¿Creer?

Tal como suele entenderse en este evangelio, creer no significa tanto adhesión mental cuanto confianza inquebrantable. Y, en este mismo evangelio, se invita a creer en Jesús -más aún, se afirma que en eso se resume la voluntad de Dios-, con la promesa de que la confianza en él saciará toda hambre y toda sed.

En el texto encontramos dos afirmaciones que, por más que se les haya concedido una validez durante siglos, entran en fuerte disonancia con la consciencia moderna y son superadas en una mirada transpersonal. Las dos afirmaciones a las que me refiero pueden sintetizarse de este modo: la salvación viene de “fuera” y se juega decisivamente en la figura de Jesús. Analicemos ambas creencias.

Las religiones ofrecen una salvación que viene de “fuera”. Es precisamente ese “fuera” el que hoy se cuestiona: fuera, ¿de qué?; fuera, ¿dónde?; ¿acaso puede haber algo “fuera” de lo real? A medida que nos hacemos más conscientes de la capacidad proyectiva de la mente, nos resulta más fácil entender su tendencia a colocar “fuera” -o viniendo de fuera- aquello que más anhelamos. Desde la percepción de su propia necesidad e inseguridad, el ser humano dirigió su mirada hacia “algo” más grande que él que nombramos como “trascendencia”.

Sin embargo, como los místicos han sabido ver, la trascendencia no se halla fuera, ni siquiera lejos, sino en nuestra más íntima profundidad. Hasta el punto de poder afirmar que constituye aquello que realmente somos. Con lo que venimos a descubrir que aquello que nuestra mente había proyectado en el exterior no es sino nuestra identidad habitualmente ignorada.

Por su parte, la religión cristiana -a partir de Pablo de Tarso- otorgó a Jesús el rango de “salvador”, haciendo de él un ser radicalmente diferente de todos los demás. En consonancia con el momento histórico en que aparece, convierte a Jesús en un Dios “separado”, con cualidades y poderes únicos.

Sin embargo, bien pudiera ser que se tratara solo de una lectura realizada desde la fe -de un “mapa creyente”-, que se desvela con nitidez al hacernos conscientes que aquello que se afirma de Jesús vale en realidad para todos nosotros.

¿Qué significa, por tanto, creer en Jesús y ver saciado nuestro anhelo? Por decirlo brevemente: comprender lo que realmente somos. Como el Jesús del cuarto evangelio, todos nosotros podemos decir: “El Padre y yo somos uno”, “Yo soy la vida” o, sencillamente, “Yo soy”. Y no hablo lógicamente del yo particular o ego, sino de aquella identidad profunda que compartimos con Jesús y todos los seres. Así entiendo por qué en eso se condensa todo: cuando se comprende experiencialmente lo que somos, se ha encontrado el tesoro.

¿Dónde busco la respuesta a mi anhelo más profundo?

Enrique Martínez Lozano

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II Vísperas – Domingo XVIII de Tiempo Ordinario

II VÍSPERAS

DOMINGO XVIII TIEMPO ORDINARIO

INVOCACIÓN INICIAL

V/. Dios mío, ven en mi auxilio
R/. Señor, date prisa en socorrerme.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. 
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

HIMNO

Nos dijeron de noche
que estabas muerto,
y la fe estuvo en vela
junto a tu cuerpo

La noche entera
la pasamos queriendo
mover la piedra.

Con la vuelta del sol,
volverá a ver la tierra
la gloria del Señor.

No supieron contarlo
los centinelas:
nadie supo la hora
ni la manera.

Antes del día.
se cubrieron de gloria
tus cinco heridas.

Con la vuelta del sol,
volverá a ver la tierra
la gloria del Señor.

Si los cinco sentidos
buscan el sueño,
que la fe tenga el suyo
vivo y despierto.

La fe velando,
para verte de noche
resucitando.

Con la vuelta del sol,
volverá a ver la tierra
la gloria del Señor.

SALMO 109: EL MESÍAS, REY Y SACERDOTE

Ant. Cristo, sacerdote eterno, según el rito de Melquisedec. Aleluya.

Oráculo del Señor a mi Señor:
«Siéntate a mi derecha,
y haré de tus enemigos
estrado de tus pies.»
Desde Sión extenderá el Señor
el poder de tu cetro:
somete en la batalla a tus enemigos.

«Eres príncipe desde el día de tu nacimiento,
entre esplendores sagrados;
yo mismo te engendré, como rocío,
antes de la aurora.»

El Señor lo ha jurado y no se arrepiente:
«Tú eres sacerdote eterno,
según el rito de Melquisedec.»

El Señor a tu derecha, el día de su ira,
quebrantará a los reyes.
En su camino beberá del torrente,
por eso levantará la cabeza.

Señor, mis ojos están vueltos a ti,
en ti me refugio, no me dejes indefenso;
guárdame del lazo que me han tendido,
de la trampa de los malhechores.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Cristo, sacerdote eterno, según el rito de Melquisedec. Aleluya.

SALMO 113B: HIMNO AL DIOS VERDADERO

Ant. Nuestro Dios está en el cielo, y lo que quiere lo hace. Aleluya.

No a nosotros, Señor, no a nosotros,
sino a tu nombre da la gloria,
por tu bondad, por tu lealtad.
¿Por qué han de decir las naciones:
«Dónde está su Dios»?

Nuestro Dios está en el cielo,
lo que quiere lo hace.
Sus ídolos, en cambio, son plata y otro,
hechura de manos humanas:

Tienen boca, y no hablan;
tienen ojos, y no ven;
tienen orejas, y no oyen;
tienen nariz, y no huelen;

Tienen manos, y no tocan;
tienen pies, y no andan;
no tiene voz su garganta:
que sean igual los que los hacen,
cuantos confían en ellos.

Israel confía en el Señor:
él es su auxilio y su escudo.
La casa de Aarón confía en el Señor:
él es su auxilio y su escudo.
Los fieles del Señor confían en el Señor:
él es su auxilio y su escudo.

Que el Señor se acuerde de nosotros y nos bendiga,
bendiga a la casa de Israel,
bendita a la casa de Aarón;
bendiga a los fieles del Señor,
pequeños y grandes.

Que el Señor os acreciente,
a vosotros y a vuestros hijos;
benditos seáis del Señor,
que hizo el cielo y la tierra.
El cielo pertenece al Señor,
la tierra se la ha dado a los hombres.

Los muertos ya no alaban al Señor,
ni los que bajan al silencio.
Nosotros, sí, bendeciremos al Señor
ahora y por siempre.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Nuestro Dios está en el cielo, y lo que quiere lo hace. Aleluya.

CÁNTICO del APOCALIPSIS: LAS BODAS DEL CORDERO

Ant. Alabad al Señor, sus siervos todos, pequeños y grandes. Aleluya.

Aleluya.
La salvación y la gloria y el poder son de nuestro Dios,
porque sus juicios son verdaderos y justos.
Aleluya.

Aleluya.
Alabad al Señor, sus siervos todos,
los que le teméis, pequeños y grandes.
Aleluya.

Aleluya.
Porque reina el Señor, nuestro Dios, dueño de todo,
alegrémonos y gocemos y démosle gracias
Aleluya.

Aleluya.
Llegó la boda del Cordero,
Su esposa se ha embellecido.
Aleluya.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre, 
por los siglos de los siglos.

Ant. Alabad al Señor, sus siervos todos, pequeños y grandes. Aleluya.

LECTURA: 2Ts 2, 13-14

Debemos dar continuas gracias a Dios por vosotros, hermanos amados por el Señor, porque Dios os escogió como primicias para salvaros, consagrándoos con el Espíritu y dándoos fe en la verdad. Por eso os llamó por medio del Evangelio que predicamos, para que sea vuestra la gloria de nuestro Señor Jesucristo.

RESPONSORIO BREVE

R/ Nuestro Señor es grande y poderoso.
V/ Nuestro Señor es grande y poderoso.

R/ Su sabiduría no tiene medida.
V/ Es grande y poderoso.

R/ Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
V/ Nuestro Señor es grande y poderoso.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. Trabajad no por los alimentos perecederos, sino  por el alimento que permanece y que da vida eterna.

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Trabajad no por los alimentos perecederos, sino  por el alimento que permanece y que da vida eterna.

PRECES

Demos gloria y honra a Cristo, que puede salvar definitivamente a los que, por medio de él, se acercan a Dios, porque vive siempre para interceder a favor nuestro, y digámosle con plena confianza:

Acuérdate de tu pueblo, Señor.

Señor Jesús, Sol de justicia que ilumina nuestras vidas, al llegar al umbral de la noche, te pedimos por todos los hombres; 
— que todos lleguen a gozar eternamente de tu luz, que no conoce el ocaso.

Guarda, Señor, la alianza sellada con tu sangre,
— y santifica a tu Iglesia, para que sea siempre inmaculada y santa.

Acuérdate de esta comunidad aquí reunida,
— y que tú elegiste como morada de tu gloria.

Que los que están en camino tengan un viaje feliz 
— y regresen a sus hogares con salud y alegría.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

Acoge, Señor, las almas de los difuntos
— y concédeles tu perdón y la vida eterna.

Terminemos nuestra oración con las palabras del Señor:
Padre nuestro…

ORACION

Ven, Señor, en ayuda de tus hijos, derrama tu bondad inagotable sobre los que te suplican y renueva y protege la obra de tus manos a favor de los que te alaban como creador y como guía. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Amén.

CONCLUSIÓN

V/. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R/. Amén.

Pan de Dios en el desierto de sin

Rabí Yehudá ben Samuel sentía sobre sus hombros un pesado fardo que aumentaba cada vez que recordaba las palabras del salmo: “Lo que oímos y aprendimos y nos contaron nuestros padres, no lo encubriremos a nuestros hijos, lo contaremos a la siguiente generación: las glorias del Señor, y su poder, y las maravillas que realizó…”

Corrían tiempos difíciles y él no estaba seguro de poder comunicar a sus hijos esas maravillas. Vivían en un país de la diáspora, los niños se mezclaban con hijos de gentiles y, aunque aprendían hebreo en la Bet ha Midras, esa lengua ya no era la suya ni tenían ya la misma veneración por las costumbres judías que él había vivido en su infancia. Hacían preguntas que él de niño jamás se habría atrevido a hacer y había oído decir a  su hijo mayor que el maná solo era semillas de cilantro que habían encontrado en el desierto: “Era como el que guarda mi madre en la despensa y no me extraña que nuestros padres se cansaran de comer lo mismo durante cuarenta años”.

Por eso Rabí Yehudá se preparaba para narrarles aquella historia, así que tomó el rollo de la Torah y buscó el libro de Shemot. Cuando encontró el relato del maná, sintió una intensa emoción: “Toda la comunidad de Israel partió de Elim y llegó al desierto de Sin el día quince del segundo mes después de salir de Egipto y la comunidad de los israelitas protestó contra Moisés y Aarón en el desierto diciendo: Nos habéis sacado de Egipto para matar de hambre a toda esta comunidad…”

Así comenzaba el relato que se había convertido para él en el maestro que lo había iniciado en otro tipo de sabiduría y le había convertido en el creyente que ahora era. Cuando lo descubrió, estaba atravesando un tiempo de penurias y se había reconocido en las murmuraciones de los israelitas y en su fe vacilante. Más tarde le llegó un golpe de suerte y los tejidos que fabricaba subieron de valor pero, con la riqueza, llegaron las tentaciones: “Es mi habilidad para los negocios la que me ha hecho rico”, pensó. Pero las palabras de Moisés le curaban de su soberbia: “Es el Señor quien os da este pan…”

Con las posesiones, llegó también la ansiedad por acumular pero tuvo un sueño liberador: al abrir las arcas en que almacenaba sus bienes, las encontraba llenas de gusanos, como el maná que se guardaba de un día para otro. También su afán por seguir produciendo sin detener el ritmo de los telares se le reveló, de pronto, como un gran pecado y volvió a guardar el Sábado como día dedicado al Señor, según había ordenado Moisés.  Empezó también a obedecer la orden de “llevar porciones a los que no tenían” y se convirtió en un hombre generoso que compartía con esplendidez sus bienes con los pobres. Iba aprendiendo a conocer mejor la desmesurada misericordia de su Dios y a descubrirla como un manantial incesante de dones que colmaba de bienes su existencia.

La llegada de sus hijos interrumpió sus recuerdos. Se quedaron de pie en torno a él y antes de comenzar su explicación, Rabí Yehudá pronunció la bendición: “Bendito eres, Señor Dios nuestro que nos rescataste de la esclavitud, nos hiciste vivir y en la abundancia nos alimentaste. Bendito eres Tú Señor, Rey del universo, que sacas para nosotros el pan de la tierra”. Y ellos respondieron: Amén, amén. Y se sentaron a escucharle.

Dolores Aleixandre

No te da vida comer el pan sino el dejarte comer

Seguimos en el c. 6 del evangelio de Juan. La lectura de hoy afronta directamente la discusión con los judíos. En todo caso, este capítulo plantea una discusión larga y dura, en la que Jesús va concretando y profundizando las exigencias del seguimiento. Se va acentuando la distancia a medida que Jesús va aquilatando el discurso. El proceso será: Entusiasmo, duda, desencanto, desilusión, oposición, rechazo, abandono.

El diálogo es un montaje que permite a Juan poner en boca de Jesús lo que aquella comunidad consideraba las claves del seguimiento. No contesta a la pregunta: ¿cómo y cuándo has llegado aquí?, sino a las verdaderas intenciones de la gente, llevando el diálogo a su terreno. Lo que tiene importancia es el compromiso de entrega, al que quiere llevarlos.

Me buscáis, no porque habéis visto signos, sino porque comisteis pan hasta saciaros. La “señal” era una invitación a compartir, pero ellos vieron en ella solo la satisfacción del apetito. Esa búsqueda de Jesús no es correcta, solo pretenden seguridades. Jesús va directamente al grano y desenmascara su intención. No le buscan a él sino el pan que les ha dado. No le buscan por conseguir un futuro más humano. Esas palabras critican la religión de todos los tiempos. Todas las religiones manipulan a Dios para ponerlo a su servicio.

Trabajad, no por el alimento que perece, sino por el alimento que dura dando Vida definitiva. Esta propuesta de trabajar por la Vida, es el resumen de todo su mensaje. Vale lo mismo para aquel tiempo que para hoy. Trata de advertir de la facilidad que tiene el hombre de malograr su vida enredándose en lo puramente material o dejándose llevar por lo sensible. La búsqueda del verdadero pan exige esfuerzo. Es un camino de lucha, de superación, de purificación, de regeneración, de muerte y de nuevo nacimiento (bautismo).

El alimento que perdura lo da Dios gratuitamente. Jesús descubrió ese don y desplegó su verdadera Vida. Sin alimento no puede haber vida. Por eso hay que escucharle cuando habla de otro tipo de comida, que es la que nos salva. También hay que trabajar por el alimento que perece, pero no debe ser el objetivo único de nuestra vida. Los judíos muestran un cierto interés, pero es puramente superficial. Acostumbrados a moverse a golpe de preceptos, preguntan a Jesús por las normas, incapaces de imaginar a Dios que da todo gratis.

Éste es el trabajo que Dios quiere, que prestéis adhesión al que él ha enviado. Conocer lo que Dios espera de nosotros parecería el verdadero camino, pero ese interés es solo aparente. En realidad no nos interesa demasiado lo que Dios quiere. Lo que de verdad nos interesa es lo que nosotros queremos. Para garantizar seguridades, hemos fabricado un Dios a medida. De todas formas Jesús les dice lo que Dios espera de ellos: que le presten su adhesión. La discusión entre fe y obras queda superada drásticamente: confiar en Jesús.

Pero inmediatamente viene la institución y nos dice: lo que Dios quiere es esto y aquello; que no es más que lo que les interesa a los dirigentes de turno. Jesús no vino a dar nuevas normas morales sino a enseñarnos el camino de la verdadera Vida. Lo que tengo que “hacer”, lo tengo que descubrir yo, no me tiene que llegar de fuera como programación, no tengo que ser un robot al que le han introducido un programa. Lo que Dios quiere es que lleguemos a nuestra plenitud, y el “mapa de ruta” está en nuestro interior, no fuera.

A Dios le importa más lo que somos que lo que hacemos. Mostramos nuestra ceguera cuando estamos preocupados por lo que Dios quiere que hagamos o dejemos de hacer. Solo una cosa es fundamen­tal: confiar. Creer no es aceptar una serie de verdades teóricas y quedar tan tranquilos. Esto es lo que pide Jesús a sus oyentes. Tergiversamos esa confianza cuando la convertimos en esperanza de que Dios cumpla nuestros deseos. Confiar es aceptar la voluntad de Dios, no venida de fuera, sino como inserta en la raíz de nuestro ser.

¿Qué señal realizas tú para que viéndola te creamos? La exigencia de una señal es la demostración de que no creen. Estarían dispuestos a aceptar un Mesías, semejante a Moisés, que demostrara su valía a base de prodigios. El maná estaba considerado como el mayor de los milagros. Exigen de Jesús que legitime sus pretensiones con otro prodigio igual o mayor. Pero la Vida que Jesús promete no viene de fuera y espectacularmente; está en cada uno y se manifiesta en lo cotidiano como amor desinteresado, como preocupación por el otro.

No os dio Moisés el pan del cielo; es mi Padre el que os da el verdadero pan del cielo. Aquello no era más que un símbolo. La realidad está en Jesús, verdadero pan del cielo, que alimenta la verdadera Vida. Recordemos que los rabinos consideraban la Torah como el pan que Dios les había otorgado. Ahora es Jesús la única Ley que salva. Danos siempre pan de ese. Reacción aparentemente sincera, pero equivocada. Le llaman Señor; creen en sus palabras; esperan que satisfaga sus anhelos; pero no le dan su adhesión sincera.

Yo soy el pan de Vida. En todos los discursos que encontramos en este evangelio, se hace referencia a la Vida. Se trata de una realidad que no podemos explicar con palabras, ni meter en conceptos humanos. Solo a través de símbolos y metáforas podemos indicar el camino de una vivencia, que es lo único que nos llevará a descubrir de qué se está hablando. “Yo soy” en Juan es la suprema manifestación de la conciencia de lo que era Jesús. Cada uno de nosotros debemos descubrir lo que verdaderamente somos, como lo descubrió Jesús.

El que viene a mí no pasará hambre, el que cree en mí no pasará nunca sed. ¿Qué significa, “ir a él, creer en él”? Aquí radica todo el meollo del discurso. No se trata de recibir nada de Jesús, sino de descubrir que todo lo que él tenía lo tengo yo. Lo que Jesús propone es que los seres humanos descubran que se puede vivir desde una perspectiva diferente, que alcanzar la plenitud humana significa descubrir lo que Dios es en cada uno y una vez descubierto ese don total (Vida), respondamos como respondió Jesús.

Lo que propone Jesús está en contra de toda lógica. Está diciendo que el pan que da Vida no es el pan que se come, sino el pan que se da. Si te conviertes en pan como él, entonces, ese darte se convertirá en Vida. Jesús no invita a buscar la propia perfección, sino a desarrollar la capacidad de darse a sí mismo. Solo dándote, superarás el egoísmo y alcanzarás la plenitud. “Yo soy” es la clave de la comprensión de Jesús en el evangelio de Juan. Lo que pongamos después del ‘yo soy’ no tiene importancia. Aquí añade… pan, VIDA.

Meditación

La Vida espiritual también necesita de alimento.
Jn presenta a Jesús como el alimento que da Vida.
Para que alimente, tengo que asimilarlo.
Como Jesús, tenemos que descubrir esa Vida
y dejar que nos atraviese desde lo hondo del ser.

Fray Marcos

Comentario – Domingo XVIII de Tiempo Ordinario

(Jn 6, 24-35)

Luego de multiplicar los panes para alimentar a la gente, aquí comienzan los discursos de Jesús sobre el tema del pan de vida para dar un mensaje más profundo.

Y para llevar a la gente a otro nivel Jesús les dice: «Ustedes me buscan porque han comido los panes y se han saciado. No trabajen sólo por el alimento que se acaba, sino por el sustento que dura y da vida eterna».

Jesús muestra así nuestra crasa realidad: somos necesitados, y buscamos permanentemente saciar nuestras necesidades, y corremos detrás de los que puedan satisfacer nuestros deseos, nuestras carencias.

Esos hombres que buscaban a Cristo no se habían dejado cautivar por su enseñanza; simplemente habían descubierto que Jesús se preocupaba por ellos, los cuidaba y no les dejaba pasar necesidad; se compadecía realmente de sus angustias.

Pero en esos gestos de Jesús llegaba a ellos el mensaje del amor de Dios. Más allá de las palabras, más allá de las doctrinas, la forma que Jesús tenía de tratarlos, les hablaba del amor de Dios.

Jesús no desprecia esa confianza necesitada, pero aprovecha la ocasión para invitar a esos hombres agradecidos a pasar a un nivel más profundo.

Hay otro pan, hay otro alimento, porque también hay otro hambre en el corazón humano, hay otra insatisfacción más honda que busca ser colmada.

Y si bien hay que trabajar para ganarse el pan, para alcanzar este alimento superior no es necesario otro trabajo más que creer, más que abrir el corazón con confianza: «La obra del Padre es que ustedes crean (v. 29)».

Oración:

«Señor, no dejes que me olvide de esas necesidades más profundas que sólo con la fe puedo saciar. No permitas que las angustias de cada día y las cosas urgentes me lleven a olvidar las cosas más importantes que sólo tú puedes dar».

VÍCTOR M. FERNÁNDEZ
El Evangelio de cada día

Lectio Divina – Domingo XVIII de Tiempo Ordinario

«Señor, danos siempre ese pan.»

INTRODUCCIÓN

El misterio de la Encarnación se prolonga en el ministerio de la caridad, cuando la comunión cristiana y cada uno de sus miembros reconoce la dignidad de los pobres, comparte sus problemas y apoyan sus legítimas aspiraciones. En esta tarea no basta con recomponer lo roto, es preciso renacer desde una nueva dimensión. Estamos llamados a ser más, a sentirnos siempre en camino, llegando a las raíces más hondas de la persona, allí donde acontece la verdadera liturgia del encuentro. (Cáritas Española).

TEXTOS BÍBLICOS

1ª Lectura: Ex. 16,2-4.12-15.    2ª Lectura: Ef. 4,17.20-24.

EVANGELIO

San Juan 6,24-35:

En aquel tiempo, al no ver allí a Jesús ni a sus discípulos, la gente subió a las barcas y se dirigió en busca suya a Cafarnaúm.  Al llegar a la otra orilla del lago, encontraron a Jesús y le preguntaron: «Maestro, ¿cuándo has venido aquí?»  Jesús les dijo: «Os aseguro que vosotros no me buscáis porque hayáis visto las señales milagrosas, sino porque habéis comido hasta hartaros. No trabajéis por la comida que se acaba, sino por la comida que permanece y os da vida eterna. Ésta es la comida que os dará el Hijo del hombre, porque Dios, el Padre, ha puesto su sello en él.» Le preguntaron: «¿Qué debemos hacer para que nuestras obras sean las obras de Dios?»  Jesús les contestó: «La obra de Dios es que creáis en aquel que él ha enviado.»  «¿Y qué señal puedes darnos –le preguntaron– para que, al verla, te creamos? ¿Cuáles son tus obras? Nuestros antepasados comieron el maná en el desierto, como dice la Escritura: «Dios les dio a comer pan del cielo.»» Jesús les contestó: «Os aseguro que no fue Moisés quien os dio el pan del cielo. ¡Mi Padre es quien os da el verdadero pan del cielo! Porque el pan que Dios da es aquel que ha bajado del cielo y da vida al mundo.» Ellos le pidieron: «Señor, danos siempre ese pan.» Y Jesús les dijo: «Yo soy el pan que da vida. El que viene a mí, nunca más tendrá hambre, y el que en mí cree, nunca más tendrá sed.»

REFLEXIÓN

En este evangelio Jesús deja las cosas bien claras. No todo sirve en el cristianismo.  Hay que bajar al fondo de nuestro ser y descubrir las motivaciones profundas de nuestro seguimiento a Jesús. Veamos algunos aspectos muy interesantes en este evangelio.

1.- “Vosotros me buscáis porque habéis comido hasta hartaros” El pueblo, la gente, entusiasmada con Jesús porque había saciado milagrosamente su hambre en el desierto, le busca y le hace esta pregunta: “Maestro, ¿Cuándo has venido aquí”? A esta pregunta Jesús no responde. Como no responde a tantas preguntas vacías y superficiales que nos hacemos en la vida: ¿Dónde vamos a pasar este fin de semana? ¿Qué matrícula de coche voy a comprar?  ¿Qué tiempo nos hará esta semana? Pero sí contesta a las preguntas de profundidad. A Jesús le interesa mucho las motivaciones de nuestra fe, el por qué seguimos a Jesús. Y le duele cuando le seguimos sólo pensando en cosas materiales. “Me buscáis porque habéis comido hasta hartaros”. Aquellos buscaban a un Jesús que les diera de comer todos los días sin trabajar. Jesús no está de acuerdo con esas miras tan cortas, con esas vidas tan reducidas. Dios desea siempre más. Por eso les invita a buscar otro pan, otra comida que permanece, que da vida eterna. Aquí no se refiere sólo a la vida después de la muerte, sino a un cambio de vida en este mundo. “Vida eterna es una vida distinta a la existencia de antes” (J. Guhrt). Es lo que ya había dicho Jesús en otra ocasión: «Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia” (Jn. 10,10). La mejor manera de prepararnos para la “vida eterna” es     vivir esta vida en plenitud.

2.– ¿Qué debemos hacer para obrar según Dios?  Después de un diálogo con Jesús, las cosas cambian. Qué distinta la pregunta que le hacen ahora a la que le habían hecho antes.  Si cada día los cristianos escucháramos a Jesús, si cada día leyéramos con fe el evangelio, cambiarían nuestras preguntas y nuestras conductas. Lo que de verdad cambia a una persona es otra persona. Y la única persona que puede cambiar nuestra vida es Jesús. “La obra de Dios es que creáis en aquel que el Padre ha enviado”. Jesús es el único que puede llenar plenamente nuestra vida. Cuando Jesús llama a los primeros discípulos les hace una pregunta: ¿Qué buscáis? Ellos le contestan con otra: Maestro, ¿dónde vives? Jesús les dijo: “Venid y ved”. Aquí Jesús se presenta como la respuesta a todas nuestras preguntas; como la solución a todos nuestros problemas; como la plenitud a todos nuestros vacíos.  El texto no nos dice qué vieron, qué sintieron, qué palparon. Lo único que nos dice es que aquellos primeros discípulos ya no se apartaron de Jesús. Y se quedaron con Él (Jn. 1,39).

3.– Señor, danos siempre de ese pan. Aquí ya no hay una interrogación sino una afirmación: “Danos siempre de ese pan”. A Jesús no debemos ir nunca con nuestras respuestas sino sólo con nuestras preguntas. Es posible que Él mismo nos haga cambiar de preguntas. Y también que nos quedemos, como sucedió en este caso, con la respuesta que necesitamos. No queremos otro Pan, ni otro Vino, ni otro Camino, ni otra Luz, ni otra Sal, ni otro Tesoro, ni otra Verdad, ni otra VIDA que no sea JESUS.  En definitiva, es Jesús aquel que, en el fondo, todos buscamos y todos necesitamos.

PREGUNTAS

1.- ¿Busco a Jesús por interés material? ¿Le busco porque lo necesito? ¿O le busco porque me siento cautivado por Él?

2.– Más que preguntar a Dios ¿Dejo que sea Él el que me pregunte?  ¿Le dejo las preguntas abiertas?

3.- ¿Estoy convencido que Jesús ha sido lo más bello y bonito que ha ocurrido en mi vida?

Este evangelio, en verso, suena así:

Se dice que “cuando el sabio
está señalando el cielo,
el hombre ignorante y tonto
se queda mirando al dedo.
Esto nos pasa a nosotros,
Señor, cuando no sabemos
interpretar el sentido,
la esencia de tu Evangelio.
Los judíos te buscaban
porque les diste alimento.
Sólo querían el pan
que sacia el hambre del cuerpo
“Yo soy el Pan de la vida.
Todo el que sale a mi encuentro,
no volverá a tener hambre,
dijiste, Señor, al Pueblo.
Pero el Pueblo no creyó,
porque la fe corre riesgos.
Exige venderlo todo,
marchar en tu seguimiento.
Cuando, Señor, nos quedamos
en devociones y rezos,
cuando falla el compromiso,
regamos fuera del tiesto
Hoy, Señor, comulgaremos
el Pan de tu Sacramento.
Como Tú, queremos ser
pan para todos hambrientos.

(Compuso estos versos José Javier Pérez Benedí)

Eucaristía e inmortalidad

Este domingo y los tres siguientes se lee el «Debate sobre el pan de vida», que continúa el tema de la multiplicación de los panes y los peces (el domingo pasado no se leyó por coincidir con la fiesta de Santiago). El inconveniente de dividir el debate y sus consecuencias en cuatro domingos es que se pierde su fuerte tensión dramática. Considero importante ofrecer una visión de conjunto, aunque haya que anticipar datos de los próximos domingos.

Los interlocutores del debate

Los interlocutores de Jesús, aunque resulte extraño, cambian: al principio son los galileosque se beneficiaron del milagro de la multiplicación de los panes; cuando el debate adquiere un tono polémico, son los judíos quienes «critican» a Jesús y «discuten entre ellos». Pero su reacción final, cuando termina de hablar Jesús, no se cuenta. El protagonismo pasa a muchos de sus discípulos [de Jesús], que «se escandalizan» y lo abandonan. Al final, solo quedan los doce.

Los tres puntos principales del debate

Los debates y discursos de Jesús en el evangelio de Juan, aunque largos y complicados, se pueden resumir en pocas ideas. En este podemos distinguir tres, estrechamente relacionadas.

1. La «vida eterna» (vv.27.40.47.54), «la vida» (v.33.53), «vivir para siempre» (v.51.58). Es un tema obsesivo del cuarto evangelio, que comienza afirmando que «el Verbo era vida» y lo ejemplifica en la resurrección de Lázaro, donde Jesús se muestra como «la resurrección y la vida». Recuerda lo que decía Miguel de Unamuno: «Con razón, sin razón, o contra ella, lo que pasa es que no me da la gana de morirme».

2. Esa vida eterna se consigue comiendo «el pan de la vida» (v.35.48.51), «el verdadero pan que da la vida al mundo» (v.33.51), «el pan que ha bajado del cielo» (v.41.50.58). Al que come de ese pan, Jesús «lo resucitará en el último día» (vv.39.40.44.54).

3. Los dos temas anteriores están muy vinculados al de la fe en Jesús: «lo que Dios quiere es que creáis en el que ha enviado» (v.29); «el que cree en mí nunca tendrá sed» (v.35); «el que cree en mí tiene la vida eterna» (v.47). Por eso, los discípulos que abandonan a Jesús lo hacen porque «no creían» (v.64); en cambio, los Doce, como afirma Pedro, «hemos creído y sabemos que tú eres el santo de Dios» (v. 69).

Por consiguiente, al hablar del «pan de vida», la fuerza capital recae en «la vida», esa vida eterna a la que Jesús nos resucitará en el último día. Igual que la comida no es un fin en sí misma, sino un medio para subsistir, el pan eucarístico está directamente enfocado a la obtención de la inmortalidad. Quien comulga, como algunos corintios, sin creer en la otra vida, no es consciente de la estrecha relación entre eucaristía y vida eterna.

El desarrollo del debate y sus consecuencias

En el texto litúrgico (que suprime el pasaje 6,36-40) podemos distinguir tres grandes partes (domingos 18, 19, 20), centradas en el diálogo entre Jesús y los presentes en la sinagoga de Cafarnaúm. Todo termina con la reacción tan distinta de muchos discípulos y de los Doce (domingo 21).

La primera parte (domingo 18), que desarrollaré luego, termina con una revelación inimaginable por parte de Jesús: «Yo soy el pan de vida», «el que baja del cielo y da la vida al mundo».

La segunda (domingo 19) comienza con la reacción crítica de los judíos ante la pretensión de Jesús de haber bajado del cielo. Imposible: conocen a su padre y a su madre. Pero él termina con una afirmación más desconcertante aun: «el pan que yo daré es mi carne».

La tercera (domingo 20) empalma con la afirmación anterior: «¿Cómo puede este darnos a comer su carne?». Los judíos llevan razón. Parece imposible, absurdo. Jesús no lo explica ni matiza. Insiste en que comer su carne y beber su sangre es la única forma de conseguir la vida eterna.

Con lo anterior termina del debate, sin que se diga cómo reaccionan los judíos. Pero sí se indica la reacción de los discípulos (domingo 21), distinguiendo entre el escándalo de mucho de ellos y la respuesta positiva de los Doce.

Notas al debate

1. Aunque las ideas puedan resultar claras, son difíciles de aceptar. La reacción normal de los oyentes es que les están tomando el pelo, que Jesús está loco, o que es un blasfemo. Una persona a la que conocen de pequeño, igual que a su familia, tiene que haberse vuelto loca para decir que ha bajado del cielo, que es superior a Moisés, que quien viene a él no tendrá nunca hambre ni sed, que es preciso comer su cuerpo y beber su sangre, como si ellos fuesen caníbales.

2. Jesús recurre a la ironía («me buscáis porque os hartasteis de comer»), al escándalo (rebajando la importancia del maná) y a expresiones simbólicas desconcertantes (comer su carne y beber su sangre). Con ello pretende lo contrario que los políticos actuales: que solo lo siga un grupo selecto, aquellos que «le trae el Padre». Este enfoque desconcertante del cuarto evangelio se basa probablemente en la experiencia posterior a la muerte de Jesús, y pretende explicar por qué la mayoría de los judíos no lo aceptó como enviado de Dios.

3. El debate no reproduce lo ocurrido al pie de la letra, es elaboración del autor del cuarto evangelio. Él sabe que sus lectores, su comunidad, entenderá rectamente los símbolos. Cuando Jesús dice que «mi cuerpo es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida», que hay que comer su cuerpo y beber su sangre, saben que no se trata de comer un trozo de su brazo o beber un vaso de su sangre; se refiere a la eucaristía, al pan y la copa de vino que comparten.

4. Desde un punto de vista pastoral, si el tema ya era complicado y escandaloso para muchos discípulos, los teólogos se han encargado de complicarlo aún más con el concepto de «transubstanciación». El que tenga dificultades sobre este punto podría acogerse a las palabras finales de Pedro: «Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna. Nosotros creemos y sabemos que tú eres el santo de Dios». Y que los teólogos sigan discutiendo.

La versión milagrosa del maná (Ex 16, 2-4.12-15)

Ya que el evangelio hace referencia al don del maná, se lee la versión del libro del Éxodo, que lo une al de las codornices (pan y carne). Hay otra versión muy distinta del maná, nada milagrosa, en el libro de los Números 11,7-9. En este relato, el pueblo está harto de no comer más que maná. Y se añade: «El maná se parecía a semilla de coriandro con color de bedelio; el pueblo se dispersaba a recogerlo, lo molían en el molino o lo machaban en el almirez, lo cocían en la olla y hacían con ello hogazas que sabían a pan de aceite. Por la noche caía el rocío en el campamento y encima de él, el maná».

Sin embargo, la versión que terminó imponiéndose fue la milagrosa, de un alimento que envía Dios desde el cielo, no cae los sábados para respetar el descanso sabático, todos recogen lo mismo, sabe a galletas de miel, y es tan maravilloso que hay que conservar dos litros en el Arca de la Alianza. Estos detalles han sido suprimidos en la versión litúrgica, que, sin embargo, mantiene a las codornices; podría haberlas dejado volando y nadie las echaría de menos.

El maná y el pan de vida (Jn 6, 24-35)

La introducción ha suprimido muchos datos. Después de la multiplicación de los panes y los peces, los discípulos se marchan en la barca mientras Jesús se retira al monte huyendo del deseo de la gente de hacerlo rey. Por la noche, cuando la barca está en peligro por un viento en contra, Jesús se aparece caminando sobre el agua, sube a la barca y al punto llegan a tierra. Lo anterior se ha suprimido. El relato comienza cuando la gente advierte la ausencia de Jesús y de los discípulos y va a Cafarnaúm en su busca.

Empieza entonces el largo debate. La sección de hoy consta de cuatro intervenciones de la gente (tres preguntas y una petición), seguidas de cuatro respuestas de Jesús.

Todo comienza con una pregunta muy sencilla: «Maestro, ¿cuándo has venido aquí?» Jesús, en vez de responder a la pregunta, hace un suave reproche («me buscáis porque os hartasteis de comer») y les habla del alimento que dura hasta la vida eterna. Lo lógico sería que la gente preguntase cómo se consigue ese alimento; en cambio, pregunta cómo pueden hacer lo que Dios quiere. Y Jesús responde: lo que Dios quiere es que crean en aquel que ha enviado. Los galileos captan que Jesús habla de creer en él, y adoptan una postura más exigente: para creer en él deberá realizar un gran prodigio, como el del maná. Con la referencia al maná le ponen a Jesús el tema en bandeja. Enfrentándose a la tradición que presenta el maná como «pan del cielo» y «pan de ángeles», Jesús dice que el maná no se puede comparar con el verdadero pan del cielo, que no se limita a saciar el hambre, sino que da la vida al mundo. Los galileos reaccionan de forma parecida a la samaritana: «Señor, danos siempre de ese pan». La respuesta de Jesús no puede ser más desconcertante: «Yo soy el pan de la vida. El que viene a mí no tendrá hambre, y el que cree en mí no tendrá sed jamás.» ¿Cómo reaccionará la gente? La solución el domingo próximo.

«El hombre comió pan de ángeles» (Sal 77)

El salmo alaba al Señor por su poder al alimentar al pueblo con el maná e introducirlo en «las santas fronteras» de la tierra prometida. Pensando en las palabras de Jesús, debemos alabarlo, no por aquel milagro pasado, sino por darnos cada día el verdadero pan del cielo.

José Luis Sicre

Comunismo

1.- Ya sabéis, mis queridos jóvenes lectores, que en el evangelio de Juan debemos buscar siempre una segunda intención, es decir, que el texto no es una simple crónica. No seré yo quien lo ignore, pero, no obstante, para que lleguemos al meollo de la cuestión es preciso pasar primero por la corteza. (Como para entrar en el interior de la vivienda de un amigo, es necesario primero saber donde se alberga y después atravesar la fachada). Que todo el evangelio de hoy nos prepara para la realidad insigne de la Eucaristía, no hay duda, pero que la Revelación nos llega mediante un escenario que hay que conocer y unas circunstancias en las que hay que fijarse, también es verdad.

Os recuerdo que el episodio ocurre a lado de una gran masa de agua que confiere al ambiente un alto grado de humedad, el lago de Galilea. Que se vive a 200 metros bajo el nivel del mar y que la temperatura llega a veces a subir por encima de los de 40º C. La sensación de bochorno en estos lugares es inmensa. Por muy habituados que estuviesen aquellos galileos, Jesús entre ellos, influían estas circunstancias en su estado de ánimo. Ciertamente que disponían de tiempo en abundancia, cosa de la que nosotros carecemos casi siempre. Podían escuchar al Maestro largamente y nada impedía que si les entraba sueño, se quedasen dormidos, pero el hambre, sin duda, corroería su interior al cabo de un tiempo. La pereza dificultaría tomar decisiones firmes, pero no embotaría el entendimiento, ni frenaría la secreción gástrica y por ende la sensibilidad del estómago vacío.

2.- Jesús que con serenidad pretende iniciarlos en uno de sus más sublimes proyectos, es realista y tiene conciencia de que ha llegado el momento en que la gente siente desfallecimiento a causa de no haber comido. Quiere compartir la preocupación con los suyos. De parte del primer discípulo con quien habla, escucha palabras escapistas. Pero no se queda en la constatación de que se necesitarían muchas cargas de alimentos para satisfacer las necesidades de aquella multitud. Indaga en las posibilidades con que cuentan. Le dice otro, Andrés, hermano de Pedro, que hay un chico que tiene cinco panes y dos peces, poca cosa, pero no despreciable, si está dispuesto el chaval que los ha traído, a cederlos.

Cinco panes de cebada (duros serían y nada esponjosos, como corresponde a los elaborados con este cereal) Dos peces, salados sin duda, como los elaboraban por aquellas tierras, especialmente en la vecina Mágdala, situada a pocos kilómetros del lugar (para entendernos sería algo así como nuestro bacalao). Tratándose de tan poca cosa ¿a quien se le ocurre pedírselos, para repartirlos a los demás?

3.- Entendámonos: es relativamente fácil decidir un día, que cada uno se lleve su merienda, que luego se pondrá sobre un mantel y se compartirá entre todos. El comunismo idealista de los que tienen mucho, es fácil de entender y no tan difícil de practicar. Lo que cuesta es compartir con los demás, que no han traído nada, lo poquito que uno tiene. Cuesta y además es estrambótico pretenderlo. Seamos realistas: una miga de pan no calma el hambre. Y no mucho más que una miga es lo que les podía tocar a aquella multitud fervorosa, reunida alrededor del Maestro. Y un trocito de aleta de pescado salado, tampoco podía saciarles. Así es, pero también lo es que, a veces, hay personas que tiene una generosidad quijotesca. A este anónimo chico que se desprendió de lo poco que había traído en su zurrón, se le debería levantar un monumento. En la Eternidad, con seguridad que ya se lo han erigido.

El joven aporta su pequeña gran generosidad y Jesús con ella obra la portentosa gran y divina generosidad. Seguramente que aquel muchacho entendía muy poco de lo que se explicaba cada sábado en la sinagoga, seguramente que a Jesús le conocía muy poco. Simplemente fue generoso y gracias a ello se obró el prodigio y se ofreció a los hombres un ensayo de Eucaristía. La más elemental y profunda diferencia que distingue entre sí a los hombres, es que unos son generosos y otros egoístas. Preguntaos ahora, cada uno de vosotros, donde os encontráis

4.- Pero no olvidéis, mis queridos jóvenes lectores, que aun en estos momentos tan solemnes, Jesús piensa en los necesitados ¿a dónde fueron a parar todos aquellos cestos de panes que sobraron? No se han preocupado los autores de decírnoslo. En realidad, fueran a parar donde quisieran, la conciencia de que si hay hambre no se puede tirar comida, la aprendieron. Y nosotros hoy, también la debemos aprender y obrar en consecuencia, aunque en casa creamos que no hay sitio para guardar las cosas que a otros que carecen de ellas, les pueden ser útiles.

Y el Señor aun en estos momentos no se desprende de la modestia. Van a condecorarle, pues Él se evade. No ha venido a recoger trofeos, sino a servir. Otro día veremos que, todo esto, no ha sido más que una introducción, al generoso y admirable don de la Eucaristía.

Pedrojosé Ynaraja

No esperemos el maná

Comentando la situación de una persona en una situación económica precaria, alguien dijo: “Es que tampoco se mueve a buscar salida. Se pasa los días esperando el maná”. El maná, como hemos escuchado en la 1ª lectura, era un polvo parecido a la escarcha que Dios envió para alimentar a su pueblo en el desierto. Y la expresión “esperar el maná” se utiliza para significar algo que se recibe sin realizar ningún esfuerzo. De ahí que se suela usar para hablar de las personas, y también entidades, que, en vez de esforzarse en buscar recursos para lograr sus objetivos, se pasan el tiempo esperando prestaciones, subsidios, ayudas, subvenciones… que les solucionen la vida.

Ese “esperar el maná” se va extendiendo a otros ámbitos. Como indica el documento de ACG “Llamados y enviados a evangelizar”: “Vivimos a diario en una sociedad en la que predomina la resignación y el conformismo. Esta vida apática nos hace cómodos, nos conformamos con ir tirando, con salir del atolladero de cada día, sin un horizonte por el que luchar”. De ahí que, también en nuestra vida de fe, a veces parece que estamos “esperando el maná”. La mayoría de personas que han recibido el Bautismo no participan habitualmente en la Eucaristía y piensan que “con ser buenas personas” ya es suficiente y que no hace falta hacer más para “ir al cielo”.

A su vez, la mayoría de quienes sí participan habitualmente en la Eucaristía se limitan a “cumplir el precepto”, pero sin asumir ningún compromiso, ya sea en la comunidad parroquial o fuera de ella, o en un Movimiento o Asociación laical: “Se constata un menor pulso vital de nuestras parroquias, comunidades y diócesis y sobre todo un menor celo apostólico. En general no tenemos las ganas suficientes para transmitir la fe cristiana. Esta falta de intensidad hace que se impregne en nosotros un estilo vago y de escaso compromiso. Nos conformamos con mantener lo que tenemos, quedando adormecida nuestra dimensión misionera”. Y se quedan “esperando el maná” cada semana, pensando que ya habrá otros que realicen las tareas que conlleva la misión evangelizadora. Como dice el Papa Francisco: “Hoy se ha vuelto muy difícil, por ejemplo, conseguir catequistas capacitados para las parroquias y que perseveren en la tarea durante varios años”. (EG 81)

Sin embargo, Jesús, en el Evangelio de hoy, ha hecho una clara llamada a que no nos quedemos “esperando el maná”: Trabajad por el alimento que perdura, dando vida eterna (…) Éste es el trabajo que Dios quiere: que creáis en el que Él ha enviado. Ser cristiano no es algo estático, no consiste en “esperar el maná” que Dios nos envía; ser cristiano es seguir a Jesucristo como discípulos y apóstoles, en un camino de santidad, y esto es algo dinámico, es un verdadero “trabajo”. Primero hacia el interior de uno mismo, como decía San Pablo en la 2ª lectura: Cristo os ha enseñado a abandonar el anterior modo de vivir… a renovaros en la mente y en el espíritu; la vida cristiana es un proceso de conversión, constante y creciente, haciendo nuestros los criterios, actitudes y valores de Jesucristo.

Y también es un trabajo hacia el exterior, concretando la fe en compromisos evangelizadores y misioneros para que quienes nos rodean no pasen su vida “esperando el maná”, con un estilo de vida consumista, instalado, sin aspiraciones, sino que Jesucristo, el pan de vida, sea conocido. Como dijo el Papa Francisco: “hoy se nos plantea el desafío de responder adecuadamente a la sed de Dios de mucha gente, para que no busquen apagarla en propuestas alienantes o en un Jesucristo sin carne y sin compromiso con el otro”. (EG 89)

¿Conozco a alguien que vive como “esperando el maná”? ¿Tengo yo esa actitud en mi vida de fe? ¿Qué hago para “trabajar en lo que Dios quiere”, para creer cada vez más y mejor en Jesucristo? ¿Y qué hago para que Jesucristo sea conocido y reconocido como el verdadero pan de vida?

Son muchos los que viven “esperando el maná”, unas veces a conciencia y otras veces porque nadie les ha enseñado otro modo de proceder. Nosotros, si queremos ser de verdad cristianos, no esperemos el maná, porque el verdadero pan del cielo que da la vida al mundo ya ha venido. Realicemos el trabajo que Dios quiere para creer en Jesucristo y, así, poder anunciarlo de forma creíble.
La fe cristiana propone un camino de futuro y esperanza, que está en clara contradicción con la vida cotidiana de la mayoría de las personas. Y este camino requiere un compromiso serio, sostenido y continuado, pero contamos con el Pan de vida para realizar ese trabajo, con la certeza de que el que viene a mí no pasará hambre, y el que cree en mí no pasará nunca sed.

Comentario al evangelio – Domingo XVIII de Tiempo Ordinario

EL PAN DE VIDA Y DE LA LIBERTAD


              La primera lectura nos presenta una de las ocasiones en que el proyecto de ser un pueblo libre en una tierra libre, guiados por el Dios que escuchó su clamor cuando eran esclavos… es puesto en cuestión ante las dificultades que se encuentran en el camino. No es fácil ser libre, ser libres juntos, y con una estructuras/leyes que aseguren esa libertad.

               Vivimos en un país libre (escribo desde España). Es lo que se suele decir. Hemos ido ganando muchas cuotas de libertad en muchos ámbitos: laborales, sociales, políticos, económicos, personales… Aunque también vemos últimamente algunos retrocesos y cuestionamientos sobre ciertos logros en igualdad, respeto, derechos humanos… Pero resulta que, realidad, no somos tan libres.

+ Vivimos muy pendientes y condicionados por la opinión de los demás, y nos cuesta mucho ser nosotros mismos.

+ Nos vemos enredados en una sociedad de consumo, que necesita multiplicar nuestras necesidades, aun a costa de esquilmar el planeta. Nunca tenemos suficiente, y nos puede la ansiedad de tener/comprar, visitar, viajar, acumular, probar… de un modo compulsivo y absurdo, derrochando y malgastando, sin valorar y cuidar, en cambio, lo que es realmente importante… y a los que necesitan todo para poder simplemente vivir.

+ Esta sociedad de la comunicación y de las redes sociales nunca como ahora nos había condicionado y «engañado» con las falsas noticias, los bulos, la información que se esconde (o se impide investigar con la fuerza de los votos la gestión política, los dineros en negro, las adjudicaciones a dedo, las comisiones ilegales…), porque como se destape el asunto…

+ Los mensajes políticos se lanzan, se adaptan o se esconden a golpe de lo que revelan las encuestas, y si ayer dije «X», es que me interpretaron mal, o las circunstancias han cambiado… La confusión de valores, la desinformación y la manipulación mediática no son nunca una ayuda para nuestra libertad. Al contrario. Ya lo dijo Jesús: La verdad os hará libres…

+ Por otro lado se nos multiplican los miedos: miedo al emigrante que «nos invade». Miedo a que ganen el poder los que no son de los nuestros. Miedo a perder el puesto de trabajo que parecía tan seguro. Miedo a perder la salud, o a no ser bien atendidos si no tenemos un seguro privado. A no tener una jubilación suficiente…  El miedo provocado no es un ingrediente compatible con la libertad.

+ También nos «atan» nuestra historia y heridas personales, las relaciones que se han roto, o que no somos capaces de romper, los errores cometidos, las etiquetas que nos han puesto…

              La Revolución Francesa colocó la «libertad» en un altar (junto a otras dos, formando una auténtica trinidad indivisible: igualdad y fraternidad). Pero estamos lejos de aquellos ideales. Habría que empezar por ponernos de acuerdo en lo que realmente significa esta «mágica» palabra. Nadie  puede apropiarse de ella, como bandera o estandarte, dando a entender que «los otros» nos la quitarían. Cuando la política se dedica a dividir en «buenos y malos» deja de ser política.

               Tiene que ir de la mano de la responsabilidad, y estar al alcance de todos, y no solo de los que están mejor económicamente, pues cuando se carece de lo básico no hay libertad (por eso acabaron así los israelitas en Egipto).

          Precisamente el libro del Éxodo nos muestra cómo la libertad por la que Dios optaconsiste en «liberar» del trabajo esclavo, de la falta de medios de subsistencia, del manejo del Faraón y sus leyes abusivas… aunque tengan el estómago lleno y les permitan ciertas «libertades» para que estén contentos y no se quejen (hoy diríamos: toros, fútbol, culebrones familiares, conciertos, «Sálvame», «Supervivientes», «First of Dates»…). Aquella libertad planteada por Dios exigía aprender a ser un pueblo unido y justo.  Por eso es tan necesario lo que nos ha pedido San Pablo: «despojaos del hombre viejo», de las «ideas vacías», renovar la mente y el espíritu

           El maná y las codornices que vienen «del cielo» fueron la ayuda necesaria de Dios para poder caminar y vencer las dificultades. Precisamente cesarán cuando entren en la Tierra Prometida.

          Cuando Jesús se presenta a sí mismo como el verdadero pan del cielo que nos da su Padre, y que baja para dar vida al mundo… nos está llamando a la libertad, a la fraternidad, a la comunión. Nos falta mucho «éxodo» para ser libres y necesitamos mucho ese Pan que nos ha ofrecido el Padre para construir la «civilización del amor». Cuando el sacerdote ponga en tus manos el Maná Eucarístico…. ya sabes que es para ponerte en camino, salir de tantas ataduras, despojarte del hombre viejo, corrompido por sus apetencias seductoras; para renovarte en la mente y en el espíritu y ser revestidos de la nueva condición humana creada a imagen de Dios: justicia y santidad verdaderas. «Señor, danos siempre de este Pan».

Enrique Martínez de la Lama-Noriega, cmf