Queremos ver

Aunque en ocasiones no lo parezca, uno de los anhelos humanos más profundos es el de “ver”. Esto no niega -como suele ocurrir también con otras aspiraciones- que ese anhelo esté aletargado, olvidado, ignorado…, mientras vivimos entretenidos en otras cosas, en las que buscamos compensación a nuestro vacío. Pero el anhelo sigue ahí, por lo que, a poco que nos detengamos, podremos oír un suave susurro: “Quiero ver”.

Ver significa comprender en profundidad. No se trata de una comprensión intelectual o mental, sino profunda, experiencial o vivencial, que se plasma en una certeza básica: la certeza de ser, que nos permite reconocernos en nuestra verdadera identidad: somos vidaexperimentándose en una persona particular.

En esa comprensión radica todo, porque todo fluye de ella. Lo que nace del voluntarismo tiene un recorrido muy corto, con el riesgo añadido de romper o “quemar” a la persona. De la comprensión nace un movimiento ajustado y autosostenido, que nos permite vivir de manera sabia. Porque, en último término, de eso se trata: de vivir con sabiduría, es decir, a partir de la comprensión de lo que realmente somos.

¿Cómo podemos ver? Paradójicamente, la comprensión de la que hablamos no se halla al alcance de la mente, tal como expresara certeramente Jiddu Krishnamurti: “Solo una mente en silencio puede ver la verdad, no una mente que se esfuerza por verla”. El motivo es simple: la mente solo puede captar objetos, pero se le escapa todo lo que trasciende el nivel de las apariencias.

 ¿Qué cabe hacer? Algo sencillo en sí mismo pero que, sobre todo al principio, se nos antoja tan complicado como inútil: entrenarnos en acallar la mente. Dado que la mente pensante constituye un filtro que nos impide ir más allá de los objetos, al silenciarla, se abre ante nosotros un horizonte inédito: la riqueza del silencio. Hasta el punto de que, al experimentarlo, se nos hace evidente que eso que se percibe en él es lo realmente real. Todo lo demás es real, pero impermanente.

Tal entrenamiento comienza por distinguir en nosotros dos “lugares” diferentes: la mente pensante -con la que habitualmente nos hemos identificado”- y la consciencia-testigo capaz de observarla. La mente analiza, razona, elucubra…; el Testigo simplemente observa, atestigua, sin juicio y sin añadir pensamientos. A partir de ahí, se abre camino la sabiduría: empezamos a ver.

¿Me entreno en tomar distancia de la mente y situarme en el Testigo?

Enrique Martínez Lozano

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Una fe que transforma y libera

Lo impresionante de las curaciones de Jesús no está en que realice un gesto milagroso, una acción que parece romper las leyes de la naturaleza o cuestione las razones de las ciencias. Su fuerza está en su capacidad de propiciar un encuentro entrañable que hace que la persona herida por el sufrimiento pueda reconstruir su vida y pueda encontrarse a Dios acompañando ese proceso.

Sin duda, en las culturas de la antigüedad el modo de expresar, conceptualizar o comprender la enfermedad o los límites que impone la naturaleza es muy diferente al que en la actualidad tenemos, pero eso no disminuye el valor del relato y la novedad de la forma de actuar de Jesús con quien entra en relación con él.

En el mundo antiguo la enfermedad no era tanto una cuestión médica sino una cuestión social. Quien padecía cualquier dolencia o discapacidad era considerado impuro y por tanto se le excluía de la vida del grupo (Lev 21, 16-24). Desde esta manera de entender la enfermedad, la curación no dependía tanto de una actuación sobre los síntomas físicos, sino de un proceso de transformación de la vida total de la persona enferma que le permitiese volver a formar parte de la comunidad. Este proceso de curación pasaba por la aceptación de la actuación del sanador que mediaba el proceso que posibilitase la recuperación de la salud y la integración de la persona a la vida social y comunitaria.

Teniendo en cuenta este contexto, Jesús aparece como un sanador con unas características únicas que lo muestran curando a través de su palabra y del tacto, lo que lo separa de otros sanadores tradicionales que utilizan fórmulas, ritos, remedios. Jesús pone en el horizonte de su actuar la voluntad liberadora y restauradora de Dios. De hecho, los evangelios no subrayan, en primer lugar, lo maravilloso de sus signos y curaciones sino la invitación a descubrir en ellos a Dios y a vincularse a su proyecto[1]

El grito de esperanza de Bartimeo

El relato de la curación del ciego Bartimeo ejemplifica muy bien el modo de actuar de Jesús y como en ella se encarna la acción salvadora de Dios que busca recuperar la vida de quien sufre y está hundido por el mal.

A Bartimeo se le presenta en el relato, sentado al borde del camino. Un lugar que expresa no solo un espacio físico, sino su condición impura y marginal. Ahí, sobrevive gracias a las limosnas que recibe porque nadie se hace cargo de él. Ese lugar en el que está no le permite acercarse al grupo que pasa por el camino y necesita gritar para que Jesús, que camina rodeado de gente, pueda escucharle. Desde el grupo que acompaña a Jesús intentan que se calle porque, posiblemente, consideran que su voz no es digna de ser escuchada por el maestro y sanador, pero el ciego insiste en reclamar la atención de Jesús.

Sus palabras: “Hijo de David ten compasión de mí” expresan su esperanza y su fe en que Jesús puede sanarlo y reincorporarlo al camino comunitario. Bartimeo no ve solo en Jesús un sanador, sino que reconoce en él al Mesías de Dios. Esa fe le da la fuerza para buscar el encuentro con él y recibir el regalo de ser sanado y salvado.

Tu fe te ha salvado

Jesús escucha el grito de Bartimeo, lo busca, lo reconoce y entra en diálogo con él. No se acerca al borde del camino para hablar con él, sino que le pide a quienes lo acompañan que lo traigan al camino, que lo rescaten del espacio de impureza en el que está confinado. Este movimiento es ya un primer paso de inclusión y restauración social para esta persona.

Jesús no da por su puesta la necesidad del ciego, sino que le pregunta para poder escuchar de sus labios su necesidad. Con su pregunta lo reconoce en su dignidad y confía en su palabra. Sin duda para aquel hombre, poder expresar su sufrimiento, su impotencia, su carencia es comenzar a experimentar el cambio que está aconteciendo en su vida.

Jesús ante la respuesta de Bartimeo no hace ninguna acción que pudiese promover su curación física, sino que reconoce en su determinación y fe la acción salvadora de Dios que se expresa en su capacidad de volver a ver. De hecho, no le dice tu fe te ha curado, sino tu fe te ha salvado porque no se trata solo de poder ver con los ojos del cuerpo sino de poder ver con los ojos del corazón.

Le seguía por el camino

Cuando Bartimeo experimenta en su cuerpo y en su corazón la salvación de Dios, que lo restituye como persona y lo vincula de nuevo con su entorno, no vuelve a su lugar de origen, sino que se incorpora a la comunidad de Jesús. Porque se ha sentido liberado y reconstruido en su encuentro con Jesús, quiere también ser compañero en el proyecto salvador de Dios inaugurado por Jesús. Al seguirle por el camino, se incorpora a la comunidad del Reino como testigo del amor y perdón que Dios, el Abba de Jesús, ofrece a cada ser humano. Como seguidor de Jesús se compromete a vivir a su estilo, a vincularse con otros y otras como un ser humano nuevo, capaz de construir relaciones inclusivas y espacios sanadores.

El relato del encuentro entre Jesús y Bartimeo nos recuerda nuestro horizonte de seguimiento, nos invita a preguntarnos como construimos comunidad al estilo de Jesús y como seguimos colaborando en hacer posible que nadie se quede en el borde del camino, que nadie tenga que resignarse a vivirse estigmatizado o etiquetado porque sufre, no ha acertado en sus decisiones o sencillamente no responde a lo que esperamos de él o ella.

Carme Soto Varela


[1] Elisa Estévez, Mediadoras de sanación. Encuentros entre Jesús y las mujeres: Una nueva mirada, Universidad Comillas. San Pablo 2008, 170-173..

II Vísperas – Domingo XXX de Tiempo Ordinario

II VÍSPERAS

DOMINGO XXX TIEMPO ORDINARIO

INVOCACIÓN INICIAL

V/. Dios mío, ven en mi auxilio
R/. Señor, date prisa en socorrerme.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. 
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

HIMNO

Nos dijeron de noche
que estabas muerto,
y la fe estuvo en vela
junto a tu cuerpo

La noche entera
la pasamos queriendo
mover la piedra.

Con la vuelta del sol,
volverá a ver la tierra
la gloria del Señor.

No supieron contarlo
los centinelas:
nadie supo la hora
ni la manera.

Antes del día.
se cubrieron de gloria
tus cinco heridas.

Con la vuelta del sol,
volverá a ver la tierra
la gloria del Señor.

Si los cinco sentidos
buscan el sueño,
que la fe tenga el suyo
vivo y despierto.

La fe velando,
para verte de noche
resucitando.

Con la vuelta del sol,
volverá a ver la tierra
la gloria del Señor.

SALMO 109: EL MESÍAS, REY Y SACERDOTE

Ant. Cristo, sacerdote eterno, según el rito de Melquisedec. Aleluya.

Oráculo del Señor a mi Señor:
«Siéntate a mi derecha,
y haré de tus enemigos
estrado de tus pies.»
Desde Sión extenderá el Señor
el poder de tu cetro:
somete en la batalla a tus enemigos.

«Eres príncipe desde el día de tu nacimiento,
entre esplendores sagrados;
yo mismo te engendré, como rocío,
antes de la aurora.»

El Señor lo ha jurado y no se arrepiente:
«Tú eres sacerdote eterno,
según el rito de Melquisedec.»

El Señor a tu derecha, el día de su ira,
quebrantará a los reyes.
En su camino beberá del torrente,
por eso levantará la cabeza.

Señor, mis ojos están vueltos a ti,
en ti me refugio, no me dejes indefenso;
guárdame del lazo que me han tendido,
de la trampa de los malhechores.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Cristo, sacerdote eterno, según el rito de Melquisedec. Aleluya.

SALMO 113B: HIMNO AL DIOS VERDADERO

Ant. Nuestro Dios está en el cielo, y lo que quiere lo hace. Aleluya.

No a nosotros, Señor, no a nosotros,
sino a tu nombre da la gloria,
por tu bondad, por tu lealtad.
¿Por qué han de decir las naciones:
«Dónde está su Dios»?

Nuestro Dios está en el cielo,
lo que quiere lo hace.
Sus ídolos, en cambio, son plata y otro,
hechura de manos humanas:

Tienen boca, y no hablan;
tienen ojos, y no ven;
tienen orejas, y no oyen;
tienen nariz, y no huelen;

Tienen manos, y no tocan;
tienen pies, y no andan;
no tiene voz su garganta:
que sean igual los que los hacen,
cuantos confían en ellos.

Israel confía en el Señor:
él es su auxilio y su escudo.
La casa de Aarón confía en el Señor:
él es su auxilio y su escudo.
Los fieles del Señor confían en el Señor:
él es su auxilio y su escudo.

Que el Señor se acuerde de nosotros y nos bendiga,
bendiga a la casa de Israel,
bendita a la casa de Aarón;
bendiga a los fieles del Señor,
pequeños y grandes.

Que el Señor os acreciente,
a vosotros y a vuestros hijos;
benditos seáis del Señor,
que hizo el cielo y la tierra.
El cielo pertenece al Señor,
la tierra se la ha dado a los hombres.

Los muertos ya no alaban al Señor,
ni los que bajan al silencio.
Nosotros, sí, bendeciremos al Señor
ahora y por siempre.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Nuestro Dios está en el cielo, y lo que quiere lo hace. Aleluya.

CÁNTICO del APOCALIPSIS: LAS BODAS DEL CORDERO

Ant. Alabad al Señor, sus siervos todos, pequeños y grandes. Aleluya.

Aleluya.
La salvación y la gloria y el poder son de nuestro Dios,
porque sus juicios son verdaderos y justos.
Aleluya.

Aleluya.
Alabad al Señor, sus siervos todos,
los que le teméis, pequeños y grandes.
Aleluya.

Aleluya.
Porque reina el Señor, nuestro Dios, dueño de todo,
alegrémonos y gocemos y démosle gracias
Aleluya.

Aleluya.
Llegó la boda del Cordero,
Su esposa se ha embellecido.
Aleluya.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre, 
por los siglos de los siglos.

Ant. Alabad al Señor, sus siervos todos, pequeños y grandes. Aleluya.

LECTURA: 2Ts 2, 13-14

Debemos dar continuas gracias a Dios por vosotros, hermanos amados por el Señor, porque Dios os escogió como primicias para salvaros, consagrándoos con el Espíritu y dándoos fe en la verdad. Por eso os llamó por medio del Evangelio que predicamos, para que sea vuestra la gloria de nuestro Señor Jesucristo.

RESPONSORIO BREVE

R/ Nuestro Señor es grande y poderoso.
V/ Nuestro Señor es grande y poderoso.

R/ Su sabiduría no tiene medida.
V/ Es grande y poderoso.

R/ Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
V/ Nuestro Señor es grande y poderoso.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. Jesús dijo al ciego: «Anda, tu fe te ha salvado«». Al instante recobró la vista y fue siguiéndolo.

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Jesús dijo al ciego: «Anda, tu fe te ha salvado«». Al instante recobró la vista y fue siguiéndolo.

PRECES

Demos gloria y honra a Cristo, que puede salvar definitivamente a los que, por medio de él, se acercan a Dios, porque vive siempre para interceder a favor nuestro, y digámosle con plena confianza:

Acuérdate de tu pueblo, Señor.

Señor Jesús, Sol de justicia que ilumina nuestras vidas, al llegar al umbral de la noche, te pedimos por todos los hombres; 
— que todos lleguen a gozar eternamente de tu luz, que no conoce el ocaso.

Guarda, Señor, la alianza sellada con tu sangre,
— y santifica a tu Iglesia, para que sea siempre inmaculada y santa.

Acuérdate de esta comunidad aquí reunida,
— y que tú elegiste como morada de tu gloria.

Que los que están en camino tengan un viaje feliz 
— y regresen a sus hogares con salud y alegría.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

Acoge, Señor, las almas de los difuntos
— y concédeles tu perdón y la vida eterna.

Terminemos nuestra oración con las palabras del Señor:
Padre nuestro…

ORACION

Dios todopoderoso y eterno, aumenta nuestra fe, esperanza y caridad, y, para conseguir tus promesas, concédenos amar tus preceptos. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Amén.

CONCLUSIÓN

V/. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R/. Amén.

No te dejes engañar. Tú puedes ver

Sale Jesús de Jericó, camino de Jerusalén. Hoy no hay enseñanza añadida, el mismo relato entraña la lección. Lo encontramos en los tres sinópticos. Lucas sitúa el relato antes de entrar en Jericó. Mateo habla de dos ciegos pero el relato es el mismo. Estamos en la última escena, antes de entrar en Jerusalén. Después de este relato el evangelio da un quiebro. Lo acontecido en Jerusalén está más cerca del relato de la pasión que de lo narrado hasta aquí.

Este relato tiene poco que ver con los anteriores que propone Marcos. Le llama; le pregunta qué es lo que quiere; admite el título de Hijo de David; no lo aparta de la gente; la curación no va acompañada de ningún gesto; no le manda guardar silencio. Una vez que Marcos ha dejado claro que el camino hacia el Reino es la entrega hasta la muerte, ya no hay lugar para los malentendidos. No tiene sentido mandar callar ni rechazar el título de Mesías. Como suele pasar en los evangelios todo son símbolos. No debemos interpretarlos literalmente.

Al borde del camino. Bartimeo es el símbolo de la marginación, está fuera del camino, tirado en la cuneta, sin poder moverse, viendo cómo los demás pasan y dependiendo de ellos. El ciego tenía ya asignado su papel, pero no se resigna. Sigue intentando superar su situación a pesar de la oposición de la gente. “Hijo de David” era un título equivocado; suponía un Mesías que se impondría con la fuerza. Ya no le importa, no le manda callar.

Le regañaban para que se callara. Los demás no quieren saber nada de los problemas del ciego. En la situación en que te encuentras no tienes derecho a protestar. Aguanta y cállate. Era el sentir del pueblo judío. “La gente” significa, la inmensa mayoría de los cristianos que siguen a Jesús, pero no descubren la necesidad de emprender un nuevo camino. Una vez más aparece la sutil ironía de Marcos: los que seguían a Jesús eran un obstáculo para que el ciego se acercara a él. Los más cercanos a Jesús siguen sin ver.

¡Llamadlo! En menos de una línea se repite tres veces el verbo llamar. La llamada antecede siempre al seguimiento. Jesús valora la situación de distinta manera. Soltó el manto, dio un salto y se acercó a Jesús. Al menor síntoma de acogida, el ciego da un salto. Un ciego debía andar a tientas y con cuidado. Ahora confía y da el salto, aunque no ve. El manto representa lo que había sido hasta el momento, que se convierte en un estorbo. Todas sus esperanzas están ahora puestas en Jesús. Este es el verdadero milagro, que se realiza antes del milagro.

¿Qué quieres que haga por ti? Qué va a querer un ciego. La pregunta que le hace Jesús es la misma que, el domingo pasado, hacía a Santiago y Juan. La pregunta es idéntica, pero la respuesta es completamente distinta. Los dos hermanos quieren “sentarse” junto a Jesús en su gloria. El ciego quiere ver para “caminar” con él. La diferencia no puede ser más abismal. ¿De verdad quiero salir de mi ceguera? ¿O me encuentro tan a gusto con ella?

¡Que pueda ver! Jesús provoca este grito. En toda la Biblia, el “ver” tiene casi siempre connotaciones cognitivas. Ver significa la plena comprensión de aquello que es importante. Este grito es el centro del relato, siempre que no nos quedemos en lo físico. Se trata de ver el camino que conduce a Jerusalén para poder seguirlo. El camino del servicio que conduce hacia el Reino. De ahí la respuesta de Jesús: ¡Anda! El objetivo final no es la visión, sino la adhesión a Jesús y el seguimiento. Una lección para los discípulos que no terminan de ver.

Tu fe te ha curado. Una vez más, la fe-confianza es la que libera. Solo él ve a Jesús. Solo él le sigue por el camino que lleva a la entrega total en la cruz. Marcos deja bien claro que una respuesta auténtica a la llamada de Jesús, será siempre cosa de minorías. La multitud que seguía a Jesús sigue ciega. Todos estos domingos venimos viendo la falta total de comprensión de los discípulos. No habían ni siquiera atisbado la propuesta de Jesús. Solo después de la experiencia pascual ven a Jesús y le siguen.

Y lo seguía por el camino. El ciego, una vez que descubrió a Jesús le sigue en el camino hacia Jerusalén. Antes estaba al borde, es decir fuera del camino. El relato de una ceguera material es el soporte de un mensaje teológico: Jesús es capaz de iluminar el corazón de los hombres que están ciegos. Los discípulos demuestran una y otra vez, su ceguera. Un ciego, tirado en el camino, ve. Antes de ver, espera el falso “Mesías davídico”. Después descubre al auténtico Jesús, que va hacia la entrega total en la cruz, y le sigue.

Ya en la lectura de Jeremías encontramos el mismo mensaje: Dios salva un resto de su pueblo. No salva a los poderosos, ni a los sabios, ni a los perfectos sino a los ciegos y cojos, preñadas y paridas. Es decir a los débiles. No es el ciego el que está hundido en la miseria. La verdadera miseria está en los que mandan callar al ciego. Lo repetimos todos los días. ¡Que se callen los miserables! ¡Que eliminen los mendigos de las calles! No nos dejan vivir en paz. No ver la miseria que hay a nuestro alrededor es la única manera de vivir tranquilos.

La evolución ha sido posible gracias a que la vida ha sido despiadada con el débil. El evangelio establece un cambio sustancial en esa marcha. Jesús trastoca esa escala de valores, que aún prevalece hoy. Se daba por supuesto que Dios rechazaba todo lo defectuoso. Nietzsche no pudo soportar ese cambio, porque creía que el evangelio exaltaba la mezquindad. Nunca fue capaz de descubrir el valor de un ser humano a pesar de sus limitaciones. La esencia de lo humano no está en la perfección sino en la misma persona.

La actitud de Jesús fue un escándalo para los judíos de su tiempo y sigue siéndolo para nosotros hoy. Jesús no solo se acercó a los ciegos, cojos y tullidos; también se acercó a los pecadores públicos, prostitutas, adúlteras. Lucas, después de este relato, inserta el de Zaqueo que expresa lo mismo, pero con relación a los impuros. Nosotros seguimos creyendo que los pecadores son también rechazados por Dios, pero nos preceden en el Reino.

La escala de valores que nos propone el evangelio, no solo es distinta, sino radicalmente opuesta a la que los humanos manejamos todavía hoy. Entendemos al revés el evangelio cuando pensamos: Qué grande es Jesús, que de una persona despreciable ha hecho una persona respetable. El evangelio dice lo contrario, esa persona ciega, coja, manca, sorda, pobre, andrajosa, marginada, pecadora; esa que consideramos un desecho humano, es preciosa para Dios. Y por lo tanto es preciosa para Jesús. ¡Nos queda aún mucho por andar!

Meditación

Grita desde lo hondo de tu ser una y otra vez:
¡Que pueda ver! ¡Que pueda ver!…
Y pronto te responderán:
¡Pero si puedes ver! Solo tienes que abrir los ojos.
El ojo interior está hecho para ver;
descubre la causa de tu ceguera.

Fray Marcos

El mendigo que no quería dinero

El evangelio de este domingo cuenta el ultimo milagro realizado por Jesús durante su vida pública. Pero no es uno más; el relato depara interesantes sorpresas.

El protagonismo de Bartimeo

En contra de lo que cabría esperar, el principal protagonista no es Jesús. Este se limita a ir por el camino y, cuando oye a uno que le grita repetidamente pidiéndole que se compadezca de él, ni siquiera se acerca para saber qué quiere. Lo manda llamar. Y cuando tiene lugar el milagro, no se lo atribuye; todo es mérito del ciego.

En cambio, a Bartimeo le concede el evangelista una atención especial. Aparte de indicarnos el nombre de su padre (detalle que no se da en otros casos) se describe con detalle todo lo que hace. Ha elegido un buen sitio para pedir limosna: el camino de Jericó a Jerusalén, uno de los más transitados. Y cuando se entera de que quien pasa es “Jesús el nazareno” comienza a gritar pidiéndole que se compadezca de él. En nuestras calles y en las entradas de las iglesias nunca faltan mendigos. En general se comportan de forma educada, a veces ni hablan, les basta un gesto. ¿Qué sentiríamos si uno de ellos se pusiera a gritar repitiendo: «Ten compasión de mí»? Reaccionaríamos igual que los que acompañan a Jesús: diciéndole que se calle. Pero Bartimeo insiste, grita cada vez más. Y cuando consigue que Jesús lo llame parece que ha dejado de ser ciego. De un salto, sin miedo a tropezar, deja tirado su manto y marcha hacia él. Entonces ocurre lo más sorprendente.

Tres finales posibles

Imaginemos lo que podría haber ocurrido para comprender mejor lo que ocurrió.

Primer final: Cuando Jesús le pregunta qué quiere de él, Bartimeo no lo duda: una buena limosna. Jesús encarga a Judas que se la dé, este lo hace a regañadientes, y Bartimeo duda si seguir pidiendo o marcharse a su casa a descansar.

Segundo final: Cuando Jesús le pregunta qué quiere de él, no lo duda: «Volver a ver». Jesús, apartándolo de los presentes (como hizo en otro caso parecido) le toca los ojos y le concede lo que pide. Bartimeo recoge su manto y vuelve a su casa. Cuando su mujer y sus amigos se recuperan de la sorpresa, le dicen: «Ya no tienes excusa para no trabajar». Bartimeo se arrepiente de haber pedido el milagro.

Tercer final: Cuando Jesús le pregunta qué quiere de él, no lo duda: «Volver a ver». Jesús no hace nada, pero Bartimeo recupera de inmediato la vista. Olvidando su manto, su familia, sus amigos, sigue a Jesús camino de Jerusalén.

Bartimeo, los discípulos y nosotros

Cuando leemos este relato en el conjunto del evangelio de Marcos nos damos cuenta de que tiene una importancia enorme.

Este episodio cierra una larga sección del evangelio en la que Jesús ha ido formando a sus discípulos sobre los temas más diversos: los peligros que corren (ambición, escándalo, despreocupación por los pequeños), las obligaciones que tienen (corrección fraterna, perdón) y el desconcierto que experimentan ante las ideas de Jesús a propósito del matrimonio, los niños y la riqueza. Después de todas esas enseñanzas, el discípulo, y cualquiera de nosotros, puede sentirse como ciego, incapaz de ver y pensar como Jesús.

En este contexto, la actitud de Bartimeo, gritando insistentemente a Jesús que se compadezca de él, es un símbolo de la actitud que debemos tener cuando no acabamos de entender, o no somos capaces de practicar lo que Jesús enseña. Pedirle que seamos capaces de ver y de seguirle incluso en los momentos más difíciles.

Otros detalles interesantes del relato.

1. Bartimeo llama a Jesús “hijo de David”. Es la única persona que le da este título en el evangelio de Mc. Puede tener dos sentidos: a) Jesús, como “hijo de David”, es el Mesías esperado, el rey de Israel; aunque inmediatamente antes haya hablado de su muerte, de que ha venido a servir, no a ser servido, el ciego confiesa su fe en la dignidad de Jesús y en su poder de curarlo. b) Jesús, como “hijo de David”, es igual que Salomón, al que las leyendas posteriores terminaron atribuyendo poder de curaciones. En este sentido se usa con más frecuencia en el evangelio de Mateo.

2. Es curioso que se cuente que “soltó el manto” antes de acercarse a Jesús. Parece un detalle innecesario. Sin embargo, recuerda lo que se ha dicho al comienzo del evangelio a propósito de los primeros discípulos, que “dejando las redes, lo siguieron” (Mc 1,18).

3. Aunque Bartimeo piensa que Jesús puede curarlo, Jesús le dice “tu fe te ha curado”, poniendo de relieve la importancia de la fe.

4. Este es el único caso en todo el evangelio en el que una persona, después de ser curada, sigue a Jesús por el camino. Aunque el texto no lo dice, lo sigue hacia Jerusalén, hacia la muerte y la resurrección. Una vez más, Bartimeo se convierte en modelo para nosotros.

1ª lectura

El texto de Jeremías pretende consolar al pueblo de Israel, desterrado primero por los asirios y luego por los babilonios, prometiéndole que volverá del norte y de los confines de la tierra. Incluso las personas menos capacitadas para moverse (ciegos, cojos, preñadas, recién paridas), volverán a la patria. Las antiguas penas se transformarán en grandes consuelos.

La relación de la primera lectura con el evangelio es muy escasa. Este texto de Jeremías quizá se ha elegido porque habla de ciegos que vuelven a Jerusalén, igual que Bartimeo sigue a Jesús hacia Jerusalén.

José Luis Sicre

Comentario – Domingo XXX de Tiempo Ordinario

(Mc 10, 46-52)

Bartimeo, el mendigo ciego, estaba sentado junto al camino, sin esperanzas en la vida, despojado, humillado; ni siquiera podía pedir ayuda porque lo hacían callar. Era un excluido sin voz en la sociedad.

También hoy, quizás nosotros mismos, actuamos como los discípulos de Jesús, que intentaban hacer callar a los molestos. Pero Jesús escucha el grito, y a aquellos mismos que lo hacían callar les ordena que lo llamen, como invitándolos a revertir su actitud despectiva e indiferente.

La actitud de los discípulos, que contrasta con la de Jesús, no deja de ser una advertencia para nosotros. Porque cuando nos habituamos a una vida cómoda, o nos obsesionamos con los planes que queremos realizar, preferimos hacer callar a los que interfieren en nuestra programación, intentamos hacer desaparecer la voz de los que perturban nuestra falsa paz, tratamos de eliminar el reclamo de los que pueden privarnos de la comodidad y de las estructuras que nos hemos creado para sobrevivir.

El reclamo del ciego es una verdadera confesión de fe que reconoce a Jesús como el Mesías esperado, el descendiente de David que venía a reinar con justicia. Es más, todo el relato indica que el ciego estaba esperando a Jesús con el corazón confiado. Y Jesús, el único capaz de tenerlo en cuenta, se acerca a él en actitud dialogante, a preguntarle: «¿qué quieres que haga por ti?»

Jesús declara luego que la fe del ciego ha tenido mucho que ver con su curación; y esa fe se expresó después del milagro siguiendo a Jesús por el camino.

El ciego que había ansiado tanto recobrar la vista, habría podido dedicarse a muchas cosas hermosas que podría haber soñado en medio de su ceguera, y sin embargo su reacción fue simplemente seguir a Jesús. Su corazón le decía que no había nadie ni nada más importante para sus ojos.

Oración:

«Señor, yo también estoy un poco al borde del camino, ciego y solitario, necesitado y a oscuras. Yo también tengo mis cegueras y me cuesta ver la luz de tu verdad y el sentido de mi vida. Por eso te ruego que abras mis ojos y me hagas ver la luz».

 

VÍCTOR M. FERNÁNDEZ
El Evangelio de cada día

Lectio Divina – Domingo XXX de Tiempo Ordinario

«Maestro, que pueda ver.»

INTRODUCCIÓN

Este ciego de nacimiento se gana la vida pidiendo. Extiende su capa por donde cree que va a pasar gente y espera que alguien se compadezca de él y le eche alguna moneda para poder vivir. Su capa es instrumento de trabajo. Aquel día está de suerte porque por allí va a pasar mucha gente: “una gran muchedumbre”.  Pero sobre todo está contento porque por allí va a pasar Jesús. Él ha buscado ese momento. Ha oído las maravillas que hace Jesús y desea ardientemente encontrarse con Él. No puede perder esa oportunidad.  Por eso “se puso a gritar”. La gente se lo quería impedir, pero él “gritaba mucho más”. La gente va “a lo suyo” y le molesta que alguien le interrumpa en su camino. Si a los pobres se les quitan todos los derechos, al menos que se les deje “el derecho a gritar”.

TEXTOS BÍBLICOS

1ª lectura: Jer. 31,7-9.      2ª lectura: Heb. 5,1-6

EVANGELIO

Marcos 10,46-52:

En aquel tiempo, al salir Jesús de Jericó con sus discípulos y bastante gente, el ciego Bartimeo, el hijo de Timeo, estaba sentado al borde del camino, pidiendo limosna. Al oír que era Jesús Nazareno, empezó a gritar: «Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí.» Muchos lo regañaban para que se callara. Pero él gritaba más: «Hijo de David, ten compasión de mí.» Jesús se detuvo y dijo: «Llamadlo.» Llamaron al ciego, diciéndole: «Ánimo, levántate, que te llama.» Soltó el manto, dio un salto y se acercó a Jesús. Jesús le dijo: «¿Qué quieres que haga por ti?» El ciego le contestó: «Maestro, que pueda ver.» Jesús le dijo: «Anda, tu fe te ha curado.» Y al momento recobró la vista y lo seguía por el camino.

REFLEXIÓN

Examinemos los verbos que usa el texto acerca del comportamiento de Jesús:

1) Se detuvo. No puede seguir adelante su camino cuando hay alguien que sufre, que grita. Jesús va de camino y tiene muchas cosas que hacer, pero ante una necesidad, no puede seguir adelante, sabe detener el tiempo. En realidad, para Jesús, tener tiempo es emplearlo para hacer el bien.

2) Lo llama. Para Jesús toda persona es importante, no es un número, tiene un nombre. Es importante el detalle. No lo llama él personalmente, sino que dice: Llamadle. Aquellos que no querían escuchar los gritos del ciego, son ahora los que van a llamarle. Jesús quiere que la gente se implique, colabore en hacer una nueva humanidad.

3) lo cura. Le devuelve la vista. Y con la vista lo rehabilita para poder ganarse la vida sin necesidad de mendigar.

El camino de Jesús sólo lo puede recorrer aquel que es iluminado por Jesús. El seguimiento de Jesús en este ciego tiene unas características especiales:

1.-«Arrojó el manto»

El manto es su instrumento de trabajo. Es aquello que lleva el pobre para protegerse del frío en las noches. «Si tomas en prenda el manto de tu prójimo, se lo devolverás antes de la puesta del sol, porque es lo único que tiene para cubrir su cuerpo. Si no, ¿con qué va a dormir?» (Ex 22, 25-26). Y, sin embargo, lo arroja. No se queda nada.  Se ha encontrado con Jesús y ya no necesita nada. Es lo contrario del joven rico. Éste tenía muchas riquezas y prefirió las riquezas a Jesús. El ciego, una vez que se encontró con Jesús, no necesitó más que a Jesús. Por eso tira hasta el manto, lo único que tenía.

2.- “Dio un salto«.

 Es el salto de gozo, de júbilo, de entusiasmo, al encontrarse con Jesús. Es lo contrario del joven rico que se quedó con su riqueza, pero se quedó muy triste.  Es lo contrario de la vulgaridad y mediocridad de los discípulos que siguen a Jesús de mala gana, sin entusiasmo, sin alegría, sólo preocupados por los primeros puestos, por ser los importantes. Es lo que suele ocurrir en la vida de muchos cristianos, no puede haber cristianismo sin alegría. El encuentro con Jesús es fuente inagotable de gozo. Lo dice muy claro el Papa Francisco: “la alegría del evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús” (E.G. 1).

3.- “Y siguió a Jesús por el camino».

Y el camino conducía a Jerusalén donde Jesús iba a encontrarse con la Cruz y con la muerte. Lo normal hubiera sido ir a su casa y comunicar esa noticia a los familiares. Una vez que ha conocido a Jesús ya no tiene tiempo sino para seguirle. Y seguirle por el camino que le ha marcado Jesús. Este ciego de nacimiento será el modelo auténtico del cristiano de todos los siglos. Es el que nos enseña el verdadero seguimiento a Cristo. San Pedro seguía a Jesús, pero se escandalizó de la Cruz. Los apóstoles seguían a Jesús, pero sólo pensaban en sus propios intereses. Sólo el ciego sigue a Jesús sin poner condiciones. Seguir a Jesús no es copiarle desde fuera sino sumergirse en su persona y bajar con Él a beber de la misma agua y del mismo pozo.  “Cristo no sólo vino a realizar la obra de la Encarnación. La palabra de Dios se hizo carne para llevar adelante la obra de la redención. El misterio de Cristo es también nuestro misterio. Lo que ocurrió en la cabeza debe ocurrir también en los miembros. Encarnación, Muerte y Resurrección; es decir, arraigo, desarraigo, y transformación. Una vida no es auténticamente cristiana si no contiene ese triple riesgo” (De Lubac).

PREGUNTAS

1.– Cuando tanto me cuesta desprenderme de las cosas, ¿no será que Jesús no es todavía el Absoluto en mi vida?

2.- ¿Vivo mi fe en Jesús con verdadera alegría? ¿Brillan mis ojos ante el descubrimiento de Jesús como un tesoro que estaba escondido?

3.- ¿Sé ponerme detrás de Jesús para que sea Él quien me marque el camino?

ESTE EVANGELIO, EN VERSO, SUENA ASÍ:

Señor, un bello relato
nos cuentas en tu Evangelio.
Nos sentimos reflejados
en el ciego “Bartimeo”.
Al saber las condiciones
que implica tu “seguimiento”,
no queremos comprenderlas,
preferimos estar “ciegos”.
Servir, amar, dar la vida,
Señor, nos da mucho miedo
y nos sentamos “al borde
del camino” verdadero.
Tú pasas a nuestro lado
y nos miras con afecto.
A tu llamada, Tú esperas
que salgamos a tu encuentro.
Necesitamos soltar
todos nuestros “mantos” viejos,
decirte con convicción:
“Queremos ver bien, “Maestro”.
Gracias a la fe, podremos
“ver” Señor, con “ojos nuevos”.
Tú serás para nosotros
como el sol que está en el cielo.
Entonces te seguiremos
por el camino del Reino.
Entre amigos, el amor
siempre es “ala”, nunca “peso”.

(Compuso estos versos José Javier Pérez Benedí)

Jericó

1.- El episodio evangélico que leemos en la misa de hoy, mis queridos jóvenes lectores, pasa en esta bonita población, interesante y muy curiosa. Cuando uno peregrina a Tierra Santa no deja de visitarla. Desgraciadamente acostumbra a hacerlo con prisa. Jericó alberga en su campo arqueológico una torre, vestigio el más antiguo que se ha encontrado, de construcción urbana. Tal vez se encuentren algún día restos más viejos, pero, hasta ahora, es la población más pretérita de la que tenemos testimonios. La otra peculiaridad es que es la ciudad situada más baja respecto a la superficie de la Tierra. Está muy cerca de los 400 m. bajo del nivel del Mediterráneo. Destaca también por tener un mosaico, en las paredes de un antiguo palacio musulmán, con representaciones de animales, cosa que no ocurre en otros lugares pertenecientes a esta cultura. Buscamos los viajeros también algún sicómoro que nos recuerde a Zaqueo, del que hoy no hablaré. A los ciegos nadie los busca, se los encuentra. Quisiera uno pasar de largo e ignorarlos, no tienen importancia arqueológica, ni sirven para presumir posteriormente de riqueza cultural. Algo así, de otra manera, debían pensar los que acompañaban a Jesús, en aquella última subida a Jerusalén.

2.- Jericó es un precioso oasis situado al Este del desierto de Judá, al final de las estribaciones de las montañas de Moab, ya en la actual Jordania. Ni en tiempos evangélicos, ni ahora, la limpieza es una cualidad que sobresalga en los medios rurales del medio-oriente. La arena de estos páramos lo penetra todo y lo ensucia todo, y a ella acompañan dañinos microorganismos. Os he explicado esto, mis queridos jóvenes lectores, para que no os extrañe que sea un lugar donde con facilidad pueda padecerse el tracoma, una infección de la conjuntiva, contagiosa, que probablemente es la que padecía el ciego del relato evangélico de este domingo (el hijo de Timeo, por este nombre le conocían los del lugar, que le veían pidiendo limosna, junto al camino).

Ser ciego era, además de una desgracia, causa de marginación, pues, aunque pudiera, no se le permitía, por ejemplo, acercarse al altar para ofrecer sacrificios. La ley podía protegerlo, pero también le marcaba. Pero nuestro personaje no por serlo se acobardaba, no era ignorante, sabía lo suyo. Sabía algo fundamental. Era capaz de reconocer a Jesús, aunque no pudiera verlo. Sabía, mejor que muchos otros, que era hijo de David, una manera de decir que era el Mesías, el ungido del Señor. Y sabía que el tal privilegiado, no vendría a proporcionar victorias militares para su pueblo. Esperaba de Él salvación para Israel, pero para élla pequeña salvación de su ceguera. Y acertaba en su saber, sin ser un sabiondo.

3.- El Maestro caminaba, iba delante del grupo, decidido, hacia la Ciudad Santa, para que se cumpliera con Él el gran asunto pendiente desde el inicio de la humanidad: su redención. Era una gran empresa, la gran empresa, la suprema de las que en su historia cumpliría y, hete aquí, que le quiere entretener con su petición, ese minúsculo ciego, ese atrevido invidente, que siente la imperiosa necesidad de recobrar la vista, este es, en aquel momento, su máximo deseo. Grita el hijo de Timeo, grita sin dejar que su voz se ahogue en el tumulto. Jesús lo oye y le llama y él salta decidido, dejándolo todo (se desprendió del manto, la opción de encontrarse con el Señor bien merecía tal renuncia).

–¿Qué quieres de mí?

— Maestro, que pueda ver. (Ver, se entiende, con los ojos de la cara, pues, con los de su interior, ya veía suficiente.

— Pues que así sea, la Fe que tienes en mí, te ha curado.

Y le seguía. Es lo normal, lo que corresponde. A nosotros, el Evangelio también ha iluminado nuestras vidas, ¿somos agradecidos y le seguimos? O ¿vagamos distraídos, ocupando el tiempo en inútiles actividades, estudiando para adquirir lucrativos empleos, aunque resulten injustos, o aspirando a plazas de prestigio, obtenidas tal vez fraudulentamente, olvidados de nuestros contemporáneos que sufren injusta pobreza material o espiritual, o aprendiendo deportes caros, innecesarios, por muy entretenidos que resulten?

Pedrojosé Ynaraja

Los ciegos de tristeza

1.- Hay personas entristecidas, patológicamente tristes, entre las gentes que frecuentan la Iglesia y que viven una vida de una fe incompleta o defectuosa. Tienen pocas alegrías porque no ven. Y no es una metáfora. No ven. El hálito que Jesús de Nazaret comunica a los que le siguen es de alegría. Pero hay que ver, precisamente, cual es el camino para conseguir esa alegría. La clave es simple. Tienen que dejar de ser ciegos y ver a los hermanos y hermanas. Si su ceguera les lleva a verse a ellos mismos, mal reflejados en un también muy mal espejo, sin divisar la realidad hermosa y difícil de los hermanos que tienen alrededor pues estarán tristes, muy tristes.

Puede ser, no obstante, que, muy a pesar suyo –a pesar nuestro, de todos—estén ciegos ya sin remedio. Entonces deben de hacer un esfuerzo, ponerse de pie, de un salto y gritar para que el Maestro les oiga. No es posible culpar en exclusiva de la ceguera a esos ciegos que permanecen solitarios en las iglesias, sin ni siquiera dar la paz en las eucaristías. Algo, como una enfermedad, una forma de pecado de los que habitualmente no se confiesan, les ha dejado ciegos. Solos no pueden recuperar la vista. Han de abandonar su soberbia y seguir, en puro grito, a Jesús para que les saque de la oscuridad. En fin, ni que decir tiene que esto que hemos dicho refiriéndonos a muchos hermanos en tercera persona es perfectamente aplicable a todos. Hay una ceguera mayor o menor en nuestra vida de cristianos. Y es lo que permanentemente tenemos que evitar. Es más que obvio que solo el Maestro nos puede devolver la vista.

2.- ¿Qué quieres que haga por ti? Eso le pregunta Jesús de Nazaret al ciego de Jericó. ¿Nos lo ha preguntado alguna vez a nosotros? ¿Hemos recibido esa pregunta en nuestros momentos de oración, cuando la cercanía a Jesús en evidente? Lo más seguro es que sí. O, tal vez, estamos todavía esperándole a la vera del camino, a que pase para podérselo pedir. No es mala esta espera. Forma parte de los “tempos” de la oración. Lo que habrá que tener cuidado es no dejarle pasar, no distraerse o no tener tanta dureza de corazón que nos impida reconocerle cuando pase a nuestro lado. Hemos de tener la respuesta preparada. No podemos pedir al Señor que nos haga grandes, ricos, poderosos o que nos toque la lotería. “Sólo” tenemos que rogarle que veamos. Decir como el ciego del Evangelio: “Maestro que pueda ver”. Y es que la vista que nos dé el Señor será guía para el camino subsiguiente al que debemos comprometernos. Es un camino de paz, amor y solidaridad, de servicio a los hermanos y de construcción de ese Reino que predicaba el Señor. Ojalá, podamos estar ciegos, para que nos cure el Señor, pero jamás con los ojos cerrados a las necesidades de nuestros hermanos, del mundo sufriente que nos circunda.

3.- El mensaje de las lecturas de hoy es de alegría. El ciego seguía alegre a Jesús por su curación. En la primera lectura, Jeremías profetiza sobre una vuelta feliz a la tierra prometida, guiados por el Señor. Se menciona el camino de cojos y ciegos guiados por Dios. Jesús consumará ese camino devolviendo a los ciegos la vista y el paso firme a los ciegos. Pero el resultado final, el destino definitivo es ese mundo feliz, el Reino de Dios, que ya anuncia Jeremías.

El salmo 125 –¿por qué habrá habitualmente tan pocas referencias a los salmos en las homilías cuando todos son bellísimos?—es, asimismo, un canto de alegría para los que volvían del destierro de Babilonia. “Los que sembraban con lágrimas, cosechan entre cantares” ¿No es cierto que todos esperamos el desenlace alegre de nuestras cosas, de nuestros problemas? La misericordia del Señor llega siempre. Hemos de esperar y tener confianza. Y es que tenemos un mediador extraordinario ante Dios. Un Sumo Sacerdote puro, sin pecado, tal como nos dice la Carta a los Hebreos. Ese mediador que nos ha devuelto la vista, nos dará visión de águila para mejor ordenar nuestra vida y nuestros asuntos.

Ángel Gómez Escorial

¡Gritemos!

Quienes tenemos más de 50 años recordaremos una canción del grupo Tears for Fears, titulada “Shout” (Grita), cuya letra traducida empezaba así: “Grita, grita, desahógate”. Solemos gritar de dolor, de ira, de miedo, de alegría, de desesperación, de sorpresa, de rabia, para llamar la atención, para animar a alguien… Hay ocasiones en que gritar es una falta de respeto, pero en otras resulta benéfico, pues el grito exterioriza emociones y supone una válvula de escape. Algunos sostienen que quienes no gritan, y contienen sus sentimientos, pueden llegar a desarrollar enfermedades como depresión, hipertensión, úlceras… Así, en ocasiones gritar puede resultar beneficioso, sobre todo porque la mayoría de los gritos surgirán por situaciones de dolor y sufrimiento y necesitamos desahogarnos, como decía la letra de la canción.

La Palabra de Dios de este domingo nos ha mostrado diferentes tipos de gritos. En la 1ª lectura, un grito bueno: Gritad de alegría por Jacob… el Señor ha salvado a su pueblo. Pero en el Evangelio hemos escuchado el grito angustiado de alguien en una situación de sufrimiento: el ciego Bartimeo… al oír que era Jesús Nazareno, empezó a gritar: Hijo de David, ten compasión de mí. Y aunque muchos le regañaban para que se callara, él gritaba más: Hijo de David, ten compasión de mí. En Bartimeo podemos identificar el grito de angustia y dolor de tantos, una mayoría, quizá nosotros mismos, que están al borde del camino de la vida por diferentes motivos: enfermedad, paro o trabajo precario, adicciones, rupturas, pobreza, hambre, catástrofes naturales, guerras, persecuciones, emigración, terrorismo, desesperanza y sinsentido de la vida… Es un verdadero griterío, aunque a veces quisiéramos que se callaran, como decían a Bartimeo, porque nos molestan, porque rompen nuestra supuesta tranquilidad, porque inquietan nuestra conciencia.

Pero, aunque no nos guste y quisiéramos que se callaran, quienes sufren “gritan más”, como hizo el ciego Bartimeo, porque cada día surgen nuevos motivos para que más gente grite.

Jesús se detuvo y atendió los gritos de Bartimeo. Primero dice: Llamadlo. Jesús no quiere que nosotros hagamos oídos sordos a los gritos de quienes sufren. Quiere que “nos detengamos” y les “llamemos” en su nombre: Ánimo, levántate, que te llama, para que, por nuestro testimonio de fe, en palabras y obras, sepan y sientan que Jesús pasa por su vida y atiende sus gritos. Después Jesús hace a Bartimeo una pregunta: ¿Qué quieres que haga por ti? Jesús se interesa por él y su situación, y así nos indica que atender los gritos no consiste en ofrecer un consuelo fácil o un asistencialismo rápido que tranquilice nuestra conciencia. Se trata de averiguar la verdadera necesidad que está provocando el grito de angustia de esa persona.

Y, una vez el ciego le ha manifestado su necesidad, Jesús le dice: Tu fe te ha curado. Aquí tenemos una llamada importante. Por una parte, como escribió Benedicto XVI en “Dios es amor” 31.c) “La caridad no ha de ser un medio en función de lo que hoy se considera proselitismo. El amor es gratuito. Pero esto no significa que la acción caritativa deba dejar de lado a Dios y a Cristo. Con frecuencia, la raíz más profunda del sufrimiento es precisamente la ausencia de Dios. Quien ejerce la caridad en nombre de la Iglesia nunca tratará de imponer a los demás la fe de la Iglesia”. Pero, como dijo San Pablo VI en “Evangelii nuntiandi” 22: “La Buena Nueva proclamada por el testimonio de vida deberá ser, tarde o temprano, proclamada por la palabra de vida. No hay evangelización verdadera, mientras no se anuncie el nombre, la doctrina, la vida, las promesas, el reino, el misterio de Jesús de Nazaret Hijo de Dios”. Al atender a quienes gritan, no se trata de imponerles, sino de proponerles la fe en Cristo Resucitado para que lo conozcan y, libremente, como Bartimeo, le sigan.

Hoy celebramos la campaña del Domund, que nos recuerda el grito de dolor de quienes sufren hambre y pobreza. Hoy se nos invita a hacerles llegar nuestra ayuda material, pero también la espiritual, como indica el lema: “Cuenta lo que has visto y oído”. Como hemos dicho, la labor misionera también incluye proponer la fe en Cristo, contándoles nuestra experiencia de fe. Y el Domund también nos recuerda que todos somos misioneros y, en nuestros ambientes, debemos contar a otros lo que hemos visto y oído.

¿Soy de los que gritan? ¿Por qué motivos? ¿Grito a Dios? ¿Hago oídos sordos a los gritos de los otros? ¿Por qué? ¿Procuro, en nombre de Jesús, atender esos gritos? ¿Cómo lo hago? ¿Me detengo, me intereso por ellos, les propongo en algún momento la fe en Jesús Resucitado?

Como dice Hebreos 5, 7: Cristo, en los días de su vida mortal, a gritos y con lágrimas, presentó oraciones y súplicas al que podía salvarlo de la muerte, cuando en su angustia fue escuchado. Por tanto, gritemos con fe a Dios en la oración, como Bartimeo, no nos aguantemos y callemos ante el sufrimiento nuestro o de otros, con la certeza de que Él, que ha pasado por la prueba del dolor, no hará oídos sordos a ese grito.