Lectio Divina – Jueves XIX de Tiempo Ordinario

1.-Oración Introductoria.

Señor, Tú sabías muy bien que el perdón era totalmente necesario para la vida de comunidad. Por eso, en la oración del Padre Nuestro nos dijiste que teníamos que  pedir cada día el pan: el pan  material para “vivir” y el pan espiritual del perdón para “convivir”. Es imposible una vida de comunidad sin capacidad de perdonar. Señor, dame el don de saber perdonar de corazón a mis hermanos.

2.- Lectura reposada del evangelio: Mateo 18, 21-19,1

En aquel tiempo, acercándose Pedro a Jesús, le preguntó: Señor, si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces lo tengo que perdonar? ¿Hasta siete veces? Jesús le contesta: No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete. Y les propuso esta parábola: Se parece el Reino de los Cielos a un rey que quiso ajustar las cuentas con sus empleados. Al empezar a ajustarlas, le presentaron uno que debía diez mil talentos. Como no tenía con qué pagar, el señor mandó que lo vendieran a él con su mujer y sus hijos y todas sus posesiones, y que pagara así. El empleado, arrojándose a sus pies, le suplicaba diciendo: Ten paciencia conmigo y te lo pagaré todo. El señor tuvo lástima de aquel empleado y lo dejó marchar, perdonándole la deuda. Pero al salir, el empleado aquel encontró a uno de sus compañeros que le debía cien denarios, y, agarrándolo, lo estrangulaba diciendo: Págame lo que me debes. El compañero, arrojándose a sus pies, le rogaba diciendo: Ten paciencia conmigo y te lo pagaré. Pero él se negó y fue y lo metió en la cárcel hasta que pagara lo que debía. Sus compañeros, al ver lo ocurrido, quedaron consternados y fueron a contarle a su señor todo lo sucedido. Entonces el señor lo llamó y le dijo: ¡Siervo malvado! Toda aquella deuda te la perdoné porque me lo pediste. ¿No debías tú también tener compasión de tu compañero, como yo tuve compasión de ti? Y el señor, indignado, lo entregó a los verdugos hasta que pagara toda la deuda. Lo mismo hará con vosotros mi Padre del cielo, si cada cual no perdona de corazón a su hermano. Cuando acabó Jesús estos discursos, partió de Galilea y vino a la región de Judea, al otro lado del Jordán.

3.- Qué dice el texto

Meditación-reflexión.

Dentro del capítulo 18 sobre la “vida de fraternidad” el Señor ha insistido mucho sobre la necesidad del perdón. La razón es muy sencilla: Todos somos limitados, todos somos pecadores, todos nos equivocamos. Ante esta aplastante realidad, ¿qué podemos hacer? ¿Esforzarnos para evitar todo error, toda caída? Esto, además de llevarnos a una falsa humildad, no lo podríamos  evitar  dada nuestra situación de personas frágiles, débiles, limitadas. La única manera de salir de este  atolladero es fomentar una gran capacidad de perdón. Pero no sirve una reconciliación superficial, se necesita una reconciliación  “de corazón”. Ni bastan las palabras ni siquiera las buenas intenciones. No hay duda de que San Pedro tenía buenas intenciones cuando estaba dispuesto a perdonar “hasta siete veces” y sabemos que el siete es un número que indica perfección. Jesús le habla no de siete veces, sino de  “setenta veces siete”. Es  como si Jesús le dijera: Pedro, ¿me pides una medida para el perdón? Te la voy a dar: “Hay que perdonar sin medida”.  Y para que esto lo entienda bien le propone  una parábola de la “desmedida”. El rey  le perdona al empleado “diez mil talentos”. Esto equivaldría a TRESCIENTAS CINCUENTA TONELADAS DE ORO. Y lo que ese empleado no está dispuesto a perdonar a su pequeño deudor equivaldría a TREINTA GRAMOS DE ORO. Lo que el Señor quiere dejar bien claro, a la hora del perdón, es que  “no  miremos las pequeñas deudas que unos a otros nos debemos”, sino la inmensa deuda que todos debemos a Dios. Si Dios nos perdona todo, nos perdona siempre, y nunca nos pasa factura, ¿Cómo vamos nosotros a tener una cara tan dura para no perdonarnos nuestros fallos que, por grandes que nos parezcan, siempre son pequeños e insignificantes, comparados con todo lo que le debemos a Dios?

Palabra del Papa.

“Te pido perdón, Señor, por las veces que no he sabido perdonar cuando Tú no tienes límites al perdonarme. Te pido que me ayudes a comprender la debilidad del hombre. Dame un corazón grande, un corazón bondadoso. Que nunca ofenda a nadie y que todos puedan recibir consuelo en él. Dame, Jesús, unos ojos misericordiosos que se compadezcan de las necesidades del prójimo, y dame una lengua que siempre hable bien de los demás y de la que nunca salgan palabras duras. Dame la gracia de tener ese corazón tuyo. Que nunca me canse de perdonar y que siempre esté dispuesto a sufrir por mis hermanos. «El amor de Cristo, derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo, nos permite vivir así, ser así: personas capaces de perdonar siempre; de dar siempre confianza, porque estamos llenos de fe en Dios; capaces de infundir siempre esperanza, porque estamos llenos de esperanza en Dios; personas que saben soportar con paciencia toda situación y a todo hermano y hermana, en unión con Jesús, que llevó con amor el peso de todos nuestros pecados.»   (Homilía de S.S. Francisco, 14 de febrero de 2015).

4.- Qué me dice hoy a mí este evangelio ya meditado. (Guardo silencio)

5.- Propósito: Después de haber orado con este evangelio, buscaré a la persona con quien me siento todavía distanciado y le pediré perdón independientemente de su reacción. El perdón me sale del corazón. Y se lo ofrezco gratis.

6.- Dios me ha hablado hoy a mí a través de su palabra. Y ahora yo le respondo con mi oración.

Señor, te doy gracias porque Tú eres Dios y no un mero hombre. Los hombres somos mezquinos, cicateros, egoístas. Tú siempre eres generoso, y lo tuyo es lo grande, lo inmenso, lo nunca visto. Así siempre, y así también con el perdón. Como el perdón te sale del corazón, no cabe límite, ni medida. Tu perdón es inmenso, infinito, inabarcable. Gracias, Señor, porque eres Dios y no un simple hombre.

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Comentario – Jueves XIX de Tiempo Ordinario

(Mt 18, 21 – 19, 1)

La grandeza y el poder de Dios se manifiestan especialmente en su paciencia y en su compasión (Sab 12, 16-22), pero eso nos exige ser compasivos con los demás como el Padre celestial es compasivo con nosotros (Lc 6, 36-38).

Es lo que expresamos cuando decimos en el Padrenuestro: «perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos».

Pero esto plantea una exigencia muy seria a todo cristiano, ya que si no estamos dispuestos a perdonar, tampoco podemos esperar el perdón de Dios. Así lo muestra el ejemplo del evangelio de hoy, y es un modo de indicar el lugar preponderante que tienen la compasión y el perdón entre las actitudes que Dios espera de sus hijos.

Quien quiera agradar a Dios o discernir si está en el camino del evangelio tendrá que preguntarse si no guarda rencores enfermizos en su corazón, si no hay una falta de perdón que esté perturbando la paz interior, o si no está buscando sutiles mecanismos para lograr alguna venganza.

En todo caso, si el corazón está muy tomado por los malos recuerdos, al menos habrá que invocar la gracia de Dios para alcanzar el deseo de perdonar al otro y así iniciar un camino de liberación.

La respuesta a Pedro, por otra parte, indica que no se trata de una actitud ocasional o esporádica, sino permanente. Setenta veces siete quiere decir siempre, en todas las ocasiones y todas las veces que se nos pida, porque Dios mismo perdona y da una nueva oportunidad «setenta veces siete», siempre.

Oración:

«Señor, tú que eres compasivo y misericordioso, siempre dispuesto a perdonar, dame la gracia de comprender las miserias ajenas y perdonar con tu amor Sana las heridas que guardo en mi interior y que no me permiten perdonar. Libérame Señor».

VÍCTOR M. FERNÁNDEZ
El Evangelio de cada día

La Virgen se nos va de las manos

1.- Este evangelio es lo menos oportuno que se puede pensar, cuando parece que todos nosotros como aquella buena mujer del pueblo tendríamos que decir bendita sea tu Madre precisamente por ser tu Madre, y como consecuencia bendita por su Inmaculada Concepción. Y por su Asunción a los cielos, el Señor pone en su punto todas estas alabanzas de esa mujer de pueblo y de todos nosotros.

Porque ser Madre de Dios, ser Inmaculada por ello y ser asunta a los cielos no es mérito ninguno de la Virgen Santísima y ella lo sabe muy bien. La Virgen María no se glorió en vida más que de uno de sus títulos, es verdad que se sintió dichosísima de ser madre de Jesús, se sentiría orgullosísima de ello a sabiendas de que todo lo debía a la libre elección de Dios.

Pero si hay un título en el evangelio del que Ella hace gala desde un principio y es precisamente de lo mismo que Jesús la alba en el evangelio de hoy, Feliz el que conoce la voluntad de Dios y la cumple, feliz y bienaventurada la Esclava del Señor. He aquí la esclava del Señor.

2.- La Virgen Santísima ascendida por los aires al cielo se nos va de las manos y Ella misma no sé yo si se siente muy a gusto separándose así de sus hijos.

Es mucha verdad que Ella resucitada y ascendida al cielo es para todos nosotros el ejemplo palpable de lo que va a ser con nosotros. María es el primer ser puramente humano que alcanza del Señor su plena resurrección y en el mismo tren que Ella vamos nosotros y donde Ella ya ha llegado llegará un día nuestro vagón para encontrarnos en el mismo andén que ella y en ese estado de una nueva vida resucitada.

Pero lo mismo el Señor Jesús que nos avisa hoy en el evangelio que nuestra Madre que en esta vida no quiso más que ser la esclava nos hace bajar los ojos del cielo por el que se nos va nuestra Madre a esta tierra llena de hermanos, llena de hijos de Dios y de la Virgen, a cuya suerte va unida la nuestra.

3.- Ninguno de nosotros va a ir al cielo solo, los compartimentos del tren del cielo son familiares, son comunitarios, hay que llenarlos de gente antes que el tren se ponga en marcha.

El egoísta que quisiera meterse en uno de esos compartimentos y cerrar la puerta para ir más cómodo al cielo se quedaría en tierra, su vagón se desengancharía automáticamente del tren y nunca llegaría a la estación de término.

El que quiera suplir con oraciones y novenas y muchos golpes de pecho al amor a los demás la preocupación por los demás, el que quiera cambiar el tuve hambre y me diste de comer, tuve sed y me diste de beber por muchas indulgencias plenarias compostelanas se queda en tierra, no sale en la foto.

Al andén del cielo hay que bajar llevando de la mano un montón de hermanos y hermanas formando una larga fila en la que se vea una carilla negrita y con unas tirantes trenzas, unos ojillos rasgados con un flequillo que casi tapa los ojos, un mocosillo gitano con la tripa al aire, todos felices y contentos de ir de la mono a ver a nuestra común Madre. Madre de todos cristianos y no cristianos.

Llenemos nuestro vagón a tiempo antes que salga el tren, porque si estamos solos nuestro vagón se desengancha automáticamente, no lo olvidemos.

José María Maruri SJ

Motivos del corazón para alabarte

Te alabamos, Señor,
porque ni la fuerza de los poderosos,
ni las razones de los técnicos,
ni el dinero de los ricos,
ni la seducción de la publicidad,
ni las manos de los jefes,
pueden ahogar la fuerza de la libertad
que nos vine de Ti.

Te alabamos, Señor,
porque nuestros planes bien trazados,
nuestros títulos largamente acariciados,
nuestros puestos de prestigio,
nuestras opciones radicales,
nuestras palabras y proyectos,
no pueden detener
el futuro de la esperanza
que nos viene de Ti.

Te alabamos, Señor,
porque ni la familia
con su ternura y sangre,
ni la comunidad con sus ilusiones,
ni la Iglesia con sus necesidades,
ni la sociedad con sus ambigüedades,
ni las amistades aunadas,
ni las relaciones más ricas,
ni las voces de los que nos quieren
logran atrincherarnos
en refugios cálidos y seguros.

Te alabamos, Señor,
porque en nuestra debilidad
Tú eres nuestra libertad,
nuestra esperanza
y nuestra única seguridad.

Florentino Ulibarri

Notas para fijarnos en el Evangelio

Pistas para contemplar a Jesús y el Evangelio en la visita de María a Isabel (versículos 39-45)

• A través de María, el Hijo de Dios nos visita (43). Y se queda entre nosotros.

• María (con su virginidad) se identifica con las estériles (Lc 1,26-38).

• María corre al encuentro de Isabel (39): hay que encontrarse, hay que unirse en el proyecto del mundo nuevo que Dios tiene previsto.

• Isabel nos presenta a María como discípula de Jesús: «Dichosa tú, que has creído» (45). La contemplamos como la discípula modelo, la que escucha la palabra de Dios y la guarda (Lc 8,21; 11,27).

• La «alegría» (44) que respira toda la escena se debe a la acción del «Espíritu Santo» (41), quien irá conduciendo todo el plan de Dios en la persona de Jesús y en todos los que lo siguen. Es el Espíritu Santo quien hace posible que tanto Isabel como nosotros descubramos quién es Jesús: «mi Señor» (43).

• Dios, para llevar a cabo su plan de salvación para todos, siempre ha actuado a través de los pobres, y seguirá actuando de la misma manera, con las mismas opciones, con el mismo estilo. Es así como su acción es fecunda. Dios sabe que otras maneras -las del poder o de los grupos de presión, por ejemplo- son estériles.

Pistas para contemplar a Jesús y el Evangelio en el Cántico de María (versículos 46-56)

• El cántico de María -llamado también Magníficat- es un himno de acción de gracias a Dios, y está lleno de frases y pensamientos del Antiguo Testamento, muy especialmente del cántico de Ana, la madre de Samuel (1 Sa 2,1 -10).

• Ana era estéril (1 Sa 1,2.5), con todo lo que eso suponía de humillación ante las demás mujeres (1 Sa 1,6-7). Ana no dejaba de orar a Dios pidiendo un hijo que, al mismo tiempo, ofrecía a Dios (1 Sa 1,10-18). Con su cántico (1 Sa 2,1-10), que entona teniendo en sus brazos al hijo tan esperado, celebra al Señor que trastorna la situación de ricos y pobres (1 Sa 2,7), de fecundos y estériles (1 Sa 2,5).

• Si reseguimos algunos de los textos del AT relacionados con el Magníficat, podemos hacer una buena contemplación de la historia del Pueblo de Dios, el Pueblo que, a pesar de sus infidelidades a Dios, ha gozado siempre del amor fiel que Dios nunca ha dejado de mostrarle. Helos aquí:

– «Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador» (46-47):

Mi corazón se regocija por el Señor, mi poder se exalta por Dios… porque celebro tu salvación (1 Sa 2, 1).
Yo festejaré al Señor gozando con mi Dios salvador (Ha 3,18).
Desbordo de gozo con el Señor, y me alegro con mi Dios (Is 6 1,10).

– «ha mirado la humillación de su esclava» (48):

Señor de los ejércitos, si te fijas en la humillación de tu sierva y te acuerdas de mí, y le das a tu sierva un hijo varón, se lo entrego al Señor (1 Sa,11).

– «Desde ahora me felicitarán todas las generaciones» (48):

¡Qué felicidad! Las mujeres me felicitarán (Gn 30, 13).

– «su nombre es santo» (49):

Su nombre es sagrado y temible (Sal 111[110], 9.

– «su misericordia llega a sus fieles de generación en generación» (50):

La misericordia del Señor con sus fieles dura siempre, su justicia pasa de hijos a nietos (Sal 103[102],17).

– «Él hace proezas con su brazo» (51):

Tu brazo potente desbarató al enemigo (Sal 89 (88), 11).

– «derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes» (52):

El Señor da la pobreza y la riqueza, humilla y enaltece (1 Sa 2,7).
Levanta a los humildes, da refugio seguro a los abatidos (Jb 5,11).

– «a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos» (53):

Calmó el ansia de los sedientos, y a los hambrientos los colmó de bienes (Sal 107[1061,9).
Hace justicia a los oprimidos, da pan a los hambrientos. El Señor liberta a los cautivos (Sal 146[1451,7).

– «Auxilia a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia -como lo había prometido a nuestros padres- en favor de Abrahán y su descendencia por siempre» (54):

Así serás fiel a Jacob y leal a Abrahán, como lo prometiste en el pasado a nuestros padres (Mi 7, 20)
Se acordó de su lealtad y fidelidad para con la casa de Israel (Sal 98[97],3).

Comentario al evangelio – Jueves XIX de Tiempo Ordinario

Todos estamos dispuestos a perdonar, seguro. Basta que la ofensa no haya sido de esas que duelen, de esas “imperdonables”. Por cierto ¿con qué frecuencia y en qué sentido utilizamos los cristianos el calificativo de “imperdonable”? Muchas veces en un sentido figurado, pero otras…

Decíamos que todos sabemos perdonar, y perdonamos, las faltas leves, o aquellas cometidas por alguien a quien de verdad queremos, y al que justificamos casi todo. Pero lo difícil es perdonar las otras faltas, las de otros que también nos ofenden y a los que no tenemos tanto aprecio.

Jesús enseña a sus discípulos que hay que perdonar. Y habla de perdonar al hermano, no de perdonar una falta u otra. El perdón se dirige al ofensor. Por eso no depende del tipo de falta, ni existe una graduación según la gravedad. No se puede perdonar más o menos. O sí, o no.

Y, puesto que hablamos de personas, el fundamento, la razón para perdonar está en ellos y ellas, en que son hijos e hijas de Dios. Y esa es la clave. Dios nos quiere a todos por igual y es capaz de perdonar por amor. Por eso nuestra tarea, el mandamiento principal, no es perdonar porque Dios perdona. Nuestra tarea es querer como Dios quiere. Y el perdón vendrá con ello.

No es cuestión de perdonar porque esté mandado. Ni para conseguir que luego me perdonen… Es cuestión de perdonar por amor. Y, como siempre, llegar a ello es tarea de toda la vida. Pero “de toda la vida” no significa que haya que conformarse con lo que somos ahora porque “ya iremos mejorando”; no es cuestión de vivir tranquilos pensando que “ya llegará el momento”. De toda la vida significa también desde el comienzo de la vida; es decir, que el mandato es que perdonemos ya desde ahora, desde hoy mismo, a todos y para siempre. Por supuesto, sólo lo conseguiremos contando con la ayuda de Dios.

Ciudad Redonda

Meditación – Jueves XIX de Tiempo Ordinario

Hoy es jueves XIX de Tiempo Ordinario.

La lectura de hoy es del evangelio de Mateo (Mt 18, 21—19, 1):

En aquel tiempo, Pedro preguntó a Jesús: «Señor, ¿cuántas veces tengo que perdonar las ofensas que me haga mi hermano? ¿Hasta siete veces?». Dícele Jesús: «No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete. Por eso el Reino de los Cielos es semejante a un rey que quiso ajustar cuentas con sus siervos. Al empezar a ajustarlas, le fue presentado uno que le debía 10.000 talentos. Como no tenía con qué pagar, ordenó el señor que fuese vendido él, su mujer y sus hijos y todo cuanto tenía, y que se le pagase. Entonces el siervo se echó a sus pies, y postrado le decía: «Ten paciencia conmigo, que todo te lo pagaré». Movido a compasión el señor de aquel siervo, le dejó en libertad y le perdonó la deuda.

»Al salir de allí aquel siervo se encontró con uno de sus compañeros, que le debía cien denarios; le agarró y, ahogándole, le decía: «Paga lo que debes». Su compañero, cayendo a sus pies, le suplicaba: «Ten paciencia conmigo, que ya te pagaré». Pero él no quiso, sino que fue y le echó en la cárcel, hasta que pagase lo que debía. Al ver sus compañeros lo ocurrido, se entristecieron mucho, y fueron a contar a su señor todo lo sucedido. Su señor entonces le mandó llamar y le dijo: «Siervo malvado, yo te perdoné a ti toda aquella deuda porque me lo suplicaste. ¿No debías tú también compadecerte de tu compañero, del mismo modo que yo me compadecí de ti?». Y encolerizado su señor, le entregó a los verdugos hasta que pagase todo lo que le debía. Esto mismo hará con vosotros mi Padre celestial, si no perdonáis de corazón cada uno a vuestro hermano».

Y sucedió que, cuando acabó Jesús estos discursos, partió de Galilea y fue a la región de Judea, al otro lado del Jordán.

Hoy nos encontramos con los límites de nuestra fuerza para curar, para superar el mal. Nos encontramos con la prepotencia del mal, a la que no conseguimos dominar sólo con nuestras fuerzas. Esto es: sin Dios no hay perdón; y, sin perdón no hay curación. No en vano el tema del «perdón» aparece continuamente en todo el Evangelio.

Al siervo despiadado —un alto mandatario del rey— le había sido perdonada la increíble deuda de diez mil talentos; pero luego él no estuvo dispuesto a perdonar la deuda, ridícula en comparación, de cien denarios que le debían. Superar la culpa exige el precio de comprometer el corazón; y aún más, entregar toda nuestra existencia. Y ni siquiera basta esto: sólo se puede conseguir mediante la comunión con Aquel que ha cargado con todas nuestras culpas.

—Señor, cualquier cosa que debamos perdonarnos mutuamente es siempre bien poco comparado con la bondad con que tú perdonas a todos.

REDACCIÓN evangeli.net

Liturgia – Jueves XIX de Tiempo Ordinario

JUEVES DE LA XIX SEMANA DE TIEMPO ORDINARIO, feria

Misa de la feria (verde)

Misal: Cualquier formulario permitido. Prefacio común

Leccionario: Vol. III-impar.

  • Jos 3, 7-10a. 11. 13-17. El Arca de la Alianza del Dueño va a pasar el Jordán delante de vosotros.
  • Sal 113 A. Aleluya.
  • Mt 18, 21 – 19, 1. No te digo que perdones hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete.

Antífona de entrada          Sal 46, 2
Pueblos todos, batid palmas, aclamad a Dios con gritos de júbilo.

Monición de entrada
Hoy vamos a pedir la Eucaristía de un modo muy especial por las vocaciones sacerdotales. Es una gran necesidad de la Iglesia, y de un modo especial, de nuestra Iglesia particular, que necesita muchos sacerdotes para llevar a cabo la nueva evangelización de nuestro pueblo. Dispongámonos, por tanto, al comenzar estos sagrados misterios, a recibir el amor de Dios abriendo nuestros corazones para que los renueve, reconociendo con humildad que somos pecadores.

• Tú que nos llamas a seguirte. Señor, ten piedad.
• Tú que nunca abandonas a tu rebaño. Cristo, ten piedad.
• Tú que estás presente en tu Iglesia. Señor, ten piedad.

Oración colecta
OH, Dios,
que quisiste dar pastores a tu pueblo,
derrama sobre tu Iglesia el Espíritu de piedad y fortaleza,
que suscite dignos ministros de tu altar
y los haga testigos valientes y humildes de tu Evangelio.
Por nuestro Señor Jesucristo.

Oración de los fieles
Oremos, hermanos, a Dios nuestro Padre, a fin de que todos los hombres experimentemos su bondad y misericordia.

1.- Por la Iglesia, para que sea signo de paz y reconciliación entre los hombres. Roguemos al Señor.

2.- Por los pueblos de la tierra, para que superen todo lo que los desune y promuevan todo cuanto los acerca. Roguemos al Señor.

3.- Por los que odian, por los resentidos y amargados, para que descubran que la felicidad se encuentra en el perdón. Roguemos al Señor.

4.- Por todos nosotros, para que sepamos perdonar como Dios mismo nos perdona. Roguemos al Señor.  

Padre nuestro, que nos has enseñado a perdonar para recibir tu perdón. Haz que siempre observemos esta ley y así merezcamos ser llamados y ser, en verdad, hijos tuyos. Por Jesucristo nuestro Señor.

Oración sobre las ofrendas
OH, Dios,
que actúas con la eficacia de tus sacramentos,
concédenos que nuestro ministerio
sea digno de estos dones sagrados.
Por Jesucristo, nuestro Señor.

Antífona de comunión          Sal 102, 1
Bendice, alma mía, al Señor y todo mi ser a su santo nombre.

Oración después de la comunión
SEÑOR, alimentados con el pan de la mesa celestial
te pedimos que, por este sacramento de amor,
germinen las semillas que esparces generosamente
en el campo de tu Iglesia,
de manera que sean cada vez más numerosos
los que elijan el camino de servirte en los hermanos.
Por Jesucristo, nuestro Señor.