Comentario – Domingo XXVII de Tiempo Ordinario

Los acercamientos de los fariseos a Jesús suelen ser casi siempre con intenciones aviesas. En esta ocasión le preguntan, pero no con intención de aprender, sino de ponerlo a prueba para tener después de qué acusarlo. Las pruebas son aquí zancadillas o intentos de cogerle en un renuncio o de desacreditarlo a los ojos del pueblo que le admiraba. La pregunta es: ¿Le es lícito a un hombre divorciarse de su mujer?

Los fariseos ya tenían respuesta a esta pregunta. A un hombre le era lícito divorciarse de su mujer siempre que hubiera causa justa o razón suficiente. Para unos esta causa podía ser el motivo más intrascendente (cualquier fallo o falta por leve que fuera); para otros, sólo un adulterio podía ser motivo de divorcio. Vivían, por tanto, bajo una legislación divorcista o que permitía el divorcio. Para ello podían ampararse en la ley de Moisés que permitía esta ruptura matrimonial dando acta de repudio a la mujer. A esta tradición se remiten cuando Jesús les pregunta: ¿Qué os ha mandado Moisés? Y Jesús reconoce la existencia de esta legislación y la justifica invocando una razón: Por vuestra terquedad dejó escrito Moisés este precepto.

Luego se trata de una permisión legal debida a la terquedad de los hombres de aquel tiempo, quizá para evitar males mayores. Pero al principio no fue así. Jesús se remite a una tradición anterior a la mosaica, una tradición que, a su entender, habría que recuperar. Al principio Dios los creó hombre y mujer. Por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne. De modo que ya no son dos, sino una sola carne. Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre.

Son textos del Génesis. Y Jesús se remite a esta Escritura como la tradición primigenia. Dios los creó hombre y mujer y, por tanto, distintos. Siendo los mismos huesos y la misma carne, sin embargo son sexualmente distintos, pero también complementarios. Aquí la diferencia distingue, pero no separa. Aquí la diferencia, por ser complementaria, une. Fueron creados hombre y mujer con miras a formar una unión de dos abierta a la vida, dos en una sola carne. Por eso, porque están naturalmente encaminados a esta unión, el hombre abandonará a su padre y a su madre para unirse a su mujer y formar con ella una sola carne.

Se abandona en cierto modo a la familia de procedencia para formar una nueva familia o una unión que sea el origen de una nueva familia. Porque la unidad de la carne tiene un inmediato fin procreador. Y aquí está el origen de la familia. Luego en la creación bisexuada del hombre y la mujer ya hay un designio divino de unión. Y como la unión sólo puede darse entre un hombre y una mujer concretos, hay que pensar que cuando se produce esa unión efectiva, Dios la quiere. Es decir, que Dios quiere la unión de ese hombre y esa mujer concretos en los que ha surgido el amor y la mutua atracción. Pues bien, lo que Dios quiere unido porque lo ha unido, que no lo separe el hombre. Separar lo que Dios quiere que sea una sola carne es romper una unión querida por Dios.

Pero ¿semejante voluntad cierra el camino a cualquier permisión como la de Moisés? Cuando esa unión se ve resquebrajada y se presenta como irrecuperable, ¿no habrá que aceptar con resignación este estado de hecho y, por tanto, la separación? ¿Se les puede negar a los separados la posibilidad de restablecer la unión con otra persona? Esas son las preguntas que nos seguimos haciendo hoy. Porque si permitimos a los separados restablecer la unión con otra persona, estamos dando por finalizada o invalidada la unión anterior. ¿No la ha destruido ya de hecho la separación?

Quizá estas y otras preguntas son las que llevan a los discípulos de Jesús a volver sobre el tema. Y su respuesta ahora es más comprometida y diáfana: Si uno se divorcia de su mujer y se casa con otra, comete adulterio contra la primera. Luego la mujer de la que uno se divorcia (o separa) para casarse con otra sigue siendo su mujer, hasta el punto de serla infiel, cometiendo adulterio, si se casa con otra.

Esta respuesta de Jesús no deja escapatoria. Atrás parece haber quedado el precepto de Moisés y su justificación. Ya ha dejado de comparecer la terquedad como motivo justificante del divorcio. En los nuevos tiempos la terquedad humana ya no parece ser razón suficiente para permitir el divorcio. Jesús, al remitirse a los orígenes, recupera en toda su radicalidad la pureza de esta unión constituida por el hombre y la mujer hasta poder hablar de una sola carne siendo dos: matrimonio monógamo e indisoluble.

Pero hoy, ante la avalancha de experiencias de fracaso, nos cuesta mucho admitir esta indisolubilidad, tanto que nos parece una intransigencia más de la Iglesia que se aferra al dictado de Cristo de manera poco flexible. Pero la Iglesia no es tan inflexible como pudiera parecer. También admite separaciones, aunque no admita divorcios; también concede anulaciones; también se apiada de esas personas que se encuentran en situación irregular. Lo que no puede hacer es invalidar una norma que surge de la entraña del mismo evangelio con su carga incuestionable de radicalidad.

El cristiano está constantemente invitado a vivir la radicalidad evangélica. Pero su fracaso en el intento o su pecado, incluido el de adulterio, no queda al margen de la misericordia del que perdonó a la mujer sorprendida en adulterio o del que pidió el perdón para los que le crucificaban. No, las exigencias evangélicas no son nunca obstáculo para el uso balsámico de la misericordia. Al contrario, es sobre los pecadores sobre los que se derrama más copiosamente.

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ-CID
Dr. en 
Teología Patrística

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I Vísperas – Domingo XXVII de Tiempo Ordinario

I VÍSPERAS

DOMINGO XXVII de TIEMPO ORDINARIO

INVOCACIÓN INICIAL

V/. Dios mío, ven en mi auxilio
R/. Señor, date prisa en socorrerme.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

HIMNO

Acuérdate de Jesucristo,
resucitado de entre los muertos.
Él es nuestra salvación,
nuestra gloria para siempre.

Si con él morimos, viviremos con él;
si con él sufrimos, reinaremos con él.

En él nuestras penas, en él nuestro gozo;
en él la esperanza, en él nuestro amor.

En él toda gracia, en él nuestra paz;
en él nuestra gloria, en él la salvación. Amén.

SALMO 112: ALABADO SEA EL NOMBRE DEL SEÑOR

Ant. De la salida del sol hasta su ocaso, alabado sea el nombre del Señor.

Alabad, siervos del Señor,
alabad el nombre del Señor.
Bendito sea el nombre del Señor,
ahora y por siempre:
de la salida del sol hasta su ocaso,
alabado sea el nombre del Señor.

El Señor se eleva sobre todos los pueblos,
su gloria sobre los cielos.
¿Quién como el Señor, Dios nuestro,
que se eleva en su trono
y se abaja para mirar
al cielo y a la tierra?

Levanta del polvo al desvalido,
alza de la basura al pobre,
para sentarlo con los príncipes,
los príncipes de su pueblo;
a la estéril le da un puesto en la casa,
como madre feliz de hijos.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. De la salida del sol hasta su ocaso, alabado sea el nombre del Señor.

SALMO 115: ACCIÓN DE GRACIAS EN EL TEMPLO

Ant. Alzaré la copa de la salvación, invocando el nombre del Señor.

Tenía fe, aun cuando dije:
«¡Qué desgraciado soy!»
Yo decía en mi apuro:
«Los hombres son unos mentirosos.»

¿Cómo pagaré al Señor
todo el bien que me ha hecho?
Alzaré la copa de la salvación,
invocando su nombre.
Cumpliré al Señor mis votos
en presencia de todo el pueblo.

Mucho le cuesta al Señor
la muerte de sus fieles.
Señor, yo soy tu siervo,
siervo tuyo, hijo de tu esclava:
rompiste mis cadenas.

Te ofreceré un sacrificio de alabanza,
invocando tu nombre, Señor.
Cumpliré al Señor mis votos
en presencia de todo el pueblo,
en el atrio de la casa del Señor,
en medio de ti, Jerusalén.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Alzaré la copa de la salvación, invocando el nombre del Señor.

CÁNTICO de FILIPENSES: CRISTO, SIERVO DE DIOS, EN SU MISTERIO PASCUAL

Ant. El Señor Jesús se rebajó, y por eso Dios lo levantó por los siglos de los siglos.

Cristo, a pesar de su condición divina,
no hizo alarde de su categoría de Dios;
al contrario, se despojó de su rango
y tomó la condición de esclavo,
pasando por uno de tantos.

Y así, actuando como un hombre cualquiera,
se rebajo hasta someterse incluso a la muerte,
y una muerte de cruz.

Por eso Dios lo levantó sobre todo
y le concedió el «Nombre-sobre-todo-nombre»;
en el cielo, en la tierra, en el abismo,
y toda lengua proclame:
Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. El Señor Jesús se rebajó, y por eso Dios lo levantó por los siglos de los siglos.

LECTURA: Hb 13, 20-21

Que el Dios de la paz, que hizo subir de entre los muertos al gran Pastor de las ovejas, nuestro Señor Jesús, en virtud de la sangre de la alianza eterna, os ponga a punto en todo bien, para que cumpláis su voluntad. Él realizará en nosotros lo que es de su agrado, por medio de Jesucristo; a él la gloria por los siglos de los siglos. Amén.

RESPONSORIO BREVE

R/ Cuántas son tus obras, Señor.
V/ Cuántas son tus obras, Señor.

R/ y todas las hiciste con sabiduría.
V/ Tus obras, Señor.

R/ Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
V/ Cuántas son tus obras, Señor.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. El hombre se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne. ¡Gran misterio es éste! Y yo lo refiero a Cristo y a la Iglesia.

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. El hombre se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne. ¡Gran misterio es éste! Y yo lo refiero a Cristo y a la Iglesia.

PRECES
Recordando la bondad de Cristo, que se compadeció del pueblo hambriento y obró en favor suyo los prodigios de su amor, digámosle con fe:

Muéstranos, Señor, tu amor.

Reconocemos, Señor, que todos los beneficios que hoy hemos recibido proceden de tu bondad;
— haz que no tornen a ti vacíos, sino que den fruto, con un corazón noble de nuestra parte.

Oh Cristo, luz y salvación de todos los pueblos, protege a los que dan testimonio de ti en el mundo
— y enciende en ellos el fuego de tu Espíritu.

Haz, Señor, que todos los hombres respeten la dignidad de sus hermanos,
— y que todos juntos edifiquemos un mundo cada vez más humano.

A ti, que eres el médico de las lamas y de los cuerpos,
— te pedimos que alivies a los enfermos y des la paz a los agonizantes, visitándolos con tu bondad.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

Dígnate agregar a los difuntos al número de tus escogidos,
— cuyos nombres están escritos en el libro de la vida.

Porque Jesús ha resucitado, todos somos hijos de Dios; por eso nos atrevemos a decir:
Padre nuestro…

ORACION

Dios todopoderoso y eterno, que con amor generoso desbordas los méritos y deseos de los que te suplican, derrama sobre nosotros tu misericordia, para que libres nuestra conciencia de toda inquietud y nos concedas aun aquello que no nos atrevemos a pedir. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Amén.

CONCLUSIÓN

V/. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R/. Amén.

Lectio Divina – Santos Ángeles Custodios

1.-Oración introductoria.

Señor, hoy en el día de los “ángeles custodios” vengo a pedirte que sepa ser siempre niño, como dice el evangelio. Que no me acostumbre a sentirme importante, que no pierda la sencillez, el encanto, la admiración, la sinceridad y las ganas de jugar. Que los santos ángeles custodien estas virtudes de niño necesarias para entrar en el Reino de los cielos.

2.- Lectura reposada del Evangelio. Mateo 18, 1-5. 10

En cierta ocasión, los discípulos se acercaron a Jesús y le preguntaron: «¿Quién es el más grande en el Reino de los cielos?» Jesús llamó a un niño, lo puso en medio de ellos y les dijo: «Yo os aseguro que, si no cambiáis y no hacéis como los niños, no entrareis en el Reino de los cielos. Así pues, quien se haga pequeño como este niño, ése es el más grande en el Reino de los cielos. Y el que reciba a un niño como éste en mi nombre, me recibe a mí. Cuidado con despreciar a uno de estos pequeños, porque yo les digo que sus ángeles, en el cielo, ven continuamente el rostro de mi Padre, que está en el cielo.

3.- Qué dice la Palabra de Dios.

Meditación-reflexión

En el capítulo 18, San Mateo nos propone algunos elementos esenciales de una comunidad cristiana. Y, lo primero para él es “hacerse niño”.   El niño se deja querer. De sus padres, de sus hermanos, de su familia y de todo el mundo. Dejarse querer, dejarse obsequiar, dejarse regalar por un Dios “Abbá” es lo más importante en nuestra vida cristiana. En el cristianismo ni siquiera el amar es lo primero, sino el dejarse amar. “En esto consiste el amor: en que Él nos amó primero” (1ª Jn. 4,10). El niño tiene capacidad de “sorpresa”. Va aprendiendo cada día y, ante todo lo que le supone una novedad, abre unos ojos como platos. Dios es “Misterio” y ante Él debemos caminar de “gracia en gracia” “de sorpresa en sorpresa”. El niño “no tiene “pasado” y por lo tanto “no tiene prejuicios” de la gente. Él cree que todos son sus “tatos” sus familiares. Y, sobre todo, el niño tiene una vida por delante. Lo suyo es “crecer” sin que haya nada que le detenga. En el mundo del espíritu hay que estar creciendo cada día. No cabe detenerse. Para entrar en el reino de los cielos, “hay que hacerse niño”.

Palabra del Papa.

En el Reino de Cristo, ser grande es ser pequeño

“Para entrar en el Reino de los cielos, hace falta un pasaporte: ser pequeño. Ésta es la identidad que nos distingue delante de Dios; la virtud que más nos acerca a Él. Una canción dice: “¿Qué tendrá lo pequeño, que a Dios tanto le agrada?” Cristo nos enseña en este Evangelio que ser pequeño significa volver a ser niño. Implica un cambio, recuperar cada día aquel tesoro que se va desgastando con los años…Un niño tiene las manos pequeñas. Todo le queda grande, todo le sobrepasa, en todas las sillas sus pies quedan colgando. Pero es feliz, aunque no tenga el control de todo. Más aún: su felicidad consiste en que no quiere controlarlo todo. El niño vive para recibir, para descubrir, para sorprenderse. La grandeza de un niño no está en su poder sobre cosas y personas; más bien él es libre de este deseo de gobernar su mundo. Y así como él encuentra su seguridad en papá y mamá, cada uno de nosotros cuenta con un Padre maravilloso, quien de verdad lo gobierna todo para nuestro bien. Cuando sentimos que nuestras manos son pequeñas, que no podemos agarrarlo todo y dirigir las circunstancias…ésta es la oportunidad para ser niños de nuevo, poniendo nuestra confianza en Dios”. (Homilía de S.S. Francisco, 4 de octubre de 2015).

4.- Qué me dice hoy a mí esta palabra que acabo de meditar. (Guardo silencio)

5.-Propósito:

Hoy seré feliz sabiendo que tengo a Dios por padre y, con una actitud de niño, procuraré hacer feliz a ese Padre procurando hacer felices a los hermanos con quienes me encuentre en el camino.

6.- Dios me ha hablado hoy a mí a través de su Palabra. Y ahora yo le respondo con mi oración. Gracias, Dios mío, por haber descubierto las hermosas cualidades de los niños. Yo quiero ser niño, quiero vivir feliz en dependencia gozosa con mi Padre Dios. Quiero mirar a las personas sin prejuicios, como a hermanos míos. Quiero vivir estrenando la vida sin que ésta se haga vieja por los años. Y quiero que la muerte me sorprenda “creciendo”.

Lo que Dios ha unido

1.- «El Señor Dios se dijo: No está bien que el hombre esté solo; voy a hacerle alguien como él que le ayude» (Gn 2, 18) Dios está preocupado. Adán se siente solo. Aquel mundo maravilloso que le circunda es demasiado grande para él, demasiado bello para no comunicar con alguien los hondos sentimientos que su contemplación provoca. Las aguas azules, los verdes valles, las rojas alboradas, la blanca nube. Mil matices de colores que despiertan los deseos de cantar, de derramar hacia fuera el torrente de gozo que hay dentro.

Dios estaba preocupado porque Adán sentía solo. Así de sencillo, y así de misterioso. Este relato, cargado de antropomorfismo, nos presenta en su lenguaje popular la maravillosa preocupación de Dios por ese hombre de barro recién hecho, con los ojos apenas abiertos a la luz del día. Todo se lo entrega. Por eso el hombre nominó a todos los animales domésticos, a los pájaros del cielo y a las bestias del campo, pues poner el nombre equivale a tomar posesión de aquel mundo vivo que canta y que ruge, que lucha y que goza. La fuerza, la agilidad, la piel suave, los ojos profundos. Animales grandes y pequeños. Todos bajo el dominio de Adán… Pero el hombre seguía triste, con la soledad pintada en su mirada perdida. Y Dios sigue preocupado por él.

«Entonces el Señor Dios dejó caer sobre el hombre un letargo, y el hombre se durmió» (Gn 2, 21) El sueño de Adán. Eso será la mujer. La imaginación del primer hombre vuela por las regiones lejanas e imprecisas de los sueños. Por el misterio del subconsciente el hombre vaga flotando sobre las cosas, buscando entre aquella selva exótica algo que llene su corazón vacío. Y de pronto, al despertar, ella, la primera mujer, está allí. Y Adán exclama entusiasmado: Esta sí que es carne de mi carne… El primer piropo ha florecido en el aire limpio de la mañana. Adán se ha enamorado, Dios ha creado el amor humano, fiel reflejo del divino. Ahora tiene el hombre lo que le faltaba para asemejarse más a Dios: el amor.

Los dos serán una misma carne, una vinculación íntima e irrompible ata dulcemente al hombre y a la mujer. Adán ya no está solo, los ojos le brillan otra vez con el color de la alegría. Sí, es maravilloso amar… Y después todo se viene abajo. Y el amor se rompe y la carne que debía ser una, se desgarra. El pecado lo manchó todo, lo arruinó. El pecado es el único obstáculo que impide y recorta la grandeza del amor, lo único que envenena la dulzura del cariño para convertirlo en la amargura del odio… Líbranos, Señor, del pecado. Haz que nuevamente el hombre descubra la belleza del auténtico amor.

2.- «Dichoso el que teme al Señor, y sigue sus caminos» (Sal 127, 1) Es muy frecuente en la Biblia, el libro de Dios, encontrar estas exclamaciones gozosas, bienaventuranzas que aseguran la dicha y la felicidad de quienes temen al Señor y le son fieles. Jesús, Señor nuestro, dirá lo mismo de los pobres de espíritu, de los mansos, de los que lloran, de los que tienen hambre y sed de justicia, de los misericordiosos, de los limpios de corazón, de los que luchan por la paz, de los que padecen persecución por la justicia…

Todos, Señor, queremos ser felices. Todos anhelamos la paz del espíritu, el gozo del corazón, la salud de nuestra alma y de nuestro cuerpo, la tranquilidad de conciencia. Señor, Dios mío, todos ansiamos tener satisfechos nuestros más íntimos deseos de felicidad. Haz, por tanto, que resuenen en lo más hondo de nuestro ser tus cálidas palabras; haz que encuentren eco en nuestra conducta y que seamos consecuentes con lo que nos dices. Que te creamos, aunque no lo entendamos, cuando nos hablas del modo de ser felices, del camino de la dicha. Ojalá abandonemos nuestras humanas soluciones, siempre falaces y engañosas, y sigamos el camino que nos indicas. Ayúdanos Tú, Señor, ayúdanos a hacerte caso, porque sólo así encontraremos esa felicidad que tanto soñamos.

«Comerás del fruto de tu trabajo» (Sal 127, 2) Sigamos escuchando lo que nos dice el Señor. Quién sabe si con su ayuda conseguiremos atinar con ese maravilloso camino de la dicha, ser para siempre felices: si sigues el camino que Dios te señala, comerás del fruto de tu trabajo, serás dichoso, te irá bien. Tu mujer será como parra fecunda, en medio de tu casa; tus hijos serán, como renuevos de olivo, alrededor de tu mesa. Esta es la bendición para el hombre que teme al Señor: Que el Señor te bendiga desde Sión, que veas la prosperidad de Jerusalén todos los días de tu vida… que veas a los hijos de tus hijos.

Qué ciegos somos, Dios mío, qué ciegos y qué torpes, qué tozudos para seguir nuestros propios caminos, placenteros a primera vista pero tortuosos y tristes al fin. Qué pena, Señor, qué pena: Que Tú nos quieras dichosos y nos indiques el mejor modo para serlo, mientras que nosotros no te hacemos apenas caso y nos empeñamos en ser felices a nuestro modo y manera, aunque por ese camino no llegaremos nunca a serlo… Vamos a rectificar, ahora que es todavía posible, ahora que aún estamos a tiempo. Dejemos de seguir nuestros oscuros caminos y emprendamos la marcha hacia la dicha por los caminos luminosos de Dios.

3.- «Así, por la gracia de Dios, ha padecido la muerte para bien de todos» (Hb 2, 9) El Verbo de Dios, el Hijo del Altísimo, descendió de su excelso trono, bajó desde la grandeza inconmensurable de su condición divina, y llegó hasta el valle de los hombres, como uno más entre ellos, como el más sencillo, como el más pobre de los nacidos de mujer. Luego, cuando llegó la hora de dejar la tierra, emprendió el camino extraño que pasaba por el Gólgota, el camino de la Cruz. Pasión y Muerte, dolor y tragedia como nunca se vio.

Por eso lo contemplamos ahora coronado de gloria y honor, sentado a la derecha del Padre. Y lo que parecía una muerte inconcebible, no era otra cosa que el alto precio de la más grande victoria. Así, por amor de Dios, Cristo ha padecido la muerte para bien de todos. El Señor, sigue diciendo el texto sacro, para quien y por quien existe todo, juzgó conveniente, para llevar a una multitud de hijos a la gloria, perfeccionar y consagrar con sufrimientos al guía de su salvación. Son planes sublimes que no caben en nuestra pequeña inteligencia de animales racionales. Planes que, sin embargo, hemos de aceptar plenamente, persuadidos de que son los que nos salvarán.

«Por eso no se avergüenza de llamarlos hermanos» (Hb 2, 11) Jesús pasó entre los hombres como uno más. Él probó en su propia carne el dolor y el sufrimiento, esa enorme miseria de que es capaz la naturaleza humana. Todo lo probó menos el pecado. Cuánta amargura puede encerrarse en el corazón humano: pues toda esa amargura llenó el corazón de Cristo.

Por eso no se avergüenza de llamarnos hermanos. En efecto, Cristo puede mirar con infinita compasión el sufrir de los hombres. Por eso nosotros, al sentirnos mirados por sus divinos ojos, nos sabemos comprendidos, nos llenamos de consuelo y de fortaleza.

Cristo, Dios perfecto, hombre perfecto, hermano nuestro. Hermano mayor que sufrió por nosotros una muerte horrible, desnudo sobre una pobre cruz. Hermano mayor que fue coronado con el poder y la gloria en el Reino definitivo de Dios. Hermano mayor que nos anima en nuestro dolor y en nuestro trabajo, mostrándonos con su propia glorificación el estado definitivo de los que no se dejan vencer por el cansancio.

4.- «¿Le es lícito a un hombre divorciarse de su mujer?» (Mc 10, 2) Siempre hubo problemas en la vida matrimonial. Sencillamente porque siempre falló el corazón humano, tan voluble y egoísta a veces. Ante esta dificultad hubo quienes pensaron que lo mejor era cortar por lo sano, olvidando que lo que Dios ha unido no lo debe separar el hombre. Sin tener en cuenta, además, que la solución de cortar por lo sano, destruye todo posible rescoldo de amor en vez de alentarlo, corroe la vida familiar privándola de la capacidad de abnegación y de olvido de sí mismo, en favor de los demás, en especial en favor de los hijos.

San Marcos nos refiere con sencillez y brevedad el episodio de los fariseos que preguntan al Señor si le es lícito a un hombre divorciarse de su mujer. Según el libro del Deuteronomio, uno podía dar el libelo de repudio a su mujer y casarse con otra. Jesús reconoce esta situación, pero la considera como una concesión provisoria a la terquedad de los israelitas. En realidad ese pasaje no permitía el divorcio. Simplemente tenía presente la costumbre introducida por algunos y procuraba imponer unas reglas para evitar mayores abusos. Es decir, ese texto de Dt 24, 1-4 está contra el divorcio, a pesar de que lo tolera.

Pero aun admitiendo otro sentido a ese pasaje veterotestamentario, Jesús lo deroga con claridad y recurre a la originalidad de lo primigenio, a la voluntad primera de Dios que determinó que el hombre se uniera para siempre a la mujer, con un nudo que sólo la muerte podría romper. «Lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre». Es una sentencia tan concisa y clara que no es posible admitir componendas.

Jesús reconoce la dificultad que su doctrina entraña para que pueda ser entendida y aceptada sin más por el hombre. Pero él no echa marcha atrás y mantiene sus exigencias de amor supremo y siempre fiel. Decir otra cosa es tergiversar la palabra de Dios; aguar, por así decir, el vino fuerte y oloroso del Evangelio. Es cierto que, según el paralelo de San Mateo, Jesús alude a una posible excepción aparente, al caso llamado en el original griego «porneia». Pero la interpretación correcta de esa palabra la considera equivalente a matrimonios concubinarios o amancebamientos. En esos casos de uniones no matrimoniales, es posible la separación. Excluye, por tanto, todo matiz suavizante a la doctrina claramente enunciada en San Lucas y en San Marcos por el Señor. Así, pues, una vez que se da un verdadero matrimonio, éste es indisoluble.

Antonio García Moreno

Comentario – Sábado XXVI de Tiempo Ordinario

(Lc 10, 17-24)

Los discípulos se alegran porque los espíritus del mal se someten cuando invocan el nombre del Maestro. Se sienten poderosos. Pero Jesús les advierte que no pongan su mayor alegría en ese poder que han recibido, sino en las realidades celestiales que se les han prometido.

La alegría es un tema típico del evangelio de Lucas, desde la anunciación hasta la Pascua, pasando por una especie de caravana de gente gozosa, entre los que se destaca María, que «se estremecía de gozo en Dios su salvador».

Pero aquí es Jesús el que se llena de alegría; no una alegría mundana, o una euforia psicológica, sino el gozo que procede del Espíritu Santo.

El motivo de la alegría de Jesús es muy particular. Jesús se alegraba contemplando cómo los más pequeños y sencillos recibían la buena noticia y captaban los misterios más profundos del amor de Dios.

Y Jesús se goza porque es su Padre amado el que manifiesta a los sencillos las cosas que permanecen ocultas para los sabios de este mundo.

Todo el evangelio de Lucas es también un testimonio permanente de esta predilección del Padre y de Jesús por los pequeños, los olvidados, los despreciados de la sociedad, pero que albergan en su sencillez un tesoro divino.

Jesús es el que manifiesta esa misteriosa revelación, porque sólo él conoce íntimamente al Padre y puede revelar sus misterios.

Oración:

«Señor Jesús, que te alegrabas con los pobres, dame la gracia de contarme entre los simples de corazón, para que pueda recibir tu Palabra con docilidad y con gozo, para que no me resista a tu acción salvadora, aferrándome a las seguridades del mundo».

VÍCTOR M. FERNÁNDEZ
El Evangelio de cada día

El designio de Dios

1. El gran riesgo de la reflexión cristiana sobre las lecturas de este domingo es el de tomarlas aisladamente, cada uno de ellas tres por un lado, sin advertir el vinculo que las une, las clarifica mutuamente y las sitúa en el marco del designio de Dios.

La lectura con un mensaje más radical es la primera, tomada del Libro del Génesis. A través de unos antiguos mitos, que la Sagrada Escritura hace suyos en su relato formal, se nos aporta una lección de antropología. El hombre y la mujer son ya, desde los orígenes, una sola carne. Este “ser una sola carne” corresponde a su esencia más personal e intransferible.

El hombre se realiza en la relación con su prójimo. El “yo” de cada cual surge en el diálogo con el “tu” de los otros. No hay verdaderamente persona humana hasta el momento en que se entabla una relación de igualdad, libertad y responsabilidad con el prójimo. Ese “no está bien que el hombre esté solo; voy a hacerle alguien como él que le ayude” es un principio básico del pensamiento bíblico y, por ello, del pensamiento cristiano. En la comunión con los demás, el hombre camina hacia su plena realización.

2.- Sobre este telón de fondo se establece el criterio bíblico y cristiano acerca del matrimonio. En la unión matrimonial se condensa el diálogo comunitario de dos personas y los hijos, fruto del matrimonio, expresan toda la creatividad de dicha comunión. Nada hoy de más radical comunión interpersonal que la unión matrimonial y, por ello, el horizonte a que ha de tender, como ideal supremo, la unión del matrimonio es a su permanencia de por vida.

En la palabra de Jesús no hay una descalificación absoluta e incondicionada de la legislación mosaica; hay una superación de la misma y la proposición de la indisolubilidad del dialogo y vinculo matrimonial como meta cimera de toda realización plenamente humana. ¿Extrañará, según esto, que el pensamiento cristiano no propugne en modo alguno el divorcio, lo considere como un mal en si mismo y que sólo se avenga a su introducción en el campo de la legislación civil como salida de emergencia a mal menor entre otros males mayores?

La Iglesia, en seguimiento de cristo, ha de cuestionar proponiendo la indisolubilidad del matrimonio como expresión y cumplimiento del diálogo interpersonal que realiza al hombre y a la mujer. Y los creyentes en Jesús, adheridos a su mensaje, se comprometen a perseguir ese ideal en el sacramento del matrimonio.

3.- ¿Que es dura esta página del mensaje? ¿Que es exigente este ideal cristiano? Muy oportunamente se nos convoca hoy a reflexionar un texto magnifico de la Carta a los Hebreos. “Dios juzgó conveniente, para llevar a una multitud de hijos a la gloria, perfeccionar y consagrar con sufrimientos al guía de su salvación”. Estamos con este texto ante una dialéctica tan propia del mensaje cristiano. La “entrega” de Jesús es un símbolo, o mejor aún, el arquetipo de toda entrega conyugal; En lugar de la mujer aparece la humanidad entera, a la que cristo se une y se mantiene fiel.

A la plenitud de la vida se llega por la senda de la muerte; a la mañana de la Resurrección, por la subida al patíbulo de la Cruz. La realización del hombre entraña dolor y sufrimiento, como toda generación. El hombre de hoy intenta olvidarlo; pero de la evasión no puede surgir el encuentro con uno mismo y con la realidad, y la opción por lo más fácil, por lo más cómodo, por el dejarse llevar, jamás dará a luz una personalidad estable, cumplida, reconciliada consigo misma…

4.- A los matrimonios cristianos, estables e indisolubles, se les confía el dar testimonio de que es posible la comunión matrimonial y de que ésta es hacedora de alegría, de plenitud, de gozo, de creatividad para sus componentes y para la convivencia social. Quienes –como hoy ocurre– se mofan de este ideal cristiano, no saben que están debilitando uno de los pilares más firmes de la armonía social y cegando una de las fuentes más claras de la realización personal. Deberían tener la valentía de reconocer que el divorcio, aún en la hipótesis de que así haya de aceptarlo el legislador en unas circunstancias concretas de la sociedad contemporánea, es siempre fruto de una equivocación o de una frustración anterior.

Antonio Díaz Tortajada

¿Para siempre? ¡Sí! ¡Puede ser!

1.- Esta semana, un rotativo, se hacía eco de una encuesta realizada a nivel nacional: más del 50% de los jóvenes no piensan, en principio, en optar por el camino del matrimonio. Otros tantos, cuando lo inician, “piensan” (entre comillas) que, siempre hay una puerta abierta (la separación o el divorcio). La sociedad nos está habituando a la eventualidad en todo, de tal forma, que hasta el amor parece ser ya capricho del momento y, según algunos, si no hay placer… ¡eso no es amor! O sin placer ¡Para qué compartir una vida con otra persona! ¿Es bueno?

Desde luego que no. El equilibrio de una sociedad, su paz, su bienestar, depende –en gran parte- de la serenidad y de la salud de sus componentes. Y, Jesús, en el Evangelio nos dice que el amor, si se cuida, no se apagará nunca y, además, contará con la bendición de Dios. ¿Por qué tanto fracaso? ¿Por qué tantas dudas? ¿Por qué tantas rupturas? ¿Por qué tantos miedos a unirse, cuando sabemos, que en la unión está la fuente de la felicidad y la cuna de la fuerza? Las razones son variadas y de muy diversa índole pero, un matrimonio, no es sólo un simple vínculo jurídico: ha de estar soldado y garantizado por el amor. Exclusivamente por el amor. Si falla ese eslabón, se rompe la cadena. Lo demás puede quedar sostenido en el puro y simple artificio.

Pero es que, cuando las cosas no van bien, cuando falla el amor, desde la fe, Jesús nos invita a comenzar a amar. A intentarlo.

2.- En el mundo, el evangelio de hoy, escandaliza, molesta y, algunos, puede que hasta se sonrían. Pero, para el que cree, le aporta una fuerza superior que le empuja a buscar razones para el encuentro, para el perdón, para comenzar de nuevo.

La fidelidad, entre otras cosas, implica no ceder a la primera de cambio, no ahogarnos con la primera ola que viene de frente, no hundirnos en el maremoto de las pequeñas discusiones de cada día.

Nunca como hoy, el amor ha sido tan expresado, ninguneado, cantado, celebrado o televisado. Pero ¿Es auténtico amor? ¿Es amor llevado hasta las últimas consecuencias? ¿Es amor de corazón o amor de pantalla? ¿Es amor de escaparate o amor que busca el bien del otro? ¿Es amor que se da o cuento que se vende?

En un programa televisivo, el listo de turno, afirmaba “cuando una persona ha quedado decepcionada de la otra, lo mejor es irse cada uno por su camino”. A las personas las tenemos que querer con su lado claro y con su vértice oscuro, con su sonrisa en la boca y con su temperamento escondido, con su mirada nítida y con sus pensamientos ocultos. Vivir de espaldas o, marcharse por el foro, no es amor: es oportunismo.

No podemos caer en el error de pensar que amor es igual a contrato temporal con una persona. Dios, que es la fuente del amor, nos pide que miremos un poco más allá; un poco más al fondo de las cosas; que hagamos un esfuerzo por amar un poco más al otro y que nos centremos un poco menos en nosotros mismos. Ya sé que, todo esto, a muchos les sonará a chino, rancio, sacrificado o que, incluso a otros, les parecerá un imposible. Pero, los imposibles, también están para los cristianos.

3.- No es bueno, entender el amor o el matrimonio, como aquel amigo que, después de jugar durante una temporada con otro amigo, se cansó de corretear con él porque ya no le divertía y lo abandonó. El amor no es un juego ni, los amantes, son juguetes. Ni el matrimonio es un viaje en busca de placer. Dios reconoció que a su gran obra le faltaba algo. Que al hombre le faltaba una compañera.

No sé por qué me da que, también al mundo, a la sociedad…también le falta “algo” el amor auténtico, fiel, dialogado, recíproco y transparente. ¡Lo que necesitas es amor! (pregonaba un programa televisivo) y, en el fondo es así, el mundo es mendigo de amor.

4.- ¡PARA SIEMPRE, SEÑOR!

Aunque me digan que es imposible… para siempre, Señor
Aunque me digan necio… para siempre, Señor
Aunque me confundan… para siempre, Señor
Aunque sobrecojan las dudas… para siempre, Señor
Aunque pensé en otra cosa…para siempre, Señor
Aunque me cueste amar… para siempre, Señor
Aunque lo vea difícil… para siempre, Señor
Aunque se oscurezca el horizonte… para siempre, Señor
Aunque no encuentre lo que busque… para siempre, Señor
Sí, amigo y Señor;

Haz que, mi amor, sea ¡para siempre!
Y haz que, mi amor, sea un amor divino
Un amor que brota en el cielo y se rompe cuando toca la tierra
Un amor que perdona las veces que haga falta
Un amor que no es un juego sino una vida
Un amor que no es un capricho y sí bien vivido
Un amor que, cuanto más se da, más crece
Un amor que, cuanto más de ofrece, más devuelve
Un amor que, cuanto más se cuida, se convierte en un gran gigante
Sí, amigo y Señor;

Sigue bendiciendo mi casa, mi matrimonio y mi familia
Para que nunca falte la luz que clarifique la oscuridad
Ni el viento que disipe la tormenta
Ni el amor que todo lo comprende y lo soluciona
Y, cuando me asolen los intentos de lapidarlo,
Sal a mi encuentro, Señor,
Para que comprenda, una vez más, que sin amor,
La vida no merece la pena ser vivida.

Javier Leoz

Cuidar el amor

1.- La unión del hombre y la mujer ha sido bendecida y santificada por Dios. Uno, en su sano juicio, no suele provocar daño a su propio cuerpo. En el matrimonio, tanto el hombre como la mujer «son una sola carne» y, por tanto, busca siempre el uno la felicidad del otro. Ya no se preguntará si «yo soy feliz», sino si «estoy haciendo feliz al otro». Porque en la medida en que el esposo haga feliz a su mujer, será también él feliz y viceversa.

2.- En el matrimonio hay un compromiso de amar para siempre, pero para que esto sea posible «hay que cuidar el amor» como cuidamos de una planta para que no se seque. Y sólo se cuida el amor cuando se dedica el tiempo necesario al otro, cuando se es capaz de renunciar a uno mismo en favor del otro, cuando el diálogo y la tolerancia tienen cabida dentro del hogar. Pregunté a un matrimonio en la celebración de sus bodas de oro cuál era el secreto de que se quisieran tanto y me respondieron al unísono: «comprensión, mucha comprensión. Comprender al otro es ponerse en su lugar, es ser capaz de sufrir y alegrarse cuando el otro sufre o se alegra, igual que todo nuestro cuerpo sufre cuando le duele un miembro. Amar de verdad es ser capaz de decir «lo siento» y «te perdono», igual que se dice «te quiero».

3.- El proyecto de amor según Dios exige permanencia y tiene ansias de plenitud y para siempre, «hasta que la muerte nos separe». Pero la realidad es que este ideal no se puede vivir por diversas razones. En este caso la Iglesia debe ser acogedora. Así lo manifestó el anterior Pontífice, el Papa Juan Pablo II en el III Encuentro Mundial de las Familias: «Ante tantas familias rotas, la Iglesia no se siente llamada a expresar un juicio severo e indiferente, sino más bien a iluminar los diversos dramas humanos a la luz de la Palabra de Dios, acompañada del testimonio de su misericordia. Con este espíritu, la pastoral familiar trata de aliviar también estas situaciones de los creyentes que se han divorciado y vuelto a casar civilmente. No están excluidos de la comunidad; al contrario, están invitados a participar en su vida, recorriendo un camino de crecimiento en el espíritu de las exigencias evangélicas»

José María Martín OSA

Antes de separarse

Hoy se habla cada vez menos de fidelidad. Basta escuchar ciertas conversaciones para constatar un clima muy diferente: «Hemos pasado las vacaciones cada uno por su cuenta», «mi esposo tiene un ligue, me costó aceptarlo, pero ¿qué podía hacer?», «es que sola con mi marido me aburro».

Algunas parejas consideran que el amor es algo espontáneo. Si brota y permanece vivo, todo va bien. Si se enfría y desaparece, la convivencia resulta intolerable. Entonces lo mejor es separarse «de manera civilizada».

No todos reaccionan así. Hay parejas que se dan cuenta de que ya no se aman, pero siguen juntos, sin que puedan explicarse exactamente por qué. Solo se preguntan hasta cuándo podrá durar esa situación. Hay también quienes han encontrado un amor fuera de su matrimonio y se sienten tan atraídos por esa nueva relación que no quieren renunciar a ella. No quieren perderse nada, ni su matrimonio ni ese amor extramatrimonial.

Las situaciones son muchas y, con frecuencia, muy dolorosas. Mujeres que lloran en secreto su abandono y humillación. Esposos que se aburren en una relación insoportable. Niños tristes que sufren el desamor de sus padres.

Estas parejas no necesitan una «receta» para salir de su situación. Sería demasiado fácil. Lo primero que les podemos ofrecer es respeto, escucha discreta, aliento para vivir y, tal vez, una palabra lúcida de orientación. Sin embargo, puede ser oportuno recordar algunos pasos fundamentales que siempre es necesario dar.

Lo primero es no renunciar al diálogo. Hay que esclarecer la relación. Desvelar con sinceridad lo que siente y vive cada uno. Tratar de entender lo que se oculta tras ese malestar creciente. Descubrir lo que no funciona. Poner nombre a tantos agravios mutuos que se han ido acumulando sin ser nunca elucidados.

Pero el diálogo no basta. Ciertas crisis no se resuelven sin generosidad y espíritu de nobleza. Si cada uno se encierra en una postura de egoísmo mezquino, el conflicto se agrava, los ánimos se crispan y lo que un día fue amor se puede convertir en odio secreto y mutua agresividad.

Hay que recordar también que el amor se vive en la vida ordinaria y repetida de lo cotidiano. Cada día vivido juntos, cada alegría y cada sufrimiento compartidos, cada problema vivido en pareja, dan consistencia real al amor. La frase de Jesús: «Lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre», tiene sus exigencias mucho antes de que llegue la ruptura, pues las parejas se van separando poco a poco, en la vida de cada día.

José Antonio Pagola

Comentario al evangelio – Santos Ángeles Custodios

Hoy celebramos la fiesta de los Santos Ángeles Custodios.

En este día la liturgia nos propone tres textos vinculados entre sí con el motivo de los ángeles. Puede verse al respecto la reflexión que hacíamos el miércoles día 29.

La primera lectura está tomada del libro del Éxodo. Son unas palabras que el Señor dirige a su pueblo como promesa de que no sucumbirá ante sus enemigos. Estas palabras se encuentran en el libro junto con gran cantidad de prescripciones, y su función es la de unir el cumplimiento de los mandamientos a la certeza de la conquista de la tierra prometida.

Los creyentes del siglo XXI deberíamos tener ya superada esta lógica a partir de nuestra experiencia de la misericordia divina. Tal vez, la clave para la interpretación de las lecturas de este día, se encuentre siguiendo el orden inverso. Veamos:

  • Evangelio y Salmo Responsorial: El más importante en el Reino de los cielos es, para San Mateo, el que se haga como un niño (recordemos que los niños son un grupo de personas despreciado en tiempos antiguos en Israel). Muy parecida es la convicción del salmista que se sabe al amparo del Altísmo.
  • Primera lectura: la obediencia al ángel (y a los mandamientos que se encuentran en torno a estos versículos en el libro del Éxodo) hará posible el triunfo sobre los enemigos.

Nuestras vidas están en manos de Dios. La tarea será reconocerlo como nuestro Señor y guía.