Lectio Divina – Lunes XXV de Tiempo Ordinario

1.-Oración-Introductoria.

Hoy, Señor, te pido en esta oración, que mi vida esté iluminada por tu luz. Tú eres la “luz del mundo”. Tú quieres que este mundo esté iluminado por tu luz. Todo pecado es oscuridad. Y Tú me mandas ir a quitar del mundo las sombras de la mentira, del egoísmo y de la ambición.  Pero yo no puedo iluminar si antes no he sido iluminado por Ti. Señor, que tu luz me haga ver la luz,

2.- Lectura reposada del Evangelio: Lucas 8, 16-18

En aquel tiempo Jesús dijo a la muchedumbre: «Nadie enciende una lámpara y la cubre con una vasija, o la pone debajo de un lecho, sino que la pone sobre un candelero, para que los que entren vean la luz. Pues nada hay oculto que no quede manifiesto, y nada secreto que no venga a ser conocido y descubierto. Mirad, pues, cómo oís; porque al que tenga, se le dará; y al que no tenga, aun lo que crea tener se le quitará».

3.- Qué dice el texto.

Meditación-reflexión.

Cristo es “la luz del mundo” (Jn. 8,12). Y este mundo debe estar iluminado por esta luz. Esta luz no es patrimonio de unos pocos sino de todos: los cristianos, los musulmanes, los budistas, los ateos. “De su plenitud todos hemos recibido” (Jn. 1,16). Nosotros, los cristianos, hemos sido llamados para difundir esta luz, para llevarla hasta los últimos rincones del mundo. Pero nadie puede iluminar si antes él no ha sido iluminado; nadie puede incendiar si antes él no arde por dentro. De San Juan Bautista Jesús hizo este elogio: “Era una lámpara que ardía y lucía” (Jn. 5,35). ¿Qué elogio haría Jesús de nosotros hoy? ¿Somos personas transparentes, entusiastas, gozosas con lo que llevamos entre manos? ¿O estamos fríos, tibios, apagados? Si esta es nuestra situación, ¿Podemos decir a Cristo que puede contar con nosotros? En la primera comunidad de los cristianos se acuñó esta palabra griega: “parresía”. Y esto significa: decir lo que hay que decir, venciendo el miedo. ¿Tenemos miedo a decir la verdad? ¿Guardamos la luz debajo del celemín? Si nosotros ofrecemos un cirio al Señor o a la Virgen, queremos que se encienda y no se apague, ni que lo retiren al poco de haber sido encendido. Queremos que se consuma hasta el final. Dios nos ha puesto a todos nosotros como “cirios encendidos” ¿Seguimos encendidos? ¿Nos cansamos de brillar? ¿O estamos ya apagados?

Palabra del Papa

“Esta asamblea brilla en los diversos sentidos de la palabra: en la claridad de innumerables luces, en el esplendor de tantos jóvenes que creen en Cristo. Una vela puede dar luz solamente si la llama la consume. Sería inservible si su cera no alimentase el fuego. Permitid que Cristo arda en vosotros, aun cuando ello comporte a veces sacrificio y renuncia. No temáis perder algo y quedaros al final, por así decirlo, con las manos vacías. Tened la valentía de usar vuestros talentos y dones al servicio del Reino de Dios y de entregaros vosotros mismos, como la cera de la vela, para que el Señor ilumine la oscuridad a través de vosotros. Tened la osadía de ser santos brillantes, en cuyos ojos y corazones reluzca el amor de Cristo, llevando así luz al mundo. Confío que vosotros y tantos otros jóvenes aquí en Alemania sean llamas de esperanza que no queden ocultas. «Vosotros sois la luz del mundo». Dios es vuestro futuro. Amén”. Benedicto XVI, 24 de septiembre de 2011.

4.- Qué me dice hoy a mí esta palabra que acabo de meditar. (Guardo silencio)

5.- Propósito: Hoy miraré con buenos ojos a todas las personas, también a los que no creen, también a los emigrantes. 

6.- Dios me ha hablado hoy a mí a través de su Palabra. Y ahora yo le respondo con mi oración.

Señor, gracias porque en este rato de oración he aprendido que no basta ser luz, hay que alumbrar; ni basta estar bautizado, hay que dar testimonio; ni basta encender el cirio de la vida y apagarlo cuando me parece; hay que tenerlo siempre encendido. Ayúdame, Señor, a ser consecuente con mi fe.

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El que no está contra nosotros está a favor nuestro

El relato del evangelista Marcos es sorprendente y al mismo tiempo iluminador. Los discípulos se acercan a Jesús para plantear un problema que los están molestando mucho. Una persona desconocida que no forma parte del grupo está expulsando demonio en nombre de Jesús. Se dedica a dignificar y liberar a las personas del mal para que vivan en paz y dignamente.

Los discípulos no entendían bien la lógica de Jesús ya que pretendían monopolizar no solo su enseñanza sino sobre todo su acción salvífica. Esta actitud rechaza radicalmente Jesús porque lo más importante para Él no es el prestigio del grupo, sino que la salvación de Dios llegue a todas las personas, incluso por medio de aquellas que no pertenecen al grupo de los doce: «el que no está contra nosotros, está con nosotros». Hay mucha persona creyente y no que hace presente en el mundo la fuerza curadora y liberadora de Jesús quizás de manera anónima pero que aportan lo mejor sí en la construcción de una sociedad donde reine verdaderamente Dios. En esto consiste el proyecto y el sueño de Jesús en que cada uno de nosotros vivamos felices, que podamos encontrar el camino hacia la vida.

En definitiva, Jesús rechaza la postura sectaria y excluyente de sus discípulos y adopta una actitud abierta e inclusiva donde lo primero es liberar a las personas de aquello que la arruina y la destruye. Éste es el Espíritu que ha de animar siempre a sus verdaderos seguidores. Porque toda la vida de Jesús fue una manifestación del gran amor de Dios por la humanidad y nos invita a colaborar con alegría con todos los que viven de manera humana y se preocupan de los más pobres y necesitados. Ellos son nuestros amigos y no nuestro adversario porque está con nosotros anunciando la alegre Noticia del Salvador.

Fray Felipe Santiago Lugen Olmedo

Comentario – Lunes XXV de Tiempo Ordinario

(Lc 8, 16-18)

Luego de la parábola del sembrador se nos dice que esa Palabra que los discípulos han recibido se presenta como una luz que no puede ser guardada en la intimidad del corazón sino que debe ser compartida, comunicada, ya que de otra manera pierde su sentido de luz; ninguna lámpara se enciende para ser guardada. Por eso se invita al discípulo a no medir su entrega a esa Palabra.

La Palabra merece ser amada, vivida y compartida sin cálculos, para que de la misma manera, sin medida, Dios llene la propia vida de su luz y de su poder. De otro modo sucederá lo mismo que pasa con una semilla que se guarda: termina perdiendo la vida, termina podrida o estéril.

Así se nos indica una ley de la vida espiritual: para crecer en lo que se posee, e incluso para no perderlo, es necesario comunicarlo. Lo que no se comunica deja de ser auténtico y se muere, aunque aparentemente siga estando presente. Por eso podemos hablar de una fe viva y de una fe muerta. La fe viva es la que «se hace activa por el amor» (Gál 5, 6).

Así se entiende lo que dice el final de este texto: «al que no tiene se le quitará aun lo que parece tener» (Lc 8, 18).

Esta es la paradoja de las cosas de Dios, que no se aseguran reteniéndolas, sino regalándolas. Del mismo modo, la libertad cristiana es convertirse en esclavos de los demás (Gál 5, 13), porque el Espíritu Santo nos libera de nosotros mismos para hacernos uno con el hermano y ganarlo para Cristo: «Siendo libre, me hice esclavo de todos» (1 Cor 9, 19). Y así, en lugar de perderla, ganamos la más preciosa libertad, la liberación que produce el amor.

Oración:

Señor, dame la alegría de compartir la vida que me das, de llevar a otros esa Palabra que ha iluminado mi existencia. No permitas que muera dentro de mí esa luz preciosa que encendiste en mi interior».

VÍCTOR M. FERNÁNDEZ
El Evangelio de cada día

Homilía – Domingo XXVI de Tiempo Ordinario

1

El lenguaje de la Palabra a veces es muy duro

En la Biblia hay páginas duras, y expresiones que pueden extrañarnos. Tal vez somos demasiado blandos, y preferimos fijarnos en aquellas palabras que consuelan, que nos dan esperanza o que acarician nuestros oídos.

Pero hoy, Santiago amenaza a los ricos y les dice que pueden llorar y lamentarse, porque les vienen días malos. Nada menos que los compara con los animales de matanza: «os habéis cebado para el día de la matanza».

No son más suaves las palabras que dirige Jesús al que escandaliza a los débiles: «más le valdría que le encajasen en el cuello una piedra de molino y lo echasen al mar». O las palabras con que parece exigir a sus seguidores que se «corten la mano» o el pie o el ojo si les son ocasión de escándalo y tentación.

La Palabra de Dios es exigente. No es bueno que intentemos «echar agua al vino» para dulcificarla. O ir seleccionando las páginas que nos gustan e irnos fabricando un estilo de vida a nuestra medida.

 

Números 11, 25-29. ¿Estás celoso de mí? ¡Ojalá todo el pueblo fuera profeta!

En el libro de los Números, que se llama así porque se inicia con los censos

de todas las tribus, se nos cuenta el episodio de los dos que profetizan sin haber recibido oficialmente encargo para ello.

Moisés, agobiado por el excesivo trabajo, elige un consejo de setenta «ancianos» o personas sensatas que colaboren con él. Hay dos que no acuden a la reunión de investidura oficial de esos «consejeros». Pero el Espíritu también «se posó sobre ellos» y ellos «se pusieron a profetizar en el campamento».

Ante la protesta de Josué, el discípulo preferido, responde Moisés con una elegante apertura de visión: «ojalá todo el pueblo del Señor fuera profeta».

El salmo confiesa que «la voluntad del Señor es pura y estable», pero sus siervos no siempre responden bien: «¿quién conoce sus faltas? Absuélveme de lo que se me oculta». Entre otras faltas está el orgullo que pueden sentir: «preserva a tu siervo de la arrogancia… así quedaré libre del gran pecado».

 

Santiago 5,1-6. Vuestra riqueza está corrompida

Hoy leemos por última vez la carta de Santiago en esta serie dominical. Es un pasaje muy duro contra los ricos.

«Vuestra riqueza está corrompida». Los ataca porque es una riqueza que «han ido amontonando» a base de injusticias: «el jornal defraudado a los obreros (del campo) está clamando contra vosotros». Dios escucha estos gritos de los segadores defraudados y hará justicia: «os habéis cebado para el día de la matanza».

 

Marcos 9, 38-43.47-48. El que no está contra nosotros está a favor nuestro. Si tu mano te hace caer, córtatela

El mensaje más subrayado es el episodio del «exorcista por libre», preparado en la primera lectura con un hecho muy semejante.

La acusación de Juan ante Jesús es paralela a la de Josué ante Moisés. También son parecidas la respuesta de Moisés y la de Jesús, en el sentido de no prohibir a nadie ejercer su profetismo aunque no esté exactamente dentro del grupo de los elegidos.

Además, en la página que leemos hoy, Marcos ha reunido otra serie de enseñanzas: a) el vaso de agua dado a sus seguidores no quedará sin recompensa, como nos recuerda el examen final: «me disteis de beber»; b) las duras palabras contra los que escandalizan a los débiles, y c) la radical recomendación de «cortarnos» la mano, o el pie o el ojo si nos tientan y nos hacen caer.

2

¿Tenemos el monopolio del Espíritu?

Los dos episodios paralelos nos enseñan plásticamente la amplitud de corazón de Moisés y de Jesús en contraste con la estrechez de miras de Josué y de Juan.

El Espíritu, que antes parecía ser exclusiva de Moisés, el gran líder del pueblo, se «reparte» ahora entre los 70 ancianos, incluidos los dos que no acudieron a la reunión. El «exorcista por libre» de que habla Marcos parece tener el Espíritu de Dios, porque es eficaz en liberar del maligno a los posesos, cosa que, por cierto, los apóstoles no habían logrado hasta que llegó Jesús de vuelta del monte de la transfiguración. En verdad, el Espíritu sopla donde quiere, está lleno de sorpresas y no sigue necesariamente nuestros programas.

Josué interviene decidido: «señor mío, Moisés, prohíbeselo». Juan hace lo propio: «se lo hemos querido impedir, porque no es de los nuestros». Juan, junto con su hermano Santiago, ya había tenido otra intervención intransigente, cuando pretendía hacer bajar fuego sobre la aldea que en Samaría no había querido recibirles, cosa que les valió una reprimenda de Jesús.

La respuesta de Moisés fue de un corazón magnánimo: ¡Ojalá todo el pueblo del Señor fuera profeta y recibiera el espíritu del Señor! Y la de Jesús, también: «no se lo impidáis: uno que hace milagros en mi nombre no puede luego hablar mal de mí: el que no está contra nosotros está a favor nuestro».

Puede muy bien pasar, y ha pasado más de una vez, en la historia de la Iglesia, que los católicos hayamos creído poseer el monopolio de la verdad y del Espíritu. Basta leer la declaración conciliar «Nostra Aetate», sobre las relaciones de la Iglesia con las religiones no cristianas, para ver el cambio que supone la nueva visión. Lo mismo sucede con el nuevo clima de diálogo y mutua comprensión que se quiere crear entre las diversas profesiones cristianas y la Iglesia católica en la «Unitatis Redintegratio».

Pero puede seguir viva la tentación de este monopolio en otros ámbitos. Como en la relación entre el clero y los laicos, entre los mayores y los jóvenes, entre los hombres y las mujeres, entre los «encargados» de un ministerio en la comunidad y los que no lo son. Unos y otros a veces queremos usurpar el Espíritu, monopolizar la verdad y la razón para nosotros. Tendemos a cerrar el grupo y formar un «ghetto» eclesiástico, rechazando instintivamente a los que «no son de los nuestros» y los movimientos e ideas que no tenemos controlados nosotros.

A veces es por celos, si vemos que otros tienen más éxito que nosotros: ¿es extraño que un ministro ordenado tienda a la suspicacia si ve que los laicos tienen iniciativas, o una persona mayor si observa cómo los jóvenes muestran creatividad? No nos resulta fácil reconocer que hay otros que tienen muy buenas ideas y consiguen más éxito que nosotros. En esto fue modélico Pablo, cuando en sus viajes se encontró con aquellos dos laicos que también se dedicaban a la evangelización: Aquila y Priscila. Lejos de incomodarse con ellos, o sospechar de su ortodoxia, les ayudó con sinceridad.

No somos los únicos buenos. No somos dueños del Espíritu. Deberíamos ser más fáciles en reconocer los valores que tienen otros y alegrarnos de sus éxitos. Porque no se trata de que el bien lo hagamos nosotros, para que nos aplaudan, sino de que el bien se haga, sea quien sea quien lo haga, y que este mundo se vea en efecto libre de sus demonios y opresiones.

 

El escándalo de fuera y el de dentro

En la página de hoy, Marcos, además de traernos la promesa de que no quedará sin recompensa un vaso de agua dado en nombre de Jesús, reproduce sus duras palabras referentes a los escándalos.

«Escándalo» es una palabra griega que significa «tropiezo» o «trampa». Escandaliza, por tanto, quien hace caer a otro.

En un primer sentido, habla de las personas que escandalizan a los más débiles. Lo de «pequeñuelos» se podría traducir como los «sencillos», «los débiles», aunque se personifique en los niños. Para Jesús es de las cosas peores que uno puede hacer: servir de tropiezo para que caigan otros, no teniendo en cuenta su fragilidad. Es como cuando Pablo se preocupaba de que, en la comunidad de Corinto, los «fuertes» de conciencia no dañasen con su mal ejemplo a los «débiles», en el asunto de comer las carnes inmoladas a los ídolos.

Es muy dura la amenaza de Jesús contra los escandalosos: «más le valdría que le encajasen en el cuello una piedra de molino (que era una piedra bien grande) y lo echasen en el mar». No todas las palabras de Jesús son dulces y consoladoras. Aquí se pone bien serio contra los que hacen caer a los débiles.

A continuación habla del escándalo en otro sentido. El que viene de dentro de nosotros mismos, «si tu mano te hace caer (por tanto, si te escandaliza), córtatela: más te vale entrar manco en la vida que ir con las dos manos al infierno». Lo mismo dice de «si tu pie te hace caer», o «si tu ojo te hace caer». Es una concretización de tres direcciones de nuestra persona: la mano que actúa, el pie que dirige, el ojo que ve y desea.

Aquí se ve qué exigente es Jesús para con los que le quieren seguir. Claro que no son ni la mano ni el pie ni el ojo los que nos «hacen caer», sino la intención y el corazón. Pero es un buen modo de decir que no valen las medias tintas, que hay que «cortar por lo sano», que hay que evitar las ocasiones para no caer en la tentación, que tenemos que saber renunciar a cosas que nos gustan pero nos llevan a la perdición. Como el jardinero que sabe podar a tiempo para purificar y dar más fuerza a la planta. O el cirujano que decide operar y cortar para asegurar la vida. El seguimiento de Cristo exige radicalidad: como cuando él le propuso al joven rico que vendiera todo, o cuando dijo que el tesoro escondido merecía venderlo todo para llegarlo a poseer, o cuando afirmó que el quiere ganar la vida la perderá…

 

Vosotros, los ricos, llorad

A lo largo de toda la carta, Santiago muestra que no tiene ninguna simpatía por los ricos.

No es que ni para él, ni en general para el NT, toda riqueza sea mala. En todo caso, dependerá de cómo se usa: por ejemplo, el rico Epulón que describe Jesús en su parábola, no se condena porque es injusto, sino porque no ha querido darse cuenta de que a la puerta de su casa tiene un pobre hambriento.

En el caso de Santiago, sí son injustos los ricos de que habla: han «defraudado el jornal a los obreros que han cosechado sus campos». Los gritos de esos obreros que protestan llegan hasta «el oído de Señor».

Este sí que es uno de esos escándalos que no puede dejar tranquilo a ninguna persona de bien: la injusticia social de los que están satisfechos de sí mismos, y que tal vez para vivir en ese lujo han pasado por encima de los demás. Esto es lo que provoca las tremendas y crecientes desigualdades entre ricos y pobres.

Por eso, las invectivas de Santiago contra esta clase de ricos son directas y bien fuertes: «vuestra riqueza está corrompida», «habéis vivido en este mundo con lujo y entregados al placer», y con ello «os habéis cebado para el día de la matanza». La comparación con los cerdos, a los que se ceba para luego matarlos, es evidente y nada suave.

Es una llamada a que, ante todo, nosotros mismos no caigamos en la misma tentación de una «riqueza» mal ganada e injusta. Y, por otra parte, a que la Iglesia no deje de denunciar las injusticias y de invitar a los países ricos a buscar un mayor equilibrio en la distribución de los bienes de la tierra. Cosa que debe empezar ya en nuestro nivel doméstico, porque todos tenemos algo que compartir con los que tenemos al lado.

José Aldazábal
Domingos Ciclo B

Mc 9, 38-43. 45. 47-48 (Evangelio Domingo XXVI de Tiempo Ordinario)

El evangelio contra el puritanismo

El evangelio de hoy nos cuenta una pequeña historia, parecida a la que hemos encontrado en la vida de Moisés sobre el espíritu que se da libremente a dos personajes que no pertenecían al grupo de los ancianos. En este caso, Juan, ha encontrado a alguien que hace milagros o exorcismos y quiere impedírselo como si eso fuera exclusivo de Jesús, el profeta de Nazaret. Pero Jesús, en una respuesta que se asemeja a la de Moisés exige que no se le impida, porque todo el que hace el bien (ese es el sentido que puede tener el hacer milagros en nuestro texto) no puede estar contra Jesús que vino a hacer el bien a los hombres. Es verdad que existe otra sentencia de Jesús, de la fuente Q, que no estaría en esta línea (cf Mt 12,30; Lc 11,23): “quien no está conmigo, está contra mí” y que expresaría la radicalidad de algunos profetas itinerantes que defendieron un exclusivismo como el de Juan.

Es verdad que el conjunto de dichos que se concentran en Mc 9,42-50 se presta a muchas lecturas. Están expresados con los giros semíticos propios del lenguaje de contraste. Nadie debe tirarse al mar atado a una piedra; como nadie puede odiar a los suyos por amar a Jesús y su evangelio. El escándalo del que nos habla el evangelio de hoy no está relacionado con un puritanismo moralizante que lleva a excesos inhumanos. Es un escándalo de los “pequeños”, los que pueden ser “exorcistas extraños”, pero que no son contrarios al evangelio, a la bondad, a la sabiduría divina. Con sus obras, con sus actitudes y sus luchas deben ser considerados en toda su dignidad, aunque no sean de los nuestros. Se quiere poner de manifiesto, por parte de Jesús, que en ellos también hay algo del reino que él ha venido a traer.

Esta enseñanza del evangelio de hoy pone de manifiesto que la praxis cristiana no puede defenderse como exclusivismo y como independencia absoluta. Todos los hombres son capaces del bien, porque todos los hombres han recibido los dones de Dios. Por lo mismo, allí donde se trabaja por los demás, donde se abren las puertas a los hambrientos y los sedientos, aunque no conozcan al Dios de Jesús, allí los cristianos pueden participar sin exigir garantías jurídicas que justifiquen sus compromisos. La comunidad cristiana, la Iglesia, no debe presentarse como el “gheto” de los salvados o redimidos con criterios de puritanismo y legalismo, porque esta promesa es para todos los hombres.

Sant 5, 1-6 (2ª lectura Domingo XXVI de Tiempo Ordinario)

Contra los ricos

La carta de Santiago nos ofrece uno de sus textos más famosos y más duro sobre los ricos y las riquezas. Hay toda una filosofía y una dialéctica sobre si lo peor es ser ricos o es la misma riqueza. En realidad la riqueza ¿qué es? ¿es en sí mala? Se ha dicho que la riqueza no existe si alguien no la practica. El texto de Santiago habla a los ricos, y la riqueza es su condena. El problema, pues, es acumular injustamente bienes, robando, matando o impidiendo que otros tengan los necesario. Ese es el ejemplo de la riqueza con el que se opera en la carta de hoy.

Existen cosas bellas acumuladas, que no son de nadie, o son patrimonio de un pueblo o de la humanidad, o de museos, y sabemos que esa riqueza no afecta a la injusticia del mundo. La riqueza de la que aquí se habla es aquella que se posee por la injusticia y la sin razón. Por ello, pues, son los ricos los que caen bajo las palabras directas de esta invectiva moralizante del autor de la carta de  Santiago. Por lo tanto, ser ricos en esas condiciones en las que se pone de manifiesto la injusticia, la acumulación de lo que no es necesario, mientras otros pasan hambre o no tienen trabajo, es verdaderamente antievangélico.

Núm 11, 25-29 (1ª lectura Domingo XXVI de Tiempo Ordinario)

El Espíritu «en el pueblo»

La primera lectura, del libro de los Números (11,25-29) nos cuenta un episodio extraño, propio de las religiones ancestrales, en el que un grupo de ancianos, recibiendo el espíritu de Moisés, se ponen a profetizar. Era como una ayuda que Moisés tuvo para atender a los problemas de impartir justicia y orientar al pueblo en el desierto. Pero quizás lo más importante de esta lectura sea poner de manifiesto que el Espíritu, como don de Dios, no se puede reducir a unas formas exclusivamente institucionales. Esos dos personajes llamados Eldad y Medad representan a aquellos que han recibido un don carismático fuera de los ámbitos institucionales.

En realidad, no son los protagonistas de esta lectura los ancianos, ni Moisés, ni estos dos personajes mencionados, sino que es el Espíritu que impulsa a los hombres. Por ello es muy digna de consideración la actitud de Moisés quien, ante el escándalo de su asistente Josué, afirma que es todo el pueblo el está llamado a profetizar. Y profetizar, en primer lugar, significa abrirse al don del Espíritu, y después ponerse al servicio de todos para trasmitir la voluntad salvadora de Dios.

Comentario al evangelio – Lunes XXV de Tiempo Ordinario

Nadie enciende un candil y lo pone debajo de la cama. Jesús ha venido a traer un mensaje de salvación, amor y esperanza para todos los hombres. No quiere ocultarlo, no quiere esconderlo. Su deseo es que todos lo lleguen a conocer, que todos sientan la potencia y la energía del amor de Dios, capaz de renovar sus vidas, de abrir nuevos horizontes, de llevarnos a una vida en plenitud.

Lo que pasa es que siempre ha habido los que consciente o inconscientemente han querido ocultar ese mensaje. Han deseado que sólo fuese para un pequeño grupo de elegidos. Los mismos apóstoles se quejaron en un momento determinado a Jesús de que había otros que pretendían expulsar demonios en su nombre. Más adelante, a lo largo de la historia de la Iglesia también el Evangelio se ha ocultado bajo capas de tradiciones y costumbres, de moral y teología. Hasta la lectura de la Biblia se restringió durante mucho tiempo impidiendo que el pueblo cristiano accediese a la Palabra de Dios.

Pero lo mejor es que la luz del candil sale siempre adelante. Siempre hay alguien que toma el candil y lo pone en el candelero para que todos lo vean. Pensemos en las grandes figuras del pasado. Un Francisco de Asís, por ejemplo. Con una vida muy sencilla hizo que todos viesen la potencia de la luz del Evangelio.

La Iglesia no es sólo la jerarquía. Iglesia somos todos los creyentes. Iglesia es el Pueblo de Dios, los de arriba y los de abajo. Todos son responsables de hacer que la luz del Evangelio siga brillando en nuestro mundo y atrayendo a todos a la vida y a la esperanza. Todos somos responsables de hacer que el candil no quede oculto sino que brille en el candelero y que todos lo puedan ver.

Nuestros pecados y limitaciones son muchos, como personas individuales y como institución. Pero tenemos en nuestras manos un tesoro y nuestro esfuerzo principal ha de ser no taparlo sino enseñarlo y mostrarlo al mundo. No se trata de fijarnos en nuestros pecados sino en el amor que Dios ha puesto en nuestros corazones para regalarlo, para vivirlo, para disfrutarlo. Ese es el regalo que Dios nos ha dado. Somos ricos y la única forma de incrementar esa riqueza es compartirla. Como la luz.

Ciudad Redonda

Meditación – San Andrés Kim y compañeros

Hoy celebramos la memoria de San Andrés Kim y compañeros mártires.

La lectura de hoy es del evangelio de Lucas (Lc 9, 23-26):

En aquel tiempo, Jesús decía a todos: «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame. Porque quien quiera salvar su vida, la perderá; pero quien pierda su vida por mí, ése la salvará. Pues, ¿de qué le sirve al hombre haber ganado el mundo entero, si él mismo se pierde o se arruina? Porque quien se avergüence de mí y de mis palabras, de ése se avergonzará el Hijo del hombre, cuando venga en su gloria, en la de su Padre y en la de los santos ángeles».

Hoy escuchamos a Jesús diciendo a la gente: «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame» (Lc 9,22). Y éstas son las mismísimas palabras de Nuestro Señor Jesucristo, quien no dudó en advertirnos lo que implica ser cristiano. Sin embargo, nosotros —los cristianos— damos la impresión de no haber entendido nunca sus palabras. Pues, frecuentemente, oímos a la gente quejarse de lo dura que es la vida. Y una de las quejas más comunes es: —Si el Señor está conmigo, entonces, ¿por qué estoy sufriendo de esta manera?

A menudo pensamos que, por el hecho de ser cristianos, todo tiene que sucedernos suavemente porque nuestro Dios es el Dios todopoderoso. Esto ocurre porque estamos acostumbrados a escuchar predicadores que nos predican el “Evangelio de la prosperidad”. Durante una de sus locuciones del Angelus, el Papa Francisco dijo: «Seguir a Jesús significa tomar la propia cruz —todos la tenemos— para acompañarlo en su camino, un camino incómodo que no es el del éxito, de la gloria pasajera, sino el que conduce a la verdadera libertad, que nos libera del egoísmo y del pecado». 

Hoy, una vez más, Jesús nos invita a purificar nuestra intención desde el momento en que hemos elegido seguirle. Él nunca nos prometió que todo nos saldría bien si le elegíamos. Hemos de estar preparados para cargar nuestra cruz cotidiana y seguirle incluso cuando eso suponga perder la vida; «porque quien quiera salvar su vida, la perderá; pero quien pierda su vida por mí, ése la salvará» (Lc 9,24). Ése fue el último testimonio que san Andrés Kim Taegon, san Pablo Chong y compañeros —mártires coreanos cuya memoria celebramos hoy— dieron por Cristo para participar de su banquete eterno.

Fr. Salomon BADATANA mccj

Liturgia – Santos Andrés Kim y compañeros

SANTOS ANDRÉS KIM TAEGON, presbítero, PABLO CHONG HASANG, y compañeros, mártires, memoria obligatoria

Misa de la memoria (rojo)

Misal: Antífonas y oraciones propias. Prefacio común o de la memoria.

Leccionario: Vol. III-impar

  • Esd 1, 1-6. El que pertenezca al pueblo del Señor que suba a Jerusalén a reconstruir el templo del Señor.
  • Sal 125. El Señor ha estado grande con nosotros.
  • Lc 8, 16-18. La lámpara se pone en el candelero para que los que entren vean la luz.

Antífona de entrada
La sangre de los mártires se derramó en la tierra por Cristo, por eso han alcanzado los premios eternos.

Monición de entrada y acto penitencial
Hoy vamos a recordar a los ciento tres primeros mártires de Corea, los cuales, con sus sufrimientos, consagraron las primicias de la Iglesia coreana, regándola generosamente con su sangre, entre los cuales destacaron de un modo especial el primer sacerdote coreano, san Andrés Kim Taegon y el seglar Pablo Chong Hasang.

Ahora, con un corazón arrepentido, acerquémonos al altar de Dios pidiendo su perdón y su misericordia para celebrar dignamente la Eucaristía.

Yo confieso…

Oración colecta
OH, Dios,
que te has dignado multiplicar los hijos de adopción
en todo el orbe de la tierra,
e hiciste que la sangre de los santos mártires Andrés y compañeros
fuera semilla fecunda de cristianos,
concédenos que, fortalecidos por su ayuda,
avancemos continuamente siguiendo su ejemplo.
Por nuestro Señor Jesucristo.

Oración de los fieles
Elevemos ahora, hermanos, con sencillez y con confianza, nuestras peticiones al Dios y Padre de Jesucristo.

1.- Para que la sangre de los santos mártires de Corea germine en la Iglesia en frutos de santidad de vida y en conversiones al Evangelio en los paganos. Roguemos al Señor.

2.- Para que aumenten entre nosotros las vocaciones sacerdotales y religiosas. Roguemos al Señor.

3.- Para que los políticos acierten en la solución de los graves problemas. Roguemos al señor.

4.- Para que Dios manifieste su bondad a todos los hombres y mujeres del mundo. Roguemos al Señor.

5.- Para que despierte en nosotros el amor a los pobres y el deseo del cielo. Roguemos al Señor.

Oh Dios, que siempre nos escuchas, atiende la oración que te hemos dirigido y haz que, sintiéndonos pecadores perdonados por tu misericordia, no podamos vivir sin tu compañía. Por Jesucristo nuestro Señor.

Oración sobre las ofrendas
DIOS todopoderoso,
mira con bondad la ofrenda de tu pueblo
y, por la intercesión de los santos mártires,
transfórmanos en sacrificio agradable a ti,
para la salvación de todo el mundo.
Por Jesucristo, nuestro Señor.

Antífona de comunión          Cf. Mt 10, 32
A quien se declare por mí ante los hombres, yo también me declararé por él ante mi Padre que está en los cielos, dice el Señor.

Oración después de la comunión
ALIMENTADOS con el Pan de los fuertes,
en la celebración de los santos mártires,
te pedimos humildemente, Señor,
que, unidos con fidelidad a Cristo,
trabajemos en la Iglesia por la salvación de todos.
Por Jesucristo, nuestro Señor.