Vísperas – Lunes XXI de Tiempo Ordinario

VÍSPERAS

LUNES XXI TIEMPO ORDINARIO

INVOCACIÓN INICIAL

V/. Dios mío, ven en mi auxilio
R/. Señor, date prisa en socorrerme.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

HIMNO

Hora de la tarde,
fin de las labores.
Amo de las viñas,
paga los trabajos de tus viñadores.

Al romper el día,
nos apalabraste.
Cuidamos tu viña
del alba a la tarde.
Ahora que nos pagas,
nos lo das de balde,
que a jornal de gloria
no hay trabajo grande.

Das al vespertino
lo que al mañanero.
Son tuyas las horas
y tuyo el viñedo.
A lo que sembramos
dale crecimiento.
Tú que eres la viña,
cuida los sarmientos

SALMO 10: EL SEÑOR, ESPERANZA DEL JUSTO

Ant. El Señor se complace en el pobre.

Al Señor me acojo, ¿por qué me decís:
«Escapa como un pájaro al monte,
porque los malvados tensan el arco,
ajustan las saetas a la cuerda,
para disparar en la sombra contra los buenos?
Cuando fallan los cimientos,
¿qué podrá hacer el justo?

Pero el Señor está en su templo santo,
el Señor tiene su trono en el cielo;
sus ojos están observando,
sus pupilas examinan a los hombres.

El Señor examina a inocentes y culpables,
y al que ama la violencia él lo odia.
Hará llover sobre los malvados ascuas y azufre,
les tocará en suerte un viento huracanado.

Porque el Señor es justo y ama la justicia:
los buenos verán su rostro.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. El Señor se complace en el pobre.

SALMO 14: ¿QUIÉN ES JUSTO ANTE EL SEÑOR?

Ant. Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.

Señor, ¿quién puede hospedarse en tu tienda
y habitar en tu monte santo?

El que procede honradamente
y practica la justicia,
el que tiene intenciones leales
y no calumnia con su lengua,

el que no hace mal a su prójimo
ni difama al vecino,
el que considera despreciable al impío
y honra a los que temen al Señor,

el que no retracta lo que juró
aun en daño propio,
el que no presta dinero a usura
ni acepta soborno contra el inocente.

El que así obra nunca fallará.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.

CÁNTICO de EFESIOS: EL DIOS SALVADOR

Ant. Dios nos ha destinado en la persona de Cristo a ser sus hijos.

Bendito sea Dios,
Padre de nuestro Señor Jesucristo,
que nos ha bendecido en la persona de Cristo
con toda clase de bienes espirituales y celestiales.

Él nos eligió en la persona de Cristo,
antes de crear el mundo,
para que fuésemos santos
e irreprochables ante Él por el amor.

Él nos ha destinado en la persona de Cristo
por pura iniciativa suya,
a ser sus hijos,
para que la gloria de su gracia,
que tan generosamente nos ha concedido
en su querido Hijo,
redunde en alabanza suya.

Por este Hijo, por su sangre,
hemos recibido la redención,
el perdón de los pecados.
El tesoro de su gracia, sabiduría y prudencia
ha sido un derroche para con nosotros,
dándonos a conocer el misterio de su voluntad.

Este es el plan
que había proyectado realizar por Cristo
cuando llegase el momento culminante:
recapitular en Cristo todas las cosas
del cielo y de la tierra.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Dios nos ha destinado en la persona de Cristo a ser sus hijos.

LECTURA: Col 1, 9b-11

Conseguid un conocimiento perfecto de la voluntad de Dios, con toda sabiduría e inteligencia espiritual. De esta manera, vuestra conducta será digna del Señor, agradándole en todo; fructificaréis en toda clase de obras buenas y aumentará vuestro conocimiento de Dios. El poder de su gloria os dará fuerza para soportar todo con paciencia y magnanimidad, con alegría.

RESPONSORIO BREVE

R/ Sáname, Señor, porque he pecado contra ti.
V/ Sáname, Señor, porque he pecado contra ti.

R/ Yo dije: Señor, ten misericordia.
V/ Porque he pecado contra ti.

R/ Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
V/ Sáname, Señor, porque he pecado contra ti.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. Proclama mi alma la grandeza del Señor, porque Dios ha mirado mi humillación.
Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Proclama mi alma la grandeza del Señor, porque Dios ha mirado mi humillación.

PRECES

Demos gracias a Dios, nuestro Padre, que, recordando siempre su santa alianza, no cesa de bendecirnos, y digámosle con ánimo confiado:

Trata con bondad a tu pueblo, Señor

Salva a tu pueblo, Señor,
— y bendice tu heredad.

Congrega en la unidad a todos los cristianos,
— para que el mundo crea en Cristo, tu enviado.

Derrama tu gracia sobre nuestros familiares y amigos:
— que difundan en todas partes la fragancia de Cristo.

Muestra tu amor a los agonizantes:
— que puedan contemplar tu salvación.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

Ten piedad de los que han muerto
— y acógelos en el descanso de Cristo.

Terminemos nuestra oración con las palabras que nos enseñó el Señor:
Padre nuestro…

ORACION

Nuestro humilde servicio, Señor, proclame tu grandeza, y, ya que por nuestra salvación te dignaste mirar la humillación de la Virgen María, te rogamos nos enaltezcas llevándonos a la plenitud de la salvación. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Amén.

CONCLUSIÓN

V/. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R/. Amén.

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Lectio Divina – Lunes XXI de Tiempo Ordinario

1.- Oración introductoria

Señor, hoy te quiero pedir por la limpieza y transparencia de la Iglesia. Jesús, tú no toleras algunos comportamientos de los fariseos que hacen daño al rebaño de las comunidades cristianas. Jesús, tú no toleras la arrogancia, la hipocresía, la intolerancia. Jesús tú quieres comunidades vivas que sirvan de espejos donde se transparente la comunidad de la Trinidad. 

2.- Lectura reposada del evangelio Mateo 23, 13-22

En aquellos días, dijo Jesús: «¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que cerráis a los hombres el Reino de los Cielos! Vosotros ciertamente no entráis; y a los que están entrando no les dejáis entrar. «¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que recorréis mar y tierra para hacer un prosélito, y, cuando llega a serlo, le hacéis hijo de condenación el doble que vosotros! «¡Ay de vosotros, guías ciegos, que decís: «Si uno jura por el Santuario, eso no es nada; mas si jura por el oro del Santuario, queda obligado!» ¡Insensatos y ciegos! ¿Qué es más importante, el oro, o el Santuario que hace sagrado el oro? Y también: «Si uno jura por el altar, eso no es nada; mas si jura por la ofrenda que está sobre él, queda obligado.» ¡Ciegos! ¿Qué es más importante, la ofrenda, o el altar que hace sagrada la ofrenda? Quien jura, pues, por el altar, jura por él y por todo lo que está sobre él. Quien jura por el Santuario, jura por él y por Aquel que lo habita. Y quien jura por el cielo, jura por el trono de Dios y por Aquel que está sentado en él.

 3.- Qué dice el texto.

Meditación-reflexión

Aquí lo más importante que recrimina Jesús a los jefes del pueblo no es tanto el que ellos no quieran entrar en el nuevo camino traído por Él,  sino el que  “cierren la puerta para que otros  entren”. Y esto es muy actual en nuestros días. El Papa Francisco nos está invitando todos los días a “entrar por el camino del Evangelio”. Todos los días nos pone en contacto con la frescura del evangelio, con la verdad del evangelio, con la belleza del evangelio. Y algunos se empeñan en ponerle zancadillas a esta hermosa renovación que está llevando en la Iglesia. Otro tanto sucede con el tema de la ceguera. No es lo más grave que esos jefes fariseos sean ciegos; lo grave es que se conviertan en “guías del pueblo”. La ceguera consiste fundamentalmente en que no saben distinguir entre lo “esencial y lo accidental”.   Dan más importancia al “oro del templo” que al mismo Templo. Y más importancia a la ofrenda que hay en el altar que al propio altar. También en nuestra Iglesia Católica tenemos que entonar un “mea culpa” por haber tolerado, a veces, tanta “mercancía” en los lugares sagrados.  Y lo que es peor: hay jefes dentro de la Iglesia que dan más importancia a una moral tradicional que al misterio de un Dios-Amor que se deshace en ternura, compasión y misericordia con todos sus hijos. 

Palabra del Papa.

¡Qué corrección la que les has dado a los fariseos y escribas de tu tiempo, el Señor! Pero cuánto amor se descubre detrás de estas correcciones que buscaban la conversión. La corrección me demuestra que una persona de verdad se interesa por mí. No le es indiferente si estoy o no en el mal camino, si estoy malogrando mi existencia, si estoy haciendo las cosas de la manera incorrecta. Esto es lo que me demuestras hoy. Tú eres un Dios que se interesa por mi bien. Tú siempre buscas lo mejor para mí aunque a veces me cueste descubrirlo y aceptarlo. No eres el prohibidor absoluto, eres el consejero perfecto… «La corrección es un estímulo cuando también se valoran y se reconocen los esfuerzos y cuando el hijo descubre que sus padres mantienen viva una paciente confianza. Un niño corregido con amor se siente tenido en cuenta, percibe que es alguien, advierte que sus padres reconocen sus posibilidades.» (S.S. Francisco, Exhortación apostólica Amoris Laetitia, n. 269).

4.- Qué me dice hoy a mí este texto ya meditado. (Silencio)

5.- Propósito: Vivir todo el día “en verdad”. No aceptar ni un átomo de hipocresía dentro de mí.

6.- Dios me ha hablado hoy a mí a través de su Palabra. Y ahora yo le respondo con mi oración.

Señor, Tú estuviste muy pendiente que en las primeras comunidades cristianas, no se filtraran doctrinas falsas, que pusieran en peligro la verdad del evangelio. El agua, en la medida que se aparta del manantial es más turbia. Que yo beba siempre agua de manantial y no de pozo; agua limpia y saltarina y no agua estancada.

Estos mandatos son vuestra sabiduría

Ser cristiano es cuestión de sabiduría

Si hoy se nos concediese a cada uno un deseo, la lista de peticiones sería importante y la mayoría irían dirigidos al bienestar, a mejorar la propia vida. No estaría entre los primeros puestos la petición que el joven rey Salomón hizo al Señor: “dame sabiduría y entendimiento”. Sin embargo, toda nuestra vida es un aprendizaje para crecer en sabiduría, pues es la que nos ayuda a afrontar las situaciones, encuentros, retos… que se nos presentan cada día.

La Palabra de Dios es nuestra sabiduría

La primera lectura, del libro del Deuteronomio, nos dice que la ley del Señor, su Palabra, es nuestra sabiduría e inteligencia. Muchos no están de acuerdo con esta afirmación, pues entienden que su ley es una imposición que nos quita libertad, que no nos deja ser y actuar como queremos.

Se olvidan que la relación de alianza entre Dios y su pueblo es una relación de amor en la que quien da el primer paso siempre es Él. La historia, tanto del antiguo pueblo de Israel, como de la comunidad eclesial, como la propia de cada uno, nos da muestras de la bondad de Dios hacia nosotros y de que su Palabra-Ley nos hace mejores y más felices. Y al contrario, muchas veces nuestros instintos, modas y querencias, no nos llevan a esa misma conclusión.

La lectura insiste en la cercanía de ese Dios que quiere lo mejor para su pueblo, al que ama y acompaña en el camino diario, en sus luchas y sus búsquedas.

La verdadera sabiduría consiste en vivir

Pero no es suficiente con escuchar y conocer la Palabra–Ley de Dios. La verdadera sabiduría está en ponerla por obra, en integrarla en la vida cotidiana, en la vida real. Hacer que la Palabra de Dios no sea algo ajeno al vivir diario, encapsulado en tiempos o espacios limitados “dedicados a Dios”, es la verdadera tarea del cristiano.

Lo recuerda el libro del Deuteronomio, pero sobre todo es el mensaje de la carta de Santiago, y no sólo de lo que hemos escuchado hoy sino de toda la carta, que nos exhorta a llevar a la práctica la Palabra que escuchamos, a dejarnos transformar por ella y convertir nuestras costumbres. “Escuchar la Palabra y no llevarla a la práctica es engañarnos a nosotros mismos” nos dice.

La sabiduría es cuestión de corazón

En el evangelio encontramos otra forma de engañarnos que estaba tan presente en tiempos de Jesús como hoy: hacer las obras pero sin poner el corazón en ellas. Esto era lo que vivían los escribas y fariseos, y lo que muchas veces hacemos nosotros para no complicarnos la vida.

Esta vez la cuestión era “lavarse las manos antes de comer”. ¡Cuántas veces la palabra humana sustituye a la Palabra de Dios! Cuántas veces la tradición o la costumbre, muchas veces sin mala intención, ocultan el verdadero sentido de los gestos, acciones o palabras. O peor aún, cuántas veces esconden el verdadero rostro de Dios, no dejando llegar a Él para que sea conocido y amado por todos.

Jesús pretende desenmascarar el engaño (a veces manipulación): es más importante la pureza del corazón y de la conciencia, lo que nace del interior, que la mera observancia exterior. Jesús no pretende quitar importancia al cumplimiento de la Ley, pero sí recuerda que ésta está al servicio de la persona, de su libertad, de su crecimiento, de su amor.

Las lecturas de la liturgia de hoy nos invitan a un examen de conciencia, a un chequeo de nuestra vida desde la fe, desde las intenciones que la mueven. Una invitación a buscar la verdadera sabiduría que nace de la Palabra de Dios y se instala en nuestro corazón transformando nuestra vida desde dentro y dando frutos que transforman nuestra sociedad.

Fr. Óscar Jesús Fernández Navarro O.P.

Comentario – Lunes XXI de Tiempo Ordinario

(Mt 23, 13-22)

Este texto es la continuación de un largo reproche de Jesús contra los fariseos, que comienza en el primer versículo de este capítulo.

Jesús dice a la gente que hagan lo que los fariseos enseñan, pero que no imiten su estilo de vida. Porque ellos en realidad no buscan hacer la voluntad de Dios; su interés es solamente aparentar, ofrecer una apariencia externa de perfección para ser admirados. Se gozan en enseñar a los demás lo que hay que hacer y les encanta oír que los demás los llamen «maestro».

Y en este texto tenemos un ejemplo algo irónico que muestra cómo los fariseos complicaban la vida de los fíeles para hacer pensar que eran sabios y para que los demás dependieran de sus explicaciones y consejos.

Los fariseos enseñaban insistentemente a la gente que no había que jurar por el templo sino por el oro del templo, que no había que jurar por el altar sino por la ofrenda que se colocaba sobre el altar.

Jesús ridiculiza esta falsa enseñanza para invitar a la gente a no depender de esas explicaciones que hacen más complicada su devoción. Por eso leemos en el v. 15 que los fariseos, que pretenden ser evangelizadores, cuando logran encontrar prosélitos (discípulos que entren en el camino de Dios) los ponen en un camino tan complicado que luego no les facilitan la salvación, sino que la dificultan más todavía.

Por eso mismo, a veces conviene detenerse a considerar cuál es la propia actitud ante los demás, sobre todo cuando son personas que dependen de nosotros. Porque a veces nosotros mismos, con las cosas que imponemos a los demás, les complicamos la vida en lugar de ayudarlos a vivir mejor.

Oración:

«Señor, ayúdame a presentar a los demás un camino que no es fácil, pero es claro y simple. No permitas que yo complique la vida de los demás o que los haga depender de mi persona. Enséñame a acercarlos a ti, porque Tú eres el Maestro».

VÍCTOR M. FERNÁNDEZ
El Evangelio de cada día

Homilía – Domingo XXII de Tiempo Ordinario

1

Vuelve Marcos

Después del paréntesis que hemos hecho los últimos cinco domingos, leyendo el capítulo de Juan sobre el Pan de la Vida, volvemos a partir de hoy a leer al evangelista del año, san Marcos.

Además hoy damos comienzo a la carta de Santiago, que nos acompañará durante cinco domingos. Es una carta de un conocedor y amante de la espiritualidad judía, basada en citas del AT y dirigida a los cristianos convertidos del judaísmo y que ahora están esparcidos: «las doce tribus dispersas». Más que una carta es una exhortación homilética sobre el estilo de vida que deberían llevar los seguidores de Jesús.

En ella escucharemos consignas concretas que sacuden el conformismo y tienen gran actualidad, como la relatividad de las riquezas, la fortaleza ante las pruebas y la no acepción de personas. Empezará hoy por avisarnos que no basta con escuchar la Palabra de Dios, sino que hay que llevarla a la práctica en la vida.

 

Deuteronomio 4,1-2.6-8. No añadáis nada a lo que os mando…, así cumpliréis los preceptos del Señor

Moisés recomienda a su pueblo, antes de concluir la peregrinación por el desierto y entrar a la Tierra Prometida, que recuerden la Alianza que sellaron con Yahvé al salir de Egipto y cumplan sus mandamientos.

Los mandatos del Señor «son vuestra sabiduría» y todos los que os vean dirán: «esta gran nación es un pueblo sabio e inteligente». Moisés dice que deberían estar orgullosos de estos mandamientos que les ha dado Dios: «¿hay alguna nación que tenga los dioses tan cerca como lo está el Señor Dios de nosotros?».

El salmo 14 es un canto al justo, que no se dedica a cosas extraordinarias, sino a «proceder honradamente y practicar la justicia», que «tiene intenciones leales, no calumnia, no hace mal a su prójimo, ni difama a su vecino». Nombra también otros detalles muy concretos: «no presta dinero a usura ni acepta soborno contra el inocente». Esa es la verdadera sabiduría: «el que así obra nunca fallará».

 

Santiago 1,17-18.21b-22.27. Llevad a la práctica la palabra

Empezamos hoy la lectura de esta carta, que se conoce con el nombre de Santiago, el pariente de Jesús y primer responsable de la comunidad de Jerusalén. No es segura esta atribución, porque era común en autores antiguos ampararse bajo el nombre de alguien conocido y aceptado.

Hoy recomienda Santiago que acojamos la Palabra de Dios en nuestra vida, porque es la única capaz de salvarnos, pero lo importante no es escucharla, sino llevarla a la práctica: «no os limitéis a escucharla». A continuación da dos consignas para que acertemos con la verdadera sabiduría y la religión que agrada a Dios: «la religión pura e intachable es esta: visitar huérfanos y viudas en sus tribulaciones y no mancharse las manos con este mundo».

 

Marcos 7, 1-8.14-15.21-23. Dejáis a un lado el mandamiento de Dios para aferraros a la tradición de los hombres

El evangelio de Marcos, después del episodio de la multiplicación de los panes -que nuestra lectura dominical ha sustituido con el capítulo «eucarístico» de Juan- sigue con las confrontaciones que se van sucediendo entre Jesús y los fariseos, apoyados por unos escribas que vienen de Jerusalén.

Su crítica esta vez es porque los discípulos de Jesús comen sin hacer las abluciones de manos según «la tradición de los mayores». Jesús les acusa de hipócritas, citándoles a Isaías: «este pueblo me honra con los labios pero su corazón está lejos de mí». Los fariseos no buscan tanto «el mandamiento de Dios», sino que se aferran a «la tradición de los hombres», a la interpretación que ellos se han inventado de esa ley de Dios.

En concreto, sobre lo de la purificación de las manos a la hora de comer, Jesús le quita importancia y aprovecha la ocasión para expresar cuál es la pureza que él pretende. Lo que «entra de fuera», o sea, lo que se come, no importa mucho. Es lo que «sale del corazón» lo que puede «hacer impuro». Y a continuación hace lista de esas cosas que salen de dentro y son malas.

2

La ley de Dios es nuestra sabiduría

No suele gustar al hombre de hoy el hablar de la ley, o de la norma objetiva de nuestro obrar. Sin embargo, las lecturas de hoy nos presentan la ley como un camino de sabiduría y de auténtica libertad.

Moisés inculca a los suyos que sigan amando la ley, que para ellos son los cinco libros del Pentateuco, con las normas que Dios les dio en la salida de Egipto y que sellaron con la Alianza del Sinaí: «escucha los mandos y decretos que yo os mando cumplir, y así viviréis».

Seguir la ley de Dios es orientar nuestra vida hacia él y disponerse a cumplir su voluntad, no nuestro gusto. Eso es lo que nos dará la verdadera felicidad y la vida. Podría pensarse que obedecer a la ley nos priva de libertad o que cohíbe nuestra personalidad. Pero en verdad seguir la ley de Dios es el camino que conduce al amor y a la libertad, y nos asegura que vamos por el recto camino.

Para Moisés, en cumplir esa ley está la auténtica sabiduría: «ponedlos por obra, que ellos son vuestra sabiduría y vuestra inteligencia». De modo que los pueblos vecinos, al ver cómo actúa el pueblo elegido de Dios, tendrán que decir: «esta gran nación es un pueblo sabio e inteligente».

Aunque nos pueda gustar, en principio, que la clave de nuestra conducta sea nuestro criterio subjetivo, nos resulta muy conveniente que Dios nos haya dado criterios objetivos, conforme a su voluntad, que orientan nuestra vida y fortalecen nuestra debilidad. A veces lo hace por la ley natural, otras por su intervención del AT, en la Alianza del Sinaí. Basta mirar los «mandamientos» que se firmaron en la primera Alianza sobre el comportamiento de justicia social con los parientes y con los forasteros y con los pobres, para darnos cuenta que Dios nos orienta en terrenos en que nosotros tal vez buscaríamos una norma de conducta más benigna y permisiva. La verdadera sabiduría no está en nuestros instintos o en las modas o estadísticas de este mundo, sino en conocer y seguir la voluntad de Dios.

Pero, sobre todo, Dios nos ha mostrado su voluntad en la enseñanza de su Hijo, Jesús. Deberíamos estar orgullosos de que nuestro Dios, además de ser el Señor y Creador del universo, sea un Maestro y un Dios cercano que nos acompaña en el camino: «¿hay alguna nación que tenga los dioses tan cerca como lo está el Señor Dios de nosotros?», «¿cuál es la nación cuyos mandatos y decretos sean tan justos como esta ley que hoy os doy?». Lo cual tenemos más motivos de agradecerlo a Dios nosotros, desde la llegada de Cristo.

Si Santiago dice que «todo beneficio y todo don perfecto viene de arriba, del Padre de los astros», eso se cumple de modo especial cuando ese Dios nos da normas concretas que expresan cuál es su proyecto de vida para que vayamos por el recto camino y encontremos la salvación: «aceptad dócilmente la palabra que ha sido plantada y es capaz de salvaros». Es hermosa la comparación, que nos recuerda la parábola del sembrador: esa Palabra «ha sido plantada» en nosotros y está destinada a dar fruto.

 

La ley no es «absoluta»

Jesús en más de una ocasión parece relativizar la ley, como en el caso del sábado o ahora de las abluciones sagradas que los fariseos apreciaban tanto.

Eso no significa que despreciara las normas de vida de los judíos: él dijo que no había venido a abolir la ley, sino a llevarla a su perfección. La ley es necesaria y nos sirve de camino para el bien y para la armonía interior y exterior. Es, como leíamos en la primera lectura, la verdadera sabiduría. Lo que hizo Jesús fue interiorizar esa ley, para que no nos conformemos con la apariencia exterior; personalizar esa ley, despertando la responsabilidad personal en nuestra aceptación de la voluntad de Dios, de modo que su cumplimiento no sea sólo la realización externa y formalista de la «letra», sino que siga su «espíritu» o intención según Dios.

Lo que desautorizaba Jesús era el legalismo formalista, la interpretación exagerada de la ley, que la hace más bien esclavizante que liberadora, más preocupada de la observancia meticulosa que de la caridad para con el necesitado. Si relativiza la ley es porque da prioridad a la persona. La norma es necesaria, pero no tenemos que hacernos esclavos de su materialidad descuidando su intención profunda.

Los fariseos eran unas personas muy cumplidoras de la ley, pero exagerados en su interpretación y demasiado satisfechos de su cumplimiento. Jesús opone «el mandamiento de Dios», que evidentemente es lo principal, a «las tradiciones humanas», sobre todo cuando se han llevado a ciertos extremos que le hacen perder a la ley su finalidad última, que es el bien del hombre. Una cosa es obedecer la ley de Dios, y otra el legalismo, el formalismo, o sea, conformarnos con el cumplimiento externo y no llegar hasta su intención profunda.

En esta ocasión se trataba de lavarse las manos antes de comer, sobre todo después de haber estado en el mercado, donde era posible algún contacto, por ejemplo, con pecadores y paganos, que había que purificar antes. Estas abluciones no eran meramente higiénicas, sino que se habían convertido, sobre todo por las interpretaciones de las diversas escuelas rabínicas, en una ley religiosa.

Jesús no critica eso. Son pequeños detalles y el amor está hecho también de pequeños detalles. Pero aprovecha la ocasión para afirmar que es más importante la pureza del corazón y de la conciencia, la interior, que la exterior de las manos. También Pablo, en su carta a los Corintios (1Co 8), al hablar de los «idolotitos» (carne procedente de los banquetes sagrados de dioses paganos), relativiza la prohibición de comer esa carne, a no ser que al comerla se escandalice a los hermanos más débiles.

Esta lectura nos invita a un examen de conciencia y a un chequeo de nuestra vida de fe, sobre todo1de las intenciones que nos mueven a actuar en la vida para con nosotros mismos o en el terreno de la justicia social.

También a nosotros nos puede suceder que no sabemos distinguir entre las cosas que son verdaderamente importantes y las que no, o que damos más importancia al cumplimiento externo que al interno. Esa es la tentación del «formalismo». Cumplir con los mandamientos, e incluso con las normas eclesiales, por ejemplo referentes a la celebración litúrgica, está muy bien. Pero no es tan «absoluto» que se anteponga a cualquier otra circunstancia.

A veces, institucionalmente, hemos caído en una casuística exagerada, que parecía más preocupada por el cumplimiento externo que por la búsqueda del sentido interior de la ley. Baste recordar la importancia que hemos dado durante siglos al latín, a pesar de que dificultaba lo principal, que es la participación en la celebración. O la ley del ayuno eucarístico, desde la medianoche, que, con la idea de expresar el respeto a la Eucaristía, parecía anteponer a ella el cumplimiento de esa ley que, en el fondo, era una norma eclesial no tan importante como el admirable don que Cristo nos dejara en herencia. Recordemos el acierto del «concilio de Jerusalén», cuando decidieron no imponer más cargas que las necesarias a los que provenían el paganismo. Cediendo en detalles pequeños (el sábado, la circuncisión, algunas comidas) para salvar lo principal: la universalidad de la salvación de Cristo.

¿Somos nosotros como los fariseos en la interpretación meticulosa de la norma? ¿somos capaces de perder la paz y hacerla perder a otros por minucias insignificantes en la vida familiar o eclesial? ¿nos conformamos con la apariencia exterior, o entramos en la interioridad de nuestros motivos de actuación?

 

Lo que entra en la boca y lo que sale del corazón

Para Jesús lo que cuenta es lo que nace de dentro, no la mera observancia exterior («me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí»).

Su lenguaje está tomado de la vida y lo entienden todos: lo que entra de fuera por la boca no tiene tanta importancia como lo que sale del corazón humano. Del corazón es de donde manan los malos propósitos, los adulterios, la codicia de dinero, la envidia, la difamación del hermano… Eso sí que hace impuro a uno, y no tanto lo que come o deja de comer, o si se ha lavado las manos o no.

Todo esto puede pasarnos también en nuestro ambiente familiar o comunitario. A veces perdemos la paz y el humor por una antífona más o menos, o por si nos arrodillamos o no en tal momento, y no parecen preocuparnos las actitudes internas que deben estar debajo de esas normas.

El salmista se preguntaba «quién puede hospedarse en tu tienda», que ahora podría equivaler a «quién puede llamarse buena persona, buen cristiano». Y la respuesta no era entonces, y tampoco ahora, sólo las cosas de oración y culto, sino la honradez, la comprensión para con los demás, abstenerse de la usura o del soborno, no difamar al hermano…». Y sigue siendo verdad que «el que así obra nunca fallará».

La religión verdadera: escuchar y hacer

A los que escuchamos con frecuencia la Palabra de Dios nos pone Santiago en guardia contra el peligro de conformarnos con oírla, sin poner empeño en practicarla, o contra la falsa idea de una religión que se contente con palabras, mientras que lo que agrada a Dios son las obras: en concreto ayudar al prójimo y no dejarse contaminar por las costumbres y la mentalidad del mundo.

En la selección que leemos de esta carta saltamos una comparación muy expresiva que hace su autor: «si alguno se contenta con oír la Palabra sin ponerla por obra, ese se parece al que contempla su imagen en un espejo, se contempla, pero en yéndose, se olvida de cómo es».

Si la Palabra que oímos la olvidamos apenas termina la misa, no produce ningún fruto en nosotros. Como la semilla que cayó entre piedras o entre espinas.

La religión verdadera, según Santiago -que refleja bien la repetida enseñanza de Jesús a lo largo del evangelio- no es sólo rezar, o escuchar la Palabra. Ya dijo Jesús que no el que dice «Señor, Señor», entrará en el Reino, sino el que cumple esa Palabra. Al decir, por ejemplo, que para un cristiano no todo consiste en ir a Misa en domingo, no estamos diciendo que no sea importante esta celebración, sino que le debe corresponder una vida coherente.

Santiago nos da dos direcciones en que se debe concretar nuestra «religión»: ayudar a los más necesitados (nombra a los huérfanos y las viudas «en sus tribulaciones»), y «no mancharse las manos con este mundo», o sea, defenderse de la mentalidad que tiene el mundo, muchas veces alejada de la de Dios.

Se puede decir muy bien de nosotros, si seguimos este camino, lo que afirmaba el salmo del justo: «el que así obra nunca fallará».

José Aldazábal
Domingos Ciclo B

Mc 7, 1-23 (Evangelio Domingo XXII de Tiempo Ordinario)

La voluntad de Dios humaniza

El evangelio, después de cinco domingos en que hemos estado guiados por Jn 6, retoma la lectura continua del segundo evangelio. El tema es la oposición entre mandamientos de Dios y tradiciones humanas. La cuestión es muy importante para definir la verdadera religión, como se ha puesto de manifiesto en la carta de Santiago. El pasaje se refiere a la pregunta que los fariseos (cumplidores estrictos de la tradiciones de los padres) plantean a Jesús, porque algunos seguidores suyos no se lavan las manos antes de comer. La verdad es que esta es una buena tradición sanitaria, pero convertida en precepto religioso, como otras, puede llegar a ser alarmante. Es el conflicto entre lo esencial y lo que no lo es; entre lo que es voluntad de Dios y lo que es voluntad de los hombres en situaciones religiosas y sociales distintas.

Este conjunto de Mc 7,1-23 es bastante complejo y apunta claramente a una redacción y unificación de tradiciones distintas: unas del tiempo de Jesús y otras posteriores. Son dos cuestiones las que se plantean: 1) la fidelidad a las tradiciones antiguas; 2) el lavarse las manos. En realidad es lo primero más importante que lo segundo. El ejemplo que mejor viene al caso es el de Qorbán (vv.9-13): el voto que se hace a Dios de una cosa, por medio del culto, lo cual ya es sagrado e intocable, si no irreemplazable. Si esto se aplica a algo necesario a los hombres, a necesidades humanas y perentorias, parece un “contra-dios” que nadie pueda dispensar de ello. Si alguien promete algo a Dios que nos ha de ser necesario para nosotros y los nuestros en tiempos posteriores no tendría sentido que se mantenga bajo la tradición del Qorbán. Los mismos rabinos discutían a fondo esta cuestión. La respuesta de Jesús pone de manifiesto la contradicción entre el Qorbán del culto y el Decálogo (voluntad de Dios), citando textos de la Ley: Ex 20,12;21,17;Dt5,16;Lv 20,9). Dios, el Dios de Jesús, no es un ser inhumano que quiera para sí algo necesario a los hombres. Dios no necesita nada de esas cosas que se ponen bajo imperativos tradicionales. La religión puede ser una fábrica inhumana de lo que Dios no quiere, pero si lo quieren los que reemplazan la voluntad de Dios para imponer la suya.

Los mandamientos de Dios hay que amarlos, porque los verdaderos mandamientos de Dios son los que liberan nuestras conciencias oprimidas. Pero toda religión que no lleva consigo una dimensión de felicidad, liberadora, de equilibrio, no podrá prevalecer. Si la religión, de alguna manera, nos ofrece una imagen de Dios, y si en ella no aparece el Dios salvador, entonces los hombres no podrán buscar a ese Dios con todo el corazón y con toda el alma. La especulación de adjudicar cosas que se presentan como de Dios, cuando responden a intereses humanos de clases, de ghettos, es todo un reto para discernir la cuestión que se plantea en el evangelio de hoy. Esta es una constante cuando la religión no es bien comprendida. Jesús lo deja claro: lo que mancha es lo que sale de un corazón pervertido, egoísta y absurdo. La verdadera religión nace de un corazón abierto y misericordioso con todos los hermanos.

Sant 1, 17-27 (2ª lectura Domingo XXII de Tiempo Ordinario)

Abrirse a los dones divinos

La carta de Santiago recoge la enseñanza de los dones de Dios. Su comparación con los astros del cielo que se eclipsan en momentos determinados, no afecta al Padre de las luces. Es un texto lleno de claves sapienciales en la mejor tradición de la teología judía. Dios ha querido darnos los dones verdaderos y se revelan, para el autor de la carta, en la palabra de Dios.

Valoramos aquí una legítima teológica de la palabra, ya que en ella está la salvación. Es una palabra que opera la salvación de nuestro corazón y de nuestras mentes. Es verdad que pide, para que pueda salvarnos, ponerla en práctica. Sabemos que la carta de Santiago es de una efectividad incomparable, como sucede en su discusión sobre la fe y las obras. ¿Cómo es posible ponerla en práctica? Atendiendo a los que nos necesitan: a los huérfanos, viudas y los que no tienen nada. Y eso, por otra parte, es la verdadera religión, es decir, la verdadera adoración de Dios.

Dt 4, 1-8 (1ª lectura Domingo XXII de Tiempo Ordinario)

La grandeza de los mandamientos

El libro del Deuteronomio, que es uno de los más famosos de la Torá judía, el Pentateuco cristiano, nos ofrece una bella lectura que nos habla de la grandeza de los mandamientos de Dios. Este libro tuvo una historia muy movida, ya que parece que estuvo escondido (al menos una parte) en el Templo de Jerusalén por miedo a las actitudes antiproféticas de algún rey de Judá, hasta que Josías (s. VII a. C), un gran rey, abrió las puertas de la reforma religiosa. Entonces, los círculos proféticos volvieron sus ojos a este libro, que recogía tradiciones religiosas muy importantes.

La lectura de hoy era el comienzo del libro en aquella época y se invita al pueblo a considerar con sabiduría los mandamientos de Dios. Porque los mandamientos no deben ser considerados como prohibiciones, sino como la forma en que Dios está cerca de su pueblo y por ello éste debe escucharlo, servirlo y buscarlo. La lectura nos invita, pues, a no avergonzarnos de los mandamientos cuando en ellos se expresa su voluntad salvífica. Es verdad que los mandamientos se entienden, a veces, en sentido demasiado legalista y, entonces, a algunos, les parecen insoportables. Y será Jesús quien libere los mandamientos de Dios de ser una carga pesada, con objeto de acercar a Dios a todos nosotros.

Comentario al evangelio – Lunes XXI de Tiempo Ordinario

Todos recordamos las bienaventuranzas del evangelio de Mateo. Son un buen comienzo del discurso del monte. En cada una se designa una categoría de personas y luego se aduce el motivo por el que tales gentes son acreedoras a la dicha.

Probablemente nos gustaría más reflexionar sobre esos macarismos en vez de tener que hacerlo sobre las malaventuranzas; estas parecerán antipáticas, pero el caso es que también ellas forman parte de la “Buena Noticia” y que se escribieron para nuestra instrucción. Si contienen avisos saludables y señalan direcciones prohibidas, son una ayuda para nuestro camino cristiano. Toca, pues, “resignarse” a considerar este capítulo  de Mateo, jalonado por siete (ocho) ayes contra escribas y fariseos. Hoy nos detenemos en el segundo ay (por devorar los bienes de las viudas con pretexto de largos rezos), que solo se encuentra en algunos manuscritos, pero que el Leccionario ha mantenido.

Solemos decir que el fin no justifica los medios. Así, la educación y enseñanza de un niño no se consigue a fuerza de palizas; es verdad que se requiere inculcar disciplina, pero se nos antoja demasiado brutal el principio “la letra con sangre entra”; ganar una partida de cartas es bueno, pero no se debe conseguir haciendo trampas; es deseable aprobar un examen, pero no es justo copiarlo; no es moral dar falso testimonio ni siquiera para salvar a un inocente.

Podemos dar la vuelta a esa sentencia sobre la relación fin-medios y proponer: “los medios no justifican el fin”. Los rezos son, en principio, buenos; pero no es de recibo emplearlos para expoliar a la gente y saquearle sus bienes, más que más a la gente necesitada. El buen medio no cohonesta el mal fin; al contrario, es este el que pervierte al primero. A buen fin, buenos medios; a buenos medios, buen fin.

Ciudad Redonda

Meditación – Lunes XXI de Tiempo Ordinario

Hoy es lunes XXI de Tiempo Ordinario.

La lectura de hoy es del evangelio de Mateo (Mt 23, 13-22):

En aquel tiempo, Jesús dijo: «¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que cerráis a los hombres el Reino de los Cielos! Vosotros ciertamente no entráis; y a los que están entrando no les dejáis entrar. ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que recorréis mar y tierra para hacer un prosélito, y, cuando llega a serlo, le hacéis hijo de condenación el doble que vosotros! ¡Ay de vosotros, guías ciegos, que decís: ‘Si uno jura por el Santuario, eso no es nada; mas si jura por el oro del Santuario, queda obligado!’ ¡Insensatos y ciegos! ¿Qué es más importante, el oro, o el Santuario que hace sagrado el oro? Y también: ‘Si uno jura por el altar, eso no es nada; mas si jura por la ofrenda que está sobre él, queda obligado’. ¡Ciegos! ¿Qué es más importante, la ofrenda, o el altar que hace sagrada la ofrenda? Quien jura, pues, por el altar, jura por él y por todo lo que está sobre él. Quien jura por el Santuario, jura por él y por Aquel que lo habita. Y quien jura por el cielo, jura por el trono de Dios y por Aquel que está sentado en él».

Hoy, una vez más, el Evangelio muestra cómo se vuelca la bondad de Dios que vela por nuestra felicidad. Nos indica claramente cuáles son las fuentes: la verdad, el bien, la rectitud, la justicia, el amor… y todas las virtudes. Nos avisa también para que no caigamos en las trampas —excesos, concupiscencias, engaños, en una palabra, los pecados— que nos impedirían alcanzar tal felicidad.

Jesús utiliza su divina autoridad para mostrarnos claramente el carácter absoluto del bien, que debemos perseguir, y el del mal, que debemos evitar a toda costa. De ahí, su viva y amable exhortación a respetar la carta magna de la vida cristiana: las Bienaventuranzas, vías que dan el acceso a la Felicidad. En paralelo, encontramos el tono amenazador utilizado en el Evangelio de hoy: las Maldiciones de aquellos actos destructores que siempre deben ser evitados. El mismo Corazón sagrado, el mismo Amor es el que dicta las Bienaventuranzas (cf. Mt 5,1 ss) y las Maldiciones.

Es muy necesario entender que son tan importantes los unos como los otros para quien quiera salvarse: «Bienaventurados» los pobres; los corazones sedientos de justicias; las almas misericordiosas… «¡Ay de vosotros!»… cuando escandalizáis a los demás; cuando enseñáis y no lo ponéis por obra; cuando corrompéis la sana doctrina; cuando desviáis a los demás del camino derecho…

Jesús añade con firmeza: cuanto mayor sea vuestra responsabilidad ante los demás, más fuerte será la maldición que recaerá sobre vosotros. Nuestro Señor, en este pasaje se está dirigiendo a los notables: «¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas!» (Mt 23,13 ss).

Apliquemos a nuestras vidas esta enseñanza divina. Nuestras buenas y malas acciones tienen siempre un doble impacto: uno, que recae sobre nosotros mismos, pues cada acción nos mejora o nos asola; el otro, teniendo en cuenta nuestra situación de adultos, padres, maestros, responsables bajo cualquier aspecto, cada uno de nuestros actos puede tener repercusiones, buenas o malas, insospechadas: «La vida no es tiempo que pasa, sino tiempo de encuentro» (Francisco).

¡Y tendremos que rendir cuenta de ello al amor de Dios!

Abbé Marc VAILLOT