Comentario – Domingo XXII de Tiempo Ordinario

El evangelio de este día propone una página realmente revolucionaria, porque introduce un vuelco en la mentalidad religiosa de la época, y quizá también en la nuestra si se ha dejado fermentar por la vieja levadura de los fariseos: ritualismo, legalismo, formalismo. Pero la crítica de Jesús a la religiosidad judía no es del todo nueva. Ya algunos profetas, como Isaías, habían dicho de este pueblo trasladándonos la palabra de Dios: Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí; el culto que me dan está vacío, porque la doctrina que enseñan son preceptos humanos.

Jesús hace suya esta denuncia profética dirigida al corazón de la religiosidad judía, que había degenerado en exterioridad –pensaban que con sólo lavarse las manos recuperaban la pureza-, en verbalismo –como si bastase con pronunciar palabras de alabanza, de petición o de acción de gracias para que se produjeran verdaderas alabanzas, súplicas o acciones de gracias-, en ritualismo –como si fuese suficiente con levantar las manos o ejecutar ciertos ritos para dar culto a Dios, un culto que sólo puede considerarse lleno si en él hay verdadera ofrenda por parte de los oferentes-, en tradicionalismo –suplantando los mandamientos de Dios por tradiciones humanas-.

El incidente que da lugar a la disputa parece trivial: los fariseos observan que algunos discípulos de Jesús comen sin lavarse antes las manos; y en ello advierten un atentado contra la tradición de los mayores. Está en juego una norma de pureza ritual avalada por la tradición; por tanto, la misma sacrosanta tradición de sus antepasados. Jesús, que permite a sus discípulos comer con manos impuras como no dando importancia a esta conducta descuidada, se hace merecedor del reproche de los observantes de la Ley.

De ahí la acusación: ¿Por qué comen tus discípulos con manos impuras y no siguen tus discípulos la tradición de sus mayores? La censura se hace radicar, por tanto, en el quebrantamiento de una norma tradicional: no siguen la tradición de sus mayores. Es esta censura la que desata la denuncia profética de Jesús que les acusa de vaciedad en el culto y de distorsión en la moral: honran a Dios con los labios y enseñan preceptos humanos. Ambas cosas esconden hipocresía; porque hipocresía es honrar a Dios con los labios, pero no con el corazón, algo que reduce la alabanza divina a un culto vacío; e hipocresía es suplantar el mandamiento divino por un precepto humano más ajustado a sus intereses particulares.

Es lo que sucedía con el mandamiento que dice: Honra a tu padre y a tu madre, suplantado por un precepto que prescribía entregar al templo los bienes destinados al socorro de los padres en su ancianidad. Esta norma supletoria invalidaba de hecho el mandato divino. Pero de nada sirve lavarse las manos si el interior permanece sucio o impuro. El lavado exterior no altera por sí mismo el estado interior. Por eso, semejante comportamiento puede calificarse de hipócrita, porque oculta la realidad bajo una apariencia engañosa, porque lo que traslada al exterior no es expresión de lo hay dentro.

Para Jesús, lo auténtico se encuentra dentro, en el corazón del hombreDe dentro sale lo que nos hace impuroslos malos propósitos, las fornicaciones, los robos, los homicidios, los adulterios, las codicias, las injusticias, los fraudes, la envidia, la difamación, el orgullo, la frivolidad. Todas estas maldades –así las califica Jesús-, antes de ser actos son deseos o propósitos incubados en el corazón. Salen, pues, de dentro, aunque hayan podido ser sembrados por los malos ejemplos o las malas influencias que llegan de fuera.

Y si es lo de dentro lo que hace impuro al hombre, será también lo de dentro –y no lavados externos de manos, jarras u ollas- lo que le haga puro. De dentro sale también el arrepentimiento suscitado por la gracia de Dios, que viniendo de Dios no deja de actuar en nuestro corazón. Y con el arrepentimiento llegan el perdón y la purificación, que son obra de Dios en el interior del hombre.

Nuestra religión, no por ser la religión de la nueva y eterna Alianza, está exenta o es inmune a todos los vicios mencionados. Ya Jesús había alertado a sus discípulos: ¡Cuidado con la levadura de los fariseos! Porque el fariseísmo como actitud es algo que nos acecha a todos los que profesamos y practicamos una religión con su culto y su moral. También nuestro culto puede vaciarse de autenticidad y nuestra moral distorsionarse o adaptarse a nuestros gustos o intereses.

Por eso, porque estamos expuestos a esta contaminación, deberíamos someter nuestra conducta al juicio crítico, pero depurador, de Jesús. Seguro que en nuestra práctica religiosa hay también comportamientos hipócritas, apariencias de lo que no es, ropajes que ocultan realidades inconfesables, palabras huecas, suplantaciones engañosas, exterioridades vacías de contenido, intenciones torcidas. Por todo ello necesitamos contemplarnos detenidamente en el espejo de la palabra de Jesús para que él ponga al descubierto lo que se nos oculta y purifique nuestras intenciones.

El mismo Santiago, consciente de este riesgo, nos dice también hoy: No os limitéis a escuchar la palabra, engañándoos a vosotros mismos (como si bastase con escucharla para darnos por satisfechos). La religión pura e intachable a los ojos de Dios es ésta: visitar huérfanos y viudas en su tribulación y no mancharse las manos con este mundo.

Pero ¿puede la religión consistir exclusivamente en esto? ¿Dónde queda entonces el culto, y la oración, y la fe? Es verdad que la religión no puede reducirse a visitar a desamparados o a mantenerse incontaminados de la suciedad del mundo, pero la pureza intachabilidad de nuestra religión debe medirse por la capacidad que da para atender a los desvalidos de este mundo y para mantenerse libres de la maldad que pervive en él, es decir, por los frutos de caridad que produce.

En los frutos es donde resplandece la pureza e intachabilidad de nuestra vivencia religiosa, de igual modo que en los frutos es donde se puede apreciar mejor la bondad y calidad de un árbol frutal. Esto es lo que nos dice Santiago para que no nos engañemos, creyéndonos muy religiosos por el solo hecho de llevar a cabo determinadas prácticas piadosas recomendadas por la Iglesia. Mantengamos, pues, nuestro culto lleno de interioridad y nuestra vida llena de frutos de buenas obras. Sólo así podremos agradar a Dios.

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ-CID
Dr. en Teología Patrística

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I Vísperas – Domingo XXII de Tiempo Ordinario

I VÍSPERAS

DOMINGO XXII DE TIEMPO ORDINARIO

INVOCACIÓN INICIAL

V/. Dios mío, ven en mi auxilio
R/. Señor, date prisa en socorrerme.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

HIMNO

¡Luz que te entregas!
¡Luz que te niegas!
A tu busca va el pueblo de noche:
alumbra su senda.

Dios de la luz, presencia ardiente
sin meridiano ni frontera:
vuelves la noche mediodía,
ciegas al sol con tu derecha.

Como columna de la aurora,
iba en la noche tu grandeza;
te vio el desierto, y destellaron
luz de tu gloria las arenas.

Cerró la noche sobre Egipto
como cilicio de tinieblas,
para tu pueblo amanecías
bajo los techos de las tiendas.

Eres la luz, pero en tu rayo
lanzas el día o la tiniebla;
ciegas los ojos del soberbio,
curas al pobre su ceguera.

Cristo Jesús, tú que trajiste
fuego a la entraña de la tierra,
guarda encendida nuestra lámpara
hasta la aurora de tu vuelta. Amén.

SALMO 118: HIMNO A LA LEY DIVINA

Ant. Lámpara es tu palabra para mis pasos, Señor. Aleluya.

Lámpara es tu palabra para mis pasos,
luz en mi sendero;
lo juro y lo cumpliré:
guardaré tus justos mandamientos;
¡estoy tan afligido!
Señor, dame vida según tu promesa.

Acepta, Señor, los votos que pronuncio,
enséñame tus mandatos;
mi vida está siempre en peligro,
pero no olvido tu voluntad;
los malvados me tendieron un lazo,
pero no me desvié de tus decretos.

Tus preceptos son mi herencia perpetua,
la alegría de mi corazón;
inclino mi corazón a cumplir tus leyes,
siempre y cabalmente.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Lámpara es tu palabra para mis pasos, Señor. Aleluya.

SALMO 15: EL SEÑOR ES EL LOTE DE MI HEREDAD

Ant. Me saciarás de gozo en tu presencia, Señor. Aleluya.

Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti;
yo digo al Señor: «Tú eres mi bien».
Los dioses y señores de la tierra
no me satisfacen.

Multiplican las estatuas
de dioses extraños;
no derramaré sus libaciones con mis manos,
ni tomaré sus nombres en mis labios.

El Señor es el lote de mi heredad y mi copa;
mi suerte está en tu mano;
me ha tocado un lote hermoso,
me encanta mi heredad.

Bendeciré al Señor, que me aconseja,
hasta de noche me instruye internamente.
Tengo siempre presente al Señor,
con él a mi derecha no vacilaré.

Por eso se me alegra el corazón,
se gozan mis entrañas,
y mi carne descansa serena.
Porque no me entregarás a la muerte,
ni dejarás a tu fiel conocer la corrupción.

Me enseñarás el sendero de la vida,
me saciarás de gozo en tu presencia,
de alegría perpetua a tu derecha.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Me saciarás de gozo en tu presencia, Señor. Aleluya.

CÁNTICO de FILIPENSES: CRISTO, SIERVO DE DIOS, EN SU MISTERIO PASCUAL

Ant. Al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo y en la tierra. Aleluya.

Cristo, a pesar de su condición divina,
no hizo alarde de su categoría de Dios;
al contrario, se despojó de su rango
y tomó la condición de esclavo,
pasando por uno de tantos.

Y así, actuando como un hombre cualquiera,
se rebajo hasta someterse incluso a la muerte,
y una muerte de cruz.

Por eso Dios lo levantó sobre todo
y le concedió el «Nombre-sobre-todo-nombre»;
en el cielo, en la tierra, en el abismo,
y toda lengua proclame:
Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo y en la tierra. Aleluya.

LECTURA: Col 1, 2b-6b

Os deseamos la gracia y la paz de Dios, nuestro Padre. En nuestras oraciones damos siempre gracias por vosotros a Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, desde que nos enteramos de vuestra fe en Cristo Jesús y del amor que tenéis a todos los santos. Os anima a esto la esperanza de lo que Dios os tiene reservado en los cielos, que ya conocisteis cuando llegó hasta vosotros por primera vez el Evangelio, la palabra, el mensaje de la verdad. Éste se sigue propagando y va dando fruto en el mundo entero, como ha ocurrido entre vosotros.

RESPONSORIO BREVE

R/ De la salida del sol hasta su ocaso, alabado sea el nombre del Señor.
V/ De la salida del sol hasta su ocaso, alabado sea el nombre del Señor.

R/ Su gloria sobre los cielos.
V/ Alabado sea el nombre del Señor.

R/ Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
V/ De la salida del sol hasta su ocaso, alabado sea el nombre del Señor.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. Cumplid los preceptos del Señor; porque ellos son vuestra sabiduría y vuestra prudencia a los ojos de los pueblos.

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Ant. Cumplid los preceptos del Señor; porque ellos son vuestra sabiduría y vuestra prudencia a los ojos de los pueblos.

PRECES
Demos gracias al Señor, que ayuda y protege al pueblo que se ha escogido como heredad, y, recordando su amor para con nosotros, supliquémosle, diciendo:

Escúchanos, Señor, que confiamos en ti.

Padre lleno de amor, te pedimos por el Papa, y por nuestro obispo:
— protégelos con tu fuerza y santifícalos con tu gracia.

Que los enfermos vean en sus dolores una participación de la pasión de tu Hijo,
— para que así tengan también parte en su consuelo.

Mira con piedad a los que no tienen techo donde cobijarse
— y haz que encuentren pronto el hogar que desean.

Dígnate dar y conservar los frutos de la tierra,
— para que a nadie falte el pan de cada día

Se pueden añadir algunas intenciones libres

Ten, Señor, piedad de los difuntos
— y ábreles la puerta de tu mansión eterna.

Movidos por el Espíritu Santo, dirijamos al Padre la oración que nos enseñó el Señor:
Padre nuestro…

ORACION

Dios todopoderoso, de quien procede todo bien, siembra en nuestros corazones el amor de tu nombre, para que, haciendo más religiosa nuestra vida, acrecientes el bien en nosotros y con solicitud amorosa lo conserves. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Amén.

CONCLUSIÓN

V/. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R/. Amén.

Lectio Divina – Sábado XXI de Tiempo Ordinario

1.- Oración Introductoria.

Señor, en esta hermosa parábola de los talentos, quiero agradecerte los dones y cualidades que me has dado. Ni más ni menos. Toda mi vida es un bonito regalo que Tú me has hecho y la vida vale mucho más que los trabajos que haga en ella. No quiero que aparezca en mi cuaderno de vida el verbo “enterrar” sino el “fructificar”. Sólo se puede enterrar lo que ya está muerto, y sería un gran pecado enterrarse en vida.

2.- Lectura sosegada del evangelio. Mateo 25, 14-30

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos esta parábola: Un hombre que se iba al extranjero llamó a sus siervos y les encomendó su hacienda: a uno dio cinco talentos, a otro dos y a otro uno, a cada cual según su capacidad; y se ausentó. enseguida, el que había recibido cinco talentos se puso a negociar con ellos y ganó otros cinco. Igualmente el que había recibido dos ganó otros dos. En cambio el que había recibido uno se fue, cavó un hoyo en tierra y escondió el dinero de su señor. Al cabo de mucho tiempo, vuelve el señor de aquellos siervos y ajusta cuentas con ellos. Llegándose el que había recibido cinco talentos, presentó otros cinco, diciendo: Señor, cinco talentos me entregaste; aquí tienes otros cinco que he ganado. Su señor le dijo: ¡Bien, siervo bueno y fiel!; en lo poco has sido fiel, al frente de lo mucho te pondré; entra en el gozo de tu señor. Llegándose también el de los dos talentos dijo: Señor, dos talentos me entregaste; aquí tienes otros dos que he ganado. Su señor le dijo: ¡Bien, siervo bueno y fiel!; en lo poco has sido fiel, al frente de lo mucho te pondré; entra en el gozo de tu señor. Llegándose también el que había recibido un talento dijo: Señor, sé que eres un hombre duro, que cosechas donde no sembraste y recoges donde no esparciste. Por eso me dio miedo, y fui y escondí en tierra tu talento. Mira, aquí tienes lo que es tuyo. Mas su señor le respondió: Siervo malo y perezoso, sabías que yo cosecho donde no sembré y recojo donde no esparcí; debías, pues, haber entregado mi dinero a los banqueros, y así, al volver yo, habría cobrado lo mío con los intereses. Quitadle, por tanto, su talento y dádselo al que tiene los diez talentos. Porque a todo el que tiene, se le dará y le sobrará; pero al que no tiene, aun lo que tiene se le quitará. Y a ese siervo inútil, echadlo a las tinieblas de fuera. Allí será el llanto y el rechinar de dientes.

3.- Qué dice el texto.

Meditación-reflexión

Lo primero que salta a la vista es un Dios que reparte bienes a todos. Dios es pura generosidad, puro derroche. Lo suyo es dar y no cansarse de dar. Hablando al modo humano, diríamos que Dios se realiza “dando”. Pero no da a todos igual sino según la capacidad de cada uno. Con lo que Dios nos ha dado a cada uno podemos realizarnos, podemos triunfar en la vida, sin pensar que al otro le ha dado más. Si te compras unos zapatos   y calzas el 41 no pides el número 44 porque te cuesta lo mismo. Con el 44, se te saldrá el zapato del pie y no podrás caminar. Al que le ha dado dos talentos no le exige, a la vuelta, 5 sino sólo dos. Lo importante es estar contentos con lo que Dios nos ha dado a cada uno sin tener envidia de nadie. Al que no alaba sino que lo rechaza es al que “ha enterrado el talento” y no ha negociado. Y aquí está el pecado de omisión al que le damos tan poca importancia. El no hacer el bien es un gran mal. El bien que no hayamos hecho se quedará sin hacer. El tiempo perdido, las horas vacías rodarán vacías por toda la eternidad sin que nadie, ni Dios, pueda llenarlas de sentido.  

Palabra del Papa.

En este pasaje pareciera descubrir un Dios severo, un Dios ambicioso que sólo se preocupa por su dinero y por la eficacia de sus empleados. Pero necesito no quedarme en lo superficial de tu Evangelio sino poder ir a lo profundo, a la enseñanza que me quieres dejar. Algo en lo que podría fijar mi mirada es que no dejas a ningún obrero sin talento. A todos les das algo con lo cual puedan fructificar. A uno le das diez, a otro cinco, a otro uno. Y a mí, ¿cuántos me has dado? … Dame la gracia de descubrir cuáles son esos talentos y ayúdame a no compararme con aquellos que puedan tener más o mejores talentos que los míos. Tú has repartido los talentos de acuerdo a la capacidad de cada uno… «Ante las necesidades del prójimo, estamos llamados a privarnos —de algo indispensable, no sólo de lo superfluo; estamos llamados a dar el tiempo necesario, no sólo el que nos sobra; estamos llamados a dar enseguida sin reservas algún talento nuestro, no después de haberlo utilizado para nuestros objetivos personales o de grupo.»(S.S. Francisco, Angelus, 8 de noviembre de 2015).

4.- Qué me dice hoy a mí este texto ya meditado. (Silencio)

5.- Propósito. Trabajar hoy con gusto sin perder un minuto sabiendo que así le agrado a Dios.

6.- Dios me ha hablado hoy a través de su Palabra. Y ahora yo le respondo con mi oración.

Señor, estoy feliz y contento con los dones y cualidades que me has dado. Quiero trabajar con ellos sin perder el tiempo. Y mi recompensa no quiero que sea otra que la de saber que Tú estás contento conmigo. No quiero defraudarte, quiero llegar hasta la línea que Tú me has marcado. Mi mejor recompensa eres Tú, Señor.

Fariseos hipócritas

1.- «Habló Moisés al pueblo diciendo: Ahora Israel, escucha los mandatos y decretos que yo os mando cumplir. Así viviréis y entraréis a tomar posesión de la tierra que el Señor Dios de vuestros padres os va a dar» (Dt 4, 1-2) Muchas veces el hombre ha buscado fórmulas precisas que le proporcionen lo que el corazón humano desea. Esa felicidad íntima, esa paz soberana que hace la vida agradable, que produce en el espíritu el equilibrio siempre sereno y sosegado. Inútil búsqueda que termina a menudo en la duda, en la desesperanza, en la angustia vital, en la náusea.

Israel vaga por el desierto, recorriendo aquellos paisajes desnudos con la esperanza de encontrar una tierra donde reposar, un lugar donde plantar definitivamente sus tiendas, y dejar en el pasado su condición de pueblo errante. Sueña con la tierra que Dios le ha prometido: «Tierra buena, tierra de torrentes, de fuentes, de aguas profundas que brotan en el fondo de los valles y sobre los montes; tierra de trigo y de cebada, de viñas, higos y granados, tierra de olivos, aceite y miel, tierra que te dará el pan en abundancia sin carecer de nada…».

También en nosotros hay una esperanza de posesión, también a nosotros nos ha prometido Dios el gozo inefable de esa tierra maravillosa, la paz, la felicidad, el colmo para nuestras ansias y deseos… Pero no olvides que sólo hay un camino para llegar a esa tierra: el camino de los mandamientos de la ley de Dios. Cada mandato del Señor es como una señal de tráfico, una indicación para no perder la ruta, para caminar seguro, para llegar felizmente al término de este viaje continuo que es nuestra vida.

«Y, en efecto, ¿hay alguna nación tan grande que tenga los dioses tan cerca como lo está el Señor de nosotros siempre que lo invocamos? (Dt 4, 7) No, no hay ningún pueblo que tenga un dios como Yahvé. La historia de las religiones comparadas demuestra la grandeza y la originalidad del Dios verdadero. Los hombres, puestos a imaginar cómo será Dios, lo han concebido siempre a la medida de sus cortas luces. Y lo que ha resultado de su esfuerzo de siglos, ha sido siempre un dios pequeño, raquítico, a la hechura de su misma condición humana, muy por debajo de lo que Dios mismo nos ha revelado de sí.

Nunca ha podido pensarse tan gran cercanía: Dios está dentro de nosotros, Dios hace del alma en gracia como un templo vivo en el que mora. Por otra parte, Dios se nos da en alimento, bajo las sencillas especies de pan y de vino, Dios nos trasmite su propia vida, nos diviniza, nos asimila, nos hace hijos suyos.

Concédenos, Señor, que esta realidad formidable la vivamos día a día, noche a noche. Que nunca nos veamos desamparados. Tú estás cerca, muy cerca. Más que el aire que respiramos, más que la sangre que corre por nuestras venas…Señor, te adoramos en el santuario de nuestro corazón, te agradecemos tu cercanía. No te separes, no te vayas, no te alejes nunca, nunca.

2.- «Señor, ¿Quién puede hospedarse en tu tienda?» (Sal 14, 1) El Señor, Yahvé, acompañó a los israelitas, su pueblo preferido, por el largo caminar del desierto. Y lo mismo que aquella gente nómada y fugitiva habitaba en tiendas, así también el Señor tenía como templo una tienda, la Tienda de la Propiciación. En ella entraban los sacerdotes para ofrecer los sacrificios y ofrendas al Señor de los ejércitos. Lo mismo que ocurriría con el Templo más tarde, se consideraba aquella Tienda como la morada de Dios. Ante esta realidad, lleno de respeto, el salmista se pregunta que quién será digno de llegar hasta allí, de acercarse tanto a Dios.

Una pregunta que también nosotros podemos hacernos en la presencia del Señor. Primero para persuadirnos de la trascendencia y grandeza divina. Luego para comprender en profundidad nuestra pequeñez y nuestra nada ante el Creador de cielos y tierra, la Perfección suma, la Verdad y el Bien.

«El que procede honradamente…» (Sal 14, 2) En realidad, nadie es digno de estar cerca de Dios, de ser su huésped y su amigo, de entrar en la Tienda del Señor, en su Templo santo. Sin embargo, el Señor ha querido abrirnos sus puertas, nos ha llamado para que nos sentemos a su mesa, a nosotros que somos pobres mendigos pues nada tenemos ni nada valemos.

Pero al mismo tiempo ha querido poner unas condiciones, ha querido fijar un precio que sin ser el que corresponde a lo que nos da, sí es al menos un pequeño margen para que podamos ejercer nuestra libertad, una posibilidad de corresponder o no a su inmenso amor y benevolencia.

Por eso nos dice el salmista, respondiendo a su pregunta inicial, que se hospedará en su Tienda el que procede honradamente y practica la justicia, el que tiene intenciones leales y no calumnia con su lengua. Todo eso nos puede parecer excesivo para nuestras pobres fuerzas, y sin embargo es casi nada en comparación de lo que se nos da. Además hemos de pensar que Dios acudirá en nuestra ayuda si le llamamos, que no nos abandonará si ponemos de nuestra parte cuanto nos sea posible. Sólo se precisa humildad y confianza.

3.- «Todo beneficio y todo don perfecto viene de arriba, del Padre de los astros, en el que no hay fases ni períodos de sombra» (St 1, 17) Padre de los Astros llama Santiago al Señor en su carta a los cristianos de la dispersión. Con este título indica el autor sagrado que Dios es el Creador y dueño absoluto de los espacios siderales y de cuanto en ellos se contiene. Hoy, cuando el hombre parece haber conquistado el espacio, cuando el hombre fue capaz de llegar a la luna, hoy sabemos mejor que antes que aún es mucho lo que ignoramos, y que más allá hay todavía infinitamente más de lo que por el momento hemos alcanzado vislumbrar. Hoy, al conocer «más de cerca» (muy lejos en realidad) el mundo de las estrellas, podemos penetrar más en la grandeza de Dios, en el poder y la sabiduría de quien ha creado tanta maravilla.

Dios lo ha hecho todo para nosotros, para que nos llenemos de admiración y de alegría por tener como Padre a Dios Omnipotente. Y junto a ese don grandioso de un espacio sin fin, nos concede el Señor el don inmediato de la vida de cada instante; este pensar y este sentir, este sufrir y este gozar, este soñar… Sí, todo lo bueno que tenemos nos viene de Dios, y todo lo que nos viene (incluso lo que nos parece malo) es un bien. Basta con descubrir el sentido último de cada situación, basta mirar las cosas con ojos de fe, con una visión cristiana de la vida.

«Aceptar dócilmente la Palabra que ha sido plantada y es capaz de salvarnos. Llevadla a la práctica y no os limitéis a escucharla, engañándoos a vosotros mismos» (St 1, 21-22) No basta con escuchar la palabra que Dios ha pronunciado y plantado como excelente semilla en nuestra tierra, a través de la predicación. No basta con conocer el Evangelio, no basta con oírlo, es necesario llevarlo a la práctica. ¿De qué nos sirve saber lo que hemos de hacer, si luego no lo hacemos? No nos sirve de nada, en absoluto.

Y cuántas veces nos limitamos a escuchar tan sólo. Con esta actitud, absurda de todo punto, nos estamos engañando a nosotros mismos. Porque en lugar de servirnos para nuestra salvación, la palabra de Dios contribuye a nuestra condenación. Lo que había de salvarnos, nos condena. He aquí lo más paradójico que nos puede ocurrir, lo más grotesco y lo más trágico.

No lo perdamos de vista, al menos por la cuenta que nos tiene: «la religión pura e intachable a los ojos de Dios Padre es ésta: visitar a los huérfanos y viudas en sus tribulaciones y no mancharse las manos con este mundo». Es decir, amar a todos, especialmente a los más débiles. Y, además, vivir limpios de toda corrupción e inmoralidad.

3.- «Se acercó a Jesús un grupo de fariseos con algunos letrados…» (Mc 7, 1) De entre los fariseos aparecen los personajes más aborrecibles del Evangelio. Contra ellos pronunció Jesús sus más terribles palabras. La mansedumbre y la dulzura del maestro de Nazaret se volvieron entonces acritud, ira y duro reproche que llega hasta la maldición.

El Señor no podía callar ante aquellos hombres que despreciaban a los demás llevados de su agudo espíritu crítico, que veían con lupa los defectos ajenos y exageraban las faltas del prójimo, que se fijaban en «peccata-minuta» y descuidaban cuestiones de peso, que daban mucha importancia a lo accidental y muy poca a lo esencial.

En este pasaje evangélico de la presente dominica, se escandalizan de que los discípulos de Jesús coman con las manos sucias, sin haberse lavado antes de comer. Eso iba contra las costumbres y tradiciones que ellos y sus antecesores habían ido imponiendo. Se sorprenden y preguntan a Jesús, en tono de reproche, el porqué de aquella conducta tan poco ortodoxa.

Hipócritas –les dice Jesús–, dejáis a un lado el mandamiento de Dios para aferraros a la tradición de los hombres. Os preocupáis de colar un mosquito, les dirá también, y os tragáis un camello; laváis lo de fuera y dejáis sucio lo de dentro; blanqueáis la fachada y el interior lo mantenéis podrido.

Eran hombres de palabras buenas y de vida mala, de apariencia honorable y de corazón torcido. Fariseos cuya estirpe por desgracia no se ha extinguido. Hipócritas desgraciados que merecen el desprecio y la condenación de Dios. Fariseos que retratan a veces nuestra propia conducta, hecha también de palabras huecas, de apariencias falsas.

El corazón es lo que hay que purificar y rectificar constantemente, especialmente con la práctica de una confesión frecuente de nuestros pecados. No basta con tener vistoso y en orden nuestro escaparate, Hay que preocuparse de limpiar también la trastienda. Tener la conciencia tranquila, iluminada y clara, también allí donde sólo Dios y nosotros podemos ver.

Antonio García Moreno

Comentario – Sábado XXI de Tiempo Ordinario

(Mt 25, 14-30)

El talento (tálanton) era una unidad de peso y una moneda. Pero hoy significa un don o una habilidad especial. En este texto del evangelio se unen esos dos significados.

Alguien, que simboliza a Dios, reparte monedas entre sus servidores, pero no repartió a todos por igual; a unos dio cinco talentos, a otros dos, a otro solamente uno, pero a nadie dejó sin algún talento. Al regresar pide que sus servidores rindan cuentas por los talentos recibidos. El elogio que dirige al servidor que logró producir otros cinco talentos es particularmente bello: «Ven, servidor fiel y cumplidor; has sido fiel en lo pequeño, ahora te entregaré mucho más; entra en la alegría de tu Señor».

Luego aparece el que tenía dos talentos y muestra otros dos que había ganado. Para éste el elogio no es tan bello, pero también se le dice que, aunque se le había encomendado poco, ahora se le entregará lo grande e importante. Finalmente, el que había recibido sólo un talento, expresa todo su resentimiento y cuenta que ha enterrado su talento. Es el servidor inútil que no supo advertir que con ese poquito podía producir mucho, y que así podía llegar a poseer los bienes más grandes, porque el Señor nunca se queda corto para premiar.

En realidad la parábola va dirigida precisamente a los que creen haber recibido poco, a los que fácilmente se dejan llevar por la envidia o las comparaciones y así se hacen estériles, infecundos como una tierra reseca. El que renuncia a entregarle algo a Dios y a la vida, termina quedándose sin nada, termina vacío, incapaz de ser feliz. Porque todo lo que tenemos es para hacerlo producir frutos en bien de los demás para la gloria de Dios. Nadie tiene derecho a enterrar lo que ha recibido, porque, aunque aparentemente sea poco, no es suyo. Nuestra realidad es la de ser administradores, para que, a nuestro paso, dejemos algo mejor que lo que hemos encontrado, entreguemos más de lo que hemos recibido.

Oración:

«Ayúdame a descubrir los dones que me has dado, Señor, y a recordar que no son míos, sino tuyos. Lléname de tu fuerza para que pueda hacerlos fructificar con alegría para servir a los demás y darte gloria».

VÍCTOR M. FERNÁNDEZ
El Evangelio de cada día

¿Sí, porque sí? El Señor nos dice: ¡No!

1.- En la vida las cosas no se hacen porque si, ni se dejan de hacer porque no. El evangelio de hoy nos trae a la memoria, aquellos hombres que realizaban ciertos gestos cultuales o que practicaban cientos de preceptos “porque sí” pero, en el fondo, habían olvidado el sentido que los generó: el Amor a Dios…o el amor al prójimo.

Siempre que leo este evangelio me acuerdo de aquella anécdota donde la abuela de un hogar, por disimular un agujero que existía en medio de la casa, ingenió un gran arcón donde todo el mundo tropezaba. Pero, lo cierto, es que servía para que nadie cayera por el inmenso orificio situado en el centro del pasillo.

Con los años la vivienda se derribó y se levantó de nuevo. Y, los familiares, -otra vez y sin pensarlo- decidieron instalar en mitad del pasillo la famosa arca donde, visitantes y allegados, tropezaban una y otra vez.

Un día llegó un familiar más joven y preguntó ¿por qué habéis puesto el arca en mitad del pasillo si ya no existe el agujero? Ellos siguieron en sus trece. ¡Siempre había sido así! Y no había que cambiar las costumbres.

Nosotros somos esa gran familia y, el joven, es Jesús. Un Jesús que –más allá de los preceptos y de las normas quiere que nuestro seguimiento hacia El sea consciente (no mecánico), ilusionado (no mortecino), renovado (no atelarañado).

2.- Por eso debiéramos de hacernos un examen de conciencia:

Cuando cantamos en nuestras celebraciones ¿Lo hacemos sabedores que, también el canto, es alabanza y no simple adorno?

-Cuando respondemos al celebrante, nos levantamos, arrodillamos o sentamos, ¿somos conscientes de lo qué decimos y por qué lo hacemos?

-¿Nos esforzarnos por entender y vivir a tope cada signo, símbolo y gesto –por ejemplo- de la Eucaristía?

Dios no quiere que “pongamos el piloto automático” a la hora de optar por el camino de la fe. Si somos creyentes, nuestras palabras deberán de ser sinceras; nuestras obras indicativas de que estamos en comunión con El; nuestros gestos y celebraciones culmen de lo que vivimos y sentimos por dentro.

3.- Nosotros no creemos porque nuestros antepasados han creído (aunque nos han dado testimonio de su fe); creemos porque hemos descubierto a Jesús. Un Jesús que lo sentimos vivo en cada sacramento; presente en el prójimo y operativo a través de nuestra vida cristiana.

No somos animales de costumbres. No hagamos como aquel católico que, tan escrupulosamente cumplidor y devoto, pasó por delante de un escaparate y al observar que había un cáliz en su interior…se arrodilló.

La fe, como decía al principio, debe de ser consciente, tributando a Dios un culto lleno de vida y de verdad. En definitiva, poniendo en los labios que rezan, el corazón que ama y que siente que, de verdad, Dios vive en nosotros.

No seamos como aquel constructor que, por poner tanto afán en el montaje de andamios, se olvidó de levantar el edificio.

Javier Leoz

Radiografía del corazón

1.- “Entonces los fariseos y letrados preguntaron a Jesús: ¿Por qué comen tus discípulos con manos impuras? Él les contestó: Bien profetizó Isaías de vosotros, hipócritas”: San Marcos, Cáp. 7. El Talmud es un libro del siglo III de nuestra era, que recoge comentarios de los rabinos sobre la ley y las costumbres del judaísmo. Allí encontramos minuciosas normas, en relación con las purificaciones rituales. Costumbres nacidas en un contexto higiénico, que luego se volvieron obligaciones religiosas, con las cuales se pretendía mantener la benevolencia de Yahvé. Pero lo grave era que tales observancias habían desplazado, en el corazón de muchos judíos, lo esencial de la verdadera religión. Y un día Jesús señaló ante sus oyentes tal equivocación: “Vosotros dejáis de un lado los mandamientos de Dios, para apegaros a tradiciones de los hombres”.

2.- El Señor había subido a Galilea y desde Jerusalén llegó un grupo de escribas y fariseos, que pretendían espiarlo. Descubren enseguida un hecho que les parece escandaloso, y le preguntan al Maestro: “¿Por qué comen tus discípulos con las manos impuras?” San Marcos, quien escribe para los cristianos de Roma, la mayoría de ellos venidos del paganismo, se detiene a explicar cómo eran las costumbres judías al respecto: “Ellos no se sientan a la mesa sin antes lavarse las manos, restregándose bien. Y al volver de la plaza purifican los vasos, las jarras y las ollas”.

Ante al reproche de los fariseos, el Señor esgrime como un espada un acerado texto de Isaías: “Hipócritas: Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. El culto que me dan está vacío, porque la doctrina que enseñan son preceptos humanos”. Así entendemos que todos los ritos religiosos, si no expresan actitudes interiores, nada valen. En la vida social un regalo, un beso, un ramo de rosas sin amor, pueden ser una afrenta.

Pasa luego el Señor a explicar qué significa limpieza para el verdadero creyente. Dios ha contagiado su bondad a todas las cosas. Luego nada exterior podrá mancharnos. Sólo un uso indebido puede contaminar la creación. Y termina el Maestro presentando una radiografía de nuestro interior, que firmarían los más calificados sicólogos: “Del corazón del hombre salen los malos propósitos, las fornicaciones, robos, homicidios, adulterios, codicias, injusticias, fraudes, desenfreno, envidia, difamación, orgullo, frivolidad. Todas esas maldades salen de dentro y hacen al hombre impuro”. Parece que en el sótano de nuestra personalidad, guardáramos un zoológico que necesita ser domesticado. Sobre este párrafo podríamos examinarnos diariamente.

3.- No sabemos si el evangelista pretendió un orden lógico, al enumerar aquellos feroces inquilinos del alma, pero termina señalando la frivolidad, que otros traducen por insensatez. Mal endémico de nuestro tiempo. Tal vez la ausencia de valores facilita a la cultura light arrebatar a muchos en su insaciable torbellino. Lo comprueban la publicidad, los medios de comunicación, el arte, la moda, el ámbito social, y aún la vida de familia. “Mucho ruido y pocas nueces”. Demasiada farándula para enmarcar la vida que es única y si la perdemos, no existe otra de repuesto.

Mientras tanto, el tiempo que todo lo corroe, va destruyendo el tablado, la comedia y a sus protagonistas. De veras: Hemos dejado a un lado los mandamientos de Dios, para apegarnos a tradiciones de los hombres.

Gustavo Vélez

El mal olor de los fariseos

1. – El pan nuestro de cada día, la multiplicación de los panes, “yo soy el pan de vida, el pan bajado del cielo”… Desde hace cinco domingos el ambiente evangélico tiene olor sano, limpio y honrado del pan. Huele a tahona, a panadería.

Solo cuando aparecen en escena los fariseos entra una bocanada asfixiante de tubo de escape. O como Jesús va a decir al final del párrafo del evangelio que acabamos de leer –y que la liturgia respetuosamente ha omitido— de olor a cloaca.

Los fariseos saben no sólo que los discípulos comen sin lavarse las manos, sino que cinco mil hombres comieron sin lavarse las manos y les preocupa más la ligera falta legal contra una minuciosa orden eclesiástica que el hambre de cinco mil hombres.

2. – En todos los tiempos ha habido fariseos que con manos limpias han condenado al hambre a una viuda con hijos.

* Fariseos o Pilatos que con manos limpias han firmado una sentencia injusta.

* Fariseos que levantan sus manos limpias a Dios para darle gracias por cumplir todos los ayunos, abstinencias y preceptos dominicales por no ser el pobre que pide a la puerta de la iglesia.

* Caras largas de reproche que andan buscando el defecto del hermano. O, incluso, en la Iglesia, en qué se pasa o en qué no llega el sacerdote.

3. – Dios es aire puro que nos deja respirar a pleno pulmón. Es oxígeno. Es olor a pino de montaña. Olor a jara… No enrarezcamos el ambiente con un corazón mezquino capaz de hacer encogerse el mismo corazón de Dios.

En realidad esos fariseos de todos los tiempos, buscando el cumplimiento de la tradición humana, poniendo en ello la perfección, lo que buscan es defenderse de Dios, que está sobre toda ley y que por ser amor no puede encerrarse en una ley, que por ser amor exige mucho más que toda ley, porque lo que exige ahora y siempre es el corazón y el corazón no tiene límites. El que ama nunca puede decir que con esto ha cumplido.

4. – Dios no mira las cosas, mira el corazón donde se cocina lo bueno y lo malo del hombre. Es notable que Jesús mientras menciona doce malos productos que salen del corazón, no menciona ni uno solo bueno. Y es que lo malo es repetitivo, rutinario, no es creativo, sólo aumenta en número. Pero estas manzanas de hoy son la misma manzana de los primeros tiempos.

Para el que ama no hay límites en el campo de la bondad, siempre hay cosas nuevas que hacer, siempre nuevos detalles, porque el amor y la bondad vienen de Dios y Dios es infinito en su variedad.

Hoy se habla mucho de higiene, pero hemos descuidado la higiene del corazón. No son las manos las que hay que limpiar, es nuestro corazón el que tenemos que pensar y Dios dirá de nosotros lo que Jesús dejo dicho: “Benditos los limpios de corazón porque ellos verán a Dios.

José María Maruri SJ

Indiferencia progresiva

La crisis religiosa se va decantando poco a poco hacia la indiferencia. De ordinario no se puede hablar propiamente de ateísmo, ni siquiera de agnosticismo. Lo que mejor define la postura de muchos es una indiferencia religiosa donde ya no hay preguntas ni dudas ni crisis.

No es fácil describir esta indiferencia. Lo primero que se observa es una ausencia de inquietud religiosa. Dios no interesa. La persona vive en la despreocupación, sin nostalgias ni horizonte religioso alguno. No se trata de una ideología. Es, más bien, una «atmósfera envolvente» donde la relación con Dios queda diluida.

Hay diversos tipos de indiferencia. Algunos viven en estos momentos un alejamiento progresivo; son personas que se van distanciando cada vez más de la fe, cortan lazos con lo religioso, se alejan de la práctica; poco a poco Dios se va apagando en sus conciencias. Otros viven sencillamente absorbidos por las cosas de cada día; nunca se han interesado mucho por Dios; probablemente recibieron una educación religiosa débil y deficiente; hoy viven olvidados de todo.

En algunos, la indiferencia es fruto de un conflicto religioso vivido a veces en secreto; han sufrido miedos o experiencias frustrantes; no guardan buen recuerdo de lo que vivieron de niños o de adolescentes; no quieren oír hablar de Dios, pues les hace daño; se defienden olvidándolo.

La indiferencia de otros es más bien resultado de circunstancias diversas. Salieron del pequeño pueblo y hoy viven de manera diferente en un ambiente urbano; se casaron con alguien poco sensible a lo religioso y han cambiado de costumbres; se han separado de su primer cónyuge y viven una situación de pareja no «bendecida» por la Iglesia. No es que estas personas hayan tomado la decisión de abandonar a Dios, pero de hecho su vida se va alejando de él.

Hay todavía otro tipo de indiferencia encubierta por la piedad religiosa. Es la indiferencia de quienes se han acostumbrado a vivir la religión como una «práctica externa» o una «tradición rutinaria». Todos hemos de escuchar la queja de Dios. Nos la recuerda Jesús con palabras tomadas del profeta Isaías: «Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí».

José Antonio Pagola

Comentario al evangelio – Sábado XXI de Tiempo Ordinario

El empleado al que su amo expulsó a las tinieblas exteriores no era un perfecto inútil ni un gafe. Tenía unas capacidades. Su amo las conocía y le confió la cantidad apropiada para que pudiera negociar según sus dotes. Y para poder confiarle esa cantidad tuvo que tener y depositar cierta confianza en su persona.

Sobre la base de la confianza que alguien pone en nosotros y sobre las capacidades con que contamos podemos emprender nuestra misión. Nos visitará más o menos veces el miedo; la negligencia menudeará sus llamadas a nuestra puerta. De cada uno depende el abrirla y dejar que se instalen cómodamente en él esos enemigos.

Nos han enseñado que la valentía es un miedo y otro miedo y otro miedo vencidos; y que la diligencia es pereza que nos sacudimos de encima una vez y otra y otra. Así no defraudaremos a Aquel que nos ha dado una misión en la vida y así podremos prestar servicios según nuestras capacidades.

Preguntaba Santa Teresa de Jesús: «¿Sabéis qué es ser espirituales de veras? Hacerse esclavos de Dios, a quien –señalados con su hierro, que es el de la cruz, porque ya ellos le han dado su libertad– los pueda vender por esclavos de todo el mundo, como Él lo fue, que no les hace ningún agravio ni pequeña merced; y si a esto no se determinan, no hayan miedo que aprovechen mucho, porque todo este edificio […] es su cimiento humildad, y si no hay esta muy de veras, aun por vuestro bien, no querrá el Señor subirle muy alto, porque no dé todo en el suelo. Así que, hermanas […], procurad ser la menor de todas y esclava suya, mirando cómo o por dónde las podéis hacer placer y servir; pues lo que hiciéredes en este caso, hacéis más por vos que por ellas, poniendo piedras tan firmes que no se caiga el castillo» (Moradas, VII, 4, 9).

Ciudad Redonda