Lectio Divina – Viernes XX de Tiempo Ordinario

1.- Oración introductoria.

Señor, muchas veces yo he estado preocupado porque no sabía qué era lo que te gustaba o te disgustaba. Pero hoy ya no tengo dudas: me lo has aclarado perfectamente en este evangelio. Puedo agradarte si no me desvío de la senda del amor. Y te desagrado cuando tomo otro camino diferente.  Gracias, Señor, porque ya sabemos cómo darte gusto.

2.- Lectura reposada del evangelio:  Mateo 22, 34-40

En aquel tiempo, los fariseos, al oír que había hecho callar a los saduceos, se acercaron a Jesús y uno de ellos le preguntó para ponerlo a prueba: Maestro, ¿cuál es el mandamiento principal de la Ley? Él le dijo: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser.» Este mandamiento es el principal y primero. El segundo es semejante a él: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo.» Estos dos mandamientos sostienen la Ley entera y los profetas.

3.- Qué dice el texto.

Meditación-reflexión

El amor a Dios y el amor al hombre ya estaban en los libros del A.T. Del amor a Dios se habla en el famoso Semá que el buen israelita recita todos los días al levantarse: “Amarás a Dios con todo el corazón, con toda el alma y con todas las fuerzas” (Dt. 6,5). Del amor al prójimo nos habla el Levítico cuando dice:” amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Lev. 19,18). Y nos preguntamos: ¿Dónde está la novedad de Jesús? La novedad, la genialidad de Jesús, está en lo siguiente: 1) Estos dos mandamientos, que estaban en libros distintos, se vivían por separado. Así uno podía amar a Dios y no amar al hombre. Podía rezar muy piadosamente en el Templo y después “dar un rodeo al hombre que se desangra en el suelo” (Parábola del samaritano).  Jesús une estos dos mandamientos de modo que sean vasos comunicantes que, si uno sube de nivel, debe también subir el otro. Lo dice muy bien San Juan:” el que dice que ama a Dios y no ama a su hermano es un mentiroso” (1Jn. 4,20). 2) En tiempo de Jesús, los mandamientos que debían saber y cumplir los judíos ascendían a 365. ¿Quién se puede acordar de todos? Y, sobre todo, ¿quién es capaz de cumplirlos todos? Porque para ellos todos eran importantes. Jesús reduce a dos todos los mandamientos: amar a Dios y amar a los hermanos. ¡Qué alivio!…

Palabra del Papa.

“Los dos horizontes del Reino: Resumir toda la Escritura, poner en una frase todo el mensaje de Dios a lo largo de la historia… Esto es lo que Cristo nos dice en este Evangelio. Pero no se trata de una fórmula mágica que resuelve todos los problemas; es, más bien, el doble horizonte que da sentido a la vida, el criterio para ir en la dirección correcta. Primero Cristo nos habla de un horizonte hacia lo alto. “Amarás al Señor tu Dios…” Es verdad que hay muchas responsabilidades, necesidades y problemas en nuestra vida. A veces demasiados, y a veces como si nos estiraran en todas las direcciones… Sin embargo, en medio de ese aparente desorden, existe un punto firme, central, que pone en la proporción todo lo demás: «…con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente». En segundo lugar, tenemos el horizonte alrededor de nosotros, con todos aquellos hombres y mujeres que encontramos a nuestro lado. Cristo nos invita a amarlo también en nuestros hermanos y hermanas, buscando el bien de ellos como si fuera nuestro propio bien.  El que ama de verdad siente la alegría del otro como propia, se entristece por la tristeza de su hermano. Al igual que Cristo, que construyó el Reino de los cielos amando a su Padre sobre todas las cosas y amándonos hasta el extremo, dándose totalmente a nuestra salvación”. (S.S. Francisco, Angelus, 15 de mayo de 2016).

4.- Qué me dice hoy a mí este texto ya meditado. (Silencio)

5.- Propósito: Me retiraré a un lugar adecuado y daré gracias a Dios por haberme liberado del peso insoportable de tantas leyes.

6.- Dios me ha hablado hoy a mí a través de su Palabra. Y ahora yo le respondo con mi oración.

Señor, hoy no quiero acabar mi oración sin darte gracias por haber hecho del amor el mandamiento más importante de la vida, el único importante. Yo amando cumplo con Dios y con los hermanos. Yo amando, puedo realizarme como persona y ser feliz. No necesito más. No tengo que complicarme la vida. ¡Gracias, Señor!

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Comentario – Viernes XX de Tiempo Ordinario

(Mt 22, 34-40)

Era pesada la multitud de normas y preceptos que tenían los judíos, no sólo en la Sagrada Escritura, sino también en las tradiciones que habían impuesto los fariseos. Por eso se hacía sentir el deseo de una síntesis, las personas piadosas querían saber qué era lo más importante, qué era lo que no se podía descuidar.

Pero en realidad también nosotros, en nuestra vida cotidiana, necesitamos una síntesis. Muchas veces nos perdemos en medio de una multitud de obligaciones morales que pesan en nuestra conciencia, y nos llenamos de escrúpulos, de autoreproches, de sentimientos de culpa.

Y Jesús es muy claro: Lo primero que espera Dios de nosotros es que lo amemos. Puede suceder, de hecho, que una persona no cometa pecados evidentes, que su vida sea correcta y elogiable, pero que en realidad sólo se ame a sí misma y su propia perfección. Jesús nos dice que no es eso lo que Dios espera de nosotros, sino que en primer lugar espera que lo amemos, con un amor verdadero que brote de lo más profundo, del «corazón», con un amor que sea también deseo de su amor y de su presencia, es decir, con toda el «alma», y con un amor donde se integre también todo el dinamismo de nuestra vida, nuestros impulsos, nuestro trabajo, nuestras acciones, porque eso es el «espíritu» (pneuma: dinamismo); no porque tengamos que ser perfectos en todo lo que hagamos, sino porque lo hacemos presente a él en medio de todo lo que hacemos.

Pero este amor debe manifestarse también en una forma de actuar semejante a la de Dios, es decir, en una vida compasiva con el hermano, para amarlo a él como Dios me ama, para perdonarlo como Dios me perdona, para desear su bien. Y amarlo como a mí mismo significa romper las paredes de mi propio yo, para que así como deseo mi felicidad pueda desear también la felicidad del hermano, para que así como me preocupo por mis problemas, también me preocupe por los problemas del hermano.

Oración:

«Mi Señor, sin tu gracia yo no puedo salir de mis propios intereses, sin tu amor no puedo liberarme del egoísmo. Transfórmame Señor, para que pueda amarte con todo mi corazón, con toda mi mente y con todo mi espíritu, y para que pueda amar a los demás como me amo a mí mismo».

 

VÍCTOR M. FERNÁNDEZ
El Evangelio de cada día

La misa del domingo

Luego de la muerte de Moisés y luego de cuarenta años de peregrinación en el desierto, Josué será el elegido de Dios para introducir a su pueblo a la tierra prometida. Él es quien con la ayuda divina conquista la tierra de Canaán y la distribuye entre las doce tribus de Israel. Hacia el final de sus días convoca a los israelitas en Siquem para invitarlos a tomar una posición clara y asumir un compromiso definitivo frente a Dios: «Si no les agrada servir al Señor, digan aquí y ahora a quién quieren servir». Todos rechazan servir a otros dioses y afirman unánimemente: «Serviremos al Señor: ¡es nuestro Dios!»

Al llegar la plenitud de los tiempos Dios envía a su Hijo al mundo para reconciliar consigo a la humanidad entera. En Cristo Dios verdaderamente se hace hombre, asumiendo plenamente la naturaleza humana. Por tanto, servir a Cristo es servir a Dios.

Al mismo tiempo, el Hijo es paradigma de una elección radical por servir a Dios. Por esta elección que brota de su amor al Padre, toda su vida es una vida hecha obediencia y servicio del Plan divino hasta la total donación de sí mismo (ver Jn 4, 33-34).

Mirando a su Maestro y Señor, todo aquel o aquella que verdaderamente elije servir a Dios busca hacer lo mismo que Él: amar a su Iglesia y entregarse a sí mismo por ella (2ª. lectura). Quien desde el recto ejercicio de su libertad opta servir al Señor elige de este modo abrirse a un gran misterio de amor que se verifica en la donación total de sí mismo a Dios y a aquellos a quienes ama. Esta donación tiene una aplicación muy concreta en el matrimonio cristiano.

También en el Evangelio vemos cómo los seguidores del Señor son puestos en una posición extrema, en una situación de definición. Ante las enseñanzas del Señor, que aseguraba que Él les daría a comer de su Carne y beber de su Sangre para que tuviesen vida eterna, ellos se encuentran ante lo que califican como un “lenguaje duro”, una enseñanza que tomada en sentido literal era demasiado chocante, aberrante y macabra. ¿Cómo podían aceptar algo semejante? Ante la confusión y disputa generada por sus enseñanzas, el Señor Jesús no retracta, ni siquiera suaviza lo dicho, tampoco dice que haya que tomar sus palabras en sentido figurado, sino que reafirma lo dicho e insiste en la literalidad de sus palabras. Quienes entonces escuchaban al Maestro se encontraban en la situación de tomar la decisión de seguirlo o de dejarlo, de creer y confiar en Él aunque de momento no comprendiesen el alcance de sus enseñanzas y les sonasen demasiado “duras”, o de negar la fe en Él.

Al no creer en Él y debido a esto que les resultaba demasiado escandaloso, muchos de sus discípulos optaron por alejarse. Tampoco en ese momento en que muchos se marchan el Señor hace algún esfuerzo por retenerlos. ¿Cómo podía permitir que se marchen, que se aparten de quien es la Vida misma, si sus palabras tan sólo hubieran tenido un sentido figurativo? El Señor no los retiene, porque sus enseñanzas sobre el Pan de Vida no son metafóricas y deben entenderse en toda la literalidad de sus letras.

Una vez que se han marchado aquellos que no podían aceptar sus enseñanzas, el Señor se vuelve a aquellos que aún permanecen con Él, especialmente a sus Apóstoles, para preguntarles si también ellos quieren marcharse, dando a entender nuevamente que sus palabras hay que aceptarlas tal cual Él las ha pronunciado, y no de manera simbólica.

La respuesta de Pedro, en nombre de todos, expresa su fe y confianza en el Señor a pesar de que sus palabras sean tan “duras”: «Señor… Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios». Aunque de momento no comprendan cómo se va a realizar este anuncio tremendo, los Apóstoles creen en Él, confían en Él y en lo que dice, y optan decididamente por seguir con Él hasta que en el momento oportuno Él les revele cómo les dará de comer su carne y beber su sangre.

LUCES PARA LA VIDA CRISTIANA

Con renovada actualidad resuenan también hoy, en cada Eucaristía, aquellas “duras” palabras y anuncio que fue ocasión para que muchos se alejaran del Señor: «el Pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo» (Jn 6, 51), «mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí, y yo en él» (Jn 6, 55-56).

¿No son “duras” también las palabras que todo sacerdote, en Nombre de Cristo y con su poder, pronuncia en la consagración del pan y el vino: «Esto es mi Cuerpo… esto es mi Sangre»? ¡Estas palabras son palabras que, como enseña la Iglesia, transforman verdaderamente ese pan en cuerpo de Cristo y el vino en su sangre! ¡Es Cristo que se hace realmente presente, todo Él, ofreciéndose a nosotros como verdadera comida y bebida! ¡Es Dios mismo, bajo la apariencia de un trozo de pan y un poco de vino! ¡Dios! ¡Dios infinito, aunque ante los sentidos no aparezca nada sino el pan y el vino! ¿No es tremenda esta enseñanza? ¿No es para muchos algo absolutamente absurdo?

Ante lo que a los ojos del mundo aparece como un disparate sin igual, es decir, que Cristo-Dios esté realmente presente en la Hostia consagrada, ¿no se nos exige también a nosotros una opción radical, una definición clara? O creo, o no creo.

Ahora bien, si decimos que creemos, ¿no tiene que reflejarse esa convicción en nuestra vida cotidiana? ¿No tiene que ser la Eucaristía lo más importante para nosotros? ¿No se nos exige abandonar toda actitud indolente e indiferente frente al Sacramento? ¿No tienen que expresar y demostrar nuestras palabras, nuestro comportamiento y obras, que somos de Cristo porque comulgamos su Cuerpo y Sangre? Si recibimos a Cristo, ¿cómo no comprometernos con Cristo para ser sus portadores, a transmitirlo a Él con nuestro apostolado y caridad?

Ante esta “locura” que afirma que el pan y el vino consagrados son verdaderamente el Cuerpo y la Sangre de Cristo ningún cristiano puede permanecer impasible e indeciso. Por eso también hoy se dirigen a nosotros las palabras que Josué dirige al pueblo de Israel: Si no te parece bien servir al Señor, escoge hoy a quién quieres servir (ver Jos 24, 15). ¿Quieres tú servir al Señor, Dios único y verdadero? ¿O quieres servir a los falsos dioses, a los ídolos del poder, del placer, del tener? Estos ídolos, aunque deslumbran, aunque seducen, aunque producen seguridades y gozos pasajeros, no harán sino dejarte cada vez mas vacío, más triste, más solo. ¡Producen la muerte del espíritu! ¡Llevan a perder la vida verdadera! Sólo el Señor llena nuestros vacíos mas profundos, sólo Él es capaz de saciar nuestra sed de infinito, nuestra hambre de amor y comunión, porque sólo Él tiene y da la vida eterna!

¡Tú eliges! ¿A quien quieres servir? ¿En quien quieres poner tu confianza? ¿Cuál es tu respuesta? ¿Serás de quienes deciden abandonar al Señor —o lo han abandonado ya en la práctica— por sus “duras palabras”, porque afirma que tienes que comer su carne y beber su sangre para tener vida eterna? ¿O serás de los que confían en el Señor y creen en sus palabras aún cuando no entiendas “cómo puede ser esto”? ¡Ante el don de la Eucaristía se nos exige también hoy una opción clara, sin medias tintas, sin componendas! O le creo al Señor y lo sigo, o no le creo y me aparto. ¡Tú eres libre, pero haz buen uso de tu libertad! Por ello, ten en cuenta que al apartarte de Él, te apartas de aquel único que tiene “palabras de vida eterna”, te apartas de aquel que el Padre ha enviado para reconciliarte y darte la vida, su misma vida, por toda la eternidad.

¿A quién iremos, Señor?

 
 

Las palabras de los políticos
están llenas de promesas vanas
y, aunque elocuentes
y con amplia acogida,
pasado el tiempo de campaña
se las lleva el viento de cada día,
pues son palabras ensayadas, vacías,
que ocultan ambiciones personales rastreras.
¡Tú sí tienes palabras de vida!

Las palabras de la publicidad
rara vez nos dicen la verdad;
pensadas para seducirnos
y llevarnos por los caminos del consumo
martillean nuestros sentidos
con astucia y persistencia;
son palabras capciosas y engañosas,
vestidas para triunfar en el campo de batalla.
¡Tú sí tienes palabras de vida!

Las palabras de los predicadores
-curas, obispos y clérigos de toda índole-
ya no sorprenden a nadie,
pues nos llegan domesticadas
con explicaciones e interpretaciones;
sus teológicas palabras sagradas
no liberan ni alegran nuestra vida;
más bien nos enredan y confunden.
¡Tú sí tienes palabras de vida!

Las palabras de los mcs
-prensa, radio, televisión, internet-
saturan cada día más
nuestro horizonte, tiempo y mente;
son tantas y tan diversas para satisfacer
curiosidad, morbo y polémica,
que en vez de informar nos desinforman
y no calman nuestra sed de verdad.
¡Tú sí tienes palabras de vida!

Hay quien usa la palabra
para halagar nuestros oídos,
para disfrazar sus intereses,
para mantenernos en la ignorancia,
para asentar su autoridad,
para descarnar la historia,
para camuflar mentiras,
para crear barreras y reservas…
Tú sí tienes palabras de vida!
Y nos interesas, Señor.

Florentino Ulibarri

Comentario al evangelio – Viernes XX de Tiempo Ordinario

La primera lectura nos hace recordar la hermosa historia de Rut y, en ella, se ofrece una manera concreta de vivir la propuesta del Evangelio sobre cuál es el mandamiento mayor. El autor de la historia de Rut nos presenta a una familia de emigrantes destrozada por el hambre y por la muerte. Tres mujeres viudas, una anciana y dos jóvenes, son capaces de reaccionar en positivo ante el sufrimiento que parece haberse instalado en sus vidas. Lejos de entregarse a lamentaciones por sus desgracias, intentan comprender la acción misteriosa de Dios, incluso en medio de su tragedia. Son mujeres audaces y llenas de valor. No se dejan vencer por la triste realidad que las rodea. La historia de la humanidad está llena de esta clase de mujeres. Sin salir del anonimato, supieron dar sentido a sus tragedias familiares y personales.

Noemí, ya de edad avanzada, tiene un gran respeto por la libertad. Aunque su nuera Rut es la única compañía que le queda, desea que busque su propio camino. Pero el amor de Rut por Noemí no tiene límites y toma una decisión digna de ser imitada: desea compartir la suerte de su suegra. Sus palabras nos llenan de emoción: desea compartir la vida y la muerte de Noemí, de su pueblo y de su Dios. El sí de Rut a Noemí hace que Rut entre con luz propia en la historia de salvación del Pueblo de Israel, en los designios salvíficos de Dios, a pesar de ser una extranjera. Rut es un hermoso modelo de lo que debería ser la amistad y el amor para todas las personas.

¿Qué podemos hoy aprender de este relato? En primer lugar, a descubrir la presencia de Dios en medio de nuestras tragedias. Y en segundo lugar, que la solidaridad con las personas frágiles y vulnerables es una valor que va más allá de los hechos concretos de la historia.

No hay duda de que la historia de Rut se repite en todos aquellos que se ven obligados a emigrar a otros países, a dejar su cultura, sea por causa del hambre o de la política, la religión o la guerra. Emigrar a otras regiones o países es un derecho de las personas, especialmente cuando los sistemas de muerte, impuestos por los poderosos, castigan a los pueblos a la miseria y la huida es la única alternativa. ¿Cómo tratamos a los extranjeros que están entre nosotros? ¿Reconocemos sus derechos y les ayudamos a conseguir una vida mejor? ¿Aceptamos sus valores?

Si miramos a nuestro alrededor, seguro que vemos a muchas “Noemí” abandonadas y necesitadas de ayuda. También veremos a muchas “Rut”, personas capaces de renunciar a sus proyectos personales y ponerse a cuidar y amar a los más frágiles. En cierta medida, todos compartimos la fragilidad de Noemí y el amor de Rut.

Ciudad Redonda

Meditación – Viernes XX de Tiempo Ordinario

Hoy es viernes XX de Tiempo Ordinario.

La lectura de hoy es del evangelio de Mateo (Mt 22, 34-40):

En aquel tiempo, cuando los fariseos se enteraron de que Jesús había tapado la boca a los saduceos, se reunieron en grupo, y uno de ellos le preguntó con ánimo de ponerle a prueba: «Maestro, ¿cuál es el mandamiento mayor de la Ley?». Él le dijo: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Éste es el mayor y el primer mandamiento. El segundo es semejante a éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos penden toda la Ley y los Profetas».

Hoy escuchamos de Cristo el mayor y primer motivo de nuestra existencia (un motivo que se transforma en «mandamiento» para cada hombre): adorar a Dios, en un amarle con todo nuestro ser (corazón, alma y mente). El amor siempre es incondicional (sin-condiciones), pero solamente Dios merece un amor incondicional «en absoluto»: nada debe anteponerse al servicio de Dios.

Tal «sometimiento» a Dios no es destructivo de la criatura, porque es algo tan amoroso como besarle («ad-orem»=a la boca). Es lo propio del amante; es nuestra vocación. La creación —inmensa y preciosa— está de tal manera configurada que invita a esta adoración. Es la fuerza que lo mueve y ordena todo desde dentro, en el ritmo de las estrellas y en nuestra vida. El ritmo de nuestra vida sólo vibra correctamente si está imbuido por esta fuerza.

—Señor-Dios, arrodillado, te confieso y te reconozco: el hombre nunca es tan hombre como cuando —de rodillas— se rinde ante ti y te reza.

REDACCIÓN evangeli.net

Liturgia – San Bernardo

SAN BERNARDO, abad y doctor de la Iglesia, memoria obligatoria

Misa de la memoria (blanco)

Misal: Antífonas y oraciones propias. Prefacio común o de la memoria.

Leccionario: Vol. III-impar

  • Rut 1, 1. 3-6. 14b-16. 22. Noemí volvió de la región de Moab junto con Rut y llegaron a Belén.
  • Sal 145. Alaba, alma mía, al Señor.
  • Mt 22, 34-40. Amarás al Señor tu Dios, y a tu prójimo como a ti mismo.

Antífona de entrada
El Señor colmó a san Bernardo de espíritu de inteligencia: él sirvió al pueblo de Dios con abundante doctrina.

Monición de entrada y acto penitencial
Hermanos, comencemos la celebración de la Eucaristía, en la que recordaremos la memoria de san Bernardo, abad, conscientes de que no siempre la luz de Jesucristo brilla en nuestra vida. Por eso ahora nos ponemos ante Él con toda nuestra debilidad, pero también con nuestra humilde confianza, pidiendo su perdón y su gracia.

Yo confieso…

Oración colecta
OH, Dios,
tu hiciste del abad san Bernardo,
inflamado por el celo de tu casa,
una lámpara ardiente y luminosa en tu Iglesia,
concédenos, por su intercesión,
participar de su ferviente espíritu
y caminar siempre como hijos de la luz.
Por nuestro Señor Jesucristo.

Oración de los fieles
Oremos, hermanos, por todos los hombres al Dios y Padre de misericordia, origen y fundamento de todo bien.

1.- Para que conceda a la Iglesia el don del Espíritu Santo. Roguemos al Señor.

2.- Para que nos conceda vocaciones sacerdotales. Roguemos al Señor.

3.- Para que conceda a todo el mundo la justicia y la paz. Roguemos al Señor.

4.- Para que libre al mundo entero del hambre, del paro y de la guerra. Roguemos al Señor.

5.- Para que Dios conserve y aumente nuestra vitalidad y el fervor, a ejemplo de san Bernardo, y aleje de nosotros toda tibieza y mediocridad. Roguemos al Señor.

Padre del cielo, escucha nuestra súplica y danos un corazón capaz de amarte a ti y de amar a los hermanos según el Espíritu de tu Hijo. Por Jesucristo nuestro Señor.

Oración sobre las ofrendas
TE ofrecemos, Señor,
este sacramento de unidad y paz
en la memoria del abad san Bernardo,
que, brillante por su palabra y por sus obras,
defendió con firmeza la concordia y el orden en tu Iglesia.
Por Jesucristo, nuestro Señor.

Antífona de comunión          Cf. Jn 15, 9
Como el Padre me ha amado, así os he amado yo, dice el Señor; permaneced en mi amor.

Oración después de la comunión
EL alimento que hemos recibido, Señor,
en la celebración de san Bernardo,
produzca en nosotros su fruto,
para que, instruidos por su doctrina
y confortados por su ejemplo,
nos dejemos arrebatar por el amor de tu Verbo encarnado.
Él, que vive y reina por los siglos de los siglos.