Lectio Divina – Santa Teresa de Jesús

1.- Oración introductoria.

          Señor, quiero en este día agradecerte la riqueza de este maravilloso texto. Alabas a Dios, Señor del cielo y de la tierra. Con lo cual nos dices que esta tierra maravillosa ha sido creada por el amor del Padre. Toda la creación  se convierte en beso, abrazo, caricia del Padre. Alabas a Dios porque nos puedes contar lo maravilloso que es Dios, nuestro Padre. Para ti, Señor,  la palabra “Padre” nunca se caía de tus labios. Y das gracias a Dios porque no sólo nos revelas su nombre, sino que nos entregas las maravillosas experiencias que tuviste del Padre en este mundo. ¿Cómo no agradecerte? 

2.- Lectura reposada del evangelio: Mateo 11, 25-30

En aquel tiempo, Jesús exclamó: «¡Te doy gracias, Padre, Señor del Cielo y de la Tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y las has revelado a la gente sencilla! Gracias, Padre, porque así te ha parecido bien. El Padre ha puesto todas las cosas en mis manos. Nadie conoce al Hijo sino el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquél a quien el Hijo se lo quiera revelar. Vengan a mí, todos los que están fatigados y agobiados por la carga, y yo les daré alivio. Tomen mi yugo sobre ustedes y aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontrarán descanso, porque mi yugo es suave y mi carga ligera».

3.- Qué dice el texto.

Meditación-reflexión

En este evangelio se nota a un Jesús contento, feliz, con ganas de agradecer al Padre muchas cosas. Pero ¿qué le hace feliz a Jesús? Realmente lo que hace feliz a Jesús es “poder revelarnos el verdadero rostro de Dios”. Jesús, que ha vivido siempre con el Padre, es el único que nos lo puede revelar (Jn. 1,18). Y Jesús ha debido de sufrir mucho por las falsas imágenes que se han dado del verdadero Dios a través de los siglos. También los judíos, que han recibido revelaciones de Dios, han desfigurado su rostro en muchas ocasiones. En este texto Jesús está feliz porque nos puede decir quien es Dios. Todo lo que Él ha recibido de Dios, nos lo quiere manifestar. Pero no lo puede hacer a los sabios y prudentes. Los sabios, tomados en sentido peyorativo, son los sabihondos, los que se saben todo, los que son incapaces de novedad y de sorpresa. Y los prudentes, en sentido peyorativo, son los que  están dispuestos a aceptar a Dios, con tal de que no se meta en sus asuntos, no les complique la vida, no les haga cambiar. A éstos Jesús no les puede revelar el verdadero rostro de Dios. Son ellos los que se han fabricado un Dios “a su imagen y semejanza”. Pero hay otros a quienes Jesús se les va a revelar: son los pequeños, los sencillos, los humildes, al estilo de María, su Madre. Su corazón está totalmente abierto al don de Dios, sin que pongan ninguna pega, ningún obstáculo. Estos, a pesar de los problemas y dificultades de la vida, viven felices porque se han abandonado a Dios y “descansan serenos y tranquilos en su corazón”. Para acertar en la vida, para ser felices, no hay que cambiar la vida. Basta con que cambiemos  la imagen de Dios. El Dios revelado por Jesús es un Padre maravilloso, que sólo quiere nuestro bien, que no sabe ni puede hacer otra cosa.  Hay que fiarse plenamente de Él.

Palabra del Papa.

“El palpitar de tu corazón es lo que bombea tu sangre vital a toda la Iglesia, y a mí, parte de tu cuerpo místico. Tu latir al unísono con el mío es el latido que marca el ritmo de mi día a día; es el incesante repetir de un «te amo, te amo, te amo»; es el medio de sentirte vivo y presente; es el pulso silencioso de Dios en mi alma. En tu corazón encuentro conforto para mis penas, consuelo para mis dolores, calor y fervor para mi tibieza, descanso para mi cansancio, salud para mi enfermedad, gracia para mi pecado, perdón para mis ofensas, misericordia para mis delitos, ejemplo para todas mis situaciones, ternura para mis asperezas, valentía para mis temores, fortaleza para mis debilidades, respuesta a mis interrogantes, razones para mis dudas, motivos para mis incredulidades, afirmación para mis inconsistencias, autenticidad para mi incoherencia, paciencia para mis depresiones, sencillez para mis complicaciones, verdad para mis falsedades, luz para mis tinieblas, sabor para mi aburrimiento, amor para mi sed de amor, libertad para mis esclavitudes, seguridad para mis inseguridades… (Homilía de S.S. Francisco, 27 de junio de 2014, en santa Marta).

4.- Qué me dice hoy a mí este texto ya reflexionado. (Guardo silencio)

5.- Propósito: Pensaré durante el día: Dios me ama. Dos es mi Padre. Dios ni sabe, ni quiere, ni puede hacer otra cosa que amarme con infinito amor.

6.-Dios me ha hablado hoy a través de su Palabra. Y ahora yo le respondo con mi oración.

Señor, al acabar la oración de este día, no deseo entregarte otra cosa que una palabra y una actitud. La palabra es “gracias” y la actitud es de “asombro, de estremecimiento”. Y esta actitud la expreso mejor con un “silencio prologado”.

Anuncio publicitario

Comentario – Viernes XXVIII de Tiempo Ordinario

(Lc 12, 1-7)

Jesús era acosado por una multitud que lo perseguía. Sin embargo, por un instante quiere dirigirse a sus discípulos y alertarlos contra la hipocresía. El sentido de esta palabra es el de representar un papel, actuar debajo de una máscara, aparentar lo que no se es. Los fariseos eran para Jesús el caso típico de la simulación, de la apariencia, de la gloria vacía de contenido; más aún, eran «sepulcros blanqueados» que bajo la apariencia de la pintura blanca escondían podredumbre (Mt 23, 27), porque sólo «parecen justos» (Mt 23, 28), pero no lo son; y hasta usan las cosas sagradas, como la oración, para aparentar y cubrir sus maldades: «Devoran los bienes de las viudas y fingen hacer largas oraciones» (Lc 20, 46). El hipócrita se oculta a sí mismo su propia verdad y pretende ser consejero de los demás (Lc 6, 42).

Jesús recomienda a sus amigos que se cuiden de caer en esa obsesión por disfrazar la propia realidad, porque «no hay nada escondido que no se descubra» (12, 2). Y luego, para que no caigan en el mecanismo de la apariencia como táctica para evitar persecuciones, Jesús los invita a confiar en Dios que no olvida ni siquiera a los pajaritos, y a mirar más el bien de la salvación que el de la vida misma.

Pero aquí podríamos leer también una invitación a valorar la propia dignidad para no caer en la indignidad de cuidar la apariencia y de seducir a los demás con engaños: «Ustedes valen más que muchos pájaros».

Esta invitación de Jesús a dejar de lado el temor es también una invitación a convencernos del amor que Dios nos tiene y a confiarnos en ese amor, porque «en el amor no hay lugar para el temor; el amor perfecto elimina el temor» (1 Jn 4, 18). Sólo hay lugar para el «santo temor de Dios», que es el profundo respeto ante su santidad, y el temor de ofenderlo con nuestras acciones (Prov 14, 26-27).

Oración:

«Señor Jesús, tú que sientes horror ante la hipocresía y no quieres que me engañe a mí mismo aparentando lo que no soy, ayúdame a ser transparente ante ti para que pueda reconocer mi propia verdad».

 

VÍCTOR M. FERNÁNDEZ
El Evangelio de cada día

La misa del domingo

Por amor al Padre y por amor a cada ser humano el Hijo eterno de Dios, asumiendo plenamente nuestra naturaleza humana, aceptó entregarse a sí mismo en expiación por nuestros pecados. En su pasión y muerte, Él fue quebrantado con dolencias inmerecidas. A fin de reconciliarnos con Dios, cargó sobre sí nuestras culpas. Por su muerte, nos justificó. Ofreciéndose a sí mismo, nos ha redimido y reconciliado (1ª. lectura).

Cristo, la Víctima expiatoria, es al mismo tiempo el Sumo Sacerdote que ofrece por toda la humanidad el sacrificio de su propio cuerpo en el Altar de la Cruz (2ª. lectura). En Él tenemos un Sumo Sacerdote que puede compadecerse de nuestras flaquezas, pues ha sido probado en todo igual que nosotros, aunque en Él no hubo pecado alguno. Él, el Cordero inmaculado, cargó sobre sí los pecados de toda la humanidad para reconciliarla con el Padre.

El Evangelio de este Domingo se ubica inmediatamente luego del renovado anuncio del cómo sucederá aquello que fue anunciado por los profetas: «Miren que subimos a Jerusalén, y el Hijo del hombre será entregado a los sumos sacerdotes y a los escribas; le condenarán a muerte y le entregarán a los gentiles, y se burlarán de Él, le escupirán, le azotarán y le matarán, y a los tres días resucitará» (Mc 10, 33-34). Los discípulos siguen sin querer entender, siguen tercamente aferrados a su idea del Mesías entendido como un glorioso y poderoso liberador político. Interpretan las palabras del Señor como el anuncio de su cercana manifestación gloriosa, el anuncio de la inminente instauración del Reino de Dios en la tierra mediante la restauración del dominio de Israel y el sometimiento de todas las naciones paganas (ver Hech 1, 5). Ante esa perspectiva y creciente expectativa, se avivan las ambiciones de algunos Apóstoles. Dos de ellos, Santiago y Juan, se acercan al Señor para expresarle su ambición: «concédenos sentarnos en tu gloria uno a tu derecha y otro a tu izquierda», cuando con el poder de Dios hayas instaurado tu Reino y sometido a todas las naciones.

El Señor, lejos de escandalizarse ante la ambición mostrada por sus discípulos, se muestra comprensivo de la fragilidad humana y de las distorsiones introducidas en el corazón humano por el pecado. Ante tal petición y ante la indignación que genera entre los demás Apóstoles, Él los reúne en torno a sí y les enseña a interpretar rectamente el deseo de grandeza que mueve sus corazones: «el que quiera ser grande, que se haga el servidor de todos; y el que quiera ser primero, sea esclavo de todos». Es por el servicio y la humildad como ellos están llamados a ser auténticamente grandes, a ser “los primeros” entre todos. Ése, y no el de la gloria humana y el dominio abusivo sobre los demás, es el camino por el que responderán acertadamente a sus anhelos de grandeza y gloria.

El Señor se pone a sí mismo como modelo y ejemplo a seguir: Él, siendo Dios, se ha hecho hombre, y no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar la propia vida como rescate por todos. Él no se impuso mediante su poder, sino que hizo de su propia vida un don para los demás. Es bebiendo de su mismo cáliz, abajándose con Cristo por la humildad, como sus discípulos serán elevados con Él hasta lo más alto, hasta la participación en la misma gloria divina. Siguiendo sus huellas el discípulo puede responder acertadamente a su legítima aspiración a la grandeza humana.

LUCES PARA LA VIDA CRISTIANA

¿Puede el mundo cambiar, si no se entiende la lógica del servicio, de la donación de sí mismo a los demás? ¿Puede el mundo volverse más humano, más fraternal y reconciliado, mientras la lógica que impere entre los hombres sea la de la imposición del más fuerte sobre el más débil, la violencia para someter a los demás, la explotación del otro para el propio beneficio, la utilización del otro para mis propios intereses personales?

La ambición que anida en el corazón del hombre lleva muchas veces a actitudes como: ponerse por encima de los demás, verse superiores a ellos, buscar dominar a otros, etc. Lo vemos tanto en la política, pero se da también en el trabajo o en el hogar, en nuestro trato diario con los demás.

¿Pero es mala la ambición? La ambición, si la entendemos como un fuerte anhelo de grandeza, una aspiración a la gloria, ha sido puesta por Dios mismo en el corazón humano, a fin de que aspire a alcanzar las cumbres más elevadas, a fin de que aspire incluso a querer “ser como Dios” y a realizar así su vocación a la participación de la misma naturaleza divina (ver 2 Pe 1, 4). Pero por el pecado esa ambición se orienta a satisfacer el propio egoísmo en una lucha despiadada con los demás para obtener los primeros puestos y buscar en ellos el poder y la vanagloria.

El Señor no se escandaliza ni rechaza la ambición que muestran sus Apóstoles, incluso se podría decir que cuenta con ella. ¿No los ha elegido, conociéndolos de antemano? ¿No ha elegido hombres ambiciosos para llevar a cabo una misión de alcances insospechados? ¿No necesita el Señor de hombres que ambicionen la gloria, para conquistar el mundo entero? Por ello el Señor no recrimina a sus Apóstoles por su ambición ni les pide que la sofoquen; al contrario, los estimula a ser los primeros, a ser grandes, pero les muestra el camino que deben seguir: «el que quiera ser grande, que se haga el servidor de todos; y el que quiera ser primero, sea esclavo de todos» (Mc 10, 43-45).

Y tú, ¿quieres ser grande de verdad? ¿Quieres la auténtica gloria para ti, aquella que responderá a los anhelos de grandeza que palpitan fuertes en tu corazón? El Señor Jesús, con su propia vida, te muestra el camino: que tu ambición, el deseo de ser de los primeros, de alcanzar honor y gloria, te lleve no a servirte de los demás, a pisotearlos para ejercer sobre ellos un dominio despótico, a aprovecharte de sus debilidades, a manipularlos para tus fines, sino a servirlos, a hacer de tu propia vida un don para los demás, para que otros crezcan humana y espiritualmente. Así experimentarás un gozo profundo en esta vida y participarás de la misma gloria del Señor, una gloria que no es vana y pasajera, sino que será eterna.

Para ser el mayor

 
 

¿Estás dispuesto a no dar importancia
a lo que has hecho por los demás
y hacer memoria agradecida de todo
lo que los otros han hecho por ti?

¿Estás dispuesto a no hacer caso
a lo que crees que el mundo te debe
y a tener en cuenta, en cambio, cada día
todo lo que tú sí debes al mundo?

¿Estás dispuesto a poner tus derechos,
si fuere preciso, en último lugar
y situar por delante los de los demás
y la oportunidad de hacer algo más que el simple deber?

¿Estás dispuesto a aceptar gozosamente
que toda persona es tan real y necesaria como tú
y esforzarte por cubrir sus necesidades,
respetar su dignidad y llegar a su corazón?

¿Estás dispuesto a reconocer que no merece la pena
sacar provecho o ventajas en la vida
por tu origen, cultura o suerte
y sí ofrecer a los demás todo lo que eres capaz de dar?

¿Estás dispuesto a cerrar el libro de insultos
y buscar junto a ti, muy cerca de ti,
un lugar donde puedas sembrar

unas pocas semillas de felicidad?

¿Estás dispuesto a abrazar y abrir tus entrañas
a quienes viven marginados y perdidos
sin pedirles cuentas, sin echarles en cara,
y perderte tú por los lugares que ellos andan?

¿Estás dispuesto a confesar sinceramente
que a veces te puede el afán y anhelo
de aparentar y ser el primero
en las listas y lugares de este mundo y del Reino?

¿Estás dispuesto a estrechar entre tus brazos
a pobres, sucios y enemigos,
a mirar y besar con dignidad a los últimos
y a hacerte el servidor de todos?

Si es así, puedes tener por cierto
que estarás siempre conmigo
y que éste será un feliz día para ti
sin importarte ser último o primero.

Florentino Ulibarri

Comentario al evangelio – Santa Teresa de Jesús

Hemos abandonado la lectura continua para recalar en la lectura propia de Santa Teresa.  Maliciosamente, he comprobado que otras mujeres, “Doctoras de la Iglesia”, tienen en su fiesta este mismo texto evangélico. Texto que, curiosamente, no aparece ni siquiera en la lista de evangelios para el “Común de doctores”. ¿Es que sólo las mujeres son las “sencillas”? ¿Por qué no decir de ellas, como de los doctores varones, que son “luz del mundo y sal de la tierra”? Esta observación parece dar la razón al que afirmó: “Fémina inquieta y andariega… enseñando, como maestra, contra lo que San Pablo enseñó mandando que las mujeres no enseñasen” (El nuncio Felipe Sega, 1577). Quede sólo en anécdota curiosa. Menos mal que en su estatua de la Basílica de San Pedro se lee esta inscripción: “Madre de espirituales”. Por eso, un hombre bueno e inteligente, en 1970, la declaró doctora de la Iglesia.

Esta observación nada quita a este texto evangélico tan bello. Podemos distinguir tres tiempos. Comienza en tono de oración al Padre, igual que en el momento sublime de la Última Cena. Jesús se arranca con una acción de gracias al Padre por la actitud de los sencillos de corazón, capaces de abrirse y comprender el don de Dios.  Y Dios se revela a los humildes; nos descubre su misterio, su intimidad: El Padre ama y conoce al Hijo, y el Hijo conoce y ama al Padre. Y Jesús, el Hijo, nos descubre al Padre del cielo. Cómo resuena aquí el evangelio de San Juan: “El Padre ama al Hijo y ha puesto en sus manos todas las cosas”.  Desde esta intimidad queda clara la invitación de Jesús: “Venid a mí”. Pongamos rostro y voz a esta invitación del Señor: “Venid a mí”. No hacía falta, pero nos explica la razón: seguir a Jesús es exigente, pero no agobiante; su yugo es suave y su carga ligera. Qué lejos y diferente de los fariseos que echaban fardos pesados, llenos de preceptos inútiles, sobre las espaldas de la gente.

Que el Señor nos haga sencillos de corazón. Así, vacíos de nosotros mismos, nos llenará de la intimidad de su misterio divino. “Quien a Dios tiene nada le falta”, nos recuerda Teresa, la religiosa carmelita. Seguir a Jesús resulta grato, porque a las exigencias del Reino las dulcifica el amor. Y, si alguna vez nos despistamos, pronto sentiremos la voz suave del Maestro: “Venid a mí”.

Ciudad Redonda

Meditación – Santa Teresa de Jesús

Hoy celebramos la fiesta de Santa Teresa de Jesús.

La lectura de hoy es del evangelio de Mateo (Mt 11, 25-30):

En aquel tiempo, Jesús dijo: «Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a pequeños. Sí, Padre, pues tal ha sido tu beneplácito. Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce bien al Hijo sino el Padre, ni al Padre le conoce bien nadie sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar. Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso. Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es suave y mi carga ligera».

Hoy celebramos una santa que representa una de las cimas de la espiritualidad cristiana: santa Teresa de Ávila. Todavía niña, lee las vidas de algunos mártires que le inspiran el deseo del martirio. Sus dos principios fundamentales: «todo lo que pertenece al mundo de aquí, pasa»; sólo Dios es «para siempre, siempre, siempre». A la edad de 20 años, entra en el monasterio carmelita de la Encarnación. El descubrimiento fortuito de la estatua de «un Cristo muy llagado» marca profundamente su vida. Paralelamente a la maduración de su interioridad, la santa comienza a desarrollar el ideal de reforma de la Orden carmelita. Teresa de Jesús no tenía una formación académica, pero siempre sacó provecho de las enseñanzas de teólogos, literatos y maestros espirituales. Teresa teje relaciones de amistad espiritual con numerosos santos, en particular con san Juan de la Cruz.

Sus principales obras: “Libro de la vida” (autobiografía); “Castillo interior” (mística); “Libro de las fundaciones”… Algunos puntos esenciales de la espiritualidad teresiana: las virtudes evangélicas como base de toda la vida cristiana y humana; una profunda sintonía con los grandes personajes bíblicos y la escucha viva de la Palabra de Dios; la oración; la centralidad de la humanidad de Cristo (la vida cristiana es relación personal con Jesús); amor incondicional a la Iglesia; la perfección, como aspiración de toda la vida cristiana y meta final.

—Al final del recorrido del Castillo interior, en la última «morada», Teresa describe esa plenitud, realizada en la inhabitación de la Trinidad, en la unión con Cristo a través del misterio de su humanidad.

REDACCIÓN evangeli.net

Liturgia – Santa Teresa de Jesús

SANTA TERESA DE JESÚS, virgen y doctora de la Iglesia, fiesta

Misa de la fiesta (blanco)

Misal: Antífonas y oraciones propias. Gloria. Prefacio de santas vírgenes y religiosos. No se puede decir la Plegaria Eucarística IV.

Leccionario: Vol. IV

  • Eclo 15, 1-6. Lo llenará del espíritu de sabiduría y de inteligencia.
  • Sal 88. Cantaré eternamente las misericordias del Señor.
  • Mt 11, 25-30. Soy manso y humilde de corazón.

Antífona de entrada          Sal 41, 2-3
Como busca la cierva corrientes de agua, así mi alma te busca a ti, Dios mío, mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo.

Monición de entrada
Se celebra hoy la fiesta de santa Teresa de Jesús, virgen y doctora de la Iglesia, nacida en Ávila el año 1515. Agregada a la Orden Carmelitana, llegó a ser madre y maestra de una observancia más estrecha; en su corazón concibió un plan de crecimiento espiritual bajo la forma de una ascensión por grados del alma hacia Dios. A causa de la reforma de su Orden hubo de sufrir dificultades, que superó con ánimo esforzado. Compuso libros, en los que muestra una sólida doctrina y el fruto de su experiencia mística. Murió en Alba de Tormes, Salamanca, el año 1582.

Acto penitencial
Nosotros también estamos llamados, como santa Teresa de Jesús a la santidad de vida, a llevar un camino de perfección; sin embargo, fallamos a menudo en nuestro camino hacia ella. Por eso, iniciamos la celebración de los sagrados misterios de la Eucaristía pidiendo perdón a Dios por nuestros pecados.

  • Tú, camino de perfección y de plenitud. Señor, ten piedad.
    • Tú, fuente de agua viva que sacia toda sed. Cristo, ten piedad.
    • Tú, nuestra felicidad y nuestra vida. Señor, ten piedad.

Se dice Gloria.

Oración colecta
OH, Dios,
que por tu Espíritu has suscitado a santa Teresa de Jesús,
para mostrar a la Iglesia el camino de la perfección,
concédenos alimentarnos siempre de su celestial doctrina
y encienda en nuestros corazones el deseo de la verdadera santidad.
Por nuestro Señor Jesucristo.

Oración de los fieles
Con el ejemplo de santa Teresa, maestra y modelo de oración, presentemos a Dios nuestras súplicas.

1.- Pidamos al Señor el bien de su Iglesia: «No ande siempre en tempestades esta nave de la Iglesia». Roguemos al Señor.

2.- Roguemos por los sacerdotes: «Más obligados a ser buenos que otros». Roguemos al Señor.

3.- Pidamos al Señor por los predicadores y teólogos: «Y pues los más están en religión, que vayan muy adelante en su perfección». Roguemos al Señor.

4.- Acordémonos de los enfermos: «Cuántos pobres enfermos habrá que no tengan a quien quejarse». Roguemos al Señor.

5.- Pidamos por los pecadores: «Supla la piedad y misericordia que Dios siempre tuvo con los pecadores». Roguemos al Señor.

6.- Roguemos por nosotros: «Para que veamos clara la misericordia que el Señor hizo con nosotros y tengamos ánimo para tener oración». Roguemos al Señor.

Padre bueno, fuente de la vida, el amor y la verdad, que nos llevas a vivir continuamente en comunión contigo; concédenos aquello que te hemos pedido llenos de confianza. Por Jesucristo, nuestro Señor.

Oración sobre las ofrendas
SEAN aceptables a tu majestad
nuestros dones, Señor,
a quienes tanto agradó santa Teresa de Jesús
con la ofrenda de sí misma.
Por Jesucristo, nuestro Señor.

Prefacio de santas vírgenes y religiosos.

Antífona de comunión           Sal 88, 2
Cantaré eternamente las misericordias del Señor, anunciaré tu fidelidad por todas las edades.

Oración después de la comunión
SEÑOR, Dios nuestro, haz que tu familia consagrada a ti,
a la que has alimentado con el pan del cielo,
se alegre cantando eternamente tus misericordias
a ejemplo de santa Teresa de Jesús.
Por Jesucristo, nuestro Señor.

Oración sobre el pueblo
S
EÑOR,
que se alegren tus fieles
porque Tú glorificas a los miembros del Cuerpo de tu Hijo;
y, pues devotamente celebran la memoria de los santos,
concédeles gozar un día con ellos
de tu gloria eterna.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
R/. Amén.