Quien comprende es feliz

Entendida en su literalidad, la expresión “dichosa tú, que has creído” no se sostiene, porque la dicha o la felicidad no puede apoyarse en una creencia. La creencia, en cuanto constructo mental, únicamente puede ofrecer una sensación de seguridad mientras la persona mantiene su adhesión a ella. Pero, en sí misma, carece de consistencia.

Eso mismo ocurre cuando pensamos que la felicidad es “algo” a conseguir. La convertimos así en un objeto, sin caer en la cuenta de que todo objeto es, por definición, impermanente y, por tanto, incapaz de otorgar dicha o felicidad estable.

La felicidad no nos viene de fuera ni nos espera en el futuro. Tampoco se halla en “algo” que deberíamos alcanzar. La felicidad es una con lo que somos, es otro nombre de nuestra identidad profunda, por lo que trasciende toda circunstancia que nos pueda ocurrir.

Al escribir esto, me vienen a la memoria las palabras de Nisargadatta: “Compare usted la conciencia y su contenido con una nube. Usted está dentro de la nube, mientras que yo la miro. Está usted perdido en ella, casi incapaz de ver la punta de sus dedos, mientras que yo veo la nube y otras muchas nubes y también el cielo azul, el sol, la luna y las estrellas. La realidad es una para nosotros dos, pero para usted es una prisión y para mí un hogar”.

O aquellas otras de Ramana Maharshi: “Usted es ignorante de su estado de plena felicidad”. Ya somos felicidad. El problema es que nos identificamos con lo que no somos y, en esa misma medida, nos alejamos de la felicidad y, a continuación, la objetivamos en “algo” y la proyectamos “fuera”. Pero la felicidad no es un “estado de ánimo” -que puede variar-, sino un “estado de ser”, que nace justamente de la comprensión profunda y que es capaz de abrazar todos los estados de ánimo.

De manera inmediata, nuestra mente coloca etiquetas sobre aquello que supuestamente nos haría felices y aquello otro que supuestamente nos arrebataría la felicidad. Ante esto, la pregunta decisiva es: ¿Estamos dispuestos a incluir todo tipo de situaciones dentro de la felicidad?… ¿Estamos verdaderamente dispuestos a ser felices en cualquier situación… o queremos “salirnos con la nuestra”? Eso requiere ser honestos. Al llevar la honestidad al mundo de nuestras imágenes mentales acerca de la felicidad, nos damos cuenta de que rechazamos la felicidad constantemente. Rechazamos la felicidad cada vez que el presente no se parece a nuestra imagen feliz. ¿Cómo vamos a ser felices si renunciamos a ella constantemente? Dicho de modo más simple: el mayor obstáculo para ser felices no es otro que la imagen mental que tenemos de la felicidad.

La felicidad -no podía ser de otro modo- nace de la comprensión experiencial de lo que somos. La ignorancia introduce en la confusión y en el sufrimiento; la comprensión ilumina y nos hace reconocernos en “casa”, sea lo que sea lo que ocurra. Sin duda, solo quien comprende es feliz. Tenía razón Sócrates al afirmar que “solo hay una virtud: la sabiduría [o comprensión]; y solo hay un único vicio: la ignorancia”

¿Qué es, para mí, la felicidad? ¿Dónde la pongo o la busco?

Enrique Martínez Lozano

Anuncio publicitario

¿Nos animamos a ponernos en camino?

Celebrar hoy a María que es llevada al encuentro definitivo con Dios nos compromete a vivir, como ella, esos otros encuentros transformadores en los que compartimos y cantamos la vida que Dios nos regala.

Este domingo celebramos la fiesta de la Asunción de María. Lo normal es que acudan a nuestra mente las muchas imágenes que hemos visto de María, mirando a lo alto, con las manos juntas, rodeada de ángeles, sobre nubes que indican cómo es elevada al cielo. Es realmente una fiesta que nos habla del triunfo y la santidad de María, pero que apenas nos dice nada, si nos quedamos en las imágenes, porque nuestra propia experiencia tiene poco que ver con ellas.

Pero, como tantas veces, el evangelio de hoy nos saca de estas imágenes que nosotros mismos nos hacemos y nos presenta a María con los pies en la tierra. Viviendo salidas y encuentros que sí pueden parecerse a los nuestros. Vamos a intentar acoger toda la riqueza de este texto, precioso y claro, ayudándonos de dos imágenes que nos presenta:

1. El encuentro de dos mujeres embarazadas

Según Lucas, María acaba de recibir la noticia de que ha sido elegida para ser madre del Mesías, del Hijo de Dios, y lo que hace es “ponerse en camino” y añade el texto “con prontitud”, aunque también puede traducirse con diligencia, con empeño, con cuidado… Como una decisión que brota de su nueva condición de madre, de sentir que en sus entrañas crece la nueva vida que viene de Dios. 

Dios ha salido a su encuentro y ella va al encuentro de Isabel, una mujer también embarazada. Dos embarazos que se nos invita a contemplar a la luz de la fe, porque se realizan en circunstancias que humanamente son imposibles. En el caso de María porque “no conoce varón” y en de Isabel porque es anciana, “ha concebido en la vejez”. Y es que la vida que nace de Dios, nos dice el evangelio, rompe todas las normas, supera nuestros cálculos, nos sorprende irrumpiendo con fuerza allí donde nosotros no vemos posibilidades.

Esta experiencia de que para Dios “nada hay imposible”, de que Él sale al encuentro y hace surgir vida en dos mujeres sencillas, como entre tantos pobres y humildes, es una experiencia de las primeras comunidades cristianas, pobres, pequeñas y perseguidas. ¿No puede ser hoy la nuestra? ¿No se sienten nuestras comunidades a veces como Isabel, demasiado mayores y cansadas para algo nuevo, o demasiado solas y llenas de dificultades para ello?

Dos mujeres embarazadas, que se encuentran, ¿de qué hablan? Sin duda de sus hijos, de su alegría, del futuro… En este caso nos dice el evangelio que la alegría es desbordante y contagiosa, tan honda que “el niño salta de gozo en sus entrañas” y se llena del Espíritu de Dios. Y desde este Espíritu hablan de un futuro que las transciende, que no es solo el futuro de sus hijos, es el futuro de todo el pueblo, de toda la humanidad.

La hondura de gozo y de fe hace que este encuentro adquiera otra dimensión, del encuentro de dos mujeres pasa a ser el encuentro definitivo y permanente de Dios y nuestro mundo, su mundo.

2. Una mujer que se pone a cantar a Dios y al mundo nuevo que Él hace posible

Esta es la segunda imagen, María consciente de lo que está viviendo prorrumpe en un cantico que expresa una de las imágenes de Dios más rotundas y esperanzadoras del Nuevo Testamento.

Es importante considerar cómo Lucas pone en boca de María este canto que conocemos como el Magníficat. No vamos a entrar en su origen, ni a tratar de desentrañar las imágenes del AT que evoca… Vamos a dejar que nos toque el corazón desde su sencillez y frescura, a la vez que desde su hondura y tremendas afirmaciones.

María expresa su conciencia maravillada de la acción de Dios en ella, más allá de su pequeña realidad o precisamente por ella. Descubre que Dios es grande porque actúa en su sierva pobre y sin méritos. Y afirma con contundencia que es a ella, humilde mujer nazarena, a quien todas las generaciones llamarán bienaventurada. No solo a su hijo ni a su Dios.

Y esta experiencia de que Dios hace maravillas en ella, es la razón por la que afirma que Dios es misericordioso y que esta misericordia realizada en ella, se extiende, de generación en generación, sobre los que le temen, sobre los que le toman en serio, sobre los que creen en él y le aman.

Su experiencia personal, es la que le hace descubrir cómo actúa Dios en el mundo y como está dispuesto a hacer nuevo nuestro futuro, con acciones desestabilizadoras a favor de los pequeños, de los necesitados:

“Dispersa a los soberbios de corazón, derriba a los poderosos y ensalza a los humildes. Llena de bienes a los hambrientos y despide vacios a los ricos”

Esta es la promesa de Dios para con su pueblo, la promesa que hace cantar de gozo a María. Esta es la promesa que Dios nos hace hoy a nosotros, que hace a nuestra Iglesia y a nuestro mudo.

Aclamar y celebrar hoy a María que es llevada al encuentro definitivo con Dios nos compromete a vivir, como ella, esos otros encuentros transformadores en los que compartamos y cantemos la vida que Dios, por su misericordia, derrama en nosotros, en nuestra pobre realidad. ¿Nos animamos a ponernos en camino?

¡Feliz domingo! ¡Feliz día de la Asunción de María!

Mª Guadalupe Labrador Encinas, fmmdp

María pudo identificarse totalmente con Dios porque lo divino estaba en ella desde el principio

No debemos caer en el error de considerar a María como una entidad paralela a Dios sino como un escalón que nos facilita el acceso a Él. El cacao mental que tenemos sobre María se debe a que no hemos sido capaces de distinguir en ella dos aspectos: uno la figura histórica, la mujer que vivió en un lugar y tiempo determinado y que fue la madre de Jesús; otro la figura simbólica que hemos ido creando a través de los siglos, siguiendo los mitos ancestrales de la Diosa Madre y la Madre Virgen. Las dos figuras han sido y siguen siendo muy importantes para nosotros, pero no debemos confundirlas.

De María real, con garantías de historici­dad, no podemos decir casi nada. Los mismos evangelios son extremadamente parcos en hablar de ella. Una vez más debemos recordar que para aquella sociedad la mujer no contaba. Podemos estar completamente seguros de que Jesús tuvo una madre y además, de ella dependió totalmente su educación durante los doce primeros años de su vida. El padre en aquel tiempo se desentendía totalmente de los niños. Solo a los 12 ó 13 años, los tomaban por su cuenta para enseñarles a ser hombres, hasta entonces se consideraban un estorbo.

De lo que el subconsciente colectivo ha proyectado sobre María, podíamos estar hablando semanas. Solemos caer en la trampa de equiparar mito con mentira. Los mitos son maneras de expresar verdades a las que no podemos llegar por vía racional. Suelen ser intuiciones que están más allá de la lógica y son percibidas desde lo hondo del ser. Los mitos han sido utilizados en todos los tiempos, y son formas muy valiosas de aproximarse a las realidades más misteriosas y profundas que afectan a los seres humanos. Mientras existan realidades que no podemos comprender, existirán los mitos.

En una sociedad machista, en la que Dios es signo de poder y autoridad, el subconsciente ha encontrado la manera de hablar de lo femenino de Dios a través de una figura humana, María. No se puede prescindir de la imagen de lo femenino si queremos llegar a los entresijos de la divini­dad. Hay aspectos de Dios que, solo a través de las categorías femeninas, podemos expresar. Claro que llamar a Dios Padre o Madre son solo metáforas para poder expresarnos. Usando solo una de las dos, la idea de Dios queda falsificada porque podemos quedar atrapados en una de las categorías masculinas o femeninas.

El hecho de que la Asunción sea una de las fiestas más populares de nuestra religión es muy significativo, pero no garantiza que se haya entendido correctamente el mensaje. Todo lo que se refiere a María tiene que ser tamizado por un poco de sentido común que ha faltado a la hora de colocarle toda clase de capisayos que la desfiguran hasta incapacitarla para ser auténtica expresión de lo divino. La mitología sobre María puede ser muy positiva, siempre que no se distorsione su figura, alejándola tanto de la realidad que la convierte en una figura inservible para un acercamiento a la divinidad.

La Asunción de María fue durante muchos años una verdad de fe aceptada por el pueblo sencillo. Solo a mediados del siglo pasado se proclamó como dogma de fe. Es curioso que, como todos los dogmas, se defina en momentos de dificultad para la Iglesia, con el ánimo de apuntalar sus privilegios que la sociedad le estaba arrebatando.

Hay que tener en cuenta que una cosa es la verdad que se quiere definir y otra la formulación en que se mete esa verdad. Ni Jesús ni María ni ninguno de los que vivieron en su tiempo, hubiera entendido nada de esa definición dogmática. Sencillamente porque está hecha desde una filosofía completamente ajena a su manera de pensar.

La fiesta de la Asunción de María nos brinda la ocasión de profundizar en el misterio de toda vida humana. A todos nos preocupa cuál será la meta de nuestra existencia. Se trata de la aplicación a María de toda una filosofía de la vida, que puede llevarnos mucho más allá de consideraciones piadosas.

Allí donde encontramos multiplicidad, falsedad, maldad, debemos profundizar hasta descubrir en lo hondo de todo ser, la unidad, la verdad y la bondad. Toda apariencia debe ser superada para encontrarnos con la auténtica realidad. Esa REALIDAD está en el origen de todo y está escondida en todo. En el momento que desaparezcan las apariencias, se manifestará toda realidad como una, verdadera y buena. Es decir que la meta de todo ser se identificará con el origen de toda realidad.

La creación entera está en un proceso de evolución, pero aquella realidad hacia la que tiende es la realidad que le ha dado origen. Ninguna evolución sería posible si esa meta no estuviera ya en la realidad que va a evolucionar. Ex nihilo nihil fit, (de la nada, nada puede surgir) dice la filosofía. Si como principio de todo lo que existe ponemos a Dios, resultaría que la meta de toda evolución sería también el mismo Dios.

Lo que queremos expresar en esta fiesta, es precisamente esto. No podemos entender literalmente el dogma. Pensar que un ser físico, María, que se encuentra en un lugar, la tierra, es trasladado localmente también en el cuerpo, a otro lugar, el cielo, no tiene ni pies ni cabeza. Hace unos años se le ocurrió decir al Papa Juan Pablo II que el cielo no era un lugar, sino un estado. Pero me temo que la inmensa mayoría de los cristianos no ha aceptado la explicación, aunque nunca la doctrina oficial había dicho otra cosa.

El dogma es un intento de proponer que la salvación de María fue absoluta y total. Esa plenitud consiste en una identificación con Dios. Como en el caso de la ascensión, se trata de un cambio de estado. María ha terminado el ciclo de su vida terrena y ha llegado a su plenitud. Pero no a base de añadidos externos sino por un proceso interno de identificación con Dios. En esa identificación con Dios no cabe más. Ha llegado al límite de las posibilidades. Esa meta es la misma para todos. “Cielos” significa lo divino.

Cuando nos dicen que fue un privilegio, porque los demás serán llevados al cielo pero después del juicio final, ¿de qué están hablando? Para los que han abandonado esta vida, no hay tiempo. Todos los que han muerto están en la eternidad, que no es tiempo acumulado, sino un instante. Concebir el más allá como continuación del más acá nos ha metido en un callejón sin salida; y muchos se encuentran muy a gusto en él.

Cuando hablamos de Jesús y de María, debemos hacer una distinción. Por ser seres humanos históricos y reales, sí podemos hablar de ellos con propiedad desde la perspectiva terrena. Pero cuando tratamos de expresar lo divino que hay en ellos, nos encontramos con el mismo problema de Dios. No podemos hablar de esa conexión con lo divino si no es por medio de metáforas y signos.

Fray Marcos

Comentario – Domingo XX de Tiempo Ordinario

(Jn 6, 51-59)

Esta parte del discurso del pan de vida habla de comer y beber a Jesús; y el pan es reemplazado por la carne. Por lo tanto ya no se refiere a la Palabra que es recibida con la fe, sino a algo más, a un verdadero «comer» a Jesús. Es lo que sucede en la Eucaristía, donde Jesús se ofrece para ser comido.

Los judíos se daban cuenta que ya no se refería al pan de la Palabra, que verdaderamente se trataba de «comerlo»; y por eso se impresionaban al escucharlo (6, 60). La expresión «comer la carne» se usaba para hablar de violencia y destrucción (Sal 27, 2; Job 19, 22). Además, beber sangre estaba terminantemente prohibido por las leyes judías.

Ellos no advertían que no se trataba de una comida cruenta, de un canibalismo, sino que Jesús había inventado una forma maravillosa de comerlo, de recibirlo también con nuestra boca.

A través de ese gesto sensible de comer, el Cristo entero entra en nuestra vida, porque en realidad «carne y sangre» indican al hombre entero. Los evangelios sinópticos, al narrar la institución de la Eucaristía, usan la palabra «cuerpo» (Mt 26, 26-28), que siempre designa al hombre entero que se abre a la comunicación y a la comunión. Entonces la Eucaristía no es sólo el cuerpo resucitado de Cristo, sino todo su ser: su mente, sus afectos, su divinidad. Al recibirlo entra en nosotros el Cristo entero y se realiza la unión más íntima que podamos esperar en esta vida.

Pero esto supone que se lo coma con fe, que se lo reciba con un corazón bien dispuesto, que uno tenga la convicción de que realmente está recibiendo a su Redentor y Señor que se entrega como alimento espiritual.

La sangre, que en la Eucaristía se consagra por separado, nos recuerda cuánto le costó a Jesús nuestra redención cuando llegó hasta el derramamiento de sangre por nosotros (Heb 2, 14; 9, 22).

Oración:

«Señor, toca mis ojos con la luz de tu Espíritu para que pueda reconocer tu presencia en la Eucaristía, para que cada vez que te coma me deje poseer por tu vida, por tu plenitud, por tu amor inmenso, por todo tu ser resucitado”.

VÍCTOR M. FERNÁNDEZ
El Evangelio de cada día

Lectio Divina – Asunción de María

Proclama mi alma la grandeza del Señor…

INTRODUCCIÓN

«La Madre de Jesús, glorificada ya en los cielos en cuerpo y alma, es la imagen y comienzo de la Iglesia que llegará a su plenitud en el siglo futuro. También en este mundo, hasta que llegue el día del Señor, brilla ante el Pueblo de Dios en marcha, como señal de esperanza cierta y de consuelo» (Constitución sobre la Iglesia. n. 68).

TEXTOS BÍBLICOS

1ª Lectura: Apo. 11, 19ª; 12,1-6a.10ab.   2ª Lectura: 1Cor. 15,20-27ª.

EVANGELIO

San Lucas (Lc.1,39-56):

En aquellos días, María se puso en camino y fue aprisa a la montaña, a un pueblo de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. En cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó Isabel del Espíritu Santo y dijo a voz en grito: «¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? En cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. Dichosa tú, que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá.»

          María dijo: «Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador; porque ha mirado la humillación de su esclava. Desde ahora me felicitarán todas las generaciones, porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí: su nombre es santo, y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación. Él hace proezas con su brazo: dispersa a los soberbios de corazón, derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos. Auxilia a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia –como lo había prometido a nuestros padres– en favor de Abrahán y su descendencia por siempre.»  María se quedó con Isabel unos tres meses y después volvió a su casa.

REFLEXIÓN

Hoy celebramos los cristianos la fiesta de la Virgen, nuestra Madre, que va al cielo, en cuerpo y alma. Veamos estos tres aspectos. La fiesta de la madre. Su llegada al cielo. En cuerpo y alma.

 1.- La fiesta de la madre. Madre y fiesta son dos palabras que siempre deben ir unidas. ¿Acaso puede haber fiesta sin estar la madre? Las bodas de Caná son en el evangelio de Juan el símbolo de la alegría y de la fiesta. ¿Y qué nos dice el evangelio? Allí estaba María, la madre de Jesús. La madre era una de la fiesta. La madre es la fiesta de  la vida. Cuando los comerciantes ponen “el día de la madre” no nos consultan a los hijos. Para los hijos la madre no ocupa un día del año sino todos los días. Todo lo que decimos de la madre de la tierra lo afirmamos con  más fuerza todavía de la madre del cielo. Jesús, que como Dios nunca había tenido esa experiencia tan maravillosa, antes de morir, nos dejó a su propia madre por madre nuestra para que en este mundo ya no hubiera ninguna persona huérfana.

2.- Y la llevó con Él al cielo. ¿Qué significa el cielo? Dice la Biblia que allí ya no habrá ningún sufrimiento. “Enjugará las lágrimas de los ojos, y no habrá llanto, ni dolor, ni muerte”. (Ap. 21,5). La madre del cielo ya no puede sufrir. Bastante ha sufrido  durante la vida. Es verdad que todos en esta vida estamos en un valle de lágrimas. Pero las madres tienen un sufrimiento añadido y que viene expresado en esa imagen de la 1ª lectura: Ahí aparece una mujer embarazada, a punto de dar a luz, que grita con dolores de parto. ¿Acaso grita por el sufrimiento físico? No. Es por lo que ve: un enorme dragón que se va a tragar al niño apenas va a nacer. El dolor de la madre es el sufrimiento por el hijo. Y yo diría que es  el dolor del “presentimiento”. María sabía que una espada le iba a traspasar el alma… y vivió toda la vida con el alma en vilo. Como las madres de ahora. Con el alma en vilo en cada fin de semana. Cuando se van los hijos por las noches y ellas se quedan en casa, se preguntan: ¿Vendrá mi hijo a casa o se quedará en la cuneta de alguna carretera? ¿Me lo traerán vivo o me lo traerán muerto? Es la espada del presentimiento.  Pienso que las madres, por aquello que han tenido en la vida un sufrimiento añadido, también tendrán con María, la Madre de Jesús, un cielo añadido, un lugar muy cerca de María compartiendo sus propias experiencias.

 3.– Y la llevó en cuerpo y alma. Debido a la filosofía de Platón…donde lo importante es el alma y lo que debemos hacer es liberarla del cuerpo que es como una cárcel… los cristianos hemos pensado también en estos términos. Santa Teresa habla de esta vida como “una mala noche en una mala posada”. Y, naturalmente, la mala posada  es el cuerpo, que es como una cárcel del alma.  Pero la filosofía bíblica que conecta con la sensibilidad del hombre actual es que cuerpo y alma van juntos y no se pueden separar. Si el hombre es cuerpo y alma no puede haber felicidad completa con el alma sola. Sería una felicidad de  “almas cándidas”… La Asunción  de la Virgen nos dice que ella es feliz porque está en el cielo en cuerpo y alma. Y ella es modelo y primicia  para todos nosotros. Lo que le ha sucedido a ella, nos sucederá a nosotros.  Entonces, en el cielo, nos podremos ver, nos podremos comunicar, nos podremos abrazar…Y, por supuesto, en el cielo veremos a la Virgen nuestra madre, la oiremos, le abrazaremos.

PREGUNTAS

1.– El triunfo de María al cielo en cuerpo y alma ¿Me llena de alegría? ¿Creo que eso mismo pasará conmigo?

2.- ¿Me da esperanza y gozo el pensar que mi felicidad será completa, es decir, de cuerpo y alma?

3.– En ese viaje tan largo y enigmático, ¿Me da alegría el pensar que será la Virgen, mi propia madre, la que saldrá a recibirme?

A la Asunción de Nuestra Señora

¿Adónde va, cuando se va, la llama?
¿Adónde va, cuando se va, la rosa?
¿Adónde sube, se disuelve airosa,
hélice, rosa y sueño de la rama?
¿Adónde va la llama, quién la llama?
A la rosa en escorzo ¿quién la acosa?
¿Qué regazo, qué esfera deleitosa,
qué amor de Padre la alza y la reclama?
¿Adónde va, cuando se va escondiendo
y el aire, el cielo queda ardiendo, oliendo
a olor, ardor, amor de rosa hurtada?
¿Y adónde va el que queda, el que aquí abajo,
ciego del resplandor se asoma al tajo
de la sombra transida, enamorada?

(Gerardo Diego)

Asunción y pandemia

Misa vespertina de la vigilia

Para que una verdad sea proclamada dogma por la Iglesia católica es preciso que tenga un fundamento bíblico. En el caso de la Asunción de la Virgen es casi misión imposible, porque ningún texto del Nuevo Testamento cuenta su muerte ni su asunción. Sin embargo, con buena voluntad se encuentra un mensaje muy actual en las lecturas, especialmente en esta época de pandemia. Me limito a las de la misa de la vigilia, que me resultan más sugerentes.

El premio merecido de María (Lucas 11,27-28)

El dicho popular: «Bendita sea la madre que te parió» tiene en el ambiente de Jesús una formulación más completa: «Bendito sea el vientre que te llevó y los pechos que te amamantaron». Nuestro dicho se limita al momento del parto; el que le dirige a Jesús una mujer desconocida tiene en cuenta los meses de gestación y los años de crianza. Es todo el cuerpo de la madre, vientre y pechos, lo que recibe la bendición.

Y esta es la relación con la fiesta: el cuerpo y alma de María, tan estrechamente unidos a Jesús, debían ser glorificados, igual que él. Si echamos la vista atrás, la vida de María no fue un camino de rosas. El anciano Simeón le anunció que una espada le traspasaría el alma. Y el primero en clavársela fue su propio hijo, que a los doce años se quedó en Jerusalén sin decirles nada. «Hijo, ¿por qué nos has hecho esto?». «Porque tengo que estar en las cosas de mi Padre». Y eso supondrá para María un sufrimiento continuo desde que comienza la actividad pública de Jesús. Oír que a su hijo lo acusaban de endemoniado, de comilón y borracho, de amigo de ladrones y prostitutas, de blasfemo… para terminar muriendo de la manera más infame. El cuerpo y el alma de María merecían una compensación. Esa glorificación es lo que celebramos hoy.

El premio inmerecido de todos nosotros (1 Corintios 15,54-57)

El destino de María es válido para todos nosotros, aunque por motivos muy distintos. Pablo alude al primer pecado: la ley de no comer del árbol de la vida provocó el pecado y, como consecuencia, la muerte. Pero de todo ello nos ha liberado Jesucristo, y la última palabra no la tiene la muerte sino la inmortalidad.

En esta larga etapa de pandemia, donde la muerte se ha hecho tan cercana y tantos cuerpos han sufrido y siguen sufriendo las consecuencias de la enfermedad, la fiesta de la asunción nos anima y consuela sabiendo que «esto corruptible se revestirá de incorrupción, y esto mortal de inmoralidad».

Un complemento poético (1 Crónicas 15,3-4.15-16; 16,1-2)

La misa de una solemnidad debe tener tres lecturas, la primera del Antiguo Testamento. Recordando que en las letanías se invoca a María como Arca de la alianza (Foederis arca), se pensó que el texto más adecuado para esta fiesta era el que describe la entrada del arca de la alianza en Jerusalén (el templo todavía no estaba construido). De la misma forma solemne y alegre entraría María en el cielo.

José Luis Sicre

Asunción o dormición

1.- Cuentan viejas historias, mis queridos jóvenes lectores, que Santa María, la buena madre del Salvador, llegó a la ancianidad. Había sido acogida por Juan, el discípulo joven y predilecto, que, sin perder la juventud espiritual, se había hecho hombre maduro. Son diversas las historias que se cuentan de aquella etapa. Unos lo sitúan en las cercanías de Esmirna, o Éfeso, donde se conserva un santuario al que llaman la cocina de la Virgen. Otra historia explica que estaba en Jerusalén y, ante el agravamiento de su salud, los ángeles corrieron, (los ángeles ya sabéis no corren, tampoco vuelan, es un decir), visitando a cada uno de los discípulos del Señor y diciéndoles que acompañaran a la Madre del Maestro en su tránsito definitivo. Se reunieron a su alrededor. El icono de la dormición es un prodigio de ternura. Estaban, según cuentan, en la misma habitación alta donde se reunieron aquella última Pascua, donde estaban también, cuando el Espíritu Santo descendió como una tormenta sobre la pequeña comunidad de discípulos. Seguramente esta última historia es del todo correcta. En Jerusalén se ha edificado una Basílica en lugar muy próximo al acontecimiento. Es un precioso homenaje a Nuestra Señora.

2.- Los discípulos tomaron el cuerpo de la Santa Madre y lo bajaron a enterrar a Getsemaní, aquel lugar tan querido de Jesús, que se cree era propiedad de una amiga de Ella. Otro Santo Entierro. Con seguridad se acordarían del primero. Y pasó un tiempo y, al ir un día a visitar la tumba, la encontraron, como la otra, vacía. No cuentan las crónicas que se le apareciera a ninguna magdalena. Continúa, según dicen, apareciéndose. Y Lourdes y Fátima, La Salette y Guadalupe, Medjugorje y Betania de Venezuela, y otras muchas, son pruebas de ello. Santa María no abandona a nadie, parece repetirnos estos lugares. Desde entonces, a orillas del torrente Cedrón, permanece muda la losa donde un tiempo reposó aquel cuerpo inmaculado. Arqueológicamente, es auténtica.

Seguramente os ha chocado la descripción que se narraba en la primera lectura. Me refiero al texto enigmático del Apocalipsis. Se escribió este libro en tiempos de persecución y, ya sabéis que en estas circunstancias, se utiliza un lenguaje cifrado. Sea lo que fuere, nosotros aplicamos el párrafo a Santa María. Aunque esto que os voy a decir, muy pocos de vosotros, mis queridos jóvenes lectores, podáis realizarlo, os recomiendo que, si os desplazáis por la vieja Europa y os acercáis a los Alpes, no dejéis de visitar la iglesita, frente al Mont Blanc y Chamonix, del Plateau d’Assy. Allí veréis un precioso tapiz de Lurçat, que ilustra esta primera lectura. De todos modos, aunque no podáis ir, podéis sin duda ver una buena reproducción por Internet, acudiendo a la web de la población francesa. La lectura y la ilustración os ayudarán a comprender la importancia de la Señora. Y es que María en su maravillosa sencillez, encierra el gran misterio de su fidelidad, que dio paso a la aceptación de la maternidad, a la protección del mismo Hijo de Dios y a la aceptación de su maternidad en favor nuestro. El recinto del que os acabo de hablar se llama “Nuestra Señora de todas las gracias” y allí, rodeado de muchas obras de arte, os resultará fácil recordar que al ser llevada al Cielo, María se convierte en madre generosa de toda la humanidad.

3.- Nos toca hoy unirnos espiritualmente a los apóstoles, acompañarles en su piadosa procesión y descubrir en nuestro interior, que está muy próxima y pedirle entonces que interceda por nosotros, ahora y en la hora de nuestra muerte. Y repetir esta súplica millones de veces en la vida. La lectura evangélica nos lleva a otra reflexión. ¿Como sería la convivencia con Isabel aquellos tres meses? Porque Maria era santísima, pero era una joven, matrimoniada, todavía sin boda, y lo más normal, a los ojos de los vecinos, es que estuviera embarazada. Ahora bien, a los ojos del vulgo, lo extraordinario era que una mujer de avanzada edad, esperara un hijo. E Isabel no era tan santa y el marido, Zacarías, un mudo histérico, no sería demasiado fácil de tratar. La convivencia, en algunos momentos, no sería fácil. Se lo confirmaría más tarde el viejo Simeón. Ahora lo iba adivinando: aquel hijo que esperaba, no le proporcionaría una vida cómoda. El chiquillo adoptivo, que somos cada uno de nosotros, tampoco se lo facilitamos. Pero ella aceptó, generosa, ser intercesora nuestra ante su Hijo.

Cerca del núcleo urbano de Ein-Karen, donde se recuerda la visitación que narra el evangelio de hoy, está la tumba de Isabel. Al visitarla, o al recordarla, no dejéis de admirar a esta pareja de viejecitos, relacionados, por familia y por los designios de Dios, a la salvación de la gran familia humana.

Pedrojosé Ynaraja

No es algo accesorio

El Tema 33 del Itinerario de Formación Cristiana para Adultos “Ser cristianos en el corazón del mundo” lleva por título: “La Virgen María en el misterio de Cristo”. Al reflexionar este tema en un Equipo de Vida, y hablando de los dogmas marianos, uno de los miembros del Equipo dijo que “aunque no se hubiese definido ese dogma, eso no habría afectado a mi fe”. A muchas personas los diferentes dogmas que la Iglesia ha definido les parecen algo superfluo, accesorio, una serie de elucubraciones teológicas que están muy bien pero que, en el fondo, no aportan nada nuevo a la fe.

Hoy estamos celebrando uno de esos dogmas marianos: la Asunción de la Virgen María. El 1 de noviembre de 1950, el Papa Pío XII lo definió solemnemente: “Proclamamos, declaramos y definimos ser dogma divinamente revelado, que la Inmaculada Madre de Dios, siempre Virgen María, cumplido el curso de su vida terrestre, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial”. (Munificentissimus Deus 44)

Esta declaración dogmática no surgió “porque sí”, ni por una ocurrencia del magisterio pontificio. Además de una serie de argumentos bíblicos y de un largo proceso de estudios teológicos, recogía también una fe profesada en la Iglesia, desde los primeros siglos, por todo el pueblo de Dios. Aun así, a muchos les puede parecer algo accesorio, que sólo afecta a la Virgen María, pero no a nosotros ni a la vida cotidiana del común de los cristianos.

Sin embargo, el dogma de la Asunción de la Virgen María tiene que ver con el modo en que vivimos desde la fe nuestra vida cotidiana. Afirmar la Asunción de la Virgen María significa creer que, si María ha permanecido plenamente unida a Cristo a lo largo de toda su existencia, también permanece unida a Él “cumplido el curso de su vida terrestre”. La unión corporal y espiritual de María con Cristo, que comenzó en el momento de la Anunciación, se prolonga ahora en la gloria; por eso, como diremos después en el Prefacio, “con razón no quisiste, Señor, que conociera la corrupción del sepulcro la mujer que, por obra del Espíritu Santo, concibió en su seno al autor de la vida, Jesucristo”. La cooperación particular de María en la obra de la redención llevada a cabo por Cristo la ha llevado a gozar, la primera de todos, de la plenitud de la salvación: María se encuentra ya en aquel estado en el que estarán los justos después de la resurrección.

Pero al afirmar este dogma de la Asunción no nos limitamos a celebrar y admirar a María en su destino de gloria, como una persona lejana a nosotros; si así fuera, este dogma sí que sería algo accesorio para nuestra fe. Pero como también diremos, “Ella es figura y primicia de la Iglesia que un día será glorificada; Ella es consuelo y esperanza de tu pueblo, todavía peregrino en la tierra”. Celebrar el dogma de la Asunción de la Virgen María nos hace poner la mirada en la meta que el Señor, por amor a nosotros, quiere también para nuestro destino final. Y, para llegar a esa meta, María nos muestra el camino que Ella misma recorrió y que los Evangelios de esta Solemnidad nos han recordado:

María nos enseña a “escuchar la Palabra de Dios y cumplirla” (Misa de la Vigilia), Ella dejó que esa Palabra se encarnase en su ser, y la cumplió en todo momento, en el gozo y en el dolor. Nosotros también debemos encarnar la Palabra de Dios que escuchamos, que se nos note en todo momento.

María, como Madre de Dios, no vivió de forma acomodada, sino que se puso en camino y fue aprisa a ayudar a Isabel, que la necesitaba. Y nuestra fe no debe ser acomodada, de cumplimiento, sino que nos debe llevar a un compromiso evangelizador, sabiéndonos discípulos misioneros.

María desarrolló la mirada de fe que muestra en el Magnificat, descubriendo que la misericordia de Dios llega a sus fieles de generación en generación; que, a pesar de las apariencias, Él dispersa a los soberbios de corazón, derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos. Y también nosotros debemos saber descubrir, con una mirada de fe, la acción de Dios en la realidad que nos rodea, aunque tantas veces la realidad parece negar Su presencia.

Quizá hayamos pensado alguna vez que el dogma de la Asunción es algo accesorio, que poco tiene que ver con nuestra vida de fe. Que la celebración de María, Asunta al Cielo, nos ayude a comprender que esta Solemnidad no es algo accesorio, sino una llamada a que tengamos presente la meta a la que nos dirigimos y aprendamos de María a recorrer como ella nuestro camino hacia la gloria.

Comentario al evangelio – Asunción de la Virgen

LA MUJER LUCHADORA. ASUNCIÓN


         Hace ya bastantes años cantábamos: «¿Quién será la mujer que a tantos inspiró poemas bellos de amor. Le rinden honor la música, la luz, el mármol, la palabra y el color? ¿Quién será la mujer radiante como el sol, vestida de resplandor, la luna a sus pies, el cielo en derredor y ángeles cantándole su amor…?«. ¿Quién es esta mujer con la que Dios quiso contar de manera tan especial, y a la que ha querido tener tan cerca de él, eternamente en su compañía? 

De muchas formas nos la han presentado a lo largo de la historia, Por nombrar algunas:

– la mujer dócil, callada, sufriente, quizá un poco pasiva y conformada

– la mujer Virgen junto a su esposo José, o la Madre de Jesús

– la mujer orante que guardaba la Palabra en el corazón

– la mujer concebida sin pecado

– la mujer de los milagros y de las apariciones a niños y pastores…

– la mujer coronada de estrellas, rodeada de ángeles, sobre las nubes…

– la madre de la Iglesia…

        Detrás de cada una de ellas hay un rostro, un perfil, un modo de entender a las mujeres y su presencia en la sociedad y en la Iglesia. Unas están más cercanas que otras a lo que nos dice el Nuevo Testamento, que siempre ha de ser nuestro punto y criterio de referencia para hablar de María.

            La fiesta de hoy nos la presenta de una forma a la que estamos poco acostumbrados. La 1ª lectura nos ha hablado de una mujer vestida de sol, con la luna bajo sus pies, coronada de doce estrellas y con un niño entre los brazos, que un dragón le pretende arrebatar.

Dice la Wikipedia sobre los dragones:

La palabra dragón deriva del griego drákon: «serpiente, dragón», que a su vez viene de un verbo que significa «mirar fijamente», y que se aplicaba a la mirada de las serpientes y las águilas. Por tanto el término haría alusión al poder fascinante e hipnótico de la mirada de la serpiente. Pronto se empezó a usar para referirse a aquellas criaturas que aparecen en cuentos, leyendas y mitos. La cultura occidental ha imaginado a los dragones como reptiles gigantes con alas,  inspirándose en las serpientes, cocodrilos y caimanes, y añadiendo rasgos de otros (alas, cuernos y garras) o fantásticos (aliento de fuego).

En fin: los aficionados a los videojuegos podrían hablarnos mucho de estos personajes. Así pues: el dragón da miedo, hipnotiza, envuelve con su fuego y destruye.

              Pero el autor de este escrito, con este género literario difícil para nosotros, NO está hablando de figuras mitológicas o fantásticas, sino de enemigos muy concretos y reales para la comunidad cristiana, para la sociedad, y para las personas. Dragones que pueden destruir la fe, la convivencia comunitaria, la dignidad humana… e incluso la propia vida. Para identificarlos bastaría con acudir a las circunstancias concretas históricas en las que redacta este texto, y sabremos que se refiere sobre todo al Imperio Romano que ha comenzado a perseguir a las comunidades cristianas.  Por otro lado, las Cartas de Pablo describen otros «dragones» que viven al acecho dentro de sus comunidades, y que amenazan con apagar el mensaje y la presencia viva de Cristo. Y por fin, cada cual podría poner nombre a sus propios dragones personales.

             La mujer del Apocalipsis está representando, en primer lugar, a la comunidad cristiana fiel, a la Iglesia LUCHANDO contra ese Dragón. Muchos escritos anteriores de la Escritura ya habían usado este símbolo de «la Mujer» para referirse/representar al Pueblo de Israel, la Hija de Sión. Y puede simbolizar también a cada creyente.  Es decir: aquí estás tú, aquí está la Iglesia, aquí está tu Comunidad Cristiana, con Dios entre tus manos, queriendo que reine en tu vida y en nuestro mundo, pero… hay quienes se empeñan en arrebatárnoslo. Bastante tiempo después, esta mujer será identificada con la Virgen María… pero en cuanto «Madre de la Iglesia», del Nuevo Pueblo de Dios. Precisamente es el título preferido por el Concilio Vaticano II para referirse a ella.

El Papa Pablo VI redactó un bellísimo escrito sobre el Culto a la Virgen María, y en él encontramos:

María es «una mujer fuerte que conoció la pobreza y el sufrimiento, la huida y el exilio: situaciones todas estas que no pueden escapar a la atención de quien quiere secundar con espíritu evangélico las energías liberadoras del hombre y de la sociedad» (Marialis Cultus 37, Pablo VI).

       Es decir: que María tuvo que experimentar numerosas luchas y dificultades, muy similares a las que viven muchos hombres y mujeres de hoy, y lo hizo como mujer fuerte, luchadora, peregrina de la fe… que nos marca los caminos a los creyentes de hoy. Es una referencia imprescindible para nuestra Iglesia de hoy, en tantos lugares, y de tantos modos «perseguida», en tantos hermanos sufriente y necesitada.

                Para nosotros es muy conveniente poner nombre HOY a estos dragones que acechan a la Iglesia y su misión, a la sociedad y a nuestra fe y entrega personales. Según nuestro relato tienen mucho poder (las 7 cabezas y los 10 cuernos es lo que significan en este género literario) y capacidad y recursos para hacernos mucho daño. Por ejemplo:

+ Pueden ser las autoridades de la comunidad cristiana o de la sociedad civil, cuando no están a la altura, no cumplen con sus responsabilidades como pastores o líderes, y escandalizan, se corrompen, ocultan la verdad, «compran» a los que han de difundir u ocultar sus vergüenza,  o usan su poder para el propio beneficio

+ Puede ser ese ritmo de vida vertiginoso que no nos deja espacio para el cuidado de la vida interior, la reflexión, el silencio, la lectura, la revisión de vida, el diálogo calmado…

+ La falta de conciencia y de esfuerzo por parte de todos para frenar la destrucción del planeta, el cambio climático, y que favorece enormemente la difusión de todo tipo de enfermedades

+ El descuido y el descarte de los más débiles de nuestra sociedad… Parece que no nos importa gran cosa (no veo yo mucha «reacción») que se nos estén estropeando millones de vacunas en la Países ricos… cuando en tantos otros apenas han podido empezar a usarlas…

+ Una crisis económica en la que no pocos practican el «sálvese quien pueda», mientras se multiplica el hambre, el paro, las diferencias entre ricos y pobres…

+ No pretendo ser exhaustivo… Cada cual puede matizar y completar la lista.

  El Evangelio, por su lado, nos ha presentado a María en clave política y de compromiso social. Reza y canta a Dios porque

dispersa a los soberbios de corazón

derriba de sus tronos (o poltronas) a los poderosos

a los ricos los echa de su lado, dejándolos sin nada

y se pone de parte de los humildes y hambrientos...

              Es la Mujer que forma parte de los que quieren cambiar la sociedad desde Dios y con Dios,  de los que no están de acuerdo con este modelo social que desde hace mucho tiempo hace aguas. Y se pone de parte de esas minorías tan numerosas y tan absolutamente ignoradas. Y se aparta de todos los que sólo van a lo suyo, y a preocuparse de los suyos: Los poderosos, los soberbios de corazón, los ricos… Porque así es y actúa «Dios mi Salvador». Es la mujer del cambio, de la revolución, la que quiere globalizar la justicia, los derechos humanos, la riqueza, la paz, el alimento, el trabajo digno para todos… La mujer que, según recibe la visita del Ángel, SALE, se pone en camino, se mueve.

       No estamos acostumbrados a este rostro de María. Pero es esta Mujer, la que ha hecho vida la Palabra de la Escritura, la que ha sido elevada (Asunción) por Dios a la gloria. En esta fiesta, Dios nos pone en clave de lucha contra los Dragones exteriores e interiores, contra esa sociedad sin Dios-Padre-Madre, que no reconoce en cada hombre a un hermano. Nos sacude para que nuestra fe sea agente de cambio, más comunitaria, más cercana a los que están peor, y mucho menos preocupada y encerrada en sí misma. Pero también es un chorro de ESPERANZA, ¡tan necesario con la que está cayendo!: La esperanza de que la victoria final (el cielo) da sentido a nuestra lucha en la tierra. La primera lectura nos ha avisado de que necesitaremos refugiarnos en el silencio y el desierto, para hacernos más fuertes, para alimentarnos del Pan y la Palabra, para orar, para revisarnos, para estar más en comunión con Dios…

           Hoy desde el cielo, Dios y la Mujer María nos invitan a mirar con otros ojos a la tierra, a la sociedad, a la Iglesia/Comunidad y a nosotros mismos de manera más comprometida, más valiente, más vital, más esperanzada… para que se haga la voluntad del Padre así en la tierra como en el cielo. Así en la Iglesia como en la Mujer Vestida de Sol.

Quique Martínez de la Lama-Noriega, cmf
Imagen inferior de Juan Correa

Meditación – Asunción de la Virgen

Hoy celebramos la solemnidad de la Asunción de la Virgen María.

La lectura de hoy es del evangelio de Lucas (Lc 1, 39-56):

En aquellos días, se levantó María y se fue con prontitud a la región montañosa, a una ciudad de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. Y sucedió que, en cuanto oyó Isabel el saludo de María, saltó de gozo el niño en su seno, e Isabel quedó llena del Espíritu Santo; y exclamando con gran voz, dijo: «Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno; y ¿de dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí? Porque, apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el niño en mi seno. ¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!».

Y dijo María: «Proclama mi alma la grandeza del Señor y mi espíritu se alegra en Dios mi Salvador porque ha puesto los ojos en la humildad de su esclava, por eso desde ahora todas las generaciones me llamarán bienaventurada, porque ha hecho en mi favor maravillas el Poderoso, Santo es su nombre y su misericordia alcanza de generación en generación a los que le temen. Desplegó la fuerza de su brazo, dispersó a los que son soberbios en su propio corazón. Derribó a los potentados de sus tronos y exaltó a los humildes. A los hambrientos colmó de bienes y despidió a los ricos sin nada. Acogió a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia -como había anunciado a nuestros padres- en favor de Abraham y de su linaje por los siglos». María permaneció con ella unos tres meses, y se volvió a su casa.

Hoy se cumplen, de nuevo, las palabras proféticas (e inspiradas) de Santa María: es bendita entre las mujeres. Ella, por el poder del Espíritu Santo, fue llevada con su humanidad concreta al lado del Hijo en la gloria de Dios Padre.

En Dios hay lugar también para el cuerpo. Para nosotros el cielo ya no es una esfera lejana y desconocida. Ahí tenemos una madre: la misma Madre del Hijo de Dios. El cielo está abierto, el cielo tiene un corazón. María, en Dios, es reina del cielo y de la tierra. Precisamente porque está «en» y «con» Dios, Ella está muy cerca de cada uno de nosotros. Cuando estaba en la tierra, podía estar cerca de tan sólo unos cuantos; ahora María participa de la proximidad de Dios con nosotros.

—Jesús, mi casa definitiva es el cielo. Desde allí, María nos anima con su ejemplo a acoger la voluntad del Padre y a no dejarnos seducir por la fascinación engañosa de lo pasajero.

REDACCIÓN evangeli.net