Lectio Divina – Viernes XXXI de Tiempo Ordinario

“Dame cuenta de tu administración”

1.- Introducción

Señor, mi gran pecado es la rutina, la pereza, el poco entusiasmo que pongo en tus cosas, mi falta de creatividad, mi tendencia a lo fácil, a lo que siempre se ha hecho, aunque ahora ya no sirva para nada. Dame espíritu de lucha, de esfuerzo, de ingenio, de inquietud. Haz que no entierre el talento que me has dado. Haz que deje ya de ser masa y me convierta en levadura.

2.- Lectura reposada del Evangelio Lucas 16, 1-8

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: Era un hombre rico que tenía un administrador a quien acusaron ante él de malbaratar su hacienda; le llamó y le dijo: «¿Qué oigo decir de ti? Dame cuenta de tu administración, porque ya no podrás seguir administrando.» Se dijo a sí mismo el administrador: «¿Qué haré, pues mi señor me quita la administración? Cavar, no puedo; mendigar, me da vergüenza. Ya sé lo que voy a hacer, para que cuando sea removido de la administración me reciban en sus casas.» Y convocando uno por uno a los deudores de su señor, dijo al primero: «¿Cuánto debes a mi señor?» Respondió: «Cien medidas de aceite.» Él le dijo: «Toma tu recibo, siéntate en seguida y escribe cincuenta.» Después dijo a otro: «Tú, ¿cuánto debes?» Contestó: «Cien cargas de trigo.» Dícele: «Toma tu recibo y escribe ochenta.» El señor alabó al administrador injusto porque había obrado astutamente, pues los hijos de este mundo son más astutos con los de su generación que los hijos de la luz.

3.- Qué dice el texto.

Meditación-reflexión

Es importante saber que Jesús, en las parábolas, quiere resaltar “un punto esencial”, apunta a una sola dirección y no podemos pensar en que cada palabra o frase de la parábola tiene un significado. A eso se llama “alegoría” Y muchas veces, por  entender las parábolas en sentido alegórico, las hemos estropeado. Ahora bien, ¿qué es lo esencial de esta parábola? Lo que Jesús alaba es la “sagacidad”. Y esto lo explica diciendo que “los hijos de las tinieblas son más astutos que los hijos de la luz”. Es una advertencia que nos viene muy bien en la situación en que está viviendo la Iglesia en España. Cada día constatamos que viene menos gente a la Iglesia; que los padres en casa ya no son trasmisores de la fe;  que la Iglesia Institución cada día cuenta menos gente; que los jóvenes “pasan de lo religioso”, que los curas y monjas van desapareciendo sin dejar relevo etc. Y seguimos haciendo lo mismo. No nos paramos, reflexionamos, inventamos nuevos métodos, le damos al coco, incentivamos la creatividad… Y todos somos conscientes de que tenemos la mejor mercancía, pero no sabemos venderla. A esto va la parábola: a sacudir nuestra pasividad; a espolear nuestro ingenio; a sacudir nuestra pereza; a buscar nuevos caminos.

Palabra del Papa

“Este administrador es un ejemplo de mundanidad. Alguno de ustedes podrían decir: ¡pero, este hombre ha hecho lo que hacen todos! Pero todos, ¡no! Algunos administraciones de empresas, administradores públicos, algunos administradores de gobierno… Quizá no son muchos. Pero es un poco esa actitud del camino más corto, más cómodo para ganarse la vida. En la parábola del Evangelio el patrón alaba al administrador deshonesto por su ‘astucia’. La costumbre del soborno es una costumbre mundana y fuertemente pecadora. Es una costumbre que no viene de Dios: ¡Dios nos ha pedido llevar el pan a casa con nuestro trabajo honesto! Y este hombre, administrador, lo llevaba pero ¿cómo? ¡Daba de comer a sus hijos pan sucio! Y sus hijos, quizá educados en colegios caros, quizá crecidos en ambientes cultos, habían recibido de su padre suciedad como comida, porque su padre, llevando pan sucio a casa, ¡había perdido la dignidad! ¡Y esto es un pecado grave! Porque se comienza quizá con un pequeño soborno, ¡pero es como la droga eh! La costumbre del soborno se convierte en dependencia. (Cf. S.S. Francisco, 8 de noviembre de 2013, homilía en Santa Marta).

4.- Qué me dice hoy a mí esta palabra de Dios ya reflexionada. (Guardo silencio)

5.-Propósito. Hoy me las ingeniaré para aprovechar a tope este día.

6.-Dios me ha hablado hoy a mí a través de su Palabra. Y ahora yo le respondo con mi oración.

Señor, te agradezco que me eches un rapapolvo, que me des un estirón de orejas por mi pereza, mi pasividad, mi indolencia, mis pocas ganas de complicarme la vida, mi poco compromiso por llevar el evangelio a los demás. Dame fuerza para no seguir sentado, para no quedarme en casa, para salir a caminar por rutas nuevas, aunque tropiece. Sí, necesito “sagacidad”.

Comentario – Viernes XXXI de Tiempo Ordinario

(Lc 16, 1-8)

Este texto nos habla de un administrador deshonesto, que al saber que está por perder su puesto, se enfrenta a una situación angustiosa. Es hora de tomar decisiones astutas y urgentes para poder sobrevivir.

Está por quedarse en la calle, y necesita asegurar su futuro. Por eso, reduce parte de la deuda a los deudores de su jefe; de esa manera se gana su amistad para que luego lo reciban y lo auxilien cuando quede en la calle.

El texto parece indicar que lo que hizo este administrador no era honesto. Muchos comentadores han hallado una salida: decir que el porcentaje de la deuda que el administrador perdonó a los deudores era en realidad lo que le correspondía a él como ganancia por lograr cobrar las deudas.

También hoy, cuando algunas deudas parecen incobrables, se le ofrece al cobrador un porcentaje alto para estimularlo a buscar la manera de cobrar esas deudas, y a veces se concede hasta el 50 % de la deuda. En ese caso, este administrador no habría sido deshonesto, porque estaba disponiendo del porcentaje que le correspondía a él por el cobro de las deudas. En ese caso, la astucia estaba en optar por acumular amigos, en lugar de acumular dinero.

De cualquier manera, tanto en esta parábola como en cualquier otra, no se trata de explicar los detalles, sino de captar la enseñanza de fondo. Aquí simplemente se nos invita a usar el dinero con inteligencia, haciendo el bien, compartiendo, dando limosna, porque de esa manera acumulamos un tesoro en el cielo: «El que se apiada del pobre presta dinero al Señor» (Prov 19, 17).

Oración:

«Señor, ilumíname para que no me engañe a mí mismo creyendo que es la acumulación de bienes lo que asegura mi futuro. Lo que tú me pagarás abundantemente es lo que yo haya entregado con generosidad. Por eso, Señor, enséñame a ver que lo que me queda para el futuro son las obras de amor que haya realizado».

VÍCTOR M. FERNÁNDEZ
El Evangelio de cada día

La misa del domingo

Elías, el más grande profeta de Israel, le pide de comer y beber a una viuda pobre de Sarepta (1ª. lectura). La mujer se encuentra en una situación en extremo desesperada, pues en medio de la carestía general no le queda más que un puñado de harina y un poco de aceite para hacer un pan para ella y para su hijo: «comeremos y luego moriremos», le dice al profeta. El profeta Elías la invita a confiar en Dios, pues Él ha dicho: «El cántaro de harina no se vaciará, la vasija de aceite no se agotará». La viuda responde con un acto de enorme generosidad, desprendimiento y confianza en Dios: «hizo lo que le había dicho Elías». Dios, por su parte, no defraudó la confianza de aquella mujer y cumplió su promesa tal y como lo había dicho Elías.

Este episodio del Antiguo Testamento encuentra un paralelo en el Evangelio de este Domingo. El Señor Jesús se encuentra en el Templo de Jerusalén. Allí solía ir a enseñar. En una ocasión se puso a observar a la gente que iba echando sus óbolos en los cepillos.

Dentro del gran Templo, en el atrio de las mujeres, se encontraba la sala del tesoro. A la entrada de esta sala había colocados trece cepillos, llamados “trompas” por la forma de su abertura exterior. Las ofrendas se hacían más numerosas cuando los judíos acudían a Jerusalén con ocasión de alguna fiesta importante, como por ejemplo en la Pascua. Los peregrinos aprovechaban la visita a la ciudad santa para pagar también el tributo del Templo, obligatorio para los judíos.

El Señor observaba cómo los ricos echaban en cantidad. Acaso lo hacían con cierta ostentación, para que se viera lo mucho que echaban. Observa asimismo a una viuda pobre que se acerca para echar apenas «dos moneditas», una suma irrisoria en sí misma y más aún si se comparaba con lo mucho que echaban los ricos. Aquellas moneditas eran dos “leptá”. Si queremos hacernos una idea del valor aproximado de su ofrenda, dieciséis leptá equivalían a un denario, que es lo que recibía un obrero por un día de trabajo (ver Mt 20,2). Su ofrenda equivale, pues, a la octava parte de un jornal.

De las viudas en Israel sabemos que se encontraban en una situación bastante precaria, por estar jurídicamente desprotegidas. Al casarse la mujer se separaba de su propia familia. Si enviudaba, perdía el vínculo con la familia del difunto. Podía volver a la familia de sus padres, pero ésta no tenía obligación de mantenerla. Con el tiempo muchas viudas terminaban pobres y abandonadas.

El Señor Jesús aprovecha la ocasión para dar una lección fundamental a sus discípulos. Pone a esta viuda pobre como modelo de generosidad: ella ha dado más que nadie, porque mientras los demás echaban de lo que les sobraba, «ella, en su pobreza, ha dado todo lo que tenía para vivir» (Mc 12, 43-44). La lección es clara: lo que pesa en la ofrenda dada a Dios no es tanto la cantidad, sino la actitud con que se da. Aquella viuda, a diferencia de los que dan “de lo que les sobra”, muestra una enorme generosidad y confianza en Dios. Ella, por amor a Dios, se desprende incluso de lo que necesita, se desprende de todo lo que tiene para vivir. Su entrega no es un acto suicida, sino que manifiesta su enorme confianza en Dios, confianza de que a ella nada le faltará porque está en las manos de Dios. Sabe que Dios no se deja ganar en generosidad: Él es muchísimo más generoso con quien es generoso con Él. Dios, en cuyas manos se sabe, proveerá lo necesario para su subsistencia.

La confianza en Dios y la generosidad mostrada por aquellas dos mujeres tan dignas de alabanza es mostrada también por el Señor mismo. Jesucristo, el Hijo del Padre, Dios de Dios que por amor al hombre se ha hecho hombre encarnándose de María Virgen por obra del Espíritu Santo: no sólo da todo de sí, sino que Él mismo se entrega totalmente por nosotros en el Altar de la Cruz (2ª. lectura). Él ha ofrecido este sacrificio «una sola vez para quitar los pecados de todos». Por el don total de sí mismo nos ha reconciliado definitivamente con Dios.

LUCES PARA LA VIDA CRISTIANA

¿Y yo, cuánto le doy al Señor? ¿Le doy todo de mí? ¿O le doy sólo de lo que me sobra? La generosidad con el Señor no se mide sólo en cuánta limosna doy, cuánto colaboro económicamente con el sostenimiento de la Iglesia, sino más aún en cuanto le entrego de mi tiempo, para rezar, para encontrarme con Él, para dedicarme a obras sociales en nombre del Señor. Así, por ejemplo, puedo preguntarme: ¿Cuántas veces he dejado de ir a Misa los Domingos y le he dicho al Señor “hoy no tengo tiempo para Ti”, “hoy prefiero mi descanso”? ¿Le he dado “más” cuando experimentaba que me pedía más, o le he dicho “hasta aquí no más”, “no me pidas más”? ¿Qué tan generoso he sido con Él ofreciéndole mi tiempo, dones, talentos, ofreciéndome yo mismo para lo que Él quiera?

Podemos hacernos esta otra pregunta también: ¿Es posible que ame a Dios con todo mi ser, si no estoy dispuesto a darle todo lo que Él me pide, a darle todo de mí, a darle mi propia vida incluso? Muchas veces ponemos límites a nuestro amor. Limitamos nuestro amor a Dios cuando nos dejamos vencer por el miedo y la desconfianza, cuando nos apegamos a nuestras seguridades materiales, a las personas, a los puestos de importancia, a nuestra fama, etc. Limitamos nuestro amor y lo dañamos cuando preferimos nuestros vicios y pecados como la pereza, la lujuria, la vanagloria, la ira, la soberbia, o cuando antes que buscar cumplir el Plan de Dios anteponemos nuestros propios planes.

La experiencia humana nos enseña que aquel o aquella que ama de verdad, está dispuesto a darlo todo por aquel a quien ama, está dispuesto incluso a sacrificar la propia vida por el amado. No otra cosa decía el Señor del amor pleno: «Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos» (Jn 15, 13). Ama a Dios verdaderamente quien no se reserva nada para sí mismo. Así, dándose, asumiendo una actitud oblativa en su vida, el ser humano experimenta aquello que enseñaba también el Señor: «Hay mayor felicidad en dar que en recibir» (Hech 20, 35). Es en ese darse totalmente a Dios, en ese confiar plenamente en Él, aunque cueste, aunque duela, cuando experimenta la profunda alegría del corazón, cuando se realiza verdaderamente.

El egoísta cree que no puede haber alegría alguna en dar. Se resiste a compartir. Cree que la alegría la encontrará únicamente aferrándose a lo que tiene, recibiendo y poseyendo cada vez más. Sin embargo, al vivir de ese modo sólo crece la angustia de su corazón por la preocupación de no perder lo que tiene. Y si lo pierde, le invade una inmensa desolación, una tristeza y depresión tal que incluso su propia vida pierde sentido. ¡Qué triste y pobre es la vida de quien cierra su corazón por el egoísmo y la mezquindad! Aferrándose a sus riquezas y bienes, cae en la mayor pobreza, la pobreza de aquel a quien le falta amor.

En cambio, quien como la viuda pobre o como el Señor mismo aprende a hacer de la generosidad y magnanimidad la ley de su vida, aunque no tenga mucho o se encuentre en la indigencia, posee una riqueza enorme, una riqueza que nadie le podrá quitar, es la riqueza de poder vivir el amor verdadero, no sólo en esta vida, sino para toda la eternidad.

No os dejéis engañar

¡Qué tiempos estos que nos toca vivir
en la calle y en la Iglesia,
en casa y en el trabajo,
tan convulsos y duros
que, para afrontarlos,
necesitan tu palabra evangélica!

Hay en ellos cosas
que nos deslumbran antes de conocerlas,
o que nos seducen
al primer golpe,
o al cabo de un rato,
o al caer de la tarde,
o en plena noche,
porque tienen tantas caras y brillos
como nosotros portamos
frustraciones y necesidades.

Y también las hay
que juegan a camuflarse
y engañan a los caminantes
perdiéndonos entre debates,
comparaciones,
dogmas
y yermas verdades.

Aunque más duro y triste
es encontrarse con personas,
de cultura y fe reconocida y solvente,
que, humildemente y en tu nombre,
se proclaman servidores
mas ejercen de jefes y señores
sin descubrir sus contradicciones,
y hacen sufrir a sus semejantes
y traicionan a tantos y tantos creyentes….

Pero Tú nos dijiste para momentos así:
Tened cuidado y no os dejéis engañar.
Y aunque desplieguen gran parafernalia,
no los sigáis ni a orar ni a tomar cañas.
Aprended de esa viuda, que es pobre
y ha dejado en el cepillo lo que necesitaba.
Permaneced firmes en mi palabra
y tendréis vida en abundancia.

Florentino Ulibarri

Comentario al evangelio – Viernes XXXI de Tiempo Ordinario

La parábola de hoy sorprende por su tono provocativo y poco edificante. A los predicadores les resulta incómoda la explicación de esta parábola que contradice las más básicas reglas de la moral. ¿Debemos entender que Jesús alaba esa picardía deshonesta, en la que el fin justifica los medios, cualesquiera que estos sean? ¿No estaría esto en flagrante contradicción con la condena sin paliativos hacia el fraude y el engaño defendidos por cualquier manual de ética o de derecho?

No tratemos de encontrar aquí, en absoluto, ningún lapsus o descuido por parte del Maestro en temas morales relativos al séptimo mandamiento. Ni mucho menos pretende esta parábola recordar y advertirnos de que el mal y la trampa suelen acabar triunfando en el mundo de los trajines humanos.

¿Qué quiere enseñarnos Jesús? La parábola parte de un hecho sin calificaciones éticas: un problema administrativo y de falta de honestidad de un funcionario. En base a tal hecho nos enseña una verdad más profunda. El administrador infiel se encuentra en una situación de gran apuro, prácticamente sin salida: pillado en su deshonestidad, no encuentra alternativas válidas para escapar, en el sentido más inmediato de la expresión: ni el trabajo físico ni la mendicidad son salidas válidas para él. De ahí que busque soluciones por medio de la astucia, haciendo que los deudores de su amo se conviertan en deudores suyos, y así poder ganarse su favor futuro.
En la moraleja encontramos la lección: Debemos aprender la astucia de ese administrador. Es una astucia más propia de los hijos de este mundo con su gente que de los hijos de la luz. ¿Y qué es exactamente tal astucia?

No se refiere aquí a aquella capacidad fullera y mentirosa que posibilita conseguir los propios objetivos a través del engaño o de la picaresca. Evoca otra cosa distinta. Se trata de la creatividad, de la imaginación para salir airosos en las situaciones difíciles de la vida sin quedar congelados por la desesperación o por la inútil acusación de que la culpa la tienen otros. Esa sagacidad es aquella habilidad y empeño que nos lleva a encontrar una salida en toda situación complicada que se nos presente, por retorcida y peligrosa que nos pueda parecer. Es una actitud de ojos abiertos, de lucidez. Desde esta perspectiva, esa astucia es un sinónimo de la esperanza activa, que el Señor desea que aprendamos bien.

Ciudad Redonda

Meditación – Viernes XXXI de Tiempo Ordinario

Hoy es viernes XXXI de Tiempo Ordinario.

La lectura de hoy es del evangelio de Lucas (Lc 16, 1-8):

En aquel tiempo, Jesús decía a sus discípulos: «Había un hombre rico que tenía un administrador a quien acusaron ante él de malbaratar su hacienda; le llamó y le dijo: ‘¿Qué oigo decir de ti? Dame cuenta de tu administración, porque ya no podrás seguir administrando’. Se dijo a sí mismo el administrador: ‘¿Qué haré, pues mi señor me quita la administración? Cavar, no puedo; mendigar, me da vergüenza. Ya sé lo que voy a hacer, para que cuando sea removido de la administración me reciban en sus casas’.

»Y convocando uno por uno a los deudores de su señor, dijo al primero: ‘¿Cuánto debes a mi señor?’. Respondió: ‘Cien medidas de aceite’. Él le dijo: ‘Toma tu recibo, siéntate en seguida y escribe cincuenta’. Después dijo a otro: ‘Tú, ¿cuánto debes?’. Contestó: ‘Cien cargas de trigo’. Dícele: ‘Toma tu recibo y escribe ochenta’.

»El señor alabó al administrador injusto porque había obrado astutamente, pues los hijos de este mundo son más astutos con los de su generación que los hijos de la luz».

Hoy, incluso para este «administrador infiel», del corazón de Jesús sale una alabanza (por su astucia). Admiramos la tenacidad divina para salvar nuestras vidas, ni que sea aprovechando algunos pocos «fragmentos» de bien que Él encuentre en nuestra existencia terrena. En esta línea discurre la enseñanza católica sobre el «purgatorio».

En gran parte de los hombres —eso podemos suponer— queda en lo más profundo de su ser una última apertura interior a la verdad, al amor, hacia Dios, aunque en las opciones concretas de la vida dicha apertura se haya empañado con compromisos con el mal. Dios puede recoger los «fragmentos» y hacer «algo» con ellos (purificarlos y unirlos). Necesitamos una cierta limpieza final (¡un purgatorio!), donde la mirada de Cristo nos limpie de verdad, haciéndonos aptos para Dios y capaces de estar en su morada. Es una necesidad tan humana que, si no existiera el purgatorio, ¡habría que inventarlo!

—Señor, antes que una «pieza malograda de un alfarero», deseo ser salvable para culminar contigo mi existencia.

REDACCIÓN evangeli.net

Liturgia – Viernes XXXI de Tiempo Ordinario

VIERNES DE LA XXXI SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO, feria

Misa de la feria (verde)

Misal: Cualquier formulario permitido. Prefacio común.

Leccionario: Vol. III-impar

  • Rom 15, 14-21. Ministro de Cristo Jesús para con los gentiles para que la ofrenda de los gentiles sea agradable.
  • Sal 97. El Señor revela a las naciones su salvación.
  • Lc 16, 1-8. Los hijos de este mundo son más astutos con su propia gente que los hijos de la luz.

Antífona de entrada             Cfr. Jr 31, 3; 1Jn 2, 2
Con amor eterno nos amó Dios; envió a su Hijo único como víctima de propiciación por nuestros pecados, no solo por los nuestros, sino también por los del mundo entero.

Monición de entrada y acto penitencial
Hermanos, al comenzar la celebración de los sagrados misterios, y recordar en ellos el amor inmenso de Dios Padre hacia todos nosotros; reconozcamos que con nuestro comportamiento, herimos el Sagrado Corazón de Jesús, y pidamos, por ello, humildemente perdón al Señor por nuestros pecados.

  • Tú, que eres manso y humilde de Corazón. Señor, ten piedad.
  • Tú, que nos salvas del pecado. Cristo, ten piedad.
  • Tú, que nos amas con un amor inmenso. Señor, ten piedad.

Oración colecta
SEÑOR Dios nuestro,
revístenos con las virtudes del Corazón de tu Hijo
e inflámanos en sus mismos sentimientos,
para que, conformados a su imagen,
merezcamos participar de la redención eterna.
Por nuestro Señor Jesucristo.

Oración de los fieles
Con la confianza de hijos, presentemos ahora nuestras necesidades y peticiones a Dios Padre.

1.- Por todos los cristianos, por sus comunidades, y por los que empiezan a abrirse al Evangelio. Roguemos al Señor.

2.- Por las vocaciones al ministerio sacerdotal y a la vida consagrada en nuestra diócesis. Roguemos al Señor.

3.- Por nuestros gobernantes, y por todos los que tienen responsabilidades en la vida pública. Roguemos al Señor.

4.- Por todos los que se ganan la vida con el trabajo manual: carpinteros, albañiles, agricultores, trabajadores de la industria. Roguemos al Señor.

5.- Por cuantos estamos aquí reunidos, por nuestros hermanos ausentes y por los que han pedido nuestras oraciones. Roguemos al Señor.

Oh Padre, que nos llamas a amarte y servirte como único Señor, escucha nuestras oraciones y haz que, sin caer en la tentación de la codicia, te demos gloria con toda nuestra vida. Por Jesucristo nuestro Señor.

Oración sobre las ofrendas
ACEPTA con bondad, Señor,
nuestras ofrendas y transfórmalas en sacramento de redención,
memorial de la muerte y Resurrección de tu Hijo,
para que, por la eficacia de este sacrificio,
y confiando siempre en Cristo,
lleguemos a la vida eterna.
Por Jesucristo nuestro Señor.

Antífona de comunión          Sal 102, 17
La misericordia del Señor dura desde siempre y por siempre para aquellos que lo temen.

Oración después de la comunión
DESPUÉS de participar del sacramento de tu amor,
imploramos de tu bondad, Señor,
ser configurados con Cristo en la tierra
para que merezcamos participar de su gloria en el cielo.
Por Jesucristo nuestro Señor.