Lectio Divina – Miércoles XXVII de Tiempo Ordinario

1.- Oración introductoria.

Señor, hoy me toca rezar con un tema precioso: el de la oración que Tú mismo nos dejaste: la oración del Padre Nuestro. Santa Teresa nos cuenta que se “atascaba” en la primera palabra y no podía seguir. Con sólo pronunciar el nombre de  “PADRE”  se le henchía el corazón de afectos, sentimientos, emociones, y no cesaba de darte gracias por habernos dejado esta oración tan preciosa. Que yo también, Señor, la disfrute hoy y la convierta en carne de mi carne y vida de mi vida.

2.- Lectura reposada del Evangelio según san Lucas 11, 1-4

Y sucedió que, estando Él orando en cierto lugar, cuando terminó, le dijo uno de sus discípulos: Señor, enséñanos a orar, como enseñó Juan a sus discípulos. Él les dijo: Cuando oréis, decid: Padre, santificado sea tu Nombre, venga tu Reino, danos cada día nuestro pan cotidiano, y perdónanos nuestros pecados porque también nosotros perdonamos a todo el que nos debe, y no nos dejes caer en tentación.

3.- Qué dice el texto.

Meditación-reflexión.

En los evangelios, los textos hay que enmarcarlos dentro de un contexto. En este caso, por el hecho de haber puesto San Lucas esta oración dentro del esquema del viaje de Galilea a Jerusalén, nos está diciendo que no se puede concebir una vida cristiana sin oración. Pero todavía quedan dos contextos inmediatos: 1) Los discípulos le piden a Jesús una oración  que los distinga como cristianos; lo mismo que los discípulos de Juan tienen la suya.  Y Jesús les entrega el Padre Nuestro. Lo que distingue a un cristiano es ser hijo del Padre; sentir orgullo, emoción, gozo profundo al saber que Dios es nuestro Padre y nos ama con locura. 2) No olvidemos que los discípulos le piden a Jesús que les enseñe a orar: “cuando terminó de orar en cierto lugar”. ¿Qué ha pasado? Los discípulos, cuando Jesús desciende del monte, ven que su rostro está transfigurado, mucho más que el rostro de Moisés. El rostro de Jesús rezuma dulzura, bondad. Jesús siempre es amable, pero después de haber pasado una noche en oración su corazón se derrite de ternura. Es entonces cuando los discípulos le piden que les enseñe a orar. Es como decirle: Maestro, métenos también a nosotros en esa esfera de intimidad donde te metes Tú. Y Jesús les enseña el Padre Nuestro. Jesús más que palabras les entrega “la experiencia inefable” que ha tenido Él con su Padre en el silencio del monte.

Palabra  del Papa

“Para rezar no hay necesidad de hacer ruido ni creer que es mejor derrochar muchas palabras. No podemos confiarnos al ruido, al alboroto de la mundanidad, que Jesús identifica con “tocar la tromba” o “hacerse ver el día de ayuno”. Para rezar no es necesario el ruido de la vanidad: Jesús dijo que esto es un comportamiento propio de los paganos. La oración no es algo mágico; no se hace magia con la oración; esto es pagano. Entonces, ¿cómo se debe orar? Jesús nos lo enseñó: Dice que el Padre que está en el Cielo “sabe lo que necesitáis, antes incluso de que se lo pidáis”. Por lo tanto, la primera palabra debe ser “Padre”. Esta es la clave de la oración. ¿Es un padre solamente mío? No, es el Padre nuestro, porque yo no soy hijo único. Ninguno de nosotros lo es. Y si no puedo ser hermano, difícilmente puedo llegar a ser hijo de este Padre, porque es un Padre, con certeza, mío, pero también de los demás, de mis hermanos”. (Cf. S.S. Francisco, de 2013, homilía en Santa Marta)

4.- Qué me dice hoy a mí este texto ya meditado. (Guardo silencio)

5.-Propósito: Hoy rezaré el Padre Nuestro como si fuera la primera vez que lo rezo.

6.- Dios me ha hablado hoy a mí a través de su Palabra. Y ahora yo le respondo con mi oración.

Gracias, Señor, por el regalo que nos dejaste al entregarnos esta bonita oración del Padre Nuestro. Con la primera palabra quitas de nosotros todos miedos, toda tristeza, toda desconfianza. Y es como para morir de alegría y emoción al sentir tu cariño y ternura de Padre. Tú quieres ser amado por nosotros; no quieres ser temido.

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Comentario – Miércoles XXVII de Tiempo Ordinario

(Lc 11, 1-4)

Cuando Jesús enseña a orar nos invita a tener ante Dios una actitud de ternura, de confianza, y al mismo tiempo de reconocimiento, aceptando que todo lo hemos recibido de él. Por eso nos pide que le llamemos simplemente «Padre». Así Jesús quiere compartir con nosotros el encuentro íntimo que él tiene con el Padre. De hecho, el evangelio nos cuenta que Jesús «oraba a solas» (Lc 9, 18), se apartaba en el silencio para encontrarse con el Padre. Para él era una necesidad de amor.

Jesús ha querido que también nosotros tengamos esa intimidad con nuestro creador y que le llamemos «Padre». El mismo Espíritu Santo clama en nuestros corazones llamándole así (Gál 4, 6; Rom 8, 15). Decimos entonces que, por la obra y el impulso del Espíritu Santo, nosotros nos unimos a Jesús, y junto con él podemos clamar llenos de gozo y de confianza: «¡Padre!».

Luego Jesús nos invita a expresar nuestro deseo de que el Nombre del Padre sea santificado. En el fondo era el gran deseo que llenaba el corazón de Jesús, porque él deseaba la adoración y la gloria de su Padre amado.

Después nos invita a pedir la llegada del Reino, para despertar en nosotros el deseo sincero de esa llegada. Se trata de la plenitud que este mundo no nos puede dar, y que sólo llegará cuando el Reino de Dios se apodere de nosotros en toda su plenitud. Luego pedimos el pan, pero sólo el pan indispensable para seguir viviendo y entregándonos por el Reino de Dios; el pan cotidiano. A continuación pedimos perdón, pero sólo en la medida en que nosotros perdonamos, y así Jesús nos invita a recordar permanentemente la necesidad imperiosa de perdonar a los hermanos para poder estar en paz con el Padre de todos. Finalmente, rogamos al Padre que no nos deje caer en la tentación, que no deje que el mal nos domine, y así reconocemos humildemente que solos no tenemos fuerzas para vencer el poder y el atractivo del mal.

Oración:

«Señor Jesús, enséñame a reconocer el amor del Padre Dios, a adorarlo, a presentarle con confianza mis necesidades. Ayúdame a decir la oración que tú nos enseñaste con profunda confianza y sinceridad».

VÍCTOR M. FERNÁNDEZ
El Evangelio de cada día

¿Qué me quiere decir hoy Jesús?

El joven rico – Marcos 10, 17-30

En aquel tiempo, cuando salía Jesús al camino, se le acercó uno corriendo, se arrodilló y le preguntó: – Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna? Jesús le contestó: – ¿Por qué me llamas bueno? No hay nadie bueno más que Dios. Ya sabes los mandamientos: no matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, no estafarás, honra a tu padre y a tu madre. El replicó: – Maestro, todo eso lo he cumplido desde pequeño. Jesús se le quedó mirando con cariño y le dijo: – Una cosa te falta: anda, vende lo que tienes, dale el dinero a los pobres – así tendrás un tesoro en el cielo-, y luego sígueme. A estas palabras, él frunció el ceño y se marchó pesaroso, porque era muy rico. Jesús, mirando alrededor, dijo a sus discípulos: – ¡Qué difícil va a ser a los ricos entrar en el Reino de Dios! Los discípulos se extrañaron de esta palabras. Jesús añadió: – Hijos, ¡qué difícil les es entrar en el Reino de Dios a los que ponen su confianza en el dinero! Más fácil le es a un camello pasar por el ojo de una aguja que a un rico entrar en el Reino de Dios. Ellos se espantaron y comentaban: – Entonces, ¿quién puede salvarse? Jesús se les quedó mirando y les dijo: – Es imposible para los hombre, no para Dios. Dios lo puede todo.

Explicación

Para vivir con dignidad basta con hacer el bien y evitar el mal, es decir, ser personas justas. Pero para ser amigo de Jesús, además, hay que renunciar a toda ambición que nos lleva a acumular propiedades y riquezas dando la espalda a tantas personas que necesitan de nuestro compartir. Algo de todo esto le dice Jesús a un rico que se le acercó y quiso saber qué podía hacer para ser feliz.

Evangelio dialogado

Te ofrecemos una versión del Evangelio del domingo en forma de diálogo, que puede utilizarse para una lectura dramatizada.

NARRADOR: En aquel tiempo, Jesús estaba a punto de partir cuando un joven corrió a su encuentro, se arrodilló delante de él y le preguntó:
JOVEN: Maestro bueno, ¿qué tengo que hacer para ganar la vida eterna?
NARRADOR: Jesús le respondió:
JESÚS: ¿Por qué me llamas bueno? Uno solo es bueno, y ése es Dios. Ya conoces los mandamientos: no matarás, no cometas adulterio, no robarás, ni dirás cosas falsas de tu hermano, no seas injusto, honra a tu padre y a tu madre”.
NARRADOR: El joven le contestó:
JOVEN: Maestro, todo esto lo he cumplido desde pequeño.
NARRADOR: Jesús lo miró, sintió cariño por él y le dijo:
JESÚS: Sólo te falta una cosa: anda, vende todo lo que tienes, dale el dinero a los pobres y así tendrás un tesoro en el cielo, y luego, ven y sígueme.
NARRADOR: Cuando el joven oyó estas palabras, arrugó la frente y se fue muy triste, porque era muy rico. Entonces Jesús, mirando alrededor, dijo a sus discípulos:
JESÚS: ¡Qué difícil les va a ser a los ricos entrar en el Reino de Dios!
NARRADOR: Los discípulos se extrañaron al oír estas palabras.
DISCÍPULOS: ¿Qué pretende decirnos el Maestro? No hay quien lo entienda.
NARRADOR: Pero Jesús insistió:
JESÚS: Hijos míos, ¡qué difícil les es entrar en el Reino de Dios a los que ponen su confianza en el dinero! Es más fácil para un camello pasar por el ojo de la aguja, que para un rico entrar en el Reino de Dios.
NARRADOR: Ellos se asombraron más todavía y comentaban:
DISCÍPULOS: Entonces, Maestro ¿quién puede salvarse?
NARRADOR: Jesús se les quedó mirando fijamente y les dijo:
JESÚS: Para los hombres es imposible, pero no para Dios, porque para Dios todo es posible.
NARRADOR: Pedro se le acercó y le dijo:
PEDRO: Señor, ya sabe que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido.
NARRADOR: Jesús le contestó:
JESÚS: Os aseguro que quien deje casa, o hermanos o hermanas, o madre o padre, o hijos o tierras, por mí y por el Evangelio, recibirá ahora cien veces más, y después la vida eterna.

Fr. Emilio Díez Ordóñez y Fr. Javier Espinosa Fernández

Comentario al evangelio – Miércoles XXVII de Tiempo Ordinario

Jesús ha estado orando en un lugar recogido, pero «a la vista» de sus discípulos. Y les han entrado «ganas» de que Jesús les enseñe a orar. Es curioso. No parece que Jesús tomara la iniciativa de enseñarles, como hacían casi todos los profetas y maestros espirituales («como Juan enseñó a sus discípulos»).  Ni nos consta que hiciera cosas especiales o llamativas en sus momentos de oración. Pero algo llama la atención de los suyos, que le piden que «comparta su oración», que les enseñe «su» oración.

Los apóstoles comprueban que Jesús tiene continuamente presente al Padre, que es su «centro» y continua referencia. Que habla de él y actúa en su nombre (como él y de su parte), y que la palabra más significativa para él es que se siente «hijo amado» del Abbá. Deducen que su oración no será tanto a base de «rezos», cuanto una «relación» que se fortalece en esos momentos. Jesús NECESITA escuchar al Padre y leer la presencia del Padre (sus huellas, su trabajo continuo como Creador y Salvador en favor de los hombres)  en las cosas de su vida cotidiana (el Reino que ya está presente en medio de nosotros), ser consciente de sus tentaciones, encontrar en él la fuerza en los momentos de desconcierto y desánimo, empaparse de esa misericordia que le permite perdonar, acoger y sanar… Discernir continuamente su voluntad, para que no se haga mi voluntad, sino la tuya…

Jesús compartirá con ellos su experiencia orante, su intimidad con el Padre, recogiéndola en una plegaria: el Padrenuestro. No es, por tanto, un rezo más, o un rezo «especial», sino el resumen condensado de los «contenidos» y vivencias de sus tiempos de oración.

Descubre uno que tiene mucho que «aprender» y cambiar en esto de la oración… para poder contagiar las ganas, o motivar a otros. Se da uno cuenta, de nuevo, que no sé orar como conviene (Rm 8, 26). Por eso, creo que no debiera faltarnos nunca la invocación del Espíritu de Jesús para que venga en ayuda de nuestra debilidad, e interceda por nosotros. Que antes de cualquier oración (y del Padrenuestro en particular, para no rezarlo como un estribillo medio inconsciente), repitamos con deseo sincero lo de los discípulos: Señor, enséñanos a orar. Nunca lo habremos aprendido del todo. Y el Señor nos invitará a profundizar con calma y esperanza en el «Padrenuestro», para que nos sintamos un poco más cada día «hijos amados» y necesitados de él.

Ciudad Redonda

Meditación – Miércoles XXVII de Tiempo Ordinario

Hoy es miércoles XXVII de Tiempo Ordinario.

La lectura de hoy es del evangelio de Lucas (Lc 11, 1-4):

Sucedió que, estando Jesús orando en cierto lugar, cuando terminó, le dijo uno de sus discípulos: «Señor, enséñanos a orar, como enseñó Juan a sus discípulos». Él les dijo: «Cuando oréis, decid: Padre, santificado sea tu Nombre, venga tu Reino, danos cada día nuestro pan cotidiano, y perdónanos nuestros pecados porque también nosotros perdonamos a todo el que nos debe, y no nos dejes caer en tentación».

Hoy el Señor nos dice cómo hemos de orar. Lucas pone el «Padrenuestro» en relación con la oración personal de Jesús mismo. Él nos hace partícipes de su propia oración, nos introduce en el diálogo interior del Amor trinitario, elevando, así, nuestras necesidades humanas hasta el corazón de Dios. Además, las palabras del «Padrenuestro» son orientaciones fundamentales para nuestra existencia, porque pretenden conformarnos a imagen del Hijo.

En el «Padrenuestro» se afirma, en primer lugar, la primacía de Dios, de la que se deriva por sí misma la preocupación por el modo recto de ser hombre. Para que el hombre pueda presentar sus peticiones adecuadamente tiene que estar en la verdad, esto es: «Primero Dios», y, a partir de ahí, Él nos lleva por los caminos del ser hombres. Finalmente, le pedimos ser liberados de la acechanza del Maligno.

—Señor, Dios nuestro, Tú no eres alguien desconocido y lejano: nos muestras tu rostro en tu Hijo Jesús y por medio de su oración, nos introduces en tu intimidad Trinitaria.

REDACCIÓN evangeli.net

Liturgia – Miércoles XXVII de Tiempo Ordinario

MIÉRCOLES DE LA XXVII SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO, feria

Misa de la feria (verde)

Misal: Para la feria cualquier formulario permitido. Prefacio común.

Leccionario: Vol. III-impar.

  • Jon 4, 1-11. Tú te compadeces del ricino, ¿y no me he de compadecer yo de Nínive, la gran ciudad?
  • Sal 85. Tú, Señor, eres lento a la cólera y rico en piedad.
  • Lc 11, 1-4. Señor, enséñanos a orar.

Antífona de entrada          Cf. Sal 27, 8-9
El Señor es fuerza para su pueblo, apoyo y salvación para su Ungido. Salva a tu pueblo, Señor, y bendice tu heredad, sé su pastor por siempre.

Monición de entrada y acto penitencial
Celebrando con toda la Iglesia los días de las Témporas de Acción de gracias y de petición, en la Eucaristía de hoy, de un modo especial, elevaremos nuestras súplicas al Dios del cielo pidiendo por la actividad humana. En silencio, comencemos la celebración de los sagrados misterios reconociendo humildemente nuestros pecados.

• Tú, que nos has llamado para vivir como hijos de Dios. Señor, ten piedad.
• Tú, que nos has salvado del pecado y de la muerte. Cristo, ten piedad.
• Tú, que nos llenas con la esperanza de tu Reino. Señor, ten piedad.

Oración colecta
OH, Dios,
tú has querido que el estudio y el trabajo del hombre
perfeccionaran cada día el universo que has creado,
te pedimos que nuestros afanes y trabajos
resulten siempre provechosos a la familia humana,
y contribuyan al cumplimiento de tus designios sobre el mundo.
Por nuestro Señor Jesucristo.

Oración de los fieles
Oremos a Dios nuestro Padre, que creó el mundo y nos encomendó el cuidado de la tierra, y pidámosle que escuche nuestras oraciones.

1.- Para que ilumine y conforte en todo momento a su santa Iglesia y aumente en ella las vocaciones al servicio de los fieles. Roguemos al Señor.

2.- Para que conceda a los que gobiernan las naciones de la tierra buscar el progreso y el bien de sus conciudadanos. Roguemos al Señor.

3.- Para que bendiga los esfuerzos de todos los trabajadores de la industria, del campo y de los servicios. Roguemos al Señor.

4.- Para que se acuerde en su providencia de todos los parados, los ancianos, los inválidos, los enfermos, los prisioneros y los emigrantes. Roguemos al Señor.

5.- Para que cuando realicemos nosotros y nuestras familias sea en nombre de Jesús y de su Reino. Roguemos al Señor.

Dios de bondad, acude en ayuda de todos los que hoy ponen en ti su confianza y te imploran con fe; recibe con misericordia las oraciones que te hemos presentado y haz que no nos cansemos nunca de trabajar con ilusión por un mundo mejor. Por Jesucristo, nuestro Señor.

Oración sobre las ofrendas
ACEPTA, Señor,
este sacrificio de reconciliación y alabanza
y concédenos que, purificados por su eficacia,
te ofrezcamos el obsequio agradable de nuestro corazón.
Por Jesucristo, nuestro Señor.

Antífona de comunión          Cf. Sal 144, 15
Los ojos de todos te están aguardando, Señor; tú les das la comida a su tiempo.

Oración después de la comunión
SEÑOR,
tú que nos has fortalecido con estos sacramentos de vida eterna,
no dejes de ayudarnos con tu gracia también en los quehaceres temporales.
Por Jesucristo, nuestro Señor.