Lectio Divina – Lunes XVIII de Tiempo Ordinario

1.- Introducción.

Señor, me impactan esas palabras tuyas del evangelio: al enterarte de la muerte del amigo, te retiraste. Para ti Juan, además de primo, era muy importante, “el mayor nacido de mujer”. Y esa muerte violenta tan injusta, tan caprichosa, tan deleznable, te impresionó tanto que necesitaste silencio y soledad para reflexionar sobre ella y ¿por qué no? Para pensar que era una premonición de tu propia muerte. Dame, Señor, sensibilidad humana ante tantas muertes violentas, injustas,  que nos trae la prensa cada día y que tal vez nos vamos acostumbrando a ellas.  

2.- Lectura reposada del evangelio. Mateo 14, 13-21

En aquel tiempo, al enterarse Jesús de la muerte de Juan el Bautista, se marchó de allí en barca a un sitio tranquilo y apartado. Al saberlo la gente, lo siguió por tierra desde los pueblos. Al desembarcar vio Jesús el gentío, le dio lástima y curó a los enfermos. Como se hizo tarde, se acercaron los discípulos a decirle: Estamos en despoblado y es muy tarde, despide a la multitud para que vayan a las aldeas y se compren de comer. Jesús les replicó: No hace falta que vayan, dadles vosotros de comer. Ellos le replicaron: Si aquí no tenemos más que cinco panes y dos peces. Les dijo: «Traédmelos». Mandó a la gente que se recostara en la hierba y, tomando los cinco panes y los dos peces, alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición, partió los panes y se los dio a los discípulos; los discípulos se los dieron a la gente: Comieron todos hasta quedar satisfechos y recogieron doce cestos llenos de sobras. Comieron unos cinco mil hombres, sin contar mujeres y niños.

3.- Qué dice el texto.

Meditación-reflexión

En este evangelio podemos descubrir que esa gente hambrienta “le da lástima a Jesús”. Ante la gente que lo pasa mal, Jesús reacciona de una manera visceral (se le conmueven las entrañas). Jesús tiene un corazón tan sensible que no puede ver sufrir a la gente. Por eso es tan distinta la reacción de los apóstoles (ahí entramos nosotros) y la de Jesús. Ante esa situación de gente que pasa hambre, los discípulos le dicen a Jesús: despídelos,  pero Jesús les dice: no hace falta que se vayan.  A los discípulos, como a nosotros, los pobres nos estorban, nos molestan y nos los queremos sacudir cuanto antes. A Jesús no le estorba nadie y los pobres, menos. ¡Que se vayan a las aldeas! ¡Que se vayan!… a Cáritas… a la Cruz Roja… a los Servicios Sociales… Lo importante es perderlos de vista. Pero Jesús dice: Dadles vosotros de comer. No valen excusas de que es cosa  de los políticos, de que nosotros no podemos… ¡Traedme lo que tengáis! ¡Poneos a compartir!… y lo demás lo dejáis por mi cuenta… ¿Y qué pasó? Que cuando se comparte se hace el milagro…Y comieron todos y sobraron panes. Con lo que nos sobra, con lo superfluo que tenemos, se solucionaría el hambre en el mundo.

Palabra del Papa

Cristo presente en medio de nosotros, en el signo del pan y del vino, exige que la fuerza del amor supere cada laceración, y al mismo tiempo que se convierta en comunión con el pobre, apoyado por el débil, atención fraterna a cuántos les cuesta sostener el peso de la vida cotidiana. Nos disgregamos cuando no somos dóciles a la Palabra del Señor, cuando no vivimos la fraternidad entre nosotros, cuando competimos para ocupar los primeros puestos, cuando no encontramos la valentía de testimoniar la caridad, cuando no somos capaces de ofrecer esperanza. La Eucaristía nos permite no disgregarnos porque es vínculo de comunión, es cumplimiento de la Alianza, signo viviente del amor de Cristo que se ha humillado e inmolado para que nosotros permaneciéramos unidos.  Participando en la Eucaristía y nutriéndonos de ella, estamos dentro de un camino que no admite divisiones. (Cf Homilía de S.S. Francisco, 4 de junio de 2015, en Santa Marta).

4.- Qué me dice hoy a mí este evangelio ya meditado. (Silencio)

5.- Propósito: Ante cualquier sufrimiento que suceda hoy tendré una mirada compasiva.

6.- Dios me ha hablado hoy a mí a través de su Palabra. Y ahora yo le respondo con mi oración.

Señor, haz que no busque excusas ante el dolor y el sufrimiento de la gente. Dame un corazón sensible ante las necesidades de los demás. Y, a la hora de ayudar, haz que mi corazón vaya por delante de mis pies y de mis manos. El amor, en palabras del Papa Francisco, nos primerea. Debe ir siempre por delante de todo lo que hacemos. Sólo vale aquello que hacemos con amor. Gracias, Señor, por esta gran lección.

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«En la mesa con santo Domingo»

«En la mesa con santo Domingo» es el lema jubilar que la Orden de Predicadores ha elegido para conmemorar los 800 años de su Dies Natalis, de su nacimiento a la vida eterna. En el día de hoy 8 de agosto, celebrando su solemnidad, la Familia Dominicana encuentra muchos motivos para profundizar en la Palabra de Dios y predicar su mensaje. Ocho siglos, es verdad, nos separan de su época y de su momento cultural, pero el modo que tuvo de vivir y predicar el Evangelio es de una actualidad remarcable.  Su personalidad nos resulta atrayente porque nos acerca al Evangelio, nos ayuda a comprenderlo y, sobre todo, a vivirlo de forma más humana y comprometida. Domingo sigue teniendo en la actualidad un atractivo especial. Nos muestra un camino posible para vivir la fe en el momento social y cultural en el que nos encontramos.

Los textos de la Palabra de Dios que hoy se proclaman en el día de su fiesta nos recuerdan tres dimensiones importantes, no sólo para los dominicos y dominicas, sino también para la vida de todos los que buscan a Dios y esperan de él una presencia de consuelo y esperanza. Estas expresiones de la fe nos ayudan, desde su firmeza, a comprender la vida de Domingo y a reflexionar sobre la nuestra. «Participamos con él en la mesa de la fraternidad».

«Yo pongo mis palabras en tu boca»

Así se expresa el profeta Jeremías cuando nos quiere indicar la presencia cercana de Dios. Aquellos, como santo Domingo, son grandes cuando logran en el quehacer cotidiano de sus vidas vivir la amistad con Dios de una forma tan cercana y tan íntima que enriquecen la propia vida y las de aquellos que les escuchan. Decir ‘yo pongo mis palabras en tu boca’, es lo mismo que decir «tú dices bien de mí porque hablas por mí». Las palabras que pronuncia el profeta están llenas de Dios. Hoy, en nuestro mundo, son muchos los discursos que nos rodean, muchas las palabras que pronunciamos, pero pocos los mensajes que realmente hablan. Santo Domingo, en su modo de hacer, nos muestra el camino de la palabra que realmente habla. En su espiritualidad podemos encontrar muchos gestos de intimidad con Dios. Por eso logró en su tiempo que el Evangelio, por medio de su predicación, realmente hablase a sus contemporáneos. Hemos de considerar el valor de las palabras que pronunciamos y por tanto hemos de valorar si nuestra vida es mensaje –palabra- para alguien. Seremos palabra si alimentamos nuestra relación con Dios en términos de amistad y de intimidad con El. 

«Proclama la Palabra, insiste a tiempo y a destiempo, reprende, reprocha, exhorta con toda paciencia y deseo de instruir»

Es el mensaje del Apóstol Pablo a Timoteo. La proclamación de la palabra no se hace al margen de los demás. No hay proclamación de la Palabra si los oyentes no se ven acogidos, considerados, valorados, aceptados, reconocidos y, porque no, queridos. Esta solemne petición a todo cristiano pasa por las relaciones sociales y por integrar en nuestras palabras las diversas sensibilidades que la presencia de Dios despierta en cada uno, sin desdecir por ello su Palabra. Santo Domingo no nos muestra intransigencia ni fanatismo religioso. Tampoco es el hombre aislado de los problemas y dificultades de sus oyentes. La realidad de los otros, sus sufrimientos y dolores, está en la proclamación de su Palabra. De nuevo volvemos al valor de la amistad. No entendemos este valor como exclusividad, sino como capacidad de diálogo y de encuentro con los otros. El diálogo en común exige ciertos niveles de profundidad que sólo aquellos que saben lo que es el valor de la amistad pueden entender. Hemos de considerar, inevitablemente, el lugar que los otros ocupan en nuestros pensamientos y en nuestros afectos. Si la exhortación de la Palabra nos exige paciencia, tendremos que procurar escucharnos más entre nosotros. Aquellos rostros humanos que te preocupan y ocupan tu persona te ayudarán a ver lo que estás haciendo con tu vida. 

«Vosotros sois la sal de la tierra y la luz del mundo»

Es la confesión que hace el Evangelio de Mateo. Decía Unamuno que «nos morimos de frío, no de oscuridad,ya que. La noche no mata, mata el frío». No deben ‘matarnos’ los problemas, las dificultades. Hemos de ser ‘luz’. Mata la falta de calor, de fraternidad, de amistad entre los hombres y mujeres de nuestro tiempo. Esta carencia nos anula como personas. El diálogo de la amistad ha de volcarse en fraternidad si no queremos que nuestras palabras sean estériles. Sin calor no hay luz. Y para que haya calor cristiano y dominicano será preciso lograr entre todos una vida más fraterna. Santo Domingo da mucha importancia al valor de la familia y de la comunidad. En la familia y en la comunidad nos percibimos como necesitados y dependientes los unos de los otros. Este gesto de humildad y de sana y equilibrada dependencia nos hace ser luz en el mundo. En la experiencia de verme necesitado, no autosuficiente, y en la experiencia de percibir que los otros también requieren de mi ayuda encuentro respuesta a lo que estoy haciendo con mi vida.

La predicación cristiana, dominicana, alcance aquí su mayor valor y su mejor aportación al mundo y a la Iglesia, al poner de manifiesto el esfuerzo de buscar con humildad la verdad de Dios y de los hombres y mujeres de cada tiempo y no en convencer por la imposición de la fuerza o la intimidación. He aquí el mensaje de la fraternidad evangélica: la verdad buscada se encuentra en la amistad íntima con Dios; en el valor de la Palabra, sentida y proclamada, cuando ésta no se proclama al margen de los demás, sino que los dignifica porque los tiene en cuenta; y, en la calidad humana de las relaciones interpersonales, entre grupos diferentes de personas, porque ahí surge la luz y la sal evangélicas; calor humano y sazón fraterna para iluminar el camino de la propia vida y la de los demás.

Que santo Domingo, en su Año Jubilar, interceda por nosotros para que su familia refuerce el encuentro contemplativo con Dios; proclame su Palabra; nos ayude a descubrirla en nuestras palabras; y, logre dar testimonio de ella con desprendimiento y gratuidad.

Fray Jesús Díaz Sariego O.P.

Comentario – Lunes XVIII de Tiempo Ordinario

(Mt 14, 13-21)

El Señor se compadece de la multitud también hoy, y también hoy reparte el pan de su Palabra, que a veces llega a los corazones por los caminos más insospechados derramando su luz. También reparte el pan de la Eucaristía, donde él mismo se convierte en alimento para los corazones cansados, inseguros y enfermos.

Pero Jesús también se compadece de los pobres que pasan hambre y de todo hermano suyo que pueda sufrir alguna necesidad. Su mirada no deja de depositarse en los pobres, con misericordia y ternura.

Por eso se hace más grave todavía la negligencia de los cristianos que podrían hacer algo más por los demás y no lo hacen, ya que Jesús ordinariamente actúa y hace el bien a través de nosotros.

Ese es el camino que él ha querido para esta tierra, donde todavía no existe la justicia perfecta y la plenitud que hay en el cielo. Su misericordia se hace activa a través de los que deben ser sus instrumentos para resolver los problemas de la gente. Por eso en este texto Jesús dice a sus discípulos: «denles ustedes de comer» (14, 16), «tráiganme sus panes» (v. 18), «repartan» (v. 19). Si todos escucháramos ese llamado de Jesús la humanidad no tendría tantos problemas, y habría pan para todos, y de sobra.

Cada uno de nosotros podrá al menos cambiar su pequeño mundo, si se hace instrumento de Cristo, y el bien que siembre siempre tendrá una fuerza contagiosa. Pero además, tendrá la paz interior de no haber reaccionado con egoísmo, indiferencia o comodidad, ya que ese es un modo más de ser cómplice de los corruptos e injustos. Por eso los obispos argentinos, en el documento «Jesucristo Señor de la historia» (mayo 2000), exhortaban a cada cristiano a revisar su corazón, sus opciones concretas y su forma de actuar «para preguntarse si no está participando también él, en mayor o menor grado, en la construcción de esa red de inmoralidad que conduce a la pobreza y favorece tantas formas de violencia y egoísmo».

Oración:

«Señor, no dejes que caiga en lo mismo que critico encerrándome en mis propios intereses, en mi comodidad, en mis pequeños deseos. Ayúdame a tener una generosidad activa para aportar un poco de amor sincero frente al egoísmo y la injusticia».

VÍCTOR M. FERNÁNDEZ
El Evangelio de cada día

Homilía – Domingo XIX de Tiempo Ordinario

1

La liturgia de la Palabra y la Eucaristía

Sigue la catequesis de Jesús sobre el Pan de la Vida, en la sinagoga de Cafarnaún. A pesar de que la terminología de todo el capítulo parece «eucarística» (ya desde la multiplicación de los panes y su distribución), la lógica de Jesús va dando pasos poco a poco.

La aplicación del «pan de la vida» se hace hoy en el sentido de la fe. Si Cristo es el Pan que Dios envía a la humanidad para que sacie su hambre (como es la Luz para que la ilumine y el Pastor para que la guíe y la Puerta por donde entre), la primera respuesta nuestra debe ser «creer» en él como Enviado de Dios: el que crea en él tendrá vida eterna. El domingo próximo Jesús desarrollará la idea que ya aparece hoy al final: comer la carne que Jesús nos va a dar, su propio Cuerpo, en la Eucaristía.

1 Reyes 19, 4-8. Con la fuerza de aquel alimento, caminó hasta el monte de Dios

Elías fue un personaje importante de la vida de Israel, un profeta fogoso que luchó con energía contra el deterioro social y religioso de su tiempo. Pero hoy, perseguido a muerte por la reina Jezabel, tiene miedo y huye.

La escena de hoy lo presenta en el desierto, desanimado, pidiendo a Dios la muerte: «Basta, Señor, quítame la vida». Pero el ángel de Dios le despierta por dos veces, le manda que coma y beba, y que siga su camino. El profeta encuentra pan y vino y, en efecto, sigue su camino hasta el monte donde se encontrará misteriosamente con Dios.

La lectura nos prepara para escuchar luego en el evangelio la promesa del Pan que nos piensa dar Cristo Jesús para que tengamos vida.

El salmo se hace eco de esta situación, símbolo de tantas que había sufrido el pueblo de Israel, y lleno de confianza en Dios, le alaba por su cercanía: «bendigo al Señor en todo momento… me libró de todas mis ansias». Alude también al ángel, como el que atendió a Elías: «el ángel del Señor acampa en torno a sus fieles y los protege», para pasar a una afirmación global: «si el afligido invoca al Señor, él lo escucha», e invitar a todos a la alabanza y la confianza: «gustad y ved qué bueno es el Señor».

 

Efesios, 4, 30 – 5, 2. Vivid en el amor como Cristo

Pablo da a los cristianos de Éfeso unas consignas de vida Comunitaria que siguen plenamente de actualidad. En negativo, «desterrad la amargura, la ira, los enfados e insultos y toda maldad». En positivo, «sed buenos, comprensivos, perdonándonos unos a otros».

La motivación no es una mera filantropía o un modo civilizado de convivir. Es una motivación desde Dios, y desde Dios Trino: «no pongáis triste al Espíritu Santo de Dios», «perdonándoos como Dios os perdonó en Cristo», «y vivid en el amor como Cristo os amó y se entregó por nosotros».

 

Juan 6, 41-51. Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo

A esta altura del discurso de Jesús, al día siguiente de la multiplicación de los panes, en la sinagoga de Cafarnaún, Juan intercala una objeción de los presentes a lo que va diciendo Jesús. Una objeción esta vez claramente «cristológica» (no todavía «eucarística»): ¿cómo puede decir este que ha bajado del cielo? Se basan en que conocen a Jesús, «el hijo de José», y también «a su padre y a su madre».

Jesús sigue desarrollando su idea, sin contestar de momento a la pregunta: «os lo aseguro: el que cree tiene vida eterna». Los verbos de Juan se repiten: «ver, venir, creer», y se añade otro, «atraer», que indica que la fe no es fruto sólo de nuestro esfuerzo: «nadie puede venir a mí si no lo atrae el Padre».

Al final aparece otro verbo, «comer», que es el que conducirá el discurso hacia la Eucaristía: «el que coma de este Pan vivirá para siempre». Anuncia ya que «el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo».

 

2

La crisis de un profeta

Después de un triunfo espectacular que ha obtenido el profeta Elías contra los sacerdotes de los dioses falsos, es perseguido a muerte por la reina Jezabel y su débil esposo el rey Ajab. El que siempre había aparecido como profeta temperamental, atrevido, incansable, ahora tiene miedo y entra en crisis. Está en el desierto, no sólo geográficamente, sino psicológicamente.

Es una crisis que podemos llamar «vocacional»: se desanima porque no ve los frutos de su predicación, está cansado de hablar y no ser escuchado, cae en la tentación de «dimitir» y huye. Llega hasta el punto de desearse la muerte: «¡basta, Señor! ¡quítame la vida!». Se siente abandonado de Dios. Es una crisis que vemos también en la historia de Moisés o de Jeremías, o en la de Jesús en el Huerto de Getsemaní, cuando con gritos y lágrimas (como dice la carta a los Hebreos) pidió a su Padre ser liberado de la muerte, y los evangelistas dicen que su «alma estaba triste hasta la muerte». Esa expresión «hasta la muerte» («usque ad mortem») la interpretan algunos como «con una tristeza capaz de hacerme desear la muerte».

Los cristianos, no sólo los que tienen una vocación más apostólica y ministerial, sino todos los fieles que son conscientes de su misión en el mundo y están comprometidos en la familia o en la sociedad, pueden conocer también momentos de crisis en su camino, momentos tal vez no tan dramáticos como los de Elías, pero en que se desaniman, se sienten abandonados de todos, cansados de trabajar en vano y de hacer el bien, poco animados por la comunidad y escépticos respecto a las propias fuerzas, y les entran deseos de «dimitir» y dejarlo estar. Se encuentran en el desierto, como Elías. En dirección contraria a la que trajeron gozosamente los israelitas cuando venían de Egipto: ahora Elías marcha de la ciudad hacia Egipto. No le vienen a los labios cantos gozosos como «qué alegría cuando me dijeron…». Tampoco a nosotros, muchos días de nuestra vida. Aunque seguramente no hasta el extremo de tumbarnos bajo la retama y desearnos la muerte.

 

La respuesta de Dios

A pesar de las apariencias, Dios no abandona a Elías. De momento no le hace oír su voz -lo hará cuando llegue al monte Horeb- pero sí la del ángel: «levántate, come, que el camino es superior a tus fuerzas». Hace que encuentre una hogaza de pan y un jarro de agua, para que siga su camino y tenga fuerzas hasta el final: «levántate, come».

Dios no le libera de su misión profética: le da fuerzas para llevarla a cabo. En efecto, Elías «se levantó, comió y bebió, y con la fuerza de aquel alimento caminó cuarenta días y cuarenta noches».

Tal vez Dios le está dando una lección porque le ve demasiado confiado en sus propias fuerzas, un poco presuntuoso y violento en sus métodos. Sin la ayuda de Dios no podrá hacer nada. Más adelante, cuando se le aparezca en el monte, le dará otra lección: no se hace reconocer ni en la tormenta ni en el fuego ni en el terremoto, sino en una suave brisa. Finalmente, le mandará que vuelva de nuevo a la ciudad, de la que estaba huyendo, a continuar su misión.

Cuando nosotros flaqueamos en el camino -un camino que a veces nos resulta realmente difícil- no podemos apoyarnos sólo en nuestras propias fuerzas, sino en Dios.

También a nosotros nos hace oír Dios unas «voces», que no necesariamente son de un ángel, pero sí de personas y acontecimientos que nos están recordando que él nos está cercano y que, como dice el salmista, «si el afligido invoca al Señor, él lo escucha y lo salva de sus angustias».

También a nosotros nos ha preparado Dios «una hogaza de pan cocido y un jarro de agua», que nos ayuda a proseguir nuestro camino, por áspero que sea: la Iglesia, su doctrina, sus sacramentos, en especial la Eucaristía, el buen ejemplo de nuestros hermanos… Sobre todo, su Hijo Cristo Jesús, que es el Pan de la vida, y su Espíritu, a quien se representa muchas veces como el agua de la vida. Para que continuemos nuestro camino sin desánimos ni dimisiones.

También a nosotros tal vez nos convenga que Dios nos dé una lección, si somos presuntuosos y nos fiamos de nosotros mismos, o queremos trabajar con un estilo que puede no ser el de Cristo o el de Dios.

 

«Yo soy el Pan de la Vida»

Como respuesta a nuestra debilidad ha pensado Dios darnos un alimento para el camino: su Hijo Jesús. Como sucedió con aquella multitud cansada y hambrienta de la que se compadeció Jesús y les alimentó con el pan milagroso, pero apuntando al Pan que era él mismo: «yo soy el Pan vivo que ha bajado del cielo: el que coma de este pan vivirá para siempre».

Si creemos en él, o sea, si le admitimos sinceramente en nuestra vida, tendremos fuerza para seguir el camino: tendremos «vida eterna». Si no creemos en él, si construimos nuestra vida independientemente de él, sin dejarnos iluminar y alimentar por él, no construiremos nada sólido, y nos perderemos por el desierto.

Los que oyeron el discurso de Jesús en la sinagoga de Cafarnaún no parece que estuvieran muy decididos a creer en él: ¿cómo puede decir este que ha bajado del cielo? Se escudaron en que al «hijo de José» le conocían desde pequeño, así como también conocían «a su padre y a su madre».

Por una parte no nos extraña este escepticismo. Si un obrero del pueblo de al lado nos dijera de repente que es el Hijo de Dios y que hay que creer en él para salvarse, tampoco nosotros nos sentiríamos muy inclinados a aceptar sus palabras. Pero en el caso de Jesús eran tales las «credenciales» que presentaba -entre ellas, la multiplicación de panes que acababa de realizar- que tenían que haber dado el salto hacia la fe.

El mismo Jesús, según 6, 62-63, parece darles la respuesta a su objeción sobre el verbo «bajar» del cielo, que les escandalizaba, apuntando a que sólo le podrían entender si más tarde le veían «subir» adonde estaba antes: sólo desde el misterio pascual completo -con su muerte, resurrección y ascensión, así como el envío del Espíritu- se puede entender algo el misterio de Cristo.

Es la fe la que nos anima, la que da sentido a nuestra vida cristiana. Cristo es el pan que nos da fuerzas. Claro que esta fe es don de Dios: «nadie puede venir a mí si el Padre no le atrae». Pero también depende de cómo acogemos en nuestra vida ese don de Dios.

Cada vez que celebramos la Misa, parece como si siguiéramos el itinerario que nos señala Juan en este capítulo que estamos leyendo. Primero «comemos a Cristo Palabra», profundizando en nuestra fe en él. Es la primera parte de la Misa, la «mesa de la Palabra». Luego pasamos a «comerle como Pan y Vino», en la comunión.

Cristo, Palabra y Pan. Celebramos la Palabra de Dios, o sea, acogemos a Cristo como la Palabra viviente que es de Dios. Eso mismo nos prepara para que luego, en la segunda «mesa», le recibamos como Pan y Vino eucarísticos.

Tanto a la Palabra como a la Eucaristía se les puede llamar «pan» y «alimento». En la introducción al Misal se afirma que «en la Misa se dispone la mesa, tanto de la Palabra de Dios como del Cuerpo de Cristo, en la que los fieles encuentran instrucción y alimento» (1GMR 28).

Ojalá se pueda decir también de nosotros: «y con la fuerza de aquel alimento caminó durante toda una semana».

 

Consignas para la vida de la comunidad

Si el domingo pasado leíamos cómo Pablo invitaba a sus cristianos a vivir según el «hombre nuevo» y no según las costumbres que tenían antes, cuando eran paganos, hoy concreta su recomendación en uno de los aspectos que más veces subraya en sus cartas: la caridad fraterna.

Las consignas son siempre actuales. Por una parte hay que evitar cosas como «la amargura, la ira, los enfados e insultos y toda maldad». Ciertamente no son estos los «frutos del Espíritu» que Pablo enumera en otros pasajes. Es lógico que afirme que estas cosas «ponen triste al Espíritu Santo de Dios» con el que estamos marcados desde el Bautismo.

La parte positiva es que debemos ser «buenos, comprensivos, perdonándonos unos a otros». Estos sí son frutos del Espíritu.

Pablo, como siempre, se remonta al ejemplo de Jesús y del mismo Dios Padre. Motiva estas actitudes positivas que hemos de cultivar en una comunidad como imitación de Dios: «perdonándoos como Dios os perdonó en Cristo». El amor que nos debemos tener no sólo es humano: «vivid en el amor como Cristo os amó» y Cristo nos mostró ese amor con las obras, «se entregó por nosotros a Dios como oblación».

Bastante mejor nos irían las cosas en toda comunidad —eclesial, social, familiar- si hiciéramos caso de estos consejos de Pablo.

José Aldazábal
Domingos Ciclo B

Jn 6, 41-51 (Evangelio Domingo XIX de Tiempo Ordinario)

“Yo soy” el pan de vida

El contraste entre la Ley del AT y la persona de Jesús es una constante en el evangelio de Juan. Frente a la Ley y su mundo, y especialmente frente a la interpretación y manipulación que hacían los judíos, el evangelio propone a Jesús como verdadera “verdad” de la vida. Por eso mismo, los autores de San Juan se inspiran en la Sabiduría divina a la hora de interpretar el AT y de lo que Jesús ha venido hacer como Palabra encarnada. En el AT se hablaba de la Sabiduría divina que habría de venir a este mundo (cf Pro 1,20ss; 8; 9,1ss; Eclo 24,3ss.22ss; Sab 7,22-8,8; 9,10.17) como Palabra para iluminar en enseñar la forma de llevar a cabo el proyecto salvífico de Dios. Por eso mismo, en este discurso de Jn 6 se tienen muy en cuenta estas tradiciones sapienciales como de más alto valor que el mismo cumplimiento de los preceptos de la Ley. Y en Jn 6 se está pensando que Jesús, la Palabra encarnada, es la realización de ese proyecto sapiencial de Dios.

El evangelio de hoy nos introduce en un segundo momento del discurso del pan de vida. Como es lógico, Juan está discutiendo con los «judíos» que no aceptan el cristianismo, y el evangelista les propone las diferencias que existen, no solamente ideológicas, sino también prácticas. Su cristología pone de manifiesto quién fue Jesús: un hombre de Galilea, de Nazaret, hijo de José según se creía ¿cómo puede venir del cielo? Es la misma oposición que Jesús encuentra cuando fue a Nazaret y sus paisanos no lo aceptaron (Mc 6,1ss). Las protestas de los oyentes le da ocasión al Jesús joánico, no de responder directamente a las objeciones, sino de profundizar más en el significado del pan de vida (que al final se definirá como la eucaristía). Pero ahí aparece una de las fórmulas teológicas joánicas de más densidad: yo soy el pan de vida. Y así, el discurso sapiencial se hace discurso eucarístico.

La presencia personal de Jesús en la eucaristía, pues, es la forma de ir a Jesús, de vivir con El y de El, y que nos resucite en el último día. El pan de vida nos alimenta, pues, de la vida que Jesús tiene ahora, que es una vida donde ya no cabe la muerte. Y aunque se use una terminología que nos parece inadecuada, como la carne, la «carne» representa toda la historia de Jesús, una historia de amor entregada por nosotros. Y es en esa historia donde Dios se ha mostrado al hombre y les ha entregado todo lo que tiene. Por eso Jesús es el pan de vida. Harían falta muchas más páginas para poder exponer todo lo que el texto del evangelio de hoy proclama como “discurso de revelación”. El pan de vida, hace vivir. Esta es la consecuencia lógica. Casi todos los autores reconocen que estamos ya ante la parte eucarística de Jn 6.

Aparece aquí, además, uno de los puntos más discutidos de la teología joánica: la escatología, que es presentista y futura a la vez. La vida ya se da, ya se ha adelantado para los que escuchan y “comen” la “carne” (participación eucarística”). Pero se dice, a la vez, que será “en el último día”. Esto ha traído de cabeza a muchos a la hora de definir qué criterios escatológicos se usan. Pero podemos, simplificando, proponiendo una cosa que es muy importante. La vida que se nos da en la eucaristía como participación en la vida, muerte y resurrección de Jesús no es un simulacro de vida eterna, sino un adelanto real y verdadero. Nosotros no podemos gustarla en toda su radicalidad por muchas circunstancias de nuestra vida histórica. La eucaristía, como presencia de la vida nueva que Jesús tiene como resucitado, es un adelanto sacramental en la vida eterna. Tendremos que pasar por la muerte biológica, pero, desde la fe, consideramos que esta muerte es el paso a la vida eterna. Y en la eucaristía se puede “gustar” este misterio.

Ef 4, 30-5, 2 (2ª lectura Domingo XIX de Tiempo Ordinario)

Dios, inspirador de nuestra vida

La segunda lectura prosigue con la exhortación a la vida nueva que lleva consigo el sello del Espíritu que deben poseer los cristianos. Lo que el autor pide, como consecuencia de esta identidad cristiana en el Espíritu, es determinante para conocer lo que hay que hacer como cristianos; es lo que se llama la praxis: evitar la agresividad, el rencor, la ira, la indignación, las injurias, y toda esa serie de maldades o miserias.

La alternativa es ser imitadores de Dios, es decir, bondadosos, compasivos y perdonadores. No es un imposible lo que se propone en el sentido de que Él sea nuestra vara de medir, sino tener los mismos sentimientos que Dios, como Padre, tiene con todos nosotros; así los debemos tener los unos con los otros. Nos recuerda algunos aspectos del Cristo joánico: como el Padre me ha amado, así os amo yo.

1Re 19, 4-8 (1ª lectura Domingo XIX de Tiempo Ordinario)

La fuerza de Dios en el corazón del profeta

La primera lectura nos narra una de las escenas más maravillosas y excepcionales del profeta Elías, el prototipo del profetismo del Antiguo Testamento, quien en tiempo de Ajaz y la reina fenicia Jezabel, su esposa (en el reino del norte, Israel), luchó a muerte por el yahvismo (la religión judía) que la reina quería “sincretizar” con sus creencias paganas. El profeta Elías, un defensor a ultranza del monoteísmo (sólo existe un Dios, Yahvé, y ninguno más) y de sus exigencias éticas, se enfrenta con la reina y sus lacayos. Sabemos que, en el fondo, es una guerra de religión, un enfrentamiento de culturas, donde el profeta Elías había derrotado a espada a los profetas de Baal (dios cananeo-fenicio) y eso le hace huir hacia el Horeb, que es el monte Sinaí en una tradición bíblica.

Elías va al encuentro de las verdaderas raíces del yahvismo, como podemos encontrar en Ex 19. El ángel de Dios le anima, le pone un pan y agua para que prosiga en esta huida, como Moisés, hacia el monte de Dios (en el Horeb), para beber en la verdadera fuente del yahvismo. Hay mucho de simbólico en esta narración, como se ha reconocido en la interpretación de los expertos. No todo lo que hay en la historia de Elías y su lucha por el yahvismo es hoy aceptable desde el punto de vista teológico, aunque defender los principios de una religión que se fundamenta en la justicia, como hace Elías en otras ocasiones, sí es ejemplo de radicalidad. Dios viene en ayuda del profeta, porque la lucha es “a muerte”. Defender una causa justa en nombre de Dios, no es apologética o fundamentalismo, o no debe serlo al menos, sino que es humanizar la religión.

Comentario al evangelio – Lunes XVIII de Tiempo Ordinario

¡Dadles vosotros de comer!

El cansancio vital que expresa Moisés en su queja ante Dios es un sentimiento que, de un modo u otro, lo hemos sentido todos. Pueden ser cargas familiares o profesionales, problemas o agobios de lo más variados que nos abruman, y hacen que brote del fondo de nuestro ser un amargo lamento. Es el peso de la responsabilidad, que, en ocasiones, nos gustaría, sencillamente, quitarnos de encima. Tanto más deseamos librarnos de este fardo, cuando el sentimiento que nos abruma procede de la preocupación por problemas ajenos. Así, al contemplar el espectáculo del mal en el mundo, pero no en abstracto, sino en el rostro de los millones de seres humanos que padecen de formas atroces, en la mayoría de los casos, sin culpa propia, nos sentimos afectados, pero también impotentes, y la tentación es mirar hacia otro lado, decirnos que nada podemos hacer, que bastante tenemos con nuestros propios problemas.

Es la situación en que se encuentran los discípulos ante la masa en descampado y hambrienta. Con no poco sentido común, apelan a la autoridad de Jesús para que los despache y que ellos mismos se busquen la vida. Pero, he aquí que Jesús les lanza un desafío imposible: “dadles vosotros de comer”. Es importante caer en la cuenta de que no les dice: “no os preocupéis, ya les doy de comer yo”, sino que les reta a que sean ellos los que respondan a esa necesidad, que claramente supera sus fuerzas.

La necesidad es grande, y los recursos bien escasos: cinco panes y dos peces. Pero, siguiendo la indicación del Maestro, eso poco, con lo que, tal vez, habrían podido remediar su propia necesidad, lo ponen a disposición de Jesús. Posiblemente, esa es la clave para responder a muchos problemas que parecen excedernos: compartir para repartir, renunciar al propio egoísmo, ser capaces de posponer los propios intereses, por más legítimos y perentorios que nos parezcan, tener la generosidad de compartir eso poco que tenemos, poniéndolo a disposición de Cristo. En su amor, los bienes compartidos se multiplican, y sucede el milagro de que alcanza para todos y aún sobra. Y ¿cómo vencer nuestro egoísmo, incluso la natural preocupación prioritaria por las propias necesidades? Escuchando la palabra de Jesús. Posiblemente, si tuviéramos el coraje de escuchar sin excusas las llamadas desafiantes de Cristo, y la generosidad de renunciar a parte de lo nuestro, cambiaría la faz de la tierra.

Ciudad Redonda

Meditación – Lunes XVIII de Tiempo Ordinario

Hoy es lunes XVIII de Tiempo Ordinario.

La lectura de hoy es del evangelio de Mateo (Mt 14, 13-21):

En aquel tiempo, cuando Jesús recibió la noticia de la muerte de Juan Bautista, se retiró de allí en una barca, aparte, a un lugar solitario. En cuanto lo supieron las gentes, salieron tras Él viniendo a pie de las ciudades. Al desembarcar, vio mucha gente, sintió compasión de ellos y curó a sus enfermos.

Al atardecer se le acercaron los discípulos diciendo: «El lugar está deshabitado, y la hora es ya pasada. Despide, pues, a la gente, para que vayan a los pueblos y se compren comida». Mas Jesús les dijo: «No tienen por qué marcharse; dadles vosotros de comer». Dícenle ellos: «No tenemos aquí más que cinco panes y dos peces». Él dijo: «Traédmelos acá».

Y ordenó a la gente reclinarse sobre la hierba; tomó luego los cinco panes y los dos peces, y levantando los ojos al cielo, pronunció la bendición y, partiendo los panes, se los dio a los discípulos y los discípulos a la gente. Comieron todos y se saciaron, y recogieron de los trozos sobrantes doce canastos llenos. Y los que habían comido eran unos cinco mil hombres, sin contar mujeres y niños.

Hoy destacan dos elementos muy propios de la Eucaristía. Primero: para instituir la Eucaristía Jesucristo elige el «pan», porque es como una imagen de la pasión. El pan presupone que la semilla —el grano de trigo— ha caído en la tierra, «ha muerto», y que de su muerte ha crecido la nueva espiga. El pan terrenal puede llegar a ser portador de la presencia de Cristo porque reúne en sí «muerte» y «resurrección».

Segundo, la «bendición». Se nos dice que Jesús tomó pan y pronunció la bendición (y la acción de gracias). No se come sin dar las gracias a Dios por el don que Él ofrece. Las palabras de la institución están en este contexto de oración; en ellas, el agradecimiento se convierte en bendición y transformación: finalmente, Cristo es Él mismo el «pan de vida» que se nos ofrece como alimento espiritual.

—Bendito seas por siempre, Dios del universo, porque en el nuevo «maná» te nos entregas mediante el amor acogedor del Hijo.

REDACCIÓN evangeli.net

Liturgia – Lunes XVIII de Tiempo Ordinario

LUNES XVIII SEMANA DE TIEMPO ORDINARIO, feria

Misa de feria (verde)

Misal: Cualquier formulario permitido. Prefacio común.

Leccionario: Vol. III-impar

  • Núm 11, 4b-15. Solo no puedo cargar con este pueblo
  • Sal 80. Aclamad a Dios, nuestra fuerza.
  • Mt 14, 13-21. Alzando la mirada al cielo, pronunció la bendición y dio los panes a los discípulos; los discípulos se los dieron a la gente.

Antífona de entrada (Sal 47, 10-11)
Oh, Dios, meditamos tu misericordia en medio de tu templo; como tu nombre, oh, Dios, tu alabanza llega al confín de la tierra. Tu diestra está llena de justicia.

Monición de entrada y acción penitencial
Es el mismo Señor el que nos convoca hoy para celebrar la eucaristía, el banquete pascual de su amor. Él mismo se nos da como alimento de vida eterna, como el verdadero pan que sacia todas nuestras necesidades más profundas. Celebremos con alegría esta eucaristía, con agradecimiento de corazón a Dios, por todos los bienes que nos otorga.

Yo confieso…

Oración colecta
PROTEGE, Señor,
con amor continuo a tu familia, para que,
al apoyarse en la sola esperanza de tu gracia del cielo,
se sienta siempre fortalecida con tu protección.
Por nuestro Señor Jesucristo.

Oración de los fieles
Oremos, hermanos, a Dios Padre, que en Jesucristo nos ha manifestado su poder y su grandeza.

1.- Para que la Iglesia sea siempre más comunidad de fe, de oración y de caridad. Roguemos al Señor.

2.- Para que suscite vocaciones santas al sacerdocio y a la vida consagrada. Roguemos al Señor.

3.- Para que los violentos dejen caer las armas, y todas las naciones de la tierra sean lugar de convivencia pacífica y cordial. Roguemos al Señor.

4.- Para que Dios conceda salud a los enfermos, consuelo a los tristes, esperanza y paz a todo el mundo. Roguemos al Señor.

5.- Para que el Señor nos preserve del pecado y nos haga crecer en la experiencia viva de su Espíritu. Roguemos al Señor.

Padre, que por medio de tu Hijo, que caminó sobre las aguas, das la salud a los enfermos y el perdón a los pecadores, mira bondadoso nuestras peticiones y haz que nunca dudemos en nuestra fe. Por Jesucristo nuestro Señor.

Oración sobre las ofrendas
ACEPTA, Señor,
los dones que te ofrecemos en este tiempo de peligro;
y haz que, por tu poder,
se conviertan para nosotros en fuente de sanación y de paz.
Por Jesucristo, nuestro Señor.

Oración después de la comunión
OH Dios,
que has querido hacernos partícipes
de un mismo pan y de un mismo cáliz,
concédenos vivir de tal modo que,
unidos en Cristo,
fructifiquemos con gozo para la salvación del mundo.
Por Jesucristo, nuestro Señor.