Comentario – Lunes XXVI de Tiempo Ordinario

(Mc 9, 46-50)

Este texto sobre los niños debe leerse en continuidad con lo que venía narrando el capítulo 9. En el versículo 43 vemos a la gente maravillada ante la «grandeza» de Dios que se manifestaba en los prodigios de Jesús. Luego Jesús anuncia que esa grandeza va a ser aparentemente opacada, porque se manifestará de otra manera en su muerte en manos de los hombres.

Jesús tenía la potencia de Dios, y sin embargo se hizo impotente en la pasión. Del mismo modo ahora, en este texto, nos invita a descubrir la grandeza de Dios en los más pequeños, los niños, para que lleguemos a la grandeza de Dios haciéndonos pequeños como un niño.

El evangelio nos invita así a recuperar la actitud de humilde confianza que caracteriza a los niños (Sal 131); el Reino de Dios debe ser recibido con esa confianza, propia del que sabe que solo no puede. Así como un niño que en los momentos de temor reclama sinceramente la presencia de su Padre, el corazón tocado por Dios ha renunciado a su autonomía, sabe que necesita del poder de Dios, que sin el Señor no tiene fuerza ni seguridad, que en él está la única verdadera fortaleza.

El discípulo, si quiere ser agradable a los ojos de Jesús, deberá hacerse pequeño como un niño y aparecer ante los demás con la sencillez de un pequeño. Presentándose a Dios con las manos vacías se dispone a ser llenado con la misericordia infinita del Padre que lo ama de verdad. Presentándose ante los demás con la sencillez de un niño, queda claro que el poder que se manifiesta en su vida pequeña no es suyo, sino del Padre que lo sostiene permanentemente.

Oración:

«Señor, ayúdame a depender de ti como un niño, liberado de la soberbia y de las falsas seguridades; ayúdame a descubrir que sólo en ti está mi fortaleza, que sin ti no puedo, que sólo en tu poder encuentro seguridad, que el primer lugar es tuyo y mi lugar está en tus brazos».

 

VÍCTOR M. FERNÁNDEZ
El Evangelio de cada día