¿Pensamos como Dios?

Dos personas que no se conocían entre sí coincidieron en casa de un amigo común. A medida que la conversación avanzaba se fueron tocando diferentes temas y, al despedirse, una de estas personas dijo a la otra: “Encantado, no te conocía, pero resulta que pensamos del mismo modo”. Es muy satisfactorio encontrar a personas que piensan como nosotros; y esto resulta necesario para llevar adelante en común una empresa o un proyecto, del tipo que sea. De lo contrario, si hay diferencias de pensamiento y de criterios, surgirán problemas y enfrentamientos y ese proyecto no podrá prosperar o no lo hará de la forma debida.

Hoy en el Evangelio hemos escuchado que, para Pedro, Jesús es un desconocido. A pesar del tiempo que lleva junto a Jesús, a pesar de que aparentemente lo conoce (Tú eres el Mesías), cuando Jesús les habla de su próxima pasión, Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo. Y por eso recibe de Jesús un fuerte reproche: ¡Quítate de mi vista, Satanás! ¡Tú piensas como los hombres, no como Dios!

También nosotros, a veces, nos comportamos con el Señor como “desconocidos” aunque llevemos mucho tiempo con Él. Unas veces porque fundamentamos la fe en unas creencias que hemos aceptado desde la infancia con mayor o menor convicción, pero reducimos el ser cristiano a cumplir unas prácticas religiosas, sin apenas relación o incidencia en nuestra vida cotidiana. Otras veces porque no oramos, no nos dejamos interrogar o cuestionar por Jesús y su mensaje. Y, así, se produce la separación entre fe y vida, porque limitamos la fe a unos espacios y tiempos determinados, mientras que nuestra vida cotidiana (familia, trabajo, relaciones…) va por otros derroteros, se guía por criterios y formas de pensar que no son los del Evangelio.

Sin embargo, ser cristianos no consiste en asumir unas creencias y en cumplir unos ritos: ser cristianos es seguir a Jesús Resucitado, y esto conlleva un proyecto, una misión: anunciar su Reino con obras y palabras. Y para llevar a cabo esta misión, es necesario “pensar como Dios”, porque eso es lo que hacía Jesús: Yo y el Padre somos uno (Jn 10, 30).

Pensar como Dios es un proceso de conversión. Significa dejar de pensar como los hombres, ir abandonando los criterios que rigen este mundo, e ir aprendiendo a pensar como Dios, asumiendo los criterios del Evangelio en nuestros sentimientos, actitudes y comportamientos.

Para pensar como Dios, ante todo hemos de plantearnos la pregunta que Jesús ha hecho a sus discípulos: Y vosotros, ¿quién decís que soy? ¿Quién es Jesús para mí? ¿Creo de verdad que es Dios?

Pero no basta con afirmar, como Pedro, Tú eres el Mesías, ni con “saber” cosas sobre Él. Para pensar como Él, debemos prestar atención a lo que dice: El Hijo del hombre tiene que padecer mucho… ser ejecutado y resucitar a los tres días. ¿Entiendo por qué Jesús aceptó morir en la cruz, o eso me provoca rechazo, como le ocurrió a Pedro? ¿Creo en su resurrección? ¿Qué significa eso para mí?

Y el pensamiento de Dios es que el que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga… El que pierda su vida por el Evangelio, la salvará. ¿Estoy dispuesto a negarme a mí mismo, mis egoísmos, comodidades, y “cargar con la cruz y perder la vida” sirviendo a otros?

La 1ª lectura nos ha presentado al Siervo de Yahvé, que prefigura a Cristo: Ofrecí la espalda a los que me golpeaban… No oculté el rostro a insultos y salivazos. Es lo que pensaba e hizo Jesús en su Pasión, porque ése es el camino de la salvación. ¿Yo pienso así, creo que al mal no hay que responderle con el mal, o pienso como los hombres, “ojo por ojo, diente por diente”?

Decía el apóstol Santiago en la 2ª lectura: ¿De qué le sirve a uno decir que tiene fe, si no tiene obras? La fe, si no tiene obras, está muerta por dentro. Aunque digamos que tenemos fe, si después, en la práctica, no pensamos como Dios, nuestra fe está muerta. Si nos alegramos de encontrar a otra persona que piensa como nosotros, mucho más deberíamos querer pensar como Dios, porque entonces nuestra fe será una fe viva que se reflejará en nuestras obras, en nuestra vida entera, y estaremos cargando con la cruz, cumpliendo la misión que Él nos ha encomendado, con la certeza de que estamos “perdiendo nuestra vida por el Evangelio” y, por tanto, estamos salvándola.

Comentario al evangelio – Domingo XXIV de Tiempo Ordinario

¿QUIEN ES JESÚS PARA MÍ?


              En el esquema literario que se ha planteado Marcos, justamente en la mitad de su Evangelio, sitúa la escena que acabamos de escuchar. Jesús ya sabe que su tarea misionera tiene «fecha de caducidad», pues va notando las distintas reacciones a su presencia y a su mensaje. Y decide hacer como un «balance general», planteando a los discípulos una pregunta: ¿Qué dice la gente de mí?  Que es algo así como si les preguntara: «¿Vosotros pensáis que la gente se está enterando de algo?».

         Yo tengo la impresión de que esta pregunta le importa menos a Jesús que la siguiente: «¿Y vosotros?». Y tengo esa impresión porque Jesús tiene una inquietud lógica: «El día que yo falte, estos serán los que me tomen el relevo. ¿Qué contarán a las gentes? ¿Qué les dirán de mí?». En definitiva: ¿Qué han comprendido de mí?

    Por una parte, cabría esperar que quienes pasan tanto tiempo con Jesús en público y en privado… se hayan enterado mejor que «la gente» de la identidad y las pretensiones de Jesús. Pero ya hemos visto que…¡no! Precisamente Pedro, en el nombre de los Doce, dejar ver que sus intereses, ideas, proyectos y pretensiones… condicionan su percepción. Suele decirse que no vemos las cosas como son, sino como somos nosotros. Y Pedro ha dado una «definición» correcta sobre Jesús, sí. Pero el contenido de la definición, lo que se esconde detrás de sus palabras… está bastante lejos de los planes de Jesús, provocando que el Maestro se enfade.

          Es decir: que los que nos consideramos «cercanos», compañeros, y discípulos de Jesús tenemos el serio peligro de no captar el auténtico proyecto, las pretensiones, la identidad de Jesús de Nazareth… y sin embargo estar convencidos de que estamos en la verdad.

            Al meditar esta escena evangélica… esta vez he sentido una llamada a dar mi respuesta personal a esta pregunta. Da un cierto pudor, pero la fe siempre ha sido un asunto de compartir, de contrastar, de vivirla con otros. Parafraseando a San Agustín: «Soy sacerdote para vosotros, y soy cristiano con vosotros». Y como cristiano, sin pretender dar lecciones, y tomando nota de la metedura de pata de Pedro… os comparto algunas cosas de las que digo y vivo:

         Þ Lo primero de todo es la convicción de que no lo conozco bien todavía, soy siempre un aprendiz, un buscador. Si nunca se puede decir de otra persona «te conozco de sobra», ni siquiera de uno mismo, mucho menos se puede decir del Señor.  Me ha ayudado el estudio bíblico y teológico, claro. Y lo que enseña la Iglesia. Pero sobre todo me ha ayudado mi caminar cada día, mi propia experiencia personal… y los cuestionamientos y experiencias personales de los hermanos. Escuchar, confesar, acompañar, dialogar con personas muy distintas le hace a uno repensar, revisar, replantear cosas que parecían asentadas y claras.

        Recuerdo a un grupo de matrimonios con los que me reunía para tratar temas, experiencias e inquietudes  sobre la fe y la vida. No pocas veces querían saber mi opinión sobre lo que se estaba tratando, y me preguntaban. Y yo empezaba a responder… Un amigo del grupo solía darme una patada por debajo de la mesa, y me decía: No te hemos preguntado lo que «piensas» tú, o la Iglesia o lo que dice el Catecismo. Te preguntamos «¿esto cómo lo vives tú?».  «Nos ayuda más saber tu vivencia (aunque sea pobre y limitada) que las ideas».. Y… ¡a menudo me costaba responder! Uno se pone en el rol de cura y tiene salidas y respuestas para todo. Pero si uno tiene que hablar desde sí mismo… Aprendí mucho de esas«patadas» por debajo de la mesa.

         Þ Me marcó mucho la experiencia del Apóstol San Pablo. Una frase que encontré en una de sus Cartas en los comienzos de mi formación como seminarista se me grabó muy dentro: «Ya no soy yo el que vive, sino que es Cristo quien vive en mí… y vivo de la fe en el Hijo de Dios que me amó y se entregó por mí». Sentí que había ahí una clave «para mí». Era el reto de descubrir una Presencia interior que me acompaña y que quiere ir tomando posesión de todos los aspectos de mi vida… de modo que Él pueda actuar a través de mí. Se trata de una tarea interminable, para toda la vida. Y en ese «por mí» había un ofrecimiento generoso e incondicional suyo que aguardaba mi respuesta de amor y entrega. Él había entrado en mi vida, me llamaba y me acompaña desde entonces, aunque queden ámbitos de mi vida de los que aún no ha logrado apropiarse.

         Þ Mi trabajo pastoral y educativo me llevó a descubrir a Jesús como «el hombre de los encuentros». Esa capacidad que él tenía de acoger, sanar, reintegrar, defender, valorar, animar, comprender, salir a buscar… a tantos como se cruzaban en el camino. La vida con sentido, la vida feliz, tiene que ver con el irse «llenando el corazón de nombres» (P. Casaldáliga) … y dejando un poco de ti en el corazón de otros.

         Þ Me he sentido no pocas veces comprendido y perdonado por él, cuando yo me hacía mil reproches y me sentía culpable de caer en las mismas cosas una y otra vez. Y eso me ha enseñado a ayudar a los demás a que no se machaquen por sus errores y pecados, a que no se juzguen con tanta dureza, a ofrecerles de su parte misericordia, y animarles a encontrar caminos nuevos, sanar heridas…. Es que lo importante no es que seamos «perfectos», sino que, con imperfecciones incluidas, nos empeñemos en el amor… que es el centro del Evangelio.

         Þ Me encanta poder sentarme con él a la Mesa de la Acción de Gracias y sentirme de su familia, de sus discípulos, hermanarme con los que la comparten conmigo, orar con ellos, por ellos y desde ellos. Y sobre todo recordar que yo también tengo que ser pan que se parte, cuerpo/persona que se entrega, renovando en las Eucaristías ese «Cristo vive en mí» que tan grabado se me quedó.

         Þ El Jesús que yo vivo y «digo» con mi vida es un creador de comunidad. Él no quiso recorrer su camino misionero en solitario, y dedicó mucha atención y esfuerzos a crear «grupo/comunidad» de hermanos. Este es para mí hoy un gran reto, pues nuestra cultura y nuestra vivencia del seguimiento de Jesús es a menudo demasiado solitaria, individualista, «por libre», cada uno como puede. Y me resulta muy difícil. No me falta la inquietud por buscar a quienes deseen, necesiten, busquen compartir vida y fe con otros. No sé cuáles serían hoy los caminos más adecuados para convocar, ilusionar, contagiar ganas de construir comunidades de fe y vida. Y le sigo dando vueltas, porque pocas veces lo he conseguido.

         Þ Para más decir, el pasado viernes, con motivo de nuestro Capítulo General, el Papa Francisco nos hizo estas recomendaciones:

Que es importante pensar en una vida de oración y contemplación que nos permita hablar, como amigos, cara a cara con el Señor y contemplar el Espejo, que es Cristo, para que nos convirtamos en espejo para los demás”. Nos advirtió del enorme riesgo que supone la mundanidad espiritual y en la necesidad de guardar el sentido del humor. Que nuestra misión debe ser desde la cercanía y la proximidad. «No os olvidéis cuál es el estilo de Dios: proximidad, compasión y ternura. Así actuó Dios desde que eligió a su pueblo hasta el día de hoy. Y también nos ha pedido no ser pasivos ante los dramas que viven muchos de nuestros contemporáneos, sino que nos juguemos el tipo en la lucha por la dignidad humana, y por el respeto por los derechos fundamentales de la persona. Que seamos hombres de la esperanza que no conoce miedos, porque en nuestra fragilidad se manifiesta la fuerza de Dios.

Totalmente de acuerdo. Se ve que nos conoce bien. Y creo que estas palabras no son exclusivas para los Claretianos.

           En fin, estas son algunas de las cosas que digo sobre «Jesús». Incompletas, imperfectas, con dudas, con dolor, no siempre con coherencia,  y más veces son deseos que hechos. Pero siempre ilusionado y dispuesto a seguir aprendiendo y madurando. Ojalá que el Señor nunca me tenga que dar un tirón de orejas, como a Pedro, por pretender tenerlo claro, o encerrarle o adaptarlo a mis esquemas es intereses particulares. Y convencido de que hoy más que nunca necesitamos compartir fe, vida, oración, camino… porque Jesús no sobra en este siglo XXI. Puede que sobren palabras, inercias, modos más propios de otros tiempos…. pero no sobra Jesucristo ni sobran los testimonios personales sobre Jesús, esas«obras» de las que hablaba hoy el apóstol Santiago.

             Y os dejo una tarea (de comienzo de curso): QUE CADA UNO RESPONDA A ESTA PREGUNTA DEL MAESTRO. Le interesa, le importa. Aunque cueste. ¡Y vaya si cuesta! A mí hoy me ha costado!

Enrique Martínez de la Lama-Noriega, cmf 

Meditación – Domingo XXIV de Tiempo Ordinario

Hoy es Domingo XXIV de Tiempo Ordinario.

La lectura de hoy es del evangelio de Marcos (Mc 8, 27-35):

En aquel tiempo, salió Jesús con sus discípulos hacia los pueblos de Cesarea de Filipo, y por el camino hizo esta pregunta a sus discípulos: «¿Quién dicen los hombres que soy yo?». Ellos le dijeron: «Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías; otros, que uno de los profetas». Y Él les preguntaba: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?». Pedro le contesta: «Tú eres el Cristo».

Y les mandó enérgicamente que a nadie hablaran acerca de Él. Y comenzó a enseñarles que el Hijo del hombre debía sufrir mucho y ser reprobado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser matado y resucitar a los tres días. Hablaba de esto abiertamente. Tomándole aparte, Pedro, se puso a reprenderle. Pero Él, volviéndose y mirando a sus discípulos, reprendió a Pedro, diciéndole: «¡Quítate de mi vista, Satanás! porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres».

Llamando a la gente a la vez que a sus discípulos, les dijo: «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. Porque quien quiera salvar su vida, la perderá; pero quien pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará».

Hoy día nos encontramos con situaciones similares a la descrita en este pasaje evangélico. Si, ahora mismo, Dios nos preguntara «¿quién dicen los hombres que soy yo?» (Mc 8,27), tendríamos que informarle acerca de todo tipo de respuestas, incluso pintorescas. Bastaría con echar una ojeada a lo que se ventila y airea en los más variados medios de comunicación. Sólo que… ya han pasado más de veinte siglos de “tiempo de la Iglesia”. Después de tantos años, nos dolemos y —con santa Faustina— nos quejamos ante Jesús: «¿Por qué es tan pequeño el número de los que Te conocen?».

Jesús, en aquella ocasión de la confesión de fe hecha por Simón Pedro, «les mandó enérgicamente que a nadie hablaran acerca de Él» (Mc 8,30). Su condición mesiánica debía ser transmitida al pueblo judío con una pedagogía progresiva. Más tarde llegaría el momento cumbre en que Jesucristo declararía —de una vez para siempre— que Él era el Mesías: «Yo soy» (Lc 22,70). Desde entonces, ya no hay excusa para no declararle ni reconocerle como el Hijo de Dios venido al mundo por nuestra salvación. Más aun: todos los bautizados tenemos ese gozoso deber “sacerdotal” de predicar el Evangelio por todo el mundo y a toda criatura (cf. Mc 16,15). Esta llamada a la predicación de la Buena Nueva es tanto más urgente si tenemos en cuenta que acerca de Él se siguen profiriendo todo tipo de opiniones equivocadas, incluso blasfemas.

Pero el anuncio de su mesianidad y del advenimiento de su Reino pasa por la Cruz. En efecto, Jesucristo «comenzó a enseñarles que el Hijo del hombre debía sufrir mucho» (Mc 8,31), y el Catecismo nos recuerda que «la Iglesia avanza en su peregrinación a través de las persecuciones del mundo y de los consuelos de Dios» (n. 769). He aquí, pues, el camino para seguir a Cristo y darlo a conocer: «Si alguno quiere venir en pos de mí (…) tome su cruz y sígame» (Mc 8,34).

Rev. D. Antoni CAROL i Hostench

Liturgia – Domingo XXIV de Tiempo Ordinario

XXIV DOMINGO DE TIEMPO ORDINARIO

Misa del Domingo (verde)

Misal: Antífonas y oraciones propias. Gloria, Credo. Prefacio dominical.

Leccionario: Vol. I (B)

  • Is 50, 5-9a. Ofrecí la espalda a los que me golpeaban.
  • Sal 114. Caminaré en presencia del Señor en el país de los vivos.
  • Sant 2, 14-18. La fe, si no tiene obras, está muerta.
  • Mc 8, 17-35. Tú eres el Mesías. El Hijo del hombre tiene que padecer mucho.

Antífona de entrada          Cf. Eclo 36, 15
Señor, da la paz a los que esperan en ti, y saca veraces a tus profetas, escucha la súplica de tus siervos y de tu pueblo Israel.

Monición de entrada
Como todos los domingos nos hemos reunido para escuchar a Jesús, nuestro Maestro, aprender a seguirle, y unirnos a Él por el alimento de su Cuerpo y de su Sangre.

Acto penitencial
Así pues, con espíritu de acción de gracias, comencemos la celebración de la Eucaristía, y en silencio, pidámosle a Dios que disponga nuestro corazón para que la vivamos con fruto, pidiéndole perdón por nuestros pecados.

• Tú, que abres los ojos a los ciegos. Señor, ten piedad.
• Tú, que haces oír a los sordos. Cristo, ten piedad.
• Tú, que curas todas nuestras heridas. Señor, ten piedad.

Gloria

Oración colecta
MÍRANOS, oh, Dios, creador y guía de todas las cosas,
y concédenos servirte de todo corazón,
para que percibamos el fruto de tu misericordia.
Por nuestro Señor Jesucristo.

Credo
Confesemos ahora nuestra fe, recordando las intervenciones maravillosas de Dios en la historia de la salvación, como son la creación, la Pascua, la venida del Espíritu Santo sobre y la Iglesia y la promesa de la vida eterna.

Oración de los fieles
Oremos al Señor, cuyos oídos están atentos a la voz de nuestras súplicas, y que nos ha enviado a Jesucristo para curar nuestra sordera y nuestro mutismo.

1.- Para que la Iglesia, abierta al diálogo con el mundo de hoy, pueda llevar a los oídos de todos la Buena Noticia de la salvación. Roguemos al Señor.

2.- Para que nunca falten en nuestra diócesis sacerdotes que sepan ser hospitalarios, comprensivos y sensibles con todos. Roguemos al Señor.

3.- Para que los que tienen en sus manos la autoridad sirvan con dedicación y acierto a los pueblos que tienen encomendados. Roguemos al Señor.

4.- Para que los enfermos, especialmente los que no tienen fe, sepan descubrir en el sufrimiento un motivo para acercarse a Dios, y no para rebelarse contra Él. Roguemos al Señor.

5.- Para que todos nosotros escuchemos con gusto e interés la palabra de Dios, y meditándola en nuestro corazón la llevemos a la práctica. Roguemos al Señor.

Oh Padre, que has elegido a los humildes y los pobres para hacerlos ricos en fe y herederos de tu reino; escucha nuestras peticiones y ayúdanos a anunciar tu palabra de aliento a todos los extraviados de corazón, para que soltándose las lenguas de la humanidad enferma, incapaz siquiera de orar, canten con nosotros tus maravillas. PorJesucristo nuestro Señor.

Oración sobre las ofrendas
SÉ propicio a nuestras súplicas, Señor,
y recibe complacido estas ofrendas de tus siervos,
para que la oblación que ofrece cada uno
en honor de tu nombre
sirva para la salvación de todos.
Por Jesucristo, nuestro Señor.

Antífona de comunión          Sal 35, 8
Qué inapreciable es tu misericordia, oh, Dios. Los humanos se acogen a la sombra de tus alas.     O bien:          Cf. 1 Cor 10, 16
El cáliz de la bendición que bendecimos es comunión de la Sangre de Cristo; el pan que partimos es participación en el Cuerpo del Señor.

Oración después de la comunión
TE pedimos, Señor,
que el fruto del don del cielo
penetre nuestros cuerpos y almas,
para que sea su efecto,
y no nuestro sentimiento,
el que prevalezca siempre en nosotros.
Por Jesucristo, nuestro Señor.

Bendición solemne
El Dios de la paz,
que resucitó de entre los muertos al gran pastor de las ovejas,
nuestro Señor Jesús,
os haga perfectos en todo bien,
en virtud de la sangre de la alianza eterna,
para que cumpláis su voluntad,
realizando en vosotros lo que es de su agrado.

Y la bendición de Dios todopoderoso
Padre, Hijo y Espíritu Santo,
descienda sobre vosotros.
R./ Amén.

Laudes – Domingo XXIV de Tiempo Ordinario

LAUDES

DOMINGO XXIV de TIEMPO ORDINARIO

INVOCACIÓN INICIAL

V/. Señor, ábreme los labios.
R/. Y mi boca proclamará tu alabanza

INVITATORIO

Se reza el invitatorio cuando laudes es la primera oración del día.

Ant.  Pueblo del Señor, rebaño que él guía, venid, adorémosle. Aleluya.

SALMO 99: ALEGRÍA DE LOS QUE ENTRAN EN EL TEMPLO

Aclama al Señor, tierra entera,
servid al Señor con alegría,
entrad en su presencia con vítores.

Sabed que el Señor es Dios:
que él nos hizo y somos suyos,
su pueblo y ovejas de su rebaño.

Entrad por sus puertas con acción de gracias,
por sus atrios con himnos,
dándole gracias y bendiciendo su nombre:

«El Señor es bueno,
su misericordia es eterna,
su fidelidad por todas las edades».

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

HIMNO

En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu,
salimos de la noche y estrenamos la aurora;
saludamos el gozo de la luz que nos llega
resucitada y resucitadora.

Tu mano acerca el fuego a la tierra sombría,
y el rostro de las cosas se alegra en tu presencia;
silabeas el alba igual que una palabra;
tú pronuncias el mar como sentencia.

Regresa, desde el sueño, el hombre a su memoria,
acude a su trabajo, madruga a sus dolores;
le confías la tierra, y a la tarde la encuentras
rica de pan y amarga de sudores.

Y tú te regocijas, oh Dios, y tú prolongas
en sus pequeñas manos tus manos poderosas;
y estáis de cuerpo entero los dos así creando,
los dos así velando por las cosas.

¡Bendita la mañana que trae la noticia
de tu presencia joven, en gloria y poderío,
la serena certeza con que el día proclama
que el sepulcro de Cristo está vacío! Amén.

SALMO 117: HIMNO DE ACCIÓN DE GRACIAS DESPUÉS DE LA VICTORIA

Ant. Dad gracias al Señor, porque es eterna su misericordia. Aleluya.

Dad gracias al Señor porque es bueno,
porque es eterna su misericordia.

Diga la casa de Israel:
eterna es su misericordia.

Diga la casa de Aarón:
eterna es su misericordia.

Digan los fieles del Señor:
eterna es su misericordia.

En el peligro grité al Señor,
y me escuchó, poniéndome a salvo.

El Señor está conmigo: no temo;
¿qué podrá hacerme el hombre?
El Señor está conmigo y me auxilia,
veré la derrota de mis adversarios.

Mejor es refugiarse en el Señor
que fiarse de los hombres,
mejor es refugiarse en el Señor
que fiarse de los jefes.

Todos los pueblos me rodeaban,
en el nombre del Señor los rechacé;
me rodeaban cerrando el cerco,
en el nombre del Señor los rechacé;

Empujaban y empujaban para derribarme,
pero el Señor me ayudó;
el Señor es mi fuerza y mi energía,
él es mi salvación.

Escuchad: hay cantos de victoria
en las tiendas de los justos:
«La diestra del Señor es poderosa,
la diestra del Señor es excelsa,
la diestra del Señor es poderosa.»

No he de morir, viviré
para contar las hazañas del Señor.
Me castigó, me castigó el Señor,
pero no me entregó a la muerte.

Abridme las puertas del triunfo,
y entraré para dar gracias al Señor.

— Ésta es la puerta del Señor:
los vencedores entrarán por ella.

— Te doy gracias porque me escuchaste
y fuiste mi salvación.

La piedra que desecharon los arquitectos
es ahora la piedra angular.
Es el Señor quien lo ha hecho,
ha sido un milagro patente.

Éste es el día en que actuó el Señor:
sea nuestra alegría y nuestro gozo.
Señor, danos la salvación;
Señor, danos prosperidad.

— Bendito el que viene en nombre del Señor,
os bendecimos desde la casa del Señor;
el Señor es Dios, él nos ilumina.

— Ordenad una procesión con ramos
hasta los ángulos del altar.

Tú eres mi Dios, te doy gracias;
Dios mío, yo te ensalzo.

Dad gracias al Señor porque es bueno,
porque es eterna su misericordia.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Dad gracias al Señor, porque es eterna su misericordia. Aleluya.

CÁNTICO de DANIEL: QUE LA CREACIÓN ENTERA ALABE AL SEÑOR

Ant. Aleluya. Criaturas todas del Señor, bendecid al Señor. Aleluya.

Bendito eres, Señor, Dios de nuestros padres:
a ti gloria y alabanza por los siglos.

Bendito tu nombre, santo y glorioso:
a él gloria y alabanza por los siglos.

Bendito eres en el templo de tu santa gloria:
a ti gloria y alabanza por los siglos.

Bendito eres sobre el trono de tu reino:
a ti gloria y alabanza por los siglos.

Bendito eres tú, que sentado sobre querubines sondeas los abismos:
a ti gloria y alabanza por los siglos.

Bendito eres en la bóveda del cielo:
a ti honor y alabanza por los siglos.

Criaturas todas del Señor, bendecid al Señor,
ensalzadlo con himno por los siglos

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Aleluya. Criaturas todas del Señor, bendecid al Señor. Aleluya.

SALMO 150: ALABAD AL SEÑOR

Ant. Todo ser que alienta alabe al Señor. Aleluya.

Alabad al Señor en su templo,
alabadlo en su fuerte firmamento.

Alabadlo por sus obras magníficas,
alabadlo por su inmensa grandeza.

Alabadlo tocando trompetas,
alabadlo con arpas y cítaras,

alabadlo con tambores y danzas,
alabadlo con trompas y flautas,

alabadlo con platillos sonoros,
alabadlo con platillos vibrantes.

Todo ser que alienta alabe al Señor.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo

Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Todo ser que alienta alabe al Señor. Aleluya.

LECTURA: 2Tim 2, 8.11-13

Haz memoria de Jesucristo, resucitado de entre los muertos, nacido del linaje de David. Es doctrina segura: Si morimos con él, viviremos con él. Si perseveramos, reinaremos con él. Si lo negamos, también él nos negará. Si somos infieles, él permanece fiel, porque no puede negarse a sí mismo.

RESPONSORIO BREVE

R/ Te damos gracias, oh Dios, invocando tu nombre.
V/ Te damos gracias, oh Dios, invocando tu nombre.

R/ Contando tus maravillas.
V/ Invocando tu nombre.

R/ Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
V/ Te damos gracias, oh Dios, invocando tu nombre.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. El que quiera venir en pos de mí, renúnciese a sí mismo, tome su cruz y sígame.

Benedictus. EL MESÍAS Y SU PRECURSOR. Lc 1, 68-79

Bendito sea el Señor, Dios de Israel,
porque ha visitado y redimido a su pueblo,
suscitándonos una fuerza de salvación
en la casa de David, su siervo,
según lo había predicho desde antiguo
por la boca de sus santos profetas.

Es la salvación que nos libra de nuestros enemigos
y de la mano de todos los que nos odian;
realizando la misericordia
que tuvo con nuestros padres,
recordando su santa alianza
y el juramento que juró a nuestro padre Abrahán.

Para concedernos que, libres de temor,
arrancados de la mano de los enemigos,
le sirvamos con santidad y justicia,
en su presencia, todos nuestros días.

Y a ti, niño, te llamarán profeta del Altísimo,
porque irás delante del Señor
a preparar sus caminos,
anunciando a su pueblo la salvación,
el perdón de sus pecados.

Por la entrañable misericordia de nuestro Dios,
nos visitará el sol que nace de lo alto,
para iluminar a los que viven en tinieblas
y en sombra de muerte,
para guiar nuestros pasos
por el camino de la paz.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. El que quiera venir en pos de mí, renúnciese a sí mismo, tome su cruz y sígame.

PRECES

Dios nos ama y sabe lo que nos hace falta; aclamemos, pues, su poder y su bondad, abriendo, gozosos, nuestros corazones a la alabanza:

Te alabamos, Señor, y confiamos en ti.

Te bendecimos, Dios todopoderoso, Rey del universo, porque a nosotros, injustos y pecadores, nos has llamado al conocimiento de la verdad;
— Haz que te sirvamos con santidad y justicia.

Vuélvete hacia nosotros, oh Dios, tú que has querido abrirnos la puerta de tu misericordia,
— y haz que nunca nos apartemos del camino que lleva a la vida.

Ya que hoy celebramos la resurrección del Hijo de tu amor,
— haz que este día transcurra lleno de gozo espiritual.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

Da, Señor, a tus fieles el espíritu de oración y de alabanza,
— para que en toda ocasión te demos gracias.

Movidos ahora todos por el mismo Espíritu que nos da Cristo resucitado, acudamos a Dios, de quien somos verdaderos hijos, diciendo:
Padre nuestro…

ORACION

Oh Dios, creador y dueño de todas las cosas, míranos y, para que sintamos el efecto de tu amor, concédenos servirte de todo corazón. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Amén.

CONCLUSIÓN

V/. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R/. Amén.