1.- Hace un par de semanas me refería al Salmo 33. Ahora, tanto en las lecturas de este domingo 19 del Tiempo Ordinario, como en las relativas al próximo, el vigésimo se incluye la lectura del referido salmo 33. La segunda parte del Salmo 33 la tendremos en la misa del domingo siguiente. Me ha parecido oportuno, entonces, volver sobre el tema, basándome en lo escrito anteriormente. Otra cuestión –todo sea dicho de paso—que muy pocas veces hay en las homilías comentarios sobre los salmos, aunque, obviamente, son parte muy básica y muy didáctica de la misa. Bueno, esa reiteración del salmo 33 para algunos lectores les resultará conocido, pero no así para otros.
Es un texto prodigioso, de máxima actualidad y que puede servir como receta para nuestra oración diaria. El Salmo 33 debe ser leído con mucha atención. Dice. «Yo consulté al Señor y me respondió, me libró de todas mis ansias». Y así fue para mí. Los versos del Salmo son como una narración personal. La angustia está siempre muy presente en los humanos. Y ese mal nos hace vivir peor. El Salmo 33 parece una obra moderna, como si hubiera sido escrito a la medida de nuestra época plena de estrés y sobrado de angustias. Reconozco tener una especial predilección por dicho Salmo. En cierta ocasión, todavía a medio convertir, en un momento grave y difícil, tras la lectura –casi accidental e imprevista del mismo—se produjo el cambio. Me problema se había resuelto de manera casi inmediata o, al menos, yo vi la solución ahí.
No cabe la menor duda que los Salmos son las piezas oracionales de gran importancia, dentro de lo que nos ofrecen las Sagradas Escrituras. Su lectura nos inicia en un tiempo de plegaria de enorme fuerza. No es pues casualidad que la Liturgia de las Horas –la formula de la Iglesia para rezar a Dios cinco veces al día—utilice los salmos como ingredientes principales. Por otro lado, los salmos son de una perspicacia social y psicológica muy notables. Se adaptan a nuestros problemas concretos, en un momento dado nos parece que alguien nos lo ha escrito a la medida, a pesar de han sido redactados hacia varios miles de años.
2.- “Cuando uno grita, el Señor les escucha y lo libra de sus angustias” Esa es mi juicio la invocación más segura. Uno, en el seno de su desesperación grita en ayuda del Señor y este acude de inmediato. El grito ha de ser sincero, no plañidero. Fuerte, inequívoco. Hay en el Salmo algunos versículos de parecida intención y contenido. “Si el afligido invoca al Señor, él lo escucha y lo salva de sus angustias”. Se trata de una frase muy parecida, que aparece casi al principio. Y también: “El Señor está cerca de los atribulados, salva a los abatidos”. Y es que en la tribulación el único consuelo verdadero y eficaz es Dios. “Guarda tu lengua del mal, tus labios de la falsedad; apártate del mal, obra el bien, busca la paz y corre tras ella”. Cambia de “argumento” el salmo y nos enseña el mal camino de la mentira. ¿Nos damos cuenta que en estos tiempos muchas conductas están basadas solo en la mentira y en la simulación? Pues así es. Y esas mentiras no solo son ofrecidas a los demás. Lo peor es mentirse a uno mismo y falsear nuestra propia conciencia. También es muy llamativo lo siguiente: “¿hay alguien que ame la vida y desee días de prosperidad?”. Todos deseamos eso, pues también podemos pedírselo al Señor.
3.- La oferta de ayuda del Señor que conocemos por el Salmo 33 queda muy clara en el ofrecimiento del Señor Jesús de su Carne y de su Cuerpo. Y es que el Sacramento que encierra y contiene dicha donación es sublime y cura todas las enfermedades, físicas y espirituales. Y esto no es una metáfora. La Iglesia tiene muchos testimonios –a lo largo de los siglos—de que la Eucaristía influye indeleblemente en hombres y mujeres para ayudarlos y sacarlos de sus dolencias. El Evangelio de Juan que hemos escuchado hoy contiene esa revelación sorprendente de Jesús de Nazaret. Él es pan bajado del cielo y el que come ese pan vivirá para siempre. Ciertamente, el pan del cielo es vehículo y viático para el mundo futuro, para la eternidad, pero, igualmente, es remedio seguro para las azarosas jornadas de nuestra vida presente.
4.- Elías –lo dice el capítulo 19 del Libro de los Reyes—se ve vencido en plena caminata por el desierto. Una depresión muy fuerte ocupa su mente y quiere morir. Todo en él, en esos momentos, es angustia. Pero Dios, el Señor, por medio de su ángel le envía pan desde el cielo y recobra fuerzas y todo el tino para seguir. Por dos veces el alimento celestial le llega y gracias a él llega al Monte de Dios, al Orbe, donde para los judíos residía Yahvé. Guarda este episodio relación con el evangelio y, por supuesto, con el Salmo 33.
La lectura atenta del fragmento de la Carta de San Pablo a los Efesios es un parte y un todo de los mensajes que hoy nos trae la liturgia de esta misa del domingo 19 del Tiempo Ordinario. Y es que, sin duda, los sentimientos de Elías serían parecidos a los que describe Pablo de Tarso: amargura, ira, enfados, insultos y todos los ejemplos de la maldad. Es la “torcedura” de ánimo que muchas veces al día y durante muchas jornadas sufre un buen número de hermanos nuestros. Bien puede ser por la depresión que es la enfermedad más extendida –dicen—ahora. Pero si buscamos a Cristo –aliento y medicina—recibiremos el amor y este amor nos sanará.
Hemos de reflexionar con calma en ese camino de curación –de consuelo—que nos ofrece siempre esta mesa del Pan y de la Palabra que es la Eucaristía. No dejemos pasar la ocasión de ser más felices. Hoy y siempre Jesús nos ayuda con su amor.
Ángel Gómez Escorial