Amar la verdad

 

Cada uno vemos lo que podemos ver. Eso explica que personas que han podido ver un poco más lejos —o, sencillamente, desde “otro lugar”, como ejemplificó magistralmente la “alegoría de la caverna”, de Platón— hayan sido incomprendidas y, en los peores casos, perseguidas o incluso eliminadas.

A lo largo de la historia han existido visionarios de todo tipo: desde los falsarios más burdos hasta quienes han vivido en un nivel de consciencia expandido.

En cualquier caso, no parece sano aceptar lo que pueda decir una persona sin haberlo experimentado uno mismo. De hecho, el verdadero maestro no exige nunca sumisión, sino que indica pautas con las que cada cual pueda verificar la verdad de lo que dice. Por eso, su palabra es fuente de crecimiento y de liberación, de indagación y de autonomía.

En principio, es verdadera aquella palabra que favorece la vida. Y lo notamos porque nos abre el horizonte, nos hace sentir más vivos, manifiesta la unidad y potencia el amor.

Una palabra de ese tipo conecta fácilmente con lo mejor de nosotros mismos, porque resuena en nuestro interior como un “eco” de los más profundos anhelos y aspiraciones.

En todos nosotros hay “Algo” que sabe. Puede suceder que ese centro de sabiduría se halle cegado por distintos motivos o incluso que permanezca ignorado. Con todo, basta que la persona potencie en ella el amor por la verdad para que su capacidad de comprensión se expanda mucho más allá de lo que hubiera imaginado.

Amar la verdad implica vivir en actitud humilde de apertura, asumiendo el riesgo de quedar desnudos de nuestras posturas previas, de creencias antiguas y de las “verdades” con las que nos habíamos venido manejando.

Se trata de una travesía en ocasiones difícil y exigente, porque casi de manera instintiva nos negamos a ser desinstalados. Se requiere humildad y toma de distancia del ego que siempre pretende tener razón. Pero el “premio” habrá valido la pena: la verdad es portadora de luz, de vida, de paz y de amor. La verdad es nuestra “casa”.

¿Busco honesta y apasionadamente la verdad?

Enrique Martínez Lozano

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II Vísperas – Domingo XXI de Tiempo Ordinario

II VÍSPERAS

DOMINGO XXI TIEMPO ORDINARIO

INVOCACIÓN INICIAL

V/. Dios mío, ven en mi auxilio
R/. Señor, date prisa en socorrerme.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

HIMNO

Quédate con nosotros,
la noche está cayendo.

¿Cómo te encontraremos
al declinar el día,
si tu camino no es nuestro camino?
Detente con nosotros;
la mesa está servida,
caliente el pan y envejecido el vino.

¿Cómo sabremos que eres
un hombre entre los hombres,
si no compartes nuestra mesa humilde?
Repártenos tu cuerpo,
y el gozo irá alejando
la oscuridad que pesa sobre el hombre.

Vimos romper el día
sobre tu hermoso rostro,
y al sol abrirse paso por tu frente.
Que el viento de la noche
no apague el fuego vivo
que nos dejó tu paso en la mañana.

Arroja en nuestras manos,
tendidas en tu busca,
las ascuas encendidas del Espíritu;
y limpia, en lo más hondo
del corazón del hombre,
tu imagen empañada por la culpa.

SALMO 109: EL MESÍAS, REY Y SACERDOTE

Ant. Desde Sión extenderá el Señor el poder de tu cetro, y reinará eternamente. Aleluya.

Oráculo del Señor a mi Señor:
«Siéntate a mi derecha,
y haré de tus enemigos
estrado de tus pies.»
Desde Sión extenderá el Señor
el poder de tu cetro:
somete en la batalla a tus enemigos.

«Eres príncipe desde el día de tu nacimiento,
entre esplendores sagrados;
yo mismo te engendré, como rocío,
antes de la aurora.»

El Señor lo ha jurado y no se arrepiente:
«Tú eres sacerdote eterno,
según el rito de Melquisedec.»

El Señor a tu derecha, el día de su ira,
quebrantará a los reyes.
En su camino beberá del torrente,
por eso levantará la cabeza.

Señor, mis ojos están vueltos a ti,
en ti me refugio, no me dejes indefenso;
guárdame del lazo que me han tendido,
de la trampa de los malhechores.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Desde Sión extenderá el Señor el poder de tu cetro, y reinará eternamente. Aleluya.

SALMO 113A: ISRAEL LIBRADO DE EGIPTO: LAS MARAVILLAS DEL ÉXODO

Ant. En presencia del Señor se estremece la tierra. Aleluya.

Cuando Israel salió de Egipto,
los hijos de Jacob de un pueblo balbuciente,
Judá fue su santuario,
Israel fue su dominio.

El mar, al verlos, huyó,
el Jordán se echó atrás;
los montes saltaron como carneros;
las colinas, como corderos.

¿Qué te pasa, mar, que huyes,
y a ti, Jordán, que te echas atrás?
¿Y a vosotros, montes, que saltáis como carneros;
colinas, que saltáis como corderos?

En presencia del Señor se estremece la tierra,
en presencia del Dios de Jacob;
que transforma las peñas en estanques,
el pedernal en manantiales de agua.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. En presencia del Señor se estremece la tierra. Aleluya.

CÁNTICO del APOCALIPSIS: LAS BODAS DEL CORDERO

Ant. Reina el Señor, nuestro Dios, dueño de todo. Aleluya.

Aleluya.
La salvación y la gloria y el poder son de nuestro Dios,
porque sus juicios son verdaderos y justos.
Aleluya.

Aleluya.
Alabad al Señor, sus siervos todos,
los que le teméis, pequeños y grandes.
Aleluya.

Aleluya.
Porque reina el Señor, nuestro Dios, dueño de todo,
alegrémonos y gocemos y démosle gracias
Aleluya.

Aleluya.
Llegó la boda del Cordero,
Su esposa se ha embellecido.
Aleluya.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Reina el Señor, nuestro Dios, dueño de todo. Aleluya.

LECTURA: 2Co 1, 3-4

¡Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de misericordia y Dios de todo consuelo! Él nos alienta en nuestras luchas hasta el punto de poder nosotros alentar a los demás en cualquier lucha, repartiendo con ellos el ánimo que nosotros recibidos de Dios.

RESPONSORIO BREVE

R/ Bendito eres, Señor, en la bóveda del cielo.
V/ Bendito eres, Señor, en la bóveda del cielo.

R/ Digno de gloria y alabanza por los siglos.
V/ En la bóveda del cielo.

R/ Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
V/ Bendito eres, Señor, en la bóveda del cielo.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. Señor, ¿a quién vamos a ir? Tú tienes palabras de vida eterna; y nosotros hemos creído y sabemos que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios. Aleluya.

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Señor, ¿a quién vamos a ir? Tú tienes palabras de vida eterna; y nosotros hemos creído y sabemos que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios. Aleluya.

PRECES

Adoremos a Cristo, Señor nuestro y cabeza de la Iglesia, y digámosle confiadamente:

Venga a nosotros tu reino, Señor.

Señor, haz de tu Iglesia instrumento de concordia y de unidad entre los hombres
— y signo de salvación para todos los pueblos.

Protege, con tu brazo poderoso, al papa y a todos los obispos
— y concédeles trabajar en unidad, amor y paz.

A los cristianos concédenos vivir íntimamente unidos a ti, nuestra cabeza,
— y que demos testimonio en nuestras vidas de la llegada de tu reino.

Concede, Señor, al mundo el don de la paz
— y haz que en todos los pueblos reine la justicia y el bienestar.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

Otorga a los que han muerto una resurrección gloriosa
— y haz que gocemos un día, con ellos, de las felicidad eterna.

Terminemos nuestra oración con las palabras del Señor:
Padre nuestro…

ORACION

Oh Dios, que unes los corazones de tus fieles en un mismo deseo, inspira a tu pueblo el amor a tus preceptos y la esperanza en tus promesas, para que, en medio de las vicisitudes del mundo, nuestros corazones estén firmes en la verdadera alegría. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Amén.

CONCLUSIÓN

V/. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R/. Amén.

Palabras de vida eterna

¿A quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna (Jn 6,61-70)

“Este modo de hablar es inaceptable”

Lo pensamos hoy en multitud de ocasiones. La falta de respeto generalizada, el insulto y el exabrupto en ámbitos donde se supone que quienes representan a los ciudadanos abogan por la convivencia y la tolerancia; la falta de educación en aspectos básicos de la vida cotidiana, palabras hirientes, ofensivas, despojadas de todo resquicio de comprensión, paciencia o crítica constructiva.

– Las primeras palabras que nos enseñaron nuestros padres, abuelos, que escuchamos en el entorno familiar, ampliado luego en el ámbito escolar, de estudio y en las relaciones que se van tejiendo a la largo de nuestra vida. Palabras cargadas de respeto, de exigencia corresponsable; palabras que educan, enseñan y nos han ayudado a avanzar, palabras que han corregido nuestra ceguera, aceptadas, no siempre asumidas, palabras de desaprobación para alertar del peligro que acecha, palabras de agradecimiento, de consuelo, palabras de despedida, ahogadas en la garganta, hechas silencio ante las pérdidas de nuestros hermanos o el dolor de un mundo convulso.

-Palabra proclamada en la comunidad cristiana de referencia, comunicada en grupos de reflexión de vida, donde cada persona es compañera de camino, de vida, y refuerza mi identidad de ser hermanos/as unos de otros e hijos/as del mismo Abbá Dios. Palabras que me han enseñado a descubrir y vivir el Espíritu y la Vida que Jesús nos ofrece. Más allá de lo puramente biológico al hacer posible el “hágase” de Dios en mí. Palabra y silencio que van ahondando en mi núcleo, siempre insondable, buscando la Fuente que mana en abundancia y sale a la superficie cantarina y fecunda.

Creo en la Iglesia-comunidad de iguales que posibilita la formación, el conocimiento y la experiencia de ser cristianos en comunidad hoy. Y la enorme riqueza de dones que conlleva: apertura al otro/a, discernimiento personal y comunitario, predicación, oración y contemplación, autoridad compartida, sinodalidad, celebraciones de vida donde el cuerpo, la música, la danza, la poesía, la historia y la ciencia se entrelazan armoniosamente como el Creador soñó para todos en el origen de todo lo creado.

¿Es la parroquia actual, germen de la comunidad cristiana que educa en la fe, da testimonio y transmite a los jóvenes el proyecto ilusionante de Jesús? ¿Qué tipo de comunidad se está gestando en el horizonte de una Iglesia peregrina, en evolución?

“Desde entonces muchos discípulos se echaron atrás y no volvieron a ir con él”.

Saber asumir, como el joven rico (Mc 10,17-27), nuestras propias “trampas”, pereza, apatía, buscar seguridades donde no las hay, ostentar méritos para mostrar un buen CV; porque es más fácil cumplir la ley, los mandamientos y las normas, que arriesgarse a seguir al Espíritu por caminos inciertos.

También los cristianos le hemos abandonado, ¿o no? Somos hijos de nuestro tiempo. Los políticos, los medios de comunicación nos venden y lo condicionan todo a las audiencias, a los resultados cuantitativos, ¡es cuestión de números!, a maquillar la realidad. No se habla de lo que subyace detrás de los cantos de sirena, consignas y reclamos engañosos porque no interesa profundizar ni ser fieles a la verdad. ¿Pretendemos salir victoriosos sin haber intentado el empeño de buscar el entendimiento, pasar de la religión “mía” a una espiritualidad inclusiva e integradora, cultivar la espiritualidad en las conciencias, la generosidad de acción y caridad en los corazones? En definitiva, ¿cuánto tiempo dedicamos al Espíritu?

¿Dónde queda el seguimiento ante la radicalidad del mensaje de Jesús? He aquí toda la impotencia que, con frecuencia, sobrellevamos quienes, como Pablo, reconocemos que “no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero” (Rom 7,19). Ante este hecho evidente, expresamos hoy humildemente, como discípulos/as: ¿A quién vamos a acudir? ¿Con quién nos vamos a ir? Sólo tus enseñanzas nos dan Vida y nos hacen crecer.

Juan describe con claridad las condiciones de pertenencia a la comunidad de Jesús: darle nuestra adhesión, es decir, configurar nuestra vida desde él, y asumir su propuesta de amor, que no es otra que procurar el bien del ser humano a través de la entrega personal y, también, comunitaria. En otras palabras: ser pan y hacernos pan para los demás. Renunciar a toda ambición personal, a la indiferencia, a la autosuficiencia omnipresente que se enseñorea por doquier en los ámbitos de poder y toma de decisiones. “Que no sea así entre vosotros”, advierte Jesús a sus discípulos de todos los tiempos. La vida plena y definitiva que Jesús manifiesta en su vida, me lleva a hacer mía/nuestra esa Vida. ¡Eso creemos!

La celebración de la Eucaristía debe tener repercusión en nuestra vida real, cotidiana. Es como una espiral que nos impulsa y nos hace avanzar y, a la vez, dejarnos atraer por el fuego o la luz del Amor de Dios. Algo que no tiene marcha atrás, por torpes y necios que seamos. Saber transparentar el Espíritu de Jesús en nuestras relaciones, en nuestro trabajo, como esposos, parejas, miembros de una familia concreta, abiertos a las necesidades de los más vulnerables, atentos a los problemas que estamos provocando en nuestro planeta, practicando la solidaridad sin fronteras, sin renunciar a ser cauce de transformación, liberación y esperanza aquí y ahora.

Y todo ello, ¿somos capaces de verlo en los demás, en los que no son como yo?

¡Shalom!

Mª Luisa Paret

Estoy ante la alternativa: o la vida espiritual o el fácil hedonismo

Llegamos al final del c. 6 de Juan. Llega la hora del desenlace. La disyuntiva es clara: o acceder a la verdadera Vida, o permanecer enredados en la pura materialidad. Recordar lo que decíamos el primer día: no tomar ninguna decisión es mantener el camino fácil del hedonismo, en el que estamos. ¿Qué resultado tiene hoy la oferta de Jesús?

Este modo de hablar es inaceptable. Son inaceptables estas propuestas, para ellos y para nosotros, pues contradicen nuestras apetencias más íntimas. Quieren llevarnos más allá de lo razonable. Todo aquel que se deje guiar por el sentido común, se escandalizará. Lo que nos pide Jesús es salir del egoísmo y entregarse a los demás. Se trata de sustituir a Dios por el hombre. ¿Cómo podemos dejar de servir a Dios para dedicarnos a los demás? ¿No es el primer deber de todo ser humano dar “gloria” a Dios?

La incapacidad de comprender es consecuencia de entender desde la carne. No se trata de despreciar y machacar la carne. Entendido de esa manera maniquea, tampoco tiene ninguna salida el mensaje de Jesús. Se trata de descubrir que el verdadero sentido de la vida fisiológica y terrena, para un ser humano, el verdadero sentido de la carne está en la trascen­dencia; es decir desplegar las posibilidades más sublimes que el ser humano tiene por ser más que simple biología. La vida terrena no puede ser meta para el hombre.

El espíritu es el que da Vida, la carne no sirve para nada. Aquí, carne y espíritu no se refieren a dos realidades concretas y opuestas, sino a dos maneras de afrontar la existencia. Solo la actitud espiritual puede dar sentido a una vida humana. Vivir desde las exigencias de la carne cercena la meta del ser humano. En teoría no se entiende y en la práctica tampoco, ¿quién cree que la carne no vale para nada? ¿Por qué luchamos? ¿Cuál es nuestra mayor preocupación? ¿Cuánto tiempo dedicamos al cuerpo y cuánto al Espíritu?

Después de repetir por activa y por pasiva que había que comer su carne, ahora nos dice que la carne no vale para nada. Estas palabras nos obligan a hacer un esfuerzo para poder comprender el mensaje. No es ninguna contradicción. Se trata de descubrir que el valor de la “carne” le viene de estar informada por el espíritu. Con el espíritu, la carne lo es todo. Sin el espíritu, la carne no es nada. Queda claro el sentido que da Juan a la encarnación.

Las propuestas que os he hecho son Espíritu y son Vida. Las palabras no tienen valor por sí mismas, debemos descubrir en ellas el Espíritu. La referencia al Espíritu es clave para entender a Jesús. “Lo que nace de la carne es carne, lo que nace del espíritu es espíritu”. “Dios es espíritu, y hay que acercarse a Él en espíritu y en verdad”. Todo el capítulo viene diciendo que él es el pan… Ahora nos dice que son sus palabras las que dan la Vida. La única propuesta que llevará a plenitud al hombre es la de Jesús.

Desde entonces, muchos discípulos suyos se echaron atrás y no volvieron a ir con él. En este proceso de alejamiento entre Jesús y los que le siguen se da el último paso, el abandono. Hasta ahora los que le criticaban eran los judíos, ahora son los discípulos los que deciden abandonarle. Recordemos que todo el capítulo se ha planteado como un proceso de iniciación. Al final, hay que tomar una decisión.

¿También vosotros queréis marcharos? Jesús no busca la aprobación general. Tanto los políticos como los medios lo condicionan todo a la audiencia. Lo importante es vender. Jesús acepta el reto que su doctrina provoca. Está dispuesto a quedarse solo antes que ceder en la radicalidad de su mensaje. La pregunta manifiesta una profunda amargura. Pero también deja muy clara la convicción que tiene en lo que está proponiendo.

¿Con quién nos vamos a ir? Tus exigencias comunican Vida definitiva. Pedro da la única respuesta adecuada: “Nosotros creemos”. Los que escuchan a Jesús se sienten más seguros con el cumplimiento de la Ley. A la hora de comer eran cinco mil. Quedan doce. Pronto demostrarían que ellos tampoco lo entendieron hasta la experiencia pascual. Queda claro que el fundamento de la comunidad son los doce, y que Pedro es la cabeza.

También en los sinópticos, Jesús empieza siendo aclamado por la multitud, pero termina siendo abandonado por todos. Si hoy nos declaramos cristianos dos mil millones de personas se debe a que no se exige la radicalidad de su mensaje y seguimos en el engaño de lo que puede darnos, no en la conciencia de lo que nos exige. Si descubriéramos que la médula del mensaje de Jesús es que tenemos que dejarnos comer, ¿cuántos quedarían?

Juan intenta aclarar las condiciones de pertenencia a la comunidad de Jesús: La adhesión a Jesús y la asimilación de su propuesta de amor. Su ‘exigencia’ es una dedicación al bien del hombre a través de la entrega personal. El mesianismo triunfal queda definitivamente excluido. En contra de lo que se nos sigue diciendo, Jesús ni busca gloria humana o divina ni la promete a los que le sigan. Seguirlo significa renunciar a toda ambición personal.

Hoy seguimos ignorando la propuesta de Jesús. En su nombre seguimos ofreciendo unas seguridades derivadas del cumplimiento de unas normas. No se invita a los fieles a hacer una elección de la oferta de Jesús, porque no se les presenta dicha oferta. Hemos manipulado el evangelio para salirnos con la nuestra. No nos interesa el mensaje de Jesús, sino nuestros propios anhelos de salvación que no van más allá de la sola carne.

No es casualidad que en el evangelio se hable de Vida al tratar de expresar la realidad espiritual que descubrió Jesús más allá de la vida. El paralelismo nos puede llevar a comprender que no existe una VIDA separada de la materia; ni en el orden espiritual ni en el biológico la vida puede andar por ahí separada de la materia sensible. Dios es Vida, pero no significa que está en algún lugar del universo y desde allí nos hace partícipes de ella.

A la hora de definir la vida biológica, tenemos que recurrir a su manifestación. Nunca nos encontramos con la vida, sino con un ser vivo. Lo mismo en el orden espiritual, nunca nos encontraremos con el Espíritu pero sí un ser atravesado por el Espíritu. ¿Cómo lo sabremos? Solo a través de sus relaciones con los demás. Si es capaz de descentrarse y descubrir en los demás aquello que le identifica con ellos, tiene Vida espiritual.

Meditación

Jesús manifiesta, en su vida, esa Vida plena y definitiva.
La experiencia pascual llevó a los discípulos a hacer suya esa Vida.
No fue fácil superar el apego a las seguridades de su religión.
Nosotros, con una religión tan anclada en la Ley como la judía,
tenemos que arriesgarnos si no queremos caminar hacia la nada.

Fray Marcos

Comentario – Domingo XXI de Tiempo Ordinario

(Jn 6, 60-69)

Muchos de los que oyeron el discurso de Jesús sobre el Pan de Vida se escandalizaron, quedaron desconcertados: «¡Qué forma desagradable de hablar!» (6, 60). Es más, como no entendían lo que Jesús quería decir, no soportaban escuchar esas palabras extrañas, y no se les ocurría pensar que esas palabras podían significar algo nuevo, algo que ellos todavía ni habían imaginado; no se les ocurría pensar que Dios podía ir más allá de lo que ellos conocían y que era capaz de inventar algo desconcertante.

Jesús estaba diciendo que había que comerlo, y eso para los judíos era insoportable. Ellos sólo podían hablar de comer la carne de un enemigo o de alguien odiado (Sal 27, 2; Job 19, 22). Comer a Jesús era convertirlo en un objeto, humillarlo, y ellos lo querían poderoso y deslumbrante.

Pero para Jesús comerlo a él era unirse profundamente a su vida recibiéndolo en la boca, era hacerlo entrar en sus corazones en la apariencia de un pedazo de pan, pero que en realidad él ha tomado y lo ha convertido en su maravillosa presencia.

Pero también muchos de sus discípulos comprendieron mal sus palabras, se horrorizaron y abandonaron a Jesús (6, 66). Entonces, en una escena de intensa ternura, Jesús se dirige al pequeño puñado de apóstoles que todavía lo acompañaba: «¿También ustedes quieren irse?» Y aparece Pedro respondiendo con aparente seguridad: «¿Y dónde vamos a ir? Si en tus palabras hay vida eterna, y nosotros hemos creído en ti» (6, 68-69).

Sin embargo, Pedro no será fiel a esta confesión de fe y de amor, y terminará negando a Cristo. Esto nos muestra cómo las seguridades humanas, también las seguridades religiosas, son frágiles, y por sí solas nunca son estables. Tenemos que pedir cada día el don de la perseverancia.

Y así se acentúa también la soledad, el abandono, la desilusión que Jesús vivió en la cruz. Ni siquiera los más íntimos, salvo el discípulo amado, fueron fieles hasta el fin. Todos se fueron.

Oración:

«Señor, enséñame a descubrir que puede haber una verdad profunda en aquellas cosas que yo no alcanzo a entender, en tus palabras que a veces me desconciertan. Quiero confiar en tu luz Señor, también cuando mi fe se llena de tinieblas».

VÍCTOR M. FERNÁNDEZ
El Evangelio de cada día

Palabras del santo Padre al rezo del Ángelus

Antes del Ángelus

Queridos hermanos y hermanas, buenos días.

El Evangelio de la liturgia de hoy (Jn 6, 60-69) nos muestra la reacción de la multitud y de los discípulos al discurso de Jesús después del milagro de los panes. Jesús nos ha invitado a interpretar ese signo y a creer en Él, que es el verdadero pan bajado del cielo, el pan de vida; y ha revelado que el pan que Él dará es su carne y su sangre. Estas palabras suenan duras e incomprensibles a los oídos de la gente, tanto que, a partir de ese momento –dice el Evangelio–, muchos discípulos se vuelven atrás, es decir, dejan de seguir al Maestro (vv. 60.66).  Jesús preguntó entonces a los Doce: «¿También vosotros queréis marcharos?». (v. 67), y Pedro, en nombre de todo el grupo, confirma la decisión de estar con Él: «Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna y nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios» (Jn 6,68-69). Y es una hermosa confesión de fe.

Detengámonos brevemente en la actitud de quienes se retiran y deciden no seguir más a Jesús ¿De dónde surge esta incredulidad? ¿Cuál es el motivo de este rechazo?

Las palabras de Jesús suscitan un gran escándalo. Nos está diciendo que Dios ha elegido manifestarse y realizar la salvación en la debilidad de la carne humana. Es el misterio de la encarnación. La encarnación de Dios es lo que causa escándalo y lo que para esas personas, pero a menudo también para nosotros, representa un obstáculo. De hecho, Jesús afirma que el verdadero pan de salvación, el que transmite la vida eterna, es su propia carne; que para entrar en comunión con Dios, antes que observar las leyes o cumplir los preceptos religiosos, es necesario vivir una relación real y concreta con Él. Porque la salvación ha venido por Él, en su encarnación. Esto significa que no debemos buscar a Dios en sueños e imágenes de grandeza y poder, sino que debemos reconocerlo en la humanidad de Jesús y, por consiguiente, en la de los hermanos y hermanas que encontramos en el camino de la vida. Y cuando decimos esto, en el Credo, el día de Navidad, el día de la anunciación, nos arrodillamos para adorar este misterio de la encarnación. Dios se hizo carne y sangre: se rebajó a ser hombre como nosotros, se humilló hasta asumir nuestros sufrimientos y nuestro pecado, y, por tanto, nos pide que no lo busquemos fuera de la vida y de la historia, sino en la relación con Cristo y con los hermanos. Buscarlo en la vida, en la historia, en nuestra vida cotidiana. Y este, hermanos y hermanas, es el camino para el encuentro con Dios: la relación con Cristo y los hermanos.

Hoy también la revelación de Dios en la humanidad de Jesús puede causar escándalo y no es fácil de aceptar. Esto es lo que san Pablo llama la «necedad» del Evangelio frente a quienes buscan los milagros o la sabiduría mundana (cf. 1 Co 1, 18-25). Y este «escándalo» está bien representado por el sacramento de la Eucaristía: ¿qué sentido puede tener, a los ojos del mundo, arrodillarse ante un pedazo de pan? ¿Por qué debemos comer este pan con asiduidad? El mundo se escandaliza.

Ante el prodigioso gesto de Jesús que alimenta a miles de personas con cinco panes y dos peces, todos lo aclaman y quieren llevarlo en triunfo, hacerlo rey. Pero cuando Él mismo explica que ese gesto es signo de su sacrificio, es decir, del don de su vida, de su carne y de su sangre, y que quien quiera seguirlo debe asimilarlo a Él, debe asimilar su humanidad entregada por Dios y por los demás, entonces no gusta, este Jesús nos pone en crisis. Preocupémonos si no nos pone en crisis, ¡porque quizás hayamos aguado su mensaje! Y pidamos la gracia de dejarnos provocar y convertir por sus «palabras de vida eterna». Que María Santísima, que llevó en su carne al Hijo Jesús y se unió a su sacrificio, nos ayude a dar siempre testimonio de nuestra fe con la vida concreta.

Después del Ángelus

Queridos hermanos y hermanas:

Os saludo a todos vosotros, fieles de Roma y peregrinos de varios países. Muchos países están aquí, lo veo por las banderas…

Saludo en particular a los sacerdotes y seminaristas del Pontificio Colegio Norteamericano -están allí-; así como a las familias de Abbiategrasso y los motociclistas del Polesine.

También este domingo me alegra saludar a varios grupos de jóvenes: de Cornuda, Covolo di Piave y Nogaré en la diócesis de Treviso, de Rogoredo en Milán, de Dalmine, de Cagliari, de Pescantina cerca de Verona, y al grupo de scouts de Mantua. Queridos chicos y chicas, muchos de vosotros habéis vivido la experiencia de un largo camino juntos: que esto os ayude a caminar en la vida por el camino del Evangelio. Y también saludo a los muchachos de la Inmaculada Concepción.

Os deseo a todos un feliz domingo. Por favor, no os olvidéis de rezar por mí.

Lectio Divina – Domingo XXI de Tiempo Ordinario

«Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna»

INTRODUCCIÓN

“Señor, ¿a quién iremos? El cristiano tiene la experiencia de que nadie más puede responder a sus interrogantes más hondos. Si los amigos fallan, si las ideas son vacías y los programas políticos engañan a los incautos, sólo el Señor permanece. Tú tienes palabras de vida eterna. Las palabras humanas se las lleva el viento; incluso las palabras escritas son manipuladas y negadas. Se utilizan como arma o como anzuelo, como disfraz o como moneda que se devalúa y caduca. Sólo la palabra del Señor permanece para siempre.”  (José Ramón Flecha).

TEXTOS BÍBLICOS

1 ª Lectura: Jos. 24,1-2ª.15-17.18b.     2ª Lectura: Ef. 5, 21-32.

EVANGELIO

San Juan 6,60-69

En aquel tiempo, muchos discípulos de Jesús, al oírlo, dijeron: «Este modo de hablar es duro, ¿quién puede hacerle caso?» Adivinando Jesús que sus discípulos lo criticaban, les dijo: «¿Esto os hace vacilar?, ¿y si vierais al Hijo del hombre subir a donde estaba antes? El espíritu es quien da vida; la carne no sirve de nada. Las palabras que os he dicho son espíritu y vida. Y con todo, algunos de vosotros no creen.» Pues Jesús sabía desde el principio quiénes no creían y quién lo iba a entregar. Y dijo: «Por eso os he dicho que nadie puede venir a mí, si el Padre no se lo concede.» Desde entonces, muchos discípulos suyos se echaron atrás y no volvieron a ir con él. Entonces Jesús les dijo a los Doce: «¿También vosotros queréis marcharos?» Simón Pedro le contestó: «Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo consagrado por Dios.»

REFLEXIÓN

En la liturgia de hoy hay unas preguntas y unas respuestas. Y merece la pena que las tengamos en cuenta porque son muy interesantes: tanto para el pueblo de Israel (Josué), como para los seguidores de Jesús.

1.– Pregunta de Josué al pueblo y respuesta (1ª lectura).

Esta asamblea de Siquén es muy importante porque es lo último que hace Josué antes de morir. No le importa su muerte, pero sí la fe de su pueblo. Por eso pregunta: ¿A quién queréis servir? ¿A los dioses de los amorreos o al Dios de nuestros padres? El pueblo contestó: ¡Lejos de nosotros abandonar al Señor para servir a dioses extranjeros! Y el pueblo da sus razones: “El Señor nos sacó de la esclavitud de Egipto”. El pueblo alude a las maravillas que el Señor ha hecho a su pueblo. Hoy día más que nunca, necesitamos tener experiencias fuertes de Dios para no ser contagiados de increencia. Lamentablemente, los niños de ahora ya no pueden aludir “a la fe de sus padres”.

2.– Pregunta de Jesús al pueblo que le sigue y respuesta de éste: ¿Esto os hace vacilar?

Lo que les hace vacilar, lo que les escandaliza es lo que les ha dicho: “Tenéis que comer mi cuerpo y beber mi sangre”. Respuesta: Este modo de hablar es duro. ¿Quién le puede hacer caso? A Jesús no se puede llegar por razonamientos. Aquellos que quieren razonar la fe, aquellos que quieren tener todo claro, aquellos que quieren ir a Dios sólo por la ciencia y no por la experiencia, nunca se van a encontrar con el Señor. “Dios ha ocultado estas cosas a los sabios e inteligentes y se las has revelado a la gente sencilla” (Mt 11, 25). Lo importante de la fe es fiarse de Jesús, aunque no lo entendamos. Es lo que hizo su madre: no entendió a Jesús, pero se fio plenamente de Él. No intentó abrir el Misterio, sino que cargó toda la vida con él. Por eso es “la creyente”, la que nos lleva la delantera en el camino de la fe.

3.– Pregunta a los doce y respuesta de Pedro en nombre de ellos.

Muchos de los discípulos que seguían a Jesús se echaron atrás y no quisieron ir con Él. Ante esta realidad, Jesús no rectifica, no suaviza la doctrina, no trata de ganarlos rebajando las exigencias, sino que sigue adelante y mantiene intacto su mensaje. Las rebajas van bien para el Corte Inglés o los grandes almacenes, pero no para la doctrina de Jesús. Ahora Jesús se dirige a los doce, a los que han comido y bebido con Él, a los amigos más íntimos, a aquellos que el hecho de haber conocido a Jesús ha sido lo más grande, lo más bello, lo más bonito que ha ocurrido en sus vidas. A éstos les dice: ¿También vosotros queréis marchar? Y entonces Pedro, en nombre de los doce, dice:” Señor, ¿a quién iremos?”  Tú tienes palabras de vida eterna. Hay una bonita y elegante manera de decir a Jesús que sí; es ya no poder decirle que no. Son demasiados los encuentros, las experiencias, los detalles, que han acumulado de Jesús en sus corazones que ya es imposible arrancarse de esa persona. Ojalá, Jesús, estuviera tan metido en nuestras vidas que ya no nos fuera posible separarnos de Él.

PREGUNTAS

1.– Me pregunto sinceramente: Y yo ¿a qué Dios estoy sirviendo? ¿Al Dios revelado por Jesús o a otros dioses?

2.- ¿Tengo dudas de fe? En caso positivo, ¿Cómo trato de resolverlas? ¿Leyendo libros religiosos o rezando, fiándome de Dios?

3.- ¿Me siento tan estrechamente vinculado a Jesús que ya no puedo decirle que no?

Este evangelio, en verso, suena así:

Te presentaste en el mundo,
Señor, como “PAN DE VIDA”,
como “Enviado del Padre”
que ofrece otra alternativa.
Ante tu nuevo Mensaje
no caben las “medias tintas”
Hay que optar por tu persona
o dejar tu compañía.
Bastantes de tus discípulos
te abandonan, se retiran.
Piensan que es inaceptable
y muy dura tu doctrina
Solo si el Padre del cielo
con la “Fe” nos gratifica,
haremos, Señor, por Ti,
una opción definitiva.
En Pedro, Señor, tenemos
un modelo de fe viva:
Te reconoce por Santo,
por verdadero Mesías.
Este Evangelio, Señor,
es nuestra “fotografía”.
Nos falta fe e intentamos
emprender tristes tu huida.
“¿A quien iremos?, Señor”
Tú eres nuestro faro y guía.
Siempre estaremos contigo,
Sin soltar tu mano amiga.

(Estos versos los compuso José Javier Pérez Benedí)

Abandono, seguimiento y traición

Si el domingo pasado no hubiera coincidido con la fiesta de la Asunción, habríamos terminado de leer el debate de Jesús sobre el pan de vida. Lo curioso, y extraño, es que el evangelista no cuenta la reacción final del auditorio. Anteriormente, en dos ocasiones, ha interrumpido a Jesús mostrando su desacuerdo. Ahora no dice nada, como si no mereciera la pena seguir discutiendo. Sin embargo, se cuenta la reacción de los discípulos, con dos posturas muy distintas (unos lo abandonan, otros lo siguen) y el aviso de la traición de uno de ellos.

Abandono

Es un momento de crisis muy fuerte. Hasta ahora, los discípulos no han tenido ningún problema, aunque debemos reconocer que las noticias del cuarto evangelio sobre ellos son escasas hasta este momento. Ha contado la vocación de los cinco primeros (Juan, Andrés, Pedro, Felipe, Natanael), pero no la de los otros muchos que se fueron agregando, ni siquiera la elección del grupo de los Doce. Las referencias de pasada son positivas. En las bodas de Caná se dice que «creyeron en él» (Jn 2,11). Cuando purifica el templo, se acordaron de lo que dice un salmo («El celo por tu casa me devora») y justifican su actitud violenta (Jn 2,17). No lo conocen todavía muy a fondo, porque cuando les dice: «Yo tengo un alimento que vosotros no conocéis», lo único que se les ocurre pensar es que alguien le ha traído de comer (Jn 4,32-33). En el importante episodio de la curación del enfermo de la piscina, con el largo discurso posterior de Jesús, el evangelista ni siquiera los menciona (Jn 5).

Tras este extraño silencio, en la multiplicación de los panes y los peces y el debate en la sinagoga de Cafarnaúm, los discípulos adquieren gran protagonismo. Pero divididos en dos grupos: la mayoría y los Doce.

La mayoría abandona a Jesús. ¿Por qué? Ellos lo justifican diciendo que «este discurso» (o` lo,goj ou-toj) es duro, intolerable, inadmisible. No se refieren solo a la idea de comer su carne y beber su sangre; se refieren a todo lo que ha dicho Jesús sobre sí mismo: que es el enviado de Dios, que ha bajado del cielo, que resucitará el último día a quien crea en él, que él es el verdadero pan de vida. En el fondo, comer el cuerpo y beber la sangre de Jesús equivalen a «tragárselo», a aceptarlo tal como él dice que es. Y eso, la mayoría de los discípulos, no está dispuesto a admitirlo. Lo han visto hacer milagros, pero eso no les extraña. También en el Antiguo Testamento se habla de personajes milagrosos. Sin embargo, ninguno de ellos, ni siquiera Moisés, dijo haber bajado del cielo y ser capaz de resucitar a alguien. Si Jesús hubiera aceptado ser rey, como ellos habían pretendido poco antes, si se hubiera limitado a hablar de esta tierra y de esta vida, no se habrían escandalizado y lo seguirían. Ellos quieren un Jesús humano, no un Jesús divino.

En su respuesta, Jesús empieza echando leña al fuego: si se escandalizan de lo que ha dicho, podría darles más motivos de escándalo. Su problema es que enfocan todo desde un punto de vista humano, carnal; y para creer en él hay que dejarse guiar por el espíritu. Pero esto solo lo consigue aquel a quien el Padre se lo concede. Estas palabras de Jesús resultan desconcertantes: por una parte, cargan la culpa sobre los discípulos que se sitúan ante él con una mirada puramente humana; por otra, responsabiliza a Dios Padre, ya que solo él puede conceder el acceso a Jesús («nadie puede venir a mí si el Padre no se lo concede»).

Quizá el evangelista está pensando en los cristianos que han abandonado la comunidad a causa de las persecuciones o por cualquier otro motivo. ¿Qué les ha pasado a esas personas? ¿Es solo culpa suya? ¿Hay un aspecto misterioso, en el que parte de la culpa parece recaer sobre Dios? Pensando en la gente que conocemos y cómo han evolucionado en su vida de fe, estas preguntas siguen siendo de enorme actualidad.

Seguimiento

El momento más dramático se cuenta con enorme concisión. Tras el abandono de muchos solo quedan los Doce. La pregunta de Jesús («¿También vosotros queréis marcharos»), sugiere cosas muy distintas: desilusión, esperanza, sensación de fracaso… La respuesta inmediata de Pedro, como portavoz de los Doce, recuerda a su confesión en Cesarea de Filipo, según la cuentan los Sinópticos: «Tú eres el Mesías».

Pero hay unas diferencias interesantes. Pedro no comienza confesando, sino preguntándole: «Señor, ¿a quién iremos?» Abandonar a Jesús y volver a sus trabajos es algo que no se les pasa por la cabeza. Necesitan un maestro, alguien que los guíe. ¿Dónde van a encontrar uno mejor que él? ¿Uno cuya palabra te hace sentirte vivo? Lo primero que hace Pedro es reconocer que necesitan a Jesús, no pueden vivir sin él. Luego sigue la confesión de fe. Pero no dice que Jesús sea el Mesías, sino «el Santo de Dios». No queda claro que quiere decir Pedro con este título, que solo aparece una vez en el Antiguo Testamento, aplicado al sumo sacerdote Aarón (Sal 106,16). En el Nuevo Testamento, Mc y Lc lo ponen en boca del endemoniado de la sinagoga de Cafarnaúm, que lo aplica a Jesús (Mc 1,24 = Lc 4,34; Mt omite este pasaje). Sin duda, Pedro confiesa que Jesús está en una relación especial con Dios, sin meterse a discutir si ha bajado del cielo.

Traición

En el texto litúrgico, este tema solo aparece de pasada: Jesús sabía «quien lo iba a entregar». Si no hubiesen mutilado el evangelio, quedaría mucho más claro. Porque, inmediatamente después de la intervención de Pedro, Jesús añade: «“¿No os he elegido yo a los Doce? Pero uno de vosotros es un diablo.” Lo decía por Judas Iscariote, uno de los Doce, que lo iba a entregar.»

Con ello surge una nueva pregunta y un nuevo misterio: ¿por qué Judas no abandona a Jesús en este momento, cuando tantos otros lo han hecho? ¿Por qué Jesús, si lo sabe, lo mantiene en el grupo? ¿Cómo puede llegar alguien a desilusionarse de Jesús hasta el punto de traicionarlo?

El compromiso de los israelitas con Dios (Josué 24,1-2.15-18)

La decisión de Pedro y los otros de seguir con Jesús recuerda a la de los antiguos israelitas de mantenerse fieles a Yahvé, Dios de Israel. Estamos en el capítulo final del libro de Josué. Los israelitas, bajo sus órdenes, han conquistado todo el territorio que Dios les había prometido. En ese momento, Josué reúne a todas las tribus en Siquén, les recuerda los beneficios pasados de Dios y les ofrece la alternativa de servir o no servir a Yahvé. Es un diálogo espléndido, dramático, en el que Josué, contra lo que cabría esperar, se esfuerza por convencer al pueblo de que no sirva a Yahvé: es un dios celoso, y no los perdonará si lo traicionan. Sin embargo, los israelitas porfían en que quieren servirlo, y todo termina con la alianza entre el pueblo y Dios.

La selección litúrgica ha mutilado la intervención de Josué, el diálogo con el pueblo, y el final. De 28 versículos, solo se han salvado 6.

Si el texto se hubiera leído completo, ofrecería una relación más clara con el evangelio. Tanto Josué como Jesús hablan de manera clara y dura, como queriendo desanimar a sus seguidores. La gran diferencia radica en la diversa reacción de los oyentes. El texto de Josué ofrece un final feliz, ajeno por completo a la realidad: de hecho, los israelitas siguieron sirviendo a otros dioses y abandonando a Yahvé. El evangelio traza un cuadro más realista, incluso pesimista: muchos discípulos abandonan a Jesús; solo quedan doce, y uno de ellos será un traidor.

José Luis Sicre

Siquem

1.- Uno de los rincones más impresionantes que existen en Tierra Santa, mis queridos jóvenes lectores, es el lugar santo de Siquem. Está situado a poco más de un kilómetro de la actual ciudad de Nablus, de la que tanto hablan los noticiarios, por las disputas trágicas entre ejércitos rivales, que en esta población ocurren. Siquem es el primer santuario de la nueva etapa de la humanidad, cuando se inicia con Abraham la historia de la salvación. Jesús, que sepamos, por lo menos pasó muy cerca, ya que el pozo del encuentro con la mujer samaritana, está muy próximo. Pero ni de Abraham, ni de Jesús, en este momento, toca hablar. Josué, el sucesor de Moisés, es el protagonista, Se trataba de una asamblea popular, de un parlamento de las tribus del naciente Israel. Solemnemente el jefe pregunta al pueblo qué actitud religiosa quiere escoger. Y lo curioso del caso es que no se deciden por demostraciones científicas ni filosóficas, para la elección. Yahvé será su señor, dicen, a causa de que les ha protegido y conducido desde la esclavitud de Egipto, pasando por el desierto, hasta la libertad de aquella tierra rica que mana leche y miel, es decir, en la que no pasarán hambre. La experiencia de Dios es el definitivo y supremo motivo de nuestra Fe. Dios actúa ocultamente y respetando la libertad de sus hijos, pero el hombre es capaz de descubrirlo y reconocerlo.

Para que fuera recuerdo y exigencia, Josué hinco una gran piedra en el lugar. Hoy no está, se ha perdido, pero no importa, ante el Padre Eterno tenemos clavada una gran roca, es la del Calvario, que es acicate y exigencia, para nuestro comportamiento.

2.- Jesús había hablado de que su cuerpo sería alimento y su sangre bebida para los humanos. A los oídos de aquella gente, y a los nuestros si no supiéramos nada más, sus palabras sonarían a canibalismo. Ahora bien, sin entender cómo, sabemos que cuando comulgamos recibimos toda la riqueza espiritual de la que tenemos necesidad y por ende, recordando sus palabras en las que confiamos y reconociendo los efectos que nos produce la recepción de la pequeña Hostia, deducimos convencidos, que sí, que es el Cuerpo y la Sangre del Señor, aunque no lo parezca .

Pero, para más recochineo, Jesús añade que lo importante es el Espíritu, que es quien da la vida, no la carne. Hoy diría: no el dinero, no la salud, no la juerga, ni siquiera la tan cacareada familia, que se aprecia por las ventajas que comporta y nada más. Y para colmo de desfachatez, continúa diciéndoles que sólo a los que llama Dios, aquellos que reciben su invitación gratuita, solo ellos se les dará capacidad para entender esto que está diciéndoles. Vamos, que nada de ganarse un puesto, de tener currículo, de sacar buenas notas y cargarse de diplomas académicos.

3.- Un tal discurso es difícil de aceptar y la gente decide irse. Jesús lo nota y no se desanima. Pregunta a los suyos, que nota están vacilando. Pedro responde en nombre de los demás con palabras que servirán para todo cristiano ¿cómo vamos a dejarte, si Tú sólo eres capaz de dar sentido a nuestras vidas?

Mis queridos jóvenes lectores, no busquéis demasiadas razones, no discutáis, no os devanéis los sesos leyendo bibliotecas enteras. Si buscáis sentido a vuestra vida y no lo encontráis. Si os levantáis por la mañana, un día que no tenéis obligaciones de clase o de trabajo, y no sabéis en qué ocupar la jornada. Si pensáis en vuestra vida futura y no sois capaces de tener proyectos que os ilusionen. Pues entonces esta situación es la más propicia para que toméis el evangelio e imaginando que vivís hace 2000 años y que os han enviado de lejanas tierras la historia de Jesús, os preguntéis si lo que dice puede proporcionaros un proyecto de felicidad. Así empezará una nueva vida, vida de aventura, de ilusiones, vida feliz.

Pedrojosé Ynaraja

¿También vosotros queréis marcharos?

Una de las pocas cosas positivas que ha traído la pandemia ha sido recordarnos algo que muchos habían olvidado o ni siquiera se habían detenido a pensar en ello: que todo en este mundo, incluidos los seres humanos, somos caducos. Más aún: además de caducos, somos muy frágiles, tanto las personas como las estructuras que hacen posible nuestra vida, que nos parecían muy sólidas y permanentes pero que se han ido derrumbando como fichas de dominó. Y esto nos afecta profundamente, porque nos hemos dado cuenta de que en realidad no hay nada estable, que no hay ningún lugar donde podernos sentir seguros y a salvo. Intentamos superar este sentimiento de inseguridad y angustia con distracciones, consumismo, actividades variadas… pero el sentimiento nunca desaparece del todo, al contrario, lo volvemos a sentir incluso agudizado.

La falta de reflexión y formación de la mayoría de la población hace que se olvide un aspecto constitutivo del ser humano: que es un ser finito con sed de infinito. “Un ser que afirma la vida y anhela ser feliz y, sin embargo, se siente desgraciado ante el dolor que sufre en este mundo. El ser humano, a diferencia de los animales, posee un impulso vital que lo convierten en un ser social, técnico y creador, un ser esperanzado” (Itinerario de Formación Cristiana para Adultos “Ser cristianos en el corazón del mundo”, T. 3)

Pero ese impulso vital a menudo se ve truncado por diferentes circunstancias y se llega a creer que no merece la pena buscar cómo saciar la sed de infinito, que no hay que calentarse la cabeza sino limitarnos al “carpe diem”. Pero esta opción no elimina el sentimiento de inseguridad.

Esa inseguridad también ha afectado a la dimensión de la fe. Muchas personas recurrieron a rezos y devociones esperando que Dios no tardaría en hacer el milagro pedido pero, ante la duración de la pandemia y las trágicas consecuencias y sufrimientos que sigue acarreando, han sentido que su oración “no sirve para nada”, que Dios no les hace caso o que no existe y, como hemos escuchado en el Evangelio, muchos discípulos se echaron atrás y no volvieron a ir con Él.

Pero lo positivo de la pandemia es que puede ser, si queremos, una oportunidad para plantearnos nuestra vida y nuestra fe: qué hemos estado haciendo hasta ahora, cómo nos ha afectado la pandemia, y qué vamos a hacer a partir de ahora. Es como si Jesús nos planteara ahora, en este momento de nuestra vida, la misma pregunta que hizo a los Doce: ¿También vosotros queréis marcharos?

La pregunta de Jesús nos cuestiona como creyentes: ¿En qué hemos estado apoyando nuestra vida, a qué hemos dado prioridad en tiempo y esfuerzo, en qué hemos depositado nuestra confianza? Y quizá, al reflexionar, nos demos cuenta de lo que escribió Benedicto XVI en “Dios es Amor” 20: “El ser humano es un buscador insaciable de la paz y de la felicidad. Ninguna adquisición de bienes materiales, ninguna situación vital, por satisfactoria que parezca, consigue detener esa búsqueda. Somos peregrinos hacia un destino de plenitud que no encontramos nunca del todo en el mundo”. Y quizá por eso sentimos inseguridad.

Y surge otra cuestión: ¿Quién es Dios para mí? ¿Cómo es mi fe en Dios? ¿Consiste en un conjunto de conocimientos y normas, aprendidas en la infancia, o procuro formar mi fe para tenerla actualizada? ¿Mi relación con Dios es de tipo “comercial”, es decir, “le doy (mis oraciones, misas, limosnas…) para que me dé (favores, seguridad, protección…)? ¿O es una relación de amor “tratando de amistad muchas veces a solas con Aquél que sabemos nos ama” (Sta. Teresa de Jesús, Vida 8, 5)? ¿Cómo reacciono cuando siento que “no atiende mis peticiones”?

La pandemia y sus consecuencias, y el sentimiento de inseguridad y angustia, nos ha situado en una encrucijada que pide de nosotros una opción vital: ¿También vosotros queréis marcharos? Por una parte experimentamos que nos resulta difícil mantener la fe en Dios; pero, por otra parte, “un mundo sin Dios es absurdo. Es verdad que un Dios creador del mundo y un mundo en el cual existe el dolor y el mal es un misterio. Pero Jesús cargó y padeció el mal y el dolor de este mundo y por eso, en la Cruz de Cristo, Dios se revela como un Misterio de Amor. Y nosotros tenemos que elegir entre el Misterio o el absurdo”. Ojalá que nuestra respuesta sea la misma de Pedro: Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna. Y elijamos el Misterio de Jesús, que nos acompaña en nuestro caminar, que lleva la Cruz con nosotros y que nos ofrece la única esperanza fiable, la salvación verdadera, la vida eterna, porque, como escribió San Agustín: “Nos hiciste, Señor, para Ti, y nuestro corazón está inquieto, hasta que descanse en Ti”. (Confesiones 1, 1).