Lectio Divina – Lunes XXX de Tiempo Ordinario

1.-Oración introductoria.

Señor, me pongo a rezar sirviéndome de una escena delicada, sensible, encantadora: Tu postura ante una pobre mujer que lleva 18 años enferma sin poder enderezarse. Tú, Señor, la ves y te compadeces; no das tiempo ni a que ella misma te lo pida ni que pase la fiesta del sábado. Para ti la persona es lo primero. Demasiado tiempo lleva padeciendo; por eso no estás dispuesto a que siga sufriendo ni un solo minuto más. Haz que yo tenga esa prisa por hacer el bien.

2.- Lectura reposada del Evangelio, Lucas 13, 10-17

          Un sábado, enseñaba Jesús en una sinagoga, y había una mujer a la que un espíritu tenía enferma hacía dieciocho años; estaba encorvada, y no podía en modo alguno enderezarse. Al verla Jesús, la llamó y le dijo: Mujer, quedas libre de tu enfermedad. Y le impuso las manos. Y al instante se enderezó, y glorificaba a Dios. Pero el jefe de la sinagoga, indignado de que Jesús hubiese hecho una curación en sábado, decía a la gente: Hay seis días en que se puede trabajar; venid, pues, esos días a curaros, y no en día de sábado. Replicole el Señor: ¡Hipócritas! ¿No desatáis del pesebre todos vosotros en sábado a vuestro buey o vuestro asno para llevarlos a abrevar? Y a ésta, que es hija de Abraham, a la que ató Satanás hace ya dieciocho años, ¿no estaba bien desatarla de esta ligadura en día de sábado? Y cuando decía estas cosas, sus adversarios quedaban confundidos, mientras que toda la gente se alegraba con las maravillas que hacía.

3.- Qué dice el texto.

Meditación-Reflexión

En este relato podemos observar tres comportamientos frente a la mujer enferma: el del jefe de la sinagoga, el de Jesús y el del pueblo.

a) El jefe de la sinagoga

Se indigna porque Jesús ha curado en sábado. Para él lo que importa es la observancia  del sábado. Se podía haber esperado al día siguiente. La ley puede endurecer el corazón de modo que nos impida escuchar los gritos de los que sufren. Incluso podemos dar más importancia al asno que va a abrevar, que a una persona que sufre. Mientras se gastan cantidades fabulosas para cuidar con exceso a los animales, se están muriendo de hambre millones  de niños.

b) Postura de Jesús.

No puede ver sufrir a la gente. Se le conmueve el corazón y pone a las personas por encima de las leyes. Jesús humaniza: ve a la mujer, la endereza, le devuelve su dignidad, y pone las manos  sobre ella, es decir, le acaricia. Por eso, lo primero que le nace del corazón a esa mujer es glorificar a Dios. 

c) La reacción de la gente

Es distinta: mientras los adversarios quedan confundidos, la gente sencilla se alegra de las maravillas de Dios. Lo mismo que ahora: mientras los hipócritas de siempre condenan al Papa Francisco,  la gente sencilla se acerca a Dios y le agradece el regalo de este Papa para la Iglesia y para el mundo de hoy.

Palabra del Papa.

“Cuando llegó la noche, después de la puesta del sol, le trajeron todos los enfermos y endemoniados”. Si pienso en las grandes ciudades contemporáneas, me pregunto dónde están las puertas ante las cuales llevar a los enfermos esperando que sean sanados. Jesús nunca se ha desentendido de su cuidado. Nunca ha pasado de largo, nunca ha vuelto la cara hacia otro lado. Y cuando un padre o una madre, o incluso simplemente gente amiga le llevaban delante de un enfermo, para que lo tocase y lo sanase, no ponía tiempo de por medio; la curación estaba antes que la ley, incluso de aquella tan sagrada como el descanso del sábado. Los doctores de la ley reprendían a Jesús, porque curaba en sábado. Hacía el bien el sábado. Pero el amor de Jesús era dar la salud, hacer el bien. Y eso está en el primer lugar siempre. Jesús envía a sus discípulos a hacer su misma obra y les da el poder de curar, ó sea para acercarse a los enfermos y cuidarlos hasta el final”. (Catequesis de S.S. Francisco, 10 de junio de 2014).

4.- Qué me dice hoy a mí este texto. (Guardo silencio)

5.- Propósito: En este día miraré a la gente que sufre con la mirada de Jesús.

6.- Dios me ha hablado hoy a mí a través de su Palabra. Y ahora yo le respondo con mi oración.

Señor, qué contento y feliz me siento de haberte conocido. Eres maravilloso. Nadie ha mirado a los hombres y mujeres de este mundo con una mirada tan cercana, tan compasiva, tan entrañable, como Tú. Si en este mundo ha habido algo realmente importante es tu mirada de compasión y bondad sobre tanta miseria humana. Este mundo es mucho más rico desde que Tú le miras con unos ojos parecidos a los nuestros.

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No estás lejos del Reino de Dios

Un escriba se acercó…

Para la tradición bíblica, el so-fer (“escriba”) gozaba de prestigio intelectual en Israel, ya que estaba consagrado a estudiar, interpretar y aplicar la Ley. Su intervención en cuestiones de legislación civil, religiosa y ritual le daba autoridad y respeto.

La pregunta que dirige a Jesús no versa sobre su conocimiento o desconocimiento de la Ley, sino sobre la forma cómo enseña, interpreta y aplica la Ley. ¿Será que el escriba se siente cuestionado por la autoridad y la libertad de Jesús frente a la Ley, a las tradiciones y a las instituciones judías? ¿Cuál será fuente de la autoridad y de la libertad de Jesús?

Jesús no es un transgresor ni un evasor de la Ley. Lo revolucionario de la actitud de Jesús radica en que en su observancia de la Ley se combinan su libertad, su fidelidad y su compromiso con el Padre, con el Reino y con aquellos que el sistema margina. La libertad, la fidelidad y el compromiso de Jesús están potenciados por la misma Ley que invita a amar a Dios (cf. Dt 6,5) y al prójimo (cf. Lv 19,18).

Un único mandamiento…

La respuesta de Jesús al escriba revela el espíritu más profundo de la Ley: no hay santidad real sin un amor exclusivo, total y preferente a Dios, y que, al mismo tiempo, se traduzca en un amor solidario y comprometido con prójimo. Sin un amor real y concreto por el prójimo (que es imagen de Dios), todo intento de amor a Dios se reduce al plano de las ideas, de las intenciones y de los discursos.

Dios ha creado al ser humano a su imagen y semejanza (cf. Gn 1, 26-27) para que toda búsqueda de Dios comience por el rostro y el corazón del prójimo. En su misterio más profundo, cada persona puede revelar a Dios. En este sentido, el prójimo tiene una función mediadora: es la forma concreta de visibilizar el amor a Dios. El prójimo es un punto de encuentro con Dios en la historia.

Sin abolir la Ley, ni los mandamientos, ni los preceptos, Jesús centraliza el espíritu de la Ley en un único mandamiento con dos aspectos necesariamente complementarios. El amor al prójimo siempre será el criterio de credibilidad del amor a Dios. En términos del autor de 1 Jn: “El que dice: «Amo a Dios», y no ama a su hermano, es un mentiroso. ¿Cómo puede amar a Dios a quien no ve, el que no ama a su hermano, a quien ve?” (1 Jn 4,20).

Cerca del Reino de Dios…

Todo encuentro con Jesús es transformante y conlleva una conversión de la inteligencia, de las actitudes y del corazón. La respuesta del escriba denota el inicio de un cambio de lógica: el paso de la lógica formal (legal-ritual) a una lógica evangélica (teologal-proexistencial).

Una religiosidad sin solidaridad y una espiritualidad sin caridad son realidades autorreferenciales y vacías. Una verdadera religiosidad y una autentica espiritualidad hacen que la experiencia de Dios se traduzca en gestos concretos de amor, perdón y cercanía. Estos gestos hacen visible y posible el Reino de Dios.

La Ley tiene la función de orientar el corazón hacia Dios y hacia el prójimo. Pero también tiene la función de iluminar la libertad para que el culto a Dios sea “en espíritu y en verdad” (cf. Jn 4, 23); y para que el vínculo con el prójimo sea de una fraternidad en la caridad y la dignidad. Elegir amar a Dios es elegir amar al prójimo. Sólo así, el Reino se hace presente en la historia y en el corazón humano. El amor es la Ley del Reino.

Fr. Rubén Omar Lucero Bidondo O.P.

Comentario – Lunes XXX de Tiempo Ordinario

(Lc 13, 10-17)

Una espalda encorvada simboliza el agobio de una persona que siente la vida como una carga. Ha sido tal el peso que ha llevado que no puede mantenerse erguido. En esos casos, la obra sanadora de Dios consiste en ayudar a la persona a mirar hacia adelante, a descubrir que no basta con soportar un peso inevitable, sino que estamos invitados a ampliar nuestro horizonte, a entusiasmarnos con el futuro. La mirada del Señor «siembra futuro».

Los que caminamos erguidos tendríamos que preguntarnos si así también está nuestro espíritu, si nuestra mirada realmente está atenta a la amplitud del horizonte, o si hemos reducido nuestra vida al pequeño espacio que pisan nuestros pies porque no queremos tener más cargas. Jesús, con su evangelio, quiere ampliarnos el horizonte y fortalecer nuestra espalda. Y cuando se amplía la mirada, la reacción adecuada es la alabanza, porque podemos percibir mejor la gloria de Dios que supera ampliamente el ámbito reducido de nuestras preocupaciones.

Cuando Jesús cura a la mujer aparece el típico reproche de los legalistas fanáticos: no se puede curar en día de descanso. Pero Jesús intenta que el cruel controlador de la vida ajena se compadezca de la mujer curada, que tenía la dignidad de ser una «hija de Abraham». Jesús la compara con un buey atado para mostrar que la mujer era digna de ser curada aunque fuera el día de descanso, ya que hasta un buey es liberado de sus cadenas para permitirle beber, no importa qué día sea. La compasión puede más que cualquier norma o tradición. El jefe de la sinagoga se indignaba con la gente: «Tienen seis días para curarse, pero tienen que venir a hacerse curar

justamente hoy, que es el día de descanso» (v. 14). Jesús, en cambio, comprende el dolor de la gente que busca curarse, y trata de hipócritas a los legalistas, ya que también ellos buscan y defienden su propio bien. Así queda claro que debe ponerse más pasión en buscar el bien de los hermanos que en defender las leyes y las tradiciones, por más santas que sean.

Oración:

«Señor, tu que miras el universo, que puedes verlo todo y comprender la inmensidad que nosotros no podemos siquiera imaginar, no permitas que mi mirada se encierre en un mundo pequeño y ayúdame a mirar los horizontes que tú quieres mostrarme».

VÍCTOR M. FERNÁNDEZ
El Evangelio de cada día

Homilía – Domingo XXXI de Tiempo Ordinario

1

Los últimos días en Jerusalén

En la selección dominical de Marcos, que obviamente no es completa, sino «semicontinua», saltamos a esta altura pasajes como la entrada solemne de Jesús en Jerusalén y otros episodios más referentes a la creciente oposición de sus enemigos, como la maldición de la higuera estéril, la expulsión de los mercaderes del Templo, la parábola de los viñadores homicidas (en la que se vieron claramente reflejados los escribas y fariseos) y las preguntas capciosas sobre el impuesto a pagar al César o la suerte de los siete hermanos casados con la misma mujer.

De los «hosanna» del Domingo de Ramos pasamos rápidamente a la oposición declarada y al enfrentamiento creciente entre Jesús y sus enemigos, que acabará con la condena y la muerte en cruz.

Deuteronomio 6, 2-6. Escucha, Israel: amarás al Señor con todo el corazón

El libro del Deuteronomio (= segunda ley) es un gran «discurso» de normas y leyes puesto en boca de Moisés, que quiere asegurar que su pueblo, cuando entre en la tierra prometida, seguirá fiel a la Alianza que sellaron con Yahvé en el monte Sinaí a la salida de Egipto.

El pasaje que leemos hoy quiere que el pueblo sea fiel a los mandamientos de Dios: «guarda todos sus mandatos», y es el origen de la famosa oración «Shema Israel», «escucha Israel», que los judíos piadosos rezan varias veces al día: «escucha, Israel, el Señor nuestro Dios es solamente uno». Destaca sobre todo el mandamiento del amor a Dios, que es el que va a citar luego Jesús en el evangelio: «amarás al Señor tu Dios con todo el corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas».

El salmista muestra claramente que quiere cumplir ese mandato: «yo te amo, Señor, tú eres mi fortaleza», porque encuentra en Dios su peña, su refugio, su escudo, su fuerza, su baluarte…

Hebreos 7, 23-28. Como permanece para siempre, tiene el sacerdocio que no pasa

Después de exponer lo que tienen de común los sacerdotes del Templo con el de Cristo (lo leíamos el domingo pasado), el autor de la carta llega al momento culminante de su exhortación: Cristo Jesús es el Sacerdote que «nos convenía», y subraya aquí las diferencias entre él y los sacerdotes humanos.

Al contrario de los del Templo, que son mortales y tienen que sucederse unos a otros, Jesús «permanece para siempre… vive para siempre para interceder en nuestro favor». Además, «nuestro Sumo Sacerdote es santo, inocente, sin mancha», y por eso «no necesita ofrecer sacrificios cada día, porque lo hizo de una vez para siempre y no ofreció animales u otras ofrendas, sino «se ofreció a sí mismo».

 

Marcos 12, 29b-34. No estás lejos del reino de Dios

Después de todos los pasajes que se han saltado en la lectura dominical -y que hemos enumerado antes- leemos cómo se acerca a Jesús un escriba peguntando, parece que de buena fe y no con ánimo de comprometerle, «qué mandamiento es el primero de todos».

Era una pregunta muy actual en su tiempo, porque en el bosque de mandamientos (365 negativos y 248 positivos) que tenían, los israelitas querían saber cuáles eran los principales.

Jesús contesta que ese mandamiento principal son dos. El primero, es amar a Dios, y cita para ello el pasaje del Deuteronomio que leemos hoy como primera lectura. Pero en seguida añade que el segundo es «amarás a tu prójimo como a ti mismo». El escriba alaba a Jesús -«muy bien, Maestro»-, y añade por su cuenta que esos dos mandamientos «valen más que todos los holocaustos y sacrificios», lo que le vale a su vez la alabanza de Jesús: «no estás lejos del reino de Dios».

2

Lo principal es amar

Tendríamos que estar agradecidos a aquel buen escriba por haber formulado a Jesús esta pregunta, que le dio ocasión de aclarar, también para beneficio nuestro, cuál es el primer y más importante de los mandamientos. También nosotros nos movemos en medio de innumerables normas en nuestra vida eclesial (el Código de Derecho Canónico contiene 1752 cánones).

La gran consigna de Jesús es el amor en dos direcciones. El primer mandamiento es amar a Dios, haciéndole lugar de honor en nuestra vida, en nuestra mentalidad y en nuestra jerarquía de valores. Amar a Dios significa escucharle, adorarle, encontrarnos con él en la oración, obedecer su voluntad, amar lo que él ama. El mundo de hoy nos invita a elevar altares a otros dioses, más o menos atrayentes. Como los del pueblo elegido oían el «Escucha Israel, el Señor nuestro Dios es solamente uno», nosotros deberíamos oír: «escucha, cristiano, sigue en pie el primer mandamiento: no tendrás otros dioses más que a mí».

El segundo es amar al prójimo, a los simpáticos y a los menos simpáticos, porque todos somos hijos del mismo Padre y porque Cristo se ha entregado por todos. Y amarles «como a nosotros mismos», que es una medida muy concreta y generosa.

Jesús une los dos, que ya aparecían en el AT. El primero lo hemos leído hoy mismo en el Deuteronomio. El segundo está en el Levítico 19,18. Lo que hace Jesús es equiparar los dos y hacer de ellos como uno solo: «no hay mandamiento mayor que estos».

Ser seguidores de Jesús no es sólo amar a Dios. Ni sólo amar al prójimo. Sino las dos cosas juntas. No vale decir que uno ama a Dios y descuidar a los demás. No vale decir que uno ama al prójimo, olvidándose de Dios y de las motivaciones sobrenaturales que Cristo nos ha enseñado para la caridad fraterna. Juan, en su primera carta, afirma que el que dice que ama a Dios y no ama al prójimo, es mentiroso. Si amamos a Dios, debemos amar al que Dios ama: al hombre.

En el Ritual del Bautismo, al comienzo de la celebración, el ministro pregunta a los padres del niño si están dispuestos a «educarlos en la fe», para que ese niño, «guardando los mandamientos de Dios, amen al Señor y al prójimo, como Cristo nos enseña en el Evangelio». Resume, por tanto, todo lo que supone la vida cristiana con las mismas palabras que dice Jesús en el evangelio de hoy.

Es interesante que el escriba subraye una cosa que Jesús afirma en otros momentos del evangelio: que este doble amor a Dios y al prójimo «vale más que todos los holocaustos y sacrificios», o sea, que la caridad es una consigna superior incluso que la del culto litúrgico dirigido a Dios. Siguiendo a los profetas del AT, Jesús dijo más de una vez: «misericordia quiero, y no sacrificios».

La alabanza de Jesús al escriba -«no estás lejos del reino de Dios»- tal vez la tendríamos que aplicar nosotros a tantas personas de otras razas y religiones que muestran su honradez y buena voluntad sobre todo en su buen corazón y en su caridad para con los demás. O sea, a las personas que dan importancia al amor en sus vidas.

En ese momento de examen de conciencia que, si somos sabios, hacemos al final de la jornada, estaría bien que nos hiciéramos esta pregunta: ¿he amado hoy? ¿o me he buscado a mí mismo? No vaya a ser que nos entretengamos en otras direcciones no tan «principales».

Momentos antes de ir a comulgar con Cristo se nos invita a darnos la paz con los más cercanos. Es un buen recordatorio para que unamos las dos grandes direcciones de nuestro amor, y así luchemos contra la tendencia más innata que tenemos: el egoísmo.

 

El verdadero Sacerdote

Ante la añoranza que algunos cristianos sentían de los valores que habían abandonado al convertirse a Cristo (el Templo, los sacrificios, el sacerdocio), el autor de la carta insiste en mostrar cómo Jesús es superior a todo el AT, sobre todo a su sacerdocio.

Enumera los varios aspectos en que era deficiente el sacerdote de antes y perfecto el de Cristo. Los sacerdotes del Templo eran caducos, mientras que Cristo es Sacerdote para siempre. Aquellos eran pecadores, y tenían que ofrecer sacrificios ante todo por sus propios pecados, mientras que Cristo es el justo e inocente. Ellos tenían que ofrecer a Dios una y otra vez animales, mientras que Cristo se ha ofrecido de una vez por todas a sí mismo en la cruz.

Los cristianos nos sentimos orgullosos de tener el Sumo Sacerdote que tenemos ante Dios. Orgullosos y confiados, porque él nos ha reconciliado y nos abre el camino a Dios, y «vive siempre para interceder en nuestro favor».

También ahora los hombres que reciben el ministerio sacerdotal son débiles y pecadores. Tienen que rezar primero por sus propios pecados y luego por los del pueblo. Si presiden y absuelven y bendicen, es en nombre de Cristo, «in persona Christi», habitados interiormente por él.

Jesús es un Sacerdote que en el sacramento de la Reconciliación nos comunica su victoria sobra el pecado y el mal. Que nos alivia y ayuda en la enfermedad por medio de la Unción. Que nos bendice en todo momento de nuestra vida. Que nos une en la Liturgia de las Horas a su alabanza al Padre y a su súplica por este mundo. Es siempre él, el Sacerdote eterno, quien actúa en nuestras celebraciones.

José Aldazábal
Domingos Ciclo B

Mc 12, 28-34 (Evangelio Domingo XXXI de Tiempo Ordinario)

Dios quiere ser amado en los hermanos

El evangelio nos presenta al escriba que quiere profundizar de lleno en la Torah, la ley del judaísmo, ¿con qué intención? ¿sabiendo que Jesús sería capaz de ofrecerle una interpretación profética? Ya hemos visto la importancia que tenía y tiene en el judaísmo el primer mandamiento expresado con el Shema Israel, que es parte de nuestra primera lectura. La cuestión no quedará en una simple disputa escolástica, como alguno ha sugerido. El alcance de esta discusión y la pregunta del escriba (¡insólita!) ponen en evidencia muchas cosas del judaísmo que también nos afecta a nosotros. Lo primero que salta a la vista es que el segundo mandamiento no le va a la zaga al primero, que pone el acento en el amor de Dios. La versión de Marcos no está calcada ni del texto hebreo, ni de la versión griega de los Setenta… con algunas variantes de tipo helenista quiere llegar a una propuesta decisiva.

El realidad, el texto de Mateo 22,39s (que habría usado a Marcos como fuente) lo ha dejado mucho más claro: “de estos dos mandamientos penden toda la ley y los profetas”. El escriba, en verdad, no pretendía poner una trampa a Jesús como querían los saduceos, un momento antes, a propósito de la resurrección. Pero en su búsqueda de aclaración se ha quedado una cosa clara: el amor a Dios y el amor al prójimo no tiene “esencias” distintas. El amor, en el NT es de un “peso” extraordinario que no queda ni en “eros”, ni en “amistad”. Es un amor de calidad el ágape que tiene que ser el mismo para Dios y para los hombres, aunque los mandamientos se enumeren en primero y segundo. Esta sería la ruptura que Jesús quiere hacer con la discusión de los letrados sobre el primero o el segundo, sobre si el prójimo son los de “mi pueblo” o no.

Porque no sería una novedad que Jesús simplemente subrayara una cosa que se repetía hasta la saciedad. El que se añada el segundo mandamiento, de amor el prójimo, viene a ser lo original; porque con ello se ha revelado que el amor a Dios y el amor el prójimo es lo más importante de la vida, son un solo mandamiento, en realidad, y así podríamos entender el final del v.31 : ”No hay otro mandamiento más importante que éstos”, pues el ?ντολ? (mandamiento) está en singular y nos permitiría entender que el mandamiento más importante por el que preguntaba el escriba son los dos primeros que vienen a ser uno sólo. Porque no hay dos tipos de amor, uno para Dios y otro para el prójimo, sino que con el mismo amor amamos a Dios y a los hombres. Diríamos que son inseparables, porque el Dios de Jesús, el Padre, no quiere ser amado El, como si fuera un ser absoluto y solitario. Así resuelve Jesús la gran pregunta del escriba, de una manera profética e inaudita.

Lo que el evangelio de hoy quiere poner de manifiesto es que el amor a Dios debe también ser amor a los hombres. Muchos se contentan con decir que aman a Dios, pero muchas veces se encuentran razones para no amar al prójimo. Aquí es donde el evangelio se hace novedad maravillosa para todos los seguidores de Jesús y para todos los hombres. Se pueden sacar las consecuencias, al hilo de la carta a los Hebreos, que si Jesús ha ofrecido un sacrificio eterno, si no son necesarios los sacrificios rituales a Dios, es porque Jesús ha hecho posible la religión del amor, pero no solamente a Dios, sino a todos los hombres. Eso es lo que identifica al Dios verdadero de los dioses falsos: quiere ser amado en los hermanos. Es eso lo que el autor de la 1Jn pone de manifiesto en su teología de que Dios es amor y no podemos amar a Dios a quien no vemos si no amamos al hermano a quien vemos. Pero esta teología la puso en marcha el profeta de Galilea, Jesús de Nazaret… y por ello dio la vida.

Hb 7, 23-28 (2ª lectura Domingo XXXI de Tiempo Ordinario)

Un sacrificio vivo

La segunda lectura vuelve sobre la carta a los Hebreos. Es, probablemente, el c. 7 de Hebreos una de las cumbres de esta carta. En el texto de hoy compara a los sacerdotes de la antigua Alianza y a Jesús. En el texto es muy importante la permanencia del sacerdocio de Cristo “para siempre”. El autor, que es un gran exegeta apoya casi todo el c. 7 en el Sal 110 como oráculo del sacerdocio de Cristo, superior y más perfecto que el sacerdocio levítico. Este “para siempre” determina, incluso, la perfección del ministerio sacerdotal de Jesús: su sacrificio no es de cosas, de víctimas, sino de entrega absoluta de sí mismo.

La lectura nos ofrece los tonos polémicos que el autor quiere poner sobre la mesa: es una polémica contra el sacerdocio levítico y ritual. Aquellos morían y eran sucedidos por sus hijos y familiares, lo cual denota la precariedad de ese sacerdocio. Pero con Jesucristo no puede suceder así, porque su sacrificio de amor, llevado a cabo en la cruz, es un sacrificio eterno, que abarca toda la historia. Ya no son necesarios los sacrificios rituales a Dios, porque Jesucristo los ha hecho ineficaces. Los sacerdotes antiguos debían purificarse personalmente antes de ofrecer un sacrificio por el pueblo, pero Jesús, el Hijo de Dios, ha puesto fin a una religión que no salva. Solamente salva, y para siempre, el sacrificio de su amor por todos nosotros, ofrecido a Dios. 

Comentario al evangelio – Lunes XXX de Tiempo Ordinario

En el evangelio de hoy, como en otros pasajes del evangelio, Jesús se presenta en combate contra el mal. Éste toma posesión del ser humano de diversas maneras; en este caso como una enfermedad que lastima a una mujer en su cuerpo y en su alma.

  • El mal es una como una maligna enfermedad. Jesús se encuentra con una mujer que llevaba encorvada dieciocho años, posiblemente a causa de una escoliosis, enfermedad de la columna vertebral. Además de doloroso, su padecimiento era demasiado prolongado. Tal dolencia le impedía mantenerse erecta, postura propia del ser humano creado, dueño del mundo, a diferencia de los animales. Lo primero que hace Jesús es señalar que, en el origen de esa enfermedad, está el pecado. Por su causa, aquella mujer vivía doblegada. Las fuerzas del mal son “espíritu de esclavitud” (Rom 8,15) que aplastan. El Señor la sana y le impone las manos. Y aquella mujer bendice y alaba a su salvador. La curación le hace saltar de la esclavitud a la alabanza.
  • El mal es como una mentalidad torcida. Pero el mal impregna también otros territorios más hondos del ser humano como era la mentalidad legalista y absurda del jefe de la sinagoga. Este personaje echa en cara a la gente –no a Jesús- una violación de la Ley, por transgredir el sábado. Por el contrario, no otorga valor alguno al irrebatible milagro que acaba de suceder ante sus propias narices. A esa retorcida mentalidad Jesús la llama “hipocresía”, que es una mirada mezquina además de ciega. Usa una doble moral. Confunde, distorsiona y enfrenta. No admira ni alaba, sólo desprecia y acusa. Alega razones tan desafortunadas que reciben la reprobación unánime del auditorio. Con sólo dos preguntas consigue Jesús refutar los fatuos argumentos de este líder de la sinagoga.
  • Jesús se enfrenta al mal. Y porque no lo soporta, lo combate. Jesús no era un anarquista dispuesto a dinamitar la Ley. Era un hombre libre. No prescindía de la Ley sino que la orientaba hacia su fin verdadero: el bien de la persona. Por eso, hay algo en esta curación que la hace distinta a otros milagros. Normalmente, el que quiere ser curado se acerca hasta Jesús y le pide la sanación. En este caso no. Es Jesús quien abiertamente toma la iniciativa de curarla, de luchar contra el mal que se manifiesta bajo la enfermedad de la mujer y bajo la hipocresía del jefe de la sinagoga. Los sencillos se admiran y se alegran… mientras que los ciegos de corazón quedan abochornados porque son incapaces de abrirse a la verdad. De ahí que las gentes querían a Jesús, pero también le temían: Le querían porque le sabían bueno; le temían porque les desbordaba, porque no repartía monedas como un ricachón, sino que a cambio pedía, nada menos, que un cambio de vida.

Ciudad Redonda

Dt 6, 2-6 (1ª lectura Domingo XXXI de Tiempo Ordinario)

Israel se identifica con su Dios

La primera lectura forma parte de lo que se conoce como los mandamientos deuteronómicos, que son una especie de catequesis de una escuela, que encierra el famoso Shema (¡escucha Israel!), de la religión deuteronómica, que los israelitas piadosos recitan todos los días, que está en los pequeños rollitos de las puertas de las casas, en las cajitas de las filacterias (tefillim) que se ponen para rezar en el muro del templo. La afirmación rotunda de monoteísmo es propia de la teología de esta escuela que inspiró la reforma del rey Josías, cuando el libro ¿se encontró? (cf. 2Re 22,10ss) en unas obras del templo. Se invita a Israel a pensar en su Dios, a guardarle fidelidad en cada instante, a amarlo sobre todos las cosas y sobre todos los dioses, porque este texto combate claramente el politeísmo.

Los israelitas deben llevar esto en su corazón, y por ello copiaron la costumbre oriental de hacer como amuletos y símbolos en las manos y en los brazos. Amar a Dios con todo el corazón, con toda el alma, con todas sus fuerzas, como veremos en el evangelio, es dedicarle nuestro ser. ¿Es el monoteísmo de Israel un verdadero valor? No nos quedemos en la palabra, ni en el concepto. Israel es monoteísta por muchas razones socio-religiosas. No obstante no comenzó así su historia. Los patriarcas, los epónimos o padres del pueblo era politeístas o al menos tenían sus dioses familiares con respecto a otros. Los valores de un Dios creador y hacedor del mundo se introduce después en la religión de Israel. Para Israel, independientemente de la teología de la revelación, el llegar a ser monoteísta se explica por sus vidas, sus sufrimientos en la esclavitud de Egipto y por la fuerza que encontraron en el Dios Yahvé, que les llevó a la libertad.

Meditación – Lunes XXX de Tiempo Ordinario

Hoy es lunes XXX de Tiempo Ordinario.

La lectura de hoy es del evangelio de Lucas (Lc 13,10-17):

En aquel tiempo, estaba Jesús un sábado enseñando en una sinagoga, y había una mujer a la que un espíritu tenía enferma hacía dieciocho años; estaba encorvada, y no podía en modo alguno enderezarse. Al verla Jesús, la llamó y le dijo: «Mujer, quedas libre de tu enfermedad». Y le impuso las manos. Y al instante se enderezó, y glorificaba a Dios.

Pero el jefe de la sinagoga, indignado de que Jesús hubiese hecho una curación en sábado, decía a la gente: «Hay seis días en que se puede trabajar; venid, pues, esos días a curaros, y no en día de sábado». Le replicó el Señor: «¡Hipócritas! ¿No desatáis del pesebre todos vosotros en sábado a vuestro buey o vuestro asno para llevarlos a abrevar? Y a ésta, que es hija de Abraham, a la que ató Satanás hace ya dieciocho años, ¿no estaba bien desatarla de esta ligadura en día de sábado?». Y cuando decía estas cosas, sus adversarios quedaban confundidos, mientras que toda la gente se alegraba con las maravillas que hacía.

Hoy los fariseos aparecen —otra vez— perdidos en la casuística ritualista del «descanso sabático», sin captar su maravilloso trasfondo: la «Biblia» —el Antiguo Testamento— debía leerse de un modo nuevo. Dios ha creado el mundo para iniciar con el hombre una historia de amor. La creación está pensada como un espacio para la Alianza.

Es lógico, por tanto, que la creación se dirija hacia el «sábado», hacia el día en que el hombre y la creación entera participan en el descanso, en la paz y en la libertad de Dios. El sábado es una visión de libertad: esclavo y amo son iguales en ese día, porque «descansan» todas las relaciones de subordinación. En ese día Dios y el hombre se sitúan como en un mismo plano y se tratan de «Tú» a «tú».

—Señor mío, cada semana espero el día de reposo para celebrar nuestra Alianza, rememorando el «dar-se» de Dios al hombre y renovando el «responder» del hombre a Dios.

REDACCIÓN evangeli.net

Liturgia – Lunes XXX de Tiempo Ordinario

LUNES DE LA XXX SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO, feria

Misa de feria (verde)

Misal: Cualquier formulario permitido, Prefacio común.

Leccionario: Vol. III-impar

  • Rom 8, 12-17. Habéis recibido un Espíritu de adopción, en el que clamamos: «¡Abba, Padre!»
  • Sal 67. Nuestro Dios es un Dios que salva.
  • Lc 13, 10-17. A esta, que es hija de Abrahán, ¿no era necesario soltarla de tal ligadura en día de sábado?

Antífona de entrada          Sal 118, 137. 124
Señor, tú eres justo, tus mandamientos son rectos. Trata con misericordia a tu siervo.

Monición de entrada y acto penitencial
Hermanos, habiendo sido de nuevo invitados por Jesucristo a participar de la mesa de su Palabra y de la Eucaristía, acudamos a Él, a quien estamos llamando todo el día; y sabiendo que el Señor es bueno y clemente y rico en misericordia con lo que le invocan, comencemos la celebración de los sagrados misterios pidiéndole perdón por nuestros pecados.

            Yo confieso…

Oración colecta
DIOS todopoderoso,
que posees toda perfección,
infunde en nuestros corazones el amor de tu nombre
y concédenos que, al crecer nuestra piedad,
alimentes todo bien en nosotros
y con solicitud amorosa lo conserves.
Por nuestro Señor Jesucristo.

Oración de los fieles
Como Iglesia peregrina y misionera, presentemos al Padre nuestra oración, con la mirada y el corazón puestos en las necesidades del mundo entero.

1.- Para que todos los miembros de la Iglesia se sientan enviados a anunciar el Evangelio con la palabra y con la vida a todos los Roguemos al Señor.

2.- Para que las Iglesias de reciente implantación reciban las ayudas necesarias para el florecimiento de las vocaciones sacerdotales y religiosas y de los grupos cristianos. Roguemos al Señor.

3.- Para que no falten en los pueblos donde es más difícil predicar la Palabra de Dios misioneros que, con paciencia y caridad, preparen los caminos para la evangelización. Roguemos al Señor.

4.- Para que nuestra comunidad cristiana propague la fe salvadora con el testimonio valiente de sus obras. Roguemos al Señor.

Señor y Padre nuestro, Tú, que quieres que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad, escucha nuestra oración para que todos los pueblos de la tierra constituyan el reino de tu Hijo, que vive y reina contigo por los siglos de los siglos.

Oración sobre las ofrendas
MIRA, Señor,
el rostro de tu Cristo,
que se entregó a la muerte para redimirnos a todos,
a fin de que, por su mediación,
sea glorificado tu nombre en las naciones,
desde donde sale el sol hasta el ocaso,
y se ofrezca en todo el mundo un sacrificio de majestad.
Por Jesucristo, nuestro Señor.

Antífona de comunión          Sal 41, 2-3
Como busca la cierva corrientes de agua, así mi alma te busca a ti, Dios mío; mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo.

Oración después de la comunión
SACIADOS con el pan de la mesa del cielo,
te pedimos, Señor,
que este alimento de la caridad fortalezca nuestros corazones
y nos mueva a servirte en nuestros hermanos.
Por Jesucristo, nuestro Señor.