Lectio Divina – Lunes XXIII de Tiempo Ordinario

1.- Oración Introductoria

Señor, hoy al leer el evangelio, siento dos sensaciones bien distintas:  una buena y otra mala. Siento una gran admiración por tu persona que cada día me parece más fantástica. A Ti, Señor, te interesa la salud, la vida, el que la gente deje de sufrir, más aún: te interesa que la gente se lo pase bien.  Pero siento una sensación de repulsa ante esos escribas y fariseos que se indignan porque tú, Jesús, has sanado a uno en sábado. ¿Hasta dónde puede llegar el endurecimiento de las personas? Somos capaces de lo mejor y de lo peor.

2.- Lectura atenta del evangelio: Lucas 6, 6-11

Sucedió que entró Jesús otro sábado en la sinagoga y se puso a enseñar. Había allí un hombre que tenía la mano derecha seca. Estaban al acecho los escribas y fariseos por si curaba en sábado, para encontrar de qué acusarle. Pero Él, conociendo sus pensamientos, dijo al hombre que tenía la mano seca: «Levántate y ponte ahí en medio». Él, levantándose, se puso allí. Entonces Jesús les dijo: «Yo os pregunto si en sábado es lícito hacer el bien en vez de hacer el mal, salvar una vida en vez de destruirla». Y mirando a todos ellos, le dijo: «Extiende tu mano». Él lo hizo, y quedó restablecida su mano. Ellos se ofuscaron, y deliberaban entre sí qué harían a Jesús.

3.- Qué dice el texto.

Meditación-Reflexión

Curar a una persona de cualquier dolencia siempre es bueno. Curar a uno la “mano derecha” la que normalmente usamos para comer, para trabajar, todavía debería ser mejor. Pero hay gente tan retorcida que no lo ve así. Y se enfadan con Jesús, y deliberan a ver qué se puede hacer con un hombre que sólo piensa en hacer el bien desde el amanecer hasta el ocaso. Esos hombres no son ateos, incrédulos… ¡No!… Esos son gente religiosa, se pasa la vida con la Biblia en la mano, son doctores de la Ley… son los encargados de enseñar al pueblo llano y sencillo. Jesús les desenmascara su malicia y la cerrazón de su corazón. Es cierto que Jesús podría haber dicho a aquel hombre: Como es sábado, vas a esperar un día más, y te curo. ¡Y así habrá paz!… Jesús no acepta este tipo de componendas. Y les hace una pregunta genial: ¿Es lícito en sábado hacer el bien o el mal? ¿Salvar una vida o destruirla? Con esa pregunta, Jesús pone el sábado en su lugar, según la intención que Dios, desde el principio, le quiso dar. El sábado es de Dios y no de los hombres. El sábado está destinado a hacer el bien a los hombres, que es la mejor manera de agradar a Dios. Y el no hacer el bien en sábado, ya es un mal. Hacer sufrir a una persona un día más, no se puede tolerar. Así es Jesús.

Palabra del Papa

“A Jesús sólo le interesa la persona, y Dios. Jesús, quiere que la gente se acerque, que le busque y se siente conmovido cuando la ve como oveja sin pastor. Y toda esta actitud es por lo que la gente dice: ‘¡Pero, esta es una enseñanza nueva!’. No, no es una enseñanza nueva: es nuevo el nodo de hacerlo, Es la transparencia evangélica. Pidamos al Señor que esta lectura nos ayude en nuestra vida de cristianos a todos. Nos ayude a no ser legalistas puros, hipócritas como los escribas y los fariseos, a ser como Jesús, con ese celo de buscar a la gente, de curar a la gente, de amar a la gente y con esto decirle: ‘¡Pero si yo hago esto así, piensa cómo te ama Dios, cómo es tu Padre!’ Esta es la enseñanza nueva que Dios nos pide. Pidamos esta gracia”. (Cf. S.S. Francisco, 14 de enero de 2014, homilía en Santa Marta)

4.- Qué me dice hoy a mí esta palabra ya meditada. (Silencio)

5.- Propósito: Dedicar un rato del domingo a hacer el bien visitando a un enfermo.

6.- Dios me ha hablado hoy a mí a través de su Palabra. Y ahora yo le respondo con mi oración.

Señor, hoy quiero darte gracias por tu bondad, por tu apuesta por hacer la vida más agradable a los hombres, por disfrutar haciendo el bien. Y también quiero darte gracias por tu valentía para desenmascarar la mentira, el orgullo, la falsedad, la falsa piedad. Ya lo habías dicho Tú, Señor: “Llegará un día en que os matarán y creerán que han dado culto a Dios” (Jn. 16,2). Gracias, por ser como eres. Cada día estoy más contento contigo.

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El que pierda su vida por mí y por el Evangelio la salvará

Veíamos en el Evangelio del domingo pasado cómo Jesús iba recorriendo Galilea “haciendo el bien”, o sea hablando la Buena Nueva, haciendo curaciones, etc. Y en el de este domingo hemos escuchado el episodio de las cercanías de Cesárea de Filipo y cómo les preguntó a sus discípulos y a Pedro acerca de lo que decían las gentes que observaban todo eso acerca de El.

Las primeras generaciones cristianas conservaron el recuerdo de este episodio como un relato de importancia vital para los seguidores de Jesús. Su intuición era certera. Sabían que los discípulos de Jesús deberían hacerse una y otra vez esa pregunta que un día les hizo Jesús. Tanto a esas primitivas comunidades, primeras destinatarias de los Evangelios, como a nosotros hoy y a nuestras comunidades cristianas también se nos hace.

Las primeras no son solo una mera pero necesaria encuesta sociológica, sino además para que tomemos conciencia de las posturas al respecto de los que tenemos que darles testimonio sin caer en la demonización ni en la idealización.

Pero ante la pregunta: “Y vosotros ¿quién decís que soy”, no nos pregunta solo para que nos pronunciemos sobre su identidad misteriosa, sino también para que revisemos nuestra relación con él. ¿Qué le podemos responder desde nuestras comunidades?

La respuesta de Pedro: “Tú eres el Mesías”, o sea el Enviado del Padre. Es exacta: Dios ha amado tanto al mundo que nos ha regalado a Jesús. ¿Sabemos acoger, cuidar, disfrutar y celebrar este gran regalo de Dios? ¿Es Jesús el centro de nuestra vida cotidiana y de nuestras celebraciones, encuentros y reuniones?

Por fin parece que todo está claro. Jesús es el Mesías enviado por Dios y los discípulos lo siguen para colaborar con él. Pero Jesús sabe que no es así.

El Apóstol Juan insistirá en que “no amemos de palabra y de boca, sino de verdad y con obras” (lJn 15,1). Y en la segunda Lectura, el Apóstol Santiago nos decía que uno puede tener fe y otro obras, rechazando luego la fe sin obras ya que no es auténtica y verdadera fe cristiana, pues con las obras probamos nuestra fe, pero una fe sin triunfalismos y exclusiones de los que no la tienen.

Por otra parte, a aquellos discípulos y muy posiblemente a nosotros también, todavía les falta aprender algo muy importante. No sabían lo que significaba seguir a Jesús de cerca, compartir su Proyecto y su destino. Por ello Marcos dice que Jesús «empezó a instruirlos» que debía sufrir mucho. No es una enseñanza más, sino algo fundamental que ellos tendrán que ir asimilando poco a poco.

Desde el principio les habla «con toda claridad». No les quiere ocultar nada. Tienen que saber que el sufrimiento los acompañará siempre en su tarea de abrir caminos al Reinado de Dios.

Pedro se rebela ante lo que está oyendo. Toma a Jesús consigo y se lo lleva aparte para «increparlo». Había sido el primero en confesarlo como Mesías y ahora era el primero en rechazarlo. Quería hacer ver a Jesús que lo que estaba diciendo era absurdo. No estaba dispuesto a que siguiera ese camino. Jesús había de cambiar.

Y Jesús reacciona con una dureza desconocida. De pronto ve en Pedro los rasgos de Satanás, el Tentador del desierto que buscaba apartarlo de la voluntad de Dios. Se vuelve de cara a los discípulos y «reprende» literalmente a Pedro.

Quiere que todos escuchen bien sus palabras. Las repetirá en diversas ocasiones. No han de olvidarlas jamás: «Si alguno quiere venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y que me siga», que acepte el esfuerzo de vivir de acuerdo con sus enseñanzas y con sus obras.

Y es que seguir a Jesús no es obligatorio. Es una decisión libre de cada uno. Pero hemos de tomarla en serio. No bastan confesiones fáciles. Si queremos seguirlo en su tarea apasionante de hacer un mundo más humano, digno y dichoso, hemos de estar dispuestos a dos cosas. Primero, renunciar a proyectos o planes que se oponen al Reinado de Dios. Segundo, aceptar los sufrimientos que nos pueden llegar por seguir a Jesús e identificarnos con su causa.

Así pues. No es fácil intentar responder con sinceridad a la pregunta de Jesús. En realidad, ¿quién es Jesús para nosotros? Su persona nos ha llegado a través de veinte siglos de imágenes, fórmulas, devociones, experiencias, interpretaciones culturales… que van desvelando y velando al mismo tiempo su riqueza insondable. Pero, además, cada uno de nosotros vamos revistiendo a Jesús de lo que somos nosotros. Y proyectamos en él nuestros deseos, aspiraciones, intereses y limitaciones. Y casi sin darnos cuenta lo empequeñecemos y desfiguramos, incluso cuando tratamos de exaltarlo.

Y es que solo seremos testigos creíbles: si nuestra pasión convence; si nuestro amor fascina; si nuestra justicia arriesga; si nuestra fe contagia; si nuestra vida apunta hacia Él.

Fray Alfonso Esponera Cerdán O.P.

Comentario – Lunes XXIII de Tiempo Ordinario

(Lc 6, 6-11)

La mano, que simboliza el trabajo, la creatividad, la iniciativa, está atrofiada. Por eso Jesús, al curar a este enfermo, lo impulsa a moverse, a dar un paso a la vista de todos, y a extender su mano, y así no solamente sana la parálisis de su mano, sino su desconfianza ante la vida, su ensimismamiento, su inseguridad interior y sus miedos.

Jesús indica que hacer el bien al hermano necesitado está por encima de las demás leyes, como la ley del descanso, y se presenta como un amante de la vida, dador de vida para el hombre. Pero los fariseos, que debían buscar el bien del pueblo, son incapaces de alegrarse por el bien de la persona curada. Para no caer en la misma insensibilidad, escuchemos la exhortación de San Pablo: «¡Alégrense con los que están alegres, lloren con los que lloran!» (Rom 12, 15).

Haciendo esta curación dentro de la sinagoga, que era un lugar de enseñanza, Jesús quiere dejar un mensaje importante para que todos lo aprendan: el ser humano vale más que las costumbres y las leyes.

Jesús mira a su alrededor a los fariseos, observa la obstinación de sus corazones, encerrados en las propias ideas y permanentemente preocupados por su poder en la sociedad.

Los fariseos advirtieron el cuestionamiento de la mirada de Jesús, y a partir de ese momento decidieron que esa mirada cuestionadora debía ser eliminada. No toleraban que alguien se atreviera a enseñarles algo.

Oración:

«Señor, sana mis parálisis, mis vergüenzas, mis miedos, todo lo que me limita en la acción y en el servicio, para que mi vida sea fecunda; y tómame como instrumento para liberar a los demás de sus parálisis».

VÍCTOR M. FERNÁNDEZ
El Evangelio de cada día

Homilía – Domingo XXIV de Tiempo Ordinario

1

Punto crucial en el evangelio de Marcos

Dicen los entendidos que el pasaje que leemos hoy en el evangelio de Marcos es como el final de su primera parte y punto de flexión hacia la segunda. Pronto dejará Galilea y emprenderá la subida a Jerusalén.

Había empezado el libro anunciando: «comienzo del evangelio de Jesús el Cristo (el Mesías), Hijo de Dios». Hoy leemos la primera confesión clara de Pedro: «Tú eres el Mesías». Al final escucharemos la sorprendente afirmación del centurión romano: «verdaderamente este hombre era Hijo de Dios». Mesías e Hijo de Dios.

También leemos hoy el primero de los anuncios que Jesús hace, «con toda claridad», de su pasión, muerte y resurrección, preparada por el canto del Siervo de Isaías, y la reacción espontánea de Pedro.

Estamos en el punto central del evangelio: se trata de la recta interpretación de la persona y de la misión de Jesús.

Isaías 50, 5-9a. Ofrecí la espalda a los que me apaleaban

De los cuatro «cantos del Siervo de Yahvé» que nos ofrece Isaías, leemos hoy el tercero, en el que subraya expresivamente las contradicciones que el Siervo tendrá que sufrir en el ejercicio de su misión: «me apaleaban… mesaban mi barba… ultrajes y salivazos».

Es admirable la serenidad que le infunde al Siervo, ante ese panorama, la confianza que tiene en Dios, «sabiendo que no quedaría defraudado». «¿Quién tiene algo contra mí? Que se me acerque. El Señor me ayuda, ¿quién me condenará?».

También el salmista sabe lo que son las situaciones difíciles: «me envolvían redes de muerte, caí en tristeza y en angustia». Pero también a él le salva la confianza en Dios: «el Señor escucha mi voz suplicante… arrancó mi alma de la muerte… estando yo sin fuerzas, me salvó». Y está seguro que «caminará en presencia del Señor en el país de la vida».

 

Santiago 2,14-118. La fe, si no tiene obras, está muerta

Santiago sigue planteando temas muy concretos en su carta. Esta vez es la relación entre fe y las obras.

¿Cómo puede salvar una fe sin obras?: «la fe, sin obras, por sí sola está muerta». Pone una comparación expresiva: el que a un pobre que está medio desnudo y hambriento, le consuela sólo con palabras: «Dios te ampare, abrigaos y llenaos el estómago», pero no hace nada para ayudarle de hecho: ¿de qué sirve?

 

Marcos 8, 27-35. Tú eres el Mesías… El Hijo del hombre tiene que padecer mucho

La página de hoy es como el centro de todo el evangelio de Marcos. En Cesárea de Felipe, Jesús hace, ante todo, como un sondeo o encuesta sobre lo que dice la gente de él. En seguida su pregunta interpela a los doce: «y vosotros ¿quién decís que soy yo?».

La respuesta de Pedro es espontánea y decidida, más breve que en Mateo: «Tú eres el Mesías». «Mesías» es el término hebreo que en griego se traduce por «Cristo» y en castellano «Ungido». Sigue el mandato del «secreto mesiánico», porque la gente todavía no está preparada para entender su identidad profunda.

En seguida se ve que Pedro no ha respondido con una fe madura. Porque, cuando Jesús les anuncia por primera vez «con toda claridad» su pasión, muerte y resurrección, Pedro reacciona «increpando» a Jesús porque eso no cabe en la concepción que él tiene del Mesías. Y recibe una respuesta muy dura: Jesús, a su vez, «increpa» a Pedro y le llama «Satanás», porque no piensa como Dios, sino como los hombres.

Jesús, además, extiende a todos sus discípulos el estilo con que hay que entender el mesianismo: «el que quiera seguirme, cargue con su cruz y que me siga».

2

¿Quién es Jesús para nosotros?

La pregunta estaba continuamente presente en los capítulos anteriores del evangelio: ¿quién es este? ¿no es este el carpintero? ¿quién es este para perdonar pecados? ¿quién es este a quien los vientos y el mar le obedecen?

Ahora la pregunta se hace explícita y la pone el mismo Jesús: «¿quién dice la gente que soy yo?». Y, en seguida, más directamente: «y vosotros, ¿quién decís que soy yo?».

Hemos ido leyendo en los capítulos anteriores unas reacciones muy variadas ante la persona, la doctrina y la actuación de Jesús: desde el estupor, la admiración y la alabanza hasta la persecución y la decisión de eliminarlo.

Ahora, en Pedro, esta reacción llega al acto de fe, a la profesión de que es el Mesías, el Ungido de Dios, el esperado, por tanto, durante tantos siglos.

Es una pregunta clave también hoy: ¿quién es Jesús para la gente? ¿quién es para nosotros, para mí? La fe en Cristo exige una opción personal.

También hoy podemos constatar que hay todo un abanico de posturas e interpretaciones de la figura de Jesús. Junto a los que le rechazan o no creen en él o simplemente le ignoran, están los que le admiran como un gran hombre, un profeta admirable o un modelo de entrega por los demás. Para nosotros seguramente es algo más: él es el Mesías, el Ungido de Dios, más aún, el Hijo de Dios, el hombre en quien habita la plenitud de la divinidad. Por eso creemos en él, le amamos, le intentamos seguir, porque es él quien da sentido a nuestra existencia.

Nos podemos espejar en ese apóstol que se ha constituido en portavoz de los demás, Pedro, que todavía no está maduro, y que en la Pasión de Jesús tendrá momentos incluso de traición y negación. Pero irá madurando, sobre todo por la Pascua y la venida del Espíritu, y comprendiendo más en profundidad a Jesús, y terminará por entregar su propia vida por él.

 

Cómo entendía Jesús su misión de Mesías

Pero hay otro paso. Podemos preguntarnos con sinceridad si de veras aceptamos a Jesús en toda su profundidad, o con una selección de aspectos según nuestro gusto, como hacía a veces Pedro. Claro que «sabemos» que Jesús el Mesías y el Hijo de Dios. Pero una cosa es saber y otra, aceptar su persona juntamente con su doctrina y su estilo de vida, incluida la cruz y la entrega por los demás.

A Pedro le pasó, como seguramente también a los otros apóstoles, que tenían del Mesías una concepción más política que religiosa, más de liberación nacionalista, contra los romanos, que la del Reino tal como Jesús lo entendía. Lo que a Pedro le valió unas de las palabras más duras que leemos en el evangelio: «¡quítate de mi vista, Satanás! ¡tú piensas como los hombres, no como Dios!». Ser como Satanás significa que Pedro, sin quererlo, le estaba tentando a Jesús a que no aceptase el plan de Dios, sino que siguiera las apetencias humanas que buscan el éxito y la victoria.

No entendieron el misterio de la personalidad de Cristo. Sobre todo no entendieron, o no quisieron entender, que el camino del Reino fuera la cruz. Se ve que también ellos, y no sólo «la gente», necesitaban el «secreto mesiánico», porque tampoco ellos estaban maduros para entender sin equívocos el anuncio de Jesús. Su «mentalidad» («tú piensas») está todavía inmadura. Aunque iba unido al anuncio de la resurrección: pero en esto no se fijan, porque no acaba de entrarles en la cabeza que su Maestro, el Mesías, pueda fracasar.

No es por masoquismo: el dolor por el dolor. Sino porque Dios ha querido salvar a la humanidad entregando a su propio Hijo en solidaridad con todos los hombres, que son los que merecían el castigo por su pecado. A Jesús tampoco le gustaba el sufrimiento, y tuvo pavor ante la muerte, y suplicó a su Padre, «con gritos y lágrimas», como dice la carta a los Hebreos, que le librara de ella. Pero aceptó el plan salvador de Dios por solidaridad absoluta con la humanidad.

No sólo tenemos que aceptarle como Mesías, sino también como el Siervo que se entrega por los demás, que no se echó atrás ni ante los que le apaleaban o mesaban su barba o le inferían ultrajes o le escupían, como hemos escuchado en Isaías y sabemos, sobre todo, de los impresionantes relatos evangélicos de la Pasión.

 

Tome su cruz y sígame

A Pedro le gustaba lo que pasó en el monte Tabor y la gloria de la transfiguración, y allí quería hacer tres tiendas. Pero no le gustaba el monte Calvario con su cruz. ¿Hacemos nosotros una selección semejante? ¿mereceríamos también nosotros el reproche de que «pensamos como los hombres y no como Dios»?

Hoy nos explica Jesús, para que nadie se lleve a engaño, qué significa seguirle como discípulo, y sus palabras no son muy optimistas: «el que quiera venirse conmigo, a) que se niegue a sí mismo, b) que cargue con su cruz c) y me siga». Con la añadidura de que d) «el que quiera salvar su vida, la perderá, y e) pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio la salvará».

Es una opción radical la que se pide al discípulo de Jesús. Creer en él es algo más que saber cosas o rezar. Es seguirle existencialmente. El no nos promete éxitos ni seguridades y nos advierte que su Reino exige un estilo de vida difícil, con renuncias, con cruz. Igual que él no buscó prestigio social o riquezas o el propio gusto, sino el bien de todos, que le llevará a la cruz. Ya avisó Jesús que los caminos del discípulo no pueden ser distintos del de su Maestro.

A todos nos gustan más aquellos aspectos del evangelio que nos resultan consoladores, fáciles de incorporar a nuestra mentalidad. Seguir a Jesús es profundamente gozoso y es el ideal más noble que podemos abrazar. Pero es exigente. Ciertamente nosotros no le seguimos con cálculos humanos y comerciales: «el que quiera salvar su vida…» se llevará un desengaño. Porque los valores que nos ofrece él son como el tesoro escondido, por el que vale la pena venderlo todo para adquirirlo.

Él le pide a su discípulo negarse a sí mismo, cargar con la propia cruz y seguirle en su camino. Tampoco aquí es el dolor por el dolor, o la renuncia por masoquismo; sino por amor, por coherencia, por solidaridad con él y con la humanidad a la que también nosotros queremos ayudar a salvar. Es como la amistad y el amor, que para ser verdaderos, exigen sacrificio y renuncias.

Todo esto supone en nosotros también una gran confianza en Dios, como la que muestra el Siervo cantado por Isaías, o el salmista en el salmo de hoy, y Jesús mismo en el momento crucial de su entrega: «el Señor me ayuda, ¿quién me condenará?», «el Señor es benigno y justo, estando yo sin fuerzas, me salvó», «arrancó mi alma de la muerte», «a tus manos, Señor, encomiendo mi espíritu».

 

La fe sin obras es muerta

En verdad es expresivo el ejemplo que pone Santiago de lo vacías que pueden ser las palabras y la fe si no van acompañadas de las obras.

Si uno, al que tiene hambre o frío, se conforma con decirle «que Dios te ampare», «ánimo, vístete, y come», y no da ningún paso para socorrerle de hecho, es evidente que no tiene auténtica caridad.

Nuestra fe en Cristo y nuestra pertenencia a su comunidad se podrían quedar en puras palabras si no les sigue una vida coherente. Si hablamos mucho de «amor», de «democracia», de «comunidad» y de «derechos humanos, pero luego en la práctica no nos portamos como hermanos o como cristianos, nuestras palabras con vacías. Exactamente igual que al que Santiago describe con un tono un poco caricaturesco.

Esta afirmación de Santiago no va en contra., naturalmente, de la que repite Pablo en sus cartas, que no son las obras las que salvan, sino la fe en Jesús. Santiago supone esta fe, pero insiste en que para ser salvadora, tiene que llevar a consecuencias prácticas. Pablo se opone al excesivo aprecio que muestran los fariseos de las obras de la ley de Moisés, y casi pretenden conquistas la salvación por sus obras: él resalta que es Cristo Jesús y la fe en él quienes salvan. Ni Santiago absolutiza las obras, ni Pablo está invitando a una fe sin obras, divorciada de la vida.

La consigna de Santiago se parece a la de Juan: «Hijos, no amemos de palabra ni de lengua, sino con obras y de verdad» (Un 3,18), y la del mismo Jesús: «no el que dice: Señor, Señor, sino el que cumple la voluntad de mi Padre…» (Mt 7,21).

José Aldazábal
Domingos Ciclo B

Mc 8, 27-35 (Evangelio – Domingo XXIV de Tiempo Ordinario)

Seguir a Jesús desde nuestra cruz

El evangelio nos presenta un momento determinante de la vida de Jesús en que debe plantear a los suyos, a los que le han quedado, las razones de su identidad para el seguimiento: ¿a dónde van? ¿a quién siguen? El texto, pues, del evangelio, tiene cuatro momentos muy precisos: la intención de Jesús y la confesión mesiánica de Pedro en nombre de los discípulos (vv.27-30); el primer anuncio de la pasión (v. 31); el reproche de Jesús a Pedro y a los discípulos por pretender un mesianismo que no entran en el proyecto de Dios (vv.32-33), que Jesús asume hasta las últimas consecuencias, como el mismo Siervo de Yahvé. Y, finalmente, los dichos sobre el seguimiento (vv.34-37). Este es uno de los momentos estelares de la narración del evangelio de Marcos. La crisis en Galilea se ha consumado y el seguimiento de Jesús se revela abiertamente en sus radicalidades. Galilea ha sido un crisol… ahora están a prueba los que le han quedado, cuyas carencias son manifiestas en este confesión mesiánica. Por eso las palabras sobre el seguimiento de Jesús son para toda la gente, no solamente para sus discípulos. Es el momento de comenzar al camino a Jerusalén, con todo lo que ello significa para Jesús en su proyecto del anuncio del Reino.

Pedro considera que confesarlo como Mesías sería lo más acertado, pero el Jesús de Marcos no acepta un título que puede prestarse a equívocos. El Mesías era esperado por todos los grupos, y todos creían que sería el liberador político del pueblo. Jesús sabe que ni su camino ni sus opciones son políticas, porque no es ahí donde están los fundamentos del Reino de Dios que ha predicado. Por eso, para aclarar el asunto viene el primer anuncio de la pasión; de esa manera dejaría claro que su mesianismo, al menos, no sería como lo esperaban los judíos y, a la vez, sus discípulos debían aprender a esperar otra cosa. Ya Jesús veía claro que su vida en Dios debía pasar por la muerte. No porque Dios quisiera o deseara esa muerte. El Dios Abbá no podía querer eso. Pero los hombres no dejarían otra alternativa a Jesús, en nombre de su Dios.

El reproche de Jesús a Pedro, uno de los más duros del evangelio, porque su mentalidad es como la de todos los hombres y no como la voluntad de Dios, es bastante significativo. Jesús les enseña que su papel mesiánico es dar la vida por los otros; perderla en la cruz. Eso es lo que pide a los que le siguen, porque en este mundo, triunfar es una obsesión; pero perder la vida para que los otros vivan solamente se aprende de Dios que se entrega sin medida. El triunfo cristiano es saber entregarse a los demás. No sabemos si Jesús pudo hablar directamente de cruz o estos dichos están un poco retocados en razón de lo que ocurrió en Jerusalén con la muerte histórica de Jesús siendo crucificado bajo Poncio Pilato, quien decidió esa clase de muerte. Pero Jesús sí que contaba ya con la muerte, no veía otra salida.

Por eso, la cruz, en los dichos, es la misma vida. Nuestra propia vida, nuestra manera de sentir el amor y la gracia, el perdón y la misericordia, la ternura y la confianza en la verdad y en Dios como Padre. Eso es “una cruz” en este mundo de poder y de ignominia. La cruz no es un madero, aunque para los cristianos sea un signo muy sagrado. La cruz está en la vida: en amar frente a los que odian; en perdonar frente a la venganza. Esa es una cruz porque el mundo quiere que sea una cruz; no simplemente un madero. La cruz de nuestra vida, nuestra cruz (“tome su cruz”, dice el dicho de Jesús), sin pretender ser lo que no debemos; sin vanagloriarnos en nosotros mismos. La cruz es la vida para los que saben perder, para los que saben apostar. Por eso se puede hablar con sentido cristiano de “llevar nuestra cruz” y no debemos avergonzarnos de ello. No porque nuestro Dios quiera el sufrimiento… pero el sufrimiento de los que dan sentido a su vida frente al mundo, viene a ser el signo de identidad del verdadero seguimiento de Jesús.

Sant 2, 14-18 (2ª lectura – Domingo XXIV de Tiempo Ordinario)

Fe verdadera y compromiso cristiano

La segunda lectura (Santiago 2,14-18) nos enfrenta de nuevo con la parenesis, o la praxis de la vida cristiana. Nos encontramos con uno de los pasajes más determinantes de este escrito en el que se ha visto una polémica con la teología de la fe de Pablo. Se ha dicho que es la parte más importante de la carta, porque se quiere poner de manifiesto que la fe sin obras no lleva a ninguna parte en la vida cristiana. Esto es absolutamente irrenunciable, y a nadie, y menos a Pablo se le podría pasar por la mente algo así como “cree y peca mucho”. Esa falacia no es de Lutero, sino la leyenda de los malpensantes. Creer es confiar verdaderamente en el Dios de la gracia. Pero es posible que algunos quisieran poner a Pablo a prueba en alguna comunidad cristiana y este escrito posterior quiere poner las cosas en su sitio.

El enfrentamiento no es entre Santiago y Pablo, sino entre interpretaciones que provocan equívocos. Pablo, es verdad, ha puesto la fe en Jesucristo como principio de salvación, y eso es axiomático (elemental y decisivo) en el cristianismo frente a la Ley judía; porque la salvación no puede venir sino de Jesucristo, en ningún caso de la Ley y sus preceptos (esto también es elementalmente cristiano). Pero la fe lleva a los compromisos más radicales, en razón de la gracia de la salvación. De lo contrario el cristianismo sería absurdo, porque el cristianismo no es una ideología, sino una praxis verdadera para cambiar los corazones de los hombres.

Is 50, 5-9 (1ª lectura – Domingo XXIV de Tiempo Ordinario)

Entrega y decisión a Dios y a los suyos

Estamos ante es uno de los famosos cantos del Siervo de Yahvé (cf Is 42; 49; 52-53), una de las cumbres teológicas del Antiguo Testamento desde todos los puntos de vista. Pertenecen a la segunda parte del libro de Isaías, al llamado Deutero-Isaías (40-55), en que aparece este misterioso personaje que encuentra el sentido a su misión apoyándose en la palabra de Dios. Si en la primera parte del libro de la consolación se pensaba que el emperador Ciro (emperador persa) sería el elegido de Dios para liberar a su pueblo (pues él dio el decreto del retorno desde Babilonia), a partir del momento en que aparece la figura del Siervo, ya no será necesario apoyarse en un rey o emperador humano para la libertad que Dios ofrece a su pueblo. Las resonancias de estos famosos “cantos del Siervo” son evidentes en pasajes del NT

Por eso mismo la fidelidad a Dios, a la escucha atenta de su palabra, por encima de las afrentas que debe sufrir, ponen de manifiesto el misterio del dolor como la capacidad que se debe tener frente a toda violencia. Los perfiles de este personaje no están definidos, ni está claro si se habla de un individuo o del pueblo mismo que debe mantenerse atento a la palabra de Dios. Pero los cristianos supieron aplicarlo a Cristo, porque encontraron en esta descripción del Siervo una semejanza inigualable con la vida de Jesús. Lo que para el judaísmo oficial y su teología no podía ser mesiánico, para los cristianos, después de la pasión y la resurrección, preanuncia al Mesías que pude llevar sobre sus hombres los sufrimientos del pueblo y del mundo entero.

Comentario al evangelio – Lunes XXIII de Tiempo Ordinario

Que la norma no apague el corazón

Es el pan de cada día, también entre los hombres de Iglesia.  Posturas personales cerradas y esclavas de las normas, frente a actitudes abiertas a la persona concreta, con sus maneras y problemas. Es la disyuntiva clara e interpelante de Jesús, mientras se siente torvamente observado por los intolerantes. A Jesús le dolía aquella religión “sin alma”; la ley vieja era, en ellos, más fuerte que el amor.

Y sigue la tensión entre Jesús y los jefes religiosos. ¡Qué distintos! Jesús, sin que el enfermo le suplique nada, se da cuenta, mira al paralítico y le manda poner en pie para que sea más expresiva la pregunta: “¿Qué hacer? ¿Hacer el bien o el mal? ¿Salvarlo o dejarlo morir?”. Y le cura. Entre tanto, los escribas y fariseos están al acecho para acusarlo, se ponen furiosos, y maquinan lo peor. Poratajar el mal de un enfermo, quieren matarlo. Jesús respetaba la tradición; de hecho, estaba en la sinagoga, como buen  judío, en sábado. Pero una mezquina comprensión de la ley trastorna la realidad. Incluso, ¿qué trabajo quebrantador era decirle: “Extiende tu brazo”? Es más, si el sábado era día de liberación, de alegría, de culto, ¿qué mejor día para dar salud al que la necesita?

¿Cómo es posible que el corazón del hombre sea tan duro?¿Qué le lleva a esa sequía de sentimientos? Y, encima, dicen que lo hacen en nombre de Dios. No podemos poner el bien de Dios al margen del bien del hombre: “Tuve hambre y me disteis de comer”, “Lo que hicisteis con mis hermanos más pequeños conmigo lo hicisteis”. Conjugamos bien el culto a Dios y el amor a los demás.

Es cierto. Vivimos en comunidad, en sociedad, y hemos de tener en cuenta unas normas, unas reglas de juego. Pero sin descender nunca a esas minucias que ahogan la vida de la gente. Como es un clérigo el que esto escribe, y como relajo de vacaciones, recuerda aquella moral aprendida: celebrando misa se podían cometer diez pecados mortales; por ejemplo, si no te ponías una prenda litúrgica. A esto podías añadir tantos pecados mortales como horas del Oficio Divino omitías. Y así de lo demás. Preguntémonos con frecuencia: ¿Somos nosotros tan raquíticos de espíritu que nos dominen, como a los fariseos, mil naderías y bagatelas?

Como en Jesús, en sus seguidores no caben más razones que las palabras y los hechos que alivian el dolor de la gente. A veces, buscamos razones especiosas cuando nos cuesta salir al encuentro del que sufre. Son terribles frases como estas, frecuentes en la conversación: “Él se lo ha buscado”, “Dios castiga y sin palo”, “En el pecado lleva la penitencia”. Y no digamos si, como en el evangelio, sacamos a relucir razones religiosas y cúlticas.  Resuena aquí la voz bíblica: “Misericordia quiero, y no sacrificio”.

Ciudad Redonda

Meditación – Lunes XXIII de Tiempo Ordinario

Hoy es lunes XXIII de Tiempo Ordinario.

La lectura de hoy es del evangelio de Lucas (Lc 6, 6-11):

Sucedió que entró Jesús otro sábado en la sinagoga y se puso a enseñar. Había allí un hombre que tenía la mano derecha seca. Estaban al acecho los escribas y fariseos por si curaba en sábado, para encontrar de qué acusarle. Pero Él, conociendo sus pensamientos, dijo al hombre que tenía la mano seca: «Levántate y ponte ahí en medio». Él, levantándose, se puso allí. Entonces Jesús les dijo: «Yo os pregunto si en sábado es lícito hacer el bien en vez de hacer el mal, salvar una vida en vez de destruirla». Y mirando a todos ellos, le dijo: «Extiende tu mano». Él lo hizo, y quedó restablecida su mano. Ellos se ofuscaron, y deliberaban entre sí qué harían a Jesús.

Hoy, todos —judíos y no judíos— debemos tomar una determinación: «morir a nosotros mismos» y reconocer a Jesús-Redentor. Sin Dios el hombre no se explica a sí mismo y cae en las más absurdas contradicciones. Es inevitable «endurecer el corazón», rechazando el conocimiento propio y negando la propia culpa, si no hay «Alguien» que conlleve esa culpa, la «elabore» y la perdone.

Se da aquí una reciprocidad: sin la idea del Redentor —que no disimula la culpa, sino que la padece en sí— no se puede soportar la verdad de la propia culpa y se recurre a la primera falsedad: la obcecación ante esa culpa, de la que nacen todas las otras falsedades, y, finalmente, la incapacidad general ante la verdad. Y, a la inversa: no es posible conocer al Redentor y creer en Él sin tener el valor de ser veraz consigo mismo.

—Señor, te pido la gracia de la «confesión» para reconocer la verdad: la tuya (¡te necesito!) y la mía (¡no soy «dios», sino una criatura débil!).

REDACCIÓN evangeli.net

Liturgia – Lunes XXIII de Tiempo Ordinario

LUNES DE LA XXIII SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO, feria

Misa de feria (verde)

Misal: Cualquier formulario permitido, Prefacio común.

Leccionario: Vol. III-impar

  • Col 1, 24-2, 3. Nombrado servidor de la Iglesia para llevar a plenitud el misterio escondido desde siglos.
  • Sal 61. De Dios viene mi salvación y mi gloria.
  • Lc 6, 6-11. Estaban al acecho para ver si curaba en sábado.

Antífona de entrada          Sal 118, 137. 124
Señor, tú eres justo, tus mandamientos son rectos. Trata con misericordia a tu siervo.

Monición de entrada y acto penitencial
Hermanos, comencemos la celebración de los sagrados misterios guardando silencio en nuestro corazón, y poniendo nuestra vida en manos de Dios, que es nuestro auxilio y liberación, pidámosle que venga en nuestra ayuda y se de prisa en socorrernos, pidiéndole humildemente perdón por nuestros pecados.

  • Tú, que eres nuestra roca y salvación. Señor, ten piedad.
  • Tú, que eres nuestra esperanza. Cristo, ten piedad.
  • Tú, que eres nuestro refugio. Señor, ten piedad.

Oración colecta
OH, Dios, por ti nos ha venido la redención
y se nos ofrece la adopción filial;
mira con bondad a los hijos de tu amor,
para que cuantos creemos en Cristo
alcancemos la libertad verdadera y la herencia eterna.
Por nuestro Señor Jesucristo.

Oración de los fieles
Dirijamos ahora nuestras plegarias confiadas a Dios Padre, que nos llama siempre a hacer el bien.

1.- Por la Iglesia; para que sea siempre un signo transparente de la Buena Noticia de Dios. Roguemos al Señor.

2.- Por las vocaciones sacerdotales; para que en la Iglesia nunca falten pastores según el corazón de Dios. Roguemos al Señor.

3.- Por nuestro país y por todas las naciones; para que crezcan la concordia, la justicia, la libertad y la paz. Roguemos al Señor.

4.- Por los enfermos de nuestras familias y de nuestra comunidad; para que experimenten la fortaleza y el gozo del Espíritu. Roguemos al Señor.

5.- Por los que estamos aquí reunidos; para que vivamos en amor fraterno y formemos una comunidad de fe, esperanza y caridad. Roguemos al Señor.

Escucha, Padre bueno, las oraciones de tu pueblo, y haz que renovados por la gracia sanadora de tu Hijo, perseveremos siempre en la práctica de las buenas obras. Por Jesucristo nuestro Señor.

Oración sobre las ofrendas
OH, Dios,
autor de la piedad sincera y de la paz,
te pedimos que con esta ofrenda veneremos dignamente tu grandeza
y nuestra unión se haga más fuerte
por la participación en este sagrado misterio.
Por Jesucristo, nuestro Señor.

Antífona de comunión          Sal 41, 2-3
Como busca la cierva corrientes de agua, así mi alma te busca a ti, Dios mío; mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo.

Oración después de la comunión
CONCEDE, Señor, a tus fieles,
alimentados con tu palabra
y vivificados con el sacramento del cielo,
beneficiarse de los dones de tu Hijo amado,
de tal manera que merezcamos
participar siempre de su vida.
Él, que vive y reina por los siglos de los siglos.