Vísperas – Santa Brígida

VÍSPERAS

SANTA BRÍGIDA, religiosa
PATRONA DE EUROPA

INVOCACIÓN INICIAL

V/. Dios mío, ven en mi auxilio
R/. Señor, date prisa en socorrerme.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

HIMNO

Finísimo fue el lino con que ella
fue tejiendo, a lo largo de su vida,
esa historia de amor que la hace bella
a los ojos de Dios y bendecía.

Supo trenzar con tino los amores
del cielo y de la tierra, y santamente
hizo altar del telar de sus labores,
oración desgranada lentamente.

Flor virgen, florecida en amor santo,
llenó el hogar de paz y joven vida,
su dulce fortaleza fue su encanto,
la fuerza de su amor la fe vivida.

Una escuela de fe fue su regazo.
Todos fueron dichosos a su vera,
su muerte en el Señor fue un tierno abrazo,
su vida será eterna primavera. Amén.

SALMO 121: LA CIUDAD SANTA DE JERUSALÉN

Ant. Tu sierva, Señor, se regocijó con tu salvación.

¡Qué alegría cuando me dijeron:
«Vamos a la casa del Señor»!
Ya están pisando nuestros pies
tus umbrales, Jerusalén.

Jerusalén está fundad
como ciudad bien compacta.
Allá suben las tribus,
las tribus del Señor,

según la costumbre de Israel,
a celebrar el nombre del Señor;
en ella están los tribunales de justicia,
en el palacio de David.

Desead la paz a Jerusalén:
«Vivan seguros los que te aman,
haya paz dentro de tus muros,
seguridad en tus palacios.»

Por mis hermanos y compañeros,
voy a decir: «La paz contigo.»
Por la casa del Señor, nuestro Dios,
te deseo todo bien.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Tu sierva, Señor, se regocijó con tu salvación.

SALMO 126: EL ESFUERZO HUMANO ES INÚTIL SIN DIOS

Ant. Como está sólido el fundamento sobre la roca, así estuvo la voluntad de Dios en el corazón de la mujer santa.

Si el Señor no construye la casa,
en vano se cansan los albañiles;
si el Señor no guarda la ciudad,
en vano vigilan los centinelas.

Es inútil que madruguéis,
que veléis hasta muy tarde,
que comáis el pan de vuestros sudores:
¡Dios lo da a sus amigos mientras duermen!

La herencia que da el Señor son los hijos;
su salario, el fruto del vientre:
son saetas en mano de un guerrero
los hijos de la juventud.

Dichoso el hombre que llena
con ellas su aljaba:
no quedará derrotado cuando litigue
con su adversario en la plaza.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Como está sólido el fundamento sobre la roca, así estuvo la voluntad de Dios en el corazón de la mujer santa.

CÁNTICO de EFESIOS: EL DIOS SALVADOR

Ant. El Señor le ha dado su fuerza; por ello será bendita eternamente.

Bendito sea Dios,
Padre de nuestro Señor Jesucristo,
que nos ha bendecido en la persona de Cristo
con toda clase de bienes espirituales y celestiales.

Él nos eligió en la persona de Cristo,
antes de crear el mundo,
para que fuésemos santos
e irreprochables ante Él por el amor.

Él nos ha destinado en la persona de Cristo
por pura iniciativa suya,
a ser sus hijos,
para que la gloria de su gracia,
que tan generosamente nos ha concedido
en su querido Hijo,
redunde en alabanza suya.

Por este Hijo, por su sangre,
hemos recibido la redención,
el perdón de los pecados.
El tesoro de su gracia, sabiduría y prudencia
ha sido un derroche para con nosotros,
dándonos a conocer el misterio de su voluntad.

Éste es el plan
que había proyectado realizar por Cristo
cuando llegase el momento culminante:
recapitular en Cristo todas las cosas
del cielo y de la tierra.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. El Señor le ha dado su fuerza; por ello será bendita eternamente.

LECTURA: Rm 8, 28-30

Sabemos que a los que aman a Dios todo les sirve para el bien; a los que ha llamado conforme a su designio. A los que había escogido, Dios los predestinó a ser imagen de su Hijo, para que él fuera el primogénito de muchos hermanos. A los que predestinó, los llamó; a los que llamó, los justificó; a los que justificó, los glorificó.

RESPONSORIO BREVE

R/ Dios la eligió y la predestinó.
V/ Dios la eligió y la predestinó.

R/ La hizo morar en su templo santo.
V/ Y la predestinó.

R/ Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
V/ Dios la eligió y la predestinó.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. Vosotros, los que habéis dejado todo y me habéis seguido, recibiréis cien veces más, y heredaréis la vida eterna.

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Vosotros, los que habéis dejado todo y me habéis seguido, recibiréis cien veces más, y heredaréis la vida eterna.

PRECES

Supliquemos a Dios en bien de su Iglesia, por intercesión de las santas mujeres y digámosle:

Acuérdate, Señor, de tu Iglesia.

Por intercesión de las mártires, que con la fuerza del espíritu superaron la muerte del cuerpo,
— concede, Señor, a tu Iglesia ser fuerte en la tentación.

Por intercesión de las esposas, que por medio del santo matrimonio crecieron en la gracia,
— concede, Señor, a tu Iglesia la fecundidad apostólica.

Por intercesión de las viudas, que por la hospitalidad y la oración superaron su soledad y se santificaron,
— concede, Señor, a tu Iglesia que muestre al mundo el misterio de tu caridad.

Por intercesión de las madres, que engendraron sus hijos no solo para la vida del mundo, sino también para el reino de los cielos,
— concede, Señor, a tu Iglesia que transmita la vida del espíritu y la salvación a todo el género humano.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

Por intercesión de todas las santas mujeres, que han sido ya admitidas a contemplar la belleza de tu rostro,
— concede, Señor, a los difuntos de la Iglesia gozar también eternamente de tu presencia.

Con el gozo que nos da el saber que somos hijos de Dios, digamos con plena confianza:
Padre nuestro…

ORACION

Señor, Dios nuestro, que has manifestado a santa Brígida secretos celestiales mientras meditaba la pasión de tu Hijo, concédenos a nosotros, tus siervos, gozarnos siempre en la manifestación de tu gloria. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Amén.

CONCLUSIÓN

V/. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R/. Amén.

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Lectio Divina – Santa Brígida

1.- Oración introductoria.

Señor, en este día de la festividad de Santa Brígida, copatrona de Europa, quiero rogarte encarecidamente por Europa. Lamentablemente, en el terrero de la fe, ha quedado como “Una viña devastada” (Papa Benedicto). Haz que vuelva a correr por ella la misma savia, la misma vida de fe de otros tiempos. Tú, Señor, eres la Vid. No toleres que esa viña fecunda en otros tiempos, se convierta en un montón de sarmientos secos. No arranques la viña, Señor. Cuídala, riégala y hazla florecer de nuevo.  

2.- Lectura reposada del evangelio: Juan 15, 1-8

Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el viñador. Todo sarmiento que en mí no da fruto, lo corta, y todo el que da fruto, lo limpia, para que dé más fruto. Vosotros estáis ya limpios gracias a la Palabra que os he anunciado. Permaneced en mí, como yo en vosotros. Lo mismo que el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid; así tampoco vosotros si no permanecéis en mí. Yo soy la vid; vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto; porque separados de mí no podéis hacer nada. Si alguno no permanece en mí, es arrojado fuera, como el sarmiento, y se seca; luego los recogen, los echan al fuego y arden. Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que queráis y lo conseguiréis. La gloria de mi Padre está en que deis mucho fruto, y seáis mis discípulos.

3.- Qué dice el texto.

Meditación-reflexión.

Sin mí no podéis hacer nada”. La frase de Jesús es rotunda. No dice: Sin mí podéis hacer poco. Sin Jesús no podemos hacer nada. Cuando trabajamos y nos atribuimos algo a nosotros, eso se lo estamos robando a Cristo. Un sarmiento separado de la vid, no puede dar ningún fruto. Esto nos hace ser humildes y sentir la necesidad que tenemos de Jesús. Pero esta frase no va en contra de nuestra “autonomía personal”.  Es verdad que los sarmientos separados de la vid no pueden hacer nada. Pero me pregunto: ¿Y qué puede hacer una vid sin los sarmientos? Tampoco nada. Dios ha querido tener necesidad de nosotros. Para Él, y porque así lo ha querido, nosotros somos muy importantes. ¡Pedid lo que queráis! Esta frase tan comprometedora por parte de Jesús sólo la dice con esta condición: “Si permanecéis en mí y yo en vosotros”. Jesús quiere, a toda costa, que contemos con él, que le amemos como Él nos ama, que permanezcamos, es decir, que no nos cansemos, que no le olvidemos, que nos fiemos plenamente de Él. ¿Cuál es la gloria del Padre? La gloria, el orgullo, el gozo, la fiesta de un Padre es ver a sus hijos unidos. Eso le pasa a nuestro Padre Dios.  Sólo si nos amamos podemos dar fruto y ser sus discípulos.

Palabra del Papa.

PERMANECED. “Y sabemos muy bien lo que eso significa: contemplarlo, adorarlo y abrazarlo en nuestro encuentro cotidiano con él en la Eucaristía, en nuestra vida de oración, en nuestros momentos de adoración, y también reconocerlo presente y abrazarlo en las personas más necesitadas. El “permanecer” con Cristo no significa aislarse, sino un permanecer para ir al encuentro de los otros. Quiero acá recordar algunas palabras de la beata Madre Teresa de Calcuta. Dice así: “Debemos estar muy orgullosos de nuestra vocación, que nos da la oportunidad de servir a Cristo en los pobres. Es en las ‘favelas’, en los ‘cantegriles’, en las ‘villas miseria’ donde hay que ir a buscar y servir a Cristo. Debemos ir a ellos como el sacerdote se acerca al altar: con alegría”. Hasta aquí la beata. Jesús es el Buen Pastor, es nuestro verdadero tesoro, por favor, no lo borremos de nuestra vida. Enraicemos cada vez más nuestro corazón en él”. (Homilía de S.S. Francisco, 27 de julio de 2013).

4.- Qué me dice hoy a mí esta palabra ya meditada. (Silencio)

5.- Propósito. No separarme nunca de Jesús.

6.- Dios me ha hablado hoy a través de su Palabra. Y ahora yo le respondo con mi oración.

Señor, te doy gracias por el afán, el interés que tienes de querer estar siempre conmigo. Haz que yo descubra que precisamente estando siempre contigo es como yo puedo ser feliz. Esto no es una teoría. Es la experiencia más fuerte de mi vida. Sólo he dejado de ser feliz cuando, lamentablemente, he intentado separarme de ti. Por eso he tenido necesidad de buscarte enseguida. Señor, qué bueno has sido siempre conmigo. ¡Gracias!

Comentario – Viernes XVI de Tiempo Ordinario

(Mt 13, 18-23)

Vemos que en los tres ejemplos se da la progresión: escuchar, entender, perseverar, dar fruto. En el corazón que es como la tierra fértil se cumplen las cuatro cosas.

La semilla al borde del camino, inmediatamente comida por los pájaros, son los que escuchan la Palabra, pero ni siquiera la entienden. Tengamos en cuenta que «entender» en la Biblia no es simplemente una cuestión mental, sino una cuestión del corazón; es captar lo que algo significa, pero es también amarlo, aceptarlo, gustarlo. Del que es como la tierra pedregosa tampoco se dice que «entiende» la Palabra, sólo se dice que «la recibe con alegría», porque no es más que un entusiasmo superficial que no llega al corazón, que no termina de entrar al lugar de las decisiones profundas.

Lo mismo podemos decir de la semilla que cae entre cardos. Allí tampoco se «entiende» de verdad la Palabra, porque los deseos y la atracción del mundo pueden más, y el crecimiento es abortado. Eso significa que la Palabra no ha llegado al corazón, ya que cuando algo se deja entrar verdaderamente en el corazón, eso se convierte en una profunda convicción interior, en una cuestión personal que vale más que cualquier otra cosa que puedan ofrecernos.

Cuando algo llega realmente al corazón, ninguna otra cosa puede más que esa convicción amorosa.

Sólo la tierra buena «entiende» la Palabra, porque es una tierra dispuesta, sin obstáculos, que deja que la semilla eche raíces y las haga penetrar en lo profundo. Es el corazón que no opone resistencias, que deja lugar a esas raíces que llegan a lo hondo; es un corazón que se deja cambiar, que se deja tomar, aunque la Palabra le diga o le pida cosas que no estaban en sus planes.

Oración:

«Señor, tu tienes poder. Rompe mis durezas, destroza mis piedras, quema con tu fuego los cardos que ahogan tu Palabra; desmenuza mi corazón y conviértelo en tierra buena, para que tu Palabra pueda hacer su obra renovadora, y así experimente el gozo profundo de tu presencia».

 

VÍCTOR M. FERNÁNDEZ
El Evangelio de cada día

Comentario – Viernes XVI de Tiempo Ordinario

Jesús habla en parábolas a la multitud reunida en torno a sí: Salió el sembrador a sembrar. La parábola no hace sino describir su propia actividad, porque la siembra que esparce el sembrador no es otra cosa que la palabra que se lanza a diestro y siniestro con el propósito de que germine y dé fruto. Pero no siempre esa semilla va a parar al sitio adecuado. Son los avatares de la siembra. Parte de la simiente cae al borde del camino; parte, en terreno pedregoso; parte, entre zarzas, y el resto en tierra buena.

No todo terreno, por tanto, es tierra buena; también hay lindes, campos pedregosos y tierra de zarzas. Y en todas esas situaciones se encuentra la semilla. El sembrador, en su afán de sembrar el mundo con su palabra no repara demasiado en las particulares circunstancias de cada terreno, como si todo terreno, por el hecho de serlo, fuera fecundable y capaz de producir. La presencia de un corazón humano es, para este singular sembrador, motivo suficiente para emplearse en esta labor que es su labor, porque la salvación viene por la palabra. Por eso Jesús le dedicó gran parte del tiempo de su vida pública al ministerio de la palabra (predicación), y por eso compara su labor con la de un sembrador que recorre los campos de Palestina. Pero Jesús sabe que el mensaje no siempre va a parar al lugar idóneo.

A veces cae en los bordes del camino, y ahí el terreno está tan aplastado que la semilla no puede penetrar en él. Tales son –explica Jesús en privado a sus discípulos- los que escuchan la palabra del Reino sin entenderla. Escuchan, pero no entienden; la palabra no entra en su interior, porque lo que no se entiende se queda fuera, y estando fuera cualquier pájaro se la puede llevar. No es que no se haya escuchado; es que no se ha entendido. Basta esta falta de entendimiento para que se quede fuera y no pueda germinar ni producir fruto.

El terreno pedregoso se caracteriza por su falta de profundidad: la semilla prende porque hay tierra, pero la escasez de ésta no permite que eche raíces y acaba secándose. Son –explica también Jesús- los que escuchan la palabra de Dios y la aceptan en seguida con alegría, pero como carecen de raíces y son inconstantes, a la primera dificultad o persecución sucumben. Hay, por tanto, aceptación pronta y alegre, pero también superficial; y lo que no echa raíces, porque se queda en la superficie, tiene pocas posibilidades de supervivencia. La superficialidad en la que viven no es base suficiente para sostenerse, prosperar y dar fruto. Recuerdan a esos jóvenes entusiasmados con ocasión de un encuentro, convivencia o peregrinación que enseguida se diluyen en el ambiente de incredulidad o escepticismo en el que viven a diario perdiendo su puntual entusiasmo o fervor misionero. Quizá aceptaron la palabra por lo que tenía de amable y de hermoso, pero no fueron capaces de asumir los compromisos implicados en ella.

En el mundo hay también zarzas que crecen y ahogan la semilla ya germinada, pero aún tierna. Son los afanes de la vida y la seducción de las riquezas. La palabra es escuchada con complacencia y aceptada con seriedad, pero queda estéril por el estrangulamiento que ejercen los afanes y las seducciones de la vida. Y es que el dinero y lo que se puede conseguir con él tienen mucho poder de seducción; y la seducción nos hace esclavos de lo que nos seduce y nos incapacita para seguir con libertad una determinada propuesta o asumir como propio un proyecto de vida. En el capítulo de los afanes de la vida podemos incluir negocios, proyectos mercantiles, preocupaciones por crecer en el escalafón social o en el ámbito laboral, por lograr un puesto más prestigioso u ofrecer una mejor imagen, etc. Todos esos afanes acaban estrangulando la planta que, alcanzada la madurez, tendría que dar mucho fruto.

Finalmente está la tierra buena. En ella, la semilla, debidamente acogida, acabará dando fruto en mayor o menor medida. La cantidad (treinta, sesenta o ciento por uno) y la calidad del fruto dependerán de la calidad de la tierra, pero también de la labranza a que esa tierra haya sido sometida. No basta con que sea tierra buena abundante (con suficiente profundidad para echar raíces); es preciso que esté bien labrada (liberada de piedras y zarzas, mullida, estercolada y regada) y, por tanto, en la mejor disponibilidad posible para acoger la siembra.

No queda sino prepararnos como tierra buena para recibir la mejor semilla y que ésta pueda germinar y dar abundante fruto. No olvidemos que nuestros frutos serán nuestra más grande alegría; porque no hay mayor satisfacción para una tierra (o vida) que fructificar.

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ-CID
Dr. en Teología Patrística

La misa del domingo

La milagrosa multiplicación de unos panes (Evangelio) no era una novedad para el pueblo de Israel. Un milagro similar estaba ya consignado en el Antiguo Testamento (1ª lectura). En una ocasión el profeta Eliseo, contando con tan sólo veinte panes de cebada, alimentó con milagrosa holgura a un grupo de cien hombres. Por medio del profeta Dios realizaba lo que había anunciado: «comerán y sobrará».

Pero el Señor Jesús se presenta no sólo como un gran profeta, como lo fue Eliseo. El milagro recuerda asimismo el maná, “pan del cielo” con que Dios había alimentado a su pueblo por medio de Moisés, mientras duró su marcha por el desierto.

El Señor tampoco se presenta tan solo como el nuevo Moisés, sino más aún, como el Mesías-Rey prometido por Dios a su pueblo. En efecto, la multiplicación de panes sería uno de los “signos” que permitiría identificar al Mesías anunciado. El pueblo de Israel esperaba vivamente al Mesías que debía venir del desierto y obraría grandes señales y prodigios, inaugurando así su Reino y trayendo consigo una época de sobreabundancia para su pueblo (ver Zac 1, 17). La asombrosa multiplicación de unos cuantos panes y peces, así como la cantidad abundante de las sobras, eran una “señal” tan fuerte que indujo a la muchedumbre a ver en Él al «Profeta que tenía que venir al mundo». Es por eso que, «al ver la señal milagrosa que había hecho», quisieron proclamarlo rey. Negándose a ello, el Señor se retira a la montaña, que en la Escritura aparece siempre como lugar de oración y encuentro con Dios. Si bien Él es el Mesías-Rey prometido por Dios, su misión no es política, sino eminentemente espiritual.

Realizar el milagro de la multiplicación de los panes y peces tenía diversos sentidos. El primero era evidentemente el sentido material: alimentar a la muchedumbre hambrienta. Un segundo sentido era sin duda presentarse ante el pueblo como el Mesías esperado. Pero además sería el punto de partida para introducir a sus discípulos en una realidad misteriosa: Él era el Pan Vivo bajado del Cielo, un pan que daría la vida eterna a quien comiese de Él (ver Jn 6, 55-57).

La multiplicación de aquellos panes era el anticipo y preanuncio de la multiplicación de aquel otro Pan de Vida que es Él mismo, una multiplicación que Él ha venido realizando interrumpidamente desde la noche de la última Cena y que durará hasta el final de los tiempos. Esta multiplicación se realiza por medio de sus sacerdotes en cada Eucaristía. En ella se actualiza lo que el Señor Jesús hizo aquella memorable noche de pascua: «tomó pan, y después de dar gracias, lo partió y dijo: “Este es mi Cuerpo que se da por vosotros; haced esto en memoria mía”» (1Cor 11, 23-24).

La Eucaristía, el Milagro permanente por el que el Señor también hoy continúa multiplicando el Pan de su propio Cuerpo y Sangre para alimentarnos y fortalecernos en el camino de la vida cristiana, construye la unidad que en Cristo y por Cristo hemos alcanzado y estamos llamados a conservar (2ª lectura).

LUCES PARA LA VIDA CRISTIANA

Desde aquella primera Eucaristía celebrada por el mismo Señor antes de entregar su Cuerpo y Sangre en el Altar de la Cruz, la Iglesia, siguiendo fielmente el mandato de su Señor y siguiendo la costumbre instituida por el mismo Señor cuando se apareció en medio de sus discípulos “el primer día de la semana” y luego “al octavo día”, celebra la Eucaristía cada Domingo. En ella parte y reparte también hoy a todos sus hijos el Pan de Vida (ver 1Cor 11, 23). ¡En cada Altar, en cada Misa, en cada lugar del mundo, también hoy el Señor realiza un Milagro asombroso: no multiplica ya un pan común, pero transforma el pan y vino que presentamos en su propio Cuerpo y Sangre!

¿Será posible tomar suficiente conciencia de este magno Milagro que sucede en cada Eucaristía? ¡Cuánta fe nos falta! Si comprendiésemos verdaderamente que Dios mismo, por amor a nosotros, se hace presente y se ofrece como alimento nuestro, ¿dejaríamos de participar una sola vez de la Misa dominical?

Pero hoy tristemente hay tantos católicos que no han llegado a comprender el real significado y valor de la Misa, de modo que a ella anteponen cualquier otra actividad diciendo: “no tengo tiempo”, “de chico ya fui a Misa para toda mi vida”, “me aburre”, “igual encuentro a Dios en mi casa”, etc. Y así, ya sea por ignorancia o por mediocridad, por pereza o por no darle importancia alguna, dejan de asistir al encuentro dominical con el Señor, dejan de recibir el Pan de Vida que es la fuente de nuestra fuerza para el caminar, así como también la garantía de vida eterna.

La fe viva de muchos hermanos y hermanas en la fe denuncian nuestra propia indiferencia y desidia ante este inmenso e inefable Misterio del Amor de Dios. Ellos nos invitan con su ejemplo a hacer de la Misa el corazón del Domingo. Nos cuestionan y enseñan con su ejemplo los mártires de Abitinia, un grupo de alrededor de 50 cristianos que desobedecieron la prohibición del Emperador romano de participar de la Misa. La pena era la muerte. Al ser preguntados por su desobediencia, respondieron: «¡Sin el Domingo no podemos vivir!». Prefirieron arrostrar la muerte antes que faltar a la Misa dominical, porque comprendían que en la Eucaristía Cristo mismo se hace presente, y que Él es para el cristiano la fuente de vida, de paz, de fortaleza, de amor y plenitud. Sin Él, la vida se marchita.

Al mirar la fe heroica y ejemplar de estos y de muchos otros cristianos, podemos preguntarnos: ¿qué valor tiene la Misa dominical para mí? ¿Hago de ella “el corazón del Domingo”? ¿La pongo por encima de todo? ¿Hago de ella el fundamento de mi vida personal y familiar?

Siguiendo tus huellas, Señor

Partir con quien nada tiene,
pero que es digno de todo lo mejor
a sus ojos tristes y rojos,
y a los de Dios que nos mira a todos.

Partir no sólo lo sobrante,
también lo que hemos robado,
lo que hemos trabajado,
y hasta lo que nos es necesario.

Partir por justicia, por amor,
por encima de lo que es legal,
sin intereses y sin llevar la  cuenta,
hasta que el otro sienta la hermandad.

Partir con sencillez y entrega,
sin creerse mejor ni superior,
sin exigir cambio, ni recompensa,
ni reconocimiento a nuestra actitud.

Partir, y aceptar decrecer
sin agobio, sin temor, sin tristeza,
con la confianza puesta en ti
para hacer posible la fraternidad.

Partir evangélicamente
en todo tiempo, en todo lugar,
dentro y fuera de nuestro hogar,
en toda ocasión, aquí, ahora ya.

Partir, o al menos intentarlo cada día,
nunca en solitario, siempre en compañía;
pero sin pretensiones ni vanidad,
sólo para hacer posible el compartir.

Como Tú, Señor.

Florentino Ulibarri

Comentario al evangelio – Santa Brígida

En el sur de Europa solemos creer que los países escandinavos hace décadas que se han desenganchado de las raíces cristianas y viven en una cultura completamente secularizada. Esto no es del todo verdad, aunque algunas estadísticas apunten en esta dirección. Quizá porque fueron países en los que se produjo un desenganche más temprano, son también países en los que se están dando síntomas de “otra cosa”. Santa Brígida, cuya memoria celebramos hoy, viene del Norte. Ella es patrona de Europa porque representa una manera peculiar de iluminar las vicisitudes de este pequeño continente desde su experiencia de la pasión de Cristo.

Fue una santa viajera. Desde su Suecia natal peregrinó a Compostela, a Roma y a Tierra Santa, los tres lugares de referencia religiosa en el Medioevo. Habló a las autoridades civiles y eclesiásticas. Fustigó la corrupción. Nadie, ni siquiera el Papa, se vio libre de sus admoniciones. Quizá hoy no se toleraría una santa tan “incómoda” como Brígida. Pero su unión a Jesús fue y es la garantía de su fruto abundante.

He aquí una de las oraciones que le dirigía:

¡Oh Dulce Jesús! Herid mi corazón,
a fin de que mis lágrimas de amor y penitencia
me sirvan de pan, día y noche.
Convertidme enteramente, Oh mi Señor, a Vos.
Haced que mi corazón sea Vuestra Habitación perpetua.
Y que mi conversación Os sea agradable.
Que el fin de mi vida Os sea de tal suerte loable,
que después de mi muerte pueda merecer Vuestro Paraíso;
y alabaros para siempre en el Cielo con todos Vuestros santos. Amén.

Ciudad Redonda

Meditación – Viernes XVI de Tiempo Ordinario

Hoy es viernes XVI de Tiempo Ordinario.

La lectura de hoy es del evangelio de Mateo (Mt 13, 18-23):

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Vosotros, pues, escuchad la parábola del sembrador. Sucede a todo el que oye la Palabra del Reino y no la comprende, que viene el Maligno y arrebata lo sembrado en su corazón: éste es el que fue sembrado a lo largo del camino. El que fue sembrado en pedregal, es el que oye la Palabra, y al punto la recibe con alegría; pero no tiene raíz en sí mismo, sino que es inconstante y, cuando se presenta una tribulación o persecución por causa de la Palabra, sucumbe enseguida. El que fue sembrado entre los abrojos, es el que oye la Palabra, pero las preocupaciones del mundo y la seducción de las riquezas ahogan la Palabra, y queda sin fruto. Pero el que fue sembrado en tierra buena, es el que oye la Palabra y la comprende: éste sí que da fruto y produce, uno ciento, otro sesenta, otro treinta».

Hoy la «Parábola del sembrador» es como una advertencia que no se ha de olvidar, y una invitación perenne a responder con frutos al amor con el que Él cuida de nosotros. La fe nos permite reconocer a Cristo en el prójimo, y Su mismo Amor nos impulsa a transformar la Palabra recibida en vida entregada

La fe sin la caridad no da fruto, y la caridad sin fe sería un sentimiento constantemente a merced de la duda. La fe y el amor se necesitan mutuamente, de modo que una permite a la otra seguir su camino. Con palabras fuertes —que siempre atañen a los cristianos—, el apóstol Santiago dice: «Si no se tienen obras, [la fe] está muerta por dentro (…). Muéstrame esa fe tuya sin las obras, y yo con mis obras te mostraré la fe» (St 2,17-18).

—Sostenidos por la fe, miramos con esperanza a nuestro compromiso en el mundo, aguardando unos cielos nuevos y una tierra nueva en los que habite la justicia.

REDACCIÓN evangeli.net