presencia, santa y cautivante».

VÍCTOR M. FERNÁNDEZ
El Evangelio de cada día

Homilía – Domingo XVII de Tiempo Ordinario

1

El «paréntesis» de Juan

A partir de hoy, y durante cinco domingos, interrumpimos la lectura del evangelio de Marcos para leer casi íntegro el capítulo 6 de Juan, con la multiplicación de los panes y el discurso-catequesis de Jesús sobre el Pan de la Vida que es él mismo.

Siguiendo a Marcos, después de la escena del domingo pasado, en que Jesús se compadecía de la multitud «porque andaban como ovejas sin pastor», hubiéramos leído la multiplicación de los panes, una escena que aparece en los evangelios nada menos que seis veces (en Mateo y Marcos, dos veces cada uno). Pero, teniendo en cuenta que el de Marcos es el evangelio más corto, se ha preferido incluir en el Leccionario dominical este mismo episodio según san Juan, que lo narra con más detención y fuerza simbólica. Él es el «teólogo» de la Eucaristía.

Los cinco domingos en que leeremos este capítulo de Juan tienen una estructura que conviene tener en cuenta: el milagro de los panes (domingo 17), el diálogo sobre el maná del desierto (domingo 18), qué significa «creer» en Jesús (domingo 19), qué significa «comer» a Jesús (domingo 20) y finalmente las reacciones de sus oyentes y de sus discípulos (domingo 21).

 

2 Reyes 4, 42-44. Comerán y sobrará

Elíseo, discípulo y sucesor de Elías, en el siglo VIII antes de Cristo, se distingue por los numerosos episodios milagrosos de su ministerio profético.

En esta ocasión es una multiplicación de los panes, que nos prepara para escuchar luego en el evangelio la que realizó Jesús. Ambas tienen muchos puntos paralelos: la desproporción entre los panes disponibles y la gente que ha de comer; la persona que aporta algo -en el caso de Elíseo, uno ofrece veinte panes; en el de Jesús, un joven tiene cinco panes y dos peces-. En ambos casos, después de la comida milagrosa, sobra todavía pan: aquí Dios promete que «comerán y sobrará», y así sucedió; en el caso de Jesús sobraron doce canastas de pan.

El salmista invita a alabar a Dios: «que todas tus criaturas te den gracias, Señor», porque en verdad Dios es generoso: «los ojos de todos te están aguardando, tú les das la comida a su tiempo», y lo que se ha convertido en el estribillo de la comunidad: «abres tú la mano, Señor, y sacias de favores a todo viviente».

 

Efesios 4,1-6. Un solo cuerpo, un Señor, una fe, un bautismo

Después de la parte más teológica de la carta, ahora Pablo quiere que los efesios saquen las consecuencias y «anden como pide la vocación a la que han sido convocados».

De estas consecuencias la que destaca hoy es la de la unidad que debe haber entre todos. La clave es teológica: todos tenemos «un solo cuerpo y un solo Espíritu, un Señor, una fe, un Bautismo, un Dios que es Padre de todos».

A los cristianos de la comunidad, por su parte, Pablo les dice: «esforzaos en mantener la unidad del Espíritu con el vínculo de la paz», y les insta a que sean «humildes y amables, comprensivos, sobrellevándose mutuamente con amor».

 

Juan 6,1-15. Repartió a los que estaban sentados todo lo que quisieron Empezamos a leer el capítulo 6 de san Juan con la multiplicación milagrosa de los panes.

Hay detalles significativos en su relato: está cercana la fiesta de Pascua, la gente se encuentra «en la otra parte del lago», simbolizando la marcha de Israel por el desierto en que recibieron de Dios el alimento del maná; aquí es el mismo Jesús quien reparte los panes y los peces (en los otros evangelistas son los apóstoles los que lo hacen) y al final sobran todavía doce canastas, el número simbólico de las tribus de Israel y de los apóstoles.

El diálogo con los apóstoles quiere hacerles compartir el gesto de dar de comer a la multitud: es interesante la respuesta de Felipe sobre los 200 denarios, y la de Andrés que ha visto a un joven que tiene cinco panes y dos peces (están cerca del lago, pero además los peces son símbolo de la espera mesiánica en la literatura judía). Sobran doce canastas: todo un símbolo de la abundancia de los dones que vienen de Dios.

El entusiasmo de la multitud ante el prodigio les hace interpretar, una vez más, el mesianismo en clave política, y por eso Jesús tiene que huir, porque para él la finalidad no es esa, sino el mesianismo espiritual, inaugurador del Reino de Dios.

 

2

Dadles de comer

Jesús se compadece de la multitud y del hambre que a estas horas deben tener. Por eso, además de anunciarles la Palabra que viene de Dios, les multiplica también el pan material. Es una lección para sus discípulos de todos los tiempos.

¿No se ha dedicado la Iglesia a «dar de comer» a los pobres y a los más abandonados a lo largo de dos mil años de historia? ¿no se ha dedicado también a los enfermos? ¿no ha sabido conjugar la evangelización con la beneficencia y el cuidado material de los más pobres, completando lo que en principio pertenecería a los deberes de cada Estado?

También ahora, y en ritmo creciente, el hambre es uno de los mayores problemas del mundo. ¿Cuántos millones de personas, sobre todo niños, mueren cada año de hambre? Esto va unido a la voz profética que levanta la Iglesia a favor de la justicia y de la recta distribución de la riqueza de este mundo. Sin justicia y una nivelación justa entre países ricos y pobres no se puede «dar de comer» a todos.

En este encargo de «dadles vosotros de comer» entra, no sólo el poder milagroso de Dios, sino también la colaboración humana. En el caso de Elíseo, y también en el de Jesús, hay personas que se adelantan generosamente. Uno ofrece veinte panes de cebada, y Dios hace el resto. El joven del evangelio tiene cinco panes y dos peces, y Cristo los bendice y obra el milagro de que basten para alimentar a todos, salvando la evidente desproporción. O sea, Dios no desdeña la aportación humana. Al contrario: a partir de lo que hacemos nosotros, él realiza el milagro de la multiplicación.

Son muchos los que colaboran en esta «multiplicación de panes» en el momento actual: cristianos comprometidos, misioneros, voluntarios, cooperantes, religiosos y religiosas que trabajan desinteresadamente en el campo sanitario y educativo y «comparten su pan» con los que no tienen. Esta colaboración es a veces económica (harían falta 200 denarios, dice Felipe) y otras, la donación de sí mismos, de su tiempo, de su trabajo. Lo hacen no sólo con los países del Tercer Mundo, sino más cerca, en su propio ambiente, en que los ancianos o los enfermos o los pobres necesitan «pan», que puede ser nuestra acogida y nuestra cercanía.

Dios hará crecer y fructificar lo que nosotros aportamos, aunque parezca claramente insuficiente. Ojalá Cristo Jesús, nuestro Juez al final del camino, pueda decirnos a nosotros: «me disteis de comer… me disteis de beber… lo hicisteis conmigo».

 

Del pan material al espiritual

Compartir el pan material es un símbolo muy expresivo de otros «panes» de los que también tiene hambre la humanidad: la cultura (¡cuántos están sin escuela!), trabajo (un trabajo digno y estable), vivienda (sobre todo para los que están en la calle y para los jóvenes que quieren formar una nueva familia), posibilidades de vida (en particular para los inmigrantes que han tenido que abandonar su patria).

Pero en el conjunto del evangelio se ve cómo Jesús, además del pan material (y de la luz física de los ojos y del agua natural del pozo) quiere dar a la gente un pan y una luz y un agua espirituales. Les da de comer y cura enfermos y resucita muertos, pero también, y sobre todo, les predica el Reino, les perdona los pecados, les conduce a Dios. Por eso se escapa cuando le quieren proclamar rey. Es lo que explica el «secreto mesiánico» que notamos en diferentes ocasiones: él no quiere que se queden en el mero hecho de unos milagros materiales, sino que den el salto a la fe.

El discurso de Juan 6 irá poco a poco conduciendo a los lectores a la comprensión más profunda del sacramento de la Eucaristía, que, cuando él escribe su evangelio, hacía ya décadas que los cristianos celebraban.

Él cuenta la multiplicación de los panes con un lenguaje claramente «eucarístico»: «tomó… dio gracias… repartió», aludiendo también a la «fracción del pan», porque habla de «los pedazos» que sobraron. No es que aquella fuera una Eucaristía, pero sí que él nos prepara, ya desde el relato del milagro, para que entendamos el sentido eucarístico de su catequesis sobre el Pan de la Vida.

También para nosotros sucede que «el pan y el vino» que traemos en el ofertorio -idealmente, aportación de la comunidad- están destinados a una transformación admirable, y se convertirán, por la invocación del Espíritu y las palabras de Cristo, en el Cuerpo y Sangre de Cristo, verdadero alimento espiritual para nuestro camino cristiano.

 

Esforzaos en mantener la unidad del Espíritu con el vínculo de la paz

Hoy resuena también en las lecturas una llamada a la unidad eclesial. Para Pablo el creer en Cristo Jesús y estar bautizados en su nombre tienen unas consecuencias importantes. Entre ellas, hoy nos subraya una: la unidad.

Si el domingo pasado leíamos cómo Cristo ha roto el muro de división entre los pueblos, ahora nos toca a nosotros traducir la misma convicción a la vida interior de nuestra comunidad: «esforzaos en mantener la unidad del Espíritu con el vínculo de la paz».

Las consignas que da Pablo a los de Éfeso son igualmente actuales para nosotros. Él tiene experiencia. Sabe cuáles son los problemas de una comunidad humana, sea familiar o civil o eclesial: tensiones, divisiones, discusiones, intransigencias… Desde la cárcel de Roma les da -y nos da- unas consignas siempre válidas.

La base teológica y la raíz última de nuestra unidad podemos decir que es «trinitaria»: todos tenemos un solo Dios que es Padre de todos, un Cristo Jesús que se ha entregado por todos y un Espíritu que es el alma de la comunidad. También tenemos una fe y un Bautismo.

Pero esto tiene que ir acompañado de unas actitudes: «sed humildes y amables… sed comprensivos… sobrellevaos mutuamente con amor…». Todos los argumentos teológicos a favor de la unidad no valen gran cosa si no hay amor entre nosotros. Tal vez la unidad falla por culpa nuestra. La Iglesia no está dando precisamente el testimonio de unidad y de amor que Pablo quisiera, ni con los otros cristianos ni entre nosotros mismos.

En el fondo, tenemos que imitar lo que hizo Cristo. Él no sólo dio «cosas» (multiplicando, por ejemplo, panes), sino que se dio a sí mismo, en toda su vida, y sobre todo en la cruz. Si le imitamos, entonces podemos decir que «andamos como pide la vocación a la que hemos sido convocados».

Esto no sólo tiene sentido en clave de relaciones ecuménicas entre las varias confesiones cristianas, o de la unidad que debe existir en la Iglesia universal o diocesana, sino también en la parroquia, en una comunidad religiosa, en una familia cristiana…

José Aldazábal
Domingos Ciclo B

Mt 20, 20-28 (Evangelio – Solemnidad de Santiago Apóstol)

Beber el cáliz de Jesucristo: servir dando vida

Este episodio de la vida de Jesús con la madre de los hijos del Zebedeo, pasa a la historia de la tradición con todas las connotaciones de algo que pone de manifiesto que ha podido ser escrito, o al menos retocado, después del martirio de Santiago a manos de Herodes Agripa. Por eso mismo, algunos consideran que Jesús pudo anunciar que seguirle a él, tomar la cruz, es «beber la copa» y, sin duda, palabras como estas tuvieron que oír los suyos en el camino hacia Jerusalén. Quizá lo extraño de nuestro relato es que sea la madre de los Zebedeos, y no éstos directamente, como sucede en Mc 10, 35-45, los que hacen la petición de sentarse a la  derecha y a la izquierda en su gloria. ¿Será para rebajar la tensión entre los mismos discípulos y hacer más aceptable que una petición como ésta por parte de la madre es más verídica? Desde luego que el texto de Marcos debe ser más primitivo, ya que no se explicaría que Marcos hubiera prescindido de la madre. E incluso en la redacción se nota que la petición era de los hijos “no sabéis lo que pedís”. Una madre, desde luego, siempre puede exagerar en el deseo de lo mejor para sus hijos.

Pero lo que está en juego en este episodio es cómo los discípulos de Jesús nunca entendieron, antes de su pasión, lo que se estaba tramando en la vida íntima de Jesús y en su misión de anunciar y hacer presente el reinado de Dios. Quizás para rebajar este equívoco la tradición ha introducido en escena a la madre. El discutir sobre los primeros puestos, el entender el mesianismo de Jesús como algo social y político, es algo que responde a la historia verdadera de los seguidores de Jesús. Pedro mismo, en Marcos 8, 33, recibe el reproche más fuerte que podamos imaginar para el primero de los Doce, precisamente por no aceptar que el Mesías (Jesús en concreto), pudiera sufrir, porque esa no era la tesis oficial del judaísmo que ellos, desde luego, compartían. Se habla de cuando «reines”, lo cual denota la visión política del asunto y lo que los discípulos compartían cuando «seguían» al profeta de Galilea.

El sentido del reinado que Jesús anuncia, reinado de Dios precisamente y no de él directamente, queda truncado con la expresión de lo único que pudo prometerles a los hijos del Zebedeo, y a los Doce, y a todos los que sean sus discípulos: «beber la copa» (cf Is 51, 17; Lm 4, 21) que es «pasar todo un trago». Es el anuncio de una prueba dolorosa que a Jesús no se le escapaba para él y para los suyos. Esto no recuerda, inmediatamente, la escena de Getsemaní, que el mismo tuvo que afrontar desde su experiencia y psicología humana. ¿Por predicar un Dios así, un mensaje de liberación, las bienaventuranzas para los pobres y limpios de corazón, se debe pasar por este “trago»? ¡Sin duda! Eso es lo que les puede prometer Jesús a Santiago y Juan y a los Doce. Porque esa «copa” es la única que los hombres permiten al profeta del reinado de Dios. Y con ello se deshace el deseo ardiente de los primeros puestos, de triunfar, del poder… El mensaje de Jesús lleva en su entraña el desposeerse de muchas cosas, pero especialmente el desposeerse de «triunfar” o al menos de triunfar venciendo a los demás. Con el mensaje de Jesús se gana perdiendo, es decir, dando la vida a los otros como “pro-existencia» verdadera.

El desmontaje del poder, poniendo como ejemplo la actitud de los jefes de este mundo, es proverbial. Los verbos que se usan son elocuentes: tiranizar y oprimir. Esa es la historia verdadera de los jefes y los imperios o reinos de los hombres. El reinado de Dios, causa de Jesús, tiene un verbo más elocuente «servir». La aplicación que se hace en el dicho al Hijo del hombre, es decir, al mismo «yo» de Jesús no deja lugar a dudas. Se trata de “servir dando la vida”. No es simplemente el verbo «servir» a secas que puede sonar simplemente a esclavitud. Porque no se trata tampoco en el cristianismo de “ser esclavos”. No es ese el sentido. El cristiano no es «esclavo» ni del mismo Dios, porque Jesús no quiso hacernos esclavos de Dios. Por tanto «servir dando la vida» por muchos, es decir, por todos, es lo específico de Jesús y lo debe ser de sus seguidores. Eso es triunfar y beber la copa, y pasar el trago del seguimiento. Por eso la palabra “rescate» (l?tron) debe tener ese sentido de redención o liberación. Es el término técnico para que los prisioneros de guerra o los esclavos lograran su libertad. Por tanto, redención (l?tron)debe significar «vivir haciendo vivir a los demás”, “dando vida a los demás»; ese es el precio, ese es el l?tron cristiano. Eso es lo que Jesús promete a los Zebedeos.

2Cor 4, 7-15 (2ª lectura Solemnidad de Santiago Apóstol)

El tesoro de ser apóstol, en vasos de barro

En la defensa que Pablo tiene que hacer de su apostolado ante la comunidad de Corinto, porque han llegado «algunos” con cartas de recomendación para “dirigir» a la comunidad, se expresa la pasión del «apóstol” de los gentiles por el mensaje de la salvación con una lista de calamidades con las que se quiere ilustrar la metáfora del vaso de barro. Pero esas calamidades no destruyen -se entiende que por la ayuda y la acción de Dios-, ese vaso de debilidad que es el apóstol que predica el evangelio. Es decir, el tesoro, que es el evangelio o el mismo servicio del evangelio, hace posible que el apóstol o los apóstoles no vivan angustiados ni desesperados ni abandonados ni perdidos. Se trata de un catálogo que algunos han comparado con las adversidades que relatan los filósofos cínico-estoicos. Pero la verdad es que no está hablando de una propuesta de ataraxía o imperturbabilidad por parte de Pablo, sino que es una descripción de identificación con el misterio de Cristo, para poder participar así también, con esperanza, del triunfo de la resurrección. Por ello va a echar mano de la experiencia personal que todo creyente debe tener con Jesucristo, con su muerte y su resurrección.

Pero más aún, el “emisario” o “apóstol” del evangelio debe estar en disposición de vivir esta vida en Cristo: entregarse a la muerte, para que los otros vivan de ese evangelio. Así se dice clara y manifiestamente en 4, 12: «de este modo, la muerte acontece en nosotros, y en vosotros la vida». Significa que mientras el apóstol, por causa del evangelio, va gastando su vida, en esa medida siembra vida en la comunidad que acoge ese mensaje. Pablo ha expresado esta identificación con Cristo en otros momentos, como en Gál 2, 20 o en Flp 3, 7-11. Pero el hecho de que ahora apoye su ministerio en el kerygma: muerte y resurrección de Jesús, es porque sirve extraordinariamente a la metáfora paradójica del “vaso de barro» y del “tesoro». El predicador del evangelio, pues, experimenta personalmente la soteriología en su doble dimensión de muerte y de vida. No se puede vivir sino muriendo, de la misma manera que Cristo no ha podido resucitar o “ser resucitado”, sino pasando por la debilidad de la muerte (v. 10). Si todos los cristianos, pues, tienen que acoger esta experiencia soteriológica de identificación con Cristo, no puede ser menos el apóstol que está encargado de este ministerio.

Hch 4, 33; 5, 12. 27-33; 12, 2 (1ª lectura Solemnidad de Santiago Apóstol)

El primer apóstol de Jesucristo mártir

La primera lectura de esta fiesta está entrelazada con un conjunto de datos que los Hechos nos ofrecen del testimonio de la primitiva comunidad, especialmente de los apóstoles (los Doce), que son los únicos que Lucas, su autor, reconoce como tales en esta segunda parte de su obra. Ellos daban testimonio de la resurrección de Jesús, no podía ser de otra manera, porque de lo contrario no se explicaría lo que se ha dicho sobre Pentecostés y las consecuencias que esto supuso para los seguidores de Jesús, que todavía no tenían ni siquiera un nombre como seguidores. Será en Antioquía donde recibirán el de «cristianos». Santiago, uno de los hijos del Zebedeo, debía ser, sin duda, en esos primeros momentos, un personaje influyente en la comunidad de Jerusalén, hasta que Santiago, el hermano del Señor, se hizo con las riendas de los cristianos que pudieron quedarse en Jerusalén a causa de las persecuciones.

La muerte de Santiago, el Zebedeo, se nos relata escuetamente en Hch 12, 1-2 y pone de manifiesto que fue el primero de los Doce que sufrió el martirio a manos de Herodes Agripa, el nieto de Herodes el Grande, quien había recibido el poder de Roma por unos años. Lucas no se preocupa demasiado en describir cómo sucedió, a diferencia de lo que sucede con Esteban (Hch 7). En todo caso, la noticia sirve de introducción al hermoso relato de la liberación de Pedro de manos del judaísmo, en el contexto de la Pascua. Y es la consecuencia, sin duda, del anuncio de la resurrección por parte de los Apóstoles. De hecho, la noticia sorprende en el sentido de que no fuera Pedro precisamente el primero en recibir el bautismo de sangre en nombre de Jesucristo. No hay explicaciones satisfactorias sobre el particular: ¿por qué Santiago y no Pedro? ¿era el más señalado por su ideología frente al judaísmo? Esta es una explicación que algunos han tratado de justificar, pero no es posible asegurarlo.

Comentario al evangelio – Lunes XVI de Tiempo Ordinario

La Palabra es la gota fresca de cada día. Un riego “gota a gota” acaba por convertir nuestros desiertos en vergeles.

Los letrados y fariseos que aparecen en el evangelio de hoy han inventado una frase que resiste las modas: Maestro, queremos ver un milagro tuyo. Primero reconocemos que Dios ha creado este mundo como es, con sus leyes, sus agujeros, su relativa incertidumbre. Luego le pedimos a su Hijo que vaya resolviendo sus paradojas a base de hechos espectaculares.

Lo que los fariseos piden a Jesús es exactamente lo que el diablo le pide en el relato de las tentaciones: ser un mesías espectacular, deslumbrante, hacer todo aquello que es del agrado de los millones de “fans” que esperamos demostraciones palpables de su poder.

Esta tentación es de Jesús y de todos sus seguidores. La respuesta es desconcertante: (A esta generación) no se le dará más signo que el del profeta Jonás. El “signo” es un Mesías escondido durante tres días en el seno de la tierra/ballena. El signo es, una vez más, el misterio de la Pascua: dejarse “derrotar” por la muerte para hacerla estallar desde dentro.

Es llamativa también la insistencia en el hay uno que es más. Jesús es más que Jonás (profeta) y es más que Salomón (rey). Este es más señala su carácter definitivo. En él se cumple toda profecía y se realiza todo reinado. No tenemos que esperar a nadie más.

Ciudad Redonda

Meditación – Lunes XVI de Tiempo Ordinario

Hoy es lunes XVI de Tiempo Ordinario.

La lectura de hoy es del evangelio de Mateo (Mt 12, 38-42):

En aquel tiempo, le interpelaron algunos escribas y fariseos: «Maestro, queremos ver una señal hecha por ti». Mas Él les respondió: «¡Generación malvada y adúltera! Una señal pide, y no se le dará otra señal que la señal del profeta Jonás. Porque de la misma manera que Jonás estuvo en el vientre del cetáceo tres días y tres noches, así también el Hijo del hombre estará en el seno de la tierra tres días y tres noches. Los ninivitas se levantarán en el Juicio con esta generación y la condenarán; porque ellos se convirtieron por la predicación de Jonás, y aquí hay algo más que Jonás. La reina del Mediodía se levantará en el Juicio con esta generación y la condenará; porque ella vino de los confines de la tierra a oír la sabiduría de Salomón, y aquí hay algo más que Salomón».

Hoy contemplamos en el Evangelio a algunos maestros de la Ley y fariseos deseando que Jesús demuestre su procedencia divina con una señal prodigiosa (cf. Mt 12,38). Ya había realizado muchas, suficientes para mostrar no solamente que venía de Dios, sino que era Dios. Pero, aun con los muchos milagros realizados, no tenían bastante: por más que hubiera hecho, no habrían creído.

Jesús, con tono profético, tomando ocasión de una señal prodigiosa del Antiguo Testamento, anuncia su muerte, sepultura y resurrección: «De la misma manera que Jonás estuvo en el vientre del cetáceo tres días y tres noches, así también el Hijo del hombre estará en el seno de la tierra tres días y tres noches» (Mt 12,40), saliendo de ahí lleno de vida.

Los de Nínive, por la conversión y la penitencia, recobraron la amistad con Dios. También nosotros, por la conversión, la penitencia y el bautismo, hemos sido sepultados con Cristo, y vivimos por Él y en Él, ahora y por siempre, habiendo dado un verdadero paso “pascual”: paso de muerte a vida, del pecado a la gracia. Liberados de la esclavitud del demonio, llegamos a ser hijos de Dios. Es “el gran prodigio”, que ilustra nuestra fe y la esperanza de vivir amando como Dios manda, para poseer a Dios Amor en plenitud.

Gran prodigio, tanto el de la Pascua de Jesús como el de la nuestra por el bautismo. Nadie los ha visto, ya que Jesús salió del sepulcro, lleno de vida, y nosotros del pecado, llenos de vida divina. Lo creemos y vivimos evitando caer en la incredulidad de quienes quieren ver para creer, o de los que quisieran a la Iglesia sin la opacidad de los humanos que la componemos. Que nos baste el hecho Pascual de Cristo, que tan hondamente repercute en todos los humanos y en toda la creación, y es causa de tantos “milagros de la gracia”.

La Virgen María se fió de la Palabra de Dios, y no tuvo que correr al sepulcro para embalsamar el cuerpo de su Hijo y para comprobar el sepulcro vacío: simplemente creyó y “vio”.

+ Rev. D. Lluís ROQUÉ i Roqué

Liturgia – Lunes XVI de Tiempo Ordinario

LUNES XVI DEL TIEMPO ORDINARIO, feria

Misa de feria (verde)

Misal: Cualquier formulario permitido, Prefacio común.

Leccionario: Vol. III-impar

  • Éx 14, 5-18. Así sabrán que yo soy el Señor, cuando me haya cubierto de gloria a costa del faraón.
  • Salmo: Éx 15, 1-6. Cantaré al Señor, gloriosa es su victoria.
  • Mt 12, 38-42. Cuando juzguen a esta generación, la reina del Sur se levantará.

Antífona de entrada (Sal 47, 10-11)
Oh, Dios, meditamos tu misericordia en medio de tu templo; como tu nombre, oh, Dios, tu alabanza llega al confín de la tierra. Tu diestra está llena de justicia.

Monición de entrada y acción penitencial
Hermanos, dispongámonos a dar gracias a Dios de todo corazón en la celebración de la Eucaristía, porque siempre nos acompaña, y se nos da como alimento en el duro caminar de cada día y, en unos momentos de silencio, acojamos su misericordia reconociendo ante Él nuestros pecados.

  • Tú, que estuviste tres días y tres noches en el seno de la tierra. Señor, ten piedad.
  • Tú, que eres más que Jonás. Cristo, ten piedad.
  • Tú, que eres más que Salomón. Señor, ten piedad.

Oración colecta
CONCÉDENOS, Señor,
que el mundo progrese
según tu designio de paz para nosotros,
y que tu Iglesia se alegre en su confiada entrega.
Por nuestro Señor Jesucristo.

Oración de los fieles
Unamos ahora nuestras voces a la de Jesucristo y, arraigados en su amor, dirijamos nuestras plegarias a Dios Padre.

1.- Por la Iglesia, signo de Cristo en medio del mundo. Roguemos al Señor.

2.- Por los que son llamado a vivir más de cerca de Jesucristo. Roguemos al Señor.

3.- Por los que tienen alguna responsabilidad sobre los demás. Roguemos al Señor.

4.- Por los que matan, secuestra, destruyen y hacen el mal. Roguemos al Señor.

5.- Por nosotros, llamado a trabajar por la paz y la reconciliación. Roguemos al Señor.

Dios todopoderoso y eterno, refugio en toda clase de peligro, a quien nos dirigimos en nuestra angustia; te pedimos con fe que mires compasivamente nuestra aflicción; líbranos de la epidemia que estamos padeciendo, concede descanso eterno a los que han muerto, consuela a los que lloran, sana a los enfermos, da paz a los moribundos, fuerza a los trabajadores sanitarios, sabiduría a nuestros gobernantes y valentía para llegar a todos con amor glorificando juntos tu santo nombre. Por nuestro Señor Jesucristo.

Oración sobre las ofrendas
ACEPTA, Señor,
este sacrificio de reconciliación y alabanza
y concédenos que, purificados por su eficacia,
te ofrezcamos el obsequio agradable de nuestro corazón.
Por Jesucristo, nuestro Señor.

Antífona de comunión          Cf. Sal 144, 15
Los ojos de todos te están aguardando, Señor; tú les das la comida a su tiempo.

Oración después de la comunión
SACIADOS con los dones de la salvación,
invocamos, Señor, tu misericordia,
para que, mediante este sacramento
que nos alimenta en nuestra vida temporal,
nos hagas participar, en tu bondad,
de la vida eterna, por Jesucristo, nuestro.