Comentario – Domingo XXVI de Tiempo Ordinario

Parafraseando a Moisés y recogiendo la sentencia del evangelio, podríamos decir: ¡Ojalá todos, cristianos y no cristianos, echaran demonios o combatieran el mal en nombre del bien! Pues, el que así obra está de la parte del bien, es decir, está de la parte de Dios y de su enviado Jesucristo, que vino a este mundo para hacer el bien e implantar el Reino del bien o Reino de los cielos. Pretender impedirlos a estos que sigan obrando el bien porque no son de los nuestros es ponerse en contra de los planes benéficos (y salvíficos) de Dios, que miran a extirpar el mal y a implantar el bien. El que no está (porque no obra) contra nosotrosestá a favor nuestro.

Puede parecer un modo muy benevolente (tal vez optimista) de ver las cosas. Teóricamente uno podría no estar contra nosotros, pero tampoco a favor nuestro. Sin embargo, alguien que hiciera algo bueno en nombre de Jesús difícilmente podría hablar después mal de él.

De cualquier modo aquí hay una llamada a acoger la buena acción, proceda de donde proceda, como buena y como suscitada por el Espíritu de Dios, que puede obrar en cualquier corazón humano, que también obra fuera de nuestras fronteras eclesiales o sacramentales. Esto es reconocer que hay bien (y bien suscitado por el Donador de todos los bienes) más allá de las manos «cristianas» o «católicas», en personas que no son de los nuestros. Aquí resulta que todo el que dé un vaso de agua a alguien, porque sigue al Mesías, no quedará sin recompensa. Confiemos en esta promesa. Demos seriedad a esta palabra, sin quitársela a esta otra: ¡Ay de aquellos que escandalicen a uno de estos pequeñuelos que creen, más les valdría que le encajasen en el cuello una piedra de molino y lo arrojasen al mar!

¿Tan grave es el escándalo? ¿Y qué es escandalizar? Escandalizar es poner un escándalo, esto es, una piedra de tropiezo en el camino del bien o de la salvación de cualquier persona, ya sea fuerte o débil en la fe –aunque los fuertes siempre tendrán más posibilidades de superar el escándalo-: inducir al mal (por ejemplo, a un crimen, un robo o una violación): inducir al pecado, a la incredulidad, a la desesperación, al suicidio. El escándalo siempre incide en otro, en el escandalizado o inducido a hacer el mal, o a vivir a espaldas de Dios, o a pensar que no hay Dios.

El pecado de escándalo nunca se queda en uno mismo; siempre afecta directamente a otro, que suele ser más débil que el que escandaliza, probablemente porque antes ha sido escandalizado. Hay escándalos públicos y masivos que causan gran impacto en muchos; otros escándalos, también masivos, no tienen este carácter, porque no impactan, pero no por eso dejan de contribuir a extender el escándalo o a hacer que los escandalizados continúen viviendo en la mediocridad de un cristianismo sin apenas vida o vitalidad. Tal puede ser la conducta de muchos sacerdotes, que sin ser escandalosa es muy poco ejemplar, porque no trasparenta el estilo de vida de Cristo. Son esos escándalos que podríamos llamar silenciosos.

Y si quien te hace caer –dice Jesús- es tu mano, o tu pie, o tu ojo…, córtatelo o sácateloporque más te vale entrar manco, o cojo, o tuerto en la vida que ser echado entero (íntegro de manos, pies y ojos) al abismo, donde el gusano no muerte y el fuego no se apaga. La medida de la amputación puede parecernos extrema, pero si está en juego la vida, ya no nos lo parece. Al fin y al cabo es lo que hace un médico cirujano con ciertos órganos corporales (un pie gangrenado, por ejemplo) para salvar la vida: amputar. Cuando ya no se puede curar (ese miembro) hay que amputar para que el mal no se extienda a otros miembros, al organismo entero, y sobrevenga la muerte. La amputación está, por tanto, al servicio de la curación.

Pero aquí, podríamos objetar, no es propiamente la mano o el ojo el que escandaliza, sino el uso que se hace de estos órganos. Si esto es así, habrá que decir que la manera de corregir el escándalo será poner coto (o freno) a lo que ven nuestros ojos o tocan nuestras manos. Sólo si no fuésemos capaces de controlar esto, es decir, de curar nuestra malsana curiosidad de verlo todo (lo decente y lo indecente) o de tocarlo todo, o de apropiarnos injustamente de lo ajeno… podríamos vernos obligados a alguna suerte de amputación con el propósito de no poner en peligro nuestra vida. Porque ¿de qué nos sirve morir enteros si la muerte acaba disgregando todos los miembros de nuestro cuerpo?

Pero el peligro que nos señala el evangelio no está en esta muerte, sino en el destino que nos espera más allá de la muerte: el Reino de los cielos (para los que no han tropezado en el escándalo) o el abismo, donde ni el fuego cesa ni el gusano muere (para los apresados por el escándalo, y que no tuvieron el coraje de amputar lo que les inducía al mal). Amputar es siempre cortar, pero no siempre es cortar un miembro corporal. Tratándose del pecado, será más bien cortar un hábito, un uso inmoderado o desordenado, una afición o algo similar.

Porque ¿de qué le serviría al ladrón cortarse las dos manos si mantiene el deseo inmoderado de los bienes ajenos y el propósito de seguir robando? No podrá usar las manos en este empeño, pero sí otros medios o a otros como medios. ¿Y de qué le serviría al lujurioso sacarse los ojos, disponiendo aún de imaginación y de manos para seguir recreándose en sus propias fantasías y contactos? Es imposible eliminar todas las vías corporales (o sensibles) del pecado mientras el pecado perviva en nosotros como una tendencia incontenible o un poder incontrolable. Hay que ir a las raíces para desactivar el pecado (o el mal) que hay en nosotros; y hay que recurrir a Dios para que Él nos proporcione la fuerza desactivadora, la gracia sanante o elevante.

Y no dejemos pasar las palabras que el apóstol Santiago dirige a los ricos. También ellas son inspiradas, son palabra de Dios: Habéis amontonado riquezas. Habéis defraudado el jornal a los obreros. Habéis vivido con lujo y entre placeres. Os habéis cebado para el día de la matanza. Mensaje de advertencia que mira a nuestras obras: ¿Qué hemos hecho? ¿Qué hacemos con nuestras manos, con nuestros pies, con nuestros ojos, con nuestro dinero, con nuestros bienes, que ni siquiera son del todo nuestros? Sólo si nos empleamos para hacer el bien estarán bien empleados y seremos recompensados por ello. De lo contrario, puede esperarnos un destino pavoroso.

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ-CID
Dr. en 
Teología Patrística

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I Vísperas – Domingo XXVI de Tiempo Ordinario

I VÍSPERAS

DOMINGO XXVI DE TIEMPO ORDINARIO

INVOCACIÓN INICIAL

V./ Dios mío, ven en mi auxilio
R./ Señor, date prisa en socorrerme.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

HIMNO

¡Luz que te entregas!
¡Luz que te niegas!
A tu busca va el pueblo de noche:
alumbra su senda.

Dios de la luz, presencia ardiente
sin meridiano ni frontera:
vuelves la noche mediodía,
ciegas al sol con tu derecha.

Como columna de la aurora,
iba en la noche tu grandeza;
te vio el desierto, y destellaron
luz de tu gloria las arenas.

Cerró la noche sobre Egipto
como cilicio de tinieblas,
para tu pueblo amanecías
bajo los techos de las tiendas.

Eres la luz, pero en tu rayo
lanzas el día o la tiniebla;
ciegas los ojos del soberbio,
curas al pobre su ceguera.

Cristo Jesús, tú que trajiste
fuego a la entraña de la tierra,
guarda encendida nuestra lámpara
hasta la aurora de tu vuelta. Amén.

SALMO 118: HIMNO A LA LEY DIVINA

Ant. Lámpara es tu palabra para mis pasos, Señor. Aleluya.

Lámpara es tu palabra para mis pasos,
luz en mi sendero;
lo juro y lo cumpliré:
guardaré tus justos mandamientos;
¡estoy tan afligido!
Señor, dame vida según tu promesa.

Acepta, Señor, los votos que pronuncio,
enséñame tus mandatos;
mi vida está siempre en peligro,
pero no olvido tu voluntad;
los malvados me tendieron un lazo,
pero no me desvié de tus decretos.

Tus preceptos son mi herencia perpetua,
la alegría de mi corazón;
inclino mi corazón a cumplir tus leyes,
siempre y cabalmente.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Lámpara es tu palabra para mis pasos, Señor. Aleluya.

SALMO 15: EL SEÑOR ES EL LOTE DE MI HEREDAD

Ant. Me saciarás de gozo en tu presencia, Señor. Aleluya.

Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti;
yo digo al Señor: «Tú eres mi bien».
Los dioses y señores de la tierra
no me satisfacen.

Multiplican las estatuas
de dioses extraños;
no derramaré sus libaciones con mis manos,
ni tomaré sus nombres en mis labios.

El Señor es el lote de mi heredad y mi copa;
mi suerte está en tu mano;
me ha tocado un lote hermoso,
me encanta mi heredad.

Bendeciré al Señor, que me aconseja,
hasta de noche me instruye internamente.
Tengo siempre presente al Señor,
con él a mi derecha no vacilaré.

Por eso se me alegra el corazón,
se gozan mis entrañas,
y mi carne descansa serena.
Porque no me entregarás a la muerte,
ni dejarás a tu fiel conocer la corrupción.

Me enseñarás el sendero de la vida,
me saciarás de gozo en tu presencia,
de alegría perpetua a tu derecha.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Me saciarás de gozo en tu presencia, Señor. Aleluya.

CÁNTICO de FILIPENSES: CRISTO, SIERVO DE DIOS, EN SU MISTERIO PASCUAL

Ant. Al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo y en la tierra. Aleluya.

Cristo, a pesar de su condición divina,
no hizo alarde de su categoría de Dios;
al contrario, se despojó de su rango
y tomó la condición de esclavo,
pasando por uno de tantos.

Y así, actuando como un hombre cualquiera,
se rebajo hasta someterse incluso a la muerte,
y una muerte de cruz.

Por eso Dios lo levantó sobre todo
y le concedió el «Nombre-sobre-todo-nombre»;
en el cielo, en la tierra, en el abismo,
y toda lengua proclame:
Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo y en la tierra. Aleluya.

LECTURA: Col 1, 2b-6b

Os deseamos la gracia y la paz de Dios, nuestro Padre. En nuestras oraciones damos siempre gracias por vosotros a Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, desde que nos enteramos de vuestra fe en Cristo Jesús y del amor que tenéis a todos los santos. Os anima a esto la esperanza de lo que Dios os tiene reservado en los cielos, que ya conocisteis cuando llegó hasta vosotros por primera vez el Evangelio, la palabra, el mensaje de la verdad. Éste se sigue propagando y va dando fruto en el mundo entero, como ha ocurrido entre vosotros.

RESPONSORIO BREVE

R/ De la salida del sol hasta su ocaso, alabado sea el nombre del Señor.
V/ De la salida del sol hasta su ocaso, alabado sea el nombre del Señor.

R/ Su gloria sobre los cielos.
V/ Alabado sea el nombre del Señor.

R/ Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
V/ De la salida del sol hasta su ocaso, alabado sea el nombre del Señor.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. ¡Ojalá que todo el pueblo del Señor fuera profeta y recibiera el Espíritu del Señor!

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. ¡Ojalá que todo el pueblo del Señor fuera profeta y recibiera el Espíritu del Señor!

PRECES
Demos gracias al Señor, que ayuda y protege al pueblo que se ha escogido como heredad, y, recordando su amor para con nosotros, supliquémosle, diciendo:

Escúchanos, Señor, que confiamos en ti.

Padre lleno de amor, te pedimos por el Papa, y por nuestro obispo:
— protégelos con tu fuerza y santifícalos con tu gracia.

Que los enfermos vean en sus dolores una participación de la pasión de tu Hijo,
— para que así tengan también parte en su consuelo.

Mira con piedad a los que no tienen techo donde cobijarse
— y haz que encuentren pronto el hogar que desean.

Dígnate dar y conservar los frutos de la tierra,
— para que a nadie falte el pan de cada día

Se pueden añadir algunas intenciones libres

Ten, Señor, piedad de los difuntos
— y ábreles la puerta de tu mansión eterna.

Movidos por el Espíritu Santo, dirijamos al Padre la oración que nos enseñó el Señor:
Padre nuestro…

ORACION

Oh Dios, que manifiestas especialmente tu poder con el perdón y la misericordia, derrama incesantemente sobre nosotros tu gracia, para que, deseando lo que nos prometes, consigamos laos bienes del cielo. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Amén.

CONCLUSIÓN

V/. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R/. Amén.

Lectio Divina – Sábado XXV de Tiempo Ordinario

1.- Introducción.

Señor, ¡qué difícil nos lo has puesto! El camino de la cruz nos repugna, nos tira hacia atrás, no lo podemos entender. No lo entendía Pedro, ni los apóstoles, ni tampoco nosotros. Pero Tú, Señor, ya has pasado por él, has ido por delante, no te has echado atrás a pesar de que tu carne se resistía. Señor, si Tú no nos ayudas, no podemos aceptar la cruz. Es demasiado pesada para nosotros. Si no somos capaces de llevarla, haznos, al menos, tus Cireneos.

2.- Lectura sosegada del evangelio:  Lucas 9, 43-45

En aquel tiempo, entre la admiración general por lo que hacía, Jesús dijo a sus discípulos: Poned en vuestros oídos estas palabras: el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres. Pero ellos no entendían lo que les decía; les estaba velado de modo que no lo comprendían y temían preguntarle acerca de este asunto.

3.- Qué dice el texto.

Meditación-reflexión

La cruz humanamente no se entiende. Sólo se puede vislumbrar desde “el amor desmedido” como le pasó a Jesús. Para una persona que ama poco, todo le parece mucho; pero para una persona que ama mucho, todo le parece poco. A Jesús le pareció poco el haberse encarnado, el haber pasado por la vida “como uno más, como uno de tantos”; le pareció poco todo lo que tuvo que padecer en su pasión. En el paroxismo del amor, no le retuvo ni siquiera la muerte en Cruz. El volver al Padre sin haber podido expresar el inmenso amor que nos tenía suponía para Él un sufrimiento más grande que la misma muerte en cruz. Jesús sintió por dentro una enorme satisfacción cuando pudo decir: “todo está cumplido”. Todo el amor ha llegado a plenitud. Qué bonito debe ser morir tomando entre las manos el libro de la existencia y poder decir como Jesús ¡Misión cumplida!

Palabra del Papa

“El Hijo del hombre va a ser entregado a las manos de los hombres», estas palabras de Jesús congelan a los discípulos que pensaban en un camino triunfal. Palabras que se mantenían misteriosas para ellos porque no entendían el sentido y tenían miedo de interrogarlo sobre este argumento. Tenían miedo de la Cruz. El mismo Pedro, después de esa confesión solemne en la región de Cesarea de Felipe, cuando Jesús dice esto otra vez, reprendía al Señor: ‘¡No, nunca, Señor! ¡Esto no!’ Tenía miedo de la Cruz, pero no solo los discípulos, no solo Pedro, ¡el mismo Jesús tenía miedo de la Cruz! Él no podía engañarse, Él sabía. Tanto era el miedo de Jesús que esa tarde del jueves sudó sangre; tanto era el miedo de Jesús que casi dijo lo mismo que Pedro, casi… «Padre, aparta de mí este cáliz. Pero que ¡se haga tu voluntad!» ¡Esta era la diferencia!». La Cruz nos da miedo también en la obra de evangelización, pero está la regla que el discípulo no es más grande del Maestro. Está la regla que no hay redención sin la efusión de la sangre, no hay obra apostólica fecunda sin la Cruz”. (Cf Homilía de S.S. Francisco, 28 de septiembre de 201, en Santa Marta).

4.- Qué me dice hoy a mí este texto que ya he meditado. (Silencio)

5.-Propósito. Aceptaré hoy todo lo que no me guste, lo que me haga sufrir. Y así seré discípulo de Jesús.

6.- Dios me ha hablado hoy a mí a través de su Palabra. Y ahora yo le respondo con mi oración.

Gracias, Señor, porque hoy me he asomado un poco al misterio de la Cruz, es decir, al misterio de tu amor, y me he quedado sin palabras. El amor que nos tienes únicamente puede expresarse por el misterio del amor más grande, el amor más fuerte, el amor más escandaloso, el amor más desinteresado, el amor más sacrificado. ¿Por qué no te imitaré, aunque sea un poco?

Creyentes y acogedores

1.- Si el domingo pasado el Señor nos invitaba a ser los primeros en servir, hoy a una con el Evangelio, intuimos dos indicaciones en nuestro caminar como cristianos:

–Reconocer el bien (venga de donde venga y lo haga quien lo haga)

–Huir de aquello que pueda herir sensibilidades

2.- Dios, nos lo recuerda el Vaticano II, no es un coto cerrado o un privilegio de unos pocos. Nosotros, y le damos gracias por ello, hemos tenido la suerte de conocerlo a través de la Iglesia; lo escuchamos y lo meditamos en la Palabra; lo saboreamos en la Eucaristía. ¡Cuántas veces no lo hemos sentido vivo y operante en diversos momentos, aquí, en esta gran familia que es nuestra iglesia universal!

Por cierto, al decir Iglesia Universal, estamos en consonancia, y damos un acorde perfecto, con el evangelio que acabamos de escuchar. El término universalidad define, perfectamente, lo que Jesús quiere y desea de nosotros: buscar más lo que nos une, que aquello que nos separa.

No creo que nos encontremos en ese cerrazón o suspicacia que el evangelio denuncia. La mayoría hemos sido educados en la tolerancia o en el respeto a los demás y, precisamente por ello, tal vez sufrimos más por el hecho de que hermanos nuestros no descubran que, la fuente de la bondad está en Dios, y no por el hecho en sí, de que hagan o dejen de hacer obras buenas.

No hay peligro de clasificación en bandos. Debiéramos de interrogarnos el por qué no hay muchísima más gente dispuesta a hacer el bien; a pregonar y defender la justicia; a calmar los ánimos de un mundo que se debate y se desangra en guerras ideológicas o económicas.

Sí, amigos. Esa es la gran interpelación que, tal vez el evangelio de hoy, nos suscita: ¿Por qué no hacemos más, y a más gente, el bien? ¿Por qué no se orienta y se educa – desde la universidad o desde el colegio- al creyente y no creyente, al agnóstico o al ateo, a encauzar esfuerzos, medios y creatividad hacia el bienestar de los demás y no solamente hacia el propio?

2- .Recientemente aparecía en la prensa un informe: “ con todo lo que parece, sólo un pequeñísimo porcentaje de los jóvenes, están comprometidos con una causa de promoción social”.

No seamos ilusos. A menor vivencia religiosa existe un serio peligro de tibieza a la hora de ejercitar la solidaridad. Lo cual, por supuesto, no significa que siempre –los de casa- lo forjemos todo santo y bueno y, los de fuera, todo mal.

Hoy no podemos permanecer con los brazos cruzados ante la que nos está cayendo. El fenómeno de la inmigración (en España por lo menos); el SIDA; la soledad en la Tercera Edad; la pobreza (vergüenza para el primer mundo) y otras tantas enfermedades modernas, nos exigen no vivir de espaldas a esa realidad. El mayor escándalo que podemos ofrecer a una sociedad que vive, mayormente, indiferente al sufrimiento ajeno, es involucrarnos de lleno con el estilo de vida que Jesús nos dejó. ¿Y qué estilo de vida nos legó? Estar donde los poderosos, los ricos, los magnates, los entendidos o los sabelotodo huyen: en el grito de los más pobres.

¿Qué los demás hacen el bien? ¡Bendito sea Dios! Pero, que de vez en cuando, se note un poco más que lo hacen.

3.- Hoy damos gracias al Señor por muchas cosas. Sobre todo (en el inicio de este nuevo curso pastoral) por el hecho de estar construyendo su Reino en la medida de nuestras posibilidades; unos lo harán desde la música, otros desde la catequesis o como sacerdotes, otros integrados en distintos movimientos eclesiales, algunos más apoyando el abundante campo social que la iglesia tiene y cuida, otros como animadores de la liturgia o en las diferentes tareas pastorales. ¡No caigamos en la tentación de pensar que “lo nuestro” es lo único válido ante los ojos de Dios, o la panacea ante los retos que nos plantea la nueva evangelización.

Lo verdaderamente importante es sentirnos insertados en Cristo y, por lo tanto, huir de todo desprecio a lo que –otros hermanos – realizan en diferentes tareas a las nuestras.

En definitiva, lo del evangelio de hoy, “quien no está en contra nosotros, está a favor nuestro”.

¡Otro pelo nos luciría si, en vez de mirar lo que los demás hacen, hiciésemos un esfuerzo renovado y redoblado por vivir y enseñar aquellos caminos que conducen a la auténtica felicidad, al amor y a la alegría que produce el encuentro personal con Jesucristo!

4.- AYÚDAME, SEÑOR, A MIRAR CON RESPETO

Ayúdame, Señor, a mirar con respeto
las cosas que existen a mi alrededor
las iniciativas que, otras personas, las crean con esfuerzo y valor
Ayúdame, Señor, a mirar con agrado
a descubrir que, todo lo que hago, es inspiración tuya
y, aquello que los demás promueven, puede ser signo de tu presencia.
Ayúdame, Señor, a mirar con amor:
a ir al fondo del tesoro más valioso
a sentirme tan cerca de ti
que, todo, lo estime poco comparado contigo.
Ayúdame, Señor, a expulsar de mi interior
los espíritus inmundos que me impiden vivir en paz conmigo mismo.
Ayúdame, Señor, a no apropiarme de tu nombre exclusivamente
a dejar que, otros, puedan descubrirte y entrar por la gran puerta de tu salvación
a reconocer que, otros, están en el camino del evangelio por sus obras y palabras.
Ayúdame, Señor, a no sentirme peor ni mejor que nadie
a disfrutar de mi amistad contigo
a no poner etiquetas de “estos son buenos” o “estos son malos”
Ayúdame, Señor, a no encerrarme en mi pequeño mundo
a abrirme, sin miedo ni complejos, a los que puedan enseñarme tu recto camino
Ayúdame, Señor, a no monopolizar mi trato contigo
a valorar otras vertientes evangelizadoras que, a mí, me puedan parecer estériles.
Ayúdame, Señor, a descubrir en todas ellas
los signos de tu presencia divina.
Ayúdame, en definitiva, Señor,
a no considerar que, lo mío, es lo único que vale
y, aquello que los demás realizan, es despreciable.
Ayúdame, Señor.

Javier Leoz

Comentario – Sábado XXV de Tiempo Ordinario

(Lc 9, 43-45)

Todos se admiraban de lo que Jesús hacía. Pero Jesús quiere hacer una advertencia a sus discípulos y les anuncia que él será entregado «en manos de los hombres». Eso significa que la admiración que él despertaba por los prodigios que hacía, la gloria que se manifestaba en sus acciones, no bastaría para evitar su muerte «en manos de los hombres».

Esta expresión «en manos de los hombres» nos hace descubrir hasta qué punto el Hijo de Dios hecho hombre estuvo sometido a los límites humanos, hasta qué punto él quiso depender de la libertad humana, herida y enferma. Porque fue la libertad de los hombres, tomada por el poder del mal, lo que llevó a Jesús a la cruz.

Pero también hoy, aunque Jesús está resucitado, él quiere someterse a los límites de nuestra libertad débil y pecadora. Porque, aunque él tiene la iniciativa y nos ofrece su gracia, nosotros siempre podemos decirle que no.

Hoy Jesús podría manifestar el poder de su resurrección liberando a los pobres del hambre y la miseria, y sin embargo no lo hace, porque quiere lograrlo a través de nosotros, y mientras nosotros no le demos nuestro sí y aceptemos ser generosos, y nos entreguemos a la lucha por la justicia, él no podrá liberar al hambriento.

Si en el mundo hay tantos problemas y angustias es porque todavía son demasiado pocos los que se ofrecen como instrumentos, generosa y sinceramente, para aliviar las angustias de los demás.

Él tiene poder para liberar nuestros corazones del egoísmo, de la comodidad y de la indiferencia, pero no quiere hacerlo sin nuestro sí. Por eso, también hoy es realidad que el mismo Hijo de Dios quiso caer «en manos de los hombres».

Oración:

«Señor Jesús, que has puesto en mis manos cosas tan grandes e importantes, que has querido usar mis manos para resolver los problemas del mundo, tómame Señor, vence mi egoísmo con tu gracia, irrumpe en mi vida con el poder del amor».

 

VÍCTOR M. FERNÁNDEZ
El Evangelio de cada día

De amigos y enemigos

 

Jesús enseñaba a menudo a base de frases breves, que se pueden memorizar fácilmente; por ejemplo: «El Hijo del Hombre no ha venido a llamar a los justos sino a los pecadores». Los evangelistas reunieron más tarde esas frases, agrupándolas por el contenido o por alguna palabra clave que se repetía. Para comprender la primera enseñanza de hoy («el que no está contra nosotros está a favor nuestro», conviene comenzar recordando lo que cuenta la lectura del Antiguo Testamento.

Los celos de Josué y la amplitud de miras de Moisés (Números 11,25-29)

Este episodio se ha elegido porque recuerda bastante a lo que cuenta el evangelio. Durante la etapa por el desierto, Moisés se queja a Dios de que el pueblo es muy numeroso para que pueda él encargarse de todos los problemas. El Señor le responde que elija a setenta ancianos; hará bajar sobre ellos el espíritu y le ayudarán a cumplir su tarea. Así ocurre. Dos de los elegidos, Edad y Medad, no se presentan (siempre hay gente despistada y que llega tarde o no llega), pero más tarde empiezan a profetizar en el campamento. Josué, indignado, pretende que Moisés se lo prohíba. Pero la reacción de este es muy distinta de la que imaginaba.

El deseo de Moisés no se cumplirá de inmediato. Lo recogerá el profeta Joel, que anunciará la venida del Espíritu sobre hijos e hijas, ancianos y jóvenes, siervos y siervas (Joel 3,1-2), Y se hará realidad el día de Pentecostés.

Los celos de Juan y la corrección de Jesús (Marcos 9,38-43)

Josué, aunque indignado, no se atreve a prohibir a Eldad y Medad que profeticen. Juan es distinto, más radical e impulsivo. Con razón les puso Jesús, a él y a su hermano, el sobrenombre de «los hijos del trueno»). Por eso, le impide actuar al que expulsa demonios en nombre de Jesús, y se lo comenta lleno de orgullo.

Jesús, en vez de elogiar esa conducta, les hace caer en la cuenta de que han actuado de forma poco lógica: quien hace un milagro en nombre de Jesús no hablará mal de él. Luego añade una enseñanza general. Frente a la postura de ver enemigos por todas partes, enseña a ver amigos: «Quien no está contra nosotros, está a favor nuestro.»

¿Por qué han actuado los discípulos de ese modo? Si relacionamos el evangelio con la primera lectura de hoy, el motivo serían los celos; con el agravante de que Josué le dice a Moisés que se lo prohíba, mientras que los discípulos se atribuyen el poder de prohibir, sin contar primero con Jesús. El fallo de los discípulos radicaría en ese celo injustificado y algo mezquino.

Sin embargo, conviene tener en cuenta otra posible interpretación. Los discípulos justifican su conducta aduciendo que ese individuo «no viene con nosotros». Según ellos, hay que excluir a todo el que no los acompañe.

Debemos recordar que Jesús era un predicador itinerante, acompañado de los doce, de un grupo de mujeres y de otros discípulos más. Este grupo, muy radical, había renunciado al domicilio estable, a la familia y a las posesiones. En el contexto de esta vida tan dura, de tanta renuncia para seguir a Jesús, se entiende la insistencia de Juan y los discípulos en que ese «no viene con nosotros». No ha renunciado al domicilio estable, a la familia, a las posesiones, pero se permite echar demonios en nombre de Jesús.

Otras enseñanzas de Jesús (Mc 9,45.47-48).

Como ocurre a menudo, el evangelista aprovecha un episodio para introducir otras enseñanzas breves de Jesús. En este caso encontramos una que completa lo anterior, sobre los amigos, y otras que desvelan quién es el auténtico enemigo.

El valor de un vaso de agua (9,41)

El episodio anterior terminaba con la enseñanza: “Quién no está contra nosotros está a nuestro favor”. Esta frase da un paso adelante. Habla del que toma una postura positiva ante los seguidores del Mesías, simbolizada en el gesto de dar un vaso de agua.

El peligro de poner trampas a otros y a mí mismo (9,42-48)

En griego, el sentido básico de «escándalo» es el de «trampa», la tendida en el suelo, que hace caer a una persona o a un animal. Si recordamos que la vida cristia­na es un seguimiento de Jesús, un caminar detrás de él, se comprenden los dos peligros de los que habla el evangelio:

a) Poner trampas a los pequeños (9,42)

Estas palabras resultan enigmáticas, porque no queda claro a quién se dirigen. ¿Quién puede escandalizar? ¿Un cristiano, o una persona ajena a la comunidad (escriba, fariseo, saduceo, pagano)? ¿Quiénes son los pequeños que creen: un grupo dentro de la comunidad o todos los cristianos? La historia de la iglesia y la vida corriente demuestran que todos los casos son posibles. El tropiezo puede ponerlo una persona no cristiana, con sus críticas y ataques a Jesús y su mensaje. Pero también cualquier actitud nuestra, cualquier palabra, que aparta a otros del seguimiento de Jesús, de la forma de vida que él propone, cae bajo su condena.

El gran peligro del escándalo no son solo las revistas porno­gráficas, las películas violentas, la droga, sino tantas cosas que se aceptan con naturalidad dentro de la Iglesia (lujo, vanidad, ambición, prestigio), incluso a los más altos niveles. Los casos de pederastia, que tanto angustian ahora a la iglesia, son un ejemplo actual de ese escándalo de los pequeños que, por ese motivo, como ha recordado recientemente el Papa Francisco, han dejado de creer en Jesús.

Jesús deja muy clara la gravedad del pecado al hablar de la condena que merece: ser arrojado al mar con una enorme piedra atada al cuello. Se refiere a la piedra superior del molino grecorromano, que giraba tirada por un asno, un caballo o un esclavo. Tirar al mar o al río era un castigo especialmente cruel, ya que el cadáver quedaba insepulto, algo terrible en la mentalidad judía y griega.

Estas palabras tan duras plantean un serio problema: ¿carece de perdón el escándalo? ¿No basta el arrepentimiento y la penitencia, ni siquiera de por vida? Negar la posibilidad de perdón iría en contra del evangelio. Pablo, que fue motivo de escándalo para tantos cristianos, no fue arrojado al mar con una piedra al cuello. Entregó su vida a propagar la fe en Jesús.

b) Ponerme trampas a mí mismo (9,43-48)

Las diversas posibilidades las enumera Mc hablando de la mano, el pie y el ojo. Jesús ha dicho en otra ocasión que el peligro viene del interior del hombre. Ahora, esas tendencias negativas se ponen en marcha a través de lo que hacemos (la mano), del sitio al que nos dirigimos (pie), de lo que miramos (ojo). Sugerencias para hacer un examen de conciencia.

Para dejar clara la gravedad de lo que puede ocurrir, Jesús exhorta a cortar la mano o el pie, o sacarse el ojo. Estas palabras no hay que interpretarlas al pie de la letra, porque después de habernos cortado una mano y un pie, y habernos sacado un ojo, surgirían nuevas tentaciones y necesitaríamos seguir con la otra mano, el otro pie y el otro ojo. Y no entraríamos en la vida mancos, cojos y tuertos, sino ciegos y sin ningún miembro.

En el caso anterior, el castigo era sumergir en el mar; aquí, ir a parar a la gehenna, «al fuego inextinguible», «donde el gusano no muere y el fuego no se apaga». La gehenna como lugar de castigo se basa en la tradición apocalíptica judía; el gusano y el fuego, en unas palabras del libro de Isaías. A los pintores y a los predicadores les han dado materia abundante de inspiración, a menudo desbocada.

Reflexión final

En pocas palabras da Marcos abundante materia de reflexión y de examen sobre nuestra actitud ante los demás y ante nosotros mismos: ¿excluimos a quienes nos van con nosotros, a quienes consideramos que no viven un cristianismo tan exigente como el nuestro? ¿Valoramos el gesto pequeño de dar un vaso de agua, o nos escudamos en la necesidad de grandes gestos para terminar no haciendo nada? ¿Pongo obstáculos a la fe de la gente sencilla o de los menos importantes dentro de la iglesia? ¿Me voy tendiendo trampas que me impiden caminar junto a Jesús?

José Luis Sicre

Aunque no sea de los nuestros

1.- «En aquellos días el Señor bajó en la nube, habló con Moisés y, apartando algo del espíritu que poseía, se lo pasó a los ancianos» (Nm 11, 25) Allá en el desierto, Israel fue testigo de mil prodigios. Uno de ellos fue el de la nube, que les servía de sombra durante el día y de luz durante la noche. A veces descendía hasta el mismo campamento y se posaba sobre la Tienda. A través de la nube el Señor manifestaba su presencia en medio del pueblo, le animaba y le protegía.

En este pasaje Dios está cerca de los ancianos que ostentaban la autoridad en el pueblo. Llevado del gran amor que tenía a los suyos, les confiere a quienes habían de regir a Israel parte del espíritu que Moisés poseía. Ante el asombro de la multitud, aquellos hombres comenzaron a profetizar, a cantar alabanzas a Dios con palabras inspiradas, con un lenguaje arrebatador.

Dios no se cansa de volcarse en mil detalles de amor, no ceja en su empeño de mostrar a Israel su fuerza y su bondad, intentando así conquistar su confianza, ganarles el corazón… Empeño titánico que tiene poco resultado ente este pueblo de dura cerviz, de corazón de piedra. Como tantas veces tú, como tantas veces yo. Haber recibido innumerables pruebas de cariño y seguir dudando del amor divino. Seguir preocupado por el futuro, perdido en mil hipotéticas situaciones que quizá nunca lleguen a ser realidad. Que Dios sea nuestro Padre y que nosotros vivamos como si no lo fuera… ¡Que pena!

«Habían quedado en el campamento dos del grupo…» (Nm 11, 26) Aquellos dos hombres no habían asistido a la reunión junto a la Tienda de Dios. A pesar de eso, comenzaron a profetizar, pues la fuerza de Yahvé también les había alcanzado. El Señor, dando muestras de su liberalidad, no quiso supeditar su don a un lugar determinado. Cuando le cuentan a Moisés lo ocurrido, Josué que le había ayudado desde siempre, siente celos. No le parece bien que profeticen quienes no habían asistido a la asamblea, y pide a Moisés que se lo prohíba. Pero el caudillo del desierto no se deja llevar por aquella celotipia. Él sabe que Dios es el que da sus dones, sin mérito alguno por parte del que lo recibe. Por eso contesta magnánimo: Ojalá que todo el pueblo recibiera el espíritu de Yahvé y profetizara.

Así hemos de actuar, sin considerarnos dueños ni monopolizadores de los bienes divinos, ni únicos distribuidores de los mismos, sin acaparar nunca los dones del Espíritu. Dios da como quiere y a quien quiere. A nosotros sólo nos queda agradecer los bienes que recibimos y alegrarnos de que también los demás sean objeto de la benevolencia infinita de Dios.

2.- «La ley del Señor es perfecta y es descanso del alma» (Sal 18, 8) Muchas veces aunque sea de modo inconsciente, consideramos los mandamientos de la Ley de Dios como una cortapisa para nuestra libertad, una rémora para nuestra vida, algo que nos ata y frena. Como si el Señor, al darnos la ley divina, se hubiera propuesto hacernos la vida mas difícil de cuanto ya lo es por sí misma. Aunque sólo sea pensando que Dios es infinitamente bueno y sabio, hablar de esa forma es absurdo e injusto, es ignorar la realidad de las cosas y exponerse a grave peligro de ofender a Dios.

El Señor, podemos estar seguros, al darnos sus mandatos, lo único que pretende es facilitarnos las cosas, ayudarnos a recorrer el largo o corto camino de nuestra vida con la mayor facilidad, mostrándonos cuáles son los mejores senderos para llegar a la meta dorada, aunque a veces nos parezca que no son los más placenteros itinerarios. Nuestro Padre Dios lo que pretende es enseñarnos cuál es la forma más adecuada, para llegar sin ningún percance a nuestro destino. «La ley del Señor es perfecta y es descanso del alma; el precepto del Señor es fiel e instruye al ignorante. La voluntad del Señor es pura y eternamente estable; los mandamientos del Señor son verdaderos y enteramente justos».

«Aunque tu siervo vigila para guardarlos con cuidado…» (Sal 18, 12) Los mandatos de Señor alegran el corazón. Para eso precisamente los ha promulgado el Señor, para que seamos felices, para que vivamos con una profunda alegría toda nuestra vida. En la vida terrena, con esta alegría temporal y limitada que este mundo nos puede dar. En la vida eterna, esa que empieza después de la muerte, con una alegría y felicidad definitivas, el gozo que nunca termina.

Sin embargo, Señor, ya lo ves, ya sabes lo que nos pasa. Veo qué es lo mejor, pero hago a veces lo peor. Eso nos viene a decir San Pablo, y esta confidencia suya nos consuela y nos anima, sabiendo que él era como nosotros, del mismo barro y de la misma carne. Y sin embargo, fue un gran apóstol. También el salmo de hoy nos viene a decir algo parecido: «Aunque tu siervo vigila para guardarlos con cuidado, ¿quién conoce sus faltas? Absuélveme de lo que se me oculta, para que no me domine, así quedaré libre e inocente del gran pecado».

3.- «Ahora, vosotros, los ricos, llorad y lamentaos por las desgracias que os han tocado» (St 5, 1). Ahora, es decir, cuando suene la hora de Dios, cuando cada uno reciba la justa paga de su vida, cuando se haya pronunciado la sentencia más equitativa que jamás se haya escuchado. Entonces vendrán las lágrimas y los lamentos de aquellos que se olvidaron del Padre de los cielos y de los hermanos de la tierra. Esos cuyas riquezas -dice Santiago- están corrompidas y sus vestidos apolillados, esos cuyo oro y cuya plata están llenos de herrumbre.

Cuántas vidas que se gastan en un afán desmedido de acumular riquezas, al precio que sea. Cuánto robo disimulado por la astucia de que es capaz la inagotable imaginación del hombre: cuánto fraude, cuánta cuenta mal echada, cuánta injusticia. Amontonar riquezas sin fin, figurar entre los potentados, o serlo sin figurar para soslayar impuestos, o alejar a molestos pordioseros.

Santiago no es el único que en nombre de Dios recuerda a los ricos su peligrosa situación. Ya los profetas del Antiguo Testamento clamaron con valentía contra las injusticias de su tiempo. Y también Cristo profirió con energía tremendas maldiciones, afirmando que difícilmente entrará un rico en el Reino.

«El jornal defraudado a los obreros que han cosechado vuestros campos está clamando contra vosotros» (St 5, 4) Santiago pone el dedo en la llaga. El mal de los ricos malos está en que sus riquezas han sido mal adquiridas, y en que el destino que se les da se centra en el propio interés… «Los gritos de los segadores han llegado hasta el oído del Señor de los ejércitos». No es para menos, ya que Dios es claramente propenso a inclinarse en favor de los que sufren; y también porque el sufrimiento de los que padecen es a menudo terrible e insostenible.

«Habéis vivido en este mundo con lujo y entregados al placer. Os habéis cebado para el día de la matanza…» Así termina el texto sagrado de hoy que estamos considerando. Son palabras escritas son sencillez y claridad, sin fáciles demagogias. No hay modo más acertado de describir a los que buscan su provecho y olvidan el de los demás. Es cierto que así se enriquecen sin cesar, pero son como animales que se ceban para la matanza… Ojalá estas palabras valientes y claras nos hagan pensar y reaccionemos antes de que sea demasiado tarde.

4.- «El que no está contra nosotros, está a favor nuestro» (Mc 9, 40) El evangelio de este domingo, como el pasado, nos presenta, una vez más algunos defectos de los apóstoles. Defectos que con la ayuda divina fueron superando a lo largo de su vida. Ejemplo y aliento para nuestra vida personal, tan llena con frecuencia de pequeñas o grandes faltas. También nosotros las podremos superar si luchamos y pedimos con humildad la ayuda del Señor.

Juan fue, sin duda, un hombre apasionado. Por eso quizá era tan amigo de Pedro y tan querido por el Maestro, que tanto aprecia la entrega total, y tanto abomina las medias tintas. Llevado de su carácter apasionado, Juan quiso impedir a uno que no era de los suyos, que echase a los demonios en nombre de Jesús. Se creía tener la exclusiva, le molestaba que otro hiciera el bien sin ser de su grupo.

Jesús recrimina al discípulo amado su conducta. El que no está contra nosotros –le dice–, está a favor nuestro. Más tarde, también San Pablo se mostrará abierto y compresivo con quienes, sin tener siempre la debida rectitud de miras, predican el Evangelio. Con tal de que se predique a Cristo, que importa todo lo demás. Ojalá aprendamos la lección y no nos dejemos llevar por la celotipia. Que no estorbemos jamás el apostolado de los demás, simplemente porque no son de los «nuestros».

Antonio García Moreno

El infinito valor del Reino de Dios

1. Hay que poner las cosas en claro, como lo hace hoy el texto evangélico. Quienes no actúan en contra del designio de Dios para con el mundo están obrando a favor de ese mismo designio. Aunque ellos lo ignoren. Aunque ellos lo nieguen.

Una lectura perturbada del texto –¿por qué intereses?, ¿por qué complejo de superioridad?– nos había llevado a decir que quien no estaba con Cristo estaba contra Cristo, con lo que el mundo quedaba dividido entre seguidores de cristo y enemigos de Cristo. ¿Y todas esas multitudes que, sin culpa alguna por su parte, ignoran a Cristo? ¿Y todos esos conciudadanos que, sin embargo, persiguen denodadamente la justicia, abundan en solidaridad, se empeñan en lograr una convivencia más humana, trabajan por la pacificación y por la libertad?

“El que no está contra nosotros está a favor nuestro”. Así, tajantemente. Pertenecen al Dios de Jesús cuantos cristianos o no, contribuyen a la construcción de este mundo según las líneas mayores del proyecto de Dios sobre la tierra. Quien ofrece un vaso de agua al sediento hace la obra de Dios en el mundo, quien “escandaliza” a su prójimo actúa contra el proyecto de dios. El mundo, en consecuencia, se divide por las obras, no por el “credo”. Y de poco vale la verdad del “credo” cristiano si no sirve para que el creyente actúe según los criterios de la fe que profesa.

La institución, cualquier institución, toda institución, puede ser importante, pero siempre es menos importante que la finalidad de la institución que, en el cristianismo, es siempre el Reino de Dios. El Reino de Dios es fin, todo lo demás es medio.

2.- Moisés –anticipa la postura del texto evangélico de Marcos– nos da una lección de honestidad a todos los que, dentro de la Iglesia, formamos, como jerarquía o como laicos, el pueblo de Dios. “Ojalá, dice Moisés, todo el pueblo de Dios fuera profeta y recibiera el Espíritu del Señor”.

Hemos llegado a monopolizar, privatizar e institucionalizar el Espíritu de Dios y hasta Dios mismo. Nos sentimos celosos, cuando movido por el Espíritu de Dios, alguien, que no forma parte de la jerarquía o no esté expresamente autorizado por la jerarquía, predica el Reino y hace avanzar la historia. Hay santos, profetas, y hombres de Dios que no pertenecen a nuestro grupo y los hay hasta entre quienes nosotros llamamos “ateos”. Pero a Dios nadie puede atarle las manos, Dios es el in-manipulable, y todo en la comunidad cristiana está en función del fin de la comunidad, que es el Reino de Dios, no al revés. Es la búsqueda del Reino de Dios lo que hace importante a la Iglesia y no la Iglesia la que hace importante la búsqueda del Reino de Dios.

3.- En la segunda lectura de la carta del apóstol Santiago, tenemos toda una terrible requisitoria en contra de la riqueza y de los que se dedican a acumularla. En el Evangelio la riqueza aparece como la opción opuesta a Dios, hay que escoger entre Dios y la riqueza. El Reino de Dios es el reino del amor, porque Dios es amor. Hay que escoger entre el amor como criterio decisivo y las riquezas como criterio decisivo de la vida. El criterio decisivo en este tiempo final, dice Santiago, es Dios, es el amor, y su lugar no puede ser ocupado por nadie ni nada.

El que en vez de compartir por amor, acumula por egoísmo, está infinitamente lejos de lo que es el Reino de Dios. Jesús remachará esto diciendo que es más fácil que un camello, con sus gibas, pase por el ojo de una aguja de coser que un rico entre en el Reino de Dios. Porque aquí está lo malo, el rico prefiere su plata al amor, prefiere su plata al Reino de Dios, que es el Reino del amor. Y el Reino de Dios debe ser preferido a todo. “Quien no está contra nosotros está a nuestro favor”, dice Jesús. La institución tiene la permanente tentación de querer monopolizar las funciones, todas las funciones; Jesús rechaza tal tentación y nos dice por qué nosotros también debemos rechazarla.

Ni los “demonios” ni echarlos es monopolio de la institución llamada Iglesia. Poco importa cómo un hijo de Dios que está sufriendo deje de sufrir; para nosotros lo que debe tener toda la importancia es que toda persona es hijo de Dios, no que forme parte de la institución. Jesús da a entender que ni siquiera importa en nombre de quién se vive el amor eficiente, que ni siquiera es importante ser consciente de que se está viviendo el amor, sino vivirlo.

Igual que no quedará sin recompensa ni siquiera un vaso de agua dado a uno de sus seguidores, Jesús dice que no quedará sin castigo el daño hecho a uno de sus discípulos. Se trata de revelar la inmensa dignidad de cada uno de los seguidores no la existencia de los castigos. El daño hecho a cada uno de los seguidores es daño hecho a Cristo, como el servicio o acogida hecho a cada uno de los seguidores es una acogida o servicio hecho a Cristo. No se trata de revelar la existencia o no del fuego eterno, sino el infinito valor del Reino de Dios.

Antonio Díaz Tortajada

«No sabéis de qué espíritu sois»

1. – Por mucho que el tiempo pase no es posible olvidar el amor y la entrega de la Madre Teresa de Calcuta. Y así hoy yo quiero haceros presente la escena de un barracón de madera con camastros a ambos lados y sobre ellos seres escuálidos, que milagrosamente viven. De rodillas, junto a uno de ellos, una pequeña mujer con el rostro lleno de arrugas, da a aquel moribundo lo único que le puede dar cariño y amor. La madre Teresa recogía a los moribundos no para bautizarlos, sino para despedirlos de este mundo rodeándoles de amor humano, a través del que se vuelca sobre ellos el infinito amor de Dios. El funeral de cada uno sé hacia –y sé hace—según su religión. Y es que la Madre Teresa supo rezar el Padre Nuestro dando a ese NUESTRO toda la universalidad que Jesús le dio

2. – “No es de los nuestros”. Increíble estrechez de miras de un San Juan joven, el mismo Juan que, con Santiago, iba a pedir a Jesús que hiciera llover fuego del cielo sobre una aldea que no los recibe. Y la contestación de Jesús es magistral: “No sabéis de que espíritu sois”

No sabemos de qué espíritu somos cuando estrechamos las fronteras de la bondad y el amor a la estrechez de “los nuestros”, de nuestra Iglesia Católica. El Espíritu de Dios no es de nadie. Es libre de soplar donde quiera y sobre quien quiera. Ese Dios es un “nosotros” que significa “todos”. Padre Nuestro. Padre de Todos.

3. – Y cuando ese “nuestro” se empequeñece a la medida de un grupo sectario, que no admite otros credos, y que se emplea abiertamente o solapadamente todos los medios a su alcance para ahogar en el corazón de su Fe, ridiculizando a la Iglesia, o impidiéndole el desarrollo de esa Fe por la Educación, ese Padre Nuestro se muestra terrible: “a esos tales más les valiera ser arrojados al fondo del mar con una piedra de molino al cuello” Dios, Padre de todos, detesta ese “nuestro” sectario.

4. – Y cuando ese “nuestro” se reduce a un “mío” y solo “mío” y damos a los hermanos lo que es suyo. Esa riqueza amasada con pobreza ajena que se nos pudre en las manos y ese mal olor llega ante Dios Padre de Todos, que tiembla de ira como Señor de los Ejércitos. Dios, Padre de todos odia ese “mío” egoísta.

Y cuando por egoísmo las cosas se nos pegan a la piel, a la carne, al corazón, como están pegados los miembros del cuerpo a nosotros, nos dice Jesús que las arranquemos de nosotros aunque duela como arrancar un pie, una mano, un ojo. Y pegados a nosotros puede estar un amigo o una amiga; un vicio, un odio arraigado en el corazón.

José María Maruri S. J.

Luchamos por la misma causa

Con frecuencia, los cristianos no terminamos de superar una mentalidad de religión privilegiada que nos impide apreciar todo el bien que se promueve en ámbitos alejados de la fe. Casi inconscientemente tendemos a pensar que somos nosotros los únicos portadores de la verdad, y que el Espíritu de Dios solo actúa a través de nosotros.

Una falsa interpretación del mensaje de Jesús nos ha conducido a veces a identificar el reino de Dios con la Iglesia. Según esta concepción, el reino de Dios solo se realizaría dentro de la Iglesia, y crecería y se extendería en la medida en que crece y se extiende la Iglesia.

Y sin embargo no es así. El reino de Dios se extiende más allá de la institución eclesial. No crece solo entre los cristianos, sino entre todos aquellos hombres y mujeres de buena voluntad que hacen crecer en el mundo la fraternidad. Según Jesús, todo aquel que «echa demonios en su nombre» está evangelizando. Todo hombre, grupo o partido capaz de «echar demonios» de nuestra sociedad y de colaborar en la construcción de un mundo mejor está, de alguna manera, abriendo camino al reino de Dios.

Es fácil que también a nosotros, como a los discípulos, nos parezca que no son de los nuestros, porque no entran en nuestras iglesias ni asisten a nuestros cultos. Sin embargo, según Jesús, «el que no está contra nosotros está a favor nuestro».

Todos los que, de alguna manera, luchan por la causa del hombre están con nosotros. «Secretamente, quizá, pero realmente, no hay un solo combate por la justicia –por equívoco que sea su trasfondo político– que no esté silenciosamente en relación con el reino de Dios, aunque los cristianos no lo quieran saber. Donde se lucha por los humillados, los aplastados, los débiles, los abandonados, allí se combate en realidad con Dios por su reino, se sepa o no, él lo sabe» (Georges Crespy).

Los cristianos hemos de valorar con gozo todos los logros humanos, grandes o pequeños, y todos los triunfos de la justicia que se alcanzan en el campo político, económico o social, por modestos que nos puedan parecer. Los políticos que luchan por una sociedad más justa, los periodistas que se arriesgan por defender la verdad y la libertad, los obreros que logran una mayor solidaridad, los educadores que se desviven por educar para la responsabilidad, aunque no parezcan siempre ser de los nuestros, «están a favor nuestro», pues están trabajando por un mundo más humano.

Lejos de creernos portadores únicos de salvación, los cristianos hemos de acoger con gozo esa corriente de salvación que se abre camino en la historia de los hombres, no solo en la Iglesia, sino también junto a ella y más allá de sus instituciones. Dios está actuando en el mundo.

José Antonio Pagola