Comentario – Domingo XXVIII de Tiempo Ordinario

La palabra de Dios es viva y eficaz –dice la carta a los Hebreos-, más tajante que espada de doble filo, penetrante hasta el punto donde se dividen alma y espíritu… Pero, siendo esta palabra tan eficaz, podemos hacerla ineficaz, convertirla en un simple objeto de audición o de estudio, o en un mero trámite ligado a un precepto; podemos rebajar la efectividad de esta palabra; podemos limar su filo o impedir su penetración oponiéndole nuestro corazón de piedra. ¿Y qué es lo que nos dice hoy esta palabra?

En cierta ocasión se acercó a Jesús uno corriendo, se arrodilló ante él y le preguntó: Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna? La formulación de la pregunta denota estima y respeto. Su palabra es, para este joven, tan digna de aprecio que la espera como una enseñanza aplicable de inmediato a la propia vida, pues se sitúa en el nivel del hacer: ¿Qué tengo que hacer para alcanzar esa meta u obtener esa herencia? Lo que aquel interlocutor espera es una directriz práctica, una doctrina moral.

Jesús así lo entiende también, pues le responde: Ya sabes los mandamientos: no matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, no estafarás, honra a tu padre y a tu madre. El Maestro le indica, por tanto, el camino de esos mandamientos que integran la Ley de Dios. Los que aquí se enuncian hacen referencia al prójimo, al respeto que debe merecernos la vida, los bienes, la mujer, la fama del prójimo, incluyendo al padre y a la madre y la honra que se les debe. Tales mandamientos son voluntad de Dios, y el que los cumple, cumple la voluntad de Dios y se hace merecedor de la herencia eterna.

Aquel muchacho le respondió: Maestro, todo eso lo he cumplido desde pequeño. Si era realmente así, no había más que añadir: se había hecho merecedor de la herencia prometida a los cumplidores. Pero Jesús se le quedó mirando con cariño y le dijo: Una cosa te falta: anda, vende lo que tienes, dale el dinero a los pobres –así tendrás un tesoro en el cielo-, y luego sígueme. Le muestra, por tanto, un camino complementario, un camino hacia la perfección. Cumplir los mandamientos no lo es todo.

Hay una conducta superior al hecho de no matar, no robar o no adulterar; y es entregar lo que uno tiene en bien de los demás, vender las propias posesiones y con el dinero obtenido socorrer a los pobres; al tiempo que les hacemos un bien a ellos, nos liberamos nosotros y nos hacemos más aptos para el seguimiento de Jesús. Pero la acción de desprenderse no es fácil cuando uno está atado o apegado a esos bienes en los que pone su «siempre insegura» seguridad. Y, al parecer, ésta era la situación anímica de aquel joven rico, porque, a las palabras de Jesús, el muchacho frunció el ceño y se marchó pesaroso. Y es que era muy rico, y además no estaba dispuesto a renunciar a sus riquezas, es decir, a su bienestar y a sus seguridades.

La experiencia de aquel encuentro le sirvió a Jesús para extraer una enseñanza moral muy útil para sus discípulos: Qué difícil les va a ser a los ricos entrar en el Reino de Dios –les dijo-. Los discípulos se extrañaron de estas palabras que parecían si no cerrar sí al menos dificultar enormemente la entrada en el reino de los cielos a los ricos. Y precisa aún más: Hijos, ¡qué difícil les es entrar en el reino de Dios a los que ponen su confianza en el dinero! Más fácil le es a un camello pasar por el ojo de una aguja que a un rico entrar en el Reino de Dios.

La comparación les sorprende todavía más, y provoca su espanto, y comentan: Entonces, ¿quién puede salvarse? El interrogante es pertinente: si la exigencia es ésta, ¿quién puede salvarse o entrar en el reino de los cielos? ¿Qué rico puede salvarse? ¿El que no ponga su confianza en el dinero? Pero ¿es posible ser rico, tener dinero, y no poner la confianza en él? Quizá esto sea imposible para los hombres, pero no para Dios; Dios lo puede todo; Dios puede hacer que un rico deje de poner su confianza en el dinero. Basta con hacerle pasar por una experiencia de ruina, de crisis o de enfermedad mortal para hacerle tomar conciencia de que en semejantes circunstancias el dinero no sirve para nada o para casi nada –quizá para unos cuidados paliativos o poco más-.

Pero nos podemos hacer todavía una pregunta: ¿Por qué esta incompatibilidad entre el dinero, o la confianza en él, y el reino de Dios? Probablemente porque tras el afán por el dinero hay una idolatría que resulta incompatible con el verdadero culto a Dios. Es eso que dice Jesús en otro pasaje del evangelio: No podéis servir a Dios y al dinero.

Y es que el dinero se convierte fácilmente en un pequeño reyezuelo, un amo que reclama servicio, atención, culto y adoración. Deja de ser un medio de adquisición de ciertos productos más o menos indispensables para la vida para convertirse en un ídolo que absorbe todas nuestras energías y por el que uno arriesga y sacrifica aspectos muy importantes de la vida como la amistad, la armonía familiar, la paz social, la estabilidad personal. Sucede con frecuencia que el que pone su confianza en el dinero deja de ponerla en los demás; más aún, deja de ponerla en Dios.

Y este es el gran peligro del dinero: que somete a esclavitud, que despierta la codicia generando una espiral de efectos imprevisibles, porque nunca se ve saciada, que nos aparta de Dios provocando la engañosa imaginación de que nos aporta una base más segura (para la vida) que la del mismo Dios. La dificultad que Jesús ve en el dinero está en su poder encadenante, en su capacidad para atar, hasta el punto de encadenar nuestra voluntad, de no dejarnos libertad para actuar conforme al dictado de nuestra recta conciencia. Esto es lo que le sucedió a aquel joven rico: sus posesiones le tenían tan aprisionado que le impedían seguir a Jesús, cuando éste parecía ser su verdadero deseo.

En este preciso momento interviene Pedro, haciendo valer su generosidad: Ya ves –le dice- que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido. El contraste entre su respuesta a la llamada y la de aquel joven rico era manifiesto. Al menos ellos habían roto amarras y se habían lanzado a mar abierto con él. Habían dejado trabajo y familia por él.

Y Jesús les reconoce este acto de desprendimiento y de confianza, y les promete la recompensa, porque no quedarán sin recompensa: Os aseguro que quien deje casa, o hermanos, o hermanas, o madre o padre, o hijos o tierras, por mí y por el Evangelio, recibirá ahora en este tiempo cien veces más –casas, y hermanos y hermanas, y madres e hijos, y tierras, con persecuciones-, y en la edad futura vida eterna.

El que deje algo (sea poco o mucho) por él y por el Evangelio recibirá mucho más, cien veces más ya en este mundo, y en el futuro vida eterna. Y nada es comparable a esto; nada vale más que esto, pues esto es eterno, mientras que lo demás es temporal. Como hemos oído tantas veces a nuestros últimos Papas, Dios no se deja ganar en generosidad, pues nadie puede ser tan generoso como la Suma Bondad.

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ-CID
Dr. en 
Teología Patrística

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I Vísperas – Domingo XXVIII de Tiempo Ordinario

I VÍSPERAS

DOMINGO XXVIII de TIEMPO ORDINARIO

INVOCACIÓN INICIAL

V/. Dios mío, ven en mi auxilio
R/. Señor, date prisa en socorrerme.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

HIMNO

No sé de dónde brota la tristeza que tengo.
Mi dolor se arrodilla, como el tronco de un sauce,
sobre el agua del tiempo, por donde voy y vengo,
casi fuera de madre, derramado en el cauce.

Lo mejor de mi vida es dolor. Tú sabes
cómo soy; tú levantas esta carne que es mía;
tú, esta luz que sonrosa las alas de las aves;
tú, esta noble tristeza que llaman alegría.

Tú me diste la gracia para vivir contigo;
tú me diste las nubes como el amor humano;
y, al principio del tiempo, tú me ofreciste el trigo,
con la primera alondra que nació de tu mano.

Como el último rezo de un niño que se duerme
y, con la voz nublada de sueño y de pureza,
se vuelve hacia el silencio, yo quisiera volverme
hacia ti, y en tus manos desmayar mi cabeza.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu,
por los siglos de los siglos. Amén.

SALMO 121: LA CIUDAD SANTA DE JERUSALÉN

Ant. Desead la paz a Jerusalén.

¡Qué alegría cuando me dijeron:
«Vamos a la casa del Señor»!
Ya están pisando nuestros pies
tus umbrales, Jerusalén.

Jerusalén está fundad
como ciudad bien compacta.
Allá suben las tribus,
las tribus del Señor,

según la costumbre de Israel,
a celebrar el nombre del Señor;
en ella están los tribunales de justicia,
en el palacio de David.

Desead la paz a Jerusalén:
«Vivan seguros los que te aman,
haya paz dentro de tus muros,
seguridad en tus palacios.»

Por mis hermanos y compañeros,
voy a decir: «La paz contigo.»
Por la casa del Señor, nuestro Dios,
te deseo todo bien.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Desead la paz a Jerusalén.

SALMO 129: DESDE LO HONDO A TI GRITO, SEÑOR

Ant. Desde la aurora hasta la noche, mi alma aguarda al Señor.

Desde lo hondo a ti grito, Señor;
Señor, escucha mi voz;
estén tus oídos atentos
a la voz de mi súplica.

Si llevas cuenta de los delitos, Señor,
¿quién podrá resistir?
Pero de ti procede el perdón,
y así infundes respeto.

Mi alma espera en el Señor,
espera en su palabra;
mi alma aguarda al Señor,
más que el centinela a la aurora.

Aguarde Israel al Señor,
como el centinela a la aurora;
porque del Señor viene la misericordia,
la redención copiosa;
y él redimirá a Israel
de todos sus delitos.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Desde la aurora hasta la noche, mi alma aguarda al Señor.

CÁNTICO de FILIPENSES: CRISTO, SIERVO DE DIOS, EN SU MISTERIO PASCUAL

Ant. Al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo y en la tierra. Aleluya.

Cristo, a pesar de su condición divina,
no hizo alarde de su categoría de Dios;
al contrario, se despojó de su rango
y tomó la condición de esclavo,
pasando por uno de tantos.

Y así, actuando como un hombre cualquiera,
se rebajo hasta someterse incluso a la muerte,
y una muerte de cruz.

Por eso Dios lo levantó sobre todo
y le concedió el «Nombre-sobre-todo-nombre»;
en el cielo, en la tierra, en el abismo,
y toda lengua proclame:
Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo y en la tierra. Aleluya.

LECTURA: 2P 1, 19-21

Esto nos confirma la palabra de los profetas, y hacéis muy bien en prestarle atención, como a una lámpara que brilla en un lugar oscuro, hasta que despunte el día, y el lucero nazca en vuestros corazones. Ante todo, tened presente que ninguna predicción de la Escritura está a merced de interpretaciones personales; porque ninguna predicción antigua aconteció por designio humano; hombres como eran, hablaron de parte de Dios, movidos por el Espíritu Santo.

RESPONSORIO BREVE

R/ De la salida del sol hasta su ocaso, alabado sea el nombre del Señor.
V/ De la salida del sol hasta su ocaso, alabado sea el nombre del Señor.

R/ Su gloria sobre los cielos.
V/ Alabado sea el nombre del Señor.

R/ Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
V/ De la salida del sol hasta su ocaso, alabado sea el nombre del Señor.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. ¡Qué difícilmente entrarán en el reino de Dios los que poseen riquezas!

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. ¡Qué difícilmente entrarán en el reino de Dios los que poseen riquezas!

PRECES
Invoquemos a Cristo, alegría de cuantos se refugian en él, y digámosle:

Míranos y escúchanos, Señor.

Testigo fiel y primogénito de entre los muertos, que nos has librado de nuestros pecados por tu sangre,
— no permitas que olvidemos nunca tus beneficios.

Haz que aquellos a quienes elegiste como ministros de tu Evangelio
— sean siempre fieles y celosos administradores de los misterios del reino.

Rey de la paz, concede abundantemente tu Espíritu a los que gobiernan las naciones,
— para que atiendan con interés a los pobres y postergados.

Sé ayuda para cuantos son víctimas de cualquier segregación por causas de raza, color, condición social, lengua o religión,
— y haz que todos reconozcan su dignidad y respeten sus derechos.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

A los que han muerto en tu amor, dales también parte en tu felicidad,
— con María y con todos tus santos.

Porque Jesús ha resucitado, todos somos hijos de Dios; por eso nos atrevemos a decir:
Padre nuestro…

ORACION

Te pedimos, Señor, que tu gracia continuamente nos preceda y acompañe, de manera que estemos dispuestos a obrar siempre el bien. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Amén.

CONCLUSIÓN

V/. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R/. Amén.

Lectio Divina – Sábado XXVII de Tiempo Ordinario

1.- Oración introductoria.

Señor, te pido que me envíes el Espíritu Santo siempre que me acerco a tu Palabra. Hay frases del Evangelio que sólo las puedo entender si el Espíritu Santo me las enseña. Como las que aparecen en la  lectura de hoy. Es un enigma para mí la respuesta de Jesús a esa buena mujer del pueblo. Pero sé que es otro el sentido profundo de esas palabras. Gracias, Señor, porque el Espíritu Santo nos lleva a la verdad completa.

2.- Lectura reposada del Evangelio. Lucas 11, 27-28

Sucedió que, estando él diciendo estas cosas, alzó la voz una mujer de entre la gente, y dijo: «¡Dichoso el seno que te llevó y los pechos que te criaron!» Pero Él dijo: «Dichosos más bien los que oyen la Palabra de Dios y la guardan».

3.- Qué dice el texto.

Meditación-reflexión

No cabe duda que, al escuchar estas palabras del evangelio, crean en nosotros una especie de desazón al comprobar que Jesús apenas hace caso del elogio de una mujer sencilla y de pueblo a María, la madre de Jesús. Pero sólo aparentemente. Hace dos días, al comentar la escena de Marta y María, veíamos la importancia de que María estuviera escuchando la Palabra de Dios. Era como  abrir el horizonte de toda mujer al mundo del espíritu, al mundo de la cultura y, sobre todo, al mundo de la Biblia, al mundo de Dios. Si Jesús no puede tolerar el reduccionismo al que está sometida la mujer en su tiempo “cocina-hijos”, mucho menos puede reducir a su propia madre a una función meramente biológica: “vientre y pechos”. Su madre es eso y muchísimo más. María es la “oyente de la Palabra de Dios”, la que se ha fiado plenamente de esa Palabra, es más, la que ha encarnado en sus entrañas la misma Palabra, el Verbo, la Segunda persona de la Santísima Trinidad.  ¡Ésa es su grandeza! Por otra parte, María ha “conservado en su corazón esa Palabra”, la ha rumiado, la ha asimilado, la ha hecho vida. Cuando María, en las bodas de Caná, dice “Haced lo que Él os diga” no hace otra cosa que enviarnos al Evangelio a todos los que acudimos a Ella. Ella no hace otra cosa sino decirnos lo que Ella siempre ha hecho.

Palabra del Papa.

“La fe sin el fruto en la vida, una fe que no da fruto en las obras, no es fe. También nosotros nos equivocamos a veces sobre esto: ‘Pero yo tengo mucha fe’, escuchamos decir. ‘Yo creo todo, todo…’ Y quizá esta persona que dice eso tiene una vida tibia, débil. Su fe es como una teoría, pero no está viva en su vida. El apóstol Santiago, cuando habla de fe, habla precisamente de la doctrina, de lo que es el contenido de la fe. Pero vosotros podéis conocer todos los mandamientos, todas las profecías, todas las verdades de fe, pero si esto no se pone en práctica, no va a las obras, no sirve. Podemos recitar el Credo teóricamente, también sin fe, y hay tantas personas que lo hacen así. ¡También los demonios! Los demonios conocen bien lo que se dice en el Credo y saben que es verdad”.(Cf. S.S. Francisco, 21 de febrero de 2014, homilía en Santa Marta)

4.- Qué me dice hoy a mí este texto ya meditado. (Guardo silencio)

5.-Propósito. Una verdadera devoción mariana me lleva necesariamente al evangelio: “Haced lo que Él os diga”. Hago el propósito de hacerlo así.

6.- Dios me ha hablado hoy a mí a través de su Palabra. Y ahora yo le respondo con mi oración.

Señor, al terminar esta oración, me lleno de gozo al constatar el significado profundo de unas palabras tuyas a esa mujer del pueblo. Tu madre es mucho más que lo que pensaba esa buena mujer. Abre, Señor, mi mente para comprender tu evangelio en profundidad. Y también para descubrir la gran misión de María, tu Madre: la de darnos un evangelio vivo y experimentado.

De camellos y agujas

1.- “De camino, alguien se acercó a Jesús corriendo, se arrodilló y le preguntó: Maestro bueno, ¿qué he de hacer para heredar la vida eterna? Jesús le contestó: Nadie es bueno sino sólo Dios”. San Marcos, Cáp. 10. Parece que el camello como animal doméstico, ya era conocido en el tercer milenio antes de Cristo. En Israel se utilizaba como bestia de carga, de silla y de tiro, mientras a los beduinos les proporcionaba también carne y leche.

A este cuadrúpedo se refirió Jesús para señalar el peligro que traen las riquezas: “Más fácil le es a un camello pasar por el ojo de una aguja, que a un rico entrar en el Reino de Dios”. Y aunque algunos comentaristas han tratado de dulcificar tal expresión, ensayando otras traducciones del texto, parece que el Señor habló realmente de camellos y agujas. La tradición de los rabinos guardaba refranes parecidos, aunque en relación con otros animales: “Nadie piensa que un elefante pueda enhebrar una aguja con la trompa, ni tampoco bailar sobre una taza”.

2.- San Marcos nos cuenta que alguien llegó corriendo hasta Jesús, pero enseguida se alejó cabizbajo. Quiso seguir al Maestro, pero “tenía muchas posesiones”. ¿Se trata de un joven? El término griego lo indica, pero sus abundantes haberes no lo identifican como adolescente. Sin embargo es un muchacho sano. Habla de vida eterna, un concepto que exige cierta altitud de miras y un nivel suficiente en la fe judía. Llama a Jesús “Maestro bueno”, lo cual demuestra una sintonía personal. Aunque el Señor le aclara, como avivando el interés de su interlocutor, que “nadie es bueno sino sólo Dios”. Además cuando el Señor le explica que esa vida se alcanza al cumplir los mandamientos, el joven declara: “Todo esto lo he observado desde pequeño”.

3.- Jesús ha citado ante su visitante los mandatos que se refieren al prójimo, añadiendo uno que no está expresamente en Moisés: “No cometas fraude con nadie”. Podría equivaler a no robarás. Una persona rica puede que no se antoje de robar, pero sí es tentada de cometer otros fraudes, como recargar de trabajo a los obreros, o pagarles con retraso. Al descubrir en aquel joven madera para cosas más altas, el Maestro le añade: “Una cosa te falta: Vende lo que tienes, dale el dinero a los pobres –así tendrás un tesoro en el cielo- y luego sígueme. A estas palabras, apunta el evangelista, el muchacho frunció el ceño y se alejó pesaroso, porque era muy rico”. Cabrían dos aplicaciones de esta enseñanza de Jesús. La primera sería literal, como la realizó san Francisco de Asís, desposándose con la Dama Pobreza. La segunda más general, pero no menos evangélica: “Comparte todo lo tuyo con los necesitados. Aligera cada vez tu equipaje, para poder entrar con más rapidez en el Reino”. Los unos y los otros capitalizamos en el cielo, donde no hay polilla, ni herrumbre, ni ladrones que amenacen nuestro tesoro.

4.- El llamado “Principio de Peter” mantiene a mucha gente, aburguesada en su nivel de competencia. El peldaño siguiente les estará vedado, no tienen cualidades para ello. En el seguimiento de Jesús ocurre lo contrario. Todos estamos llamados a ascender. Pero qué lástima. Muchísimos se quedan a mitad del camino, por no arriesgarse a una entrega generosa al evangelio.

Gustavo Vélez, mxy

Comentario – Sábado XXVII de Tiempo Ordinario

(Lc 11, 27-28)

Una mujer, feliz de escuchar las enseñanzas de Jesús, le grita: «Feliz el vientre que te llevó». Jesús responde que son más felices los que escuchan a Dios y viven su Palabra. ¿Hay que ver en esta respuesta una especie de desprecio a María, la madre de Jesús, una invitación a ignorarla?

Si leemos Lucas 1, 48 veremos que María misma anuncia en su canto que todas las generaciones la llamarían «feliz», e Isabel, inspirada por el Espíritu Santo, también la llama «feliz» (1, 45).

Así, el evangelio de Lucas nos está indicando que para Jesús la grandeza de su madre no está tanto en haberlo llevado en su vientre, sino en su santidad y en su fe; porque en el evangelio de Lucas los felices son los santos, los que viven como a Dios le agrada, los que ya poseen el Reino de Dios (6, 20). Por eso, si leemos bien las palabras de su prima Isabel, ella le dice: «Feliz de ti porque has creído» (1, 45). Y Lucas nos cuenta también que María no vivía las cosas de Dios con superficialidad, sino que «conservaba estas cosas y las meditaba en su corazón» (2, 19.51).

Eso significa que María fue preparada por Dios para que no fuera una madre cualquiera, para que no ofreciera sólo su cuerpo, sino también su corazón entero.

Entonces todos estamos llamados a compartir la felicidad de María; porque nosotros no podremos engendrar a Jesús en nuestro cuerpo, pero sí podemos engendrarlo en el corazón por la fe, imitando a María. La mujer que le gritó a Jesús estaba elogiando a su madre, pero ella no podía gozar de esa maternidad biológica, ya que «madre hay una sola». Lo que sí podía compartir esa mujer con María era el gozo que da la Palabra de Dios cuando es guardada y vivida.

Oración:

«Señor Jesús, también yo quiero elogiar a tu madre querida, no sólo porque tuvo el privilegio de llevarte en su vientre, sino porque ella te recibió con una fe y una confianza inmensas, y por eso ella es modelo de los creyentes».

VÍCTOR M. FERNÁNDEZ
El Evangelio de cada día

Las riquezas, obstáculo formidable

1. Los discípulos que seguían a Jesús se espantaron, dice el texto evangélico de Marcos, y añade que se preguntaban unos a otros: “Entonces, ¿quien puede salvarse?”.

El espanto, primero, y la interrogación después, estaban más que justificados. Jesús había dicho: “¡Qué difícil les va a ser a los ricos entrar en el Reino de Dios!”. Y por si fuera poco, había remachado el clavo: “Hijos, ¡qué difícil le es entrar en el Reino de Dios a los que ponen su confianza en el dinero! Más fácil le es a un camello pasar por el ojo de una aguja que a un rico entrar en el Reino de Dios”.

2. Tendríamos que preguntarnos, para comenzar, si hoy nos invade o no el espanto ante estas afirmaciones de Jesús y si ponderamos o no las dificultades del rico para llegar a la salvación de Dios. ¿No será que hemos entretejido demasiadas glosas a estas palabras de Cristo? ¿O que hemos apuntalado excesivos distingos y matices? De puro sabidas, las palabras de Cristo han perdido mordiente: las glosas y las distinciones nos han curado de espantos. Y hoy, esas tremendas palabras son sólo palabras cuando no “exageraciones” o hipérboles de la lengua semita. ¿Qué pasaría si de verdad, con seriedad y sin oratorias, se nos dijera en los templos que les va a ser difícil, muy difícil, a los ricos entrar en el reino de Dios? ¿Qué pasaría si cada uno de nosotros nos tomáramos en serio esas palabras de Jesús? Mientras esas palabras no nos traigan espanto y pongan en cuarentena nuestra salvación, habrá que seguir pensando que sabemos mucho de glosas y de matices. O que, para echar balones fuera, nos acogemos pronto al expediente de calificaciones de demagógicas.

3.- Y sin embargo no lo son. Esta muy equivocado quien opina que el mensaje de Cristo es mensaje de tranquilidad, de quietud del espíritu, de amor suave a base de palmaditas en la espalda.- En el texto de la Carta a los Hebreos se nos dice hoy que “la palabra de dios es viva y eficaz, más tajante que espada de doble filo, penetrante…”Se nos dice que nada está oculto“a los ojos de aquel a quien hemos de rendir cuentas”. No cabe, pues, tomar las palabras de cristo ni como demagógicas, ni como hiperbólicas, ni como exageraciones. No cabe – ¡mucho menos aún!– pretender que el Evangelio esté exento de durísimas exigencias en muchos campos y, de modo muy particular, en lo referente a las riquezas. ¿Entonces?

4.- La respuesta se apoya en toda una larga línea del pensamiento bíblico y de los criterios del Evangelio. Las riquezas son un obstáculo formidable para la salvación porque conducen con extrema facilidad a que el hombre sitúe toda su confianza en ellas y reduzca a nada su necesidad de dios. Las riquezas llevan al poder; el poder, a la explotación de nuestros prójimos, a la injusticia, a la ambición. Son ––en el pensamiento de Jesús como una divinidad ante cuyo altar el hombre se esclaviza y se ciega; y ciego y perdida la primigenia dignidad humana, ¿qué hay de extraño en que el rico-poderoso atente contra la dignidad de otros hombres, tenga cerrados los ojos ante la realidad que le rodea y no vea el hambre, ni la injusticia, ni la falta de trabajo, ni la desesperación de los pobres?

5.- No es imposible el ser rico y ser seguidor de Jesucristo, es cierto. Y el texto evangélico de hoy lo dice muy expresamente: pero ––y también esto lo dice– se trata de un verdadero “milagro”, de una posibilidad erizada de mil dificultades. Al rico, más que a ningún otro hombre, le corresponde revisar su vida y su actuación desde “sabiduría” del mensaje para detectar cuanto en el uso y propiedad de sus riquezas haya de inmoral, de injusto, de insolidario, de explotación, de rebajamiento de su propia dignidad y de la dignidad de los otros. Lo radicalmente evangélico es lo que dice Jesús: “Vende lo que tienes y dale el dinero a los pobres”. Pero, si no nos atrevemos a tanto, hemos de estar más que alertados al fiel cumplimiento de lo mandado: no mataras, no robaras, no estafaras. Porque el poder del dinero –y ahí están los hechos de todos los días– conduce fácilmente a todos esos atropellos.

Antonio Díaz Tortajada

Las exigencias del seguimiento de Jesús

1.- ¿Qué haré para heredar la vida eterna? Una pregunta que cada vez se hacen menos personas en este mundo nuestro en que parece que interesa más lo inminente que lo trascendente, lo inmediato que lo lejano, lo de tejas para abajo que los asuntos del cielo. Sin embargo, el hombre no puede engañarse a sí mismo y, tarde o temprano, tiene que hacerse esta pregunta. Porque todos queremos vivir y que la vida no se acabe nunca. ¿Qué hacer para poseer la «Vida» auténtica? Vive a tope, goza, no repares en nada, aprovéchate lo que puedas, enriquécete lo más rápido posible, no te preocupes por nada, vive el presente.

¡Qué ingenuo puede parecer Jesús para muchos hombres y mujeres de hoy que piensan así! ¿Cumplir los mandamientos? Es muy difícil, casi imposible, «comamos y bebamos…» Pero Jesús nos diría hoy lo mismo: «Ya sabes los mandamientos, ¡practícalos!». No creo que Jesús entienda «el cumplir» como lo entendían los fariseos, que se contentaban con el cumplimiento externo de la ley. Él habla de otra cosa, de vivir lo que dicen los mandamientos, no simplemente de no hacer lo prohibido. Quiere que veas el lado positivo: donde dice «no matarás», te dice «trabaja para que todos tengan una vida digna».

2. – Es curiosa la reacción de la persona que pregunta a Jesús, joven o viejo da igual, pues trata de justificar que ha cumplido todos los mandamientos desde pequeño. Nosotros podríamos decir algo parecido: si desde niño he ido a misa, si he procurado no meterme con nadie, si he cumplido religiosamente con la Iglesia, si he guardado el ayuno y la abstinencia. Una cosa te falta… Una fotocopia de un texto utilizado en catequesis de jóvenes decía algo así: «Eres joven, eres rico, ¿qué más quieres Federico?». Pero el joven se da cuenta de que no es feliz, a pesar de todas sus riquezas y que le falta una cosa, algo que llene su vida de verdad y comienza a desprenderse de todo lo que le sobra y en el fondo le pesa y le estorba. Y descubre que se puede ser feliz de otra manera, «desprendiéndose» de toda la carga material que lleva. Sólo así queda ligero de equipaje para seguir a Jesús. Está claro en el evangelio: «anda, vende lo que tienes, dale el dinero a los pobres, así tendrás un tesoro en el cielo, y luego sígueme». Aquella persona se marchó triste porque le costaba mucho dejar sus bienes, lo mismo que a nosotros nos cuesta darnos cuenta de que estamos metidos en una tela de araña, el consumismo, de la cual nos es muy difícil salir.

3.- Jesús deja claro que es muy difícil compaginar riquezas y Reino de Dios. Y no porque los bienes materiales sean malos en sí -los judíos creían que eran signo de la bendición de Dios- sino porque muchas riquezas «son baratas», son obtenidas por medios injustos o en todo caso convierten a la persona en «esclavo» del dinero, insensible a la miseria en que vive gran parte de la humanidad. ¿Que decir de la especulación del suelo y de los negocios inmobiliarios? Ahora comprendemos lo del camello y el ojo de la aguja. Algunos decían que el ojo de la aguja era el nombre de una de la puertas de entrada a Jerusalén donde mal que bien podía entrar un camello. Sea como sea, lo que está claro es el sentido que Jesús quiere dar a esta expresión. Sin embargo, alaba la generosidad, la gratuidad de aquellos que habiéndolo dejado todo reciben en este mundo cien veces más y además la vida eterna. ¡Qué gran verdad! ¡Qué feliz es aquel que elige ser pobre y austero, que se conforma con lo necesario para vivir y tiene libertad de espíritu para seguir a Jesús!

4 – Si consideras que «ya eres bueno» porque cumples, presta atención, quizás necesitas un poco de conversión. No basta con contentarse con lo mínimo, con lo fácil, con aquello que no compromete mis seguridades. Dios te pide algo más, tu corazón te pide algo más, una cosa te falta… intenta compartir tus dones, no solo los materiales, con tu prójimo y entonces encontrarás la Vida plena aquí, y también la eterna si te preocupa el futuro y no sólo el momento presente.

José María Martín OSA

«Ven detrás de mí…»

1. – Vete, vende, da, ven… y sígueme. Palabras claves de la conversación de Jesús con el joven del evangelio y del seguimiento pleno de Cristo.

Vete, porque no es ocasión de que tú y yo discutamos en público los términos de tu decisión personal.
Vete a tratarlo a solas con Dios tu Padre, en silencio
Vete, y aparte de la muchedumbre, que podría aplaudir tu generosidad, toma tu decisión.
Vende, despréndete de todo aquello a que se aferra tu corazón.
Vende, pasa el derecho a tus cosas a otro.
Vende, vacíate de ese profundo sentimiento de lo que crees solamente tuyo.
Da, no metas en cuentas corrientes tu venta, no engordes el camello de tus posesiones.
Dalo, no me lo traigas a Mí, que no me vas a encontrar presidiendo una mesa petitoria para recibir lo que me des. Dalo a los hermanos.

2. – Ven detrás de mí que estoy siempre en camino, haciendo con mi marcha senderos de montaña, como buen pastor.

Y sígueme. Yo no tengo oídos para escuchar el tintineo de las monedas en los cepillos del templo. Pero tengo un oído finísimo para escuchar los pasos de los que me siguen por la senda estrecha, pasos ligeros, sin mochila a la espalda, pasos desprendidos, saltarines.

3. – “Sólo te falta una cosa”. Sólo nos falta una cosa, no para ser añadida a lo que ya tenemos. Nos falta que nos falte.

Nos falta desprendimiento de corazón de lo que tenemos.
Nos falta fiarnos plenamente del Señor.
Nos falta jugárnoslo todo a la sola carta de Dios.
Nos falta dejar al fin de jugar a servir a dos señores: a Dios y al dinero.
Nos falta acabar con esa doble contabilidad religiosa cuyo principio fundamental es que cumpliendo con Dios nuestro bienestar material engrosará.

4. – Hay que reconocer que Jesús es un exagerado, por lo que hoy nos vuelve a decir y es que en el Reino sólo el que pierde, gana. Sólo el que lo da todo lo gana todo. El que multiplica por cero se hace rico.

Jesús es un mal comerciante, porque aceptando nuestros regateos y chalaneos tendría más seguidores.

Pero se empeña en sus “vete, vende y da” y son muchos los que se van, pero no vuelven.

Ni vosotros ni yo estamos en la disposición de mantener nuestro corazón desprendido de todo. Todos nos marchamos, una y otra vez, “tristes” y todos participamos en la hinchazón del camello que no pasa por el ojo de la aguja.

Nos queda pedir con humildad al Señor –sólo Él es bueno y comprensivo—que algún día su Palabra como espada de dos filos entre hasta lo más íntimo de nuestro corazón y despierte allí la comprensión de que, por Dios se puede dar todo lo que poseemos.

José María Maruri SJ

Un dinero que no es nuestro

En nuestras iglesias se pide dinero para los necesitados, pero ya no se expone la doctrina cristiana que sobre el dinero predicaron con fuerza teólogos y predicadores como Ambrosio de Tréveris, Agustín de Hipona o Bernardo de Claraval.

Una pregunta aparece constantemente en sus labios. Si todos somos hermanos y la tierra es un regalo de Dios a toda la humanidad, ¿con qué derecho podemos seguir acaparando lo que no necesitamos, si con ello estamos privando a otros de lo que necesitan para vivir? ¿No hay que afirmar más bien que lo que le sobra al rico pertenece al pobre?

No hemos de olvidar que poseer algo siempre significa excluir de aquello a los demás. Con la «propiedad privada» estamos siempre «privando» a otros de aquello que nosotros disfrutamos.

Por eso, cuando damos algo nuestro a los pobres, en realidad tal vez estamos restituyendo lo que no nos corresponde totalmente. Escuchemos estas palabras de san Ambrosio: «No le das al pobre de lo tuyo, sino que le devuelves lo suyo. Pues lo que es común es de todos, no solo de los ricos… Pagas, pues, una deuda; no das gratuitamente lo que no debes».

Naturalmente, todo esto puede parecer idealismo ingenuo e inútil. Las leyes protegen de manera inflexible la propiedad privada de los privilegiados, aunque dentro de la sociedad haya pobres que viven en la miseria. San Bernardo reaccionaba así en su tiempo: «Continuamente se dictan leyes en nuestros palacios; pero son leyes de Justiniano, no del Señor».

No nos ha de extrañar que Jesús, al encontrarse con un hombre rico que ha cumplido desde niño todos los mandamientos, le diga que todavía le falta una cosa para adoptar una postura auténtica de seguimiento suyo: dejar de acaparar y comenzar a compartir lo que tiene con los necesitados.

El rico se aleja de Jesús lleno de tristeza. El dinero lo ha empobrecido, le ha quitado libertad y generosidad. El dinero le impide escuchar la llamada de Dios a una vida más plena y humana. «Qué difícil les va a ser a los ricos entrar en el reino de Dios». No es una suerte tener dinero, sino un verdadero problema, pues el dinero nos impide seguir el verdadero camino hacia Jesús y hacia su proyecto del reino de Dios.

José Antonio Pagola

Comentario al evangelio – Sábado XXVII de Tiempo Ordinario

Todos dichosos: el vientre y los pechos que criaron, los que escuchan y los que cumplen la palabra de Dios. ¿Por qué insistir tanto en el “pero”? Jesús no desautoriza a la mujer, no rechaza el elogio; simplemente, lo completa, lo perfecciona.

Una mujer del pueblo queda seducida por Jesús, por su palabra, por la integridad de su vida. Tan sencilla como valiente, alza la voz entre la multitud y confiesa su fe; la alabanza es para Jesús pero recae en su madre. (Ojalá toda glorificación de María pase siempre por Jesús). Es algo cautivador contemplar la escena: una mujer humilde se convierte en portavoz de todos, una mujer ensalza a otra mujer por sus encantos maternales que criaron al Maestro que le fascina.

Como buen pedagogo, Jesús pasa del parentesco de la sangre al parentesco del Reino. Con Jesús, las cosas han cambiado. Para una mujer judía la maternidad lo era todo, pero ahora todo es diferente, los valores del Reino son los primeros: escuchar la palabra de Dios y ponerla por obra.  En la Virgen María confluían las dos cosas: el vientre y el corazón, la generación del hijo y la fe, el sí de la esclava del Señor y el Verbo que se hace carne en su seno.

María es la primera discípula de Jesús, la primera creyente, la primera que escucha y cumple lo que su hijo anuncia. Como madre, tenía siempre delante la Palabra. “María avanzó en la peregrinación de la fe”, dice el Concilio. Ninguno como María fue sometido a la prueba de la fe: un hijo perseguido, maltratado, muerto. Y en los momentos difíciles de Jesús, ella siempre presente.

Hay muchos hijos de María y de la Iglesia que son ilustres oyentes y cumplidores de la palabra de Jesús y de los preceptos del Señor. Hay mucha tierra buena y esponjosa donde cae y da fruto la Buena Noticia del Evangelio. Muchos que se preguntan: ¿Qué nos dice hoy el Espíritu? Sobre esta gente recae la alabanza de Jesús: sois dichosos. Y todos lo resaltamos, y nos llenamos de esperanza y alegría.

Incluso son muchos los que avanzan en su fe, envueltos en oscuridad y tropiezos, llenos de dudas y pesares. Pero, como la Virgen, son fuertes y pacientes, sólo sostenidos por la confianza en Dios.

Una conclusión elemental sería esta: si Jesús relativiza el título de “madre”, ¿cuánto más hemos de relativizar otros títulos y credenciales con los que nos arropamos los hombres? El gran título del Reino, la gran credencial en la Iglesia es el ser hijo de Dios, el ser trabajador de la viña del Señor, el ser un creyente convencido. Estos sí que son dichosos.

Ciudad Redonda