¿Tenemos interés por la vida eterna?

1.- En el Día del Señor, tenemos un recuerdo muy especial –no podía ser de otra manera- por Santa Teresa de Jesús:

Vuestra soy, pues me criaste;
Vuestra, pues me redimiste;
Vuestra, pues que me sufriste;
Vuestra, pues que me llamaste;
Vuestra, pues me conservaste;
Vuestra, pues no me perdí.
¿Qué mandáis hacer de mí?
¿Qué mandáis, pues, buen Señor?

2.- El joven rico, del cual nos habla el evangelio, tuvo una desgracia: toparse frente a frente con Jesús, y pensar, que Jesús era ajeno a lo que existía detrás de su perfecto y cuadrado comportamiento religioso: cumplía todo…pero estaba demasiado apegado a un capital que le impedía de lleno optar y entrar a formar parte del Reino de Dios. ¡Qué desazón y tristeza produjo la respuesta de Jesús a este joven! ¡No lo esperaba!

Santa Teresa de Jesús, si algo tuvo, fue despego. Vivió como si nada tuviera, y cuanto tuvo, lo brindó al servicio de la causa de Jesús. Como diría ella “todo paréceme poco para mi Amado”.

3.- Aquel joven rico, por lo menos, tenía curiosidad y preocupación en el cómo alcanzar el cielo. Hoy, jóvenes y no tan jóvenes (ricos a raudales, con fondos de inversión y bien protegidos por el bienestar material) no se plantean demasiado el qué hacer o del qué deshacerse para heredar la vida eterna. En todo caso ¡Qué hacer para llevar una vida padre! Y, cuanto mejor, mejor.

El afán de tener, la seducción que produce el dinero nos ha aislado de tal manera de la ganancia de Dios que, sinceramente, preferimos ofrecer al Señor –como mucho- un poco de nuestro tiempo o, de vez en cuando y en según qué campañas cuando la iglesia llama, un puñado de monedas. Pero ¿Existe interés por la vida eterna? ¿Qué aspiraciones presentamos los cristianos de hoy? ¿Seríamos capaces de preguntarnos, con la radicalidad de Santa Teresa de Jesús?: ¿Qué mandáis hacer de mí? “.

Somos tan ingeniosos y tan habilidosos que, incluso presentando la mismas aspiraciones que el joven rico, pensamos que si Dios es tan bueno (y nosotros acaudalados) no puede dejarnos a la deriva o cerrarnos definitivamente “por este detalle” sus puertas.

4.- Los radicalismos, a la hora de vivir el evangelio, nos asustan. En otros tiempos, cristianos convencidos, eran capaces de dejar tiempo, vida, hacienda, testamento y dinero, porque estaban convencidos que, abrazarse al Señor, era la mejor herencia, el gran festín, la riqueza que nunca se apolillaría. ¿Y nosotros? Todos, en el fondo, somos un poco como el joven rico: cumplidores…pero adheridos a esos bienes que nos seducen, que nos otorgan prestigio o poder.

Para alcanzar el Reino, no es cuestión de reunir una serie de requisitos, sino de ser exquisitos y transparentes en el trato con Jesús y, por lo tanto, distantes y relativizando todo aquello que nos pueda restar fuerzas, coherencia e ilusión en el vivir como hijos de Dios.

Para alcanzar el Reino de Dios, no pensemos que funciona nuestra matemática y nuestro sistema de “oferta y demanda”. Los valores del Reino no se compran a golpe de talón bancario. La posibilidad de disfrutar la eternidad, viene determinada por el buen uso que demos a nuestra riqueza; por el hacer partícipes de lo poco o mucho que tengamos, a los más pobres; por no llevar “doble contabilidad” entre lo que realizamos ante Dios y lo que escondemos ante los hermanos.

5.- Una vez, un sacerdote, cantaba con su guitarra, el evangelio de hoy: “vende todo lo que tienes, y si quieres tener más, da tu dinero a los pobres y yo te doy mi amistad”. Un cristiano, que no debía tener las ideas muy claras sobre lo que comportaba ser amigo de Jesús, le contestó: “¡Tú estás loco o qué! ¿Pero qué tonterías estás cantando?”.

Y hoy, recordando esta anécdota, concluía que muchos cristianos, lo vamos a tener muy difícil eso de entrar en el Reino de los cielos. Tanto como un camello el pasar por el agujero de una aguja. Aunque con lo artistas que somos…igual hasta reducimos el camello a la mínima expresión para lograrlo.

Terminemos, esta breve reflexión, como la hemos iniciado, con una frase de Santa Teresa de Jesús: «Juntos andemos Señor; por donde fuisteis, tengo que ir; por donde pasaste, tengo que pasar»

6.- ¿SOY JOVEN RICO?

Mírame, Señor, y dime si es cierto:
¿Cumplo contigo, pero me reservo parte de mi gran capital?
¿Vivo en tu amor, pero tengo otros cariños que tienen ruido material?
¿Pregunto por Ti, pero a continuación, miro en otra dirección?
Mírame, Señor, y dime si es cierto:
¿Te miro, y por momentos, siento que algo no funciona en mí?
¿Tengo más de lo que necesito?
¿Añoro más de lo que tengo?
¿Vivo demasiado pendiente de lo que nunca podré obtener?
Acaso, Señor ¿no es eso riqueza también?
Mírame, Señor, y dime si es cierto:
¿Soy rico o pobre?
¿Tengo interés por el cielo o simple curiosidad?
¿Te pregunto por saber o…tal vez por quedarme tranquilo?
¿Me acerco por quererte o, porque he oído algo de Ti?
Mírame, Señor, y muéstrame la exigencia de la fe
El ser libre para caminar junto a Ti
Y, sobre todo, Señor,
ayúdame a descubrir “esa cosa” que me falta
para que pueda entrar por esa puerta estrecha
que conduce a ese lugar de inmenso espacio de alegría y de eternidad.
¿Lo harás, Señor?
Y, si por lo que sea, Señor, tu respuesta no me gusta o me sorprende,
no dejes que me pierda en la riqueza que,
cuando muera, será pobreza incapaz de ganar tan divina riqueza.

Javier Leoz