El camino de la vida

En pocos años ha crecido de manera insospechada el número de gentes, sobre todo jóvenes, que recorren «el camino de Santiago». No es fácil saber a qué se debe exactamente tal atracción. Peregrinar es mucho más que hacer deporte o vivir una aventura. Mucho más que emprender un viaje turístico o recorrer una ruta cultural. ¿Qué buscan quienes se ponen en camino hacia Santiago?

El camino ha sido desde muy antiguo un símbolo empleado para significar la vida humana. Vivir es caminar, dar pasos, marchar hacia el futuro. Lo dijo de forma bella Jorge Manrique en sus famosas Coplas: «Partimos cuando nacemos andamos mientras vivimos y llegamos al tiempo que fenecemos así que cuando morimos descansamos». Quien peregrina largas horas fácilmente comienza a repensar su vida de peregrino por esta tierra.

El camino es siempre marcha hacia adelante: ¿hacia dónde? El peregrino se pone en camino por algo: ¿qué le anima a emprender la marcha? Sin meta no hay camino sino un ir de una parte a otra vagando sin sentido. Solo la meta convierte el recorrido en camino. Solo la meta da sentido a los esfuerzos de cada día. La pregunta es inevitable: ¿Cuál es la meta de la vida?, ¿hacia dónde hemos de encaminar nuestros pasos?

Siempre se emprende el camino con esperanza y cierto temor, con confianza y con incertidumbre. Es necesario andar el camino acertado, no extraviarse, no seguir caminos equivocados. Así sucede también en la vida. Hemos de encontrar nuestro propio camino: ¿qué quiero hacer con mi vida?, ¿a qué quiero dedicarla? La grandeza de una persona se mide por la meta a que aspira y por el ideal que moviliza sus esfuerzos. Solo cuando sigue su vocación personal, sale el joven de la indefinición y del gregarismo.

Con el paso de los días, la peregrinación se va convirtiendo en escuela que permite ahondar en lo esencial de la vida. El cansancio, la marcha en silencio, la perseverancia en el esfuerzo, van conduciendo al peregrino hacia el fondo de su corazón. Es entonces cuando pueden brotar las preguntas esenciales: ¿No es Dios la meta última del ser humano? ¿No es la vida un peregrinar hacia nuestra patria verdadera? ¿No es Cristo el camino que hemos de seguir para encontrarnos con el Padre?

La llegada a Santiago, el encuentro con el apóstol testigo del Señor, la acción de gracias a Dios, la súplica callada, la reconciliación sacramental y la participación en la eucaristía puede culminar una experiencia religiosa renovadora como pocas.

José Antonio Pagola

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Servir sin esperar nada a cambio

No es fácil hacer una reflexión coherente en esta fiesta de Santiago. Sabemos que se trata de una fiesta más sociológica que religiosa; la prueba está en que la celebramos como fiesta o no, dependiendo de los intereses del político de turno. Desde el punto de vista religioso no tiene mayor relevancia, pero aun así debemos aprovecharla para recordar nuestros orígenes y tomar conciencia de los primeros pasos del cristianismo en nuestra España. Aunque la relación de Santiago con nuestra patria no sobrepasa el ámbito de la leyenda, puede ser una ocasión para experimentar la pertenencia.

También puede ser una buena ocasión para expresar juntos nuestro agradecimiento. Acción de gracias a todos aquellos primeros seguidores de Jesús que nos han ayudado a ser lo que somos. Y no cabe duda que la vivencia de los apóstoles fue vital para todo el que, más tarde, ha querido acercarse a él. No olvidemos que la eucaristía es siempre “acción de gracias”. En la figura de Santiago, agradecemos a todos los que nos han ayudado a iniciarnos y progresar en la fe. Conscientes de que es una riqueza que no hemos merecido, pero que tenemos que descubrir y desplegar.

La fiesta de cualquier apóstol nos recuerda que lo que nosotros pretendemos vivir hoy, ya lo han vivido hace dos mil años, otros que eran tan humanos y tan limitados como nosotros. El evangelio que acabamos de escuchar, no tiene desperdicio; pero curiosamente no es ningún alegato a favor de Santiago y Juan, y tampoco de los otros diez. El recordar esas pretensiones tan “humanas” nos lleva a los fundamentos de la primera comunidad y nos recuerda como se fue desarrollando y extendiendo desde un insignificante grupo de discípulos muy duros de mollera.

El evangelio nos recuerda una de la claves del mensaje de Jesús. No es fácil entrar en la dinámica del servicio total a los demás sin esperar nada a cambio, como actitud básica en la vida de un seguidor de Jesús. Es uno de los puntos del evangelio que están sin estrenar. Poquísimos cristianos, a través de los dos mil años de cristianismo, han sido capaces de vivir esa simple enseñanza. Hoy sigue siendo para nosotros, la piedra donde tropezamos en nuestro intento de vivir el evangelio. Descubrir que el centro es siempre el otro nos llevaría a una auténtica actitud evangélica.

Se ha utilizado la religión para escalar puestos y vivir mejor. Cuentan de un monaguillo que tocaba las campanas con todo entusiasmo a la muerte de un Papa. Cuando le preguntaron qué le ponía tan eufórico, contestó: El escalafón es el escalafón. Seguimos intentando por todos los medios, estar por encima de los demás. Ni clérigos ni laicos dejan de buscar el ser más que los demás, el mandar y disponer según su voluntad. Esa voluntad se da por supuesto que es la voluntad de Dios.

El ser humano es social en todos los aspectos de la vida, también en el religioso. El seguimiento del evangelio no se puede hacer individualmente y desentendiéndose de de los demás, pero esa interdependencia tiene que vivirse con sentido de comunidad. En ningún caso debemos refugiarnos en guetos cerrados o peor aún, defensivos contra todo lo que no somos capaces de integrar. El grupo nos tiene que ayudar a comprender mejor y a vivir el evangelio.

El evangelio propone una alternativa al poder, como dominio y opresión. Para Jesús, todo poder que no se ejerce como servicio a todos es una usurpación del evangelio. Santiago y Juan pretendían aprovechar su cercanía a Jesús como un medio para alcanzar el poder. Jesús les ofrece una alternativa a ese mismo poder. Esta propuesta desbarata nuestra instintiva tendencia al domino de otro y a la opresión. Los primeros seguidores de Jesús aprendieron la lección, aunque les costó Dios y ayuda.

La necesidad de estar por encima de los demás es signo de que estamos anclados en nuestro falso yo. Nadie podrá superar esa exigencia del ego si no deja de identificarse con la parte de sí mismo que no es más que apariencia. El evangelio de hoy nos pone en guardia sobre esa tentación de emplear la religión para estar por encima de los demás. Recordemos que la diatriba de Jesús no va dirigida solo contra los dos hermanos sino también contra los diez que demuestran tener las mismas aspiraciones.

Vamos a aprovechar esta fiesta para pensar en nuestra pertenencia a una nación. Sin duda tenemos mucho que rectificar en la forma que hemos tenido de vivir la fe en comunidad. Hemos dejado atrás el nacionalcatolicismo, pero dudo que hayamos superado el afán de vencer al opositor en lugar de convencer desde la vivencia religiosa. No podemos evocar esta fiesta para seguir defendiendo nuestros instintos patrioteros, oponiéndonos con uñas y dientes a todo el que no es de los nuestros.

La campaña de desprestigio y acoso que está sufriendo hoy el cristianismo en España no debe asustarnos y debe servir de acicate para superar actitudes trasnochadas. En vez de quejarnos, lo que tenemos que hacer es ser más fuertes, pero desde la postura de Jesús, abandonando todo privilegio y poniéndonos a nivel de los más bajos para elevar a todos desde ahí. Los apóstoles no lo entendieron todo de repente, pero supieron aprender de sus mismos errores. Los fallos tienen que hacernos más firmes.

También tiene sentido celebrar con los no creyentes una fiesta sociológica. Cada pueblo, y el conjunto de todos los pueblos de España, tenemos que vivir en comunidad para poder solucionar los problemas que afectan a todos. El primer requisito para que nos comprometamos en la búsqueda del bien común, será potenciar el sentido de pertenencia. El pertenecer a una familia no impide, sino que potencia la pertenencia a un pueblo o ciudad, sea grande o pequeña. La pertenencia a un municipio no tiene que impedir para nada la integración en la región. Si la pertenencia a una comunidad no me hace sentirme más seguro y más libre es que están mal planteados.

Jesús nos dijo: “No será así entre vosotros”. Pero la historia y los oprimidos nos dicen: “Ha sido y sigue siendo así entre nosotros”. Seguimos con la misma dinámica de los dos hermanos. Debemos comparar lo que vivimos con la propuesta de Jesús. No vale la excusa: “primero hay que servir a Dios y luego a los hombres”. Esta idea es sencillamente diabólica, porque bajo el pretexto de servir a Dios, estamos preparados para servirnos de todo dios, y dispensarnos de servir a los demás.

Ni poder ni riqueza ni honores tienen valor para Jesús, porque no ayudan a ser más humanos. Lo único que nos hace más humano es el servicio a los demás. El único valor absoluto es el hombre, cualquier hombre; a él tiene que estar orientado todo lo demás. Esta actitud, que es la clave del mensaje de Jesús, la hemos cambiado por otra que no se le parece en nada. Para la Iglesia, lo importante es la institución no la persona. En nombre de la institución se puede machacar impunemente a la persona concreta, poniendo como excusa que hay que sacrificarse por la comunidad.

Fray Marcos

Poder o servicio

Parece que la búsqueda de poder, en todos los niveles, es tan antigua como la humanidad. También en el reducido grupo de Jesús, que siempre lo denunció con fuerza, afloró la lucha interna por ese motivo. El evangelista Mateo, tratando de “suavizar” la situación, pone la petición en boca de la madre de los Zebedeos, aunque sabemos por Marcos (10,35) que no fue ella, sino los propios hermanos, quienes reclamaban de Jesús los lugares de privilegio.

¿Qué tiene el poder que lo convierte en objeto prioritario de deseo? Fundamentalmente, promesa de autoafirmación, de bienestar y de seguridad. Veamos cada una de ellas.

El yo se afirma en la comparación, confrontándose con los otros -si dejara de confrontarse, saldría de la consciencia de separatividad y terminaría diluyéndose- y marcando su (imaginada) superioridad. El poder le promete una posición de superioridad e incluso de dominio, sumamente golosa para él.

El yo trata de eludir constantemente la frustración. Desde su pretensión de que la realidad responda a sus deseos, cree encontrar en el poder la posición privilegiada para conseguir todo lo que se propone.

El yo, como vacío que es, hambrea seguridad. Ahí nace su necesidad compulsiva de aferrarse a todo aquello que puede sostenerlo: posesiones, bienes, títulos, imagen, relaciones… Pues bien, el poder promete otorgarle una aureola de fuerza y de superioridad, haciéndole creer que se encuentra a salvo de los miedos.

Eso es lo que el poder promete. Pero la realidad es bien distinta: lo que realmente produce es división y enfrentamiento. Y es aquí donde se hace patente la sabiduría de Jesús, constatando cómo funciona el ejercicio del poder, previniendo de su trampa (“no será así entre vosotros”) y compartiendo su propio camino de servicio.

La sabiduría -el acierto en la existencia- no pasa por acumular poder, sino por servir hasta dar la vida. La búsqueda de poder es el programa del ego, que terminará en frustración; el servicio nace de la comprensión de lo que somos.

¿Qué hay en mí de búsqueda de poder, aunque solo sea en mis relaciones más cercanas, y qué hay de servicio?

Enrique Martínez Lozano

Comerán y sobrará

En la vida hay momentos que sirven para darse cuenta o tomar conciencia de algo que está más allá de lo superficial, de lo habitual. Son momentos significativos y en cierto modo celebrativos. La duda es si en el rito actual de la eucaristía (mal llamada misa) las experiencias fundantes de las personas sencillas tienen o no, cabida o acogida.

El evangelio de hoy nos recuerda de forma espontánea a la eucaristía. Relato que narran también los sinópticos pues debió ser un “signo” importante en el devenir de las comunidades cristianas. No olvidemos que Juan, que sabe mucho de eucaristía, comienza el relato de la pasión con el lavatorio de los pies. Por algo será.  

La fe, que es conversión y praxis, exige que se proclame y se celebre a través de gestos humanos como es el partir y repartir el pan, puesto que en ese signo reconocemos el don supremo de Dios-con-nosotros que es Jesucristo. Así, la fe vivida es una “exigencia” de la fe celebrada, fuente gratuita que nos nutre y fluye permanentemente. La conversión es dejar una dimensión de mi persona en manos de Alguien en quien confío, sé que me busca y me quiere.

El signo de liberación humana que realiza Jesús en el evangelio debería ser signo visible en cada persona y comunidad cristiana y debería rehuir, como él hizo, toda tentación de autosuficiencia, especialmente de orden político, social o religioso. Todo un aviso a quienes ostentan cualquier poder.

Cabría preguntarse si este gesto sencillo, profundamente humano, al alcance de toda comprensión, se expresa por igual entre quienes celebramos. O más bien, y salvo honrosas excepciones, es la celebración de la mesa compartida y sillas alrededor que venimos haciendo mujeres y hombres de comunidades cristianas, grupos diversos, plurales, donde el gesto, el signo y la Palabra comunicada adquieren todo su sentido. Porque no sólo es importante lo que sentimos, pensamos y hacemos, que puede evolucionar o dejarnos anclados, sino que nos guía el Espíritu que Somos, que habita en nuestra mismidad, en nuestra interioridad y forma parte de nuestra Identidad primordial.

Jesús tiene la sensibilidad y la sabiduría de percibir, esto es, conocer en profundidad, qué está pasando por el corazón de toda persona. Su manera de hablar, mirar, enseñar y actuar con una actitud nueva, radical, transformadora y con el amor en el centro, sin hacer distinciones ni descartar a nadie. En aquella comida cada uno comparte lo que lleva, todo se pone a disposición de los demás. Jesús pronuncia la acción de gracias, es decir, se vincula la comida con el ámbito de lo divino porque el alimento es don de Dios para todos; pero también darse, entregarse, compartir nuestros “talentos”, nuestro tiempo, lo que cada uno tiene, lo que cada uno es. Ese es el milagro.

Hoy, seguimos creyendo y ¿esperando? en la sinodalidad que el papa Francisco pone en marcha hasta el 2023 con el fin de que todos los creyentes participemos en ese proceso indispensable, esencial. Sin embargo, mucho nos tememos que el clero, una vez más, siga el modelo secular de Iglesia patriarcal, jerárquica y piramidal y, al mismo tiempo,  los cristianos/as decepcionados y hastiados del inmovilismo, autoritarismo y del clericalismo, nos lleve a la indolencia y a la inacción; aquello de “otros lo harán”.

Por desgracia, los documentos finales de los sínodos siguen sin reflejar la experiencia y la realidad viva y dinámica del pueblo creyente. Como muestra, el modo en que los cristianos/as vivimos hoy la sexualidad, revisión del celibato sacerdotal, las diversas experiencias del amor en toda su riqueza y diversidad, la elección de obispos, el acceso de la mujer al presbiterado…

Si a estas alturas todavía no se entiende la sinodalidad como un caminar juntos donde la prioridad es hacer posible y creíble el Reino de Dios, hoy, y no se cambia la estructura eclesial ni la organización actual, seguiremos en un callejón sin salida.

Somos pan y queremos ser pan para los demás en una Iglesia donde mujeres y hombres, en plano de igualdad, participemos en la vida y en el ejercicio de los distintos ministerios. El bautismo es el signo de nuestra identidad original, no el sacramento del orden. Somos una Comunidad inclusiva que ha de contar también con nosotras, las mujeres, en los principales órganos consultivos y de decisión en los que hoy estamos ausentes.

Querida Iglesia: tú que eres femenina y madre, despierta y recupera todo lo que el Concilio Vaticano II supuso de apertura, comunión, fraternidad/sororidad. Sé valiente y examina las cuestiones críticas a la luz del evangelio, tomando a Cristo como referencia. Recuerda: Ecclesia semper reformanda – ¡Iglesia siempre en actitud de renovación! Una Iglesia al estilo de Francisco, Pueblo de Dios, popular, Comunidad de Iguales, comprometida con la Justicia, la Paz y la integridad de la Creación.

En toda crisis se gestan nuevas oportunidades pero no podemos permitirnos una demora más en lo esencial de tu misión: anunciar el evangelio a las gentes, darles apoyo y consuelo en sus desamparos y sufrimientos, escuchar los gritos de los inocentes.

Hermano Francisco, no estás solo. Tú lo sabes bien. Has cambiado el rostro de la Iglesia en favor de los más vulnerables y has solicitado que las mujeres sigan dando testimonio de fe y de vida en todos los ámbitos. Escucha la voz de quienes te ofrecen ayuda, trabajo y humilde consejo. Estamos en la retaguardia y no se nos ve, pero seguimos atentas compartiendo el pan de la abundancia, confiando en que todos/as tengamos cabida y se superen las divisiones entre los cristianos o de otras confesiones religiosas que hacen posible el amor en toda su riqueza y diversidad. Volverá a ser la Iglesia de la alegría y la esperanza, habrá pan para todos y aun sobrará para que la comunidad siga creciendo. Solo así reflejaremos e irradiaremos el poder del Espíritu de Dios. Nos basta su Amor y su gracia.

¡Shalom!

Mª Luisa Paret

Comentario – Domingo XVII de Tiempo Ordinario

(Jn 6, 1-15)

Este texto sobre la multiplicación de los panes nos muestra la verdadera voluntad de Dios: que no falte el pan para todos.

Los apóstoles ofrecieron a Jesús los panes de un niño, y esa fue la base del prodigio. Así se nos enseña que cuando nos dejamos usar por la fuerza del amor y le ofrecemos lo poco que tenemos, hay pan para todos, y sobra. Pero cuando algunos se dejan llevar por el egoísmo, el pan se acumula en pocas manos y no hay pan para todos.

Porque Dios actúa en nuestra historia a través de instrumentos humanos, y cuando esos instrumentos se resisten a cumplir su función y se encierran en la ambición y la comodidad, no se cumple la voluntad de Dios en nuestra tierra.

Hasta ese punto se ha sometido Dios a nuestra libertad muchas veces mezquina, hasta el punto de aparecer impotente y débil frente a nuestros males. Tenemos que reconocer que los problemas económicos, sobre todo cuando hay marcadas diferencias sociales, son en realidad problemas de amor, son el reflejo de una gran incapacidad de amar y de compartir.

Pero cuando el pan se comparte y se reparte, se convierte en una forma de encuentro que es un anticipo del cielo, y hay pan para todos.

Además, estos panes son un símbolo de la Eucaristía, del pan espiritual del cual va a hablar Jesús más adelante. Y la Eucaristía siempre es pan para todos; nadie se ve privado de ella por falta de dinero; es pan sobreabundante tanto para ricos como para pobres, es pan que no hace distinción de personas.

La relación entre el pan que se comparte y el pan de la Eucaristía aparece con mucha claridad en 1 Cor 11, 20-22.

Oración:

«Señor, que eres generoso, que regalas tus dones en abundancia, toca los corazones humanos para que el egoísmo no deje a muchos de tus pobres sin el pan que necesitan para vivir Transforma este mundo de ambición e indiferencia, de manera que haya pan para todos».

 

VÍCTOR M. FERNÁNDEZ
El Evangelio de cada día

Lectio Divina – Solemnidad de Santiago Apóstol

El Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir

INTRODUCCION

Señor, hoy vengo a la Santa Misa y escucho de tus labios unas palabras difíciles de entender: “No sabéis pedir”. ¿Es posible que haciendo oración todos los días, me digas que no sé pedir? Con humildad, debo confesar que es así.   “Ni la madre de los zebedeos, ni sus hijos, ni los demás apóstoles sabían pedir. Y yo tampoco. Reconozco que es egoísta mi oración. Dime Tú cómo tengo que pedir. Haz que yo esté dispuesto a beber la copa que Tú ya has bebido.

TEXTOS BÍBLICOS

1ª Lectura: Hech. 4,33; 5.12.27-33.12,2.     2ª Lectura: 2Cor. 4,7-15

EVANGELIO

Mateo 20, 20-28

Entonces se le acercó la madre de los hijos de Zebedeo con sus hijos, y se postró como para pedirle algo. Él le dijo: «¿Qué quieres?» Ella le dice: «Manda que estos dos hijos míos se sienten, uno a tu derecha y otro a tu izquierda, en tu Reino». Replicó Jesús: «No sabéis lo que pedís. ¿Podéis beber la copa que yo voy a beber?» Le dicen: «Sí, podemos». Les dijo Jesús: «Mi copa, sí la beberéis; pero sentarse a mi derecha o mi izquierda no es cosa mía el concederlo, sino que es para quienes está preparado por mi Padre. Al oír esto los otros diez, se indignaron contra los dos hermanos. Mas Jesús los llamó y dijo: «Sabéis que los jefes de las naciones las dominan como señores absolutos, y los grandes las oprimen con su poder. No ha de ser así entre vosotros, sino que el que quiera llegar a ser grande entre vosotros, será vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros, será vuestro esclavo; de la misma manera que el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos».

MEDITACIÓN-REFLEXIÓN

Jesús nos dijo: “No será así entre vosotros”. Pero la historia es tozuda y nos dice; “Ha sido y sigue siendo así entre nosotros”. Creo que seguimos con la misma dinámica de los dos hermanos. Y para confirmar lo que digo no necesito ir a Roma. El escándalo lo llevo dentro de mi propio corazón. Me gusta ser importante, me gusta que me sirvan, me gustan los primeros puestos, me gusta todo lo que se opone al proyecto de Jesús. Estamos aquí para servir, para lavar los pies, para dar de comer al hambriento, para hacer la vida más agradable a la gente que lo pasa mal, aunque esto suponga que yo debo sacrificarme. Que quede claro que Santiago no mató ni a moros ni a nadie. Santiago se dejó matar por dar testimonio del Evangelio de Jesús. Ese Santiago que pedía los primeros puestos, fue trabajado por Jesús y fue capaz de “beber la copa del dolor” para parecerse más a él. Ojalá que en la España actual desaparezcan los “Santiagos-mata-moros”, los intolerantes, los que quieren imponer el evangelio por la fuerza de la espada. Y aparezca el verdadero Apóstol, el que quiere convencer con la fuerza de la verdad. la humildad y la bondad. El que rubrica con su propia sangre la verdad que predica.  El Papa Francisco nos advierte:” Existe el riesgo de no entender la verdadera misión del Señor: esto sucede cuando se aprovecha de Jesús, pensando en “el poder”. Esta actitud se repite en los evangelios. Muchos siguen a Jesús por interés. Incluso entre sus apóstoles: los hijos de Zebedeo querían ser, uno, primer ministro y el otro, ministro de economía, querían el poder. Esa gracia de llevar la buena noticia a los pobres, la libertad a los cautivos y la vista a los ciegos, la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia, se vuelve oscura, se pierde y se convierte en querer algo del poder. Siempre existió esa tentación del poder y de la hipocresía, de pasar del estupor religioso que Jesús nos da cuando nos encuentra, a querer sacar una ventaja personal” (.Cf S.S. Francisco, 20 de abril de 2015, Santa Marta).

PREGUNTAS

1.- Cuando busco a Jesús, ¿qué busco? ¿Mis intereses personales o la voluntad del Padre?

2.- Ser cristiano es estar dispuesto a responder a esta pregunta: ¿Puedes beber el cáliz que yo he de beber? Soy realmente cristiano si   con decisión y humildad digo: PUEDO.

3.- Como Santiago, ¿estoy dispuesto a jugarme el tipo por Jesús?

ESTE EVANGELIO, EN VERSO, SUENA ASÍ:

Celebramos la gran Fiesta
de nuestro Patrón SANTIAGO.
Con su presencia en España
fuimos evangelizados.
Al anunciarnos a Cristo,
nos trajo el mejor regalo:
el tesoro de la fe,
la gracia de ser cristianos.
Junto con su hermano Juan
soñó» galones de mando»,
pero Jesús le enseñó
a servir, a ser esclavo.
Como Jesús, dio, gozoso,
la vida por los hermanos.
Por obedecer a Dios,
acabó «decapitado».
Pero, tras beber el cáliz
de Jesús Crucificado,
se vistió el traje de gloria
del Señor Resucitado.
Herederos de su fe
queremos seguir sus pasos:
llevar el «servicio» escrito
en la palma de las manos.
Aunque, por ser tus testigos,
nos paguen con el «rechazo»,
llena, Señor, con tu gracia,
nuestras «vasijas de barro».

(Estos versos son de José Javier Pérez Benedí)

La gente solo busca la salvación material

El domingo pasado nos dejaba el relato evangélico de Marcos ante la multiplicación de los panes. En su lugar, la liturgia inserta, a partir de este domingo, todo el c. 6 de Jn. Es el más largo y denso de todos los evangelios y nos va a ocupar cinco domingos. Partiendo de la multiplicación de los panes, elabora toda una teología del seguimiento. En el fondo, se trata de un proceso de iniciación catequética, que en la comunidad duraba varios años y que, al final, obligaba a tomar una decisión definitiva: el bautismo o abandonar.

Como siempre en Juan, todo son símbolos. El pan es el signo del alimento espiritual. El monte es el lugar donde habita la divinidad. Jesús subió al lugar que le es propio. Sentarse es el símbolo de enseñanza rabínica. “Estaba cerca la Pascua” no es un dato cronológico, sino teológico. La gente no sube a Jerusalén, como era su obligación. Busca en Jesús la liberación que el templo no puede darle. Proclamarle Rey es buscar seguridades.

El dinero es lo que había desplazado a Dios del templo; utilizado por el sistema opresor, es el causante de la injusticia. Comprar pan es obtener un bien necesario para la vida, a cambio de dinero, inventado para dominar. El vendedor dispone del alimento; lo cede solo bajo ciertas condiciones dictadas por él. La vida no está al alcance de todos, sino mediatizada por el poder. Jesús no acepta tal estructura, pero quiere saber si sus discípulos la aceptan. Felipe no ve solución. Doscientos denarios era el salario de un año.

Andrés muestra una solución distinta. Habla de los panes y los peces que descubre como algo de lo que se puede disponer. El muchacho (muchachito, doble diminutivo) representa al insignificante grupo de los discípulos. Los números simbólicos 5+2=7 indican totalidad. Todo se pone a disposición de los demás. Al ser de cebada, pone en relación este episodio con el de Eliseo. Eliseo dio de comer a cien, con veinte panes. Jesús da de comer a cinco mil con cinco. La propuesta de Andrés es la adecuada pero no hay medios suficientes.

Comer recostado era signo de hombres libres. Jesús quiere que todos se sientan personas con su propia responsabilidad. No quiere servidumbres ni dependencias de ninguna clase. Aquí está ya apuntando a la falsa interpretación que van a hacer del signo. El lugar (con artículo determinado) era el modo de designar el templo. Dios no está ya en el templo sino donde está Jesús. La mucha hierba, signo de la abundancia de los tiempos mesiánicos.

Pronunció la acción de gracias (eucaristhsaV=eucaristizó). Este dato tiene mucha miga. Se trata  de conectar la comida con el ámbito de lo divino (los sinópticos hablan de elevar la mirada al cielo). Se reconoce que el alimento es don de Dios a todos; nadie puede apropiárselo para después sacar provecho de su venta. Una vez liberado del acaparamiento egoísta, todos tendrán acceso a ese bien necesario. Su finalidad primera, alimentar, se eleva para convertirlo en signo de Vida. Solo en este nuevo espacio es posible el compartir.

Recoged los pedazos que han sobrado. “Lo sobrado” no tiene sentido de resto, desperdicio sino de sobrante, sobreabun­dante. En la Didaché se llama al pan eucarístico “los trozos” (klasma). Deben recogerlos porque la comunidad tiene que continuar la obra de la entrega. Otra gran diferencia con la experiencia del Éxodo. El maná no duraba de un día para otro; lo que Jesús ofrece tiene valor permanente y hay que cuidarlo. Recordemos que en los Hch se llama a la eucaristía “la fracción del pan”. No es pan, sino pan partido.

Llenaron doce canastas. «Doce» hace referencia a las doce tribus de Israel, como símbolo del pueblo que había acompañado a Moisés, el profeta que tenía que venir al mundo. Se trata de un profeta como Moisés que haría los mismos prodigios que él. No reconocen la novedad de Jesús. Siguen creyendo en una salvación venida de fuera. Más tarde se establece una clara distinción entre el alimento que les da Jesús y el maná.

Quieren hacerle rey. No han entendido nada. La multitud queda satisfecha con haber comido. La identificación con Jesús y su mensaje no les interesa. Jesús quiere liberarles, ellos prefieren seguir dependiendo de otro. Jesús les pide generosidad; ellos prefieren recibir. Quiere asociarlos a su obra; ellos quieren descargar en él su responsabilidad. La solución es compartir todo con todos. La salvación no está en que alguien solucione mi problema sino en estar dispuesto a dar a los demás lo que uno tiene y lo que uno es.

Se retiró a la montaña él solo. Jesús sube a lo alto, mientras los discípulos bajan. Ante la total incomprensión de la gente, Jesús no tiene alternativa: se vuelve al monte (lugar de la divinidad). Completamente solo, como Moisés después que el pueblo traicionó a Dios haciéndose un ídolo. Este paralelismo con Moisés muestra la gravedad de lo sucedido. Haciendo de Jesús un Mesías poderoso, repiten la idolatría de los israelitas en el desierto. En ambos casos quieren adorar a Dios bajo la falsa imagen que ellos habían hecho de Él.

El dinero sigue siendo la causa de toda desigualdad. Todo tiene un precio. La gratuidad ha desaparecido de nuestra sociedad. Seguimos ante la encrucijada pero no tomamos una decisión. No tomar el camino espiritual es dejarnos llevar por el hedonismo, la búsqueda de placer a cualquier precio. En el mejor de los casos, nos empeñamos en ir por dos caminos opuestos al mismo tiempo. La religión, como la entendemos, nos lleva a la esquizofrenia.

Jesús pudo escapar de la pretensión de aquella gente, pero de nosotros, no puede escapar y lo hemos proclamado rey del universo. Debemos examinar los motivos que nos mantienen unidos a Jesús. ¿Por qué somos cristianos? ¿Por qué venimos a misa? Yo os lo voy a decir: Para asegurarnos sus favores aquí abajo y además, garantizar una eternidad dichosa en el cielo. ¡Poco han cambiado las cosas! También nosotros seguimos sin querer saber nada del servicio y la entrega a los demás. El evangelio sigue sin estrenar.

Seguimos poniendo lo espiritual al servicio de lo material. No nos interesa lo que Dios quiere sino nuestro placer. Solo nos interesa que Dios se ponga a nuestro servicio. Si todos los que nos llamamos cristianos empezáramos a compartir, como Jesús nos pide, se produciría la mayor revolución de la historia humana. Si esperamos a compartir cuando hayamos cubierto todas nuestras necesidades, nunca compartiremos nada. La técnica del capitalismo es precisamente aumentar las necesidades a medida que se van satisfaciendo.

Meditación

Jesús no quiere estar por encima de los demás.
Tampoco quiere que la gente se esclavice.
La auténtica salvación no puede venir de fuera.
El horizonte de tu plenitud está dentro de ti.
Lo externo, ni te tiene que atar, ni te puede liberar.

Fray Marcos

Jesús alimenta a su comunidad y prepara un discurso

El domingo pasado, el evangelio de Marcos presentaba a Jesús enseñando a su pueblo, venido de muy distintos lugares. Inmediatamente después, lo alimenta mediante la multiplicación de los panes y peces. Pero este relato no se ha toma hoy de Marcos, sino de Juan, porque los cuatro domingos siguientes los dedica la liturgia a la lectura del discurso del pan de vida, que solo cuenta Juan.

Jesús y Eliseo (2 Reyes 4,42-44)

Es raro que Juan coincida con los Sinópticos (Mateo, Marcos, Lucas) en algún relato. Este de la multiplicación de los panes y los peces es uno de los pocos casos. Y los cuatro evangelios toman como punto de referencia el milagro atribuido a Eliseo en el Antiguo Testamento. Este profeta, rodeado de una comunidad de unos cien hombres, muy pobres, recibió un día como regalo veinte panes de cebada y cierta cantidad de espigas. Teniendo en cuenta las dimensiones de los antiguos panes, no era demasiado difícil sacar un bocadillo para cada uno. Al criado le parecen pocos; pero, en contra de sus dudas, comieron todos y sobró.

El milagro de la multiplicación de los panes y los peces está calcado sobre el de Eliseo, pero aumentando las dificultades. En vez de cien personas son cinco mil (según Mc, Lc y Jn; Mt añade «sin contar mujeres y niños», lo cual obligaría a pensar en unos veinte mil). Y en vez de veinte panes, Jesús solo dispone de cinco.

A pesar de todo, igual que Eliseo dijo: «comerán y sobrará», los comensales de Jesús comieron «todo lo que quisieron»; y, para demostrar la abundancia, se recogen doce canastos de sobras de los cinco panes.

Queda claro el poder superior de Jesús. Pero los Sinópticos añaden un detalle importante: este milagro ocurre «en un lugar desierto», y esto trae a la memoria la marcha del pueblo por el desierto, cuando Dios lo alimenta con el maná. Jesús, nuevo Moisés y superior a él, también alimenta a su comunidad (quizá por eso Mt hace mención expresa de las mujeres y niños). Jn desarrollará en el discurso posterior la relación con el maná y con Moisés.

La multiplicación de los panes y peces según Juan 6,1-15

A pesar de las semejanzas, el relato de Juan ofrece notables diferencias con el de los Sinópticos.

1. La indicación temporal falta en los Sinópticos: «Estaba cerca la Pascua, la fiesta de los judíos.» De este modo, Jn relaciona la multiplicación de los panes con la fecha de la muerte de Jesús. Jn no cuenta la institución de la Eucaristía, pero este milagro, ocurrido en la misma fiesta, simboliza la idea de que Jesús alimenta a su pueblo.

2. La preocupación por la gente no parte de los discípulos, sino de Jesús. En los Sinópticos, son ellos quienes se acercan a decirle que despida a la gente para que se busque algo de comer. En Jn, es el mismo Jesús quien toma la iniciativa preguntando a Felipe cómo resolverán el problema.

3. Lo anterior demuestra que los discípulos descargan la responsabilidad en el pueblo: son ellos los que tiene que buscarse de comer. Jesús, en cambio, se encarga de darles de comer.

4. Para dejar clara la dificultad del problema, Felipe indica lo que costaría alimentar a esa gente: doscientos denarios. El denario era el jornal de un campesino; doscientos denarios suponen una cantidad muy grande para un grupo que vive de limosna, como el de Jesús.

5. La relación entre el milagro de Jesús y el de Eliseo queda especialmente clara en Juan, ya que, mientras los Sinópticos hablan simplemente de «cinco panes», Juan indica que son «panes de cebada», como los que regalan a Eliseo.

6. El momento culminante difiere de manera notable. Los Sinópticos dicen que Jesús «levantando los ojos al cielo, los bendijo, los partió y los dio a los discípulos para que los repartieran a la gente». Tres acciones (alzar la mirada, bendecir, partir), pero quienes reparten el pan a la gente son los discípulos. En Jn, Jesús solo realiza una acción, dar gracias (euvcaristh,saj); pero lo más importante es que es él mismo quien distribuye el pan a todos los presentes. Es claro que se trata de un dato simbólico. Un camarero para cinco mil personas es imposible. Jn quiere indicar que, en la eucaristía, es Jesús mismo quien nos alimenta.

7. Mateo, al contar este milagro, omite la referencia a los peces en el momento de la multiplicación, para subrayar la importancia del pan como símbolo eucarístico. Juan lo sugiere de forma distinta. La orden de Jesús: «Recoged los trozos sobrantes para que nada se pierda», la refieren los discípulos solo a los panes, no se preocupan de los peces. Es probable que estas palabras de Jesús reflejen la práctica litúrgica posterior, cuando se pensó que el pan eucarístico no podía ser tratado como otro cualquiera.

8. La reacción del pueblo y la de Jesús. En los Sinópticos, la gente no es consciente del milagro ocurrido. En Juan, el pueblo se sorprende de lo hecho por Jesús y deduce que es el profeta esperado, semejante a Moisés, que alimentó al pueblo en el desierto. A primera vista, extraña que identifiquen a ese «profeta que va a venir al mundo» con el futuro rey de Israel. Pero Flavio Josefo habla de profetas que se presentaban en el siglo I con pretensiones regias, mesiánicas. La intención del pueblo es claramente revolucionaria, nombrar un rey que los gobierne distinto del César romano, un rey que los libere. Jesús no comparte ese punto de vista y huye. «Mi reino no es de este mundo», dirá a Pilato.

Un milagro que continúa en un discurso

En los Sinópticos, el milagro está cerrado en sí mismo. En Juan, el milagro supone el punto de partida para el largo discurso que se leerá en los próximos domingos. Es importante recordar este detalle al comentar el texto: se puede subrayar la preocupación de Jesús por la gente, su poder infinitamente superior al de Eliseo, el simbolismo eucarístico, la oposición de Jesús a un mesianismo político… pero hay que dejar claro que el relato es solo la puerta a un discurso. «Ahora viene lo bueno».  El milagro de los panes sirve para presentar a Jesús como el verdadero pan de vida.

Receta para conseguir la unidad (Efesios 4,1-6)

El domingo pasado, la carta a los Efesios recordaba que Dios reconcilió a judíos y paganos mediante la muerte de Jesús. Pero esa unidad puede resquebrajarse fácilmente. No solo entre los dos pueblos, sino también dentro de las comunidades del mismo origen. La experiencia de veinte siglos lo demuestra. Pablo, desde la cárcel, aconseja las actitudes que ayudan a mantener la unidad: humildad, amabilidad, comprensión, sobrellevarse mutuamente, esforzarse en mantener el vínculo de la paz. Así se llegará a ser un solo cuerpo y un solo espíritu, basados en «un Señor, una fe, un bautismo». Este texto recuerda, con palabras muy distintas, el gran deseo de Jesús en su despedida, según el evangelio de Juan: «Padre, que todos sean uno, como tú en mí y yo en ti». Y, en relación con el evangelio, nos recuerda que somos uno todos los que comemos el mismo pan.

José Luis Sicre

Peregrinación interior

Este año, la Solemnidad de Santiago, Apóstol, patrón de España, coincide con un domingo, es Año Santo Jacobeo, por lo que la Eucaristía toma los textos de esta solemnidad. Cuando hablamos del Apóstol Santiago, inmediatamente nos viene a la mente el camino de Santiago, los peregrinos… Pero en quien debemos poner hoy nuestra mirada es en él, Santiago, hijo de Zebedeo y hermano de Juan, el evangelista. Junto con Pedro y Juan, Santiago fue testigo de la transfiguración y de la agonía del Señor en Getsemaní. Según una tradición, vino a España a predicar el Evangelio hasta el fin del mundo conocido (Finis terrae). Como hemos escuchado en la 1ª lectura, murió decapitado por el rey Herodes y, también según diferentes tradiciones, sus restos mortales se encuentran en Santiago de Compostela, convirtiéndose pronto su sepulcro en un lugar de peregrinación.

Pero antes de realizar una peregrinación por cualquiera de los caminos que conducen a Santiago de Compostela, la Solemnidad de Santiago, Apóstol, nos invita a hacer una peregrinación interior, como él mismo la tuvo que hacer.

Sabemos que él y su hermano tenían un carácter tan fuerte que Jesús les dio el apodo de “Boanerges”, es decir “los hijos del trueno” (Mc 3, 17). Y, como hemos escuchado en el Evangelio, a pesar de ser del grupo de los Doce y de su cercanía a Jesús no entendían su predicación y veían el seguimiento de Jesús como una posibilidad de alcanzar poder, como expresa su madre a Jesús: Ordena que estos dos hijos míos se sienten en tu reino, uno a tu derecha y el otro a tu izquierda.

Más aún, ambos se creían especialmente merecedores de ese puesto de honor: ¿Sois capaces de beber el cáliz que yo he de beber? Y contestaron orgullosamente: Lo somos. Jesús se encarga de rebajar sus expectativas: Mi cáliz lo beberéis pero el puesto a mi derecha o a mi izquierda es para aquellos para quienes lo tiene reservado mi Padre.

Santiago tuvo que hacer un peregrinaje interior, que culminó en Pentecostés, para llegar a entender la respuesta de Jesús: el que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor, y el que quiera ser primero entre vosotros, que sea vuestro esclavo. Pero ese peregrinaje dio sus frutos puesto que, a pesar de llevar este tesoro en vasijas de barro (2ª lectura), cumplió lo que hemos escuchado en la 1ª lectura: Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres y, por eso, fue el primero entre los apóstoles que bebió el cáliz del Señor (Prefacio).

Hoy tomamos a Santiago como referencia para hacer nuestra propia peregrinación interior. Podemos pensar en nuestro carácter, si también mereceríamos un apodo similar al de Santiago, qué consecuencias tiene para nosotros y los demás, y qué hacemos para moderar nuestro carácter.

Podemos pensar si, a pesar de nuestra cercanía al Señor en la oración, de nuestra participación habitual en la Eucaristía… realmente entendemos su predicación o nos limitamos a “cumplir”. Y también cuál es la razón para seguir al Señor, cuáles son nuestras expectativas. Quizá buscamos sólo “ganarnos el cielo”, incluso pensamos que “nos lo merecemos”.

En nuestra peregrinación interior podemos dejarnos interpelar por la respuesta que Jesús da a la petición de los Zebedeos y evaluar nuestra actitud de servicio y disponibilidad para hacernos “esclavos”, para aceptar compromisos y trabajos para llevar adelante la misión evangelizadora, sea con personas concretas, sea en la comunidad parroquial, sea en algún compromiso público. Y si nos creemos capaces de beber el cáliz del Señor, de aceptar amarguras por anunciar el Evangelio.

También podemos comprobar si obedecemos a Dios antes que a los hombres, si manifestamos con normalidad nuestra fe, o la ocultamos por miedo a la incomprensión o al ridículo.

Y, sobre todo, debemos plantearnos si nos sentimos discípulos y apóstoles, como lo fue Santiago, recorriendo un camino de santidad cuya culminación él ya ha alcanzado en la gloria.

Hagamos nuestra peregrinación interior porque, aunque somos conscientes de que este tesoro lo llevamos en vasijas de barro, el Señor nos llama y envía, como a Santiago, para que de palabra y obra, con humildad, servicio y valentía, anunciemos su Reino hasta los confines de la tierra (Hch 1, 8), nuestro “Finis terrae”, es decir, en cualquier lugar y ambiente en el que desarrollamos nuestra vida.

Comentario al evangelio – Solemnidad de Santiago Apóstol

Santiago apóstol, testigo y mártir


      Mi nombre es «Jacob» en hebreo. Jacoboen griego o latín. Y varía según vuestras diferentes lenguas: Jacob, Jacobo, Jakob, Sant-Iago, Yago, Thiago, Santiago, Jacques, James, Giacomo, Diego, Jaime…

      No me confundáis con Santiago el hijo de Alfeo, otro de los Doce apóstoles, al que Marcos llama “el menor”. Ni tampoco con Santiago “el hermano del Señor”, como le llama Pablo de Tarso. Éste ni siquiera fue de nuestro grupo de los Doce. Yo soy Santiago “el hermano de Juan”, “el hijo de Zebedeo”. Llamadme “Santiago, el mayor” o “Santiago, el peregrino” si preferís.

      Soy judío de Galilea, nací en la orilla norte del lago. En la cercana ciudad de Cafarnaúm teníamos nuestra barca. Mi hermano Juan y yo trabajábamos en la industria pesquera de mi padre Zebedeo, asociados con otros dos hermanos: Pedro y Andrés.

    Cuando aquel maestro de Nazareth nos dijo “seguidme”, lo dejamos todo… aún hoy no me explico bien por qué, pues no nos dio ninguna explicación. Pero es cierto que sentí un fuerte impulso del corazón y muchas ganas de «cambiar de aires», de rutinas, de olor a pescado… En la vida hay que saber arriesgarse algunas veces.  Y en la fe, sin riesgo, aventura, y «cambios»… no hay realmente seguimiento.

     Mayor fue mi sorpresa cuando Jesús me llamó por mi nombre para formar parte de un grupo especial de DOCE y entonces sí que nos dejó muy clara su finalidad:

1. Para que fuéramos su grupo de acompañamiento, algo así como sus más estrechos colaboradores “para que estuviéramos con Él” (Mc 3,14). Estar con él. Eso es ser discípulo.

2. Para que lleváramos su mensaje, nosotros seríamos los primeros anunciadores del Reino, nos llamaba “para enviarnos a anunciar, dar testimonio” (Mc 3,14). Testigos de lo que vivimos. Eso es ser discípulo.

3. Para que encarnáramos y simbolizáramos el nuevo Pueblo de Dios, como las doce tribus del antiguo Israel “para juzgar a las doce tribus de Israel” (Mt 18,38). Una nueva comunidad fraterna, siempre somos discípulos «con otros», en comunidad.

     Yo fui muy importante entre los DOCE, no hay más que fijarse en las cuatro listas de apóstoles que se conservan en el NT: Yo estoy siempre en el segundo puesto (después de Pedro) o en el tercero (después de Andrés o Juan). Con PEDRO y mi hermano JUAN, fui del grupo de los TRES ÍNTIMOS de Jesús.

     PEDRO, JUAN Y YO … fuimos testigos excepcionales de los momentos más importantes de Jesús. Destaco tres:

  • Primer momento: la resurrección de la niña Tabita (Gacela). Allí comprendimos el PODER de Jesús sobre la muerte,  y que su REINO era un reino de vida.

  • Segundo momento: Testigos del destello de su divinidad en el monte Tabor, y vimos su GLORIA, en la Transfiguración: que era realmente DIOS, a pesar de su humilde aspecto.

  •  Tercer momento: fuimos testigos de su angustia ante la muerte, en el Huerto de los Olivos, profundamente HUMANO.

Los tres momentos juntos revelan el misterio de Jesús en su totalidad.

             A mi hermano Juan y a mí Jesús nos puso un sobrenombre:«Boanerges». Nos resultó un sobrenombre extraño. Marcos hizo una traducción aproximada: «hijos del trueno». Y ¿por qué  “HIJOS DEL TRUENO”? No creáis que tenía algo que ver con nuestro carácter impetuoso, apasionados, exaltado, autoritario… Jesús no se preocupaba de la psicología, miraba más adentro… y sabía que no ahorrábamos esfuerzos en la misión encomendada ni calculábamos riesgos en la aventura del Reino

               Os presento tres situaciones en las que nuestro ímpetu fue tan exagerado que los Hijos del Trueno metimos la pata: 

 §  El exorcista desconocido (Mc 9,38-40). Mi hermano Juan increpó duramente a un desconocido,  que expulsaba demonios, sin ser de los nuestros. Fue una metedura de pata. Cómo nos gusta controlar al otro, y poner etiquetas, y dividir el mundo en «nosotros», y «los otros» a los que tenemos que controlar. Cuidado con esto, que la reprensión de Jesús vale para todos los suyos.

 §  El rechazo samaritano (Lc 9,52-56). Otro día fue todavía peor:  mi hermano Juan y yo pedimos fuego del cielo para acabar con una aldea samaritana que se había negado a recibirnos. La agresividad, la venganza, el «te vas a enterar»… Estas cosas no construyen Reino: otra dura reprimenda de Jesús nos lo hizo ver.

 §   La petición de los primeros puestos (Mc 10, 35-41). Tal vez la mayor metedura de pata fue nuestra ambición de conseguir los primeros puestos. Nos gustan lo títulos, las ventajas, el ser importantes y considerados, sentirnos por encima de los demás…. Me da vergüenza recordarlo. No habíamos entendido nada del proyecto de Jesús. El resultado fue que los otros Diez se enfadaron con nosotros. ¡Qué bien hacéis en procurar recuperar la «sinodalidad» de los comienzos y en desclericalizar la Iglesia! Servir al Reino, servir al que sufre, «rebajarse»…

     Pues a pesar de nuestro arrojo, cuando Jesús fue prendido en el huerto, le dejamos completamente solo; huimos todos deprisa y fuimos a refugiarnos en el Cenáculo, cerrando las puertas a cal y canto. Jesús nos tuvo que enseñar la humildad, el servicio, la valentía de resistir a la violencia sin violencias… Aprendimos a reconocer y aceptar nuestra fragilidad,  nuestra debilidad, nuestra imperfección. ¡Todo esto fue fundamental (de «fundamento») cuando nos tocó construir la comunidad cristiana…!

Esto ocurrió después, el primer día de la semana, cuando Jesús Resucitado se presentó en medio de nosotros, y sopló  mientras nos decía: “recibid el Espíritu Santo, como el Padre me envió os envío yo” , y nos lanzamos a anunciar por todas partes la Buena Noticia de la Resurrección.

    Herodes Agripa I, queriendo contentar a los judíos, molestos con el éxito de nuestra predicación, decidió dar un escarmiento a nuestra comunidad cristiana …y en los años 41-44, me hizo decapitar. Pero no os quedéis en mi muerte … que yo, en Jesús, también he resucitado. Venid a mi encuentro… os invito a hacer mi camino, como tantos peregrinos, a través de los siglos…

… En SANTIAGO de COMPOSTELA me encontráis, esperando vuestro abrazo, yo que soy amigo y testigo de Jesús, como vosotros y con vosotros. Y no olvidéis nunca que ser persona y ser discípulo significa siempre caminar. Porque Jesús quiso ser EL CAMINO.

Este relato, resumido y «casi» tal cual es de José Antonio González García, Profesor de N.T. en el Instituto Teológico Compostelano

Quique Martínez de la Lama-Noriega, cmf