Anda, vende lo que tienes, dáselo a los pobres

¿El objetivo prioritario de la fe cristiana es hacer buena a la gente? No lo es. Pueden ser buenas personas tanto los creyentes de cualquier religión como los que no profesan ninguna.

El evangelio proclamado este domingo nos acaba de señalar la novedad de la fe cristiana. La fe es una experiencia personal, encuentro y seguimiento de Jesús en quien el discípulo deposita toda su confianza. No es suficiente ser bueno para ser cristiano. Jesús invita a ir más allá de la bondad. Invita a una relación de amistad con El. Amistad que se va profundizando a lo largo de la vida y que ofrece criterios para cultivar tanto la relación filial con Dios como la relación fraternal y solidaria con los demás seres humanos. En esta impactante escena, tanto el “joven” rico  como Jesús han pasado de la alegría a la decepción. El joven por sentirse incapaz de abandonar sus seguridades y Jesús por haber recibido una vez más, una respuesta negativa por parte del joven que representa esa parte enorme de la humanidad de ayer y de hoy que sigue confiando su futuro y su felicidad a las riquezas, al tener y poseer. “¡Qué difícil les es entrar en el Reino de Dios a los que ponen su confianza en el dinero!”.

No es de extrañar la reacción de los apóstoles. También nosotros hoy pensamos que sin dinero o seguridades, no podemos hacer demasiado. Pero Jesús estaba interesado en enseñar que la salvación, la felicidad, el futuro del hombre, no está garantizado sólo por la economía, las posesiones o las riquezas. Todo eso tiene su sentido cuando se distribuyen equitativamente. Jesús no condena la riqueza ni al rico, sino la acumulación de las mismas en manos de unos pocos. Entre cristianos esa acumulación desproporcionada es un grave pecado. El tesoro en el cielo se adquiere con la generosidad, la solidaridad, la justicia. Compartir con los empobrecidos es compartir con el mismo Dios.  Jesús hizo reflexionar al joven rico, quien cayó en la cuenta sobre en quién había puesto su confianza y comprometido su futuro y felicidad: en acumular dinero. ¿En qué la ponemos nosotros? Jesús le proponía un horizonte nuevo: entrar en el plan de Dios, asumir la libertad de los hijos de Dios, una libertad de espíritu que no se deja comprar por nada, y se encarna en la fraternidad que nos hace a cada cual corresponsables de la felicidad de los otros.

En la estela del magisterio del último concilio, la Iglesia y todos nosotros somos invitados a hacer nuestra esta actitud de diálogo entre Jesús y el joven rico. Jesús asumió los anhelos de aquel hombre, su euforia inicial y también su cerrazón.  Como parte de la Iglesia, nuestra comunidad cristiana también asume los gozos y esperanzas, las tristezas y angustias de los hombres y mujeres de nuestro tiempo, sobre todo de los empobrecidos, los vulnerables y de cuantos sufren todavía las consecuencias de la pandemia. Porque nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en nuestro corazón. Al corazón de cada uno de nosotros se dirigen las palabras de Cristo, para que cada cual responda: “Vende lo que tienes, y luego sígueme”. A quien tome en serio estas palabras, le digo por propia experiencia, que también comprobará cómo se cumple la promesa del Señor: “Os aseguro que quien deja casa, hermanos o hermanas, o madre o padre, o hijos o tierras, por mí y el Evangelio, recibirá ahora, en este tiempo, cien veces más  casas y hermanos y hermanas y madres e hijos y tierras, con persecuciones- y en la edad futura vida eterna”.

Fray Xabier Gómez García O.P.

Comentario – Lunes XXVII de Tiempo Ordinario

(Lc 10, 25-37)

Un doctor de la Ley preguntó a Jesús qué debía hacer para alcanzar la vida eterna. Pero en realidad no era una pregunta sincera, ya que los doctores de la Ley y los fariseos sólo hacían preguntas para descubrir a Jesús en algún error o para poder acusarlo de algo. Por eso Jesús le devuelve la pregunta. El doctor de la Ley sabía cuál era la respuesta porque había estudiado la Palabra de Dios y las tradiciones judías, y no ignoraba que todo se resume en el amor a Dios y al prójimo. Pero para no quedar en ridículo por haber pedido una respuesta que era obvia, el doctor le pide a Jesús una precisión: ¿quién es mi prójimo? Y lo que estaba preguntando era si había que considerar prójimo a cualquiera o sólo a los miembros de pueblo judío. Jesús, después de poner el ejemplo del hombre herido y abandonado, pregunta: ¿quién se portó como prójimo de ese hombre?, o sea ¿quién se comportó como amigo de ese hombre? El doctor debió reconocer que el que se portó como un amigo del judío herido fue un samaritano, que para un judío era un ser despreciable. Y para rematar todo, Jesús le pide al doctor de la Ley que siga el ejemplo de ese samaritano y haga lo mismo. De esta manera, Jesús desarma la mente, las seguridades y las convicciones del doctor. Era como si le dijera: No te preguntes tanto por la interpretación de la Ley de Dios. Lo que Dios te pide es que actúes como amigo de cualquier ser humano, también con los que son de otra raza, y también con los samaritanos que te resultan despreciables. Reaccionar ante el dolor de cualquier ser humano como cuando uno reacciona ante el dolor de un amigo. Eso es lo que tu Dios espera de ti.

El doctor de la Ley, que explicaba la Ley de Dios a los demás, y se preocupaba por la teoría, tiene que escuchar a Jesús que le dice: «Actúa, ama, reacciona como ese samaritano, que fue capaz de servir al otro espontáneamente sin pregunta nada. Eso es lo que tu necesitas para alcanzar la vida eterna».

Oración:

«Señor, yo que estoy pendiente de mí mismo, preocupado por tantas cosas de mi propia vida, no soy capaz de reaccionar espontáneamente cuando alguien necesita mi ayuda. Necesito el impulso de tu amor que me arranque de mi egoísmo. No permitas que me haga tantas preguntas Señor, ayúdame a reaccionar con amor».

VÍCTOR M. FERNÁNDEZ
El Evangelio de cada día

Lectio Divina – Lunes XXVII de Tiempo Ordinario

(Lc 10, 25-37)

Un doctor de la Ley preguntó a Jesús qué debía hacer para alcanzar la vida eterna. Pero en realidad no era una pregunta sincera, ya que los doctores de la Ley y los fariseos sólo hacían preguntas para descubrir a Jesús en algún error o para poder acusarlo de algo. Por eso Jesús le devuelve la pregunta. El doctor de la Ley sabía cuál era la respuesta porque había estudiado la Palabra de Dios y las tradiciones judías, y no ignoraba que todo se resume en el amor a Dios y al prójimo. Pero para no quedar en ridículo por haber pedido una respuesta que era obvia, el doctor le pide a Jesús una precisión: ¿quién es mi prójimo? Y lo que estaba preguntando era si había que considerar prójimo a cualquiera o sólo a los miembros de pueblo judío. Jesús, después de poner el ejemplo del hombre herido y abandonado, pregunta: ¿quién se portó como prójimo de ese hombre?, o sea ¿quién se comportó como amigo de ese hombre? El doctor debió reconocer que el que se portó como un amigo del judío herido fue un samaritano, que para un judío era un ser despreciable. Y para rematar todo, Jesús le pide al doctor de la Ley que siga el ejemplo de ese samaritano y haga lo mismo. De esta manera, Jesús desarma la mente, las seguridades y las convicciones del doctor. Era como si le dijera: No te preguntes tanto por la interpretación de la Ley de Dios. Lo que Dios te pide es que actúes como amigo de cualquier ser humano, también con los que son de otra raza, y también con los samaritanos que te resultan despreciables. Reaccionar ante el dolor de cualquier ser humano como cuando uno reacciona ante el dolor de un amigo. Eso es lo que tu Dios espera de ti.

El doctor de la Ley, que explicaba la Ley de Dios a los demás, y se preocupaba por la teoría, tiene que escuchar a Jesús que le dice: «Actúa, ama, reacciona como ese samaritano, que fue capaz de servir al otro espontáneamente sin pregunta nada. Eso es lo que tu necesitas para alcanzar la vida eterna».

Oración:

«Señor, yo que estoy pendiente de mí mismo, preocupado por tantas cosas de mi propia vida, no soy capaz de reaccionar espontáneamente cuando alguien necesita mi ayuda. Necesito el impulso de tu amor que me arranque de mi egoísmo. No permitas que me haga tantas preguntas Señor, ayúdame a reaccionar con amor».

 

VÍCTOR M. FERNÁNDEZ
El Evangelio de cada día

Homilía – Domingo XXVIII de Tiempo Ordinario

1

No podemos servir a dos señores

El tema del dinero aparece muchas veces en el evangelio. La enseñanza de Jesús y, sobre todo, su ejemplo de vida, nos ayudan a situarnos también nosotros en el justo lugar en relación a los bienes de este mundo.

Jesús no desautoriza de entrada el dinero ni a los ricos. Pero sí pone en guardia del peligro que las riquezas pueden representar para la verdadera felicidad.

La sabiduría que alaba la I lectura se concreta sobre todo en el aprecio relativo que hemos de tener de los bienes de este mundo. Pero, sobre todo, es el evangelio el que nos orienta, con el episodio del joven que no se decidió a seguir a Jesús, precisamente porque era rico, y la reflexión un poco dura que hace Jesús a continuación: a los ricos, a los que confían en las riquezas, les va a resultar difícil -imposible, como a un camello pasar por el ojo de una aguja- entrar en el Reino.

 

Sabiduría 7, 7-11. En comparación de la sabiduría, tuve en nada la riqueza

El libro de la Sabiduría, escrito el siglo anterior a Cristo en Alejandría, nos ofrece hoy un himno en alabanza de la sabiduría, atribuido al joven rey Salomón, que pidió a Dios que le concediera sobre todo sensatez para gobernar.

Todas las cosas que se pueden nombrar: cetros y tronos, el oro y la plata, la salud y la belleza, no valen nada, para el autor del libro, en comparación con la sabiduría que Dios concede a los suyos: «con ella me vinieron todos los bienes juntos».

También el salmista aprecia la sensatez como don de Dios: «enséñanos a calcular nuestros años para que adquiramos un corazón sensato». Con la sabiduría de Dios todo lo demás nos irá bien: «baje a nosotros la bondad del Señor y haga prósperas las obras de nuestras manos».

 

Hebreos 4, 12-13. La palabra de Dios juzga los deseos e intenciones del corazón

En el breve pasaje que leemos hoy, el autor de la carta a los Hebreos compara la eficacia de la Palabra de Dios a una «espada de doble filo», que penetra hasta lo más profundo de una persona, «hasta el punto donde se dividen alma y espíritu».

Esta Palabra, por tanto, «juzga los deseos e intenciones del corazón… y todo está patente a los ojos de aquel a quien hemos de rendir cuentas».

 

Marcos 10,17-30. Vende lo que tienes y sígueme

En la página de hoy se agrupan varias enseñanzas de Jesús: el episodio del joven que le pregunta sobre la vida eterna, la reflexión de Jesús sobre los ricos y la pregunta de Pedro sobre lo que les toca a los que han abandonado todo para seguirle.

La pregunta del joven rico es «qué ha de hacer para heredar la vida eterna». Jesús le «recita» los mandamientos (en concreto, sólo los referentes a nuestra relación con el prójimo), a lo que el joven responde que ya los ha cumplido todos. Jesús le mira con afecto y le propone la gran disyuntiva: vender lo que tiene, dar el dinero a los pobres y seguirle. Aquí el joven se asusta y se retira entristecido.

Jesús, que debió quedar un tanto defraudado, aprovecha para comunicar a sus discípulos su visión de las riquezas: «qué difícil les va a ser entrar en el reino de Dios a los que ponen su riqueza en el dinero». Lo que ilustra con la famosa comparación: «más fácil le es a un camello pasar por el ojo de una aguja que a un rico entrar en el reino de Dios».

Ahora es Pedro quien pregunta a Jesús qué va a ser de ellos, los que, a diferencia del joven, lo han dejado todo y le siguen. Jesús le asegura que recibirán el ciento por uno ya en este mundo, y luego la vida eterna.

2

La verdadera sabiduría

Tanto la primera lectura como el evangelio nos proponen dónde está la verdadera sabiduría para los creyentes de todos los tiempos.

Si hiciéramos ahora una lista de los bienes que más apetecemos -la salud, la felicidad, la amistad, los éxitos, el dinero, el prestigio, el poder- ¿qué lugar ocuparía la sabiduría?

El creyente del libro de la Sabiduría ha preferido la prudencia y la sensatez a todas las cosas de este mundo. El joven que se acercó a Jesús, que era una buena persona, y cumplidor de los mandamientos, no ha sabido dar el paso a lo más importante y ha preferido seguir gozando de sus riquezas que no el plan que le proponía Jesús.

La sabiduría según Dios es algo profundo: no se trata de tener más o menos cultura, más o menos erudición. Es saber ver las cosas y la historia desde los ojos de Dios. Saber discernir qué es bueno y qué es malo, qué es lo importante y qué no.

La sabiduría es una mezcla de sentido común y de visión interior desde la fe. Nos la va comunicando la escucha atenta de la Palabra de Dios (en la Eucaristía, en la Liturgia de las Horas, en la meditación personal, en la «lectio divina»), que va haciendo que nuestra mentalidad vaya coincidiendo con la de Dios.

Muchas personas sencillas según las medidas humanas, nos dan lecciones de auténtica sabiduría según Dios.

 

La fuerza de la Palabra

Es expresiva la comparación que hace la carta a los Hebreos: la Palabra de Dios es «viva y eficaz» y «más tajante que espada de doble filo», que llega hasta la juntura de la carne y el hueso, lo ve todo y nos conoce hasta el fondo.

También cuando celebramos la Eucaristía, en que Cristo se nos da ante todo como Palabra, esta es por su parte viva y eficaz, como la del Génesis: «dijo y se hizo». Es Palabra que penetra, fecunda, anima, discierne, juzga, estimula. Quiere ser eficaz como lo era la de Cristo cuando curaba y resucitaba y calmaba tempestades.

En cada Eucaristía nos ponemos ante el espejo de esa Palabra. Unas veces nos acaricia y nos consuela. Otras nos juzga y nos invita a un discernimiento más claro de nuestras intenciones y obras, o nos condena cuando nuestros caminos no son los buenos: nos va comunicando la sabiduría de Dios

Además de la comparación que leemos hoy son expresivas otras que se aplican en la Biblia a la Palabra de Dios: es luz («lámpara es tu Palabra para mis pasos, luz en mis senderos»), alimento («no sólo de pan vive el hombre, sino de toda Palabra que sale de la boca de Dios»), semilla sembrada en el campo, que produce fruto, lluvia y nieve («como descienden la lluvia y la nieve y empapan la tierra, la fecundan y la hacen germinar, así será mi Palabra»)….

 

Vende lo que tienes

Es una escena simpática: un joven inquieto que busca caminos y quiere dar un sentido más pleno a su vida. Pero el diálogo acaba en un fracaso. El joven no supo ver dónde estaba lo verdaderamente importante y no superó el obstáculo que su riqueza le ponía para seguir a Jesús. Al contrario que el que habla en el libro de la Sabiduría, que considera todo como nada, comparado con la sabiduría de Dios. Jesús le pedía un «plus», además de cumplir los mandamientos: la total entrega. Como cuando en otro lugar invitaba a sus discípulos a tomar su cruz y seguirle. Jesús no pide «cosas», sino la entrega absoluta.

Menos mal que Pedro y los demás apóstoles sí se decidieron a dejarlo todo y seguir al Maestro. ¡Cuántos en la historia de la comunidad cristiana, han obedecido a esta llamada de Jesús, han abandonado todo y le han seguido! Fue famoso san Antonio, entre los siglos III y IV, el «padre de los monjes», que escuchando precisamente este pasaje de Marcos en un sermón, se decidió a vender sus bienes y retirarse al desierto de Egipto.

Aunque el pasaje de hoy no se pueda considerar necesariamente como referido a lo que hoy llamamos «vida religiosa» o «consagrada», sin embargo hay que reconocer que los religiosos -miles y miles en toda la Iglesia- siguen la consigna de Jesús. En un mundo en que el ideal se sitúa en tener, en poseer, en enriquecerse de bienes materiales, ellos, con el voto de pobreza, relativizan su amor a los bienes para dedicarse con mayor agilidad a su colaboración con Cristo en la salvación del mundo. Prefieren «perder algo» para «ganar lo principal». Prefieren desprenderse de las cosas que puedan entorpecer su camino de discípulos de Jesús. Como tantos misioneros que lo dejan todo y se marchan a tierras donde no tienen ningún «seguro» de subsistencia. O como tantos jóvenes que dejan la familia y sus posibles y prometedoras carreras para entrar en un Seminario y aceptar la vocación a la vida de ministros ordenados en la comunidad cristiana.

También nosotros deseamos seguir de cerca de Cristo. Cumplimos los mandamientos -¡sólo faltaría que matáramos o robáramos o defraudáramos a nuestros padres!- pero somos invitados a una entrega más total a Cristo, sin anteponer nada a su amor, cada uno en su vocación dentro de la Iglesia. Se trata de seguir a Cristo sin demasiados cálculos y reticencias. También a nosotros nos cuesta renunciar a lo que estamos apegados: las riquezas o las ideas o la familia o los proyectos. Cuando estamos llenos de cosas, no tenemos agilidad par avanzar por el camino. El atleta que quiera correr con una maleta a cuestas conseguirá pocas medallas. Es el ejemplo que nos dio el mismo Jesús: «el cual, siendo de condición divina, se despojó de sí mismo, tomando la condición de siervo, y se humilló hasta la muerte y muerte de cruz» (Fil 2, 6-7).

 

Peligro de las riquezas

El triste episodio del joven que se retira asustado le da ocasión a Jesús para reflexionar sobre lo que ha sido la causa de esta cobardía: las riquezas.

Jesús no tiene nada contra los ricos, ni afirma que las riquezas son malas. Pero sí advierte una y otra vez que son peligrosas, en el sentido de que nos pueden impedir estar abiertos a los bienes verdaderos del Reino. Depende de cómo se usan esas riquezas, porque nos pueden llevar a sentirnos tan satisfechos y llenos de nosotros, que no quede en nuestro ánimo lugar para Dios ni para la caridad con los hermanos. De quienes afirma la imposibilidad de salvarse es de «los que ponen su confianza en el dinero».

La comparación del camello que no puede pasar por el ojo de la aguja no sería cuestión de aguarla con interpretaciones más o menos verosímiles. Sencillamente, es una exageración intencionada, como otras de Jesús (como lo de la fe que mueve montañas o lo de la paja y la viga en el ojo), expresando así que es imposible que uno que se apegue a los bienes de este mundo pueda tener todavía sitio para los bienes del Reino. Es una afirmación inquietante, que hay que aceptar tal como está.

 

Lo hemos dejado todo

La pregunta de Pedro, seguramente compartida por los demás apóstoles, expresa la poca madurez que tenía su fe y su seguimiento de Cristo.

Su afirmación es exacta: «lo hemos dejado todo y te hemos seguido», las redes, las barcas, la mesa de los tributos. No como el joven, cuya negativa acaban de presenciar ellos también. Pero tal vez se muestra aquí que esperan una recompensa, que no ha sido del todo gratuito su seguimiento. Su concepción del mesianismo es más bien política e interesada. Dos de ellos pedirán estar a la derecha y a la izquierda del Señor cuando llegue el reino. ¿Pregunta acaso una madre cuánto le van a pagar por su trabajo? ¿pone un amigo precio a un favor? ¿pasó Jesús factura por su entrega en la cruz?

La respuesta de Jesús es esperanzadora y misteriosa a la vez: «recibirá en este tiempo cien veces más y en la edad futura vida eterna». No se trata de cantidades aritméticas y tantos por ciento. La respuesta se refiere a la nueva familia que se crea en torno a Jesús: dejamos un hermano y encontramos cien, con la perspectiva de la vida eterna como premio definitivo y generoso.

Una experiencia de ese «ciento por uno» que promete Jesús la tienen tantos cristianos, clérigos, religiosos y laicos, que entregan sus mejores energías a trabajar por el Reino de Dios, y saben lo que es la generosidad de Dios incluso en este mundo, gozando, por ejemplo, de ese otro género de familia y parentesco que Jesús ha formado en torno a sí.

Aunque también experimentamos todos, en alguna medida, esa otra palabrita que Jesús añade a la lista de ventajas: «con persecuciones». No asegura el éxito y el aplauso de todos. En todo caso, la felicidad del que se sacrifica por los demás. Lo que sí promete es la cruz y la persecución. Una cruz que estaba incluida en su programa mesiánico y que también tocará a sus discípulos. El amor muchas veces supone sacrificio. Pero vale la pena.

José Aldazábal
Domingos Ciclo B

Mc 10, 17-30 (Evangelio Domingo XXVIII de Tiempo Ordinario)

El seguimiento, sabiduría frente a las riquezas

El evangelio nos ofrece una escena muy conocida: el joven rico y su pretensión de obtener la salvación (“heredar la vida eterna”). Es verdad que este texto es un conjunto no demasiado homogéneo. Los grandes maestros han pensado, no sin razón, que son varios textos en torno a palabras de Jesús sobre el peligro de las riquezas y sobre la vida eterna, las que se han conjuntado en esta pequeña historia. Es muy razonable distinguir tres partes: a) la escena del joven rico (vv.17-22); b) la dificultad para entrar en el Reino de Dios (vv. 23-27); c) las renuncias de los verdaderos discípulos (vv.28-30). Todo rematado sobre el dicho “los últimos serán los primeros y los primeros los últimos” (v. 31). Las dos primeras tienen una conexión más fuerte que la tercera. Es verdad que todo el conjunto gira en torno a las claves del verdadero seguimiento. No se trata de una enseñanza sobre el voto de pobreza de los monjes, sino de algo que afecta a la salvación para todos.

Entre las muchas lecturas que se pueden hacer, señalemos que no podemos olvidar como decisivo para entender este pasaje la llamada al «seguimiento» y tener un tesoro en el cielo. Se ha comentado en alguna parte que este joven está buscando la sabiduría. Jesús le propone otro camino distinto, un camino de radicalidad, que implica sin duda renunciar a sus riquezas, que están sustentadas, incluso, en la praxis y en la forma de entender los mandamientos que siempre ha cumplido. Es una llamada a hacerlo todo de otra manera, con sabiduría. No es una llamada a una vida de pobreza absoluta entendida materialmente, sino de pobreza que no se apoye en la seguridad del cumplimiento formal de la ley. De hecho, la escena nos muestra que si el joven cumplía los mandamientos y además era rico, no debería haberse preocupado de nada más. Pero no las tiene todas consigo. Por ello pregunta a Jesús… y encontrará un camino nuevo.

Las riquezas, poseerlas, amarlas, buscarlas es un modo de vida que define una actitud contraria a la praxis del Reino de Dios y a la vida eterna: es poder, seguridad, placer… todo eso no es la felicidad. La alternativa, en este caso, es seguir a Jesús en vez de los preceptos de la ley, que le han permitido ser un hombre rico. En la mentalidad judía, ser un hombre de riquezas y ser justo iban muy unidos. Es eso, por lo mismo, lo que desbarata Jesús para este joven con su planteamiento del seguimiento como radicalidad. Pensar que el seguimiento de Jesús es una opción de miseria sería una forma equivocada de entender lo que nos propone este historia evangélica. Este joven es rico en bienes materiales, pero también morales, porque cumple los mandamientos. ¿Es eso inmoral? ¡No! Pero esa riqueza moral no le permite ver que sus riquezas le están robando la verdadera sabiduría y el corazón. No tiene la sabiduría que busca, porque debe estar todavía muy pendiente de “sus riquezas”. Siguiendo a Jesús aprenderá otra manera de ver la vida, de vez las riquezas y de ver la misma religión.

Por eso tiene sentido lo que después le preguntarán los discípulos cuando Jesús hable de que es muy difícil que los ricos entre en el Reino de los Cielos; porque no son capaces de descodificarse de su seguridad personal, de su justicia, de su concepción de Dios y de los hombres. No es solamente por sus riquezas materiales (que siguen siendo un peligro para el seguimiento), sino por todo su mundo de poder y de seguridad. Y reciben la aclaración, por otra parte definitiva, de que «lo que es imposible para el hombre, en cambio es posible para Dios» (v. 27). Por consiguiente, la respuesta de Jesús al joven rico es una llamada a este hombre concreto a que le siga de una manera especial; pero, a su vez, un criterio para todos desde la radicalidad y la sabiduría del seguimiento.

Heb 4, 12-13 (2ª lectura Domingo XXVIII de Tiempo Ordinario)

La fuerza de la palabra de Dios

La lectura de Hebreos nos ofrece una reflexión sobre la Palabra de Dios que se entiende como el anuncio de las promesas del AT y, en nuestro caso, la predicación cristiana. El autor está exhortando a la comunidad a peregrinar, sabiendo que nos acompaña Cristo, el Sumo Sacerdote. Por lo mismo, es con la Palabra del Señor con la que podemos caminar por la vida. Esa Palabra es como una espada de dos filos que llega hasta lo más profundo del corazón humano; descubre nuestros sentimientos, nuestras debilidades, y por impulso de la misma podemos confiarnos a nuestro Dios. Pues esa palabra no es ideología, ni algo vacío. En este caso, debemos decir que nuestro texto tiene mucho que ver con el pasaje de la Sabiduría (Sab 7,22-8,1). La Palabra de Dios, pues, es para el cristiano la fuente de la sabiduría.

Sab 7, 7-11 (1ª lectura Domingo XXVIII de Tiempo Ordinario)

La sabiduría nos hace «divinos»

Esta lectura nos ofrece uno de los pensamientos más bellos sobre la sabiduría. Forma parte de una reflexión más amplia sobre la igualdad de los hombres en su naturaleza, y cómo esta nos perfecciona humanamente. Se supone que el autor es como un rey (algunos han pensado que era Salomón, pero no es así). Y este rey se considera igual a todos los hombres, porque los reyes y cualquier ser humano nacen lo mismo que todos y mueren lo mismo que todos, como le sucede a los animales. Pero lo que hace a los seres humanos distintos en la vida y en la muerte es la sabiduría, por la que compartimos la vida misma de Dios.

Este don no solamente enseña a gobernar a los reyes, sino a ser divinos a los hombres, porque es la riqueza más alta. Con ello se aprende a discernir lo que vale y lo que no vale en la existencia. Las personas sin «adentros» prefieren el oro, la plata y las piedras preciosas; el dinero y el poder. Pero quien elija la sabiduría habrá aprendido un sentido distinto de la vida y de la muerte; del dolor y del hambre; del sufrimiento y la desesperación. Con ella vienen riquezas, valoraciones y sentimientos que no se pueden comprar con todo el oro del mundo. Porque la verdadera sabiduría enseña a tener y vivir con dignidad.

Comentario al evangelio – Lunes XXVII de Tiempo Ordinario

No importa que el maestro de la ley, metido en la casuística estéril, fuese a cazar a Jesús, en lugar de dirigirle una pregunta humilde, con ganas de saber.  Jesús se detiene en la respuesta. Es que estaba en juego el meollo de su mensaje: así hay que amar a los demás.

Hay que abandonar urgentemente tantos escapismos, y descender a lo que verdaderamente importa: “Haz tú lo mismo, y tendrás vida”. El hablar mucho, los grandes discursos pueden ser un mecanismo que oculta nuestra pereza y egoísmo. Al prójimo lo encontramos en seguida: hay muchos hombres “heridos” en nuestro camino, como en la bajada de Jerusalén a Jericó. Lo demás nada importa; ni las ideas, ni la sangre, ni el origen del herido.

Hay una regla de oro y exactísima para medir al que se comporta como prójimo: “El que practicó la misericordia con él”. En la secuencia de verbos con los que el Maestro describe la obra de misericordia está todo muy claro: “Lo vio, le dio lástima, se le acercó, le ungió con aceite y vino, le vendó la herida, lo montó en la cabalgadura y lo llevó a la posada, corriendo con todos los gastos”. Tristemente, los hombres del culto, el sacerdote y el levita, dan un rodeo. No quieren mancharse con la impureza de tocar al herido. Es la misma tentación que nos acecha a todos: “Pasar de largo, dar un rodeo”. Acaso un rodeo también ideológico. Decimos que no nos toca, que para eso están las instituciones sociales, que venga su familia o la cáritas parroquial; incluso, a veces, se no viene aquello de “lo tiene bien merecido” por sus pecados, por sus convicciones, por tantas cosas. No pensó así el extranjero, el pagano, el que no era observante de la ley. Hasta dirá alguno que Jesús se muestra aquí “demasiado mordaz”.

Al prójimo herido no lo escogemos nosotros. Se nos mete en nuestra vida, nos lo encontramos en el enfermo, en el explotado, en el que sufre, en el que no cuenta nada en la sociedad. Siempre corremos el riesgo de dar rodeos. Por ejemplo, buscamos al prójimo lejano, y olvidamos al que tenemos cerca. Pensamos en el tercer mundo, en los problemas del medio ambiente, hasta hablamos de la “civilización del amor”; esto está bien, pero, siempre, empezando por el que nos encontramos en el camino, por sorpresa y de inmediato, el que cambia nuestros planes. Hacernos trabajadores de una famosa ONG, y luego olvidar al herido con el que me encuentro a cada hora es una hipocresía. De la misma manera, es peligrosa la tentación de que se nos llene la boca con palabras grandilocuentes: paz, solidaridad, compromiso, compartir, profecía… mientras el abandonado en el camino lo que necesita es ser visto, cercanía y curación.
Jesús nos repite: “Haz tú lo mismo”.

Ciudad Redonda

Meditación – San Francisco de Asís

Hoy celebramos la memoria de San Francisco de Asís.

La lectura de hoy es del evangelio de Mateo (Mt 11, 25-30):

En aquel tiempo, tomando Jesús la palabra, dijo: «Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a pequeños. Sí, Padre, pues tal ha sido tu beneplácito. Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce bien al Hijo sino el Padre, ni al Padre le conoce bien nadie sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar.

»Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso. Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es suave y mi carga ligera».

Hoy, fiesta de san Francisco de Asís, el Evangelio comienza con una breve oración de Jesús; continúa con una lección de vida trinitaria, y acaba con una invitación. Las tres cosas establecen el retrato espiritual del Santo que festejamos.

En la oración, Jesús enaltece al Padre porque se revela a los sencillos y a los humildes: «Has revelado a pequeños (…)» (Mt 11,25). Dios les revela la profundidad de su vida trinitaria: «Nadie conoce bien al Hijo sino el Padre (…)» (Mt 11,27). ¡Conocer al Padre y al Hijo con la Mente que es el Espíritu Santo! ¡Él es quien conoce la profundidad de Dios! Recordemos que el verbo “conocer” en la Biblia significa amar y ser amado, darse y poseer. Este “Conocimiento” mutuo del Padre y del Hijo es el mismo Espíritu; de modo semejante podemos decir también que el Espíritu Santo es el Amor, la Unidad, el Aliento, la Lengua… del Padre y del Hijo.

El Santo de Asís se caracteriza por la pequeñez y la simplicidad; su humildad lo convierte en terreno propicio para recibir esta revelación del misterio trinitario. En efecto, sus escritos y las biografías primitivas señalan en él una experiencia profunda del misterio de la vida trinitaria. Dios Trinidad se le da a “conocer” y él es conocido por Dios.

La invitación final de Jesús es el coronamiento de todo: «Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso» (Mt 11,28). Jesús es benévolo y humilde de corazón; por esto es el reposo de los humildes, y también de todos los que estamos agobiados porque no lo somos suficientemente. En Jesús aprendemos la humildad: «Aprended de mí» (Mt 11,29).

El papa Francisco no tiene sólo el nombre de nuestro Santo, sino también su simplicidad y humildad, como lo vemos en sus gestos y palabras. ¡Ánimo! Tenemos ante nosotros el ejemplo más grande: Jesucristo. Y, a partir de Él, san Francisco y el Papa.

Fray Josep Mª MASSANA i Mola OFM

Liturgia – San Francisco de Asís

SAN FRANCISCO DE ASÍS, memoria obligatoria

Misa de la memoria (blanco)

Misal: Antífonas y oraciones propias. Prefacio común o de la memoria.

Leccionario: Vol. III-impar

  • Jon 1, 1 – 2, 1-11. Jonás se puso en marcha para huir lejos del Señor.
  • Salmo: Jon 2, 3-8. Tú, Señor, me sacaste vivo de la fosa.
  • Lc 10, 25-37. ¿Quién es mi prójimo?

Antífona de entrada
Francisco de Asís, varón de Dios, dejó su casa, abandonó su herencia y se hizo pobre y humilde. Así, el Señor lo tomó a su servicio.

Monición de entrada y acto penitencial
Se celebra hoy la memoria de san Francisco, que nació en Asís, en Italia, el año 1182. Después de una juventud despreocupada, se convirtió a la vida evangélica y encontró a Cristo, sobre todo en los pobres y necesitados, haciéndose pobre él mismo. Instituyó los Hermanos Menores y predicó el amor de Dios a todos, llegando incluso a Tierra Santa. Con sus palabras y actitudes mostró siempre su deseo de seguir e imitar en todo a Cristo pobre y despojado. Murió el año 1226.

Yo confieso…

Oración colecta
OH, Dios,
que concediste a san Francisco de Asís
ser configurado a Cristo en la pobreza y la humildad,
concédenos, caminando por sus sendas,
poder seguir a tu Hijo
y unirnos a ti con amor jubiloso.
Por nuestro Señor Jesucristo.

Oración de los fieles
Invoquemos, hermanos, con corazón unánime, a Dios Padre todopoderoso, fuente y origen de todo bien.

1.- Por la santa Iglesia católica, extendida por todo el universo. Roguemos al Señor.

2.- Por nuestro santo Padre el papa, por nuestro obispo, por los sacerdotes y demás ministros de Dios. Roguemos al Señor.

3.- Por esta ciudad, por su prosperidad y por todo los que en ella habitan. Roguemos al Señor.

4.- Por los que sufren, por nuestros hermanos enfermos o encarcelados. Roguemos al Señor.

5.- Por los que cuidan de los ancianos, pobres y atribulados. Roguemos al Señor.

6.- Por todos nuestros difuntos: para que Dios los reciba en su reino de luz y de paz. Roguemos al Señor.

Dios todopoderoso y eterno, que gobiernas cuanto existe en el cielo y en la tierra: escucha las oraciones de tu pueblo y concede a nuestro tiempo la paz. Por Jesucristo, nuestro Señor.

Oración sobre las ofrendas
AL presentarte nuestras ofrendas,
te pedimos, Señor, que nos dispongas
para celebrar dignamente el misterio de la cruz,
al que san Francisco de Asís se adhirió con tanto ardor.
Por Jesucristo, nuestro Señor.

Antífona de comunión           Mt 5, 3
Bienaventurados los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos.

Oración después de la comunión
POR este sacramento que hemos recibido,
concédenos, Señor,
imitar la caridad y el celo apostólico de san Francisco de Asís,
para que gustemos los frutos de tu amor
y los comuniquemos para la salvación de todos.
Por Jesucristo, nuestro Señor.