Comprender para vivir

“El que cree tiene vida eterna”. Al hilo del comentario del domingo pasado, cabe “traducir” tal expresión de este modo: Quien comprende sabe que es vida y vive en plenitud. Vayamos por partes.

La “comprensión” -entendida en el sentido más profundo, experiencial o vivencial: en este sentido, es sinónimo de “sabiduría”, que viene de “saborear”- es fuente de claridad y de confianza. Si por “creer” entendemos “confiar”, tal como hace el cuarto evangelio, está claro que únicamente puede confiar quien comprende. Ahora bien, si por “creer” se entiende adhesión mental a algún contenido, eso es lo opuesto a “comprender”. Porque la creencia es solo un constructo mental; la comprensión, por el contrario, es certeza. La creencia se apoya en algo recibido -en definitiva, es un conocimiento “de segunda mano”-; la comprensión viene como fruto de la experiencia y de la autoindagación.

Comprender significa caer en la cuenta de que, más allá de la persona en la que nos estamos experimentando, somos Aquello que es consciente, cualquiera que sea el nombre que le demos: consciencia, ser, vida… Comprender, por tanto, equivale a saber que somos vida.

Y es esta comprensión la condición para vivir en plenitud. Lo cual no significa que vayan a desaparecer de nuestra existencia los condicionamientos, límites y carencias que palpamos a diario -y que forman parte ineludible de nuestra condición humana-, sino que hemos saboreado el “lugar” donde todos nos hallamos a salvo, más allá de este “juego” temporal que estamos representando.

Ese es el “lugar” de la comprensión. Y para acceder a él precisamos acallar la mente y situarnos en el Testigo, conectar con la sensación profunda de presencia y permanecer ahí. Poco a poco, en el saboreo de esa sensación de presencia, se nos irá regalando percibir que la presencia percibida no es “algo” que surge como fruto del silencio, sino que constituye nuestra más profunda identidad: somos presencia consciente. Eso es la comprensión.

Desde ese lugar, podremos observar y atender cualquier circunstancia que aparezca en nuestra existencia cotidiana. Desde esa distancia liberadora, es posible “desinflar” las burbujas mentales que antes nos agobiaban y saber que, en lo profundo, en toda circunstancia, somos plenitud.

¿En qué “lugar” vivo habitualmente: en la mente o en el Testigo?

Enrique Martínez Lozano

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II Vísperas – Domingo XIX de Tiempo Ordinario

II VÍSPERAS

DOMINGO XIX de TIEMPO ORDINARIO

INVOCACIÓN INICIAL

V/. Dios mío, ven en mi auxilio
R/. Señor, date prisa en socorrerme. 

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

HIMNO

¿Qué ves en la noche,
dinos, centinela?

Dios como un almendro
con la flor despierta;
Dios que nunca duerme
busca quien no duerma,
y entre las diez vírgenes
sólo hay cinco en vela.

¿Qué ves en la noche,
dinos, centinela?

Gallos vigilantes
que la noche alertan,
Quien negó tres veces
otras tres confiesa,
y pregona el llanto
lo que el miedo niega.

¿Qué ves en la noche,
dinos, centinela?

Muerto le bajaban
a la tumba nueva.
Nunca tan adentro
tuvo al sol la tierra.
Daba el monte gritos,
piedra contra piedra.

¿Qué ves en la noche,
dinos, centinela?

Vi los cielos nuevos
y la tierra nueva.
Cristo entre los vivos
y la muerte muerta.
Dios en las criaturas,
¡y eran todas buenas! Amén.

SALMO 109: EL MESÍAS, REY Y SACERDOTE

Ant. Oráculo del Señor a mi Señor: «Siéntate a mi derecha». Aleluya.+

Oráculo del Señor a mi Señor:
«Siéntate a mi derecha,
y haré de tus enemigos
estrado de tus pies.»
Desde Sión extenderá el Señor
el poder de tu cetro:
somete en la batalla a tus enemigos.

«Eres príncipe desde el día de tu nacimiento,
entre esplendores sagrados;
yo mismo te engendré, como rocío,
antes de la aurora.»

El Señor lo ha jurado y no se arrepiente:
«Tú eres sacerdote eterno,
según el rito de Melquisedec.»

El Señor a tu derecha, el día de su ira,
quebrantará a los reyes.
En su camino beberá del torrente,
por eso levantará la cabeza.

Señor, mis ojos están vueltos a ti,
en ti me refugio, no me dejes indefenso;
guárdame del lazo que me han tendido,
de la trampa de los malhechores.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Oráculo del Señor a mi Señor: «Siéntate a mi derecha». Aleluya.

SALMO 110: GRANDES SON LAS OBRAS DEL SEÑOR

Ant. El Señor, piadoso y clemente, ha hecho maravillas memorables. Aleluya.

Doy gracias al Señor de todo corazón,
en compañía de los rectos, en la asamblea.
Grandes son las obras del Señor,
dignas de estudio para los que las aman.

Esplendor y belleza son su obra,
su generosidad dura por siempre;
ha hecho maravillas memorables,
el Señor es piadoso y clemente.

Él da alimento a sus fieles,
recordando siempre su alianza;
mostró a su pueblo la fuerza de su obrar,
dándoles la heredad de los gentiles.

Justicia y verdad son las obras de sus manos,
todos sus preceptos merecen confianza:
son estables para siempre jamás,
se han de cumplir con verdad y rectitud.

Envió la redención a su pueblo,
ratificó par siempre su alianza,
su nombre es sagrado y temible.

Primicia de la sabiduría es el temor del Señor,
tienen buen juicio los que los practican;
la alabanza del Señor dura por siempre.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. El Señor, piadoso y clemente, ha hecho maravillas memorables. Aleluya.

CÁNTICO del APOCALIPSIS: LAS BODAS DEL CORDERO

Ant. Reina el Señor, nuestro Dios, dueño de todo. Aleluya.

Aleluya.
La salvación y la gloria y el poder son de nuestro Dios,
porque sus juicios son verdaderos y justos.
Aleluya.

Aleluya.
Alabad al Señor, sus siervos todos,
los que le teméis, pequeños y grandes.
Aleluya.

Aleluya.
Porque reina el Señor, nuestro Dios, dueño de todo,
alegrémonos y gocemos y démosle gracias
Aleluya.

Aleluya.
Llegó la boda del Cordero,
Su esposa se ha embellecido.
Aleluya.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Reina el Señor, nuestro Dios, dueño de todo. Aleluya.

LECTURA: 1P 1, 3-5

¡Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que en su gran misericordia, por la resurrección de Jesucristo de entre los muertos, nos ha hecho nacer de nuevo para una esperanza vida, para una herencia incorruptible, pura, imperecedera, que os está reservada en el cielo. La fuerza de Dios os custodia en la fe para la salvación que aguarda a manifestarse en el momento final.

RESPONSORIO BREVE

R/ Bendito eres, Señor, en la bóveda del cielo.
V/ Bendito eres, Señor, en la bóveda del cielo.

R/ Digno de gloria y alabanza por los siglos.
V/ En la bóveda del cielo.

R/ Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
V/ Bendito eres, Señor, en la bóveda del cielo.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. Yo os lo aseguro con toda verdad: el que cree en mi tiene vida eterna. Aleluya.

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Yo os lo aseguro con toda verdad: el que cree en mi tiene vida eterna. Aleluya.

PRECES

Invoquemos a Dios, nuestro Padre, que maravillosamente creó al mundo, lo redimió de forma más admirable aún y no cesa de conservarlo con amor, y digámosle con alegría:

Renueva, Señor, las maravillas de tu amor.

Te damos gracias, Señor, porque, a través del mundo, nos has revelado tu poder y tu gloria;
— haz que sepamos ver tu providencia en los avatares del mundo.

Tú que, por la victoria de tu Hijo en la cruz, anunciaste la paz al mundo,
— líbranos de toda desesperación y de todo temor.

A todos los que aman la justicia y trabajan por conseguirla,
— concédeles que cooperen, con sinceridad y concordia, en la edificación de un mundo mejor.

Ayuda a los oprimidos, consuela a los afligidos, libra a los cautivos, da pan a los hambrientos, fortalece a los débiles,
— para que en todo se manifieste el triunfo de la cruz.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

Tú, que al tercer día, resucitaste gloriosamente a tu Hijo del sepulcro,
— haz que nuestros hermanos difuntos lleguen también a la plenitud de la vida.

Concluyamos nuestra súplica con la oración que el mismo Señor nos enseñó:
Padre nuestro…

ORACION

Dios todopoderoso y eterno, a quien podemos llamar Padre, aumenta en nuestros corazones el espíritu filial, para que merezcamos alcanzar la herencia prometida. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Amén.

CONCLUSIÓN

V/. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R/. Amén.

La salvación como pan repartido y compartido

El lenguaje del evangelio de Juan es, sin duda, difícil de entender para la gente que habitamos el siglo XXI porque tiene conceptos e imaginarios que están ya muy lejos de nuestra cosmovisión y de nuestros referentes religiosos. Sin embargo, cuando intentamos traducir sus conceptos y categorías descubrimos que trasmite un mensaje hondo y de gran sensibilidad.

El relato de hoy nos sitúa en uno de los grandes títulos que el Evangelio da a Jesús: Pan de vida. Después de la multiplicación de los panes (Jn 6, 1-13), el evangelio desarrolla un extenso diálogo entre Jesús y los presentes sobre el significado del signo que ha realizado. En él se van entrelazando el recuerdo de la memoria liberadora del éxodo, que Israel atesoraba como signo del cuidado y protección que Dios había manifestado con él, y la nueva oferta salvadora que Jesús anuncia y encarna (Jn 6, 28-40).

El maná en el desierto recuperó la vida del pueblo, ahora Jesús, es el nuevo pan que Dios envía y lo hace ya no de forma puntual e histórica sino encarnada en la vida y la palabra de Jesús.

«¿No es este Jesús, el hijo de José?»

Las comunidades que dieron a luz este evangelio vivieron conflictos importantes, se sintieron amenazadas en algunos momentos y necesitaron esforzarse por llegar a consensos que les permitiesen hacer camino como grupo en su fe en Jesús y no perder la comunión con otras comunidades que tenían sensibilidades diferentes.

El texto de este domingo tiene en su trasfondo esta realidad y en él se vislumbra con claridad las dificultades experimentadas con los grupos judíos que no reconocían el mesianismo de Jesús y estaban lejos de entender su mensaje y la entrega de su vida por hacer posible la acción salvadora de Dios. Por eso, Juan recoge la incredulidad de algunos que no podían entender que alguien tan familiar, tan humano pudiese ser portador de un mensaje tan trascendente.

La cotidianeidad, humildad y cercanía de Jesús cuestiona porque, con frecuencia, pensamos que lo de Dios tiene que ser a lo grande. Lo pequeño, lo de la puerta de al lado, lo familiar nos parece que no puede representarlo suficientemente. Eso es lo que pensaron algunos de los paisanos de Jesús cuando le criticaban que se declarara tan familiar con Dios y abriese con su vida un espacio nuevo de salvación.

Jesús, el hijo de José y María, es capaz de ofrecer un nuevo comienzo de liberación, de encuentro con Dios, de esperanza para quien desfallece, de horizonte de futuro. Pero sólo creyendo en Jesús es posible acoger y experimentar la confianza y la vida renovada (Jn 6, 43-50).

Yo soy el pan de la vida

En los versículos anteriores Jesús se había definido a sí mismo como “pan de vida”, una expresión que solo aparece en el evangelio de Juan pero que, sin duda, son el resultado de su reflexión en torno a la celebración de la Eucaristía y de la actualización del recuerdo de las palabras que Jesús pronunció en la última cena.

La expresión “bajado del cielo” traduce ese vínculo profundo entre Jesús y su Abba y su conciencia de ser enviado por él a dar vida y vida en abundancia. Jesús, sale al paso de las críticas de quienes se escandalizan de su osadía al mostrarse tan cercano con el Dios de Israel. Para él, solo quien acoge en confianza su palabra y sus obrar puede entender esa relación, sin embargo, quien no quiere abandonar sus seguridades religiosas tendrá siempre justificaciones suficientes para no creer en la acción salvadora de Dios realizada en Jesús (Jn 6, 43- 46).

Cuando Jesús, en el relato, se identifica como pan de vida, está actualizando en su persona la memoria de la presencia liberadora de Dios entre su pueblo. Yahvé fue pan para el pueblo en el desierto, lo acompañó y lo sostuvo en la prueba (Ex 16, 1-15): Ahora Jesús vuelve a ser ese pan que llena la vida de sentido, que ofrece horizontes de esperanza, que sostiene en la impotencia.  Por eso invita a creer en él, a escucharlo, a entender que él entrega la vida para hacer más humano el mundo.

Carme Soto Varela

En Jesús, debemos descubrir la divinidad

Seguimos en el c. 6 de Juan. Aumenta la tensión entre los judíos y Jesús. A medida que Jesús va profundizando en la enseñanza y ellos creen entender lo que quiere decir, se hace más insoportable su mensaje. La propuesta sigue siendo la misma, pero va apareciendo la enorme diferencia que existe entre lo que ellos han aprendido y lo que Jesús les quiere trasmitir. El balance final es desolador; de los cinco mil quedaron doce, y uno es Judas.

Lo criticaban porque había dicho: yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo. Bajar del cielo es una de las claves para comprender a Jesús en este evangelio. Siguen las alusiones al AT. “Criticaban” es el mismo verbo que la versión de los LXX utiliza para hablar de las murmuraciones en el desierto. Los israelitas murmuraron contra Moisés en el desierto por no darles de comer como comían en Egipto. Les recuerda que el pueblo estuvo contra Moisés en los momentos difíciles. Aquellos no confiaron en Moisés y estos no confían en él.

¿No es este el hijo de José? En los sinópticos hacen el mismo comentario los vecinos de su pueblo. El mayor obstáculo para acercarse a Jesús es conocerlo demasiado. Para su mentalidad la lógica es aplastante. Si es hijo de José, no puede ser hijo de Dios. Hoy apreciamos el ridículo que supone contraponer la paternidad de Dios y la de José. Son realidades de naturaleza distinta. Hemos caído en la trampa al revés: Jesús no puede ser hijo de José, porque es hijo de Dios.

Nadie viene a mí si el Padre no lo atrae. Más de 90 veces hace Juan referencia al Padre, Pero lo entendemos mal. Nuestro concepto de padre tenemos que cambiarlo por el de principio, origen, fundamento, germen, comienzo, razón de ser, realidad última. La última realidad no se puede expresar con palabras ni con imágenes, por eso encontramos en los evangelios tantas aparentes contradicciones. El mismo Jesús dice en otro lugar: “Nadie va al Padre si no es por mí”. Para llegar a la Verdad, tenemos que ir más allá de los contrarios.

Y yo lo resucitaré el último día. Debemos tener mucho cuidado con esta frase. Lo que normalmente hemos entendido por resurrección no sirve para descubrir el sentido. Es una manera de decir que está tratando de una Vida a la que no afecta la muerte. “Hemos pasado de la muerte a la vida, lo sabemos porque amamos a los hermanos”. La Vida definitiva tiene alimento trascendente. Ese alimento tiene el mismo origen que tiene esa Vida: Dios. “El último día” esa Vida permanecerá idéntica a hoy.

Serán todos discípulos de Dios. También Jesús es discípulo, el mejor; por eso puede ser a la vez maestro. Ir a Jesús, ir al Padre, es conocerlos, no por vía racional, sino por vía vivencial. La fe es actitud vital y no asentimiento a verdades teóricas. “Esta es la salvación, que te conozcan a ti, único Dios verdadero y a tu enviado, Jesucristo”. Solo la persona que ha tenido experiencia de Dios, puede comprender lo que otra diga de Él. Ellos estaban incapacitados para comprender a un Dios que está al servicio del hombre. Para ellos Dios es el Soberano, el Señor. La única relación que cabe con Él es un servilismo de toma y da acá.

Vuestros padres comieron el maná en el desierto, pero murieron. Una nueva referencia al maná para dejar clara la diferencia. El maná alimenta el cuerpo que tiene que morir. Jesús alimenta el espíritu, dando una Vida a la que no afecta la muerte. Esa es la diferen­cia. La expresión «pan de Vida» no se encuentra en ninguna otra parte de la Biblia; eso indica la originalidad de Juan. La VIDA, con mayúsculas, es el tema fundamental del evangelio de Juan. Se trata de la misma Vida de Dios. Más adelante nos dirá: “El Padre que vive me ha enviado y yo vivo por el Padre”. Se trata de la VIDA que es el mismo Dios.

Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo, el que come este pan vivirá para siempre. Jesús es alimento de la verdadera Vida. Este es el mensaje de Juan. Dios lo es todo para Jesús, y seguirá siéndolo para todo cristiano. Jesús no puede suplantar en ningún momento a Dios. En este capítulo, más de quince veces se hace referencia a Dios, para dejar claro que el verdadero protagonista es Él, no Jesús. Ya en las primeras comunidades se pasó del Jesús que predica, al Cristo predicado. En Juan se ha dado ya este paso.

El pan que yo os daré es mi carne para la vida del mundo. No pueden comprender que su Dios se pueda manifestar en la carne. Recordemos que “carne” para los judíos era el mismo ser humano pero en su aspecto más bajo; lo que le hacía limitado y contingente; aquello por lo que le venían todos sus “males”: dolor, enfermedad, muerte… Es tal vez la afirmación más rotunda sobre la encarnación en todo el NT. Para ellos, Dios era lo contrario de cualquier limitación. Para ellos un Dios-carne, un Dios ‘limitado’ es inaceptable. Jesús quiere hacerles ver que el Espíritu se manifiesta siempre en la carne.

La grandeza de la carne consiste en que está informada por el Espíritu sin dejar de ser carne. Desde ahora, solo se puede encontrar a Dios en la materia y en el Hombre. Esa transformación es la que está manifestando el evangelio de Juan. Pensemos en el diálogo con Nicodemo: “Hay que nacer de nuevo”. “Lo que nace de la carne es carne, lo que nace del Espíritu es Espíritu”. La carne es neutral; puede ser la base de lo más bajo y de lo más sublime. Nuestro error es pensar que para acercarse a Dios hay que alejarse de la carne.

Un Dios involucrado en la carne, sigue siendo inaceptable. Nosotros seguimos sin aceptarlo. Por eso hemos descarnado la persona misma de Jesús. La Escritura dice que el Verbo se hizo carne, pero nosotros nos empeñamos en decir que la carne se hizo Dios. El Dios identificado con la carne no interesa a los dirigentes, porque hace imposible la manipulación de los intermediarios. Pero es inaceptable también para los cristianos de a pie, porque nos impide la relación intimista que no pasa por el encuentro con los demás.

Hemos convertido la eucaristía en cosa sagrada, olvidándonos de que es signo de la unidad y del amor. El fin de la eucaristía no es hacer sagrado a todo ser humano, identificándolo con Dios mismo y haciéndole objeto de nuestra adoración. Cada vez que nos arrodillamos ante Dios, estamos creando un ídolo. Dios no es objetivable. Cuando me arrodillo estoy poniendo a Dios de rodillas ante mi falso yo, que intento potenciar. Seguimos empeñados en convertir el pan en Jesús, pero el evangelio dice que Jesús se convierte en pan. No tengo que adorar a Jesús convertido en pan, sino convertirme yo en pan.

Meditación

La vida biológica no tiene más remedio que acabar.
Si hago mía la misma Vida de Jesús,
ya estoy en la eternidad, aquí y ahora,
porque he integrado la Vida de Dios en mí.
Solo tengo que descubrir y vivir lo que ya soy.

Fray Marcos

Comentario – Domingo XIX de Tiempo Ordinario

(Jn 6, 41-51)

Quien come de este pan no muere, sino que vivirá siempre. Evidentemente Jesús no se refiere a la vida biológica, porque todos los que han escuchado su Palabra y han creído en él han muerto. ¿Qué significa entonces?

Significa que hay otra vida diferente de la vida biológica, y esa vida no se sostiene con cosas materiales, sino que necesita un alimento sobrenatural. Porque hay una dimensión de nuestra vida que se mantiene y crece con comida, medicamentos, respiración; hay otra dimensión de nuestra vida que se alimenta y se desarrolla gracias a los libros, el estudio, las clases.

Pero hay una dimensión de nuestra vida, la más profunda, la sobrenatural, que depende directamente de la gracia de Dios, que sin esa gracia desaparece, porque es la misma vida de Dios en lo hondo de nuestros corazones cuando son transformados por él. En esa dimensión de nuestro ser el verdadero alimento es la presencia de Jesús, su poder, su Palabra, su presencia en la Eucaristía.

Cuando el evangelio nos dice que quien cree en Cristo no tendrá jamás hambre, o que quien lo recibe no muere, significa que unidos a él superamos nuestros límites humanos, saciamos nuestros deseos más profundos y nos liberamos de nuestros temores más terribles; significa que hallamos una plenitud de vida que nadie nos puede quitar, ni siquiera la muerte. El que vive de la gracia de Dios experimenta la muerte como una transformación, y no como una destrucción o un final. Pero eso supone que aceptemos depender de Jesús que nos alimenta por dentro.

Podríamos preguntarnos si no estamos alimentando bien nuestro cuerpo y nuestra mente, pero olvidándonos de lo más profundo de nuestro ser, que también necesita alimentos. La falta de esos alimentos espirituales es lo que a veces nos lleva a sentir un vacío interior, una profunda angustia, un dolor interior.

Oración:

«Señor, reconozco que tú eres mi vida, que tú eres el alimento que me da la vida verdadera, que sin ti mi existencia se enferma en la mediocridad, los miedos, la insatisfacción. Confío en ti Señor, Pan de Vida, voy a ti para escucharte y recibir tu alimento».

VÍCTOR M. FERNÁNDEZ
El Evangelio de cada día

Lectio Divina – Domingo XIX de Tiempo Ordinario

Yo soy el pan de la vida.

INTRODUCCIÓN

Qué bonito sería este mundo si los dones de la tierra estuvieran bien repartidos. Que hubiera viviendas para todos; escuelas para todos; medicinas para todos y “pan para todos”.  Este es el proyecto de Dios y el sueño de Jesús el poder realizarlo. Pero se necesita algo importante: “Nadie puede venir a mí si el Padre no lo atrae”. Se necesita ser atraídos, cautivados, fascinados por el Padre. Si existe una fuerte atracción hacia el mal, ¿no podrá haber una atracción también hacia el bien?  Eso han experimentado los santos. “Tú eres mi bien” (Sal. 16).  “Sólo Dios basta” (Santa Teresa). “Todo lo vivido sin Cristo me parece basura” (San Pablo).

TEXTOS BÍBLICOS

1ª Lectura: 1 Re. 19,4-8.    2ª Lectura: Ef. 4,30-52

EVANGELIO

Juan 6,41-51:

En aquel tiempo, los judíos criticaban a Jesús porque había dicho: «Yo soy el pan bajado del cielo», y decían: «¿No es éste Jesús, el hijo de José? ¿No conocemos a su padre y a su madre? ¿Cómo dice ahora que ha bajado del cielo?» Jesús tomó la palabra y les dijo: «No critiquéis. Nadie puede venir a mí, si no lo atrae el Padre que me ha enviado. Y yo lo resucitaré el último día. Está escrito en los profetas: «Serán todos discípulos de Dios.»

Todo el que escucha lo que dice el Padre y aprende viene a mí. No es que nadie haya visto al Padre, a no ser el que procede de Dios: ése ha visto al Padre. Os lo aseguro: el que cree tiene vida eterna. Yo soy el pan de la vida. Vuestros padres comieron en el desierto el maná y murieron: éste es el pan que baja del cielo, para que el hombre coma de él y no muera. Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo.»

REFLEXIÓN

“Yo soy el pan de la vida”. Es el mejor resumen del evangelio de hoy. Jesús no se manifestó como especialista en ciencias, en historia, en geografía, o matemáticas. Sí especialista en el “arte de bien vivir”. Fue un verdadero “maestro de vida”.  Hay que saber desentrañar bien la metáfora del pan para entender mejor su significado, lo que nos quiso decir.

1.– Jesús es el Pan que necesitamos. El pan no es un artículo de lujo sino de primera necesidad.  El pan significa aquí lo elemental para poder vivir. Los que siguieron a Jesús cuando vivía en este mundo, los que han seguido a Jesús a través de los siglos, y los que intentamos seguirle ahora, todos estamos convencidos de una cosa: una vez que hemos tenido un encuentro al vivo con Jesús, ya no podemos dejarlo. Con Él nuestra vida ha cambiado. Antes de conocerle, nos parecía que vivíamos, pero en realidad esa vida tan limitada, tan frágil, tan vulnerable, no merece llamarse vida. Con Jesús hemos aprendido a saborear lo bello, lo grande, lo maravilloso que es una vida con Él. Lo decía muy bien Papini, aquel ateo italiano que se convirtió al cristianismo: “Todos tenemos necesidad de ti, de ti solo y de nadie más. Solamente Tú que nos amas, puedes sentir por todos nosotros que sufrimos, la compasión que cada uno siente en relación consigo mismo. Sólo Tú puedes medir qué grande, qué inconmensurablemente grande es la necesidad que hay de ti en este mundo y en esta hora”.

2.-Jesús es el pan de la seguridad. Normalmente, de una persona que no tiene problemas económicos solemos decir que “tiene el pan debajo del brazo”. Frente a la inseguridad que nos rodea por todas partes, la comunidad primitiva experimentó que, estando con Jesús, se sentía segura. Y es que el mismo Jesús había dicho: «el que come de este pan vivirá para siempre”.  Los judíos en el desierto también comieron de un pan especial, el maná, pero todos los que lo comieron, murieron. Jesús asegura que el que come de ese pan tiene asegurada la vida eterna. En esta vida hay casas aseguradoras que tienen la osadía de hacer “seguros de vida”. Y seguros de vida significa que, al morir, se encargan de los gastos del sepelio. El único que puede darnos a todos un “seguro de vida eterna” es Jesús.

3.-Jesús es el Pan de la bondad. A las personas muy buenas les decimos: es más bueno que el pan. Lo decíamos del Papa San Juan XXIII y ya lo tenemos en los altares. Y lo decían los ginebrinos de su obispo San Francisco de Sales: “Qué bueno debe ser Dios que ha creado a una persona tan buena como nuestro obispo”. Ahora bien, ¿cómo es posible que comiendo tan a menudo el pan de la bondad en la Eucaristía seamos todavía tan malos? ¿Cómo es posible que salgamos de comulgar, de recibir el pan de la bondad, y critiquemos, murmuremos, nos peleemos y nos tengamos envidia?  ¿Por qué alimentándonos cada día de este pan, somos tan mediocres, tan vulgares, tan flacos en nuestra vida espiritual?  Los que comemos el pan de la bondad tenemos que ser buenos.

PREGUNTAS

1.- ¿Siento a Jesús como una necesidad vital? ¿Le busco con ansiedad si lo he perdido? ¿De verdad que ya no sabría vivir sin Él?

2.- ¿Siento que Jesús me da seguridad en esta vida para afrontar la muerte con paz?

3.- ¿Siento vergüenza de comulgar tantas veces el pan de la bondad y no ser bueno todavía?  ¿A qué espero?

Este evangelio, en verso, suena así:

El Padre Dios, con ternura,
siempre ofrece un “alimento”:
“pan y agua” para Elías,
el “maná” para su Pueblo.
Y, en el colmo de su amor,
nos regaló su “Proyecto”:
Se encarnó en su Hijo amado,
en Jesús, nuestro Maestro.
Jesús nos dice: “Yo soy
El Pan bajado del cielo.
El que coma de este Pan,
vivirá siempre en mi Reino”
Comer el Pan de Jesús
es aceptar sus criterios,
asimilar sus valores,
comulgar sus sentimientos.
Si creemos en Jesús,
si aceptamos su Evangelio,
tendremos “la vida eterna”,
nunca jamás moriremos.
Señor, comimos el pan
de muchos hornos ajenos.
Solo calmamos el hambre,
comiendo el “PAN de tu Cuerpo”
Invitados al Banquete
gratis, sin pagar un precio,
haz que seamos, Señor,
para los demás ·”pan tierno”.

(Estos versos los compuso José Javier Pérez Benedí)

Tres tipos de pan

Continuando el tema del maná y el verdadero pan de vida, la primera lectura y el evangelio nos hablan de tres clases de pan: el que alimenta por un día (maná), el que da fuerzas para cuarenta días (Elías) y el que da la vida eterna (Jesús). Pero comencemos recordando lo ocurrido en la sinagoga de Cafarnaúm.

Desarrollo de Juan 6,41-51

El pasaje es complicado porque mezcla diversos temas.

1. Objeción de los judíos: ¿Cómo puede este haber bajado del cielo?

2. Respuesta de Jesús: si creyerais en mí, lo entenderíais.

              – Pero solo cree en mí aquel a quien el Padre atrae.

              – Mejor dicho: Dios enseña a todos, pero no todos quieren aprender.

              – Atención: El que Dios enseñe a todos no significa que lo veamos.

3. Jesús y el maná: el pan que da la vida y el pan que no la garantiza.

4. Final sorprendente: el pan es mi carne.

Exposición del contenido

El domingo pasado, Jesús ofrecía un pan infinitamente superior al del milagro de la multiplicación. Ese pan es él, que ha bajado del cielo. El evangelio de este domingo comienza contando la reacción de los judíos ante esta afirmación. ¿Cómo puede haber bajado del cielo uno al que conocen desde niño, que conocen a su padre y a su madre?

Jesús no responde directamente a esta pregunta. Ataca el problema de fondo. Si los judíos no aceptan que ha bajado del cielo es porque no creen en él. Y si no creen en él, es porque el Padre no los ha llevado hasta él. Esta afirmación tan radical sugiere que todo depende de Dios: solo los que él acerca a Jesús creen en Jesús. Por eso, inmediatamente después se añade: «Dios instruye a todos… pero no todos quieren aprender». Solo el que acepta su enseñanza viene a Jesús, lo acepta, y cree que ha bajado del cielo. Ningún judío puede echarle a Dios la culpa de no creer en Jesús.

La idea de que Dios instruye a todos cabe interpretarla como si fuese un profesor sentado delante de sus alumnos, al que pueden ver. No. A Dios no lo ha visto nadie. Solo el que procede de él: Jesús.

Tras este paréntesis sobre la fe, la acción del Padre y la visión de Dios, Jesús vuelve al tema del pan que baja del cielo, el que da la vida, a diferencia del maná, que no la da. Pero termina añadiendo una afirmación más escandalosa aún: «el pan que yo daré es mi carne por la vida del mundo». ¿Cómo reaccionarán los judíos? La solución, el próximo domingo.

Tres notas al evangelio

1. El auditorio cambia. Ya no se trata de los galileos que presenciaron el milagro, sino de los judíos. En el cuarto evangelio, los judíos representan generalmente a las autoridades que se oponen a Jesús. Sin embargo, lo que dicen («conocemos a su padre y a su madre») no encaja en boca de un judío, sino de un nazareno. Esto demuestra que no estamos ante un relato histórico, que recoge los hechos con absoluta fidelidad, sino de una elaboración polémica.

2. El tema de la fe interrumpe lo relativo a Jesús como pan bajado del cielo, pero es fundamental. Solo quien cree en Jesús puede aceptar eso. Lo curioso, en este caso, es cómo se llega a la fe: por acción del Padre, que nos lleva a Jesús. Normalmente pensamos lo contrario: es Jesús quien nos lleva al Padre. «Yo soy el camino… nadie puede ir al Padre sino por mí». Aquí se advierte, como en todo el evangelio de Juan, la acción recíproca del Padre y de Jesús.

3. Tras este inciso, Jesús vuelve a contraponer el maná y su pan. En la primera parte (domingo 18), adoptó una actitud muy crítica ante el maná. Cuando los galileos, citando el Salmo 78,24, dicen que Dios «les dio a comer pan del cielo», Jesús responde que el maná no era «pan del cielo»; el verdadero pan del cielo es él. Ahora añade otro dato más polémico: los que comían el maná morían; su pan da la vida eterna.

El pan del profeta Elías (1 Reyes 19,4-8).

El siglo IX a.C. fue de profunda crisis religiosa. El rey de Israel, Ajab, se casó con una princesa fenicia, Jezabel, muy devota del dios cananeo Baal. La gente ya era bastante devota de este dios, al que atribuían la lluvia y las buenas cosechas. Pero el influjo de Jezabel y la permisividad de Ajab provocaron que Yahvé dejase de tener valor para el pueblo. A esto se opuso el profeta Elías, denunciando a los reyes y matando a los profetas de Baal, lo que le habría costado la vida si no llega a huir hacia el sur, al monte Horeb (el Sinaí). El viaje es largo, demasiado largo, y Elías se desea la muerte. Un ángel le ofrece una torta cocida sobre piedras; la come dos veces, y con la fuerza de aquel manjar camina cuarenta días y cuarenta noches hasta el monte en el que tuvo lugar la gran revelación de Dios a Moisés. Este relato se ha usado a menudo en relación con la eucaristía, y por eso se ha elegido para este domingo.

Tres clases de panes

Las lecturas de hoy sugieren una reflexión.

Antes de la reforma de Pío X, la comunión no era frecuente. Los cristianos más piadosos comulgaban una vez a la semana; normalmente, una vez al mes. La comunión era para ellos como el pan de Elías, que da fuerzas para vivir cristianamente durante un período más o menos largo de tiempo.

Con la reforma de Pío X, a comienzos del siglo XX, se difunde la comunión diaria, aunque no se oiga misa. (Recuerdo de joven, en la iglesia de los franciscanos de Cádiz, la gran cantidad de gente que iba a comulgar en un altar lateral mientras en el altar mayor se decía una misa que muy pocos seguían). Es como el maná, que da fuerzas para ese día, pero conviene repetirlo al siguiente.

El evangelio de Juan nos hace caer en la cuenta de que la eucaristía no solo da fuerzas para un día o un mes. Garantiza la vida eterna. Se comprende que Jesús interrumpa su discurso para hablar de la fe y de la acción del Padre.

La vida eterna en la vida diaria (Efesios 4,30-5,2)

Se cuenta en el libro del Éxodo que, en la noche de Pascua, los israelitas mojaron con la sangre del cordero el dintel y las dos jambas de la puerta de la casa para que el ángel del Señor, al castigar a los egipcios, pasase de largo ante las casas de los israelitas. Esta costumbre se remonta a los pastores, que al comienzo de la primavera sacrificaban un cordero y untaban con su sangre los palos de la tienda para preservar al ganado de los malos espíritus y garantizar una feliz trashumancia.

El autor de la carta a los Efesios recoge la imagen y la aplica al Espíritu Santo, que nos ha marcado con su sello para distinguirnos el día final de la liberación. Y añade una serie de consejos para vivir esa unidad en la que ha insistido en las lecturas de los domingos anteriores. Sirven para un buen examen de conciencia y para ver cómo podemos vivir, ya aquí en la tierra, la vida eterna del cielo.

José Luis Sicre

Audacia y fracaso

Uno de los hombres más impresionantes de entre los que aparecen en el Antiguo Testamento, es Elías. Dos cualidades destacan de su personalidad y de su historia personal: la fidelidad a Dios y la audacia. La fidelidad os será fácil creer que es una virtud, mis queridos jóvenes lectores, habéis oído la historia de Santa María, nuestra madre, que empieza con aquel acto de confianza en Dios, cuando al Ángel le dice que es esclava del Señor, que se cumplan sus designios. Sí, la fidelidad vivida con la radicalidad que la vivió María, es un gran don. Pero algunos no se han enterado de que la audacia es una virtud y que es muy necesaria en algunos momentos.

Lo admirable de la historia de Elías es que Dios le zarandea y él se deja zarandear. Cuando las circunstancias exigen valentía, él se presta al juego. Se había enfrentado al hambre, al rey, o tal vez sea mejor decir a la reina Jezabel, porque el rey Acab era un calzonazos, se había enfrentado a los profetas de Baal, con riesgo de su vida y había organizado un gran “audiovisual” en el Carmelo y también le había salido bien. Siempre había vencido, pero al final, como un enemigo escurridizo, le invadió la angustia, la soledad, el cansancio. Huyó al desierto, se fue por el Neguev y al final se dejó vencer por sí mismo. La vida no vale la pena continuar viviéndola, parecía decirse. Llegó a tal punto su postración que decidió dejarse morir y se puso a la sombra de una retama, para que al menos la muerte le fuera dulce.

La retama es un arbusto abundante, no os digo su nombre científico, porque existen de varias clases y la Biblia no nos detalla de cual se trata. La veréis en las veredas de nuestros caminos. En ciertos lugares, el desierto es uno de ellos, puede alcanzar alturas de más de dos metros, así que puede uno cobijarse a su sombra. Los beduinos la tienen por planta sagrada. Cuando os la encontréis en cualquier época del año, no paséis por ella indiferentes, mirad bien, no sea que a su sombra alguien llore, como lo hizo Agar, o derrotado se deje llevar por el desaliento, como el profeta Elías. Ni la una ni el otro perdieron la Fe. El fracaso de ambos, no sería definitivo.

Y Elías en el desierto comió y bebió lo que le ofrecía Dios y caminó hacia el Sinaí. El lugar donde dicen que llegó y recibió el alimento de la Palabra de Yahvé, es impresionante, pero de eso no toca hablar hoy. Pan, agua y Palabra, todo lo que necesita el hombre sabio para ser feliz. Si esto le llega de Dios.

Jesús, que había proporcionado pan y pescado a la multitud, no quiso gozar del triunfo que le ofrecía el pueblo. Tenía algo mejor que ofrecerles que aquellos panes de cebada. Ahora bien, reflexionemos un momento. Si ellos tenían suficiente con lo que les había dado, ¿por qué insistir en que recibieran otro alimento? ¿no era un pelma al pretender que recibieran lo que no pedían? El hombre a veces, carente de sentido de la audacia, se contenta con el bocado que mastica y no permite que germine la imaginación y dé nuevos y originales frutos. En realidad no cree en la imaginación de Dios. Se encierra en su mísera pequeñez, que, a la postre, se convierte en jaula.

Debéis ser sinceros con vosotros mismos, mis queridos jóvenes lectores, ¿no os pasa lo mismo a vosotros cuando habéis conseguido tener una consola, un bicicleta de múltiples cambios de marchas, o un MP3, donde caben no sé cuantos miles de canciones? ¿Os extraña que caigáis en un sopor estúpido y nada os ilusione? Allegaos a la sombra de una iglesia, escuchad a quien os encuentra y os ofrece su ayuda, dejaos conducid o, mejor aun, tened la audacia de encontraros con el Dios que se ha hecho Pan y, por los efectos, por los ánimos que os da, descubrid que se trata, no de un pan común, sino de uno de tal calidad, de tales efectos espirituales, que diréis que ha bajado del Cielo, y estáis en lo cierto, porque el empuje vital que os proporciona, os hace resucitar. En los momentos de depresión y de desgana, acordaos de Elías y vosotros también aceptad el Pan que Dios os ofrece y cambiará y dará sentido a vuestra vida

Pedrojosé Ynaraja

Si no fuera por eso…

En situaciones de crisis, ya sea personal, familiar, afectiva… experimentamos el deseo de romper definitivamente con algo o con alguien, porque sentimos que ya no tiene solución y que es inútil mantener dicha situación. Pero encontramos algo que nos impide tirarlo todo por la borda, algo con suficiente peso como para impedirnos dar ese paso definitivo, y pensamos: “Si no fuera por eso…” Y “eso”, a menudo, es una sola razón, pero es lo que nos mantiene y evita la ruptura.

También en nuestra vida como cristianos experimentamos momentos de crisis: quizá sea por no experimentar la cercanía y presencia del Señor aunque “rezamos y vamos a Misa”; quizá porque alguna situación personal o familiar no se soluciona a pesar de nuestra oración; quizá porque la realidad del dolor y del sufrimiento nos ha golpeado con dureza; quizá porque nuestros trabajos evangelizadores no obtienen un fruto apreciable; quizá porque hemos sufrido algún desengaño por parte de otros miembros de la Iglesia; quizá porque estamos rodeados de un ambiente no creyente y nos vemos continuamente cuestionados; quizá porque los grandes problemas sociales, políticos, económicos, laborales, medioambientales… que aquejan a nuestro mundo van a peor y parecen contradecir la existencia de un Dios que es bueno y que es Amor.

Seguro que encontramos en nuestra vida muchas situaciones que nos hacen sentir, como a Elías en la 1ª lectura, que vagamos por el desierto y llegamos a un punto en el que tenemos la tentación de decir: Basta ya, y romper con todo esto de la fe, y tratar de vivir nuestra vida lo mejor que podamos y nos dejen, porque continuar como hasta ahora nos parece inútil.

Precisamente porque resulta muy duro llegar a este extremo, la Palabra de Dios de este domingo nos ofrece “eso” por lo que merece la pena continuar y no abandonar el camino de la fe. En el Evangelio, Jesús ha dicho: Os lo aseguro: el que cree tiene vida eterna. La fe es la llave de la vida eterna pero, como estamos diciendo, a veces la fe se apaga. Para alimentarla, también ha dicho el Señor: Yo soy el pan de la vida… para que el hombre coma de él y no muera. Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo: el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne, para la vida del mundo.

Cristo se ha quedado realmente presente en la Eucaristía, como indica el Catecismo de la Iglesia Católica: “Cristo Jesús… está presente de múltiples maneras en su Iglesia… pero, sobre todo, está presente bajo las especies eucarísticas” (1373). Hoy, en medio de nuestros desiertos, crisis, cansancios, preocupaciones, agobios… y, sobre todo, cuando sólo tenemos ganas de decir: Basta ya, el Señor se hace Pan de Vida para decirnos como a Elías: Levántate, come, que el camino es superior a tus fuerzas. Sólo por esa presencia suya, sólo por “eso”, merece la pena mantenerse en el camino de su seguimiento.

Es verdad que, en algunas situaciones, es muy difícil “levantarse”, pero precisamente por eso Jesús hace Pan de vida y se deja comer: “En la Eucaristía, testamento de su amor, Él se hace comida y bebida espiritual, para alimentarnos en nuestro viaje hacia la Pascua eterna” (Prefacio III de la Santísima Eucaristía).

Hemos escuchado que Elías, con la fuerza de aquel alimento caminó cuarenta días… Habrá situaciones que no está en nuestras manos solucionar y continuarán afectándonos, pero un modo de “levantarnos y caminar” es ir haciendo nuestras las actitudes que San Pablo ha indicado en la 2ª lectura: Desterrad de vosotros la amargura, la ira, los enfados e insultos y toda la maldad. Sed buenos, comprensivos, perdonándoos unos a otros como Dios os perdonó en Cristo. Cada día vamos a encontrar múltiples ocasiones para poner esto en práctica, “fuertes con la fuerza de la Eucaristía” (oración Misa por los Laicos), y así continuar nuestro camino diario hacia la vida eterna.

¿En qué ocasiones he deseado decir “Basta ya”, y olvidarme de todo? ¿La participación en la Eucaristía me hace “levantarme” y continuar “con la fuerza de este alimento”? ¿Qué actitudes de las indicadas por San Pablo debería potenciar más? ¿Qué voy a hacer para conseguirlo?

El camino de la vida es superior a nuestras fuerzas, pero Jesús nos recuerda que Él es el Pan vivo. Si no fuera por eso, no valdría la pena recorrerlo. Sólo por eso, sólo por esa presencia suya, merece la pena “levantarnos y comer” para no “morir” en el camino y un día vivir con Él para siempre.

Comentario al evangelio – Domingo XIX de Tiempo Ordinario

PAN PARA EL CAMINO 


Con frecuencia se ha comparado la vida con un camino, un viaje: Hay un punto de partida, una meta, un equipaje, unas etapas, unos compañeros, un montón de imprevistos… Los que han hecho alguna vez el Camino de Santiago o alguna otra peregrinación lo saben muy bien.

+ Israel fue un pueblo que se forjó en un largo camino, con muchas dificultades. Y caminando tuvo ocasión de ir conociendo a Dios y purificando su imagen, acogiendo muchos dones, enfrentando tentaciones… Y aprendiendo también a caminar «con otros». Así lo quiso Dios.

+ Por un camino de huida, el profeta Elías necesitó pan y agua, cuando se sentía derrotado y a punto de abandonarlo todo.

+ En los comienzos del «camino» (que así se autodenominaban los primeros cristianos), y también en nuestros comienzos del camino de la fe, recibimos el don del Espíritu, que nos «selló» como propiedad de Dios (2 lectura). Y recibimos el Pan de Vida para «ser todos discípulos de Dios».

Son los medios que Dios y su Hijo ofrecen a los que caminan, a los que se ponen en marcha, para los que se mueven, para los que no se conforman en donde están, para los que buscan, aunque sea tientas o equivocadamente… Precisamente porque el camino es difícil, y no pocas veces agotador.

•  EL CAMINO ESTÁ SALPICADO POR LAS CRISIS

– Elías podría presentarnos una larga y bien detallada descripción de su hartazgo, cabreo, decepción, cansancio existencial y estrés por intentar hacer las cosas como «creía» que Dios se las había pedido, tal como él entendía o se imagina a Dios… Equivocándose completamente. Le faltó «discernimiento». Digamos que actuó en nombre de Dios… pero sin contar debidamente con Él.

– Las primeras comunidades (muy parecidas a las nuestras) nos podrían describir lo complicada que fue la convivencia entre hermanos, y el amor al prójimo, sobre todo al más cercano. La Carta a los Efesios tiene que advertirles sobre la ira, los enfados, los insultos, la maldad (que es una palabra «fina» para describir la mala leche que tenían algunos «hermanos»)…

– Tampoco a Jesús le faltaron las dificultades. En la escena de hoy, se topa con un buen grupo de murmuradores y escandalizados por lo que acaba de decir. Resulta que Dios quiso hacerse cercano («carne», como lo llama este Evangelio), y compartir, y enseñarnos a aceptar y enfrentar la debilidad, los conflictos, las dificultades… Quería también purificar su «pobre» concepto de Dios, atado a ritos, leyes y lugares «sagrados», para que lo encontraran en la vida cotidiana, y sobre todo en el otro. Pero las mentes cerradas y la obsesión por las tradiciones de siempre no le impedían abrirles caminos:¡Tú que vas a ser un enviado de Dios, si sabemos perfectamente quién es tu familia y cuál tu pueblo! ¡Quién te crees que eres para cambiarnos nada!

 • LO DE MURMURAR ES MUY HABITUAL

– El profeta Elías murmura de su pueblo, que ni le hace caso ni le apoya; murmura de la reina Jezabel a la que intentaba convertir un poco por la fuerza, y sobre todo murmura de Dios por meterle en semejantes berenjenales. Cuando las cosas no salen conforme a nuestros planes, protestamos, nos quejamos, echamos culpas a quien sea. Incluso a Dios.

– Las comunidades cristianas -los bautizados- también eran dadas a murmurar de sus prójimos, ponerles verdes porque eran como eran y no como debieran ser. Murmuraron de Pedro, de Pablo y de cualquiera que intentara ayudarlas a responder a Dios (lo que llamamos «corrección fraterna»). Les dice a los de Éfeso:  Sed imitadores de Dios, como hijos queridos, y vivid en el amor como Cristo os amó y se entregó por nosotros. La amargura, la ira, los enfados e insultos, la maldad, la falta de perdón… no son rasgos de un «hijo de Dios». El hermano no era visto como un compañero de camino, sino como un obstáculo que les hacía tropezar.

• AL CAMINAR … LO NORMAL ES «CANSARSE»

– Por una parte está el peso mismo del camino, que se deja sentir en nuestras piernas. Todos hemos pasado momentos en los que no teníamos ganas de ir a ningún sitio; las metas nos resultaban inalcanzables, y nos tentaba dejarlas. Así que nos sentamos junto a cualquier retama a ver pasar los días y los acontecimientos, dándole vueltas a todo, repartiendo culpas, y masticando la amargura.

– Por otra parte, en el camino siempre ocurren imprevistos, no salen las cosas como habíamos calculado. No conseguimos ponernos de acuerdo con los compañeros de viaje, y saltan chispas y puede que algún que otro incendio.

– También está el peso de las propias limitaciones: ya no puedo más, no sé si me habré equivocado, siempre estoy igual, siempre caigo en lo mismo, parece que no avanzo, que no salgo de esto…

– Y está el cansancio de las personas, sobre todo de ciertas personas. Fácilmente, cuanto más cercanas, más nos cansan… Hay que reconocer que algunas personas nos ponen muy difícil caminar con ellas….

– O el cansancio por el ambiente que nos rodea, los espejismos, las tentaciones, los malos ejemplos, las injusticias, las tantas malas noticias de cada día…

Nos pasa entonces como a Elías: «Ya es demasiado», «¡basta ya!»

 • ¿Y CUÁL ES LA TERAPIA QUE OFRECE DIOS?

         Menos mal que Dios no abandona a Elías con su cansancio, aunque buena parte del mismo sea por su propia culpa. El ángel de Dios le recuerda que EL CAMINO ES SUPERIOR A SUS FUERZAS y le pone delante un pan, una jarra de agua y una propuesta: Levántate, come y sigue caminando. Tendrá que aprender a discernir: Que Dios no es lo que él se pensaba, y sus planes y caminos no eran los de Dios. Tendrá que dejar de mirar para atrás y a tener una esperanza. Y a contar con el pan de Dios (como el mamá del desierto que Israel necesitó para llegar a su meta).

          Sólo el que camina se cansa. Sólo el que no se acomoda, el que no se deja llevar, el que intenta superarse cada día, el que busca la voluntad de Dios… necesita el Pan de Dios. Los demás no lo necesitan. Comulgamos para echarnos a andar. Comulgar implica moverse, encontrar fuerzas en Dios para hacer su voluntad.

     Para los cristianos Jesús se ha presentado/revelado a sí mismo diciendo: «Yo soy el Pan Vivo bajado del cielo». Y también se revelará un poco más adelante: «Yo soy el camino». Es decir: Dios nos ofrece Pan y Camino (con mayúsculas) O también: Jesús nos ofrece el pan para el camino y se ofrece como Pan para el camino.

         Tendremos que seguir sus pasos, recorrer sus mismos caminos. Éste es el pan que baja del cielo, para que el hombre coma de él y no muera en el empeño, para que tenga vida eterna. Y al añadir «para la vida del mundo» está subrayando que nuestro camino y nuestro pan tienen una ineludible dimensión social, un compromiso con el mundo y su vida.

     Así que concluyo con las palabras de Dios a Elías: «Levántate y come, pues el camino que te queda es muy largo». ¡Y tanto!

Quique Martínez de la Lama-Noriega, cmf