¿Ritos de purificación o ritos religiosos?

Hoy en día no resulta demasiado difícil entender el porqué de algunos ritos de purificación que hacían los judíos: lavarse las manos antes de comer, bañarse después de venir de un lugar público como la plaza o lavar a fondo los utensilios de la cocina… Con la explosión vírica que vivimos la actualidad, estos ritos se han vuelto parte de nuestra cotidianidad y hasta muchas veces se han vuelto actos cotidianos que realizamos con mayor o menor periodicidad pero que se han extendido y universalizado.

En el evangelio, Jesús se muestra contrario de ciertos ritos que venían de la tradición judía. ¿Por qué? Tal vez porque se confunden los ritos que eran necesarios para la salud y el bienestar físico de la sociedad con aquellos que son los propiamente religiosos. El problema no es la acción de lavarse (que puede ser ciertamente acertada) sino el convertir en impureza la no realización de este ejercicio. De hecho, Jesus lo explica: “sus doctrinas son preceptos humanos y tradiciones de los hombres”. Se trata de cuestiones prácticas y útiles, pero no propiamente religiosas; por eso dice “dejáis de lado el mandamiento de Dios”.

Y Jesús desarrolla, no para los escribas sino para el resto de la gente, lo que es la impureza. No se trata de lo que se hace, siguiendo o no la tradición humana, sino de lo que brota del corazón. Desautoriza así la moral social de impureza en pos de una moral personal e interior de las intenciones del corazón. De hecho, no elimina la categoría de impureza, sino que la vuelve personal y sobre todo aquello que tienen sus raíces en el corazón.

Este giro en la comprensión de impureza es altamente significativo porque el judaísmo estaba asentado sobre muchas categorizaciones sociales de impureza ritual y por tanto de los continuos ritos de purificación. Así la religión estaba plagada de estos ritos al punto de opacar la importancia de las intenciones y propósitos personales y lo más importante de excluir a aquellos que no las cumplían, como será el caso de los discípulos de Jesús. Las categorías de impureza marcaban inclusión y exclusión tanto ritual como social y muchos no podían participar en la vida religiosa y social por lo menos por algún tiempo. Jesús elimina estas exclusiones y refuerza la conversión personal.

En nuestra situación actual debemos volver a diferenciar entre ritos de salud y bienestar general y aquellos que dan el culto a Dios que tiene que ver con aquello que está en nuestro interior y que es el motor de nuestras acciones. No está demás advertir que no podemos convertir los ritos cotidianos de higiene en ritos religiosos de modo que oculten o disminuyan el verdadero culto a Dios. La importancia y la significatividad que hoy han adquirido estos ritos han llegado a niveles cuasi religiosos en el sentido de que pueden ocupar tanto nuestra atención que se disminuya la curiosidad y la vigilancia del verdadero culto a Dios y el cuidado interior y de las relaciones propias de un corazón cercano a Dios.

Los ritos efectivamente tienen la fuerza de traer a nuestra atención aquello que es importante, aquello que puede orientarnos en la búsqueda de sentido y aquello que puede configurar políticamente nuestras acciones. Por ello, volver a poner a Dios en el centro de nuestras acciones simbólicas y rituales puede también reorganizarnos en torno al Dios de la vida y no dejarnos llevar por acciones que tiendan a la autorreferencialidad o que aumenten el miedo.

Lavarse las manos y ponerse gel hidroalcóholico es necesario. Adorar al Dios que da la vida es más que necesario…

Paula Depalma

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El pecado es consecuencia de una actitud interna deshumanizadora

Retomamos el evangelio de Marcos. Después de la multiplicación de los panes. Jesús se encuentra en los alrededores del lago de Genesaret, en la parte más alejada de Jerusalén, donde eran mucho menos estrictos a la hora de vigilar el cumplimiento de las normas de purificación. No se trata de una transgresión esporádica de los discípulos de Jesús. El problema lo suscitan los fariseos, llegados de Jerusalén, que venían precisamente a inspeccionar.

El texto contrapone la práctica de los discípulos con la enseñanza de los letrados y fariseos. Jesús se pone de parte de los discípulos, pero va mucho más lejos y nos advierte de que toda norma religiosa, escrita o no, tiene siempre un valor relativo. Cuando dice que nada que entra de fuera puede hacer al hombre impuro, está dejando muy claro que la voluntad de Dios no viene de fuera; solo se puede descubrir en el interior y está más allá de toda Ley.

La Ley y la tradición como norma, pero sin darle el valor absoluto que le daban los fariseos. Hoy sabemos que Dios no ha dado directamente ninguna norma. Dios no tiene una voluntad que pueda comunicarnos por medio del lenguaje, porque no tiene nada que decir ni nada que dar. La Escritura es una experiencia personal sancionada por la aceptación de un pueblo. Las experiencias del Éxodo las vivió el pueblo en el s. XIII a. de C., pero se pusieron por escrito a partir del VII. Los evangelios se escribieron 50 años después de morir Jesús.

Las normas que podemos meter en conceptos son preceptos humanos; no pueden tener valor absoluto. Un precepto, que fue adecuado para una época, puede perder su sentido en otra. Las normas morales tienen que estar cambiando siempre, porque el hombre va conociendo mejor su propio ser y la realidad en la que vive. El número de realidades que nos afectan está creciendo cada día. Las normas antiguas pueden no servir para resolver situaciones nuevas.

En todas las religiones las normas se dan en nombre de Dios. Esto tiene consecuencias desastrosas si no se entiende bien. Todas las leyes son humanas. Cuando esas normas surgen de una experiencia auténtica y profunda de lo que debe ser un ser humano y nos ayudan a conseguir nuestra plenitud, podemos llamarlas divinas. La voluntad de Dios no es más que nuestro propio ser en cuanto perfeccionable. Eso que puedo llegar a ser y aun no soy, es la voluntad de Dios. Dios es un ser simple que no tiene partes. Todo lo que tiene lo es, todo lo que hace lo es. No existe nada fuera de Él y nada puede darnos que no sea Él.

El precepto de lavarse las manos antes de comer, no era más que una norma elemental de higiene, para que las enfermedades infecciosas no hicieran estragos entre aquella población que vivía en contacto con la tierra y los animales. Si la prohibición no se hacía en nombre de Dios, nadie hubiera hecho puñetero caso. Esto no deja de tener su sentido. Si comer carne de cerdo producía la triquinosis, y por lo tanto la muerte, Dios no podía querer que comieras esa carne, y además si lo comías, te castigaba con la muerte.

Lo que critica Jesús no es la Ley sino la interpretación que hacían de ella. En nombre de esa Ley oprimían a la gente y le imponían verdaderas torturas con la promesa o la amenaza de que solo así, Dios estaría de su parte. Para ellos todas las normas tenían la misma importancia, porque su único valor era que estaban dadas por Dios. Esto es lo que Jesús no puede aceptar. Toda norma, tanto al ser formulada como al ser cumplida, tiene como fin el bien del hombre. No podemos poner por delante a Dios, porque el único bien es el hombre.

Las normas de la religión son normas en las que se recoge lo mejor de la experiencia humana, que buscan el bien del hombre. Los diez mandamientos intentan posibilitar la convivencia de una serie de tribus dispersas y con muy poca capacidad de hacer grupo. En aquella época, cada país, cada grupo, cada familia tenía su dios. Para hacer un pueblo unido, era imprescindible un dios único. De ahí los mandamientos de la primera tabla. Todos los de la segunda tabla van encaminados a hacer posible una convivencia, sin destruirse unos a otros.

La segunda enseñanza es consecuencia de ésta: No hay una esfera sagrada en la que Dios se mueve, y otra profana de la que Dios está ausente. En la realidad creada no existe nada impuro. Tampoco tiene sentido la distinción entre ser humano puro y ser humano impuro, a partir de situaciones ajenas a su voluntad. Por eso la pureza nunca puede ser consecuencia de prácticas rituales ni sacramentales. La única impureza que existe la pone una persona cuando busca su propio interés a costa de los demás.

Las tradiciones son la riqueza de un pueblo. Hay que valorarlas y respetarlas. La tradición es la cristalización de las experiencias ancestrales de los que nos han precedido. Sin esa experiencia acumulada, ninguno de nosotros hubiéramos alcanzado el nivel de humanidad que tenemos. No podemos dar valor absoluto a ese bagaje, porque lo convertiremos en un lastre que nos impide avanzar hacia mayor humanidad. En el instante en que nos impida ser más humanos, debemos abandonarla. “Dejáis a un lado la voluntad de Dios por aferraros a las tradiciones humanas”.

Todo el que dé leyes en nombre de Dios, os está engañando. La voluntad de Dios, o la encuentras dentro de ti, o no la encontrarás nunca. Lo que Dios quiere de ti está inscrito en tu mismo ser y en él tienes que descubrirlo. Es muy difícil entrar dentro de uno mismo y descubrir las exigencias de mi verdadero ser. Por eso hacemos muy bien en aprovechar la experiencia de otros seres humanos que se distinguieron por su vivencia y nos han trasmitido lo que descubrieron. Gracias a esos pioneros del Espíritu, la humanidad va avanzando.

Todo lo que nos enseñó Jesús fue manifestación de su ser más profundo. “Todo lo que he oído a mi Padre, os lo he dado a conocer”. Esa experiencia original hizo que muchas normas de su religión se tambaleasen. La Ley hay que cumplirla porque me lleva a la plenitud humana. Para los fariseos, el precepto hay que cumplirlo por ser precepto no porque ayude a ser humano. En la medida que hoy seguimos en esta postura “farisaica”, nos apartamos del evangelio.

El obrar sigue al ser, decían los escolásticos. Lo que haya dentro de ti es lo que se manifestará en tus obras. Es lo que sale de dentro lo que determina la calidad de una persona. Yo diría: lo que hay dentro de ti, aunque no salga, porque lo que sale puede ser una pura programación. Lo que comas te puede sentar bien o hacerte daño, pero no afecta a tu espíritu. La trampa está en confiar más en la práctica externa que en la actitud interna.

Meditación-contemplación

Todo culto que no proceda del corazón,
y no lleve a descubrir la cercanía de Dios, es inútil.
Los ritos, ceremonias, sacramentos y oraciones
son útiles en la medida que me llevan al interior de mí mismo,
y me hagan descubrir lo que Dios es en mí.

Fray Marcos

Comentario – Domingo XXII de Tiempo Ordinario

(Mc 7, 1-8. 14-15. 21-23)

Este texto se detiene a explicar cuál era el problema de Jesús con los maestros de la ley y los fariseos. Ellos se dedicaban a estudiar la Ley de Dios, a enseñarla y a promover su práctica. Pero el problema es que habían agregado a esa Ley una cantidad innumerable de prácticas y normas que la hacían complicada y que producían un efecto negativo, ya que se olvidaba lo esencial por perderse en muchas cosas secundarias.

Además, algunos fariseos se dedicaban a espiar y controlar a la gente para ver si cumplían o no esas tradiciones. Aquí vemos que acusan a los discípulos de Jesús por no lavarse las manos antes de comer. Pero Jesús rechaza ese tipo de religión y quiere devolverle la simplicidad.

Y Jesús no se contenta con criticar las tradiciones y normas inventadas por los fariseos, sino que va mucho más allá, porque también quiere simplificar la Ley que estaba escrita en el Antiguo Testamento. En este texto, por ejemplo, Jesús declara sin valor las prohibiciones de comer algunos alimentos y declara que todos los alimentos se pueden comer, ya que no proviene de ellos el mal del hombre.

Para Jesús el mal está en el corazón, en las intenciones ocultas que llevan al pecado. No hay que culpar a lo que está fuera de nosotros sino preguntar qué hay en nosotros que debe ser sanado.

Cuando algo me perturba, no me detendré a mirar la negatividad de lo que me rodea, sino que me preguntaré qué hay dentro de mí que provoca esa perturbación. Porque cuando no se tiene la fortaleza de Dios todo lo externo se convierte en un enemigo, en un peligro para nuestra fragilidad.

En la lista de pecados que Jesús presenta al final, no se pretenden resumir todos los pecados, sólo se mencionan algunos como ejemplo. Y cabe advertir que la mayoría de los que se mencionan se refieren a las relaciones con el prójimo, a pecados que atenían contra el amor al hermano.

Oración:

«Señor Jesús, tú no quieres que me detenga en cosas secundarias, en un cumplimiento externo que puede ser pura apariencia. Tu quieres obras buenas que surjan de un corazón bueno, de un interior verdaderamente sano y liberado. Cámbiame tú Señor, entra en mi interior y purifícalo con tu gracia».

VÍCTOR M. FERNÁNDEZ
El Evangelio de cada día

Las manos sucias y el corazón limpio

Después de cinco domingos leyendo el evangelio de Juan, volvemos al de Marcos, base de este ciclo B. Durante un mes nos ha ocupado el tema de comer el pan de vida. Este domingo el problema no será comer el pan, sino comer con las manos sucias. Una pregunta malintencionada de los fariseos y de los doctores de la ley (los escribas) provoca la respuesta airada de Jesús, una enseñanza algo misteriosa a la gente, y la explicación posterior a los discípulos. El texto de la liturgia ha suprimido algunos versículos, empobreciendo la acusación de Jesús y uniendo lo que dice a la gente con la explicación a los discípulos.

La tradición de los mayores y el mandamiento de Dios (Marcos 7,1-8.14-15.21-23)

Antes de dar la palabra a los fariseos y escribas es interesante recordar lo que cuenta Marcos inmediatamente antes. Después de la multiplicación de los panes y los peces, Jesús ha cruzado a la región de Genesaret, recorriendo pueblos, aldeas y campos, acogido con enorme entusiasmo por gente sencilla, que busca y encuentra en él la curación de sus enfermedades.

La intervención de los fariseos y escribas

De repente, el idilio se rompe con la llegada desde Jerusalén de fariseos (seglares super piadosos) y de algunos escribas (doctores de la ley de Moisés). No todos los escribas pertenecían al grupo fariseo, pero sí algunos de ellos, como aquí se advierte. Para ellos, lo importante es cumplir la voluntad de Dios, observando no solo los mandamientos, sino también las normas más pequeñas transmitidas por sus mayores. Lo esencial no es la misericordia, sino el cumplimiento estricto de lo que siempre se ha hecho. Por eso, no les conmueve que Jesús cure a un enfermo; pero les irrita que lo haga en sábado.

Con esta mentalidad, cuando se acercan al lugar donde está Jesús, advierten, escandalizados, que algunos de los discípulos están comiendo con las manos sucias. El lector moderno, instintivamente, se pone de su parte. Le parece lógico, incluso necesario, que una persona se lave las manos antes de comer, y que se lave la vajilla después de usarla. Es cuestión elemental de higiene. Sin embargo, aunque en su origen quizá también fuese cuestión de higiene entre los judíos, los grupos más estrictos terminaron convirtiéndola en una cuestión religiosa. Lo que está en juego es la pureza ritual. Por eso, los fariseos no se quejan de que los discípulos coman con las manos sucias, sino con las manos impuras, saltándose con ello la tradición de los mayores. Aunque el Antiguo Testamento contiene numerosas normas, algunas de carácter higiénico, nunca menciona la obligación de lavarse las manos, ni de lavar vasos, jarras y ollas; esto forma parte de «las tradiciones de los mayores», tan sagradas para los fariseos como las costumbres de la madre fundadora o del padre fundador para algunas congregaciones religiosas, o de cualquier minucia litúrgica para algunos ritualistas.

La respuesta airada de Jesús

La reacción de Jesús es durísima. Tras llamarlos hipócritas, les hace tres acusaciones: 1) su corazón está lejos de Dios; 2) enseñan como doctrina divina lo que son preceptos humanos; 3) dejan de observar los mandamientos de Dios para aferrarse a las tradiciones de los hombres.

Estas acusaciones resultan durísimas a cualquier persona, pero especialmente a un fariseo, que desea con todas sus fuerzas estar cerca de Dios, agradarle cumpliendo su voluntad.

El problema, según Jesús, es que el fariseo termina dando a esas tradiciones más importancia que a los mandamientos de Dios. Incluso las utiliza para dejar de hacer lo que Dios quiere y quedarse con la conciencia tranquila. Para demostrarlo, Jesús cita un ejemplo que la liturgia ha suprimido. [También nuestro Señor ha sido víctima de la censura eclesiástica.] Dios ordena honrar a los padres, es decir, sustentarlos en caso de necesidad. Imaginemos un fariseo con suficientes bienes materiales. Puede atender a sus padres económicamente. Pero su comunidad le dice que esos bienes los declare qorbán, consagrados al Señor. A partir de ese momento, no puede emplearlos en beneficio de sus padres, pero sí de su grupo. «Y así invalidáis el precepto de Dios en nombre de vuestra tradición. Y de ésas hacéis otras muchas».

Un lector crítico podría acusar a Marcos de tratar un tema tan complejo de forma ligera y demagógica. Conociendo a los fariseos de aquel tiempo (bastante parecidos a los de ahora), la reacción de Jesús es comprensible y su acusación justificada. Sobre todo, para los primeros cristianos, que sufrían los continuos ataques de estos que presumían de religiosos.

Enseñanza a la gente

Como los fariseos y escribas no responden, aquí podría haber terminado todo. Sin embargo, Jesús aprovecha la ocasión para enseñar algo a la gente a propósito de la pureza e impureza: «Nada que entre de fuera puede hacer al hombre impuro; lo que sale de dentro es lo que hace al hombre impuro.»

La explicación a los discípulos

No sabemos si Jesús se quedó contento con esta breve enseñanza. Lo que es seguro es que la gente no la entendió, y los discípulos tampoco. Por eso, cuando llegan a la casa (nuevo detalle suprimido por la liturgia), le preguntan qué ha querido decir. Y él responde que lo que entra por la boca no llega al corazón, sino al vientre, y termina en el retrete. Entra y sale sin contaminar a la persona. Lo que la contamina no es lo que entra en el vientre, sino lo que sale del corazón. Para aclararlo, enumera trece realidades que brotan del corazón. [Resulta raro que Marcos no cite catorce, número de plenitud (2 x 7), pero ningún asistente a misa va a notarlo, y el predicador probablemente tampoco].

Esta enseñanza de que el peligro no viene de fuera, sino de dentro, resultará a algunos muy discutible. ¿No vienen de fuera la pornografía, la droga, las invitaciones a la violencia terrorista? ¿No nos influyen de forma perniciosa el cine, la televisión, la literatura?

Lo anterior es cierto. Pero Jesús no entra en estas cuestiones, se refiere al caso concreto de los alimentos. Otra de las frases del evangelio suprimidas en la liturgia de hoy dice que Jesús, con su enseñanza de que lo que entra en el vientre no contamina al hombre, «declaró puros todos los alimentos». Por eso los cristianos podemos comer carne de cerdo, de liebre, de avestruz, gambas (camarones en ciertos países de América Latina), cigalas, langostinos y cualquier alimento que nos apetezca, según nuestra costumbre y nuestra economía. Un cambio revolucionario, porque todas las religiones obligan a observar una serie de normas dietéticas.

Por otra parte, aunque Jesús se centre en los alimentos, su enseñanza tiene un valor más general y desvela nuestra comodidad e hipocresía. El Papa Francisco habría caído en el error de los fariseos si hubiera culpado de la pederastia y los abusos sexuales en la Iglesia a los influjos externos, a la cultura del goce y del libertinaje. El mal no viene de fuera, sale de dentro. Y con el mismo criterio debe enjuiciar cada uno de nosotros su realidad. Nuestro mayor enemigo somos nosotros mismos. No echemos la culpa a los demás.

Los mandamientos de Dios (Deuteronomio 4,1-2.6-8)

La importancia que concede Jesús a la ley de Dios frente a las tradiciones humanas ha animado a elegir este texto del Deuteronomio como paralelo al evangelio. Los responsables de la elección no han caído en la cuenta de un problema. Moisés ordena: «No añadiréis ni suprimiréis nada de las prescripciones que os doy». Jesús, sin embargo, añadió y suprimió. Por ejemplo, a propósito de los alimentos puros e impuros, como acabo de indicar; tanto el Levítico como el Deuteronomio contienen una extensa lista de animales impuros, que no se pueden comer (Lv 11; Dt 14,3-21). Esta primera lectura no debe interpretarse como una aceptación radical y absoluta de la ley mosaica, porque Jesús se encargó de interpretarla y modificarla.

La religiosidad verdadera (Santiago 1,17-18.21-27)

Los cristianos tenemos el mismo peligro que los fariseos de engañarnos, dando más valor a cosas menos importantes. El final de esta breve lectura ofrece un ejemplo muy interesante. ¿En qué consiste la religión verdadera, la que agrada a Dios? ¿En oír misa diaria, rezar el rosario, hacer media hora de lectura espiritual? Eso es bueno. Pero lo más importante es preocuparse por las personas más necesitadas; el autor, siguiendo una antigua tradición, las simboliza en los huérfanos y las viudas. Cuando recordamos la parábola del Juicio Final («porque tuve hambre…») se advierte que el autor de esta carta piensa igual que Jesús.

José Luis Sicre

Lectio Divina – Domingo XXII de Tiempo Ordinario

Dejáis a un lado el mandamiento de Dios para aferraros a la tradición de los hombres.

INTRODUCCIÓN

“Para los cristianos la voladura del edificio de las tradiciones judías, no es para ellos destrucción sino descubrimiento más profundo de la voluntad de Dios. La religión de los labios, de la palabra externa que se vuelve mentira (hipocresía) y no permite que llegue al nivel del corazón, de la apertura a Dios, del encuentro universal entre los hombres, no es la auténtica religión querida por Jesús. Allí donde los alimentos son todos puros, donde la comida ya no separa sino que une, donde cesan las distinciones de judíos y gentiles (Gal. 3,28) ahí sólo queda fe y “seres humanos”. La tarea de unificar a los seres humanos desde el corazón y no a través de separaciones religiosas, es el centro del evangelio”.  (PIKAZA)

TEXTOS BÍBLICOS

1ª Lectura: Dt. 4,1-2.6-8.     2ª Lectura: Sant. 1,16b18.21b-22.27.

EVANGELIO

San Marcos (7,1-8.14-15.21-23)

En aquel tiempo, se acercó a Jesús un grupo de fariseos con algunos escribas de Jerusalén, y vieron que algunos discípulos comían con manos impuras, es decir, sin lavarse las manos. (Los fariseos, como los demás judíos, no comen sin lavarse antes las manos restregando bien, aferrándose a la tradición de sus mayores, y, al volver de la plaza, no comen sin lavarse antes, y se aferran a otras muchas tradiciones, de lavar vasos, jarras y ollas.) Según eso, los fariseos y los escribas preguntaron a Jesús: «¿Por qué comen tus discípulos con manos impuras y no siguen la tradición de los mayores?» Él les contestó: «Bien profetizó Isaías de vosotros, hipócritas, como está escrito: “Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. El culto que me dan está vacío, porque la doctrina que enseñan son preceptos humanos”. Dejáis a un lado el mandamiento de Dios para aferraros a la tradición de los hombres.» Entonces llamó de nuevo a la gente y les dijo: «Escuchad y entended todos: Nada que entre de fuera puede hacer al hombre impuro; lo que sale de dentro es lo que hace impuro al hombre. Porque de dentro, del corazón del hombre, salen los malos propósitos, las fornicaciones, robos, homicidios, adulterios, codicias, injusticias, fraudes, desenfreno, envidia, difamación, orgullo, frivolidad. Todas esas maldades salen de dentro y hacen al hombre impuro.»

REFLEXIÓN

En esta controversia de Jesús con los fariseos y escribas que venían de Jerusalén, el propio Jesús les recuerda unas palabras del profeta Isaías:» Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí” (Is. 29,13). Según esta frase vamos a reflexionar sobre lo que significa eso de tener el corazón cerca o lejos de Dios y las consecuencias que esto conlleva.

1.- ¿Qué pasa cuando el corazón humano está cerca de Dios?

Cuando nuestros primeros padres estaban en el paraíso, antes del pecado, Dios estaba cerca de su corazón. “Yahvé bajaba a pasear con ellos a la brisa de la tarde” (Gn.3,8). Todo era bello. Estaban en paz con Dios, con ellos mismos, con los animales y con toda la creación. Cuando el corazón humano está cerca de Dios, nos convertimos en un jardín. Moisés estaba pastoreando el rebaño por el desierto y tuvo una gran visión: Una zarza que ardía sin consumirse. (Ex.3). Imagen sugerente, evocadora de un Dios que arde en llamaradas de amor, en llamaradas de felicidad, en llamaradas de vida. Ese fuego de amor es el que Jesús ha venido a traer a este mundo y quiere “que el mundo esté ardiendo” (Lc. 12,49). Los hombres y mujeres de este mundo necesitamos “arder por dentro” e irradiar amor, alegría, esperanza, ilusión, ganas de vivir.   Por eso necesitamos tener el corazón “cerca de Dios”.

2.- ¿Qué pasa cuando el corazón humano está lejos de Dios? 

El Dios-Amor sólo tiene palabras de amor. Si no puede hablar desde el amor, se calla. Y entonces desaparece la palabra de Dios. Y es precisamente entonces cuando aparece la palabrería humana: los falsos profetas, los hipócritas, los cultivadores de tradiciones humanas y de un culto vacío y viciado. Dios no está de acuerdo y se queja:” “Cuando extendéis las manos para rezar, aparto mis ojos de vosotros; aunque menudeéis una plegaria, no os escucho. Vuestras manos están llenas de sangre. Lavaos, purificaos, alejad vuestras malas acciones de mis ojos. Dejad de hacer el mal, buscad lo que es justo, socorred al oprimido, hacer justicia al huérfano, defended a la viuda” (Is. 1,15s). Cuando uno aparta su corazón de Dios, se rompe la fraternidad y la casa se queda fría, vacía, sin vida de amor.

3.– Lo que sale de dentro.

Con esta frase, Jesús quiere llevar las normas del comportamiento humano al interior de la conciencia, devolviendo así al hombre toda su dignidad. Es la persona la que debe decidir desde dentro con su libertad. Lo dice muy bien el Con.Vat.II “Por su interioridad el hombre es superior al universo entero; a esa profunda interioridad retorna cuando entra dentro de su corazón, donde Dios lo aguarda, escrutador de los corazones, y donde él personalmente, bajo la mirada de Dios, decide su propio destino” (GS. 14). Las cosas han salido buenas de la mano del Creador y no las pueden hacer malas las costumbres y tradiciones de los hombres. “Jesús rechaza la distinción judía entre lo puro y lo impuro, entre una esfera religiosa, separada, en la que Dios está presente y una esfera ordinaria, cotidiana, en la que Dios está ausente. No se nos purifica de la vida cotidiana para encontrar a Dios en otra parte:  se nos debe purificar del pecado que llevamos dentro de nosotros” (A. Pronzato).

PREGUNTAS

1.- ¿Siento que mi corazón late cerca de Dios? ¿Qué emociones me produce?

2.- ¿Me he sentido, a veces, lejos de Dios conscientemente?  ¿Ha tenido alguna repercusión en mi vida ordinaria?

3.- ¿Soy consciente de la dignidad que Dios me ha dado por el hecho de ser persona? ¿Se lo agradezco?

Este evangelio, en verso, suena así:

Señor, ¡qué lección tan bella
proclamas en tu Evangelio!
Denuncias la hipocresía
de los falsos fariseos.
Honran a Dios con los labios,
practican un culto externo,
pero no lo aman de veras.
Su corazón está lejos.
Para Ti, Señor, no sirve
cumplir humanos preceptos.
Lo que da valor al hombre
es “lo que sale de dentro”.
Tú nos aclaras, Señor,
que “el corazón es el centro”,
donde la persona cuida
la flor de sus sentimientos.
Y muchas veces, Señor,
clavamos a sangre y fuego,
en Dios y en nuestros hermanos,
“espinas” de sufrimiento.
Danos a todos, Señor,
un corazón noble y bueno:
Que sea fuente de amor,
misericordia y consuelo.
Haz que nuestro corazón
responda como el almendro:
Que, cuando recibe un golpe,
suelta una lluvia de besos.

(Compuso estos versos José Javier  Pérez Benedí)

Sin intermediarios

1.- Los apóstoles acompañando a Jesucristo se lo pasaban muy bien, obrando como el Maestro les indicaba, se sentían satisfechos. Todo lo que les decía les parecía nuevo y obraban con sinceridad y espontaneidad. Pero a los ilustres, a quienes les gustaba figurar en público y ser tenidos por hombres importantes y de reconocida prosapia, no les hacía ninguna gracia que estos pobres galileos, se saltaran normas que venían de antiguo. A ellos les interesaban los detalles y cualquiera que se saltara sus leyes les era despreciable, molesto y debía ser extirpado de la consideración pública. Pienso ahora en una tira cómica de Mafalda, que no me resisto a que conozcáis. Resulta que ven pasar unos elegantes caballeros, a unos chicos melenudos y barbudos y, con arrogancia y desprecio, dirigido a los chavales, dicen: esto es el acabose. La parlanchina y simpática chiquilla, les replica con desparpajo: esto es el continuose, del empezose, de ustedes. Os lo aseguro: muchas manifestaciones sorprendentes o simplemente chocantes, surgen de procederes de orgullosos ciudadanos. Oiréis decir a veces, mis queridos jóvenes lectores, que a algunos les molesta pertenecer a la Iglesia. Vosotros mismos pensaréis tal vez, y con razón, que la historia de Jesús, tiene un atractivo inmenso, pero os sentís, en algunas ocasiones, incómodos ante algo que os imponen y os preguntáis el porque de tantos ritos, prohibiciones y preceptos que no sabéis de donde se los han sacado. Deseáis sentiros libres y no lo sois, porque no sabéis de donde han salido tantas obligaciones con las que a veces os cargan y que vosotros no habéis encontrado en el Evangelio.

2.- Dejadme que os diga, para empezar, que fue el mismo Jesús el que deseó que lo que Él enseñaba, se viviera en comunidad. El hombre solitario es vulnerable y Él quería que todos fueran salvados. Un amigo junto a otro amigo, son torre fuerte, dice un texto bíblico. Donde dos o más se reúnen en su nombre, Él mismo hace acto de presencia, se dirá en otro lugar. Esta comunidad de los amigos de Jesús, es la Iglesia, la esposa queridísima de Cristo. Yo, que ya soy viejo, os aseguro que se vive muy bien con Jesús, en su seno, que los que se entienden, se exigen y se sienten miembros de ella, están satisfechos de su experiencia. Que se consideran, y están, muy próximos a los valientes misioneros, a los austeros ermitaños, a los que arriesgan su vida en defender los derechos de los más pobres. Se sienten, sin duda, con frecuencia, mas cercanos a ellos que a su beato entorno. Una realidad maravillosa de nuestro hoy, y yo me siento muy satisfecho de vivir estos tiempos, es el poder estrechar lazos de amor con gente que a lo mejor se encuentra a kilómetros de distancia. Pero, con sinceridad, no se puede ignorar que a grupos y grupitos, les nacen costumbres que les gustan y les van muy bien a ellos, pero que, más tarde o más temprano, a los demás, les pueden resultar pesadas, aburridas y molestas. Y a causa de ello, algunos que se toman en serio y con simplicidad el evangelio, se alejan de “los de siempre”, de los que toda la vida han hecho igual, y les reprochan que se alejen de sus costumbres y lamentablemente se crean, que están fuera de la Iglesia.

3.- Creeréis que estoy divagando, voy, pues, a descender a ejemplos concretos. Comulgar, recibir el Cuerpo sacramental de Cristo, que nos procura fortaleza, es una cosa maravillosa. Pero algunos nos encontramos que, en vez de descubrirnos esta riqueza, nos atosigan diciéndonos que no se puede ni siquiera tocar con los dientes la Eucaristía y, mucho menos, pretender masticarla. Como si Jesús en la última Cena hubiera dicho: tomad y tragad. Esta prohibición nos produjo a muchos en la infancia, grandes angustias. Vamos a otra cuestión. Habrás observado que muchas parejas que se aman con ternura y compromiso, no se casan. Creen, porque se lo han dicho, que es preciso tener dinero para las ostentosas bodas que se estilan, pisos amueblados a la última moda para presumir, electrodomésticos de la última generación, para estar al día. El Sacramento del Matrimonio no implica estas exigencias. Muchos que esperan a tener estas cosas superfluas y no edifican con seriedad su amor y fortifican su voluntad ejercitándose en serios compromisos, fracasan posteriormente, sin que la causa sea el fallo del magnífico equipo de “home cinema” que se instalaron, ni la rotura de la pata de un butacón de postín que lucían. Ni procesiones, ni alfombras florales, ni derrochadoras fiestas patronales, son necesarias para honrar a los santos más santos, que podamos admirar. Ni para que Cristo y María nos protejan. Me quedo aquí. Vosotros, mis queridos jóvenes lectores, deberéis analizar que pertenece al Cristianismo y que son puras costumbres heredadas. En la primera lectura se ponía en boca de Moisés, inspirado por Dios, la prohibición de añadir nada a los preceptos que Dios ofreció a los hombres para que iluminaran su camino. No os atreváis vosotros a introducir nuevas manías, los Apóstoles, que fueron criticados por no seguir costumbres muy acostumbradas, os lo agradecerán.

Pedrojosé Ynaraja

Ni primeros, ni mejores

1.- Se vuelve en este domingo a la lectura del Evangelio de San Marcos, como en el resto del Ciclo B. Durante cuatro domingos de agosto hemos escuchado el discurso eucarístico de Jesús según el relato de San Juan. El episodio que narra Marcos ofrece uno de los muchos enfrentamientos de Jesucristo con los fariseos. El encontronazo de Jesús de Nazaret contra la religión oficial de su tiempo es constante. Y es que un grupo de «especialistas» habían instaurado cerca de mil preceptos obligatorios olvidando lo básico de la Ley que era la permanente misericordia del Padre. Esas normas, algunas de pura higiene –y, por tanto, de valor limitado a su utilidad–, se habían convertido en comportamientos cuyo incumplimiento era considerado como pecado y su reiteración llevaba a la excomunión.

La separación entre los hermanos de Cristo es una de las cosas más dolorosas y escandalizadoras para un cristiano, hemos de añadir que el fariseísmo es lo peor que puede anidar en el corazón de un seguidor de Cristo. El fariseísmo no es otra cosa que la elevación a la categoría de fundamental de lo accidental de un comportamiento adecuado. Además, cuando se convierte en fundamental la norma se tiende a despreciar a quien no las cumple y no lo hace con el rigor impuesto.

Y va a merecer la pena referir un hecho vivido por mí hace unos años Recuerdo perfectamente un episodio duro que nos puede servir de ejemplo. Eran los primeros tiempos de mi conversión y asistí impresionando al gran número de comuniones que se produjeron en una misa funeral dicha en sufragio de una persona de la alta sociedad madrileña. Le relaté a un amigo conocedor de mi nueva situación de cristiano este hecho con la idea de que se alegraría. Pero con un rostro que demostraba un cierto desprecio dijo: “Seguro que la mayoría iban mal preparados para comulgar”. Sin embargo, yo aprecié en los presentes una gran devoción y mucho respeto. Es obvio que entre aquella multitud podría haber alguno que no cumpliera las normas, pero a nadie en estos tiempos se le obliga a comulgar si no quiere. Y por tanto la presunción de defecto de preparación era excesiva y un tanto farisaica. Más tarde, vi yo en este amigo una cierta tendencia al fariseísmo por una excesiva valoración del grupo al que pertenecía.

Esto no quiere decir que yo abogue por una tolerancia que desvirtúe el comportamiento adecuado de los cristianos en todos sus actos y que no se respeten los mandatos –como diría San Ignacio– de la «Iglesia jerárquica», pero de ahí a mantener un examen permanente de las actitudes de los demás. A veces ciertas fórmulas de esa tolerancia no buscan otra cosa que un camino de abandono del seguimiento de Cristo, pero el mantenimiento a ultranza de una moral basada básicamente en solo los gestos rompe, igualmente, el ideal cristiano.

2.- La norma «anti-norma» es sencilla: ni considerarse primeros, ni mejores. La perfección que busca el cristiano no debe ser antagónica con el amor a los demás y con el respeto por sus posiciones estrictas. Otro ejemplo escuchado hace poco fue la contrariedad que sufrió otro amigo que hablando con su esposa a la que quería convertir, ella expresó su gran distancia con respecto al «estado de perfección» que traslucía el amigo citado. Y eso que él no lo pretendía. Es verdad que las confidencias del avance de la propia conversión del marido eran frecuentes en la conversación con la mujer, pero ella las interpretaba como metas inalcanzables. Este ejemplo sirve, pues, para calibrar la necesidad de autentica humildad en nuestras actuaciones. Humildad interna y externa. Tal vez ese esposo había empleado una excesiva jactancia por sus “éxitos” en el camino de cambio. Y ello ponía una barrera infranqueable a su mujer.

Es interesante la reflexión de Jesús en el Evangelio de Marcos de hoy. No es impuro lo de fuera, sino lo de dentro. Del corazón del hombre salen los malos propósitos. Fuertes y duras palabras de Jesús. Pero si ya es muy duro que Jesús arremeta contra un sector muy determinado de la sociedad de su época, lo es mucho más cuando indica que la maldad está en el corazón del hombre y no plantea exclusiones. Hay mucho de malo en nosotros y, a veces, esa maldad evidente nos deja asustados. Hay que purificarse para ir dejando una maldad intrínseca que tal vez sea una constante genética, como diría un científico, pero que puede proceder de esa herencia de maldad mantenida al nivel de la conciencia colectiva de la humanidad y que no es otra cosa que el pecado original. Pero, tal vez, Jesús –que siempre enseñaba– quiso dar un argumento eficaz contra la soberbia: los buenos están fuera, nosotros no lo somos. Necesitamos de una purificación interior antes de presumir de nada.

3.- En la habitual correspondencia entre la primera lectura y el evangelio, hoy el fragmento del capítulo cuarto del Libro del Deuteronomio, nos muestra como Moisés proclama la excelencia de la Ley por encima de los decretos de otras religiones y de otros pueblos. Y no se equivoca, claro está. Esa Ley viene de Dios y Jesús de Nazaret siempre lo reconoció. No estaba –para nada—Jesús en contra de Ley mosaica, estaba contra aquellos que instrumentalizaron la ley en una serie de cumplimientos –“cumplo” y “miento”—en los que su estructura organizativa, puramente humana, era más importante que la esencia del Dios que predicaban. Es contra la hipocresía de los fariseos contra la se levante Jesús. Las palabras, por tanto, del Libro del Deuteronomio son importantes y encierran gran sabiduría. Además, el salmo 14 nos marca el camino a seguir, expresando lo contrario de lo que los fariseos hacían. Son muy adecuadas para el conjunto litúrgico de hoy los salmos las estrofas que hemos escuchado de este salmo 14.

Hemos comenzado hoy la lectura de la Carta de Santiago que nos acompañará algunos domingos. El apóstol Santiago, pariente de Jesús, fue durante mucho tiempo el jefe de la Iglesia en Jerusalén. Su carta es un prodigio y probablemente no muy conocida. Pero en ella se aplica una medicina eficaz contra la fe abstracta, contra la religión teórica. Es la concreción en el apoyo a los hermanos –en nuestras buenas obras para con ellos—lo que hace nuestra fe fuerte y verdadera. Es un escrito muy realista y de fuerte contenido humanitario y social. Merece la pena, además, de proclamar y oír la Carta de Santiago en estos domingos, repasarla en profundidad en nuestra casa o con nuestras familias, en grupo o individualmente en nuestros momentos de oración. Nos ofrecerá enseñanzas que están muy de actualidad.

4.- La enseñanza que nos traen las lecturas de hoy incide en que tenemos que esforzarnos para no ser hipócritas como lo eran los fariseos de tiempos de Jesús. Hay mucha complacencia en los católicos de hoy en sentirse buenos y despreciar a los «malos». Lo peor de esa complacencia es cuando se auto-justifica mediante la existencia de un cristianismo inoperante, de solo devociones, y que no se esfuerza por servir al prójimo. Lo básico en el cristiano es amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a uno mismo. En el amor por Dios, está la cercanía personal e intransferible a su mensaje. Y, por ello, la Iglesia –de la que él es cabeza– reúne una serie de comportamientos positivos que nos acercan a lo que llamaríamos un mundo de piedad, que, en realidad, no es otra cosa que el uso constante de la oración. Pero junto a ello, sin rodeos, está el amor al prójimo. Y con el amor a ese prójimo su cumple el principio de la fe con obras. Las conductas de superioridad entre nosotros los cristianos son intolerables. Sirve de ejemplo esa fórmula ideal para llamar al Papa: «el siervo de los siervos de Dios». Seamos siervos, no ambicionemos ser jefes. Seamos sencillos en nuestra religiosidad, que eso no significa dejar u obviar no una sola tilde de la ley.

Ángel Gómez Escorial

Ser limpios

Una de las recomendaciones que se dieron desde el principio de la pandemia fue la necesidad de la higiene de manos, y entonces nos dimos cuenta de cuántas cosas tocamos habitualmente, sin darnos cuenta, y que pueden ser una fuente de contagio no sólo del coronavirus, sino de otros gérmenes nocivos. Incluso ahora, sabiendo que la principal vía de transmisión es por los aerosoles, la higiene de manos sigue siendo necesaria, y por eso se ha hecho habitual llevar con nosotros una botellita con gel hidroalcohólico para utilizarla regularmente. Pero además limpiarnos con el gel, la mejor prevención es tener hábitos saludables, “ser limpios”, para evitar el contagio. Como dice un refrán: “No es más limpio el que más se limpia, sino el que menos se ensucia”.

La Palabra de Dios de este domingo nos recuerda la necesidad de tener hábitos saludables para mantener la limpieza de nuestro cuerpo, mente y alma. Al final de la 2ª lectura, el Apóstol Santiago invitaba a no mancharse las manos con este mundo. Y en el Evangelio, los fariseos se escandalizan porque algunos discípulos comían con manos impuras (es decir, sin lavarse las manos). Esto nos podría parecer lógico y bueno, pero Jesús les llama hipócritas… Dejáis a un lado el mandamiento de Dios para aferraros a la tradición de los hombres. Jesús dice esto no porque esté en contra de la limpieza e higiene; lo dice porque ellos se quedaban solamente en lo exterior, en esos preceptos humanos, sin entrar en el verdadero sentido de esa tradición heredada de sus mayores para cumplir el mandamiento de Dios. Los ritos y tradiciones son buenos, incluso necesarios, pero no tienen valor por sí mismos, deben ayudarnos a acercar nuestro corazón al Señor, de lo contrario, aunque los cumplamos, estaremos “engañándonos a nosotros mismos”, como ha dicho el Apóstol Santiago.

Por eso, del mismo modo que hacemos con la higiene de manos, también necesitamos recurrir al “gel hidroalcohólico” espiritual, como es el examen de conciencia al final de la jornada, el acto penitencial al inicio de la Eucaristía, y el Sacramento de la Reconciliación, para examinarnos y descubrir dónde y cómo nos hemos manchado, y “limpiarnos”.

Pero esto no es suficiente: Jesús nos invita no sólo a “limpiarnos”, sino a “ser limpios”. Porque, igual que ocurre con lo que tocamos, también en nuestra vida cotidiana hay muchas situaciones que, sin darnos cuenta, nos manchan. Por eso Jesús nos recuerda qué es lo que de verdad nos mancha: lo que sale de dentro es lo que hace impuro al hombre. Y nos ofrece una relación de todo aquello que, sin ser muy conscientes, nos hace impuros: los malos propósitos, las fornicaciones, robos, homicidios, adulterios, codicias, injusticias, fraudes, desenfreno, envidia, difamación, orgullo, frivolidad… Si nos detenemos a pensar con sinceridad, nos daremos cuenta de cuántas de esas maldades salen de dentro de nosotros, en mayor o menor grado y que, sin darnos cuenta, están manchando nuestro cuerpo, mente y alma.

Por eso, nuestra vida cristiana, nuestro seguimiento del Señor, no puede consistir sólo en cumplir preceptos, ritos y tradiciones. Tampoco es suficiente “limpiarnos” reconociendo y confesando nuestros pecados cada cierto tiempo. Si queremos honrar a Dios de corazón debemos procurar “ser limpios”, nos hace falta adquirir hábitos saludables que impidan que nos manchemos.

Y para adquirir esos hábitos necesitamos acercarnos con sinceridad al Señor, buscar el encuentro personal con Él, principalmente en la oración y en la Eucaristía, para que el Espíritu Santo haga brotar en nosotros las actitudes, comportamientos y valores que nos hacen “ser limpios”.

¿Me he dado cuenta de cuántas cosas tocamos habitualmente sin pensar en que son posibles fuentes de contagio? ¿“Soy limpio”, tengo hábitos saludables? ¿Qué pesa más en mi vida cristiana, el cumplimiento de normas, preceptos y tradiciones, o el encuentro personal con el Señor? ¿Descubro en mí algunas de esas actitudes y comportamientos que Jesús nos dice que nos manchan? ¿Qué hago para “ser limpio” en mi cuerpo, mente y alma?

La pandemia del coronavirus pasará, pero la “pandemia del pecado” está siempre presente. Que el Señor, por la oración y la Eucaristía, nos enseñe a “ser limpios” para evitar cualquier ocasión de “contagio” que pueda manchar nuestro cuerpo, mente y alma.

Comentario al evangelio – Domingo XXII de Tiempo Ordinario

A VUELTAS CON LAS LEYES Y TRADICIONES


“Las instituciones, las leyes, los modos de pensar y sentir heredados del pasado ya no siempre parecen adaptarse bien al actual estado de cosas.” (Gaudium et Spes 7)

           Cuando Dios sacó a Israel de la esclavitud de Egipto, del sometimiento a los caprichos del poderoso y endiosado Faraón, para enseñarles a ser libres, y a convivir en fraternidad y justicia, les ofreció una «carta de la libertad», lo que se llamó los «Diez Mandamientos». Una especie de «Constitución» básica que garantizaba esa libertad y esa convivencia justa y sana, y que tenía como fin primordial el bien del pueblo. Ese era el deseo y el proyecto de Dios.

           No hará falta decir que Dios nunca «dictó» literalmente cada una de esas normas, ni las escribió con su dedo en unas tablas de piedra… sino que Moisés y los Ancianos, con la ayuda de Dios, y con la experiencia de los conflictos vividos durante aquella larga peregrinación por el desierto… acertó a recoger en aquellas diez claves lo que ayudaba a que se hiciera posible y se cumpliese esa voluntad de Dios: un pueblo libre, responsable y unido. En ese sentido se puede decir con toda verdad que eran «diez palabras de Dios», porque el Dios de Israel es el que va hablando en la historia, en los acontecimientos… leídos desde la fe.

              Cuando las circunstancias sociales cambiaron y tuvieron que enfrentar la dura realidad de cada día… se presentaron nuevas situaciones. y muchas dudas sobre lo que era o no correcto hacer en cada caso. Las autoridades religiosas del pueblo se encargaron de concretar y aterrizar aquellas diez normas generales con otras leyes auxiliares: prohibiciones, leyes, ritos, mandatos etc. La Biblia recoge cómo fueron evolucionando y adaptándose muchos de aquellos preceptos, según lo iban requiriendo las nuevas circunstancias y la maduración cultural de Israel.

          Sin embargo, este proceso tan humano y tan necesario… se convirtió en un problema cuando todos aquellos preceptos humanos (lo que el Evangelio llama la «tradición de los mayores»)  se empezaron a poner a la misma altura que los Mandamientos, sacralizándolos y convirtiéndolos en «intocables».

Esto trajo consigo algunas consecuencias:

+ Quienes interpretaban y actualizaban las leyes se convirtieron en «portavoces» de Dios y de su voluntad (a pesar de que el segundo mandamiento manda: «no tomarás el nombre de Dios en vano», es decir, no te servirás de la autoridad de Dios (el Nombre) para imponer cosas que no son de Dios.

+ Y es que en no pocas ocasiones, aquellas «adaptaciones» no eran según la mentalidad de Dios… sino conforme a otros intereses, que llegaron a dejar la auténtica voluntad de Dios en segundo plano. «Dejáis a un lado el mandamiento de Dios para aferraros a la tradición de los hombres».

+ Y además empezó a extenderse la «mentalidad de mínimos» (lo mínimo que hay que hacer, y lo que hay que evitar para «estar en regla con Dios»), numerosas minucias para «cumplir» lo que correspondía a un buen israelita. Así la relación personal y social con Dios quedaba convertida en normas y prohibiciones… Tantas, que sólo estaban al alcance de unos pocos selectos que podían dedicarse a estudiarlas y aprenderlas, de manera que otros muchos quedaban casi «excluidos» de la buena relación con Dios.

            A Jesús le entristece y le enfada esa mentalidad rígida y legalista, y que usen el Nombre de Dios y las tradiciones de los mayores para atacarle personalmente y  descalificarle. Les reprocha que cumplan escrupulosamente mil condiciones para participar en los ritos religiosos… pero su culto estaba vacío, pues el corazón (el centro espiritual de la persona, la conciencia, las opciones de vida) estaba muy lejos de Dios. Era un culto separado de la vida, que no tocaba/cambiaba la vida, simples ceremoniales aunque fueran tan solemnes… como si eso fuera lo que a Dios le importara más. Y no era eso lo importante. A Dios le importa el pobre, el huérfano, la viuda, el emigrante… la justicia, la misericordia(Segunda Lectura de hoy). Jesús les reclama contar con la propia conciencia y el estilo de vida (el corazón), como criterios de moralidad. Y no las normas externas ni los cumplimientos mínimos, ni las prácticas religiosas.

         Intentando trasladar a nuestra realidad eclesial de hoy la escena del Evangelio… pues también tenemos muchas tradiciones, normas, ritos, obligaciones, mandatos… Son necesarios por nuestra condición humana. Pero:

+ No se puede identificar «lo que siempre ha sido así» con la voluntad de Dios. Las leyes humanas y eclesiásticas no son «sagradas», y tienen que adaptarse continuamente, buscando siempre el bien y la dignidad del ser humano. “Las instituciones, las leyes, los modos de pensar y sentir heredados del pasado ya no siempre parecen adaptarse bien al actual estado de cosas.” (Gaudium et Spes 7, Vaticano II)

+ No se pueden confundir las «mediaciones» con lo esencial. A veces pierde uno la paciencia cuando algunos defienden y confunden como algo «fundamental e intocable, que siempre se ha hecho así» con la voluntad de Dios, o la fidelidad a la Iglesia/fe: que si se comulga en la mano o en la boca, que si hay que arrodillarse o ponerse de pie, que si estas palabras las dice solo el cura o también las pueden decir los fieles, que si comemos carne en cuaresma o la sustituimos por una buena merluza fresca, que sea más importante faltar a misa un domingo que faltarle el respeto a tu pareja o pagar en dinero negro a un trabajador… Que si no he podido comulgar porque me faltaban 10 minutos para cumplir el ayuno eucarístico, que si los seglares no son dignos para dar la comunión, que si tocar la Eucaristía con las manos (al comulgar) es una falta der respeto a Dios… Uuuuuffffff

  • Una persona de fe puede no ser fiel a todo lo que esa misma fe le reclama, y sin embargo puede sentirse cerca de Dios y creerse con más dignidad que los demás. Pero hay maneras de vivir la fe que facilitan la apertura del corazón a los hermanos, y esa será la garantía de una auténtica apertura a Dios. (Fratelli tutti, 74). Para orientar adecuadamente los actos de las  distintas virtudes morales, es necesario considerar también en qué medida estos realizan un dinamismo de apertura y unión hacia otras personas (Fratelli tutti,  91)

  •  Otra cosa que nos impide avanzar en el conocimiento de Jesús, en la pertenencia de Jesús es la rigidez: la rigidez de corazón. También la rigidez en la interpretación de la Ley. Jesús reprocha a los fariseos, los doctores de la ley por esta rigidez. Que no es la fidelidad: la fidelidad es siempre un don para Dios; la rigidez es una seguridad para mí mismo. Rigidez. Esto nos aleja de la sabiduría de Jesús; te quita la libertad. Y muchos pastores hacen crecer esta rigidez en las almas de los fieles, y esta rigidez no nos deja entrar por la puerta de Jesús». (JBergoglio. en Santa Marta, 5 de mayo de 2020).

              No se pueden confundir las tradiciones eclesiales y las normas eclesiásticas… con la voluntad de Dios. Pretenden orientar, ayudar, pero todas esas cosas no son «Dios». Y si se cambian no afectan a lo esencial de la fe cristiana. Decía el gran San Agustín: «En las cosas necesarias, la unidad; en las dudosas, la libertad; y en todas, la caridad».

+ Lo de «doctores tiene la santa madre Iglesia», o «lo que diga el padre, o el Papa o el Obispo, o el Catecismo… se queda corto para los cristianos maduros. Hay que «recuperar el corazón», como indicaba Jesús, la propia conciencia, la responsabilidad personal, sin dejarlas cómodamente en las manos de otros. Sí que nos pueden orientar/ayudar para formarnos, para discernir, para buscar la verdad, lo moralmente bueno… pero la decisión y la responsabilidad es nuestra.

+ La fe tiene que ser vivida en las circunstancias culturales de hoy, no de otra época. Y por eso conviene hacer las adaptaciones que sean necesarias. Las Tradiciones y la Memoria merecen un gran respeto, pero no pueden ser la razón para «momificar» nuestra fe, nuestro culto, nuestras creencias. Creo que el gran poeta uruguayo Eduardo Galeano lo decía muy bien:

A orillas de otro mar, un alfarero se retira en sus años últimos años. Se le nublan los ojos, las manos le tiemblan: ha llegado la hora del adiós. Entonces ocurre la ceremonia de la iniciación: el alfarero viejo ofrece al alfarero joven su pieza mejor.  Así manda la tradición entre los indios del noroeste de América: el artista que se va entrega su obra maestra al artista que se inicia. Y el alfarero joven no guarda esa vasija perfecta para contemplarla y admirarla, sino que la estrella contra el suelo, la rompe en mil pedacitos, recoge sus pedacitos y los incorpora a su arcilla.

Benditos pedacitos. Y bendita la ayuda de nuestro Alfarero, que no se va nunca del todo…. y nos ayuda a hacer las mejores vasijas para cada momento de la historia.

Quique Martínez de la Lama-Noriega, cmf
Imagen inferior Agustín de la Torre

Meditación – Domingo XXII de Tiempo Ordinario

Hoy es domingo XXII de Tiempo Ordinario.

La lectura de hoy es del evangelio de Marcos (Mc 7,1-8.14-15.21-23):

En aquel tiempo, se reunieron junto a Jesús los fariseos, así como algunos escribas venidos de Jerusalén, y vieron que algunos de sus discípulos comían con manos impuras, es decir no lavadas. Es que los fariseos y todos los judíos no comen sin haberse lavado las manos hasta el codo, aferrados a la tradición de los antiguos, y al volver de la plaza, si no se bañan, no comen; y hay otras muchas cosas que observan por tradición, como la purificación de copas, jarros y bandejas. Por ello, los fariseos y los escribas le preguntan: «¿Por qué tus discípulos no viven conforme a la tradición de los antepasados, sino que comen con manos impuras?». Él les dijo: «Bien profetizó Isaías de vosotros, hipócritas, según está escrito: ‘Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. En vano me rinden culto, ya que enseñan doctrinas que son preceptos de hombres’. Dejando el precepto de Dios, os aferráis a la tradición de los hombres».

Llamó otra vez a la gente y les dijo: «Oídme todos y entended. Nada hay fuera del hombre que, entrando en él, pueda contaminarle; sino lo que sale del hombre, eso es lo que contamina al hombre. Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen las intenciones malas: fornicaciones, robos, asesinatos, adulterios, avaricias, maldades, fraude, libertinaje, envidia, injuria, insolencia, insensatez. Todas estas perversidades salen de dentro y contaminan al hombre».

Hoy, la Palabra del Señor nos ayuda a discernir que por encima de las costumbres humanas están los Mandamientos de Dios. De hecho, con el paso del tiempo, es fácil que distorsionemos los consejos evangélicos y, dándonos o no cuenta, substituimos los Mandamientos o bien los ahogamos con una exagerada meticulosidad: «Al volver de la plaza, si no se bañan, no comen; y hay otras muchas cosas que observan por tradición, como la purificación de copas, jarros y bandejas…» (Mc 7,4). Es por esto que la gente sencilla, con un sentido común popular, no hicieron caso a los doctores de la Ley ni a los fariseos, que sobreponían especulaciones humanas a la Palabra de Dios. Jesús aplica la denuncia profética de Isaías contra los religiosamente hipócritas: «Bien profetizó Isaías de vosotros, hipócritas, según está escrito: Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí» (Mc 7,6).

En estos últimos años, San Juan Pablo II, al pedir perdón en nombre de la Iglesia por todas las cosas negativas que sus hijos habían hecho a lo largo de la historia, lo ha manifestado en el sentido de que «nos habíamos separado del Evangelio».

«Nada hay fuera del hombre que, entrando en él, pueda contaminarle; sino lo que sale del hombre, eso es lo que contamina al hombre» (Mc 7,15), nos dice Jesús. Sólo lo que sale del corazón del hombre, desde la interioridad consciente de la persona humana, nos puede hacer malos. Esta malicia es la que daña a toda la Humanidad y a uno mismo. La religiosidad no consiste precisamente en lavarse las manos (¡recordemos a Pilatos que entrega a Jesucristo a la muerte!), sino mantener puro el corazón.

Dicho de una manera positiva, es lo que santa Teresa del Niño Jesús nos dice en sus Manuscritos biográficos: «Cuando contemplaba el cuerpo místico de Cristo (…) comprendí que la Iglesia tiene un corazón (…) encendido de amor». De un corazón que ama surgen las obras bien hechas que ayudan en concreto a quien lo necesita «Porque tuve hambre, y me disteis de comer…» (Mt 25,35).

Rev. D. Josep Lluís SOCÍAS i Bruguera