Vísperas – Viernes XVII de Tiempo Ordinario

VÍSPERAS

VIERNES XVII TIEMPO ORDINARIO

INVOCACIÓN INICIAL

V/. Dios mío, ven en mi auxilio
R/. Señor, date prisa en socorrerme.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

HIMNO

En esta tarde, Cristo del Calvario,
vine a rogarte por mi carne enferma;
pero, al verte, mis ojos van y vienen
de tu cuerpo a mi cuerpo con vergüenza.

¿Cómo quejarme de mis pies cansados,
cuando veo los tuyos destrozados?
¿Cómo mostrarte mis manos vacías,
cuando las tuyas están llenas de heridas?

¿Cómo explicarte a ti mi soledad,
cuando en la cruz alzado y solo estás?
¿Cómo explicarte que no tengo amor,
cuando tienes rasgado el corazón?

Ahora ya no me acuerdo de nada,
huyeron de mi todas mis dolencias.
El ímpetu del ruego que traía
se me ahoga en la boca pedigüeña.

Y sólo pido no pedirte nada,
estar aquí, junto a tu imagen muerta,
ir aprendiendo que el dolor es sólo
la llave santa de tu santa puerta. Amén.

SALMO 40: ORACIÓN DE UN ENFERMO

Ant. Sáname, señor, porque he pecado contra ti.

Dichoso el que cuida del pobre y desvalido;
en el día aciago lo pondrá a salvo el Señor.

El Señor lo guarda y lo conserva en vida,
para que sea dichoso en la tierra,
y no lo entrega a la saña de sus enemigos.

El Señor lo sostendrá en el lecho del dolor,
calmará los dolores de su enfermedad.

Yo dije: «Señor, ten misericordia,
sáname, porque he pecado contra ti.»

Mis enemigos me desean lo peor:
«A ver si se muere, y se acaba su apellido.»

El que viene a verme habla con fingimiento,
disimula su mala intención,
y, cuando sale afuera, la dice.

Mis adversarios se reúnen a murmurar contra mí,
hacen cálculos siniestros:
«Padece un mal sin remedio,
se acostó para no levantarse.»

Incluso mi amigo, de quien yo me fiaba,
que compartía mi pan,
es el primero en traicionarme.

Pero tú, Señor, apiádate de mí,
haz que pueda levantarme,
para que yo les dé su merecido.

En esto conozco que me amas:
en que mi enemigo no triunfa de mí.

A mí, en cambio, me conservas la salud,
me mantienes siempre en tu presencia.

Bendito el Señor, Dios de Israel,
ahora y por siempre. Amén, amén.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Sáname, Señor, porque he pecado contra ti.

SALMO 45: DIOS, REFUGIO Y FORTALEZA DE SU PUEBLO

Ant. El Señor de los ejércitos está con nosotros, nuestro alcázar es el Dios de Jacob.

Dios es nuestro refugio y nuestra fuerza,
poderoso defensor en el peligro.

Por eso no tememos aunque tiemble la tierra,
y los montes se desplomen en el mar.

Que hiervan y bramen sus olas,
que sacudan a los montes con su furia:

El Señor de los ejércitos está con nosotros,
nuestro alcázar es el Dios de Jacob.

El correr de las acequias alegra la ciudad de Dios,
el Altísimo consagra su morada.

Teniendo a Dios en medio, no vacila;
Dios la socorre al despuntar la aurora.

Los pueblos se amotinan, los reyes se rebelan;
pero él lanza su trueno, y se tambalea la tierra.

El Señor de los ejércitos está con nosotros,
nuestro alcázar es el Dios de Jacob.

Venid a ver las obras del Señor,
las maravillas que hace en la tierra:

Pone fin a la guerra hasta el extremo del orbe,
rompe los arcos, quiebra las lanzas,
prende fuego a los escudos.

«Rendíos, reconoced que yo soy Dios:
más alto que los pueblos, más alto que la tierra.»

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. El Señor de los ejércitos está con nosotros, nuestro alcázar es el Dios de Jacob.

CÁNTICO del APOCALIPSIS: HIMNO DE ADORACIÓN

Ant. Vendrán todas las naciones y se postrarán en tu acatamiento, Señor.

Grandes y maravillosas son tus obras,
Señor, Dios omnipotente,
justos y verdaderos tus caminos,
¡oh Rey de los siglos!

¿Quién no temerá, Señor,
y glorificará tu nombre?
Porque tú solo eres santo,
porque vendrán todas las naciones
y se postrarán en tu acatamiento,
porque tus juicios se hicieron manifiestos.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Vendrán todas las naciones y se postrarán en tu acatamiento, Señor.

LECTURA: Rm 15, 1-3

Nosotros, los robustos, debemos cargar con los achaques de los endebles y no buscar lo que nos agrada. Procuremos cada uno dar satisfacción al prójimo en lo bueno, mirando a lo constructivo. Tampoco Cristo buscó su propia satisfacción; al contrario, como dice la Escritura: «Las afrentas con que te afrentaban cayeron sobre mí.»

RESPONSORIO BREVE

R/ Cristo nos amó y nos ha librado por su sangre.
V/ Cristo nos amó y nos ha librado por su sangre.

R/ Nos ha convertido en un reino y hecho sacerdotes de Dios.
V/ Por su sangre.

R/ Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
V/ Cristo nos amó y nos ha librado por su sangre.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. El Señor nos auxilia a nosotros, sus siervos, acordándose de su misericordia.

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. El Señor nos auxilia a nosotros, sus siervos, acordándose de su misericordia.

PRECES

Bendigamos a Dios, que mira propicio los deseos de los necesitados y a los hambrientos los colma de bienes; digámosle confiados:

Muéstranos, Señor, tu misericordia.

Señor, Padre lleno de amor, te pedimos por todos los miembros de la Iglesia que sufren:
— acuérdate que, por ellos, Cristo, cabeza de la Iglesia, ofreció en la cruz el verdadero sacrificio vespertino.

Libra a los encarcelados, ilumina a los que viven en tinieblas, sé la ayuda de las viudas y de los huérfanos,
— y haz que todos nos preocupemos de los que sufren.

Concede a tus hijos la fuerza necesaria,
— para resistir las tentaciones del Maligno.

Acude en nuestro auxilio, Señor, cuando llegue la hora de nuestra muerte:
— para que puedan contemplarte eternamente.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

Conduce a los difuntos a la luz donde tú habitas,
— para que puedan contemplarte eternamente.

Fieles a la recomendación del Salvador, nos atrevemos a decir:
Padre nuestro…

ORACION

Te pedimos, Señor, que los que hemos sido aleccionados con los ejemplos de la pasión de tu Hijo estemos siempre dispuestos a cargar con su yugo llevadero y con su carga ligera. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Amén.

CONCLUSIÓN

V/. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R/. Amén.

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Lectio Divina – Viernes XVII de Tiempo Ordinario

1.- Oración Introductoria.

Señor, ayúdame a comprender el valor de lo pequeño, lo sencillo, lo ordinario, lo que vivo cada día. Que pueda experimentar como Jesús, la experiencia del Padre. Que, con esa presencia dentro de mi corazón, puedo disfrutar de todo, aún de las cosas más insignificantes.

2.- Lectura sosegada del evangelio. Mateo 13, 54-58

En aquel tiempo viniendo Jesús a su patria, les enseñaba en su sinagoga, de tal manera que decían maravillados: «¿De dónde le viene a éste esa sabiduría y esos milagros? ¿No es éste el hijo del carpintero? ¿No se llama su madre María, y sus hermanos Santiago, José, Simón y Judas? Y sus hermanas, ¿no están todas entre nosotros? Entonces, ¿de dónde le viene todo esto?» Y se escandalizaban a causa de Él. Mas Jesús les dijo: «Un profeta sólo en su patria y en su casa carece de prestigio». Y no hizo allí muchos milagros, a causa de su falta de fe.

3.- Qué dice el texto.

Meditación-reflexión

¿No es éste el hijo del carpintero? ¿De dónde le viene todo eso? Jesús causa sorpresa y escándalo a sus paisanos porque se sale de lo corriente, de lo ordinario, de lo que ha hecho siempre. Y lo mismo que decimos: “zapatero a tus zapatos”, sus paisanos le dirían. “carpintero a tu carpintería”. Para nosotros, lo verdaderamente admirable es que Jesús, de 33 años de vida, dedicara 30 a vivir en un pueblo insignificante, haciendo las cosas más corrientes y vulgares de la gente de pueblo. Él era el Hijo de Dios y, sin embargo, pasó “como uno más, como uno de tantos en el pueblo”. Nosotros nos quejamos de que no podemos vivir en pueblos pequeños, no nos podemos realizar, necesitamos la capital; y Jesús se realiza como hombre en Nazaret, un pueblo de donde no puede salir nada bueno. Me maravilla la riqueza interior de Jesús, la experiencia tan viva y fuerte de Dios que lo llena del todo. Y, desde esa experiencia, la sensación de plenitud y felicidad viviendo las cosas más sencillas y humildes de la vida. Ciertamente, Jesús es Maestro de vida.

Palabra del Papa

“Es la seducción. El diablo casi habla como si fuera un maestro espiritual. Y cuando es rechazado, entonces crece: crece y se vuelve más fuerte. Jesús lo dice, cuando el demonio es rechazado, gira y busca algunos compañeros y con esta banda, vuelve. Crece involucrando a otros.Ha sucedido con Jesús, el demonio involucra a sus enemigos. Y lo que parecía un hilo de agua, un pequeño hilo de agua, tranquilo, se convierte en marea. Cuando Jesús predica en la Sinagoga, enseguida sus enemigos lo menosprecian diciendo: pero ¡este es el hijo de José, el carpintero, el hijo de María! ¡Nunca ha ido a la universidad! ¿Pero con qué autoridad habla? ¡No ha estudiado! La tentación ha involucrado a todos contra Jesús…Estemos atentos cuando en nuestro corazón, sintamos algo que terminará por destruir a las personas. (Cf Homilía de S.S. Francisco, 11 de abril de 2014, en Santa Marta).

4.- Qué me dice hoy a mí este texto ya meditado. (Guardo silencio).

5.- Propósito: Desde la situación concreta donde vivo, no me quejaré de nada.

6.- Dios me ha hablado hoy a mí a través de su Palabra. Y ahora yo le respondo con mi oración.

Me impresionan, Señor, esos treinta años de silencio y soledad. A nosotros nos parecería que habías perdido el tiempo, que podrías haber sembrado del evangelio el mundo conocido, al estilo de Pablo. Hazme capaz de comprender que lo importante no es el hacer, ni el tener, sino el ser; que la felicidad no está fuera de nosotros, sino en nuestro propio corazón. Se puede ser muy feliz en un pueblo pequeño disfrutando del sol, la lluvia, las flores, los pájaros, el cariño de los parientes y vecinos y, sobre todo, disfrutando de un Padre que ha creado todo para que yo fuera feliz.

Comentario – Viernes XVII de Tiempo Ordinario

(Mt 13, 54-58)

Este texto muestra a Jesús como una verdadera paradoja.

Por una parte se manifestaban en sus prodigios y en sus palabras el poder y la sabiduría de Dios, pero por otra parte no tenía un reconocimiento en la sociedad, no ocupaba ningún puesto importante y pertenecía a una familia pobre y sencilla.

¿Podía ser el Mesías alguien que desde niño había caminado por sus calles y había compartido sus vidas simples, ocultas, ignoradas por todos?

¿Podía ser el Rey esperado alguien que era también uno más del pueblo, uno cualquiera del montón?

Finalmente, estas preguntas se convierten en incredulidad. Jesús ve limitado su poder a causa de esa falta de confianza que no le permite hacer prodigios en su propia tierra, en el lugar que lo vio crecer.

Cuando Jesús dice que un profeta es despreciado solamente en su tierra («nadie es profeta en su tierra»), en realidad no estaba afirmando algo que sucede siempre de esa manera, sino que tomó un refrán popular para que se dieran cuenta de lo que estaba sucediendo en ese momento con su propia persona: que lo despreciaban porque no eran capaces de descubrir las cosas grandes que a veces se presentan en medio de la sencillez de la vida y a través de las personas que uno se encuentra en el camino cotidiano.

Este texto debería estimularnos para agudizar nuestro oído y estar más atentos. Quizás Dios nos quiere hablar a través de personas que están cerca de nosotros, esos que vemos y escuchamos todos los días. Pero puede suceder que nos cueste escuchar a Dios a través de ellos.

Oración:

«Mi Salvador, quiero contemplar tu santa humanidad, admirarme por la sencillez que guardaba tu infinita gloria; reconocer que realmente te hiciste igual a mí, con los límites de mi pequeña existencia terrena»

 

VÍCTOR M. FERNÁNDEZ
El Evangelio de cada día

La misa del domingo

Voces de protesta se alzan en el desierto. Es Israel que clama por no tener nada para comer, enfrentando una situación terriblemente angustiosa (1ª. lectura). En medio de esta experiencia límite, ¿no es acaso muy comprensible la queja? “¿Qué clase de Dios es éste, que con mano poderosa rescata a su pueblo de la opresión de Egipto para luego hacerlo morir de hambre en el desierto? ¿No es un Dios cruel, que lleva a sus hijos a un lugar inhóspito para abandonarlos luego a su suerte? Es verdad que no sólo de pan vive el hombre (ver Dt 8,3), ¿pero puede vivir sin pan? ¡Mejor estábamos en Egipto!” En medio de la desesperación, ¿cómo no elevar una voz de protesta a Dios por aquella situación desesperante y dramática? En medio de su angustia Israel se rebela frente a Dios y sus planes, desconfía, duda del amor de Dios y de sus promesas. Aún cuando el Señor asegure a su pueblo: «Los he amado», ellos responden: «¿En qué nos has amado?» (Mal 1,2).

Ante la rebeldía y desconfianza de su pueblo, Dios responde: «Yo haré llover pan del cielo». En cumplimiento de su promesa, Dios hizo aparecer «en la superficie del desierto un polvo fino, parecido a la escarcha». Ante el desconcierto de los israelitas que se preguntaban qué era aquello, Moisés les dijo: «Es el pan que el Señor les da como alimento».

Haciendo llover sobre ellos este pan del cielo Dios no sólo respondía a sus necesidades alimenticias. Aquél maná quería prefigurar, dentro de los sabios designios divinos, otro Pan del Cielo que Dios daría en el futuro a su pueblo. Los contemporáneos de Jesús estaban convencidos de que en los tiempos mesiánicos descendería de los cielos un nuevo maná. Se pensaba que así como por intercesión de Moisés Dios había hecho descender aquél maná del cielo, también el Mesías obraría en su tiempo una señal semejante. De allí que en un primer momento, arrebatados al ver el espectacular signo que había realizado al multiplicar los pocos panes y peces para alimentar a tan inmensa multitud, concluyeron sin más: «Éste sí que es el Profeta que tenía que venir al mundo» (Jn 6,15). Era para ellos la señal esperada para identificar al Rey-Mesías prometido.

Cuando luego de embarcarse la multitud lo vuelve a encontrar en otro lado, el Señor les echa en cara: «no me buscan por los signos que vieron, sino porque comieron pan hasta saciarse». Es decir, sólo les interesa el pan, sólo les interesa el beneficio, pero no han sabido interpretar realmente aquel milagro, no lo buscan por ser Él quien es, el signo no les ha llevado a creer y confiar en Él. Por ello invita a sus oyentes a trascender la materialidad del milagro para esforzarse «no por el alimento que se acaba, sino por el alimento que permanece para la vida eterna, el que les dará el Hijo del hombre» (Jn 6,26-27). El pan de cada día, aunque importante, no es finalmente lo esencial. Más importante que aquel pan material es el misterioso pan que “permanece para la vida eterna”, pan que Él dará. ¿De qué pan se trataba? ¿Qué pan sería ése?

El diálogo prosigue y le preguntan: ¿Qué tienen que hacer «para obrar las obras de Dios», de tal modo que merezcan alcanzar ese pan? La respuesta del Señor es desconcertante. No proclama un elenco de obras de justicia, de piedad o caridad que deben realizar, sino que “la obra” que deben realizar es «que crean en quien Él ha enviado». Esta “obra” antecede a todas las demás, es su fundamento y sustento. No se trata evidentemente tan sólo de un decir “creo en Jesús”, sino de una fe que porque cree y confía en Él hace todo lo que Él dice o enseña, tanto de palabra como con su ejemplo (ver Jn 2,5).

El Señor Jesús pedía una entrega y adhesión total a su persona. Ni Moisés, ni profeta alguno, habían exigido jamás semejante cosa. ¿Con qué autoridad podía requerir tal adhesión, aduciendo además que Dios mismo era quien les pedía esta “obra”? Para que no fuese tan sólo una soberbia pretensión, ¿no debía sustentar su petición con algún signo contundente que lo acreditase como un enviado divino? No bastaba ya la anterior multiplicación de panes, dado que Jesús pretendía ser más que Moisés. ¿No era prudente pedir un signo que lo acreditase? ¿Cómo creer en Él con tan sólo pedirlo? Así pues, juzgaron que era necesario que mostrase un signo proporcionado a sus demandas: ¿Qué señal o milagro haces «para que creamos en ti»? En seguida hacen referencia al pan del cielo que sus antepasados comieron a lo largo de cuarenta años en el desierto. ¿Podía Él superar aquel milagro, de modo que pudiesen aceptar que Él era más que Moisés, más que cualquier otro profeta, para “creer en Él”?

Como respuesta el Señor Jesús les ofrece un signo muy superior a una repetición del milagro del maná, les ofrece un alimento de otro tipo, les ofrece el «verdadero pan del Cielo» que Dios da «para la vida del mundo».

Ante el pedido explícito de los oyentes de que les dé siempre ese pan, el Señor no hace sino revelarse a sí mismo como ese misterioso Pan afirmando solemnemente: «Yo soy el pan de vida». Y con la misma solemnidad añade: «El que viene a mí no pasará hambre, y el que cree en mí nunca pasará sed».

En adelante el Señor Jesús explica a los presentes que si el maná era el signo que Dios había dado al pueblo hambriento de Israel en medio del desierto, signo de su amor y providencia constante, éste no era sino el anticipo y figura de otro “Pan” que superaría ampliamente al primero, pan que será fuerza para el pueblo que camina en medio de las pruebas y dificultades de la vida, pan que nutre y sustentará al creyente, pan que lo hará ya partícipe de la vida eterna: «el maná del desierto prefiguraba la Eucaristía, “el verdadero Pan del Cielo”» (Catecismo de la Iglesia Católica, 1094). Este Pan es Cristo mismo, Dios que ante el sufrimiento del pueblo, ante las pruebas, ante las dificultades de la vida cotidiana, no deja de recordarle: «yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin del mundo» (Mt 28,20).

LUCES PARA LA VIDA CRISTIANA

¡Cuánto protestamos contra el Cielo cuando no podemos comprender, especialmente cuando el dolor, la angustia o desesperanza invaden nuestros corazones, por qué si somos hijos de un Dios amoroso, omnipotente y todopoderoso, Él permite situaciones tan terribles e insufribles! Y es que cuando el sufrimiento, ya sea físico, moral, sicológico o espiritual se hace insoportable, cuando “no hay nada que comer” y la vida se convierte en un luchar cada día simplemente para sobrevivir, cuando la difícil situación económica o graves problemas no hacen sino inducir a la extrema desesperanza, o cuando en medio de alguna incurable enfermedad y sin poder evadir la agonía se espera ya solamente la muerte, ¿quién no se siente con el “derecho” a protestar contra Dios clamando: “por qué me has abandonado”? “Si eres un Padre amoroso, ¿por qué nos tratas así? ¿Por qué permites que el mal y la injusticia me golpeen, golpeen a mi familia, a mis seres queridos, al niño inocente? ¿Por qué callas? ¿Por qué no actúas?” Y si es cierto que Él nos ha dado la existencia, que para muchos se vuelve no sólo un desierto baldío sino incluso un infierno, ¿por qué no pedir un signo para poder aferrarse a Él y tener en Dios una esperanza cierta? ¿«Qué señal haces para que viéndola creamos en ti»? (Jn 6, 30) “¿Por qué no actúas, para poder confiar en ti y tener la seguridad de que nos amas?”

Frente a la actitud rebelde del hombre, sea la del pueblo de Israel o sea la de cada uno de nosotros, frente a esa constante necedad por la que quiere responsabilizar a Dios de toda miseria que oprime al hombre, Dios definitivamente se ha inclinado «hacia el hombre y todo lo que el hombre —de modo especial en los momentos difíciles y dolorosos— llama su infeliz destino. La cruz es como un toque del amor eterno sobre las heridas más dolorosas de la existencia terrena del hombre (…). El hecho de que Cristo “ha resucitado al tercer día” constituye el signo final… que corona la entera revelación del amor misericordioso en el mundo sujeto al mal» (S.S. Juan Pablo II, Dives in misericordia, 8).

Así pues, en su Hijo Unigénito, Dios nos ha dado una elocuente “señal” que nos invita a confiar en su amor y misericordia. Sí, el máximo “signo” del amor eterno de Dios para con el hombre, el máximo signo de que no nos olvida ni abandona en la prueba, en el dolor o sufrimiento, es Jesucristo. Él se ha presentado ante toda criatura humana como el signo que Dios hace. Él es el mayor signo que jamás haya realizado Dios en su inefable misericordia para con el hombre, Él es la inclinación más profunda de la divinidad hacia la humanidad caída, Él quien «nos hace entrar en el misterio y nos hace descubrir el “por qué” del sufrimiento», en cuanto que nos hace capaces de comprender la sublimidad del amor divino, siendo este Amor «la fuente más plena de la respuesta a la pregunta sobre el sentido del sufrimiento. Esta respuesta ha sido dada por Dios al hombre en la Cruz de Jesucristo» (S.S. Juan Pablo II, Salvifici doloris, 13).

El Señor Jesús nos invita también a nosotros a confiar en Él, a confiar en su Padre que lo ha enviado, y lo ha enviado como el verdadero Pan del Cielo que ha venido a traer la vida al mundo, que ha venido a reconciliar a la humanidad entera, que ha venido a invitarnos a superar la mirada miope de aquel que sólo se preocupa por el “pan material”, que sólo busca a Cristo “por los milagros que hace”, para comprender que nuestra vida no termina acá, que nuestra vida tan pasajera en este mundo se proyecta a la eternidad con Dios, que la vida presente no es sino como un peregrinar por el desierto hasta que alcancemos —si creemos en Él y hacemos lo que Él nos pide— la tierra prometida, y que en ese caminar por el desierto, contamos con este Pan que es Cristo mismo, con este Pan que es garantía de eternidad, con este Pan que nos nutre y fortalece con la gracia divina para poder sobrellevar los momentos más duros y difíciles de la existencia, con la esperanza de que quien permanece fiel al Señor y se sostiene en Él podrá entrar al final de sus días a la tierra prometida, podrá participar de la eterna Comunión con Dios, podrá estar con Dios y con quienes son de Dios en aquel lugar en el que ya no habrá nunca más ni llanto, ni dolor, ni luto, ni muerte.

Quienes creemos en Dios y creemos en el Señor Jesús, hemos de estar convencidos de que el maná del desierto prefiguraba “el verdadero Pan del Cielo”, que es Cristo, que es Cristo en la Eucaristía (ver Catecismo de la Iglesia Católica, 1094). En la Eucaristía se realiza aquello que el Señor reveló y prometió solemnemente: «Yo soy el pan vivo, bajado del cielo. Si uno come de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo le voy a dar, es mi carne por la vida del mundo» (Jn 6, 51).

¿Podrá haber un mayor signo del amor de Dios para con nosotros que este “Pan bajado del cielo” que se nos da como comida mientras avanzamos al encuentro pleno con Él? Éste es el verdadero Pan del Cielo que al ser partido en el Altar de la Cruz se multiplica con tanta abundancia que día a día alimenta en su peregrinar a la inmensa multitud de los miembros del Pueblo de Dios. Ante un amor tan insólito, cómo no exclamar también nosotros con profunda admiración y sobrecogimiento: “¿Qué es esto?” (en hebreo “man-hu”, de donde procede la palabra “maná”) ¿Puede haber un amor más grande que el de Dios nuestro Padre, quien luego de entregarnos a su Hijo amado en el Altar de la Cruz, nos lo sigue entregando en el Banquete de la Eucaristía como alimento de vida eterna?

Firmemente convencida de la verdad de las palabras de su Señor, la Iglesia nos llama e invita a nutrirnos continuamente de este admirable Sacramento, Cristo mismo que nos acompaña, Cristo mismo que en su Cuerpo y Sangre se nos da como alimento para que con la fuerza que Él nos da podamos caminar, luchar cada día con paciencia, con esperanza, perseverando en nuestra fe y haciéndola vida de modo que no vivamos ya como «viven los gentiles, según la vaciedad de su mente» (Ef 4, 17), sino que vivamos una vida nueva conforme a la verdad que Jesús nos ha enseñado.

Te necesitamos, Señor

Te necesitamos, Señor:
para vivir una vida plena, para sentir alegría interior,
para superar los vacíos, para salir del desencanto,
para amar de verdad, sin pasar factura,
tenemos que estar muy unidos a Ti.

Te necesitamos, Señor:
porque andamos preocupados,
porque no sabemos disfrutar del momento presente,
porque a veces sólo estamos en contacto con las propias necesidades,
porque el otro, a ratos, nos es indiferente,
porque tenemos egoísmo familiar,
porque no sabemos salir de nuestro ombligo y
tenemos que dejarnos purificar por Ti.

Te necesitamos, Señor:
hasta que consigamos vivir más felices,
hasta que encontremos la vida en abundancia,
hasta que creemos tu Reino de justicia,
hasta que compartamos las cosas fraternalmente,
hasta que consigamos que nos duela el otro,
hasta que nos limpiemos de tanto egocentrismo,
hasta que logremos que todos vivan bien,
tenemos que dejarnos invadir de tu amor.

Porque urge que inventemos tu Reino,
te necesitamos, Señor:
para revolucionar las relaciones y crear encuentros,
para que nos dignifiquemos unos a otros,
para que cada persona encuentre su lugar en el mundo,
para que haya de todo para todos,
para que se nos llene el corazón de fiesta
para que logremos tratarnos como hermanos,
para que nuestra vida se llene de armonía
para que esperemos la muerte como tu gran abrazo,
tenemos que dejarnos cambiar el corazón.

Mari Patxi Ayerra

Comentario al evangelio – Viernes XVII de Tiempo Ordinario

El evangelio de Mateo después del «Discurso de las parábolas» (Mt 13, 1-52), nos presenta a Jesús en la sinagoga de su tierra, en Nazaret, rechazado por sus propios paisanos. Es interesante, estamos en Nazaret. Nazaret es el lugar de la fe, porque es el lugar de María, donde por primera vez la humanidad responde plenamente a Dios: ¡que se cumpla en mí según tu palabra! Es el lugar de adhesión al plan de Dios, pero también es el lugar de la incredulidad. Jesús no puede hacer muchos milagros por la incredulidad de su gente. 

Cuando Jesús llega a Nazaret sus vecinos se sorprenden de dos cosas: de la sabiduría de su corazón y de la fuerza sanadora de sus manos. Esto es lo que llamada poderosamente la atención de su persona. No es un líder cualquiera. Tampoco es un intelectual con una gran formación académica. No tiene el poder sagrado de los sacerdotes del templo. No es miembro de una familia de renombre ni pertenecía a una élite de privilegio. Sin embargo, transmitía su experiencia de Dios de una forma totalmente nueva, bajo el signo del amor.

En Nazaret no lo aceptan, neutralizan su presencia con una serie de preguntas, sospechas, perplejidad. Esto les impide captar la novedad asombrosa de su enseñanza y dejarse sanar por su compasión. También nosotros corremos este mismo riesgo cuando damos ya por sabido el evangelio. Y es que  «a Jesús no se le puede entender desde fuera. Hay que entrar en contacto con él. Dejar que nos enseñe cosas tan decisivas como la alegría de vivir, la compasión o la voluntad de crear un mundo más justo» (Pagola).

También nosotros estamos llamados a superar la desconfianza o quedarnos solo en la exterioridad. Como señaló el papa Francisco, en el Ángelus del 4 de julio de este año: «y aquí entramos precisamente en el núcleo del problema: cuando hacemos que prevalezca la comodidad de la costumbre y la dictadura de los prejuicios, es difícil abrirse a la novedad y dejarse sorprender. Nosotros controlamos, con la costumbre, con los prejuicios. Y esto puede suceder también con Dios, precisamente a nosotros creyentes, a nosotros que pensamos que conocemos a Jesús, que sabemos ya mucho sobre Él y que nos basta con repetir las cosas de siempre».

Dónanos Señor la capacidad del asombro, de abrirnos a las sorpresas que traes a nuestra vida para que nuestra fe no sea una costumbre social anquilosada. ¡Señor, haz que encontremos tu presencia humilde y escondida en la vida de cada día!

Edgardo Guzmán, cmf

Meditación – Viernes XVII de Tiempo Ordinario

Hoy es viernes XVII de Tiempo Ordinario.

La lectura de hoy es del evangelio de Mateo (Mt 13, 54-58):

En aquel tiempo, Jesús viniendo a su patria, les enseñaba en su sinagoga, de tal manera que decían maravillados: «¿De dónde le viene a éste esa sabiduría y esos milagros? ¿No es éste el hijo del carpintero? ¿No se llama su madre María, y sus hermanos Santiago, José, Simón y Judas? Y sus hermanas, ¿no están todas entre nosotros? Entonces, ¿de dónde le viene todo esto?». Y se escandalizaban a causa de Él. Mas Jesús les dijo: «Un profeta sólo en su patria y en su casa carece de prestigio». Y no hizo allí muchos milagros, a causa de su falta de fe.

Hoy, sucede a menudo que los cristianos se preocupan mucho por las consecuencias sociales, culturales y políticas de su compromiso, al mismo tiempo que siguen considerando la fe como un presupuesto obvio de la vida común. Pero, en realidad, este presupuesto no sólo no aparece como tal, sino que incluso con frecuencia es negado.

Necesitamos redescubrir el camino de la fe. No podemos dejar que la sal se vuelva sosa y la luz permanezca oculta (cf. Mt 5,13-16). Como la samaritana, también el hombre actual puede sentir de nuevo la necesidad de acercarse al pozo para escuchar a Jesús, que invita a creer en Él y a extraer el agua viva que mana de su fuente (cf. Jn 4,14). Debemos descubrir de nuevo el gusto de alimentarnos con la Palabra de Dios y el Pan de la vida, ofrecido como sustento a todos los que son sus discípulos (cf. Jn 6,51).

—Creer en Jesucristo es, por tanto, el camino para poder llegar de modo definitivo a la salvación.

REDACCIÓN evangeli.net

Liturgia – Viernes XVII de Tiempo Ordinario

VIERNES DE LA XVII SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO, feria

Misa de la feria (verde)

Misal: Cualquier formulario permitido, Prefacio común.

Leccionario: Vol. III-impar.

  • Lev 23, 1. 4-11. 15-16. 27. 34b-37. En las festividades del Señor convocaréis asamblea litúrgica.
  • Sal 80. Aclamad a Dios, nuestra fuerza.
  • Mt 13, 54-58. ¿No es el hijo del carpintero? Entonces, ¿de dónde saca todo eso?

Antífona de entrada          Cf. Sal 16, 15
Yo aparezco ante ti con la justicia, y me saciaré mientras se manifestará tu gloria.

Monición de entrada y acto penitencial
Hermanos, dispongámonos a celebrar estos sagrados misterios poniéndonos ante la presencia del Señor y, reconociéndonos pecadores, supliquemos con humildad su perdón y su misericordia.

• Tú que muestras el amor supremo de Dios. Señor, ten piedad.
• Tú que pones la grandes de la vida en el amor y en el servicio. Cristo, ten piedad.
• Tú, promotor de misericordia y de comunión. Señor, ten piedad.

Oración colecta
SEÑOR Dios,
cuya misericordia no tiene límites y cuya bondad es un tesoro inagotable,
acrecienta la fe del pueblo a ti consagrado,
para que todos comprendan mejor qué amor nos ha creado,
que sangre nos ha redimido y qué Espíritu nos ha hecho renacer.
Por nuestro Señor Jesucristo.

Oración de los fieles
Orgullosos de tener a María como Madre, a Jesús como hermano mayor, y a san José como protector, oremos confiados a Dios, nuestro Padre.

1.- Para que la Iglesia cada día con más gozo la Buena Noticia del Evangelio. Roguemos al Señor.

2.- Para que siempre haya corazones jóvenes dispuestos a seguir la llamada de Dios y dedicar su vida al servicio de sus hermanos. Roguemos al Señor.

3.- Para que quienes gobiernan los pueblos sean iluminados por el Evangelio. Roguemos al Señor.

4.- Para que los pobres y los que pasan hambre encuentren ayuda en sus necesidades. Roguemos al Señor.

5.- Para que Dios nos conceda la felicidad y la paz. Roguemos al Señor.

Dios todopoderoso y eterno, refugio en toda clase de peligro, a quien nos dirigimos en nuestra angustia; te pedimos con fe que mires compasivamente nuestra aflicción; líbranos de la epidemia que estamos padeciendo, concede descanso eterno a los que han muerto, consuela a los que lloran, sana a los enfermos, da paz a los moribundos, fuerza a los trabajadores sanitarios, sabiduría a nuestros gobernantes y valentía para llegar a todos con amor glorificando juntos tu santo nombre. Por nuestro Señor Jesucristo.

Oración sobre las ofrendas
MIRA Señor, los dones de tu Iglesia suplicante
y concede que sean recibidos
para crecimiento en santidad de los creyentes.
Por Jesucristo, nuestro Señor.

Antífona de comunión          Cf. Sal 83, 4-5
Hasta el gorrión ha encontrado una casa; la golondrina, un nido donde colocar sus polluelos: tus altares, Señor del universo, Rey y Dios mío. Dichosos los que viven en tu casa, alabándote siempre.

Oración después de la comunión
CONCÉDENOS, Dios misericordioso,
que, alimentados con el Cuerpo y la Sangre de tu Hijo,
bebamos con fe en la fuente de la misericordia
y nos mostremos cada vez más misericordiosos con nuestros hermanos.
Por Jesucristo, nuestro Señor.