Lectio Divina – Jueves XXIII de Tiempo Ordinario

1.- Oración Introductoria.

Señor, el tema de hoy me sobrecoge. Se trata del “amor al enemigo”. Te confieso que, por más buena voluntad que ponga, no lo puedo cumplir. Por eso  te pido que cambies mi viejo corazón en un corazón nuevo. Ahora es cuando siento que “sin Ti yo no puedo hacer nada”. Tienes que ser Tú, metido dentro de mí, transformándome del todo, el que haga en mí lo que para mí es imposible. 

2.- Lectura reposada del Evangelio: Lucas 6, 27-38

En aquel tiempo Jesús dijo a sus discípulos: «Pero yo os digo a los que me escucháis: Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os odien, bendecid a los que os maldigan, rogad por los que os difamen. Al que te hiera en una mejilla, preséntale también la otra; y al que te quite el manto, no le niegues la túnica. A todo el que te pida, da, y al que tome lo tuyo, no se lo reclames. Y lo que queráis que os hagan los hombres, hacédselo vosotros igualmente. Si amáis a los que os aman, ¿qué mérito tenéis? Pues también los pecadores aman a los que les aman. Si hacéis bien a los que os lo hacen a vosotros, ¿qué mérito tenéis? ¡También los pecadores hacen otro tanto! Si prestáis a aquellos de quienes esperáis recibir, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores prestan a los pecadores para recibir lo correspondiente. Más bien, amad a vuestros enemigos; haced el bien, y prestad sin esperar nada a cambio; y vuestra recompensa será grande, y seréis hijos del Altísimo, porque él es bueno con los ingratos y los perversos. «Sed compasivos, como vuestro Padre es compasivo. No juzguéis y no seréis juzgados, no condenéis y no seréis condenados; perdonad y seréis perdonados. Dad y se os dará; una medida buena, apretada, remecida, rebosante pondrán en el halda de vuestros vestidos. Porque con la medida con que midáis se os medirá».

3.- Qué dice el texto.

Meditación-reflexión.

          El amor a los enemigos es la gran sorpresa y novedad de Jesús. Supone un corte radical con relación al A.T. donde el odio al enemigo parece que era lo normal. (Salmo 35). Y podemos leer textos tan explícitos como éste: “El Señor tu Dios hará recaer todas estas maldiciones sobre tus enemigos y sobre todos los que te hayan odiado o perseguido.” (Dt. 30,7). En un tiempo de venganza incontrolada, la ley del talión, supuso  un avance al conceder infligir  al prójimo el mismo mal que él había  recibido, sin propasarse. “Ojo por ojo significa que si te han arrancado un ojo, tú a ese enemigo le puedes dejar tuerto, pero no ciego”. Jesús no sólo supera la ley del talión sino que la rebasa. Al que te ha abofeteado en una mejilla, bastaría con no responderle de la misma manera; pero Jesús avanza y dice que le debes poner también la otra. Este comportamiento nos parece antinatural. ¿Por qué lo manda Jesús? Jesús ha ido por delante al perdonar a los que le estaban asesinando. Por otra parte nos invita a hacerlo para ser nada más y nada menos que “hijos del Padre Dios, que es bueno también con los malos y pecadores”. Con todo, para que este mandamiento del amor al enemigo lo podamos cumplir no basta con saber que Dios es así de bueno  y que Jesús nos ha dado ejemplo. Es necesario mantener una relación viva e íntima con Jesús y estar afectivamente rebasados por su gracia. “Los cristianos deben estar transformados en la totalidad por la persona de Jesús. En sus sentimientos: El amor sustituye al odio; en sus palabras: la bendición sustituye a la maldición; en sus acciones: la no violencia se impone a la violencia” (Casa de la Biblia). Y esto se hace de un modo con-natural, sin estridencias, sin esfuerzos titánicos, sin brusquedad, al contrario, con mansedumbre y dulzura. Es lo que le ocurrió a Pablo. Y él mismo nos da la razón de su obrar de esta manera:” Ya no soy yo el que vive. Es Cristo quien vive en mí”. (Gal. 2,20).

Palabra del Papa

“Es darse a sí mismo, dar el corazón, precisamente a los que no nos quieren, que nos hacen mal, a los enemigos. Esta es la novedad del Evangelio. Jesús nos muestra que no hay mérito en amar a quien nos ama, porque eso también lo hacen los pecadores. Los cristianos, sin embargo, estamos llamados a amar a nuestros enemigos. Hacer el bien y prestar sin esperar nada a cambio, sin intereses y la recompensa será grande. El Evangelio es una novedad. Una novedad difícil de llevar adelante. Pero significa ir detrás de Jesús.Y podríamos decir: ‘¡Pero, yo… yo no creo que sea capaz de hacerlo!’ – ‘Si no lo crees, es tu problema, pero el camino cristiano es este. Este es el camino que Jesús nos enseña.  ‘¿Y qué debo esperar?’ Ir sobre el camino de Jesús, que es la misericordia; ser misericordiosos como el Padre es misericordioso. Solamente con un corazón misericordioso podremos hacer todo aquello que el Señor nos aconseja. Hasta el final. La vida cristiana no es una vida auto referencial; es una vida que sale de sí misma para darse a los otros. Es un don, es amor, y el amor no vuelve sobre sí mismo, no es egoísta: se da”. (Cf Homilía de S.S. Francisco,  11 de septiembre de 2014, en Santa Marta).

4.- Qué me dice hoy a mí este texto ya meditado. (Guardo silencio)

5.- Propósito: Ante un caso de tener que amar al enemigo, me armaré de humildad, y le pediré al Señor que sea Él quien actúe dentro de mí.

6.- Dios me ha hablado hoy a mí a través de su Palabra. Y ahora yo le respondo con mi oración.

Señor, he comenzado este rato de oración con el alma “sobrecogida”. Al final de este encuentro contigo, salgo con el alma agradecida. Amar al enemigo es un verdadero milagro de la gracia.  Si lo logro, me sentiré feliz de saber que eres Tú quien lo ha hecho y, como María, cantaré durante toda la vida tu poder sobre mi pequeñez.

Anuncio publicitario

Comentario – Jueves XXIII de Tiempo Ordinario

(Lc 6, 27-38)

Con mucha insistencia y con palabras muy convincentes, Jesús presenta un ideal cristiano que no puede ser comprendido con criterios meramente humanos. El amor a los enemigos sólo se entiende desde la fe y sólo se vive con el amor que el Señor nos regala. Ese amor a los enemigos, a los que nos hacen daño y nos odian, se expresa fundamentalmente en tres actitudes: tratarlos bien, desearles el bien y rezar por ellos. Por lo tanto la actitud más opuesta al evangelio sería la de desearles el mal, la sed de venganza. En el fondo, este ideal consiste en tratarlos a ellos como desearíamos ser tratados por ellos.

San Pablo expresaba este pedido de Jesús diciendo: «No te dejes vencer por el mal, mejor vence el mal con el bien» (Rom 12, 21). Cuando las pasiones nos sugieren venganza, los criterios del Reino nos dicen que responder con la misma moneda es crear una espiral de violencia que termina dañándonos a todos.

Pero además, Jesús nos hace ver que este amor a los enemigos es el signo de que estamos viviendo a otro nivel, es lo que verdaderamente distingue a los cristianos, de los que se mueven por criterios meramente humanos. En el fondo, se trata de «dar gratis», de no tratar a alguien basándonos en lo que recibimos de él, sino de dar sin esperar. Aquí se supera la mera justicia, se va más allá, más lejos y más profundo, y se comienza verdaderamente a ser hijos del Padre celestial, que es bueno también con los ingratos. Finalmente, este texto nos resume la imitación de Dios en la misericordia, que se expresa cuando no juzgamos y cuando hacemos el bien. Esa misericordia es lo que hace que nuestras acciones agraden al Padre, de manera que él usará con nosotros la misma medida que usemos nosotros con los demás (para juzgarlos y para dar).

Oración:

«Padre Dios, inmensamente misericordioso, que siempre das gratuitamente a buenos y malos, sin esperar nada, solamente que actuemos nosotros de la misma manera con los demás, toca mi corazón y llénalo de tu generosidad y de tu compasión».

VÍCTOR M. FERNÁNDEZ
El Evangelio de cada día

¿Nos suena «Jesús»?

1.- El domingo pasado, el Papa Benedicto XVI, en una misa al aire libre en Alemania afirmaba: “El mundo se ha vuelto sordo a Dios” Las sociedades occidentales están perdiendo sus almas ante la racionalidad científica y asustando a los creyentes del mundo en desarrollo que siguen siendo temerosos de Dios”.

Por ello mismo, cuando Jesús nos pregunta en el evangelio de este día: “¿Quién dice la gente que soy yo?” debiera de plantearnos muchos interrogantes y otras tantas interpelaciones:

-La más radical: ¿Dice Jesús algo a alguien?

-La intermedia: ¿Qué nos dice y qué decimos de El, los que nos las damos de cristianos?

-La blanda: Nos dice mucho, pero le conocemos poco.

2.- El Señor, ante tanta cuña publicitaria y frecuencias que se meten por los cuatro costados de nuestra existencia, lo tiene muy difícil para ser audible, conocido e identificado. Nunca, la iglesia, ha contado con tantos medios para incentivar y popularizar el nombre de Jesús y, nunca, ha encontrado tantas dificultades para que las nuevas y viejas generaciones, se interesen y se zambullan de lleno en la personalidad, vida y encuentro con Jesucristo.

Jesús, camina con nosotros, y de nuevo –en este curso que estrenamos- nos pregunta: ¿Qué dice la gente de mí? ¿Quién dice que soy yo? ¿Qué saben de mí los catequistas? ¿Cómo me presentan los sacerdotes? ¿Qué imagen tienen de mí las nuevas generaciones? ¿Qué hacéis por mi reino? ¿Qué vais a decir de mí? ¿Qué vas hacer por mí?

3.- Sí, amigos. Nos tenemos que implicar un poco más en la labor evangelizadora. Por cierto, el Papa Benedicto, el domingo pasado señaló una verdad más grande que un templo: “difundir a Jesucristo es más importante que toda la ayuda de emergencia y al desarrollo que iglesias ricas ofrecen a los países pobres”.

No podemos contentarnos con una labor meramente social o educativa. Nuestra misión, como creyentes, tiene las dos vertientes: el encuentro personal con Jesús y, a continuación, nuestro servicio a los demás. Son dos notas de un mismo acorde. Pero ¿es justo poner el acento en un simple compromiso obviando la difusión del Evangelio?

¡Qué interpelación tan seria e incisiva la de este domingo! ¡Quién dice la gente que soy yo! Porque, malo será que llenemos nuestra iglesia, nuestra parroquia, nuestras dinámicas de grupo, nuestras acciones sociales, nuestros calendario con puntera técnica, ciencia, métodos, medios, dinero y dejemos a un lado lo que es medular en nuestro campo evangelizador: ser difusores del amor de Dios, de la persona de Jesús, de su mensaje, de la gran familia que somos y vivimos en la iglesia.

* ¿Qué dicen de Jesús los que han sido bautizados y viven como si no lo estuvieran?

* ¿Qué expresan de Jesús los que piensan que con bautizarse, comulgarse, confirmarse y casarse por la iglesia ya han hecho un gran favor a Dios?

* ¿Qué afirman de Jesús los catequistas que creen que con impartir una catequesis es suficiente pero, a continuación, no viven la eucaristía dominical?

* ¿Qué atestiguan de Jesús tantos de nuestros hermanos que, perteneciendo a la iglesia, viven indiferentes a lo que ocurre dentro de ella?

4.- Que esta Eucaristía, en el Día del Señor, nos ayude a comprometernos –no solamente en la acción renovadora del mundo – sino en el conocimiento de Jesús de Nazaret.

Que no nos ocurra como aquel alpinista necio, que después de ascender y descender de una gran montaña le preguntaron: ¿Qué horizonte se ve desde allá arriba? ¿Qué has visto cuando subías? Y, el montañero, les contestó: “la verdad es que como iba tan pendiente de subir no me he percatado de lo que había a mi alrededor”. Tan pendiente de las cuerdas que…olvidó disfrutar de tantas sensaciones que le rodeaban.

O como aquel fan de un cantante, que tarareaba la melodías de sus canciones pero nunca supo ni lo que significaba sus letras ni el contenido de las mismas.

¿Qué decimos nosotros en el ascenso de nuestra vida sobre Jesús de Nazaret? ¿De qué cuerdas nos tenemos que soltar para afirmar y demostrar que –de verdad- somos sus seguidores?

5.- ¿QUÉ DIGO, SEÑOR?

¿Qué decir sobre Ti, si, Tú sabes que yo sé muy poco?
¿Qué decir de tu vida, si yo prefiero llevar la mía?
¿Qué decir de tus Palabras, si estoy sordo a ellas?
¿Qué decir de tus misterios, si no me los creo?
¿Qué decir de tu Evangelio, si no me molesto en abrirlo?
¿QUÉ DIGO, SEÑOR, SOBRE TI?

¿Qué decir de tu historia, cuando prefiero cualquier otra novela?
¿Qué decir de tu mensaje, cuando prefiero otras cuñas publicitarias?
¿Qué decir de tus caminos, cuando elijo senderos menos comprometidos?
¿Qué decir de tus enseñanzas, cuando soy tan poco aplicado contigo?
¿Qué decir de tus miradas, cuando miro hacia otro lado?
¿QUÉ DIGO, SEÑOR, SOBRE TI?

Ayúdame a no perderme en medio del mundo
A ponerte en el centro de mí casa
A dar razón de mí fe
A buscarte, aunque algunos se empeñen en despistarme
A rezarte, aunque me cueste centrarme en la oración
A conocerte, aunque me resulte difícil reconocerte

¿QUÉ DIGO, SEÑOR, SOBRE TI?
Ayúdame a gritar a los cuatro vientos: ¡TU ERES EL SEÑOR!
Y, entonces, significará una cosa: que te he encontrado, Señor.

Javier Leoz

¿Quién eres Señor?

Cualquier día, en cualquier momento,
a tiempo o a destiempo,
sin previo aviso
lanzas tu pregunta:
Y tú, ¿quién dices que soy yo?
Y yo me quedo a medio camino
entre lo correcto y lo que siento,
porque no me atrevo a correr riesgos
cuando Tú me preguntas así.
Enséñame como Tú sabes.
Llévame a tu ritmo por los caminos del Padre
y por esas sendas marginales
que tanto te atraen.
Corrígeme, cánsame.
Y vuelve a explicarme tus proyectos
y quereres, y quién eres.
Cuando en tu vida
toda encuentre el sentido
para los trozos de mi vida rota;
cuando en tu sufrimiento y en tu cruz
descubra el valor de todas las cruces;
cuando haga de tu causa mi causa,
cuando ya no busque salvarme
sino perderme en tus quereres…
Entonces, Jesús,
vuelve a preguntarme:
Y tú, ¿quién dices que soy yo?

Florentino Ulibarri

Notas para fijarnos en el Evangelio

• Jesús sale de Galilea. Y pregunta qué se ha captado de su persona, qué se dice sobre lo que ha hecho y ha dicho. La pregunta la hace distinguiendo entre «la gente” es decir, los que se lo han mirado de lejos (27), y «vosotros», los discípulos, los que han estado con Él en su camino (29). Los primeros dicen palabras de admiración. Los que le siguen, aciertan en la respuesta. A Jesús no se le admira, se le sigue.

• La pregunta a los discípulos, «Y vosotros, ¿quién decís que soy?” (29), se produce en un diálogo cara a cara, en un tú a tú íntimo. Sólo en este contexto se puede conocer a Jesús. Por otro lado, esto significa que ante Jesús todo el mundo queda posicionado, definido.

• A la respuesta de los discípulos, Jesús pone dos elementos como contrapunto. El primero es la prohibición de decirlo a nadie (30), para evitar que nadie entienda mal el concepto de «Mesías» que, en el caso de Jesús, no corresponde a un guerrero poderoso sino a un Mesías pobre y humilde que tiene que pasar por el sufrimiento y por la muerte antes de resucitar.

• Pero, sobre todo, el contrapunto lo pone al hacerles el anuncio de que su mesianismo pasa por la muerte y la resurrección (31). Para decir esto, Jesús habla de sí mismo con la expresión «Hijo del hombre» (31), que evoca a un personaje bíblico que tiene que venir al fin de los tiempos para juzgar a la humanidad. Ciertamente Jesús provoca un juicio, no porque Él juzgue a nadie sino porque ante É, el que se da sin límites porque ama sin límites, todo el mundo queda en evidencia.

• La dura expresión que Jesús le dice a Pedro: «¡Quítate de mi vista!» (33), se podría haber traducido por «ponte detrás de mi». Le está diciendo, por lo tanto: «sígueme, eres tú que me tienes que seguir a mí, no yo a ti». Y si le llama «Satanás» es porque el diablo está ahí activo. El diablo es el tentador, el que tienta poniéndose delante para que le sigan; lo intenta también con Jesús y con Pedro, para conducirlos por el camino opuesto al del Reino de Dios.

• Después del diálogo de fondo con los discípulos, Jesús extrae la síntesis sobre el seguimiento de su camino, y lo expone a todo aquél que le quiera escuchar (34-35): quien quiera seguirlo tiene que estar dispuesto a morir. Porque el discípulo lo es en cuanto sigue los pasos del Maestro.

• “Negarse a sí mismo” (34) es poner a Dios y a los demás en el centro de la propia vida, en lugar del propio yo. Una persona comienza a ser discípula de Jesús cuando comienza a salir de sí misma para darse a los demás. Dejar… para encontrar; salir… para acoger; dar… para recibir.

• «Cargar la propia cruz» (34) es aceptar las consecuencias de la donación de sí mismo. Una persona comienza a ser discípula de Jesús cuando comienza acciones que comprometen, que pueden tener como consecuencia la cruz.

• «Perder la vida» y «salvarla» (35) son dos conceptos que se entienden de manera diversa según es la vida. Para quien centra la vida en el Dios que nos ama y en los demás, darse (=»perder») y «salvarse» es lo mismo; contrariamente, para quien está centrado en sí mismo, dar o darse sólo es «perder».

Comentario al evangelio – Jueves XXIII de Tiempo Ordinario

Es difícil amar al enemigo

Que nadie se atreva a decir que predicamos un evangelio de saldo de rebajas. Juntar perdón y enemigos es lo más difícil, lo más exigente, la cumbre de nuestro ideal moral. Es un acto revolucionario singular: antes de cambiar el mundo, nos cambiamos a nosotros mismos. El mundo repite: “Al enemigo, ni el agua”, “Ni cordero «recalentao´´, ni enemigo ´´reconciliao´´”. Pero Jesús dijo en la cruz: “Perdónales, no saben lo que hacen”. Y nosotros lo repetimos en el Padrenuestro.

Al igual que en un análisis de texto en la escuela, nos fijamos: 1) Los verbos que nos exhortan a hacer: amad, bendecid, orad. 2) ¿Quiénes son los objetos de tanta bondad?: nuestros enemigos, quienes nos maldicen. 3) Todavía sobrecogidos, nos pone Jesús unas imágenes: pon la mejilla al que te abofetea, dale la túnica a quien te quita la capa. 4) Estas son la razones de Jesús: lo contrario, amar solo a los amigos, es cosa de paganos y pecadores. Dios es bueno con los malvados y desagradecidos. Es decir, amar a todos sin condiciones, amar a todos sin excepción.

Este comportamiento moral es muy difícil, nos parece sobrehumano.  Nos desbordan estas palabras de Jesús. Por respeto, no las suprimimos, cuando las proclamamos en misa, pero, ¿bajan a nuestro corazón? Estamos tan acostumbrados al ojo por ojo… Es cierto que, humanos somos, hay que comprender al que está muy herido, y se siente incapaz de perdonar. En todo caso -sin rebajas- de entrada, no se pide colmar de bendiciones al enemigo, pero sí cultivar una actitud buena hacia él.

A los hombres, también a los cristianos, nos viene antes la justicia humana que la misericordia evangélica. Cuando nos llega la ira y el odio, el corazón nos convoca a la venganza. Y no es condición para el perdón el que el otro se arrepienta, como una justicia conmutativa. Dios hace salir el sol sobre buenos y malos, igualmente.

Otorgar el perdón nos libera de todo rescoldo malo, nos humaniza, nos hace más felices. La durísima y liberadora experiencia del encuentro de víctimas y victimarios de ETA lo atestigua. El amor gratuito cambia nuestra vida. Saber ceder, aunque poseamos el derecho, hablar al que no nos habla, acudir a los momentos tristes de otro que no acude a los nuestros, buscar la paz cuando se rompe el amor entre dos, y tantas ocasiones, prueba muy bien que somos hijos de Dios. Ya que es tan difícil, recemos con la liturgia: “Te damos gracias, Padre, porque tu Espíritu mueve los corazones para que los enemigos vuelvan a la amistad y los adversarios se den la mano.

Que el perdón venza al odio y la indulgencia a la venganza”. Amen. Amén.

Ciudad Redonda

Meditación – Jueves XXIII de Tiempo Ordinario

Hoy es jueves XXIII de Tiempo Ordinario.

La lectura de hoy es del evangelio de Lucas (Lc 6, 27-38):

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Yo os digo a los que me escucháis: Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os odien, bendecid a los que os maldigan, rogad por los que os difamen. Al que te hiera en una mejilla, preséntale también la otra; y al que te quite el manto, no le niegues la túnica. A todo el que te pida, da, y al que tome lo tuyo, no se lo reclames. Y lo que queráis que os hagan los hombres, hacédselo vosotros igualmente. Si amáis a los que os aman, ¿qué mérito tenéis? Pues también los pecadores aman a los que les aman. Si hacéis bien a los que os lo hacen a vosotros, ¿qué mérito tenéis? ¡También los pecadores hacen otro tanto! Si prestáis a aquellos de quienes esperáis recibir, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores prestan a los pecadores para recibir lo correspondiente. Más bien, amad a vuestros enemigos; haced el bien, y prestad sin esperar nada a cambio; y vuestra recompensa será grande, y seréis hijos del Altísimo, porque Él es bueno con los ingratos y los perversos.

»Sed compasivos, como vuestro Padre es compasivo. No juzguéis y no seréis juzgados, no condenéis y no seréis condenados; perdonad y seréis perdonados. Dad y se os dará; una medida buena, apretada, remecida, rebosante pondrán en el halda de vuestros vestidos. Porque con la medida con que midáis se os medirá».

Hoy descubrimos en el «mandato» de Jesucristo que las «relaciones» con los demás son muy importantes —¡esenciales!— en el hombre. Las Personas Trinitarias —Padre, Hijo y Espíritu Santo— son Relaciones de donación (en grado infinito): Paternidad, Filiación y Amor. El hombre —creado a imagen de Dios Trinidad— también es un «ser relacional», es un «ser para», realiza su vida verdadera sólo como «relación». 

Yo solo no soy nada; sólo en el «tú» y «para el tú» soy «yo-mismo». Verdadero hombre significa: estar en la relación del amor, del «por» y del «para» los demás. Y pecado significa estorbar, interrumpir o destruir la relación. Por eso, este fenómeno llamado «pecado» afecta también a los demás y a todo. El pecado es siempre una ofensa que perturba al mundo (no es un fenómeno que sólo y únicamente me afecte a mí).

—Jesús, ¡cuánto me cuesta pensar y vivir pensando en los demás! Concédeme ser siempre «siendo para» Ti y «para mis hermanos».

REDACCIÓN evangeli.net

Liturgia – Jueves XXIII de Tiempo Ordinario

JUEVES DE LA XXIII SEMANA DE TIEMPO ORDINARIO, feria

Misa de la feria (verde)

Misal: Cualquier formulario permitido; Prefacio común.

Leccionario: Vol. III-impar.

  • Col 3, 12-17. Revestíos del amor, que es el vínculo de la unidad perfecta.
  • Sal 150. Todo ser que alienta alabe al Señor.
  • Lc 6, 27-38. Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso.

Antífona de entrada          Sal 46, 2
Pueblos todos, batid palmas, aclamad a Dios con gritos de júbilo.

Monición de entrada y acto penitencial
Nuevamente, Jesús nos invita a acercarnos al altar, la mesa fraterna del amor, para celebrar el banquete de la Eucaristía escuchando su palabra y alimentándonos con su Cuerpo y su Sangre.

Dispongámonos pues, a celebrar la Eucaristía y, en silencio, pongámonos ante Dios y reconozcamos humildemente nuestros pecados.

• Tú que eres el Pan bajado del cielo. Señor, ten piedad.
• Tú que eres el Pan que da la vida al mundo. Cristo, ten piedad.
• Tú que eres alimento de comunión. Señor, ten piedad.

Oración colecta
OH, Dios,
que en este Sacramento admirable
nos dejaste el memorial de tu pasión,
te pedimos nos concedas venerar de tal modo
los sagrados misterios de tu Cuerpo y de tu Sangre,
que experimentamos constantemente en nosotros
el fruto de tu redención.
Tú, que vives y reinas con el Padre.

Oración de los fieles
Oremos, hermanos, a Dios Padre, que nos llama a vivir en el amor y en la paz.

1.- Por la Iglesia; para que proclame incansablemente el Evangelio de la paz y acoja en su seno a todos los discípulos de Jesús. Roguemos al Señor.

2.- Por los movimientos y grupos de jóvenes cristianos; para que sean cantera de nuevas vocaciones sacerdotales. Roguemos al Señor.

3.- Por los responsables del gobierno de las naciones; para que fomenten siempre la paz, la justicia y el desarrollo de sus pueblos. Roguemos al Señor.

4.- Por las familias que pasan dificultades, o viven la desunión o la ruptura; para que Dios las conforte y las ayude con su gracia. Roguemos al Señor.

5.- Por los que nos hemos reunido para celebrar la Eucaristía; para que la Palabra que hemos escuchado dé fruto en nuestras vidas. Roguemos al Señor.

Padre de misericordia, que en tu único Hijo nos revelas tu amor desinteresado y universal; atiende nuestra súplica y danos un corazón nuevo, capaz de amar a nuestros enemigos y de bendecir a los que nos hacen daño. Por Jesucristo nuestro Señor.

Oración sobre las ofrendas
ACEPTA, Señor,
los dones que te ofrecemos en este tiempo de peligro;
y haz que, por tu poder,
se conviertan para nosotros en fuente de sanación y de paz.
Por Jesucristo, nuestro Señor.

Antífona de comunión          Sal 102, 1
Bendice, alma mía, al Señor y todo mi ser a su santo nombre.

Oración después de la comunión
CONCÉDENOS, Señor,
saciarnos del gozo eterno de tu divinidad,
anticipado en la recepción actual de tu precioso Cuerpo y Sangre.
Tú, que vives y reinas por los siglos de los siglos.