Lectio Divina – Jueves XXIV de Tiempo Ordinario

1.- Oración Introductoria.    

Señor, hay escenas en el evangelio que son tan sublimes, tan tiernas, tan delicadas, que solamente han podido salir de Ti. La escena de este evangelio bastaría para reconocerte como Dios. Una persona humana es incapaz de inventar tanta grandeza, tanta delicadeza, tanta belleza. Tu mirada no se queda en lo superficial sino que es capaz de bucear en el fondo del ser humano y descubrir esa imagen de Dios en lo profundo del corazón. Tú, Señor, eres la mejor escuela de humanidad.   

2.- Lectura reposada del Evangelio: Lucas 7, 36-50

En aquel tiempo un fariseo le rogó a Jesús que comiera con él, y, entrando Jesús en la casa del fariseo, se puso a la mesa. Había en la ciudad una mujer pecadora pública, quien al saber que estaba comiendo en casa del fariseo, llevó un frasco de alabastro de perfume, y poniéndose detrás, a los pies de él, comenzó a llorar, y con sus lágrimas le mojaba los pies y con los cabellos de su cabeza se los secaba; besaba sus pies y los ungía con el perfume. Al verlo el fariseo que le había invitado, se decía para sí: Si éste fuera profeta, sabría quién y qué clase de mujer es la que le está tocando, pues es una pecadora. Jesús le respondió: Simón, tengo algo que decirte. Él dijo: Di, maestro. Un acreedor tenía dos deudores: uno debía quinientos denarios y el otro cincuenta. Como no tenían para pagarle, perdonó a los dos. ¿Quién de ellos le amará más? Respondió Simón: Supongo que aquel a quien perdonó más. Él le dijo: Has juzgado bien, y volviéndose hacia la mujer, dijo a Simón: ¿Ves a esta mujer? Entré en tu casa y no me diste agua para los pies. Ella, en cambio, ha mojado mis pies con lágrimas, y los ha secado con sus cabellos. No me diste el beso. Ella, desde que entró, no ha dejado de besarme los pies. No ungiste mi cabeza con aceite. Ella ha ungido mis pies con perfume. Por eso te digo que quedan perdonados sus muchos pecados, porque ha mostrado mucho amor. A quien poco se le perdona, poco amor muestra. Y le dijo a ella: Tus pecados quedan perdonados. Los comensales empezaron a decirse para sí: ¿Quién es éste que hasta perdona los pecados? Pero Él dijo a la mujer: Tu fe te ha salvado. Vete en paz.

3.- Qué dice el texto.

Meditación-Reflexión

Los protagonistas de esta escena son dos hombres y una mujer. El fariseo se recrea en recoger la basura y el estiércol del pasado de la pecadora para tirárselo a la cara: “Es una  prostituta”. En cambio a Jesús no le interesa para nada lo que ella ha sido sino  lo que ella está llamada a ser: “puede ser una santa”.  Es interesante la pregunta de Jesús al fariseo: ¿Ves esta mujer? Porque tú no la has visto. Sólo has visto sus pecados, su miseria, su pasado. Pero esta mujer es mucho más que todo eso. Esta mujer, desde que ha entrado en esta casa, no ha dejado de sorprenderme con mil detalles de afecto y de cariño: Me ha lavado los pies con un perfume exquisito. Y no lo ha derramado a cuentagotas, sino que ha roto el  frasco y me lo ha derramado del todo, sin reservarse nada. Y después me ha enjugado los pies con sus cabellos, con sus cabellos sí, con esos cabellos desmelenados que, en otro tiempo, han servido de atracción para otros hombres. Esa mujer tiene un gran corazón; esa mujer con sus besos, su ternura, sus mil detalles, es una afrenta y acusación para ti que,  al entrar en tu casa, ni me has saludado, ni me has ofrecido agua para lavarme; eso que se hace en todas las casas con los invitados. Realmente has sido un grosero. Esa mujer ha demostrado mucho amor y por eso se le han perdonado sus muchos pecados. Una mirada superficial, llena de prejuicios, hunde para siempre a las personas. Una mirada limpia, profunda, creadora, positiva, las levanta y les hace crecer. En aquella casa entró una prostituta y salió una mujer. Una mujer con su dignidad perdida y ahora recuperada. Una mujer con la cabeza baja y ahora con la cabeza bien alta porque el mismo Dios le ha perdonado.

Palabra del Papa.

“El Evangelio que hemos escuchado nos abre un camino de esperanza y de consuelo. Es bueno percibir sobre nosotros la mirada compasiva de Jesús, así como la percibió la mujer pecadora en la casa del fariseo. En este pasaje vuelven con insistencia dos palabras: amor y juicio. Está el amor de la mujer pecadora que se humilla ante el Señor; pero antes aún está el amor misericordioso de Jesús por ella, que la impulsa a acercarse. Su llanto de arrepentimiento y de alegría lava los pies del Maestro, y sus cabellos los secan con gratitud; los besos son expresión de su afecto puro; y el ungüento perfumado que derrama abundantemente atestigua lo valioso que es Él ante sus ojos. Cada gesto de esta mujer habla de amor y expresa su deseo de tener una certeza indestructible en su vida: la de haber sido perdonada. ¡Esta es una certeza hermosísima! Y Jesús le da esta certeza: acogiéndola le demuestra el amor de Dios por ella, precisamente por ella, una pecadora pública. El amor y el perdón son simultáneos: Dios le perdona mucho, le perdona todo, porque «ha amado mucho»; y ella adora a Jesús porque percibe que en Él hay misericordia y no condena. Siente que Jesús la comprende con amor a ella, que es una pecadora. Gracias a Jesús, Dios carga sobre sí sus muchos pecados, ya no los recuerda. Porque también esto es verdad: cuando Dios perdona, olvida. ¡Es grande el perdón de Dios! Para ella ahora comienza un nuevo período; renace en el amor a una vida nueva”.  (Homilía de S.S. Francisco, 13 de marzo de 2015).

4.- Qué me dice hoy a mí esta palabra ya meditada. (Guardo silencio)

5.-Propósito. Hoy me fijaré sólo en lo bueno y positivo de las personas con las que me relacione.

6.- Dios me ha hablado hoy a mí a través de su Palabra y ahora yo le respondo con mi oración. Señor, al terminar esta oración, me quedo impresionado por tu gran amor, por tu gran misericordia. Tú no quieres que miremos las miserias y los pecados de los demás, para humillarles, para hundirles, para despreciarles. Tú quieres que nos miremos unos a otros con ese inmenso amor con que nos amas Tú.  El día que nos creamos de verdad lo que Dios nos ama, ese será el día más bonito para nosotros. Y a eso te refieres  Tú, Jesús, cuando nos hablas del evangelio como una buena noticia.

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Comentario – Jueves XXIV de Tiempo Ordinario

(Lc 7, 36-50)

Una mujer pecadora expresaba su amor a Jesús de manera apasionada, con gestos de tremenda ternura y delicadeza. Mientras tanto, un fariseo se colocaba en la típica actitud de aquellos fanáticos que despertaban el rechazo de Jesús. Era uno de aquellos que se detenían a reprochar los pecados de los demás y a despreciar a los que no eran «perfectos» como ellos.

Jesús, reconociendo los pensamientos del fariseo, quiere hacerle descubrir que los gestos de amor de la mujer eran el resultado del perdón que ella había recibido por sus pecados. Pero ese perdón la había elevado a un grado de amor que el fariseo no tenía. Su aparente perfección ocultaba una falta de amor; por eso era incapaz de amar a los pecadores y había sido incapaz de recibir a Cristo con ternura sincera, con gestos de cariño.

El ejemplo que Jesús expone muestra que el perdón era la causa del amor de la mujer, y no al revés. La mujer expresó un agradecimiento amoroso tan intenso porque se le habían perdonado muchos y graves pecados.

Sin embargo, a veces los creyentes no aceptamos que el perdón de Dios elimine toda culpa del pasado. Dios perdona, pero muchas veces los hermanos no somos capaces de perdonar de corazón, y nos entretenemos comentando el pasado de los demás, como si fuera una mancha imborrable que pesará durante toda su vida. Por eso, cuando nos equivocamos o pecamos, no nos perdonamos a nosotros mismos, y sentimos que nuestros pecados pasados nunca serán borrados del todo.

La misericordia y el amor de Dios pueden más que nosotros, y aún cuando no somos capaces de aceptar el perdón de Dios, ese perdón es real y borra toda culpa y nos devuelve la dignidad de ser amigos de Dios. No solamente borra los pecados, sino que infunde el dinamismo del amor en el corazón del que ha sido perdonado (ver Rom 5, 1.5), lo hace renacer: «El que está en Cristo es una nueva creación; pasó lo viejo, todo es nuevo. Y todo proviene de Dios, que nos reconcilió consigo…» (2 Cor 5, 17-18).

Oración:

«Señor, yo no puedo hacer crecer mi amor solamente con mis fuerzas humanas si tú no me impulsas con tu gracia. Por eso te ruego, Señor, que manifiestes tu amor en mi vida para que pueda amarte cada día más, y así responda mejor a la misericordia conque tantas veces me has perdonado».

 

VÍCTOR M. FERNÁNDEZ
El Evangelio de cada día

La auténtica sabiduría: servir al necesitado

1.- «Servir a Dios es reinar». Así rezaba una frase lapidaria a la que acudían frecuentemente los predicadores para marcar el camino del cristiano. ¿Cómo podemos servir a Dios? He aquí la repuesta: sirviendo al hermano. Sólo el que hace esto puede decir que en verdad reina, pues se realiza auténticamente como persona y está en disposición de sentarse a la derecha del Padre. En el reino de los cielos ocurre algo parecido a lo que se cuenta en esta historia:

«En un lejano reino pusieron este anuncio: “Se necesita príncipe”. Todos los interesados acudan mañana al Palacio Real. Fueron muchos los que se presentaron aquel día. Después de ver uno por uno a todos los candidatos, eligieron a dos. Eran los únicos que reunían las mejores cualidades para ser príncipes. Pero había que elegir sólo a uno. Estuvieron mucho tiempo tratando de ver quién de los dos sería el mejor, pero nadie se ponía de acuerdo. El rey tuvo que intervenir y decidirse por uno de ellos. Mandó que los trajeran a su presencia y les dijo lo siguiente:

–Aquél que llegue primero a la ciudad más pequeña de mi reino será el príncipe.

Esta ciudad estaba en el lugar más apartado del reino. Hacían falta muchos días para llegar hasta ella. Los dos candidatos se pusieron en marcha. Uno de ellos comenzó a caminar tan aprisa que dejó muy atrás al otro. Por el camino unos ladrones habían robado y golpeado a un hombre, dejándole medio muerto en el suelo. Al pasar por allí el que iba primero no le ayudó en nada y siguió su camino. Cuando llegó el segundo, se paró y lo socorrió. Lo cargó sobre sus hombros y lo llevó hasta un pueblo cercano, donde había un médico. Luego continuó su camino. Más adelante, un niño andaba perdido por el bosque. No dejaba de llorar y llorar. El primero no le hizo caso. El segundo, que ya iba muy retrasado, se detuvo para ver qué le pasaba. Se quedó con él y estuvo un día entero buscando a sus padres. Cuando los encontró, continuó el camino. Pero había perdido tanto tiempo, que era imposible que llegara el primero. Y así fue. Cuando llegó a la ciudad más pequeña del reino, el primero ya estaba celebrando su triunfo. El sería el príncipe. Cuando llegó el rey para nombrar príncipe al vencedor reunió a los dos y les dijo:

–Al venir hacia aquí pasé por un pueblo donde el alcalde me contó que un desconocido le había salvado la vida. Luego, unos padres vinieron a verme para pedirme que recompensara a un desconocido que encontró a su hijo perdido. ¿Quién de vosotros hizo todo eso?

El que había llegado el último, sintiéndose descubierto, levantó la mano. Entonces el rey, con voz solemne, le nombró príncipe, diciendo:

–Has demostrado tener la mejor cualidad de un príncipe: la de ayudar y servir a su pueblo por encima de todo. El que había llegado primero comenzó a protestar. Pero el rey dijo con autoridad:

–El que ha llegado el último ha demostrado ser el primero en humanidad. Y tú, que has llegado el primero, has demostrado ser el último. Porque te has dejado sin hacer muchas cosas por el camino. Has buscado el poder y la honra, y no el bien de mi pueblo.

2.- ¡Cómo se parece este relato a lo que dijo Jesús!:

— El que quiera ser el primero entre vosotros que sea el último de todos y el servidor de todos, y el que quiera ser primero entre vosotros, que sea vuestro esclavo.

Lo dijo después de haber anunciado su Pasión. Pero se ve que los discípulos no habían comprendido nada de lo que Jesucristo había venido a enseñarles. El mismo vino a servir a todos, dando su vida por todos nosotros. Servir es a menudo gratificante, pero otras veces no sólo no hay recompensa, sino que trae consigo incomprensión, desprecio y hasta persecución. Esto es lo que parece indicar el texto del Libro de la Sabiduría que escuchamos hoy. El justo es perseguido sólo por ser justo. En el fondo, quienes se meten con él están rechazando a Dios. Cuando esto ocurra debemos recitar las palabras del Salmo 53: «Dios es mi auxilio, el Señor sostiene mi vida.

3.- Conviene hacer autocrítica para ver si ejercemos bien nuestro «ministerio» o servicio a favor de los demás. Frecuentemente, tanto clérigos como laicos, utilizamos la autoridad para sentirnos importantes o abusar de nuestro poder. También hay ambición en el campo espiritual: queremos ser los primeros en virtud, en experiencia de Dios, en radicalidad evangélica. ¿Por qué queremos hacerlo?, ¿para obtener una parcela importante en el cielo?, ¿para que los demás nos honren? Sólo la humildad y el espíritu de servicio es lo que debe distinguir al cristiano. Esta es la auténtica sabiduría que viene de arriba. Es sabio aquél que es amante de la paz, comprensivo, dócil, lleno de misericordia y buenas obras. Es sabio aquél que acoge a los pequeños, a los que nadie aprecia. El que acoge al más pequeño e inocente, acoge a Jesús y al que le ha enviado. Porque ha sabido captar el mensaje de Jesús.

José María Martín OSA

Servir

Donde hay un árbol que plantar, plántalo tú.
Donde haya un error que enmendar,
enmiéndalo tú.
Donde haya un esfuerzo que todos esquiven,
acéptalo tú.

Sé el que apartó del camino la piedra,
el odio de los corazones,
y las dificultades del problema.
Hay la alegría de ser justo,
pero hay, sobre todo,
la inmensa alegría de servir.

Qué triste sería el mundo
si todo en él estuviera hecho,
si no hubiera un rosal que plantar,
una empresa que emprender…

No caigas en el error
de que sólo se hacen méritos
con los grandes trabajos.
Hay pequeños servicios
que nos hacen grandes:
poner una mesa, ordenar unos libros,
peinar a una niña…

El servir no es una faena
de seres inferiores.

Dios, que es el fruto y la luz, sirve.

Y me pregunta cada día: ¿Serviste hoy?

Gloria Fuertes

Notas para fijarnos en el Evangelio

• Jesús y los discípulos están en movimiento: «se marcharon de la montaña» (30), «llegaron» (33). Es una actitud permanente en el Evangelio. Ahora, sin embargo, están haciendo un camino muy concreto: la subida a Jerusalén, el camino a la Pascua -muerte y resurrección-.

• Jesús es Maestro. Lo es haciendo camino, enseñando sobre el sentido de ese mismo camino: “estaba instruyendo” (31) sobre lo que sucederá, que el poder querrá quitárselo de encima y que la muerte no tendrá la última palabra. Podemos decir que educa en la acción y mediante la acción. Podemos decir, también, que en Él palabra y acción van juntas.

• También es Maestro cuando, «una vez en casa» (33), provoca una revisión de la jornada. El evangelista lo subraya diciendo que «se sentó» (35), gesto indicativo de magisterio. Podemos decir que Jesús no deja nunca de educarnos. Y lo hace con una pedagogía que consiste en hacer preguntas (33), toma la iniciativa para ver qué aprenden y para desbloquear «miedos» (32).

• Con la advertencia de que Jesús «se sienta», Marcos nos está indicando que Jesús está a punto de dar una enseñanza especialmente importante. Y, ciertamente, da la vuelta (35ss) a la idea corriente sobre quién es «el más importante» (34): entre los seguidores de Jesús «el primero» es el que se hace «el último de todos y el servidor de todos» (35).

• Y pone un ejemplo: «un niño (36). Los niños no eran valorados en la sociedad de Palestina de aquel momento. Jesús se identifica con ellos, que aquí representan a los más pobres, los más pequeños y débiles: quien acoge a uno de ellos, «me acoge a mí», dice (37).

• Pero dice más aún: quien acoge a un niño acoge al mismo Dios (37). Y diciendo eso Jesús habla de Dios como el que envía y de sí mismo como el Enviado. En tiempos de Jesús era habitual la idea de que el enviado es igual a aquel que lo envía; aquí no se trata, por tanto, de un simple gesto de hospitalidad, sino de la acogida que se hace a Dios a través de sus enviados.

• Toda esa enseñanza de Jesús tiene una serie de consecuencias compromisos para el que quiere hacerle caso, para quien quiere seguirlo con libertad:

— hacerse el «último de todos», el «servidor de todos» (35), es decir, renunciar a todo poder;

— apoyar las relaciones comunitarias en la actitud de servicio desinteresado y generoso;

— acoger a los últimos: niños, pobres, enfermos…

— reconocer en el apóstol, en el militante, al mismo Jesús que lo ha enviado, al mismo Dios que ha enviado a su Hijo (37).

• Y quien asume todo eso, recibe su fruto: acoge a Jesús, acoge al Padre.

Comentario al evangelio – Jueves XXIV de Tiempo Ordinario

Jesús es el maestro de los contrastes. Y Lucas un experto en ponerlos de relieve. En el evangelio de hoy aparecen dos amigos de Jesús: uno, varón, con nombre propio (Simón); otro, mujer, sin nombre (conocida como “pecadora”). A partir de esta primera caracterización podemos ir construyendo una lista de contrates:

  • El fariseo Simón invita a Jesús a su casa, pero no lo toca, mantiene las distancias de seguridad. Admira a Jesús, pero no sabe bien quién es (“si fuera profeta”) y no acaba de fiarse. Procura ser cortés, pero se mantiene en su posición, no se entrega.
  • La mujer pecadora da el primer paso: se introduce en la casa. Besa y unge a Jesús con perfume y lágrimas. No pierde el tiempo en averiguar “quién es”: se entrega sin condiciones. No justifica su conducta. Deja que fluyan las lágrimas. No pronuncia palabra. Su cuerpo entero se hace palabra.

¿Es necesario cavilar mucho para saltar a la arena de nuestra propia vida? El inextinguible fariseo que llevamos dentro no para de hacer preguntas para retrasar el momento de la rendición y la entrega. Puede que presumamos de ser despiertos y buscadores. Pero la mayor parte de las veces somos solo cobardes. Menos preguntas y más donación. Menos sospechas y más lágrimas. Entonces la luz llega.

Ciudad Redonda

Meditación – Jueves XXIV de Tiempo Ordinario

Hoy es jueves XXV de Tiempo Ordinario.

La lectura de hoy es del evangelio de Lucas (Lc 7, 36-50):

En aquel tiempo, un fariseo rogó a Jesús que comiera con él, y, entrando en la casa del fariseo, se puso a la mesa. Había en la ciudad una mujer pecadora pública, quien al saber que estaba comiendo en casa del fariseo, llevó un frasco de alabastro de perfume, y poniéndose detrás, a los pies de Jesús, comenzó a llorar, y con sus lágrimas le mojaba los pies y con los cabellos de su cabeza se los secaba; besaba sus pies y los ungía con el perfume.

Al verlo el fariseo que le había invitado, se decía para sí: «Si éste fuera profeta, sabría quién y qué clase de mujer es la que le está tocando, pues es una pecadora». Jesús le respondió: «Simón, tengo algo que decirte». Él dijo: «Di, maestro». «Un acreedor tenía dos deudores: uno debía quinientos denarios y el otro cincuenta. Como no tenían para pagarle, perdonó a los dos. ¿Quién de ellos le amará más?». Respondió Simón: «Supongo que aquel a quien perdonó más». Él le dijo: «Has juzgado bien», y volviéndose hacia la mujer, dijo a Simón: «¿Ves a esta mujer? Entré en tu casa y no me diste agua para los pies. Ella, en cambio, ha mojado mis pies con lágrimas, y los ha secado con sus cabellos. No me diste el beso. Ella, desde que entró, no ha dejado de besarme los pies. No ungiste mi cabeza con aceite. Ella ha ungido mis pies con perfume. Por eso te digo que quedan perdonados sus muchos pecados, porque ha mostrado mucho amor. A quien poco se le perdona, poco amor muestra».

Y le dijo a ella: «Tus pecados quedan perdonados». Los comensales empezaron a decirse para sí: «¿Quién es éste que hasta perdona los pecados?». Pero Él dijo a la mujer: «Tu fe te ha salvado. Vete en paz».

Hoy, el Evangelio nos llama a estar atentos al perdón que el Señor nos ofrece: «Tus pecados quedan perdonados» (Lc 7,48). Es preciso que los cristianos recordemos dos cosas: que debemos perdonar sin juzgar a la persona y que hemos de amar mucho porque hemos sido perdonados gratuitamente por Dios. Hay como un doble movimiento: el perdón recibido y el perdón amoroso que debemos dar.

«Cuando alguien os insulte, no le echéis la culpa, echádsela al demonio en todo caso, que le hace insultar, y descargad en él toda vuestra ira; en cambio, compadeced al desgraciado que obra lo que el diablo le hace obrar» (San Juan Crisóstomo). No se debe juzgar a la persona sino reprobar el acto malo. La persona es objeto continuado del amor del Señor, son los actos los que nos alejan de Dios. Nosotros, pues, hemos de estar siempre dispuestos a perdonar, acoger y amar a la persona, pero a rechazar aquellos actos contrarios al amor de Dios.

«Quien peca lesiona el honor de Dios y su amor, su propia dignidad de hombre llamado a ser hijo de Dios y el bien espiritual de la Iglesia, de la que cada cristiano ha de ser piedra viva» (Catecismo de la Iglesia, n. 1487). A través del Sacramento de la Penitencia la persona tiene la posibilidad y la oportunidad de rehacer su relación con Dios y con toda la Iglesia. La respuesta al perdón recibido sólo puede ser el amor. La recuperación de la gracia y la reconciliación ha de conducirnos a amar con un amor divinizado. ¡Somos llamados a amar como Dios ama!

Preguntémonos hoy especialmente si nos damos cuenta de la grandeza del perdón de Dios, si somos de aquellos que aman a la persona y luchan contra el pecado y, finalmente, si acudimos confiadamente al Sacramento de la Reconciliación. Todo lo podemos con el auxilio de Dios. Que nuestra oración humilde nos ayude.

Rev. D. Ferran JARABO i Carbonell

Liturgia – San Cornelio y San Cipriano

SANTOS CORNELIO, papa y CIPRIANO, obispo, mártires, memoria obligatoria

Misa de la memoria (rojo)

Misal: Oraciones propias, antífonas del común de mártires (para varios mártires) o de pastores, Prefacio común o de la memoria. Conveniente Plegaria Eucarística I.

Leccionario: Vol. III-impar

  • 1Tim 4, 12-16. Cuida de ti mismo y de la enseñanza; y te salvarás a ti mismo y a los que te escuchan.
  • Sal 110. Grandes son las obras del Señor.
  • Lc 7, 36-50. Sus muchos pecados han quedado perdonados, porque ha amado mucho.

Antífona de entrada
Los santos que siguieron las huellas de Cristo, viven gozosos en el cielo. Derramaron la sangre por su amor, por eso se alegran con Cristo para siempre.

Monición de entrada y acto penitencial
Hermanos, invitados a la mesa del altar para celebrar el Sacrificio eucarístico y recordar en una misma celebración a los santos Cornelio y Cipriano, quienes estuvieron muy unidos en esta vida por una amistad sincera, y que entregaron su vida como testimonio de la fe en Jesucristo, purifiquemos nuestras almas pidiendo perdón a Dios por nuestros pecados.

Yo confieso…

Oración colecta
OH, Dios,
que has puesto al frente de tu pueblo
como abnegados pastores y mártires invencibles
a los santos Cornelio y Cipriano,
concédenos, por su intercesión,
ser fortalecidos en la fe y en la constancia
para trabajar con empeño por la unidad de tu Iglesia.
Por nuestro Señor Jesucristo.

Oración de los fieles
Oremos, hermanos, confiadamente a Dios nuestro Señor, que por medio de Jesucristo nos transmite su perdón y misericordia.

1.- Para que toda la Iglesia sea siempre fiel a Cristo. Roguemos al Señor.

2.- Para que mande operarios a su mies y ministros a su Iglesia. Roguemos al Señor.

3.- Para que progresen la unidad y la comprensión entre las naciones. Roguemos al Señor.

4.- Para que socorra a los abandonados y a los pobres. Roguemos al Señor.

5.- Para que Dios nos conceda la felicidad y la paz. Roguemos al Señor.

Dios de bondad y de compasión, escucha las plegarias de tus hijos, y danos un corazón que, a imitación del de tu Hijo, derroche perdón y misericordia con todos los hombres del mundo. Por Jesucristo nuestro Señor.

Oración sobre las ofrendas
RECIBE, Señor, los dones de tu pueblo
ofrecidos en honor de la pasión de tus santos mártires,
y lo que dio fortaleza en la persecución
a los santos Cornelio y Cipriano,
nos dé también a nosotros
constancia en las adversidades.
Por Jesucristo, nuestro Señor.

Antífona de la comunión          Lc 22, 28-30
Vosotros sois los que habéis perseverado conmigo en mis pruebas, y yo os transmito el reino -dice el Señor-; comeréis y beberéis a mi mesa en mi reino.

Oración después de la comunión
CONCÉDENOS, Señor,
por este sacramento que hemos recibido,
ser confirmados por la fuerza de tu Espíritu
a ejemplo de los santos mártires Cornelio y Cipriano,
para dar fiel testimonio de la verdad del Evangelio.
Por Jesucristo, nuestro Señor.