Lectio Divina – Viernes XXII de Tiempo Ordinario

1.- Oración introductoria.

Señor, me encanta esta manera que tienes de relacionarnos con Dios. Siempre nos habían dicho que el camino para ir a Dios era el del sacrificio, el de la tristeza, el del ayuno, el de las penitencias. Pero Tú, rompes con todo eso y nos dices que el camino para ir a Dios es el camino del amor. Y el amor es gozo, plenitud, realización, libertad. Gracias, Señor, por esta manera tan positiva, tan fascinante, tan cautivadora que tienes para hablarnos de Dios y de su Reino.

2.- Lectura reposada del evangelio: Lucas 5, 33-39

En aquel tiempo los escribas y fariseos le dijeron a Jesús: Los discípulos de Juan ayunan frecuentemente y recitan oraciones, igual que los de los fariseos, pero los tuyos comen y beben. Jesús les dijo: ¿Podéis acaso hacer ayunar a los invitados a la boda mientras el novio está con ellos? Días vendrán en que les será arrebatado el novio; entonces ayunarán en aquellos días. Les dijo también una parábola: Nadie rompe un vestido nuevo para echar un remiendo a uno viejo; de otro modo, desgarraría el nuevo, y al viejo no le iría el remiendo del nuevo. Nadie echa tampoco vino nuevo en odres viejos; de otro modo, el vino nuevo reventaría los pellejos, el vino se derramaría, y los odres se echarían a perder; sino que el vino nuevo debe echarse en odres nuevos. Nadie, después de beber el vino añejo, quiere del nuevo porque dice: El añejo es el bueno.

3.- Qué dice el texto.

Meditación-reflexión

La respuesta de Jesús a aquellos fariseos es realmente “sorprendente”. Les viene a decir: Mientras que yo “soy el novio de esta fiesta” no cabe ayunar ni estar tristes. Lo cual significa que Jesús es la fiesta de esta vida. El que está con Jesús no puede estar triste. La tristeza sólo viene cuando Él se va. Los cristianos tenemos una asignatura pendiente. Estamos acostumbrados a escuchar a Jesús, a trabajar por Jesús, a sufrir por Jesús, pero no nos han enseñado a disfrutar de la vida con Jesús. Jesús ha venido “para que tengamos vida y ésta en abundancia” (Juan 10,10). En este mundo nos acostumbramos a tener vida, a vivir sin grandes pretensiones, a no pedirle demasiado a la vida; pero con Jesús podemos soñar con una vida plena, libre de todo lo que nos estorba, de todo lo que nos ata, de manera que nuestro corazón se quede libre para amar. Los fariseos estaban atados a la ley, a las costumbres, a las tradiciones. Con Jesús llega lo nuevo, el vino nuevo que rompe los odres ya viejos y agrietados del pueblo judío. Vivir con Jesús es como “respirar el aire fresco y puro de la montaña”.

Palabra del Papa

“La libertad cristiana está en la docilidad a la Palabra de Dios. Debemos estar siempre preparados a acoger la «novedad» del Evangelio y las «sorpresas de Dios». La Palabra de Dios, que es viva y eficaz, discierne los sentimientos y los pensamientos del corazón. Y para acoger verdaderamente la Palabra de Dios, hay que tener una actitud de «docilidad». La Palabra de Dios es viva y por eso viene y dice lo que quiere decir: no lo que yo espero que diga o lo que me gustaría que dijera. Es una Palabra libre y también una sorpresa porque nuestro Dios es un Dios de las sorpresas. La libertad cristiana y la obediencia cristiana son docilidad a la Palabra de Dios”. (Cf Homilía de S.S. Francisco, 20 de enero de 2014, en Santa Marta).

4.- Qué me dice hoy a mí esta palabra ya meditada. (Guardo silencio)

5.- Propósito: Vivir este día con un tono alegre y festivo.

6.- Dios me ha hablado hoy a mí a través de su Palabra. Y ahora yo le respondo con mi oración.

Señor, hoy he aprendido que Tú has venido a vivir con nosotros para cambiar las cosas, para no dejar todo como estaba. Y una de las cosas que has venido a cambiar es nuestra capacidad de disfrutar, de divertirnos, de pasarlo bien, por el hecho de estar contigo. Y el camino para esa felicidad no es otro sino el del amor, el mismo que Tú nos has marcado. Mientras Tú estás con nosotros, no cabe ni la tristeza, ni la soledad, ni la angustia. Tú eres la sal, la gracia, la alegría de la vida.

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Comentario – Viernes XXII de Tiempo Ordinario

(Lc 5, 33-39)

Los discípulos de Juan todavía estaban centrados en costumbres y prácticas ascéticas que para Jesús no son lo verdaderamente importante, porque habiendo llegado el Mesías se trata de vivir una verdadera fiesta de amor, más que de buscar sacrificios. En todo caso basta con llevar la cruz de cada día, que se nos presenta sin que la busquemos.

En este texto Jesús aparece como el novio que se casa con su pueblo, y que invita a sus amigos a vivir esa fiesta sublime.

Cuando Jesús dice «a vino nuevo, odres nuevos», quiere mostrar que el estilo de vida y la riqueza que él viene a traer es superior a las prácticas judías tradicionales, y que lo importante no es dedicarse a controlar que la gente cumpla con esas prácticas, sino desear que todos reciban la nueva vida, la gracia salvadora que trae el Mesías.

Esto no significa que Jesús descalificara o anulara todas esas prácticas. Responde así porque los fariseos, que se sentían más importantes que el resto por cumplir al pie de la letra el ayuno y otras prácticas, querían hacer aparecer a los discípulos de Jesús como imperfectos porque no ayunaban.

Aquí tampoco se le quita valor a la práctica del ayuno ni se la anula, pero se la relega a los momentos de especial dificultad, ya que según una tradición judía hay ciertas dificultades que se superan gracias a la oración y el ayuno. En realidad los discípulos tendrán que soportar persecuciones y angustias que serán sacrificios más intensos y valiosos que el ayuno.

Leyendo los versículos 16-17 queda claro que en la nueva vida que trae Jesús lo más importante no son los ayunos, sino vivir la presencia del Señor en nuestras vidas, reconocer gozosamente que él está entre nosotros.

Oración:

«Señor, ayúdame para que las cosas secundarias me lleven a las cosas verdaderamente importantes, y que mi vida no se construya sobre lo que no es esencial. Enséñame a vivir con gozo en tu presencia».

 

VÍCTOR M. FERNÁNDEZ
El Evangelio de cada día

Vincularnos

Todavía estamos en pandemia que ha marcado nuestras vidas, y la historia, que determinará un antes, un durante y un después… como realidad que nos abrió un poco los ojos hacia una realidad de la que nos gusta ser ciegos: nuestra vulnerabilidad como personas. Somos seres frágiles, de una fragilidad que no solo requiere protección personal si no social. Como nos dijo el papa Francisco “Nos sorprendió una tormenta inesperada y furiosa. Nos dimos cuenta de que estábamos en la misma barca, todos frágiles y desorientados; pero, al mismo tiempo, importantes y necesarios, todos llamados a remar juntos, todos necesitados de confortarnos mutuamente. En esta barca, estamos todos”.

En el texto de hoy descubrimos que Jesús unió al inmenso poder de su palabra «Effetá», esto es: «Ábrete», y de su comunicación no verbal “mirando al cielo, suspiró”, la capacidad sanadora de sus manos, su saliva,… siempre un contacto de tú a tú, pese al tumulto rehúye las multitudes, “apartándolo de la gente a un lado”, esto es entre tú y yo, amigo sordomudo, ¿quieres curarte? ¿confías en mí? ¿dejas que mi saliva toque tu lengua? Jesús nos e anda por las ramas cuando de necesidades se trata.

Todavía en los últimos coletazos de esta tormenta, leer un texto en el que Jesús mete sus dedos en los oídos de un sordomudo y con su saliva le tocó la lengua, nos saca de esta normalidad aséptica donde hoy por hoy no existen besos, abrazos o contacto físico entre no convivientes. Pero más allá del contacto afectiva, podemos transmitir afectividad, podemos manifestar cariño, queremos vincularnos con las personas, ¿también con los sordos mudos? No habla obviamente de los físicos, si no de quienes viven sordos a la realidad del mundo, quienes asumen un silencio cómplice, miedoso, que permite que las cosas estén como estén, que nada mejore, todo siga igual, Pues sí, parece que Jesús también se acercaría hoy a estas personas que tanta pena y tristeza nos dan, y tantas veces porque no reconocerlo rabia, con quienes convivimos pensando ojalá despertaras ojalá vieras lo necesario, que sería tu papel desde otros parámetros.

Pero Jesús no tenía nunca esa mirada decepcionada que tenemos nosotros, en Jesús había confianza. Establecía un extraño vínculo con las personas no sólo acercándose a personas recién conocidas a quienes cambiaba gratuitamente la vida, a cambio del silencio respecto a su persona y su alabanza a Yahvé, si no con sus mismos discípulos a quienes quería de una forma extraña puesto que no le importaba su ceguera, su tozudez, sus normalizados esquemas mentales sobre el salvador. Jesús tejía vínculos fuertes que no consistían en lo que él quería, con quienes pensaban como él, le entendieran, respondieran a sus expectativas, estaba empeñado en confiar y querer.

Ojalá, si como nos decía el papa “La tempestad, (…) dejó al descubierto, una vez más, esa (bendita) pertenencia común de la que no podemos ni queremos evadirnos; esa pertenencia de hermanos”, entendamos la necesidad de vincularnos con todos, no hemos sido creados para ser islas. Especialmente queramos vincularnos con las personas que peores situaciones viven, los empobrecidos, los sufrientes, los afincados en las periferias de nuestros mundos… que merecen más que nadie nuestro acercarnos, escuchar, escucharles mucho qué necesitan, y tratar de estar ahí en plena tormenta, confiando, sin expectativas, sin condiciones, sin pensar seré tu voz si tú…

Queramos vincularnos con todos esos hermanos y hermanas, mirar al cielo, suspirar, y desear con fuerza que se abran, que confíen, que su vida cambie… que sus males sanen, que sus ojos vean y sus voces se eleven.

Elena Gascón
Revista Dabar nº 48

La misa del domingo

En la primera lectura tomada del libro del profeta Isaías, encontramos una palabra de aliento y ánimo a aquellos que aguardan ansiosos una intervención divina en favor de la restauración de Jerusalén: «Sean fuertes, no teman. Miren a su Dios que… viene en persona a salvarlos». Éstos son los signos acompañarán aquella prometida presencia salvadora: los ciegos verán, los cojos caminarán, los sordos escucharán, los mudos hablarán.

A este anuncio se refiere Cristo mismo para responder a los discípulos del Bautista, a quienes éste había enviado a preguntarle: «¿Eres tú el que ha de venir, o debemos esperar a otro?». El Señor responde: «Vayan y cuenten a Juan lo que oyen y ven: los ciegos ven y los cojos andan, los leprosos quedan limpios y los sordos oyen, los muertos resucitan y se anuncia a los pobres la Buena Nueva» (Mt 11, 3-5). En el Señor Jesús se realiza la antigua promesa divina. Él es “Dios-con-nosotros”, el Mesías largamente anhelado, que vino al mundo para obrar la restauración no de la Jerusalén física, sino de la humanidad entera.

En el Evangelio, el Señor Jesús realiza justamente uno de los milagros anunciados por Isaías. Usando signos visibles, como lo son el meter sus dedos en los oídos y tocar la lengua con su saliva, «levantando los ojos al cielo» y pronunciando la palabra “¡ábrete!”, cura milagrosa e instantáneamente a un sordomudo. De este hecho palpable y visible debe concluirse: Jesús es el esperado, Él es Dios que ha venido a salvar a su pueblo.

Vale la pena prestar atención a la conclusión a la que llegan los testigos de este milagro: «Todo lo ha hecho bien». Inmediatamente viene a nuestra mente aquella expresión que encontramos en el Génesis, al concluir Dios su obra creadora: «Vio Dios cuanto había hecho, y todo estaba muy bien» (Gén 1, 31). En realidad, sólo de Dios, Bien supremo, se puede decir que “todo lo ha hecho bien”. Al crear “todo lo hizo bien”. Mas por el pecado del hombre entró el mal y la muerte en el mundo. Con la presencia de Jesucristo ha llegado el tiempo de restaurar la creación, de hacer nuevamente “todo bien”. Él es “Dios-con-nosotros” (Is 7, 14), Dios que “viene y salva”, Dios que al encarnarse de María Virgen por obra del Espíritu Santo asume la naturaleza humana para reconciliar a la humanidad entera con Dios y realizar una nueva creación. Él, por su muerte y resurrección, y por el don del Espíritu, ha hecho todo nuevo, ha hecho todo bien, ha restaurado lo que el pecado del hombre había dañado.

Dios en Cristo ha venido a salvar y reconciliar a toda la humanidad. Todo ser humano, desde el más culto hasta el más ignorante, desde el concebido no nacido hasta el anciano o enfermo “inútil” a los ojos del mundo, desde el más rico hasta el más pobre, desde el más famoso hasta el más olvidado, son igualmente amados por Él, valen exactamente el mismo precio que Cristo pagó en la Cruz por todos. Sin embargo, Dios sale al encuentro especialmente del más débil, del abatido. Quiere curar, sanar, rescatar y elevar al hombre de su miseria para hacer que participe de su misma naturaleza divina (ver 2 Pe 1, 4). Se fija especialmente en los pobres que se experimentan necesitados de Dios para enriquecerlos en la fe. Y así como Él no hace acepción de personas, tampoco debe hacerla el creyente. (2ª. lectura)

LUCES PARA LA VIDA CRISTIANA

Al milagro concreto de la curación del sordomudo se le puede dar una interpretación alegórica: el sordomudo es como un signo visible de todo ser humano afectado por el pecado. En efecto, el pecado vuelve al hombre sordo e insensible para escuchar a Dios mismo que le habla de muchas formas y maneras y lo vuelve mudo para proclamar sus maravillas.

Quizá muchas veces hemos pensado en medio de nuestra desesperación o impaciencia, o hemos escuchado decir a otras personas: “¡Dios no me escucha! ¡Quiero que me hable ya!” ¿Es que Dios es sordo a nuestras súplicas? ¿O acaso no nos habla? En realidad, no es Dios quien no nos escucha o habla, sino que somos nosotros quienes no sabemos o no queremos escuchar a Dios cuando nos habla. ¿No nos habla Dios a través de la creación (ver Rom 1, 20)? ¿No habló a través de los profetas (ver Heb 1, 1)? ¿No habla a todo hombre y mujer con potente voz en su Hijo amado, Jesucristo (ver Lc 9, 35)?

Dios también hoy nos habla de muchas maneras: a través de la Iglesia, a través de la Palabra divina leída en la Iglesia e interpretada de acuerdo a la Tradición y Magisterio de la Iglesia, a través de un texto o lectura de la Sagrada Escritura que llega en un momento oportuno, a través de una homilía o una plática, a través de una persona, a través de una “coincidencia” (o más bien habría que decir “Diosidencia”), en la oración, en una visita al Santísimo, etc. En fin, son muchas las maneras por las que Dios está tocando continuamente a la puerta de nuestros corazones. ¡A cada uno le toca abrir sus oídos y escuchar cuando Él habla!

Para escuchar a Dios que habla, es necesario acudir a Él para pedirle que nos cure de la sordera, es necesario purificar continuamente el corazón de todo vicio, pecado o apego desordenado, es necesario también hacer mucho silencio en nuestro interior. Asimismo hay que estar dispuestos a escuchar lo que Él me quiera decir, que no necesariamente es lo que muchas veces yo quisiera escuchar, lo que se ajusta a mis propios planes, proyectos personales o incluso caprichos.

Quien, liberado de esta sordera, escucha y acoge por la fe la Palabra divina con todas sus radicales exigencias y consecuencias, quien se adhiere a ella cordialmente y procura ponerla por obra en su propia vida, experimenta cómo esa Palabra poco a poco transforma todo su ser (ver Heb 4, 12) y experimenta también como se le suelta “la traba de la lengua” para que en adelante pueda proclamar las maravillas de Dios y anunciar el Evangelio de Jesucristo con sus palabras pero sobre todo con la vida misma, con una vida santa que en el cumplimiento del Plan de Dios se despliega y se hace un ininterrumpido canto de alabanza al Padre.

Todo lo hacías bien

Y nosotros, que somos los tuyos,
deberíamos actuar como Tú,
para que todos se sintieran mejor a nuestro lado,
generando encuentros e igualdad alrededor.
Tú sanabas a la gente, levantabas a los caídos,
y utilizabas todas tus capacidades de amar.
Nosotros también podemos crear mejor vida alrededor
y llenar nuestros ambientes de calidad y cercanía.

Ábrenos los oídos, que a veces somos los sordos del evangelio,
que no te oímos bien y por eso no contamos,
el bien que vas haciendo en cada uno de nosotros,
cuando te dejamos espacio en nuestra vida.
Otras veces estamos ciegos para ver los regalos cotidianos,
y las personas que pones a nuestro lado cada día.
Por eso no las disfrutamos suficiente, ni las cuidamos
y vamos por la vida sin contemplar su belleza.

Cámbianos el corazón, Jesús,
para que actuemos como Tú,
para que sepamos oír,
para que sepamos mirar
para que no calle nuestra boca
la alegría que proporciona tu compañía
y lo que facilita la vida tu Amistad.

Que contigo descarguemos las desesperanzas,
ilusionemos desencantos,
compartamos bienestar
sanemos y fortalezcamos a los caídos
y sepamos ser amigos de verdad, como Tú,
que acompañan la vida y la hacen más fácil.

Mari Patxi Ayerra 

Comentario al evangelio – Viernes XXII de Tiempo Ordinario

Siempre, con el novio

Pronto comienzan las intrigas y peleas de los jefes religiosos contra Jesús. El esquema siempre es el mismo: les da en rostro la libertad de espíritu de Jesús frente al apego formal y rigorista  a las leyes, por encima de la persona. Y hoy la historia se repite.

El tema de la comida es, con frecuencia, motivo de litigio. Cristo es llamado, con desprecio,  comedor y bebedor; es apuntado con el dedo porque come con publicanos y pecadores, cosa que  es señal de amistad; los discípulos son censurados porque cortan espigas en sábado para comerlas.  Hoy le echan en cara a Jesús que sus apóstoles no guardan la ley del ayuno. La respuesta del Maestro es tan elemental como profunda: ¿cómo van a ayunar los invitados, mientras el novio está con ellos? Y el novio es Jesús. El nuevo Reino que instaura Jesús se expresa en la metáfora del banquete de bodas de la Nueva Alianza. Es decir, con la llegada de Jesús, el Mesías, todas las cosas son nuevas, no podemos quedar atados a la servidumbre de un pasado caduco. Luego vienen todas las imágenes, tan profundas: el banquete, el novio, el vestido, los odres.  Y siempre lo mismo: todo nos convoca a acoger la novedad de Jesús ya llenarnos de alegría. Sentirse esclavizado por la norma del ayuno no solo es negar la alegría, es negar el Reino nuevo que trae Jesús.

Seguir a Jesús es aceptarlo como es, íntegramente. No basta con un remiendo, aunque sea de tela nueva, en un traje viejo. La acogida es total, en el nuevo comportamiento moral. Esto significa pensar como Jesús, sentir como Jesús, amar como Jesús, sufrir como Jesús. Sigo a Jesús, y pienso que la misericordia es lo primero; siento como Jesús, y me gozo de tener un Padre en el cielo, que me ama; amo como Jesús, y sé que tengo que perdonar al enemigo; sufro como Jesús, y sé que amar me lleva a entregar la vida por los demás, hasta la muerte.

Resulta que este Jesús a quien sigo es el novio; lo dice él mismo. El que es el camino, la verdad y la vida; el que es el pan de vida, el pastor bueno y la luz del mundo se define también como el novio. Y esto nos convoca a la alegría, a festejar, a la fiesta.  Bien podemos preguntarnos, ¿ofrecemos los hombres y mujeres de la Iglesia un estilo alegre y feliz? ¿Se nota que el novio está con nosotros? ¿Nos creemos eso de la Buena Noticia o que el Señor nos invitó a disfrutar de las cosas que él creó para  solaz de sus hijos? Cómo nos animan a alegrarnos con el novio el magisterio de la EvangeliiGaudium, de la Gaudium et Spes, de la Gaudete in Domino. No hace falta señalar que, siendo la fuente de la alegría el mismo Jesús, esposo en la boda, esta alegría no es algo frívolo sino muy espiritual, fruto del Espíritu.
Que cuando nos sentemos a la Mesa del Señor y bebamos el vino nuevo de la Alianza Nueva, desbordemos de alegría por estar junto a este novio, Jesús, que nos hace tan dichosos.

Ciudad Redonda

Meditación – Viernes XXII de Tiempo Ordinario

Hoy es viernes XXII de Tiempo Ordinario.

La lectura de hoy es del evangelio de Lucas (Lc 5, 33-39):

En aquel tiempo, los fariseos y los maestros de la Ley dijeron a Jesús: «Los discípulos de Juan ayunan frecuentemente y recitan oraciones, igual que los de los fariseos, pero los tuyos comen y beben». Jesús les dijo: «¿Podéis acaso hacer ayunar a los invitados a la boda mientras el novio está con ellos? Días vendrán en que les será arrebatado el novio; entonces ayunarán en aquellos días».

Les dijo también una parábola: «Nadie rompe un vestido nuevo para echar un remiendo a uno viejo; de otro modo, desgarraría el nuevo, y al viejo no le iría el remiendo del nuevo. Nadie echa tampoco vino nuevo en pellejos viejos; de otro modo, el vino nuevo reventaría los pellejos, el vino se derramaría, y los pellejos se echarían a perder; sino que el vino nuevo debe echarse en pellejos nuevos. Nadie, después de beber el vino añejo, quiere del nuevo porque dice: ‘El añejo es el bueno’».

Hoy, frente al ritualismo farisaico, el «vino nuevo» nos remite al panorama de la «renovada» Alianza de Dios con los hombres. Dios, ante las infidelidades de Israel, reiteró la «Alianza» y, finalmente, Cristo la selló de modo «nuevo» y «definitivo». La Alianza del Sinaí se fundaba en dos elementos: 1. La «sangre de la alianza» (sangre de animales sacrificados, con la cual se rociaba el altar —símbolo de Dios— y el pueblo); 2. La palabra de Dios y la promesa de obediencia de Israel.

Esta promesa se rompió con la «idolatría» de Israel y con una historia de reiteradas desobediencias, como muestra el Antiguo Testamento. La ruptura pareció irremediable cuando Dios abandonó a su pueblo al exilio y el templo a la destrucción. Pero, en aquellos momentos, surgió la esperanza de la «nueva Alianza», no basada en la siempre frágil fidelidad humana, sino en una obediencia inviolable: la del Hijo de Dios, Jesucristo.

—Jesús, como siervo, asumes mi desobediencia en tu «obediencia hasta la muerte». ¡Concédeme un «nuevo» corazón!

REDACCIÓN evangeli.net

Liturgia – San Gregorio Magno

SAN GREGORIO MAGNO, papa y doctor de la Iglesia, memoria obligatoria

Misa de la memoria (blanco)

Misal: Antífonas y oraciones propias. Prefacio común o de la memoria.

Leccionario: Vol. III-impar

  • Col 1, 15-20. Todo fue creado por él y para él.
  • Sal 99. Entrad en la presencia del Señor con vítores.
  • Lc 5, 33-39. Les arrebatarán al esposo, entonces ayunarán.

Antífona de entrada
El bienaventurado Gregorio Magno, elevado a la cátedra de Pedro, buscaba siempre el rostro del Señor, y vivía en la contemplación de su amor.

Monición de entrada y acto penitencial
Celebramos hoy la memoria de san Gregorio, Papa en la segunda mitad del siglo VI, quien es uno de los cuatro grandes doctores de la Iglesia occidental, y que ha pasado a la historia con el apelativo de “Magno” por la grandeza de sus escritos teológicos y espirituales, de gran influencia en la vida de la Iglesia.

Vamos, pues, a celebrar el Sacrificio Eucarístico; el mismo Sacrificio que san Gregorio Magno ofreció por el bien del Pueblo de Dios. Y para ello, comencemos poniéndonos en la presencia del Señor, y reconociéndonos pobres y débiles, pidámosle perdón por nuestros pecados.

Yo confieso…

Oración colecta
OH, Dios,
que cuidas a tu pueblo con misericordia
y lo diriges con amor,
por intercesión del papa san Gregorio Magno
concede el espíritu de sabiduría
a quienes confiaste la misión de gobernar,
para que el progreso de los fieles
sea el gozo eterno de los pastores.
Por nuestro Señor Jesucristo.

Oración de los fieles
Como pueblo convocado por el Señor presentemos ahora nuestras súplicas a Dios Padre, que nos ha enviado a su Hijo Jesucristo.

1.- Para que, como San Gregorio Magno, los pastores de la Iglesia sepan unir la oración intensa con el celo por anunciar el Evangelio. Roguemos al Señor.

2.- Para que muchos jóvenes descubran la voz del Maestro que los llama. Roguemos al Señor.

3.- Para que dé a los gobernantes el sentido de la justicia, de la libertad y de la paz. Roguemos al Señor.

4.- Para que crezca entre todos los ciudadanos el sentido de la solidaridad. Roguemos al Señor.

5.- Para que acoja siempre nuestra oración suplicante. Roguemos al Señor.

Oh Padre, que has enviado a Cristo a proclamar la buena noticia a los pobres de tu reino; escucha nuestras oraciones y haz que tu palabra nos haga instrumento de liberación y de salvación . Por Jesucristo nuestro Señor.

Oración sobre las ofrendas
SEÑOR en la fiesta de san Gregorio Magno
te pedimos que nos sirva de provecho esta ofrenda
con cuya inmolación concediste que se perdonasen
los pecados del mundo entero.
Por Jesucristo, nuestro Señor.

Antífona de comunión          Cf. Lc 12, 42
Este es el siervo fiel y prudente a quien el Señor puso al frente de su servidumbre para que reparta la ración de alimento a sus horas.

Oración después de la comunión
A cuantos alimentas con Cristo, Pan de vida,
instrúyelos, Señor, con la enseñanza de Cristo Maestro,
para que, en la fiesta de san Gregorio Magno,
conozcan tu verdad y la realicen en el amor.
Por Jesucristo, nuestro Señor.