Lectio Divina – Lunes XXIV de Tiempo Ordinario

1.- Oración Introductoria.

Señor, quiero comenzar este momento de oración contigo, con las mismas palabras del Centurión: “Señor, no soy digno de que entres en mi casa”. Esta oración de este pagano me saca los colores y me avergüenza. Toda la vida me la paso con derechos: derecho a estar contigo, derecho a que me escuches, derecho a que me cures y, por supuesto, derecho a que me des el cielo porque ¡Me lo he ganado! Quítame, Señor, todos mis derechos menos uno: el derecho a ser humilde, el derecho a ser indigente, el derecho a confiar sólo en Ti. 

2.- Lectura sosegada del evangelio. Lucas 7, 1-10

         En aquel tiempo, cuando hubo acabado de dirigir todas estas palabras al pueblo, entró en Cafarnaúm. Se encontraba mal y a punto de morir un siervo de un centurión, muy querido de éste. Habiendo oído hablar de Jesús, envió donde él unos ancianos de los judíos, para rogarle que viniera y salvara a su siervo. Estos, llegando donde Jesús, le suplicaban insistentemente diciendo: Merece que se lo concedas, porque ama a nuestro pueblo, y él mismo nos ha edificado la sinagoga. Iba Jesús con ellos y, estando ya no lejos de la casa, envió el centurión a unos amigos a decirle: Señor, no te molestes, porque no soy digno de que entres bajo mi techo, por eso ni siquiera me consideré digno de salir a tu encuentro. Mándalo de palabra, y quede sano mi criado. Porque también yo, que soy un subalterno, tengo soldados a mis órdenes, y digo a éste: Vete, y va; y a otro: «Ven», y viene; y a mi siervo: «Haz esto», y lo hace. Al oír esto Jesús, quedó admirado de él, y volviéndose dijo a la muchedumbre que le seguía: Os digo que ni en Israel he encontrado una fe tan grande. Cuando los enviados volvieron a la casa, hallaron al siervo sano.

3.- Qué dice el texto.

Meditación-Reflexión

El evangelista Lucas, impresionado por la  bondad y dulzura de Jesús, nos ofrece unos detalles hermosos a la hora de evangelizar a los alejados. Nos habla de un Dios universal, bueno para todos. Y nos dice que puede haber mucha fe en aquellos que están al margen de la Institución. Por eso, ante cualquier persona, debemos pensar que hay en ella una tierra sagrada que debo respetar. Más aún, ante cualquier persona honrada que busca a Dios, yo debo aparecer como “discípulo” y nunca “como maestro”. Esa persona, aunque no sea de los nuestros, puede poseer el Espíritu de Jesús que “sopla como quiere y donde quiere”. Es viento fuerte que se lleva por delante nuestros viejos esquemas de intolerancia. Todavía me llama la atención la palabra de aquellos emisarios: “ama a nuestro pueblo”. Lo que decide todo es el amor. Una religión que no genera amor no puede ser verdadera.  La única señal que ha dejado Jesús para saber si somos suyos es el amor. “En esto conocerán que sois discípulos míos, si os amáis los unos a los otros”. (Jn. 13,35). Todavía hay un bonito detalle: “Él mismo nos ha edificado la sinagoga”. Cuando se trata de evangelizar a los que están lejos, hay que comenzar apoyando y valorando todo lo que hay de positivo en esa persona. A partir de ahí podemos caminar juntos buscando la verdad.

Palabra del Papa.

“Esta es una oración que no hacemos siempre, la oración en la que confiamos algo a alguien: ‘Señor te confío esto, llévalo Tú adelante’, es una bella oración cristiana. Es la actitud de la confianza en el poder del Señor, también en la ternura del Señor que es Padre. Asimismo, cuando una persona hace esta oración desde el corazón, siente que es confiada al Señor, se siente segura: Él no decepciona nunca. La tribulación nos hace sufrir pero el confiarse al Señor da la esperanza y de ahí surge la tercera palabra: paz”. (Cf Homilía de S.S. Francisco, 5 de mayo de 2015, en Santa Marta).

4.- ¿Qué me dice hoy a mí este texto? (Guardo silencio)

5.-Propósito: Hacer un esfuerzo por descubrir lo bueno que se esconde en el corazón de cada persona con la que voy a comunicarme en este día.

 6.- Dios me ha hablado hoy a mí a través de su Palabra. Y ahora yo le respondo con mi oración.

Señor, al acabar esta oración, quiero agradecerte las luces que me has dado, lo mucho que he aprendido. Quiero ser humilde y no ir a Ti  en plan de “exigencia sino de indigencia”. Quiero adoptar la postura del publicano y nunca la del fariseo. Y quiero que esta humildad me lleve a adoptar una postura positiva y de igualdad con relación a cualquier persona, sea de la religión que sea, incluso de aquellas personas que no profesan ninguna religión. Todos están hechos a tu imagen y semejanza.  

Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos

¡Qué triste pensar que todo lo sabemos, qué todo lo controlamos…!

Por eso, cuando alguien se atreve a llevarnos la contraria, pensamos, hay que hacerle callar, hundirlo como sea y, normalmente, no se hace con razones, con argumentos, se hace con el insulto, la calumnia, la fuerza.

Cuando alguien interrumpe, juzga y pone en entredicho nuestro objetivo, nuestro proyecto, nuestras creencias, pensamos en cómo hacerlo desaparecer, antes de plantearse la necesidad, quizá, de escucharlo.

No escuchar al otro significa falta de aprecio, consideración, oportunidad, pobreza por nuestra parte, nos encerramos en nosotros mismos y, consecuentemente, empequeñecemos nuestras capacidades y nuestra misma condición de seres humanos. ¿Esto es algo extraño? No, por desgracia. Desde la soberbia, por miedo, inseguridad, envidia, adoptamos posturas que justificamos como dice el libro de la Sabiduría: “Lo someteremos a ultrajes y torturas, para conocer su temple y comprobar su resistencia. Lo condenaremos a muerte ignominiosa, pues según dice, Dios lo salvará” (2, 19-20)

El sabio escucha, el sabio medita, el sabio contempla, el sabio acoge, el sabio tiene presente a Dios que es quién le inspira su respuesta; no es su necesidad, ni su seguridad, ni su deseo, la razón de su vida.  El sabio sabe lo que es y significa la confianza, confiar.

¡Qué mala es la envidia!

La envidia, esa mirada oblicua, rencorosa y doliente, que no actúa desde la concordia, la misericordia, la imparcialidad, con sabiduría (Sant 3, 16-4,3; Sab 2, 12.17-20).

La envidia, la rivalidad, son razón de unas relaciones dañinas. La sabiduría, sin embargo, es apacible, comprensiva, conciliadora, misericordiosa, da buenos frutos, imparcial y sincera… (Sant 3,17)

Es un trastorno, un sin sentido, una vida insatisfecha, ambicionar y no tener, envidiar. La envidia anida en el corazón, es razón de mucha tristeza… Hay una definición del filósofo Kant en su Metafísica de las costumbres sobre la envidia que nos ayuda a comprender lo perjudicial de la misma: “Las bases de la envidia, por tanto, están en la naturaleza del hombre, y solo la explosión evidente de ese sentimiento es lo que le hace caer en el odioso vicio de una pasión triste, que acaba martirizando a quien la prueba, y que tiende, al menos en el deseo, a destruir la felicidad de los demás; consecuentemente es contraria tanto al deber respecto de sí mismo como al deber en relación con los demás.”

Pedid, pero pedid bien, no sólo pensando en vuestro bien particular…  (Sant 4,3)

¡Qué error no escuchar, no enterarse de lo que tenemos delante de nuestros ojos!

Hubo momentos y espacios que Jesús dedicó especialmente a sus discípulos… se les suponía más preparados para entender cosas que los demás no podían pues carecían de referencias y experiencias consecuencia de una convivencia y relaciones más estrechas… Pero los discípulos parece que eran selectivos a la hora de enterarse de aquello que el Maestro les hablaba.

Jesús anuncia, es el segundo anuncio, cuál va a ser su destino consecuencia de su obrar y respuesta del ser humano que ve amenazada su seguridad, su poder, su verdad. Los discípulos, tienen su cabeza y su corazón en otro sitio. Demasiado, quizás, centrados en sí mismos. Cada cual a lo suyo… ambicionando su seguridad, su poder, su verdad. Oían, no escuchaban, no podían entender, por tanto, lo que Jesús les decía, pero tampoco preguntaban por si acaso, lo que nos hace pensar que algo intuían. Ya sabéis eso de “ojos que no ven, corazón que no siente”, lo que no se sabe, no lo hemos oído, no nos compromete. Vamos a asegurarnos el primer puesto

Parece evidente que los discípulos pensaban lo contrario que su Maestro. La causa que movía a Jesús (los últimos de esta tierra, los “niños”), no era lo más importante para sus discípulos. Cada uno pensaba en sí mismo.

Invito a la reflexión de las siguientes cuestiones:  Primera, entender que significa servir y hacerlo por amor. Segunda, qué significa “ser como niños”. Tercera, acoger y sentirse acogido: “El que acoge a un niño como este en mi nombre, me acoge a mí; y el que me acoge a mí, no me acoge a mí, sino al que me ha enviado” (Mc 9, 37).

Fr. José Luis Ruiz Aznarez OP

Comentario – Lunes XXIV de Tiempo Ordinario

(Lc 7, 1-10)

El evangelio de Lucas, llamado «el evangelio de la misericordia», merece sobradamente este calificativo, porque en él son abundantes las escenas de pecadores perdonados, la referencia al amor de Dios que perdona y tiene predilección de Dios por los pobres, las exhortaciones a ser compasivos y generosos. Pero en general hay una mirada abierta a todo el que sea diferente, y por eso Lucas también tiene palabras positivas para los paganos, como en Lc 4, 25-27; 11, 31-32.

En ese contexto tenemos que situar este relato sobre la curación del siervo del centurión romano. Se trata de un pagano, un representante del imperio romano que estaba oprimiendo al pueblo judío, y sin embargo se destaca aquí la bondad y la generosidad del centurión, que amaba al pueblo judío y hasta había construido una sinagoga en el pequeño pueblito de Cafarnaúm, y además se indica que quería mucho a su siervo, que había caído enfermo.

Por otra parte, su actitud ante Jesús es de profunda humildad; en lugar de hacer valer su autoridad, se declara indigno de recibir la visita de Jesús. Finalmente, hace un acto de profunda fe en el poder de Jesús, que le vale un elogio de Jesús: «Ni en Israel he encontrado una fe tan grande».

Podemos decir entonces que el interés de Lucas, más que en relatar un milagro que apenas aparece mencionado, está en mostrar cómo un pagano podía tener un corazón bueno y abierto, más que el corazón de los judíos, orgullosos de su religión y de sus tradiciones.

Así se nos hace notar que no es bueno juzgar a los demás en bloque, porque en este caso el hecho de ser un centurión romano no implicaba que fuera una mala persona; y su confianza en Jesús fue más grande que la de los judíos que poseían la Palabra de Dios y eran el pueblo elegido.

Oración:

«Señor Jesús, dame la gracia de mirar con buenos ojos al que es diferente; concédeme estar atento como tú a las cosas buenas que pueda descubrir en los otros. Libérame de los prejuicios tontos que me enceguecen y me vuelven oscuro y negativo».

VÍCTOR M. FERNÁNDEZ
El Evangelio de cada día

Homilía – Domingo XXV de Tiempo Ordinario

1

Hoy es nada menos que domingo

Hoy es domingo. Nada más. Nada menos. Una vez que se han acabado los «tiempos fuertes» y también las «fiestas», damos serenamente relieve a esto: que es domingo, el «día del Señor», y que en este día, ya desde la primera generación de la Iglesia, se reúne «la comunidad del Señor» para celebrar «la cena del Señor».

Lo principal de nuestra celebración es la presencia en medio de nosotros del Señor Resucitado, que se hace Palabra y Sacramento. Domingo tras domingo vamos escuchando la Palabra de Dios, que es la mejor escuela de sabiduría y que va contrarrestando la mentalidad que el mundo nos inculca, y vamos comulgando con el Resucitado, como alimento para el camino.

Una celebración así se convierte en el centro del domingo, un día celebrado todo él, sus veinticuatro horas, en la alegría y el sereno descanso que tiene el domingo para los cristianos, que, a su vez, debería ser el motor de toda una semana vivida según los caminos del Señor.

 

Sabiduría 2,12.17-20. Lo condenaremos a muerte ignominiosa

Hoy, para preparar el anuncio que Jesús va a hacer en el evangelio de su muerte y resurrección, aunque con la poca comprensión de los suyos, se ha

elegido esta página del libro de la Sabiduría, que habla de la suerte de los justos en medio de una sociedad que no les admite.

El justo «nos resulta incómodo», dicen los impíos: y es que con sus palabras y su sola presencia «se opone… nos echa en cara… nos reprende». Por eso deciden «someterlo a la prueba de la afrenta y la tortura», más aún, «lo condenaremos a muerte ignominiosa», a ver si resiste, a ver si Dios le ayuda, ya que dice que es «hijo de Dios».

Los salmistas reflejan muchas veces situaciones de extrema angustia: «unos insolentes se alzan contra mí… me persiguen a muerte». Pero invocan a Dios: «oh Dios, sálvame… sal por mí con tu poder». Triunfa la confianza en él: «Dios es mi auxilio… el Señor sostiene mi vida».

 

Santiago 3,16 4, 3. Los que procuran la paz están sembrando la paz, y su fruto es la justicia

Santiago conoce bien las dificultades internas que toda comunidad humana experimenta: envidias, rivalidades, codicia. De todo eso «proceden las guerras y las contiendas… os combatís y os hacéis guerra».

El ideal sería seguir a «la sabiduría que viene de arriba» y ser «amantes de la paz, comprensivos, llenos de misericordia». Los cristianos deben ser «sembradores de paz» en la comunidad.

 

Marcos 9, 30-37. El Hijo del hombre va a ser entregado. Quien quiera ser el primero, que sea el servidor de todos

A punto de abandonar Galilea y emprender el viaje a Jerusalén, Jesús anuncia por segunda vez su muerte y resurrección a los doce: «va a ser entregado en manos de los hombres». El domingo pasado oíamos el primer anuncio, al que siguió la intervención, poco afortunada, de Pedro.

Esta vez tampoco encuentra Jesús mucho eco en sus apóstoles: «no entendían aquello». Pero se cuidan muy bien de preguntarle, y menos de contradecirle. Marcos cuenta a continuación que en el camino «discutían quién era el más importante», exactamente lo contrario de lo que les proponía Jesús.

Por eso les da la gran consigna, que tampoco entenderían mucho, de que «el que quiera ser el primero, que sea el último y el servidor de todos». Incluso de los niños, a los que la sociedad de entonces tenía en muy poco aprecio.

2

Los profetas estorban

Lo que pasaba ya en el AT -que el justo «resulta incómodo», como dicen los impíos, según la Sabiduría, y como se vio, por ejemplo en el caso del profeta Jeremías- se cumplió todavía con mayor viveza en el caso de Jesús, como vamos viendo en un ritmo creciente en el evangelio de Marcos.

Jesús sacudió con una valiente denuncia los cimientos de la construcción religiosa de sus contemporáneos, y señaló claramente los defectos de las clases dirigentes. Los poderosos no soportan las voces que les denuncian.

Lo mismo sigue pasando en nuestros tiempos, de un modo más o menos disimulado. Muchas veces el método es desprestigiar al profeta, para no tener que aceptar su mensaje o su denuncia. Para ello le acusan de delitos que sean particularmente impopulares. Según el libro de la Sabiduría, los impíos decían: «le someteremos a la prueba de la afrenta». Así se desautoriza su mensaje, que es el que estorba.

Se le puede aplicar también, si hace falta, alguna clase de tortura, física o moral. Y si todo eso falla, «lo condenaremos a muerte ignominiosa». Baste recordar, como caso extremo de eliminación del que estorba, la muerte de Mons. Romero.

Nosotros mismos, si somos sinceros, empleamos a nuestro nivel, unos métodos parecidos, cuando nos «defendemos» con argumentos más o menos válidos de la voz profética que se puede alzar en torno nuestro. No hace falta que venga del Papa o de los Obispos: muchas veces son las personas que viven cerca de nosotros que, con su ejemplo de fidelidad y de integridad, «dejan mal» o nos «reprenden» por nuestra conducta.

Todos quieren los primeros puestos

Marcos deja muy mal a los apóstoles, cuando después del anuncio de Jesús sobre su muerte, cuenta que andaban discutiendo sobre quién sería el más importante entre ellos. Es lógico que cuando Jesús les preguntó de qué hablaban no quisieran responder, porque les daría vergüenza. Ahí está la diferencia entre «pensar como los hombres» y «pensar según Dios», que contraponía Jesús el domingo pasado, respondiendo a Pedro.

También nosotros podemos tener dificultades en entender, o en querer entender, la lección que Jesús da a los apóstoles. Si Jesús, de repente, nos preguntara: ¿de qué hablabais? ¿en qué estabais pensando?, tal vez sentiríamos también vergüenza de confesar cuáles son nuestras ambiciones y deseos.

Tendemos a ocupar los primeros lugares, no los últimos. Buscamos nuestros propios intereses, y eso no pasa sólo en el mundo de la política, sino también en el de la Iglesia y en el ámbito familiar. Es interesante leer en la historia los conflictos que llegaban a darse en las procesiones solemnes por cuestión de precedencia de unos o de otros.

Nos puede pasar a todos. Lo que deseamos espontáneamente es triunfar y que los demás nos aplaudan y nos admiren. Nos gusta «salir en la foto» con los famosos. Sin llegar a optar al Oscar o al premio Nobel o a los records mundiales en nada, pero no nos conformamos con trabajar con humildad, sin llamar la atención. ¿A quién le gusta «servir a todos» o «ser el último de todos»? Dentro de unos domingos escucharemos cómo, según el mismo Marcos, Jesús será todavía más explícito: «el que quiera ser primero, sea esclavo de todos».

La lección que les quiso dar Jesús a los suyos abrazando a aquel niño no fue, esta vez, de humildad, sino de servicio a los más humildes. Si se trata de atender a los famosos, o a personas importantes, estamos dispuestos. Mientras que a los poco famosos, sobre todo a los más marginados de la sociedad -como en tiempo de Jesús los niños- no les prestamos nuestra atención. Claro que hoy ha cambiado el «estatuto social» del niño, mucho más tenido en consideración y hasta «mimado» por las leyes y la sociedad. Pero en tiempos de Jesús un niño era un buen representante de los poco importantes en la sociedad.

La lección de la servicialidad gratuita, que trastoca todas las consignas de este mundo -¿a quién se le ocurre decir «quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos»?-, la puede dar Cristo porque es el que mejor la cumple. Toda su vida está en actitud de entrega por los demás: «no he venido a servido sino a servir y a dar mi vida por los demás». Es una actitud que manifestará plásticamente a sus discípulos cuando le vean ceñirse la toalla y arrodillarse ante ellos para lavarles los pies. Pero sobre todo cuando en la cruz entregue su vida por la salvación del mundo.

La salvación del mundo vino a través de la cruz de Cristo. Si nosotros queremos colaborar con él y hacer algo válido en la vida, tendremos que contar en nuestro programa con el sufrimiento y el esfuerzo, con la renuncia y la entrega gratuita. Seguimos a un Salvador humilde, que se hizo el último de todos, aparentemente fracasado, el Siervo de todos, hasta la muerte. El discípulo no puede ser más que el Maestro.

La Iglesia se ha declarado, en el Vaticano II, servidora de la humanidad, y no dueña y matrona que lo sabe todo y que exige ser servida. Cuando comulgamos en Misa con «el entregado por», debemos ir aprendiendo a ser también nosotros los «entregados por», servidores de los demás.

Sembrar paz

Para Santiago, como escuchamos hoy, la verdadera sabiduría, la que «viene de arriba», es pura y «amante de la paz».

¡Vaya cuadro que describe Santiago de una comunidad!: «codiciáis… matáis… ardéis en envidia… os combatís y os hacéis la guerra»… Mientras que tendríamos que ser «amantes de la paz, comprensivos, llenos de misericordia… sembradores de paz». Si fuéramos más humildes, no tendríamos tantos disgustos nosotros mismos, y crearíamos menos situaciones de tensión.

Eso tiene su aplicación, siempre actual, en la relación de los pueblos entre sí, y también en la vida de la Iglesia, de nuestras comunidades y familias: porque todos queremos ser más, pasar por delante de los demás, como los apóstoles en el evangelio.

Cuando momentos antes de ir a comulgar, en la Misa, nos «damos fraternalmente la paz», el gesto no refleja sólo los sentimientos de ese momento, sino que quiere ser símbolo de lo que nos proponemos hacer a lo largo de la jornada y de la semana. Cuando saludamos al que está a nuestro lado, antes de ir juntos a recibir al Señor, es bueno que nos preguntemos: ¿en verdad yo favorezco la paz a mi alrededor?, ¿sé poner un poco de aceite en las junturas para que no chirríen? ¿soy persona de paz o de división? Esa paz que nos damos en Misa debe durar 24 horas.

Tendríamos que hacernos merecedores de una de las bienaventuranzas de Jesús: «bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios».

José Aldazábal
Domingos Ciclo B

Mc 9, 30-37 (Evangelio Domingo XXV de Tiempo Ordinario)

El que se entrega debe ser el primero

El evangelio de Marcos nos muestra un segundo paso de Jesús en su camino hacia Jerusalén, acompañado por sus discípulos. El maestro sabe lo que le espera; lo intuye, al menos, con la lucidez de un profeta: la pasión y la muerte, pero también la seguridad de que estará en las manos de Dios para siempre, porque su Dios es un Dios de vida. Pero ese anuncio de la pasión se convierte en el evangelio de hoy en una motivación más para hablar a los discípulos de la necesidad del servicio.

No merece la pena discutir si este segundo anuncio de la pasión son “ipsissima verba” o son una adaptación de la comunidad a las confidencias más auténticas de Jesús. Hoy se acepta como histórico que Jesús “sabía algo” de lo que le esperaba. Que la comunidad, después, adaptara las cosas no debería resultar extraño. Este segundo anuncio de la pasión lo presenta el evangelista como una enseñanza (edídasken= les enseñaba). Pero los discípulos ni lo entendían ni querían preguntarle, ya que les daba pánico. Este no querer preguntarle es muy intencionado en el texto, porque no se atrevían a entrar en el mundo interior y profético del Maestro. Jesús tuvo paciencia y pedagogía con ellos y por eso Marcos nos ha presentado “tres” anuncios en un corto espacio de tiempo (8,27-10,32).

Tampoco Pedro, en el primer anuncio (8,27-33), lo había entendido cuando quiere impedir que Jesús pueda ir a Jerusalén para ser condenado. No encajaba ese anuncio con su confesión mesiánica, que tenía más valor nacionalista que otra cosa. Marcos ha emprendido, desde ahora en su narración una dirección que no solamente es reflejo histórico del camino de Jesús a Jerusalén, sino de “enseñanza” para la comunidad cristiana de que su “Cristo” no se fue de rositas a Jerusalén. Que confesar el poder y la gloria del Mesías es o puede ser un tópico religioso poco profético. En realidad eso es así hasta el final, como lo muestra la escena de Getsemaní (14,32-42) y en la misma negación de Pedro (14,66-72). Los discípulos no entendieron de verdad a Jesús, ni siquiera por qué le siguieron, hasta después de la Pascua.

En Carfarnaún, en la casa, que es un lugar privilegiado por Marcos para las grandes confidencias de Jesús, porque es el símbolo de donde se reúne la comunidad, (como cuando les explica el sentido de las parábolas), les pregunta por lo que habían discutido por el camino; seguramente de grandezas, de ser los primeros cuando llegase el momento. Sus equivocaciones mesiánicas llegaban hasta ese punto. Jesús tomó a un niño (muy probablemente el que les servía) y lo puso ante ellos como símbolo de su impotencia. Es verdad que el niño, como tal, también quiere ser siempre el primero en todo, pero es impotente. Sin embargo, cuando los adultos quieren ser los primeros, entonces se pone en práctica lo que ha dicho el libro de la Sabiduría. Y es que el cristianismo no es una religión de rangos, sino de experiencias de comunión y de aceptar a los pequeños, a los que no cuentan en este mundo.

Acoger en nombre de Jesús a alguien como un niño es aceptar a los que no tienen poder, ni defensa, ni derechos; es saber oír a los que no tienen voz; son los pobres y despreciados de este mundo. La tarea, como muy bien se pone de manifiesto en la praxis cristiana que Marcos quiere trasmitir a su comunidad, no está en sopesar si los que se acogen son inocentes o no, sino que debemos mirar a la vulnerabilidad. Quizás los pequeños, los niños, los pobres, los enfermos contagiosos, no son inocentes. Tampoco los niños lo son. Es el misterio de la vulnerabilidad humana lo que Jesús propone a los suyos. Pero los “suyos” –en este caso los Doce-, discutían por el camino quién sería el segundo de Jesús en su ”mesianidad” mal interpretada. Esta es una enseñanza para el cristianismo de hoy que se debe plasmar en la Iglesia. La opción por los “vulnerables” (¡los pobres!) es la verdadera moral evangélica.

Sant 3, 16-4, 3 (2ª lectura – Domingo XXV de Tiempo Ordinario)

Sabiduría: justicia y paz

La carta de Santiago (3,16-4,3), sigue siendo el hilo conductor de esta segunda lectura litúrgica. Además, como es una carta que pretende establecer un cristianismo práctico, ético y moral, nos pone sobre el contraste dos sabidurías: la que nace de este mundo y anida en el corazón del hombre (envidias, desorden, guerras, asesinatos) y la sabiduría que viene de lo alto (pacificadora, limpieza de corazón, condescendencia, docilidad, misericordia). En realidad a la primera no se le debe llamar sabiduría sino insensatez y negatividad. Son dos mundos y podríamos preguntarnos, de verdad, si el corazón humano no está anidado por estas dos tendencias (dualismo). Nuestra propia experiencia personal podría darnos la respuesta.

El autor considera que el ser humano, guiado por sus instintos (es el misterio de nuestra debilidad, aunque le atribuye un débito especial al “diablo” para no caer en el principio de maldad en el corazón humano), va hacia la perdición por la envidia con la que nos destrozamos los unos a los otros. Pero el autor propone la sabiduría, que se adquiere por la oración para llegar a esas actitudes positivas que ha mencionado antes. No se trata, pues, de leer este texto en clave moralizante para rebajarlo. Es uno de los textos fuertes del NT, de ese calibre es el cristianismo que pide la paz fundamentada en la justicia.

Sab 2, 12. 17-20 (1ª lectura – Domingo XXV de Tiempo Ordinario)

El justo piensa como vive

La primera lectura se toma concretamente de un pasaje que pone de manifiesto el razonamiento de los impíos, de los que están instalados en la sociedad religiosa y política y que no aceptan que un hombre justo, honrado, simplemente con el testimonio de su vida, pueda ser una contrarréplica de la ética, de la moral y de las tradiciones ancestrales con las que se consagra, muy a menudo, la sociedad injusta y arbitraria de los poderosos. Como el libro de la Sabiduría es propio de la literatura religiosa griega, algunos han pensado que a la base de esta lectura está el razonamiento práctico de una filosofía que se muestra en la ética de los epicúreos, quienes defendían una praxis de justicia y honradez en la sociedad.

En todo caso, la lectura cristiana de este pasaje ha dado como resultado la comparación con los textos del Siervo de Yahvé de Isaías (52-53) y más concretamente, se apunta a la inspiración que ha podido suponer para los cristianos sobre la Pasión del Señor, ya que en ese justo del libro de la Sabiduría se ha visto la actuación de Jesús, tal como podemos colegir de la lectura misma del evangelio de hoy. Los “no sabios” saben muy bien condenar a muerte ignominiosa a los justos. Esa es la única sabiduría que entienden de verdad: el desprecio y la ignominia; es una sabiduría contracultural: ni divina ni humana. Y esta es ya una historia muy larga en la humanidad que tanto se valora a sí misma.

Comentario al evangelio – Lunes XXIV de Tiempo Ordinario

Queridos hermanos y hermanas,

La historia del encuentro “virtual” de Jesús con el centurión romano tiene varios vértices escandalosos: a) el centurión ha construido una sinagoga; b) los judíos de renombre son amigos suyos (o sea, colaboracionistas con el régimen de ocupación); c) no está muy clara la relación entre el centurión y su criado; d) en ningún momento el centurión se presenta a Jesús, se sirve de intermediarios: los dirigentes judíos y unos amigos.

La reacción de Jesús se desarrolla según un guión imprevisto y desconcertante, que rompe con el esquema habitual de los milagros: a) no entra en relación directa con el enfermo; b) accede a la petición de los dirigentes judíos y posteriormente a la de los amigos; c) alaba la fe del centurión, un no judío al que se le podía acusar de varias cosas.

Si la conducta de Jesús nunca nos sorprendiera, si Jesús no nos escandalizara alguna vez, ¿podríamos tener la certeza de estar ante el Jesús real?

Jesús siempre desconcierta y rompe nuestros esquemas fijos que buscan seguridades incluso en nuestra relación con Dios. La fe del centurión va más allá de los esperado. Jesús no es unicamente un médico extraordinario, Jesus actua con la autoridad de Dios y por ello no necesita tocar para sanar de raíz.

Por eso el centurión del evangelio es modelo de relación con Dios. Sabe ponerse en su lugar de siervo, sabe confiar en el poder infinito de Dios manifestado en Jesús. Cuando nos pasan desgracias en nuestra vida ¿sabemos pedir con humildad? ¿sabemos hacer vida las palabras del centurión y que repetimos cada día en la eucaristía «Señor, no soy digno de que entres en mi casa, perouna palabra tuya bastará para sanarme»?

Ciudad Redonda

Meditación – Lunes XXIV de Tiempo Ordinario

Hoy es lunes XXIV de Tiempo Ordinario.

La lectura de hoy es del evangelio de Lucas (Lc 7, 1-10):

En aquel tiempo, cuando Jesús hubo acabado de dirigir todas estas palabras al pueblo, entró en Cafarnaúm. Se encontraba mal y a punto de morir un siervo de un centurión, muy querido de éste. Habiendo oído hablar de Jesús, envió donde Él unos ancianos de los judíos, para rogarle que viniera y salvara a su siervo. Éstos, llegando donde Jesús, le suplicaban insistentemente diciendo: «Merece que se lo concedas, porque ama a nuestro pueblo, y él mismo nos ha edificado la sinagoga».

Jesús iba con ellos y, estando ya no lejos de la casa, envió el centurión a unos amigos a decirle: «Señor, no te molestes, porque no soy digno de que entres bajo mi techo, por eso ni siquiera me consideré digno de salir a tu encuentro. Mándalo de palabra, y quede sano mi criado. Porque también yo, que soy un subalterno, tengo soldados a mis órdenes, y digo a éste: ‘Vete’, y va; y a otro: ‘Ven’, y viene; y a mi siervo: ‘Haz esto’, y lo hace».

Al oír esto Jesús, quedó admirado de él, y volviéndose dijo a la muchedumbre que le seguía: «Os digo que ni en Israel he encontrado una fe tan grande». Cuando los enviados volvieron a la casa, hallaron al siervo sano.

Hoy, con esta escena, nos sumergimos en una atmósfera social de «entrañable humanidad»: un superior —extranjero— se preocupa por un subalterno; un grupo de ancianos judíos acuden a Jesús intercediendo por la salud del siervo del extranjero… Y un elemento que los une: «él mismo nos ha edificado la sinagoga». En la diversidad multiforme (de origen, cultura, posición social… incluso de religión), están unidos por el respeto a la «religiosidad».

La «laicidad positiva» procura la justa autonomía de lo político: evita el Estado «confesional», pero asume el hecho profundamente humano de la religiosidad (el «laicismo» lo margina). Es fundamental insistir en la distinción entre los ámbitos «político» y «religioso» para tutelar tanto la libertad religiosa de los ciudadanos, como la responsabilidad del Estado hacia ellos. Además, conviene destacar las funciones insustituibles de la religión para la formación de las conciencias y su contribución —junto a otras instancias— para la creación de un consenso ético de fondo en la sociedad.

—Señor, a ti te adoramos y por las autoridades te rezamos.

REDACCIÓN evangeli.net

Liturgia – San Juan Crisóstomo

SAN JUAN CRISÓSTOMO, obispo y doctor de la Iglesia, memoria obligatoria

Misa de la memoria (blanco)

Misal: Antífonas y oraciones propias. Prefacio común o de la memoria.

Leccionario: Vol. III-impar

  • 1Tim 2, 1-8. Que se hagan oraciones por toda la humanidad a Dios, que quiere que todos los hombres se salven.
  • Sal 27. Bendito el Señor, que escuchó mi voz suplicante.
  • Lc 7, 1-10. Ni en Israel he encontrado tanta fe.

Antífona de entrada          Dn 12, 3
Los sabios brillarán como el fulgor del firmamento, y los que enseñaron a muchos la justicia, como las estrellas, por toda la eternidad.

Monición de entrada y acto penitencial
Hermanos, plenamente confiados en el perdón del Hijo de Dios, que vino a salvar a los pecadores, comencemos la celebración de la Eucaristía en la que haremos memoria de San Juan Crisóstomo, obispo y doctor de la Iglesia, cuya boca expuso la sabiduría de Dios y que enseñó con autoridad y claridad la Palabra de Cristo, pidiendo compasión y misericordia para nuestros pecados y miserias.

Yo confieso…

Oración colecta
OH, Dios,
fortaleza de los que en ti esperan,
que has hecho brillar al obispo san Juan Crisóstomo
por su admirable elocuencia y su fortaleza en la tribulación,
te pedimos que, instruidos por sus enseñanzas,
nos fortalezca el ejemplo de su invencible paciencia.
Por nuestro Señor Jesucristo.

Oración de los fieles
Oremos, hermanos, confiadamente a Dios nuestro Padre, que invita a todos los hombres a participar en el banquete de su Reino.

1.- Por nuestra comunidad y por todas las comunidades cristianas en el mundo. Roguemos al Señor.

2.- Por las vocaciones sacerdotales, a la vida religiosa y al laicado cristiano. Roguemos al Señor.

3.- Por los que ejercen alguna responsabilidad en el gobierno de nuestra nación. Roguemos al Señor.

4.- Por los que sufren, por los presos, por los emigrantes y por todos los oprimidos. Roguemos al Señor.

5.- Por todos nosotros, llamados a dar testimonio cristiano en nuestra vida. Roguemos al Señor.

Señor Dios, Padre de todos, que llamas a gente de toda lengua, cultura y nación a adorarte y vivir en tu amor, escucha nuestras plegarias y haz que tu palabra salvadora lleve la curación a todos los pueblos. Por Jesucristo nuestro Señor.

Oración sobre las ofrendas
OH, Dios,
que te agrade el sacrificio
que te ofrecemos con alegría
en la memoria de san Juan Crisóstomo,
cuyas enseñanzas
nos impulsan a alabarte
y a entregarnos enteramente a ti.
Por Jesucristo, nuestro Señor.

Antífona de comunión          1 Co 1, 23-24
Nosotros predicamos a Cristo crucificado: fuerza de Dios y sabiduría de Dios.

Oración después de la comunión
CONCÉDENOS, Dios misericordioso,
que los sacramentos recibidos
en la memoria de san Juan Crisóstomo
nos confirmen en tu amor
y nos conviertan en fieles testigos de tu verdad.
Por Jesucristo, nuestro Señor.