(Mt 13, 18-23)
Vemos que en los tres ejemplos se da la progresión: escuchar, entender, perseverar, dar fruto. En el corazón que es como la tierra fértil se cumplen las cuatro cosas.
La semilla al borde del camino, inmediatamente comida por los pájaros, son los que escuchan la Palabra, pero ni siquiera la entienden. Tengamos en cuenta que «entender» en la Biblia no es simplemente una cuestión mental, sino una cuestión del corazón; es captar lo que algo significa, pero es también amarlo, aceptarlo, gustarlo. Del que es como la tierra pedregosa tampoco se dice que «entiende» la Palabra, sólo se dice que «la recibe con alegría», porque no es más que un entusiasmo superficial que no llega al corazón, que no termina de entrar al lugar de las decisiones profundas.
Lo mismo podemos decir de la semilla que cae entre cardos. Allí tampoco se «entiende» de verdad la Palabra, porque los deseos y la atracción del mundo pueden más, y el crecimiento es abortado. Eso significa que la Palabra no ha llegado al corazón, ya que cuando algo se deja entrar verdaderamente en el corazón, eso se convierte en una profunda convicción interior, en una cuestión personal que vale más que cualquier otra cosa que puedan ofrecernos.
Cuando algo llega realmente al corazón, ninguna otra cosa puede más que esa convicción amorosa.
Sólo la tierra buena «entiende» la Palabra, porque es una tierra dispuesta, sin obstáculos, que deja que la semilla eche raíces y las haga penetrar en lo profundo. Es el corazón que no opone resistencias, que deja lugar a esas raíces que llegan a lo hondo; es un corazón que se deja cambiar, que se deja tomar, aunque la Palabra le diga o le pida cosas que no estaban en sus planes.
Oración:
«Señor, tu tienes poder. Rompe mis durezas, destroza mis piedras, quema con tu fuego los cardos que ahogan tu Palabra; desmenuza mi corazón y conviértelo en tierra buena, para que tu Palabra pueda hacer su obra renovadora, y así experimente el gozo profundo de tu presencia».
VÍCTOR M. FERNÁNDEZ
El Evangelio de cada día