Vísperas – San Joaquín y santa Ana

VÍSPERAS

SAN JOAQUÍN Y SANTA ANA, PADRES DE LA VIRGEN MARÍA

INVOCACIÓN INICIAL

V/. Dios mío, ven en mi auxilio
R/. Señor, date prisa en socorrerme.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

HIMNO

Hora de la tarde,
fin de las labores.
Amo de las viñas,
paga los trabajos de tus viñadores.
Al romper el día,
nos apalabraste.
Cuidamos tu viña
del alba a la tarde.
Ahora que nos pagas,
nos lo das de balde,
que a jornal de gloria
no hay trabajo grande.
Das al vespertino
lo que al mañanero.
Son tuyas las horas
y tuyo el viñedo.
A lo que sembramos
dale crecimiento.

SALMO 14: ¿QUIÉN ES JUSTO ANTE EL SEÑOR?

Ant. Fue hallado intachable y perfecto; su gloria será eterna.

Señor, ¿quién puede hospedarse en tu tienda
y habitar en tu monte santo?

El que procede honradamente
y práctica la justicia,
el que tiene intenciones leales
y no calumnia con su lengua,

el que no hace mal a su prójimo
ni difama al vecino,
el que considera despreciable al impío
y honra a los que temen al Señor,

el que no retracta lo que juró
aún en daño propio,
el que no presta dinero a usura
ni acepta soborno contra el inocente.

El que así obra nunca fallará.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Fue hallado intachable y perfecto; su gloria será eterna.

SALMO 111: FELICIDAD DEL JUSTO

Ant. El Señor protege a sus santos y les muestra su amor y su misericordia

Dichoso quien teme al Señor
y ama de corazón sus mandatos.
Su linaje será poderoso en la tierra,
la descendencia del justo será bendita.

En su casa habrá riquezas y abundancia,
su caridad es constante, sin falta.
En las tinieblas brilla como una luz
el que es justo, clemente y compasivo.

Dichoso el que se apiada y presta,
y administra rectamente sus asuntos.
El justo jamás vacilará,
su recuerdo será perpetuo.

No temerá las malas noticias,
su corazón está firme en el Señor.
Su corazón está seguro, sin temor,
hasta que vea derrotados a sus enemigos.

Reparte limosna a los pobres;
su caridad es constante, sin falta,
y alzará la frente con dignidad.

El malvado, al verlo, se irritará,
rechinará los dientes hasta consumirse.
La ambición del malvado fracasará.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. El Señor protege a sus santos y les muestra su amor y su misericordia

CÁNTICO del APOCALÍPSIS: CANTO DE LOS VENCEDORES

Ant. Los santos cantaban un cántico nuevo ante el trono de Dios y del Cordero, y sus voces llenaban toda la tierra.

Grandes y maravillosas son tus obras,
Señor, Dios omnipotente,
justos y verdaderos tus caminos,
¡oh Rey de los siglos!

¿Quién no temerá, Señor,
y glorificará tu nombre?
Porque tú solo eres santo,
porque vendrán todas las naciones
y se postrarán en tu acatamiento,
porque tus juicios se hicieron manifiestos.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Los santos cantaban un cántico nuevo ante el trono de Dios y del Cordero, y sus voces llenaban toda la tierra.

LECTURA: Rm 9, 4-5

Los descendientes de Israel fueron adoptados como hijos, tienen la presencia de Dios, la alianza, la ley, el culto y las promesas. Suyos son los patriarcas, de quienes, según la carne, nació el Mesías, el que está por encima de todo: Dios bendito por los siglos. Amén.

RESPONSORIO BREVE

R/ Auxilia a Israel, su siervo, acordándose de su misericordia.
V/ Auxilia a Israel, su siervo, acordándose de su misericordia.

R/ Como lo había prometido a nuestros padres.
V/ Acordándose de su misericordia.

R/ Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
V/ Auxilia a Israel, su siervo, acordándose de su misericordia.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. La muy noble descendencia de Jesé ha producido un hermoso renuevo, del cual ha brotado un vástago lleno de suave fragancia.

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. La muy noble descendencia de Jesé ha producido un hermoso renuevo, del cual ha brotado un vástago lleno de suave fragancia.

PRECES

Pidamos a Dios, de toda santidad, que, con la intercesión y el ejemplo de los santos, nos impulse a una vida santa, y digamos:

Haznos santos, Señor, porque tú eres santo.

Padre santo, que has querido que nos llamemos y seamos hijos tuyos,
— haz que la iglesia santa, extendida por los confines de la tierra, cante tus grandezas.

Padre santo, que deseas que vivamos de una manera digna, buscando siempre tu beneplácito,
— ayúdanos a dar fruto de buenas obras.

Padre santo, que nos reconciliaste contigo por medio de Cristo,
— guárdanos en tu nombre, para que todos seamos uno.

Padre santo, que nos convocas al banquete de tu reino,
— haz que, comiendo el pan que ha bajado del cielo, alcancemos la perfección del amor.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

Padre santo, perdona a los pecadores sus delitos,
— y admite a los difuntos en tu reino, para que puedan contemplar tu rostro.

Todos juntos, en familia, repitamos las palabras que nos enseñó Jesús y oremos al Padre, diciendo:
Padre nuestro…

ORACION

Señor, Dios de nuestros padres, tú que concediste a san Joaquín y santa Ana la gracia de traer a este mundo a la madre de tu Hijo; concédenos, por la plegaria de estos santos, la salvación que has prometido a tu pueblo. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Amén.

CONCLUSIÓN

V/. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R/. Amén.

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Lectio Divina – Lunes XVI de Tiempo Ordinario

1.- Introducción

Señor, te pido que me enseñes a ser humilde. Cuanto más alto se quiere hacer un edificio, más profundos han de ser los cimientos. Y el gran edificio de la vida cristiana y de la santidad sólo se puede edificar sobre los hondos cimientos de la humildad. Este es el camino elegido por Jesús “El que quiera ser el mayor que se haga el más pequeño” (Mt. 20,26). Señor yo quiero ser pequeño y humilde.

2.- Qué dice el texto. Mateo 13, 31-35

En aquel tiempo, Jesús propuso esta otra parábola a la gente: El Reino de los Cielos se parece a un grano de mostaza que uno siembra en su huerta; aunque es la más pequeña de las semillas, cuando crece es más alta que las hortalizas; se hace un arbusto más alto que las hortalizas y vienen los pájaros a anidar en sus ramas. Les dijo otra parábola: El Reino de los Cielos se parece a la levadura; una mujer la amasa con tres medidas de harina y basta para que todo fermente. Jesús expuso todo esto a la gente en parábolas, y sin parábolas no les exponía nada. Así se cumplió el oráculo del profeta: «Abriré mi boca diciendo parábolas; anunciaré lo secreto desde la fundación del mundo.»

3.- Qué dice el texto.

Meditación-reflexión

Los que hemos estado en Tierra Santa hemos podido comprobar la pequeñez de la semilla de mostaza. Y después crece y se hace la más alta de las hortalizas. A Jesús le interesa significar “el valor de lo pequeño”. La vista se le va instintivamente a lo pequeño. Dios ha visto “la pequeñez de su esclava” (Lc. 1,48). Jesús ha visto “las dos moneditas de la viuda” (Lc. 21,2). Y para celebrar la Eucaristía no ha necesitado ni oro ni plata, sino “un poco de pan” y “un poco de vino” (Lc. 22,19-20). Qué pocas cosas sabe hacer Jesús “con lo grande” y “qué maravillas hace con lo pequeño”. La levadura, metida en la masa, tiene el poder de fermentar toda la masa. La levadura guardada, conservada, custodiada, no sirve para nada. La Iglesia no está para conservar los tesoros de la fe como en un cofre. Está para difundirlos entre la gente. La Iglesia que no se mete en la masa, ya no es la Iglesia de Jesús.

Palabra del Papa

“La parábola utiliza la imagen del grano de mostaza. Si bien es el más pequeño de todas las semillas está lleno de vida y crece hasta volverse ‘más grande que todas las plantas de huerto’. Así es el reino de Dios: una realidad humanamente pequeña y aparentemente irrelevante. Para entrar a ser parte es necesario ser pobres en el corazón; no confiarse en las propias capacidades sino en la potencia del amor de Dios; no actuar para ser importantes a los ojos de mundo, sino preciosos a los ojos de Dios, que tiene predilección por simples y los humildes. Cuando vivimos así, a través de nosotros irrumpe la fuerza de Cristo y transforma lo que es pequeño y modesto en una realidad que hace fermentar a toda la masa del mundo y de la historia”. (Homilía de S.S. Francisco, 14 de junio de 2015).

4.- Qué me dice hoy a mí esta palabra de Dios ya meditada. (Guardo silencio)

5.- Propósito. Caer en la cuenta de la cantidad de cosas pequeñas que pueden hacer grande mi corazón en este día.

6.- Dios me ha hablado hoy a mí a través de su Palabra. Y ahora yo le respondo con mi oración.

Señor, gracias porque hoy, en mi oración, he aprendido el valor de lo pequeño. Te pido que no se me vayan los ojos detrás de los grandes  y famosos, sino  detrás de los más débiles, más necesitados, más insignificantes.  También te pido que yo sea fermento y levadura. Que esta pequeña levadura que me has dado no sea para guardarla en mi artesa, sino para implantarla en la masa del mundo.

Yo soy el pan de vida

Cristo, pan de vida que sacia nuestros anhelos más profundos

En el Evangelio de los últimos domingos observamos a  Jesús saliendo al encuentro de la multitud. En la narración de hoy la perspectiva cambia: es la multitud, saciada por él, la que sale en su busca. Si proyectamos  esa escena en el tiempo, podemos imaginar en medio de aquella multitud a todos los que buscan a Dios en nuestros días. Son muchos, aunque a veces no sepamos reconocerlos dado que utilizan un lenguaje y unas actitudes no fáciles de interpretar según las pautas habituales. Sin embargo, comparten con la multitud que busca a Jesús la misma sed de Dios, aún cuando  ni ellos mismos lo perciban.

Impresiona la relación que se establecia  entre Jesús y la multitud: la fascinación, la mútua búsqueda. Pero a Jesús eso no le basta, quiere que esas gentes  le conozcan para que un encuentro más profundo con él  produzca  cambios relevantes en sus vidas. Y les reta a cambiar de perspectiva, a superar el estrecho horizonte en el que viven para descubrir otras necesidades más profundas que laten en el corazón.  Y ¿cómo no? también para saber más sobre su persona, interrogándose sobre los acontecimientos que están viviendo, no dando  todo por descontado.

La multitud escucha el reto, pero no comprende bien el sentido de las palabras de Jesús: «¿qué hemos de hacer para llevar a cabo las obras de Dios?», le preguntan. Ellos entendían que se trataba de aumentar las obras piadosas que debían hacer para salvarse, según la orientación de los maestros de la ley mosaica: oraciones, ayunos, ritos….Jesús, en cambio, les sorprende diciendo que la obra de Dios no consiste en hacer más cosas, como a veces pensamos también nosotros. Jesús exige una sola cosa: creer en él, acogerlo como el enviado del Padre.

La fe en Cristo es el alimento que llena la vida de  sentido y de sabor. Si entablamos una relación de amor y confianza con Cristo también podremos hacer «buenas obras» que huelan a Evangelio, para gloria de Dios y el bien de nuestros hermanos. La fe es gracia y don de Dios, pero también tarea y respuesta del creyente que tiene que reflejarse en su estilo de vida.

 “Señor, danos siempre de  este pan”, suplican los oyentes, igual que hizo la Samaritana pidiendo el agua viva. Entonces Jesús se ve precisado a revelar abiertamente: “Yo soy el pan de vida. El que viene a mí no tendrá hambre y el que cree en mí no tendrá nunca sed». Dios sigue dando a su nuevo pueblo, la Iglesia, y a todos los hombres, ese pan que sacia y que no es otro que  Cristo Jesús, su propio Hijo.

Criterios nuevos para una vida renovada

Alimetándonos con ese pan de vida podremos emprender confiados la renovación de mente y espíritu, acogiendo la presencia y la inspiración del Espíritu para vivir de acuerdo con nuestra verdadera condición de hijos de Dios. De este modo aprenderemos a liberarnos de lo que nos aleja del humanismo pensado y querido por el Señor. Volveremos a recuperar un corazón y una mente abiertos y sensibles a las llamadas del bien, de la verdad, de la belleza.

La alternativa probable a esta propuesta de Jesús será una vida consumida por una avidez insaciable, por la codicia de la posesión  de cosas y personas con lo que se pretende colmar el vacío. La vida del creyente en Cristo, en cambio, consiste en aprender de él y, aún en nuestra pobreza y fragilidad, adoptar un estilo de vida conforme con el proyecto de Dios y con su voluntad. Esta novedad, nos asegura San Pablo, no procede de nosotros, sino que es don de Dios (Ef 2,8).

¿Qué es lo que buscamos y lo que centra nuestra vida y trabajo? Aparentemente hay poca diferencia práctica entre bastantes  cristianos y otros que no se dicen creyentes.  Dada nuestra hambre existencial, no podemos prescindir del alimento que perdura para la vida eterna. El pan de vida que nos abre a su amor y al de los hermanos. Necesitamos creer en Jesús, orar y hablar con Dios, para vivir y transmitir esperanza, vida y dignidad humana. Solo el pan material, el tener y el consumir, nos dejarán interiormente vacíos.

Fr. Pedro Luis González González

Comentario – Lunes XVII de Tiempo Ordinario

(Mt 13, 31-35)

El Reino de Dios está creciendo; no podemos exigir que todo sea perfecto, sino que tenemos que esperar con paciencia que ese crecimiento lento vaya alcanzando la plenitud. El Reino crece con los tiempos de Dios, que no son los nuestros.

Además, a los que se desencantan si no ven resultados vistosos, y sólo se sienten importantes si pueden tener cargos de alto nivel o si reciben misiones llamativas, Jesús les indica que las cosas grandes comienzan con cosas insignificantes. El Reino es como una pequeña semilla que termina convirtiéndose en un árbol inmenso, o como una pequeña porción de levadura, que lentamente pero sin pausa, termina haciendo fermentar y produciendo una gran masa.

Hay que confiar en el misterio de Dios que trabaja también cuando nosotros no lo vemos, y aprender a reconocer esa fuerza sobrenatural del Reino de Dios que crece en las cosas pequeñas.

En el ejemplo del árbol es bello advertir que «los pájaros del cielo van a cobijarse en sus ramas». Tendríamos que preguntarnos entonces si nuestras comunidades están convirtiéndose en ese espacio donde los demás puedan acercarse con gusto a recibir sombra y abrigo, protección y calor fraterno.

Este Reino, cuando se hace realidad en las cosas cotidianas, es de una belleza tan grande que el hombre no puede captarla, supera los registros de su mente y de su corazón; pero el asombro se produce cuando esa mente y ese corazón son elevados por el Espíritu Santo. Las personas que se dejan transformar aprenden a mirar con los ojos de Dios y así pueden percibir gozosamente cómo el Reino de Dios realmente va creciendo, aunque los demás no lo reconozcan.

Oración:

«Señor, bendíceme y bendice mi comunidad, para que dejemos penetrar en nosotros ese Reino que crece en los pequeños gestos, en las simples renuncias cotidianas por el otro, para que nos convirtamos en un árbol generoso y lleno de vida».

VÍCTOR M. FERNÁNDEZ
El Evangelio de cada día

Homilía – Domingo XVIII de Tiempo Ordinario

1

La relación entre las tres lecturas dominicales

Las tres lecturas de los domingos no tienen una unidad temática. La primera (con su salmo) sí que se ha elegido de acuerdo con el mensaje central del evangelio del día. Hoy es el tema del pan, el que Dios concedió a Israel en el desierto y el que Cristo multiplicó también en el desierto para la multitud, intentando luego conducirles del pan material al espiritual.

La segunda va por su cuenta, en una lectura semicontinua de una carta de Pablo: en esta temporada, la que escribió a los Efesios, que nos aporta un contenido ciertamente denso y siempre actual.

Para la meditación personal es conveniente abarcar las tres. Para la homilía, a veces es mejor elegir, sobre todo, el evangelio, leído también con su perspectiva del AT.

 

Éxodo, 16, 2-4.12-15. Yo haré llover pan del cielo

Qué pronto han olvidado los israelitas la poderosa intervención de Dios que les liberó de la esclavitud de Egipto. Ahora experimentan la dureza del desierto y la incertidumbre del destino, y se desaniman. Se rebelan contra Moisés y añoran «la olla de carne» de Egipto. El peor obstáculo que tuvo la liberación del pueblo elegido no fue el Faraón o los enemigos que encontraban en el camino: era el mismo pueblo.

A pesar de todo, Dios sale en su ayuda. Dos fenómenos naturales, no extraños en aquel desierto, pero ciertamente providenciales y oportunos, le sirven para proveer a Israel de comida. Ante todo, el «maná» (del original «man-hu», ¿qué es esto?), que es una especie de rocío o de resina comestible de algún árbol como el tamarisco. Y la bandada de codornices, atraída en la justa dirección por el viento favorable, que les provee de carne abundante, al caer exhaustas y dejarse coger fácilmente.

El salmo interpreta estos episodios claramente como signos de la cercanía de Dios: «hizo llover sobre ellos maná, les dio trigo celeste». E invita a transmitirlos de generación en generación: «lo que nuestros padres nos contaron, lo contaremos a la futura generación». En el discurso sobre el Pan de la vida, Jesús tomará pie precisamente de un versículo de este salmo: «les dio un pan del cielo».

 

Efesios 4,17.20-24. Vestios de la nueva condición humana, creada a imagen de Dios

Para Pablo, el Bautismo nos hace tener un estilo de vida diferente del de los paganos.

Los cristianos «abandonan el anterior modo de vivir», renovados como están en su mentalidad. Según la comparación que se repite varias veces en sus cartas, el cristiano ya no vive conforme al «hombre viejo», sino que se «viste de la nueva condición humana, creada a imagen de Dios: justicia y santidad verdaderas».

 

Juan 6, 24-35. El que viene a mí no pasará hambre, el que cree en mí no pasará sed

Entre la multiplicación de los panes, que leíamos el domingo pasado, y el «discurso del Pan de Vida», que empieza hoy, cuenta Juan un episodio un tanto misterioso: ¿cómo ha pasado Jesús a la otra orilla?

Jesús no contesta a la pregunta de la gente. Le interesa sacar pronto las consecuencias de la multiplicación de los panes, conduciéndoles a la comprensión del «pan verdadero». Distingue el «alimento que perece», que es el que va buscando la gente, y «el alimento que perdura para la vida eterna», que es el que quiere darles Jesús. El verdadero pan no fue el maná que les dio Moisés, sino el que les está dando ahora mismo Dios enviando a su Hijo: «yo soy el pan de vida: el que viene a mí no pasará hambre y el que cree en mí no pasará sed».

 

2

Les dio a comer pan del cielo

El domingo pasado era el profeta Elíseo quien anticipaba de alguna manera la multiplicación de los panes por Jesús. Esta vez es Moisés quien consigue de Dios el alimento para los suyos en el desierto.

En el momento del cansancio, el desánimo y la rebelión de los israelitas en el desierto, Dios sigue siendo el Dios cercano, el «yo soy», o sea, el «yo estoy», que escucha las voces de su pueblo y acude una vez más en su ayuda.

También el hombre de hoy camina por el desierto, a veces cargado de preocupaciones, con crisis más o menos profundas. Hay muchas clases de hambre, además de la material: hambre de amor, de felicidad, de verdad, de seguridad, de sentido de la vida. Dios vuelve a estar cerca y se preocupa de dar su «pan» a los cansados. Ese pan es su Hijo, Cristo Jesús: «yo soy el pan de vida: el que viene a mí no pasará hambre y el que cree en mí no pasará sed». Los verbos «venir» y «creer» son típicos del evangelio de Juan.

Aunque se emplee la metáfora del «pan», se puede decir que el discurso de Jesús, en esta parte, todavía no habla de la Eucaristía, sino de la fe. Creer en Jesús es comer el pan que Dios nos envía para sacar nuestra hambre: «el pan de Dios es el que baja del cielo y da la vida del mundo… Yo soy el pan de vida». Más tarde escucharemos cómo dice Jesús que «el que come de este pan tendrá vida eterna». Pero de momento dice que esa vida eterna la tiene «el que cree en él».

Si el salmista afirmaba, agradecido, que «Dios les dio un trigo del cielo» («panem de coelo praestitisti eis», cantábamos antes en la bendición con el Santísimo), nosotros con mucha más razón podemos estar agradecidos a Dios porque nos ha dado el auténtico «pan del cielo» para nuestra hambre: Cristo Jesús.

 

Algunos se contentan con la «olla de carne» de Egipto

Lo que sucedía a aquel pueblo pasa también a muchos otros: añoran la esclavitud de Egipto. Se conforman con cosas materiales que son en verdad «alimento que perece».

Lo malo no es tener hambre, sino no tener hambre de las cosas que valen la pena, no saber que nos falta el auténtico pan. Lo malo es quedarse satisfecho de la «olla de carne» que ofrece el mundo, con valores que no son los últimos.

Para salvarse, primero hay que tener conciencia de que necesitamos ser salvados. Pero salvarse a veces obliga a romper esquemas y tener que aceptar novedades incómodas en nuestra vida. Muchos prefieren no ser salvados.

Jesús hace claramente la distinción entre el pan material y el espiritual, que él quiere ofrecerles. La gente no pasa fácilmente del uno al otro: se quedan admirados y agradecidos porque han podido comer pan, pero no llegan a la conclusión a la que Jesús les quiere conducir. Como pasa el ciego de la luz de los ojos que recibió a la luz de la fe que le interesaba a Jesús. O la mujer samaritana del agua del pozo al agua de vida eterna que Jesús le ofrecía. Por eso el evangelio de Juan no habla tanto de «milagros», sino de «signos», y por eso también Jesús insiste en lo que llamamos el «secreto mesiánico», porque a él le interesa que la gente no se quede en el milagro, sino que lo sepa interpretar en su significado de fe. El auténtico pan no era el maná, sino lo que el maná prefiguraba: Cristo mismo.

¿Tenemos hambre de Cristo? ¿deseamos ese pan que es Cristo, o nos conformamos con otros panes que no sacian el hambre de nadie?

En la Eucaristía se nos da Cristo Jesús, ante todo, como la Palabra en la que «creemos»: una Palabra que es también el Pan que Dios concede a la humanidad hambrienta. Luego se nos dará como Cuerpo y Sangre, el Pan eucarístico. Ambos «Panes», el de la Palabra y el de la Eucaristía, nos dan «vida eterna».

 

No andéis ya como los paganos

Para Pablo, los que creemos en Cristo Jesús, los que «hemos aprendido» de él y estamos «en su verdad», debemos sacar una consecuencia fundamental: tenemos que cambiar de estilo de vida.

Tenemos que abandonar «el anterior modo de vivir», lo que él llama «el hombre viejo corrompido por deseos seductores» o engañosos, «renovarnos» en nuestra mentalidad y «vestirnos de la nueva condición humana». Esta nueva condición de vida en Cristo es «creada a imagen de Dios» y consiste en la «justicia y la santidad verdaderas».

También ahora estamos nosotros sumergidos en un mundo neo-pagano, que tal vez no nos persigue físicamente, pero que impregna sutilmente todo el ambiente y es una continua tentación para que sigamos sus deseos engañosos o sus ídolos.

El cristiano debe saber remar contra corriente, no vivir según el «hombre viejo» que hay en nosotros, y que crece más que el nuevo, sino según el estilo y la novedad radical de Cristo.

José Aldazábal
Domingos Ciclo B

Jn 6, 24-35 (Evangelio Domingo XVIII de Tiempo Ordinario)

El pan de vida frente a la ley

El evangelio de Juan nos lleva de la mano hasta la ciudad de Cafarnaúm a donde Juan quiere traernos después de la multiplicación de los panes, cuando Jesús huye de los que quieren hacerle rey evitando un mesianismo político. Todo es, no obstante, un marco bien adecuado para un gran discurso, una penetrante catequesis sobre el pan de vida, en la que confluirán elementos sapienciales y eucarísticos. Este discurso es de tal densidad teológica, que se necesita ir paso a paso para poder asumirlo con sentido. Jesús no quiere que le busquen como a un simple hacedor de milagros, como si se hubieran saciado de un pan que perece. Jesús hacía aquellas cosas extraordinarios como signos que apuntaban a un alimento de la vida de orden sobrenatural. De hecho, en el relato se dice que Moisés les dio a los israelitas en el desierto pan, por eso lo consideran grande; esa era la idea que se tenía. Jesús quiere ir más allá, y aclara que no fue Moisés, sino Dios, que es quien tiene cuidado de nuestra vida.

Aunque el pan que sustenta nuestra vida es necesario, hay otro pan, otro alimento, que se hace eterno para nosotros. Juan, por su parte, quiere ir a lo cristológico, bajo la figura del Hijo del hombre. Los rabinos consideraban que el maná era el signo de la Ley y ésta, pues, el pan de vida; el evangelista combate dicho simbolismo en cuanto el maná es un alimento que perece (como lo hace notar el texto de Ex 16,20) y, por la misma razón, en esta oposición entre Jesús y la Ley, se pone de manifiesto que la ley es un don que perece para dar paso a algo que permanece para siempre. Jesús es el verdadero pan de vida que Dios nos ha dado para dar sentido a nuestra existencia. El pan de vida desciende del cielo, viene de Dios, alimenta una dimensión germinal de la vida que nunca se puede descuidar. La revelación joánica de Jesús: “yo soy” (ego eimi) es para escuchar a Jesús y creer en El, ya que ello, en oposición a la Ley, nos trae el sentido de la vida eterna.

El discurso refleja toda la entraña polémica de la escuela o la comunidad joánica. No estamos ante un discurso estético o simplemente literario. Ya vimos el domingo pasado que el relato de la multiplicación de los panes era la “excusa” del autor o los autores del evangelio de Juan para este discurso de hoy que llevará a una de las crisis en el entorno del mismo Jesús (y según la interpretación de la escuela joánica). Estamos, sin duda, ante un discurso que todavía es “sapiencial” para acabar siendo “eucarístico” a todos los efectos como reconocen los grandes intérpretes (Jn 6,53-58). Diríamos que en esta parte del discurso de Jn 6 se nos está hablando del “pan de la verdad”, que es la palabra de Jesús en oposición a la Ley como fuente de verdad y de vida para los judíos. Antes, pues, de pasar a hablarnos del pan de la vida, se nos están introduciendo en todo ello, por medio del signo y la significación del maná, del pan de la verdad. Y el pan de la verdad nos ha venido, de parte de Dios, por medio de Jesús que nos ha revelado la fuente y el misterio de Dios, del misterio de la vida.

Ef 4, 17-24 (2ª lectura Domingo XVIII de Tiempo Ordinario)

El hombre viejo versus el hombre nuevo

La segunda lectura de Efesios prosigue la parte exhortativa de la carta a los Efesios del domingo anterior. El autor de la carta deja la reflexión de alcance eclesial propiamente dicha, para exhorta al sentido personal (aunque siempre comunitario) de la existencia cristiana. Son como las exigencias de la vida cristiana, en un conjunto muchos más amplio (4,17-5,20). Es una exhortación ética en plena regla, pero desde la ética cristiana. Se han usado los criterios literarios propios de la época, incluso con un estilo retórico bien definido para resaltar los contrastes entre la vida cristiana y la vida mundana. Eso quiere decir que la ética humana es asumida plenamente en el cristianismo primitivo, pero con las connotaciones que el Espíritu de Jesucristo “acuña” en el corazón del cristiano, que le hace sentirse una persona nueva. Toda ética propugna una persona nueva, pero esto no se puede conseguir solamente con la fuerza de voluntad. El cristiano tiene que ponerse en manos del Espíritu de Jesucristo.

El autor, pues, les convoca a vivir como personas nuevas, no como viven los paganos, que no tienen la experiencia del Espíritu por la que los cristianos están marcados. Aquí, como en casi toda la literatura neotestamentaria, se presenta el contraste entre el hombre viejo y el hombre nuevo con un énfasis particular sobre la “banalidad de la vida”, la vida vacía, la vida sin sentido y la vida entregada a los poderes de este mundo. Porque debemos reconocer que los no-creyentes o no religiosos no son triviales por naturaleza; por el contrario, hay personas que no siendo religiosas o cristianas tienen una ética envidiable; y muchos religiosos e incluso cristianos tienen más de personas viejas que de hombres nuevos. En esto debemos tener cuidado a la hora de presentar estos valores. Es verdad que entonces, con un dualismo exagerado, se pensaba que los «otros» que están fuera, que no son de los nuestros, no están en el camino verdadero. Pero a pesar de todo, lo fundamental de la lectura de hoy es una exhortación a ser discípulos de Jesús viviendo su Espíritu, porque no tener ese Espíritu significa estar sometidos a los criterios de este mundo en el que ya sabemos que no hay lugar para el amor, el perdón, la misericordia, la paz y la entrega sin medida.

Ex 16, 2-15 (1ª lectura Domingo XVIII de Tiempo Ordinario)

El don del maná o la providencia divina

La primera lectura está tomada del libro del Éxodo, en la que se describe que el pueblo, tras su salida de Egipto, ya en el desierto, desesperado, protesta contra Moisés porque los ha llevado a una libertad que viene a ser para ellos una esclavitud mayor. Es lo que se conoce como las tentaciones del desierto, lo que va a ser proverbial en la tradición bíblica y en algunos salmos (v. g. Sal 94). Moisés, como intermediario, pide a Dios su intervención y se le comunican las decisiones. Dios no abandona a los suyos y les envía las codornices y el maná, cosas naturales por otra parte, aunque después se le ha dado un valor significativamente teológico y espiritual. Los recuerdos y las tradiciones del desierto han marcado la historia de la “liberación” de la esclavitud para poner de manifiesto que si bien es verdad que lo pasaron muy mal, nunca Dios los abandonó.

Todos sabemos que estas cosas pueden ser consideradas como sucesos naturales, ya que una banda de aves que van de paso pueden servir de alimento para ellos. Y de la misma manera en el desierto, por razones de la ecología misma, del contraste entre sus altas temperaturas del día y las bajas de la noche ciertas plantas tienen un proceso de producción de néctares, los cuales recogidos y cocinados puede ser como unos panecillos. Los beduinos del desierto lo saben. Pero lo importante en un relato popular religioso como éste y poner de manifiesto la providencia de Dios que no abandona a su pueblo y les pide la fidelidad. Y esa es la lección constante de la vida. Por ello, en la tradición bíblica, el maná estará cargado de una teología que el evangelio de Juan transformará en una de las claves de su capítulo sobre el pan de vida.

Comentario al evangelio – Lunes XVII de Tiempo Ordinario

Estamos ya en la decimoséptima semana del tiempo ordinario. Durante estos días seguiremos escuchando del capítulo trece del evangelio de Mateo las parábolas sobre el Reino. Jesús comunicó su experiencia del Reino de Dios a través de un lenguaje sencillo y claro. No utilizó un lenguaje como el de los escribas para dialogar con los campesinos de Galilea. Tampoco se valió de conceptos para hablarnos de lo que vivía en su interior. Acudió a un lenguaje que le venía de la vida que le rodeaba, de lo que observaba en la naturaleza, de las personas que encontraba.

Jesús recogía, guardaba y meditaba sobre lo que encontraba, observaba, conocía; y sabía contar pequeñas historias con gran creatividad, inventaba imágenes, concebía bellas metáforas, sugería comparaciones y, sobre todo, tenía el arte de narrar parábolas que cautivaban a la gente. Utilizaba el lenguaje de los poetas. Acercarnos a sus relatos es adentrarnos en su fascinante experiencia del Reino de Dios.

Las dos imágenes del evangelio de este día: la mostaza y la levadura nos dan una idea del dinamismo de crecimiento y de transformación del reinado de Dios. Tanto la semilla de mostaza como la levadura son realidades pequeñas, sencillas, humildes, pero guardan en sí mismas un potencial de crecimiento insospechado. Frente a una mentalidad donde se valora solo lo grande y lo poderoso, Jesús nos enseña a redescubrir el valor de las «cosas pequeñas» y de lo cotidiano.

Del mismo modo el Reino de Dios está ya presente entre nosotros, no se manifiesta de un modo espectacular, está escondido, pero su fuerza de crecimiento es capaz de fermentar toda la realidad. Quizás también nosotros queremos que Dios se revele de un modo grande y poderoso. Sin embargo, la acción salvadora de Dios se descubre en la actuación humilde de Jesús. La fuerza interior y dinámica del Reino de Dios tiene la capacidad de transformar la vida entera del ser humano.

Pidamos al Señor que nos contagie su confianza total en la acción de Dios, que de forma oculta y secreta está actuando siempre para nuestro bien.

Edgardo Guzmán, cmf.

Meditación – San Joaquín y Santa Ana

Hoy celebramos la memoria de San Joaquín y Santa Ana, padres de la bienaventurada Virgen María.

La lectura de hoy es del evangelio de Mateo (Mt 13, 16-17):

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «¡Dichosos vuestros ojos, porque ven, y vuestros oídos, porque oyen! Pues os aseguro que muchos profetas y justos desearon ver lo que vosotros veis, pero no lo vieron, y oír lo que vosotros oís, pero no lo oyeron».

Hoy, el Evangelio nos habla de la felicidad. Ciertamente, el deseo de felicidad es universal para todos los seres humanos. Si uno pregunta a cualquier persona: «¿Quieres ser feliz?», la respuesta será siempre la misma: «Sí, quiero serlo». Pero no hay unanimidad a la hora de afirmar en qué consiste la verdadera felicidad. Jesús nos habla en diversas ocasiones sobre la auténtica felicidad y sobre dónde la encontraremos. Repitiendo lo que dice hoy el Evangelio, Jesús afirma que la felicidad se encuentra en el hecho de poder verlo y de oír sus palabras, porque con Él ha llegado el tiempo definitivo (cfr. He 1,1-2), de tal manera que, al poner la mirada en su persona, podemos hablar de un antes y un después.

Así, Dios se sirve de unos elementos humanos como preparación del nuevo tiempo: por el hecho de formar parte de nuestra historia, el Hijo de Dios necesita una madre, y ésta será María; la Virgen también necesita unos padres que fueron Joaquín y Ana. Ellos, sin saberlo, serán los abuelos del Mesías. Aplicando las palabras de San Pablo a los Efesios (1,9-10), pueden decir: Él nos ha dado a conocer sus planes más secretos, los que había decidido realizar en Cristo llevando la historia a su plenitud.

Con razón san Juan Damasceno felicita a los santos esposos con estas palabras: «¡Oh matrimonio feliz de Joaquín y Ana, limpio en verdad de toda culpa! Seréis conocidos por el fruto de vuestras entrañas». Qué felicidad para los padres que tienen la suerte de tener unos hijos que pueden admirar su fidelidad y agradecer su comportamiento generoso, por el cual recibieron su existencia humana y cristiana. Pero también qué felicidad para los hijos que tienen la suerte de conocer más y mejor a Jesucristo, puesto que han recibido de sus respectivos padres la formación cristiana, con el ejemplo de vida y de oración familiar.

+ Rev. D. Pere CAMPANYÀ i Ribó