Lectio Divina – San Lucas

1.- Introducción.

Señor, en esta oración de hoy, hay una cosa que me llama la atención: que después del envío a los apóstoles, vayas Tú detrás. “los envió a los sitios donde Él iba a ir”. Los apóstoles y todos nosotros somos muy limitados, cometemos errores, hacemos chapuzas. Pero después pasas Tú arreglando lo que nosotros hemos hecho mal y confirmando lo que hemos hecho bien. Eso nos da una gran tranquilidad: vamos solos, pero no abandonados. Tú siempre vas con nosotros: por delante y por detrás. ¡Gracias, Señor!

2.- Lectura sosegada del evangelio Lucas 10, 1-9

En aquel tiempo, designó el Señor a otros setenta y dos, y los envió de dos en dos delante de sí, a todas las ciudades y sitios a donde él había de ir. Y les dijo: La mies es mucha, y los obreros pocos. Rogad, pues, al Dueño de la mies que envíe obreros a su mies. Id; mirad que os envío como corderos en medio de lobos. No llevéis bolsa, ni alforja, ni sandalias. Y no saludéis a nadie en el camino. En la casa en que entréis, decid primero: «Paz a esta casa.» Y si hubiere allí un hijo de paz, vuestra paz reposará sobre él; si no, se volverá a vosotros. Permaneced en la misma casa, comiendo y bebiendo lo que tengan, porque el obrero merece su salario. No vayáis de casa en casa. En la ciudad en que entréis y os reciban, comed lo que os pongan; curad los enfermos que haya en ella, y decidles: «El Reino de Dios está cerca de vosotros.»

3.- Qué dice el texto.

Meditación-reflexión

El Señor envía a los discípulos “como corderos en medio de lobos”. El cordero es el animal frágil, dócil, domesticado. Y el lobo es violento, no domesticado, ataca con fiereza. Con todo, Jesús nos envía en medio de lobos, no sólo para estar precavidos, sino para tratar de amansarlos con la música de nuestra dulzura y nuestra piedad. Esto era lo que ya habían anunciado los profetas para los tiempos mesiánicos:” el lobo habitará con el cordero” (Is. 11,6).  Esto significa que la fuerza del bien se apoderará del mal. Nosotros tenemos que anunciar algo esencial: “Que el Reino de Dios está cerca”. Y el Reino de Dios es un Reino de amor y de paz. Cuando decimos que Dios está cerca, debemos aclarar de qué Dios estamos hablando. Hay salvajes que después de un atentado criminal, exclaman ¡Alá es grande! ¿Qué tipo de Dios es ése que se engrandece con la matanza de seres inocentes?  Esta es la mayor blasfemia que se puede decir contra Dios.  Nosotros hablamos del Dios revelado por Jesús, que es un Padre entrañable y misericordioso; que tanto ha amado al mundo que le ha dado a su propio Hijo para salvarnos por amor. Esta es la fuerza del Dios de Jesús: la fuerza del amor escandaloso. Esta es la única fuerza que vence el mal.

Palabra del Papa

“Estos setenta y dos discípulos, que Jesús envía delante de Él, ¿quiénes son? ¿A quién representan? Si los Doce son los Apóstoles, y por lo tanto representan también a los obispos, sus sucesores, estos setenta y dos pueden representar a los demás ministros ordenados, presbíteros y diáconos; pero en sentido más amplio podemos pensar en los demás ministerios en la Iglesia, en los catequistas, los fieles laicos que se comprometen en las misiones parroquiales, en quien trabaja con los enfermos, con las diversas formas de necesidad y de marginación; pero siempre como misioneros del Evangelio, con la urgencia del Reino que está cerca. Todos deben ser misioneros, todos pueden escuchar la llamada de Jesús y seguir adelante y anunciar el Reino”. (S.S. Francisco, 7 de julio de 2013)

4.- Qué me dice hoy a mí esta palabra ya meditada. (Silencio)

5.- Propósito: En este día venceré el mal a fuerza de bien.

6.- Dios me ha hablado hoy a mí a través de su Palabra. Y ahora yo le respondo con mi oración.

Señor, quiero acabar esta meditación pidiéndote que sea como un cordero en medio del mundo. Un cordero que paste en las hierbas frescas y tiernas de tu bondad, tu misericordia, tu libertad, tu mansedumbre.  Un cordero dispuesto a dar la vida por hacer un mundo mucho más justo, mucho más pacífico, mucho más humano.

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¿Qué quieres que haga por ti?

Esta interpelación ante un mundo que hace muchas cosas al margen de Dios llega a nuestros corazones para preguntarnos por nuestros anhelos: ¿Qué quiero que Jesús haga en mi vida, en mi familia, en mi comunidad?

Hoy, la sanación de un ciego nos invita a caminar con los ojos abiertos y el corazón disponible para sorprendernos ante una nueva forma de ser discípulos. Realmente, por sus detalles simbólicos es un camino visionario de fe; una peregrinación a la Ciudad Santa, Jerusalén, recorrida junto ‘a’ o ‘con’ Jesús.

Discípulos del camino

Jesús es un caminante incansable, en el camino va sanando paralíticos, leprosos, ciegos, poseídos por demonios, etc. En su camino dinámico ha llamado también a sus discípulos y ha impactado a mucha gente. Así es como su predicación va alimentando la pastoral del encuentro con los habitantes marginales.

Jesús mismo se ha presentado como “el camino, la verdad y la vida” (Jn 14,6). El “Ser camino” es ya parte de la identidad eclesial, no se concibe una iglesia que no peregrina y menos sin Jesús. Nosotros, como discípulos, estamos invitados a encaminarnos en esa dinámica que les distinguía: “los discípulos del camino” (cfr. Hch 9,2; 19,9.23; 22,4; 24,14.22).

Pongamos los ojos en el último viaje de Jesús a Jerusalén. En el camino del valle del Jordán, le siguen los discípulos y “mucha gente” (cfr. Mc 10, 46), pasan por Jericó, allí se encuentran con Bartimeo, un ciego, a las afueras de la ciudad, pidiendo limosna.

El discípulo Bartimeo

Bartimeo, aunque se menciona a su padre -“hijo de Timeo”- está solo, en la periferia de Jericó, con el dolor y la experiencia de la marginación. Bartimeo sabe ‘gritar’ mas fuerte ante la indiferencia y regaños. Acostumbrado a los rechazos, jamás imaginó que Jesús lo llamaría; él sólo quería ‘ver’ y termina siguiéndolo en su última peregrinación a Jerusalén, pues se acerca la Pascua, también distinta y visionaria. Es decir, Bartimeo pasa de ser un ciego, “descartable” para la religión y la sociedad, a ser un discípulo peregrino hacia Jerusalén.

¿Por qué este discípulo de la última hora nos sorprende?

Porque puede iluminarnos en la soledad y la desesperación, en la enfermedad y el abandono. Y de manera especial, en nuestro camino de discípulos peregrinos. Sorprende cómo el ciego afina el oído y confía en la voz de Jesús.

  • Afinar el oído. Esta actitud ayuda al equilibrio del cuerpo y también del espíritu. Escuchar al otro posibilita conocerlo mejor. Bartimeo, escucha la voz del maestro y comienza a gritar: “Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí” (Mc10,47), y lo repite con fuerza (v. 48). Jesús escucha esa voz que sale desde el margen, pone “la periferia al centro”, el foco de atención se modifica; Jesús llama al ciego y le pregunta qué quiere de él, responde: “Maestro, que pueda ver” (v. 51).

Después de escuchar y ser escuchado el mundo ha cambiado para Bartimeo. Escucharnos es un acto de amor, necesario para la buena comunicación. Escuchar a Dios, al prójimo como a nosotros mismos. Quizá ya estamos metidos en la bulla cotidiana y no escuchamos al prójimo; vayamos con cuidado afinando el oído.

  • Confiar en Jesús. En el peregrinar de su fe, Bartimeo, es consiente de su ceguera pero no pierde la esperanza, mantiene sus expectativas, expresa sus anhelos. Jesús, se detiene para inclinarse y escucharlo, se compromete con su dolor: ¿Qué quieres que haga por ti? (v. 51) en tu situación, en este momento.

En esta experiencia personal la fe se reaviva; Bartimeo recupera la visión, identifica la compasión de Jesús, es un Dios nuevo o distinto. Ya es sanado por Jesús, su fe le ha salvado, tiene la opción de agradecer y desaparecer, pero elige ser discípulo, deja el borde del camino para seguir al Camino, la Verdad y la Vida.

Entonces, así la fe es una respuesta a muchas de nuestras situaciones: si estamos como ciegos sin camino, Jesús es el camino; si sufrimos la soledad, Jesús nos integra a una comunidad.

Los discípulos ciegos

Jesús va de subida a Jerusalén con sus discípulos y bastante gente. Esta diversidad que le acompaña se compone de oyentes de sus palabras, testigos de eventos milagrosos, curiosos por conocerle, celosos de su comunidad, activistas generosos y seguramente defensores de ideologías.

El grito de Bartimeo evidencia que no había sordos, ha producido ecos inmediatos en sus reacciones. En todo caso, nos alerta de una ceguera más profunda, dicho como el refrán popular: “no hay peor ciego que el que no quiera ver ni peor sordo que el que no quiera escuchar”.

  • Acallar los gritos del dolor. ¿Cómo reaccionamos, nos comprometemos, ante las heridas sociales de la corrupción, explotación laboral, trata de personas, abuso de menores de edad? ¿Cómo procedemos cuando se habla del clericalismo, de los abusos de poder, de la deshonestidad económica?

La actitud de ‘muchos’ es acallar los gritos del dolor porque es más cómodo seguir el camino blindando nuestro corazón, justificando el sufrimiento, no abordando los temas candentes para ser ‘políticamente correctos’.

  • En esta misma línea, hay ciegos con conciencias sectarias. En la escena, quieren evitar los gritos escandalosos de Bartimeo para no incomodar al Maestro. Ya tienen el grupo en camino, casi formado, el ciego no pertenece a ese círculo, no esta ‘autorizado’ y sus modales no siguen el protocolo regular.

Las actitudes represivas y sectarias son evidenciadas por Jesús como contrarias a la comunión, al discipulado, a la espiritualidad de la sinodalidad.

Finalmente, la curación de la ceguera es un camino de fe, esperanza y caridad.

  • La fe es vida, servicio, proximidad. Jesús anima este caminar: “Anda, tu fe te ha salvado” (v. 52).
  • Nuestras realidades de marginación, de periferia, de migrantes, sufriendo alguna enfermedad, no significan olvido o ausencia de Dios. La esperanza de los profetas es también la de quienes gritan su dolor, con humildad, para ser escuchados por el Dios de la libertad.
  • Seguimos el camino a Jerusalén, como Bartimeo, allí donde Jesús es crucificado a las afueras de la ciudad y ofrece su propia vida, con humildad, para liberarnos por amor y sacarnos de la arrogancia.

Fr. Javier Abanto O.P.

Comentario – Lunes XXIX de Tiempo Ordinario

Hoy, la liturgia de la Palabra nos presenta los pequeños detalles del día a día de los seguidores de Jesús. Asumir la misión apostólica implica la lucidez implícita a la misión recibida. Tanto Jesús aconseja y orienta en los pequeños detalles como alerta de los desafíos que encontraremos en la misión. Pablo, apóstol incansable del Evangelio, vive y experimenta las dificultades propias de quien vive la fe en Jesucristo.

Pero el Señor me ayudó y me dio salud para anunciar íntegro el mensaje

Esta carta, atribuida a Pablo, tiene un tono íntimo y de confidencialidad. Su destinatario era Timoteo, gran amigo y colaborador de Pablo. Con el último versículo del fragmento de la carta que la liturgia nos presenta hoy, se resume todas las situaciones y adversidades vividas por Pablo. Y a pesar de todo, merecía la pena. El único en quien puede confiar con total certeza es el Señor, pues es Él quien le ayuda y da salud. El motivo por el cual toda su vida y los sufrimientos enfrentados valen la pena es conseguir anunciar de forma íntegra el Evangelio a los gentiles.

Hoy, la primera lectura nos presenta el detalle de las pequeñas cosas que hacen parte del día a día del seguidor de Jesús, entre ellas quien va a un lugar o a otro, quien está con él en la misión, qué materiales necesita y quien podría ayudarle. Y como la vida de fe no es una ilusión, sino una realidad encarnada y concreta. En la confidencialidad del desahogo también comparte quien le trató mal, quienes le abandonan, quienes… Eso sí, resume todo lo compartido afirmando que el Señor le ayudó y fue posible anunciar el mensaje a los que no se habían encontrado con Cristo.

¡Poneos en camino!

Así, con ese ímpetu, envía Jesús a otros setenta y dos, de dos en dos. Aquellos que debían ir delante de Él. Así nos continúa enviando a nosotros, a los lugares a donde Él debe ir. Y nos envía con los mismos consejos y advertencias. Los pequeños detalles del saber llegar y saber salir de un lugar, de aceptar la acogida que se nos ofrece, de cómo debemos comportarnos… Pero también alertando que nos envía en medio de situaciones donde impera el mal, que no siempre seremos acogidos, ni nosotros ni el mensaje que llevamos con la vida y la palabra. Que no nos preocupemos… la paz reposará sobre aquellos que son gente de paz.

Pongámonos en camino, con prontitud y lucidez en medio de las circunstancias en las cuales nos corresponde vivir la fe. El encuentro personal con Jesucristo nos alienta y fortalece. La llamada a participar de esta misión es honesta, pues no promete ninguna realidad utópica ni ideal. La fidelidad se criba en las dificultades.

Dejemos resonar dentro de nosotros: “¡Poneos en camino!”

Hna. Ana Belén Verísimo García OP

Homilía – Domingo XXX de Tiempo Ordinario

1

El final está ya a la vista

La escena del evangelio de hoy sucede al salir de Jericó, camino de Jerusalén.

Marcos reúne en estos últimos capítulos varios episodios y discusiones, cada vez más agresivas, en el único viaje que él describe de Jesús a Jerusalén, aunque sabemos por Juan y Lucas que fue varias veces a la capital.

Todo tiene aquí color mesiánico: si el ciego Bartimeo le grita con un título mesiánico, «Hijo de David», Jesús ya no le reprende, ni manda que guarden el «secreto mesiánico», como en anteriores ocasiones. La muerte está a las puertas. El gesto simbólico de la higuera estéril también declara abiertamente que ese árbol es el pueblo de Israel, que no acoge al Mesías enviado por Dios.

 

Jeremías 31, 7-9. Guiaré entre consuelos a los ciegos y cojos

Jeremías fue un profeta al que le tocó hablar en nombre de Dios en tiempos calamitosos para su pueblo. Tuvo que anunciar muchas veces las desgracias que se habían merecido por su pecado.

Pero hoy leemos, ya en sus últimos capítulos, una página esperanzadora, la vuelta de los israelitas del destierro: «el Señor ha salvado a su pueblo», «os traeré del país del Norte», «seré un padre para Israel».

Además, dice explícitamente que en la multitud que retornará habrá «ciegos y cojos». Es lo que prepara más explícitamente la curación del ciego que realizará Jesús, según leeremos en el evangelio.

También el salmo tiene un color optimista: «cuando el Señor cambió la suerte de Sión», «al ir, iban llorando; al volver, vuelven cantando». En verdad pueden decir los creyentes del pueblo elegido: «el Señor ha estado grande con nosotros y estamos alegres».

 

Hebreos 5, 1-6. Tú eres sacerdote eterno, según el rito de Melquisedec

Para destacar la neta superioridad del sacerdocio de Cristo en relación al sacerdocio de la antigua Alianza, la que se concentraba en el Templo de Jerusalén, el autor de la carta describe ante todo -y es lo que leemos hoy- las características de estos sacerdotes.

Un sacerdote es un hombre que «representa a los hombres en el culto a Dios, y ofrece dones y sacrificios» en nombre de todos. Hombre como es, «envuelto en debilidades» él mismo, debe «comprender a los extraviados», y además «tiene que ofrecer sacrificios por sus propios pecados», antes que por los del pueblo.

Eso sí, nadie puede arrogarse el honor del sacerdocio por su cuenta. Aarón fue nombrado. En el AT los sacerdotes recibían el ministerio por una sucesión familiar, dentro de la tribu de Leví. Cristo recibió el sacerdocio del mismo Dios, no de manos humanas: «Tú eres sacerdote eterno».

Se compara este sacerdocio con el de Melquisedec, personaje misterioso que aparece en la historia de Abrahán.

 

Marcos 10, 46-52. Maestro, haz que pueda ver

A la salida de Jericó, ya casi a las puertas de Jerusalén, sucede la milagrosa curación del ciego Bartimeo.

Marcos hace de la escena un relato vivo, dinámico, lleno de detalles: el ciego que está en la cuneta del camino, pidiendo limosna; oye la multitud que pasa, se entera que es Jesús y empieza a gritar: «Hijo de David, ten compasión de mí», y a pesar de que le regañan para que se calle, él grita más fuerte. Jesús se detiene, manda que le llamen. Alguien se acerca al ciego y le anima a que se acerque. Él suelta el manto, da un salto y se acerca a Jesús. El diálogo es breve y dinámico: «¿qué quieres que haga por ti?», «Maestro, que pueda ver». Jesús le cura devolviéndole la vista y le dice: «anda, tu fe te ha curado», unas palabras muy parecidas a las que había dicho a la mujer enferma de hemorragias. Y el ciego «lo seguía por el camino». Aquí no hay ninguna orden de que se callen. No hay rastro del «secreto mesiánico». Ya es inminente el final.

El que se conserve el nombre de Bartimeo se debe tal vez que luego fue uno de los discípulos conocidos de la primera generación.

2

Dios devuelve la vista a los ciegos

Lo que había prometido Dios, según Jeremías, de que haría volver al pueblo, con gran gozo, del destierro, incluidos los «ciegos y los cojos», se cumple en Jesús.

Lo de devolver la vista a los ciegos ya se anunciaba, sobre todo en Isaías, como uno de los signos mesiánicos. Por eso los cuatro evangelistas narran episodios de curación de ciegos. Es uno de los «signos» más expresivos de la salvación que viene a traer el Mesías enviado por Dios.

Es triste el destino de los ciegos. Su ceguera, su tiniebla continuada, el abandono que solían padecer en la sociedad, que les obligaba casi siempre a la vida de mendicantes, era un vivo retrato de la miseria humana y de la marginación social.

Pero esta ceguera de los ojos del cuerpo es símbolo de otras clases de ceguera. Hay personas que gozan de muy buena vista física, pero se puede decir que están ciegas espiritualmente. Esa parece ser la intención de que Marcos sitúe este milagro en medio de otras escenas que subrayan la incredulidad de los judíos y la torpeza de entendederas de los apóstoles. Otros que se creían con más vista, no siguieron a Jesús. Bartimeo, sí.

Un poco nos podemos sentir todos representados por Bartimeo. Como cuando vamos al oculista a hacernos un chequeo de nuestra vista, hoy podemos reflexionar sobre cómo va nuestra vista espiritual. ¿No se podría decir que estamos ciegos, porque no acabamos de ver lo que Dios quiere que veamos, o que nos conformamos con caminar por la vida entre penumbras, cuando tenemos cerca al médico oculista, Jesús, la Luz del mundo? Tendríamos que hacer nuestra la oración del ciego de Jericó: «Maestro, que pueda ver».

En el acto penitencial con que empezamos la Eucaristía, también nosotros cantamos cada vez la misma invocación que gritaba Bartimeo: «Jesús, ten compasión de mí». Todos tenemos algún mal del que tendríamos que «gritar» a Jesús que nos libere.

 

¿Ayudamos nosotros a los que lo necesitan?

También podemos dejarnos interpelar por la escena del evangelio en el sentido de cómo tratamos a los ciegos que están a la vera del camino, buscando, gritando su deseo de ver. Hay muchas personas, jóvenes y mayores, que no encuentran sentido a la vida y que pueden dirigirse a nosotros, los cristianos, por si les podemos dar una respuesta a sus preguntas.

¿Somos de los que se molestan por esos gritos, porque siempre resulta incómodo el que pide o el que formula preguntas? ¿o nos acercamos a la persona y la conducimos a Jesús, diciéndole amablemente: «ánimo, levántate, que te llama»?

Jeremías ayudó a sus contemporáneos, tanto cuando les avisaba de los males que les iba a traer el deterioro de su fe como cuando les anunció el final del destierro y la bondad salvadora de Dios.

Jesús se detuvo, al oír los gritos del pobre ciego. Siempre tenía tiempo para los que le necesitaban. Sus discípulos muchas veces perdían la paciencia, con los niños o con este mendicante que gritaba. Él, no.

¡A cuántos ha ayudado la comunidad de Jesús a lo largo de la historia a encontrar la paz y el camino, recobrando la vista! ¡A cuántos ha anunciado la Buena Noticia del amor de Dios!

Cristo es la Luz del mundo. Pero también nos encargó a nosotros que fuéramos luz y que esa lámpara alumbre a otros, para que no tropiecen y vean el camino. ¿A cuántos hemos ayudado a ver, a cuántos hemos podido decir que se levanten y que acudan a Cristo Jesús?

El encargo va también para nosotros: «llamadlo». No le dejéis tirado en la cuneta. Decidle que estoy pasando. Los cristianos debemos ser evangelizadores. ¿Está ciego el mundo?  ¡Llamadlo! Gritadle, si es el caso. No os canséis. Echadle una mano, dadle ánimos: «ánimo, levántate, que te llama».

 

El sacerdote, mediador

El autor de la carta a los Hebreos, entrando en el tema central, quería, sobre todo, subrayar que Jesús es el Sumo Sacerdote, superior en todo a los sacerdotes que actuaban en el Templo. Eso lo escucharemos el domingo próximo. De momento, hoy describe la identidad de un sacerdote.

Un sacerdote es mediador entre Dios y los hombres. No se ha arrogado él mismo ese título. Aarón fue nombrado por Moisés, y los sacerdotes del AT iban heredando familiarmente ese ministerio, dentro de la tribu de Leví. Nosotros añadiríamos ahora que un sacerdote cristiano tampoco se da a sí mismo el ministerio, sino que lo nombra la Iglesia, por manos de su Obispo.

El mismo Jesús, que no pertenecía a una familia sacerdotal, fue nombrado Sacerdote, no ciertamente por manos humanas, sino por Dios: «Tú eres mi Hijo, tú eres sacerdote eterno». Y «según el orden de Melquisedec», el misterioso personaje -rey de Salem y sacerdote de Dios- que ofrece pan y vino a Abrahán: no perteneciente todavía, por tanto, al sacerdocio instituido de la tribu de Leví, y por eso mismo figura especial de Cristo.

Ahora bien, los sacerdotes del Templo, incluido el sumo sacerdote de turno, es elegido para que represente al pueblo ante Dios, ofreciéndole culto y peticiones y sacrificios en nombre de todos. Ofrecen estos sacrificios, ante todo, por sus propios pecados, porque «están envueltos en debilidades» igual que los demás.

Un sacerdote tiende puentes, un «pontífice», que debe estar unido tanto a los hombres como a Dios, porque representa a los hombres ante Dios y a Dios ante los hombres. Nosotros nos alegramos de tener un Sacerdote como Cristo, Hijo de Dios y hombre verdadero, que ha querido experimentar también nuestras debilidades, menos el pecado.

Pero a la vez somos conscientes que él ha querido hacernos partícipes de su sacerdocio a todos nosotros. Todos, por el Bautismo (y la Confirmación) hemos sido incorporados a su sacerdocio, o sea, a su misión mediadora, y somos portadores de la Buena Noticia de Dios a los demás (la misión evangelizadora) y de las súplicas y oraciones de la humanidad ante Dios (por ejemplo, en la Oración Universal de la Misa). Es lo que con entusiasmo expresa la introducción al Misal, hablando de todos los bautizados que formamos la Iglesia: «pueblo que ha recibido el llamamiento de presentar a Dios las peticiones de la familia humana; pueblo que, en Cristo, da gracias por el misterio de la salvación ofreciendo su sacrificio…» (IGMR 5).

Dentro de ese pueblo, todo él partícipe del sacerdocio mediador de Cristo, algunos han recibido una gracia especial en el sacramento del Orden, por manos del Obispo, ahora «ofrecen el sacrificio y presiden la asamblea del pueblo santo» IGMR 4).

Siempre que celebramos la Eucaristía, además de acoger nosotros mismos la Palabra salvadora de Dios y entrar en comunión con Cristo Jesús, somos invitados a ejercer este sacerdocio mediador, por ejemplo, en la Oración Universal, en la que presentamos a Dios las súplicas de toda la humanidad, y además somos invitados, también fuera de la celebración, a llevar al mundo la Buena Noticia del amor de Dios y la fuerza salvadora de Cristo.

José Aldazábal
Domingos Ciclo B

Mc 10, 46-52 (Evangelio Domingo XXX de Tiempo Ordinario)

El seguimiento y la fe de un ciego

En el evangelio de hoy, Marcos nos relata la última escena de Jesús en su camino hacia Jerusalén. Se sitúa en Jericó, la ciudad desde la que se subía a la ciudad santa en el peregrinar de los que venían desde Galilea. Jesús se encuentra al borde del camino a un ciego. Por razones que se explican, incluso ecológicamente, los ciegos abundaban en aquella zona. Está al borde del camino, marginado de la sociedad, como correspondía a todos los que padecían alguna tara física. Pero su ceguera representa, a la vez, una ceguera más profunda que afectaba a muchos de los que estaban e iban tras Jesús porque realizaba cosas extraordinarias. El camino de Jesús hasta Jerusalén es muy importante en todos los evangelios (más en Lucas). En ese camino encontrará mucho gente. Los ciegos no tienen camino, sino que están fuera de él. Jesús, pues, le ofrecerá esa alternativa: un camino, una salida, un cambio de situación social y espiritual.

El gesto del ciego que abandona su manto y su bastón, donde se apoyaba hasta entonces su vida, contrasta con la fuerza que le impulsa a “ir a Jesús” que le llama. ¿Por qué le “llamó” Jesús y no se acerca él hasta el ciego? La misma gente vuelve a repetirle: él te llama. Las palabras y los gestos simbólicos de la narración hay que valorarlos en su justa medida. Diríamos que hoy en el texto son más importantes de lo que parece a primera vista. Jesús “le llama”. La llamada de Jesús, al que el ciego interpela como “hijo de David” tiene mucho trasfondo. Jesús ha llamado a seguirle a varias personas; ahora “llama” a un ciego para que se acerque. No le llama aparentemente para seguirle, sino para curarle, pero la curación verdadera será el “seguirle” camino de Jerusalén, en una actitud distinta de los mismos discípulos que habían discutido por el camino “quién es el mayor”. El ciego no estará preocupado por ello. De ahí que la escena del ciego Bartimeo en este momento, antes de subir a Jerusalén, donde se juega su vida, es muy significativa.

La insistencia del ciego en llamar a Jesús muestra que lo necesita de verdad y lo quiere seguir desde una profundidad que no es normal entre la multitud. Jesús le pide que se acerque, le toca, lo trata con benevolencia; entonces su ceguera se enciende a un mundo de fe y de esperanza. Después no se queda al margen, ni se marcha a Jericó, ni se encierra en su alegría de haber recuperado la vista, sino que se decide a seguir a Jesús; esto es lo decisivo del relato. En el evangelio de Marcos el camino que le lleva a Jerusalén le conducirá necesariamente hasta la muerte. La vista recuperada le hace ver un Dios nuevo, capaz de iluminar su corazón y seguir a Jesús hasta donde sea necesario. Vemos, pues, que un relato de milagro no queda solamente en eso, sino que se convierte en una narración que nos introduce en el momento más importante de la vida de Jesús: su pasión y muerte en Jerusalén.

Heb 5, 1-6 (2ª lectura Domingo XXX de Tiempo Ordinario)

Solidaridad sacerdotal de Jesús

La carta a los Hebreos sigue ofreciéndonos la teología de Jesucristo como sumo sacerdote, que es uno de los temas claves de esta carta. Como sacerdote debe ser sacado de entre los hombres. No comienza siendo sacerdote “desde el cielo”, sino desde la tierra, desde lo humano. Y además, este sacerdote “humano”, para introducirnos en lo “divino”, no ofrece cosas extrañas o externas a él, sino su propia vida como “expiación” porque se siente compasivo con sus hermanos y los pecados del pueblo. Es un lenguaje sacrificial, imprescindible para aquella mentalidad, pero que va más allá de lo puramente sacrificial o ritual. En su vida sacerdotal, Jesús, no necesito más que su propia vida para ofrecerla a Dios. Esta es la verdadera solidaridad con sus hermanos los hombres.

En la lectura de hoy, pues, se resalta especialmente que este sacerdote está «entre los hombres», no está alejado de nosotros. Y aquí es donde Jesús es único, porque sabemos que entre los hombres se viven las miserias de pecado. Y está ahí, justamente, para intervenir en favor nuestro, nunca estará contra nosotros. Está ahí para disculparnos, para explicar nuestras debilidades, para defendernos contra toda arrogancia. Estando entre nosotros, percibe mejor que nadie que muchas veces nos equivocamos por ignorancia o por debilidad. Esta tarea de Cristo como Sumo Sacerdote viene a poner de manifiesto que no era así en las instituciones del pueblo judío y que los sacerdotes hicieron todo más difícil para el pueblo alejándose de él. Sabemos que los sacrificios son signos y símbolos de lo que se busca y de lo que se tiene en el corazón, y es ello lo que Jesús (que recibe esta misión de Dios) realiza ante Dios por nosotros.

Jer 31, 7-9 (1ª lectura Domingo XXX de Tiempo Ordinario)

En las manos de Dios, que es Padre

Esta lectura, de profeta Jeremías, nos ofrece un mensaje de salvación que es digno de resaltar, ya que a este profeta le tocó vivir la tragedia más grande de su pueblo: el destierro de Babilonia. El destierro y su vuelta es semejante al éxodo. El destierro ha marcado a Israel casi como el éxodo. En realidad estos veros que hoy leemos no los podríamos clasificar de fáciles. Se habla ¿a Israel o a Judá? ¿son de Jeremías o de sus discípulos? La vuelta se describe no solamente como posesión de de la tierra, sino también como nueve hermanamiento de los del norte y los del sur, de Israel y Judá. Es un retorno idílico, utópico que solamente está en las manos de Dios. Para un profeta verdadero toda la historia está en las manos de Dios y el pueblo debe estar abierto a las mejores sorpresas.

Jeremías fue un profeta crítico, radical, pero en este caso saca de su corazón la mejor inspiración para poner de manifiesto que de un «resto», de lo que es insignificante, puede resurgir la esperanza, e incluso el antiguo pueblo del norte, Israel, volverá a unirse al del sur, Judá, para juntos emprender un marcha hacia la fuente de agua viva, que es Dios. Desde los cuatro puntos cardinales afluirán hacia una gran asamblea (que no se dice dónde), en la que caben ciegos, cojos, mujeres encinta; es decir, todos están llamados a la esperanza. ¿Por qué? La razón de este oráculo la encontramos al final: porque Dios es un Padre. Esta será también la teología de Jesús. Dios está cerca de los suyos como un padre, algo a lo que no se había atrevido la teología oficial judía. Y la verdad es que mientras no experimentemos a Dios como un padre y como una madre, no entenderemos que creer en Dios tiene sentido eterno.

Comentario al evangelio – San Lucas

La fiesta del evangelista San Lucas cierra una semana marcada por tres grandes santos: Teresa de Jesús, Ignacio de Antioquia y Lucas. De su persona sabemos muy pocas cosas, pero nos ha quedado una obra maravillosa en dos partes: el tercer evangelio (dedicado al tiempo de Jesús) y los Hechos de los Apóstoles (dedicados al tiempo del Espíritu, que es el tiempo de la iglesia). Leyendo esta obra se pueden adivinar algunas cosas de este cristiano culto y perseverante. Hay dos que me llaman la atención: el «principio misericordia» y el «principio camino».

Es imposible que Lucas tuviera mal carácter. El Jesús que él nos transmite es el rostro visible de un Dios misericordioso. Sólo Lucas nos transmite, por ejemplo, las parábolas del buen samaritano y del hijo pródigo. Sólo Lucas nos transmite algunos rasgos de María, la madre de Jesús, que caen también dentro del «principio misericordia». Su manera de entender y transmitir el evangelio de Jesús conecta bien con los hombres y mujeres de nuestro tiempo, a menudo heridos en el camino que «baja de Jerusalén a Jericó», o pródigos que han emigrado de la casa paterna, o discípulos desalentados que huyen de Jerusalén y buscan refugio en su Emaús de siempre.

El «principio camino» se advierte en su evangelio (que está concebido como un camino que va de Galilea a Jerusalén) y en el libro de los Hechos (que está también concebido como un camino que parte de Jerusalén y expande el evangelio por Judea, Samaría y hasta los confines de la tierra). Pero, más allá de este primer significado «geográfico», el camino es una concepción de la vida cristiana, una manera de entender el seguimiento de Jesús como proceso de configuración con él. También esto conecta con nuestra sensibilidad moderna. Hoy, que somos tan conscientes de nuestros límites, nos alegra saber que no podemos con «todo» el evangelio en «todo» momento, pero que podemos ir dando pasos cada día, que podemos colocarnos junto al grupo de hombres y de mujeres que iban poniendo sus pies sobre las huellas dejadas por el Maestro.

Gonzalo cmf

Meditación – San Lucas

Hoy celebramos la fiesta de San Lucas, evangelista.

La lectura de hoy es del evangelio de San Lucas (Lc 10, 1-9):

En aquel tiempo, el Señor designó a otros setenta y dos, y los envió de dos en dos delante de sí, a todas las ciudades y sitios a donde él había de ir. Y les dijo: «La mies es mucha, y los obreros pocos. Rogad, pues, al dueño de la mies que envíe obreros a su mies. Id; mirad que os envío como corderos en medio de lobos. No llevéis bolsa, ni alforja, ni sandalias. Y no saludéis a nadie en el camino.

»En la casa en que entréis, decid primero: ‘Paz a esta casa’. Y si hubiere allí un hijo de paz, vuestra paz reposará sobre él; si no, se volverá a vosotros. Permaneced en la misma casa, comiendo y bebiendo lo que tengan, porque el obrero merece su salario. No vayáis de casa en casa. En la ciudad en que entréis y os reciban, comed lo que os pongan; curad los enfermos que haya en ella, y decidles: ‘El Reino de Dios está cerca de vosotros’».

Hoy, en la fiesta de san Lucas —el Evangelista de la mansedumbre de Cristo—, la Iglesia proclama este Evangelio en el que se presentan las características centrales del apóstol de Cristo.

El apóstol es, en primer lugar, el que ha sido llamado por el Señor, designado por Él mismo, con vistas a ser enviado en su nombre: ¡es Jesús quien llama a quien quiere para confiarle una misión concreta! «El Señor designó a otros setenta y dos, y los envió de dos en dos delante de sí, a todas las ciudades y sitios a donde él había de ir» (Lc 10,1).

El apóstol, pues, por haber sido llamado por el Señor, es, además, aquel que depende totalmente de Él. «No llevéis bolsa, ni alforja, ni sandalias. Y no saludéis a nadie en el camino» (Lc 10,4). Esta prohibición de Jesús a sus discípulos indica, sobre todo, que ellos han de dejar en sus manos aquello que es más esencial para vivir: el Señor, que viste los lirios de los campos y da alimento a los pájaros, quiere que su discípulo busque, en primer lugar, el Reino del cielo y no, en cambio, «qué comer ni qué beber, y [que] no estéis inquietos. [Porque] por todas esas cosas se afanan los gentiles del mundo; y ya sabe vuestro Padre que tenéis la necesidad de eso» (Lc 12,29-30).

El apóstol es, además, quien prepara el camino del Señor, anunciando su paz, curando a los enfermos y manifestando, así, la venida del Reino. La tarea del apóstol es, pues, central en y para la vida de la Iglesia, porque de ella depende la futura acogida al Maestro entre los hombres.

El mejor testimonio que nos puede ofrecer la fiesta de un Evangelista, de uno que ha narrado el anuncio de la Buena Nueva, es el de hacernos más conscientes de la dimensión apostólico-evangelizadora de nuestra vida cristiana.

Fray Lluc TORCAL

Liturgia – San Lucas

SAN LUCAS, evangelista, fiesta

Misa de la fiesta (rojo)

Misal: Antífonas y oraciones propias. Gloria. Prefacio II de los apóstoles. No se puede decir la Plegaria Eucarística IV.

Leccionario: Vol. IV

  • 2Tim 4, 10-17b. Lucas es el único que está conmigo.
  • Sal 144. Tus santos, Señor, proclaman la gloria de tu reinado.
  • Lc 10, 1-9.La mies es abundante y los obreros pocos.

Antífona de entrada          Is 52, 7
Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que proclama la paz, que anuncia la buena nueva, que pregona la justicia.

Monición de entrada y acto penitencial
Se celebra hoy la fiesta de san Lucas, evangelista, que, según la tradición, nació en Antioquía de familia pagana y fue médico de profesión. Convertido a la fe de Cristo, fue compañero del apóstol san Pablo, y en su Evangelio expuso por orden todo lo que hizo y enseñó Jesús. Asimismo, en el libro de los Hechos de los Apóstoles narró los comienzos de la vida de la Iglesia hasta la primera venida de Pablo a la ciudad de Roma.

Yo confieso…

Se dice Gloria.

Oración colecta
SEÑOR Dios,
que elegiste a san Lucas
para que nos revelara con la predicación y los escritos
el misterio de tu amor a los pobres,
concede, a cuantos se glorían en tu nombre,
perseverar viviendo con un solo corazón y una sola alma
y que todos los pueblos merezcan ver tu salvación.
Por nuestro Señor Jesucristo.

Oración de los fieles
En esta festividad del discípulo y evangelista san Lucas, oremos al Señor nuestro Dios.

1.- Para que la Iglesia sepa anunciar el Evangelio de Cristo a los hombres de todos los tiempos, adaptándose a las diversas culturas y situaciones. Roguemos al Señor.

2.- Para que, por la intercesión de san Lucas, que destaca en sus escritos el amor de Jesús hacia los pobres, los marginados y los pecadores, todo los que sufren puedan reconocer el rostro compasivo de Cristo. Roguemos al Señor.

3.- Para que, por la intercesión de san Lucas, los médicos y cuantos cuidan a los enfermos presten siempre su servicio con amor y acierto. Roguemos al Señor.

4.- Para que los que ejercen algún poder o autoridad sepan imitar la bondad y la misericordia del Señor Jesús. Roguemos al Señor.

5.- Para que todos nosotros permanezcamos abiertos, como María, a la escucha de la Palabra de Dios y la cumplamos en nuestra vida. Roguemos al Señor.

Escucha, Padre, las súplicas que te dirigimos con confianza en la festividad del evangelista san Lucas. Por Jesucristo, nuestro Señor.

Oración sobre las ofrendas
POR estos dones del cielo, concédenos, Señor,
servirte con libertad de espíritu,
para que la ofrenda que te presentamos
en la fiesta de san Lucas
ponga remedio a nuestros males y nos alcance la gloria.
Por Jesucristo, nuestro Señor.

Prefacio II de los apóstoles.

Antífona de comunión           Cf. Lc 10, 1. 9
El Señor mandó a los discípulos que anunciaran a todos los pueblos: El reino de Dios ha llegado a vosotros.

Oración después de la comunión
TE pedimos, Dios todopoderoso,
que nos santifique el don recibido de tu santo altar
y nos fortalezca en la fe del Evangelio
que san Lucas predicó.
Por Jesucristo, nuestro Señor.

Oración sobre el pueblo
Vuelve, Señor,
hacia ti el corazón de tu pueblo;
y Tú que le concedes tan grandes intercesores
no dejes de orientarle con tu continua protección.
Por Jesucristo, nuestro Señor.