Lectio Divina – Viernes XXXII de Tiempo Ordinario

Quien intente guardar su vida, la perderá; y quien la pierda, la conservará

1.- Oración introductoria.

Señor, haz que, en esta oración, entre en la dinámica del evangelio: perder para ganar. Perder tiempo, esfuerzo, trabajo, energías, en servicio de los demás, de los que más me necesiten. Y esto para tener más  vida, más realización personal, más alegría y más esperanza. Es lo que hizo Jesús y es lo que yo también quiero hacer.

2.- Lectura reposada del Evangelio. Lucas 17, 26-37

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: Como sucedió en los días de Noé, así será también en los días del Hijo del hombre. Comían, bebían, tomaban mujer o marido, hasta el día en que entró Noé en el arca; vino el diluvio y los hizo perecer a todos. Lo mismo, como sucedió en los días de Lot: comían, bebían, compraban, vendían, plantaban, construían; pero el día que salió Lot de Sodoma, Dios hizo llover fuego y azufre del cielo y los hizo perecer a todos. Lo mismo sucederá el Día en que el Hijo del hombre se manifieste. Aquel Día, el que esté en el terrado y tenga sus enseres en casa, no baje a recogerlos; y de igual modo, el que esté en el campo, no se vuelva atrás. Acordaos de la mujer de Lot. Quien intente guardar su vida, la perderá; y quien la pierda, la conservará. Yo os lo digo: aquella noche estarán dos en un mismo lecho: uno será tomado y el otro dejado; habrá dos mujeres moliendo juntas: una será tomada y la otra dejada. Y le dijeron: ¿Dónde, Señor? Él les respondió: Donde esté el cuerpo, allí también se reunirán los buitres.

3.- Qué dice el texto.

Meditación-reflexión

Miremos los verbos que usa el texto bíblico hablando de los hombres de aquel tiempo: “comían, bebían”, (aspecto corporal), “plantaban, construían”, (aspecto laboral), “compraban, vendían”, (aspecto social), tomaban mujer o marido (aspecto afectivo). Pero aquí, ¿dónde queda el aspecto espiritual? Lo ignoraban. Esto es lo que Jesús les echa en cara. Y ese pecado es el que abunda en nuestro mundo y en nuestros días. El mundo de nuestro tiempo está organizando su vida al margen de Dios. “Ser agnóstico es no tener necesidad de Dios” (Tierno Galván). Y ésta es nuestra tragedia.  Según el Génesis el hombre es “un trozo de barro con un soplo divino” (Gn.2, 7). Y este hombre con ese soplo divino se convierte en “imagen y semejanza de Dios”. Pero ¿qué es el hombre sin ese soplo de Dios? Barro, arcilla, tierra, nada. El hombre, como el árbol, necesita de las raíces de la tierra y de la inmensidad de los cielos para mantenerse en pie. Por eso dice el Concilio Vaticano II que: “el hombre sin Dios se desvanece”. La imagen de Dios en el hombre es el mejor carnet de identidad, su ADN más profundo. 

Palabra del Papa

“Hay aquí una síntesis del mensaje de Cristo, y está expresado con una paradoja muy eficaz, que nos permite conocer su modo de hablar; casi nos hace percibir su voz… Pero, ¿qué significa “perder la vida a causa de Jesús”? Esto puede realizarse de dos modos: explícitamente confesando la fe o implícitamente defendiendo la verdad. Los mártires son el máximo ejemplo del perder la vida por Cristo. En dos mil años son una multitud inmensa los hombres y las mujeres que sacrificaron la vida por permanecer fieles a Jesucristo y a su Evangelio. Y hoy, en muchas partes del mundo, hay muchos, muchos, muchos mártires —más que en los primeros siglos—, que dan la propia vida por Cristo y son conducidos a la muerte por no negar a Jesucristo. Esta es nuestra Iglesia. Hoy tenemos más mártires que en los primeros siglos. Pero está también el martirio cotidiano, que no comporta la muerte pero que también es un “perder la vida” por Cristo, realizando el propio deber con amor, según la lógica de Jesús, la lógica del don, del sacrificio. Pensemos: cuántos padres y madres, cada día, ponen en práctica su fe ofreciendo concretamente la propia vida por el bien de la familia”. (S.S. Francisco, 23 de junio de 2013).

4.Qué me dice ahora a mí este texto que acabo de meditar. (Silencio)

5- Propósito: Voy a vivir este día desviviéndome por aquellas personas que más me necesitan.

6.- Dios me ha hablado hoy a través de su Palabra. Y ahora yo le respondo con mi oración.

Señor, yo quiero aprovechar mi vida empleándola en servir a los demás con generosidad y amor. No quiero mirar atrás como la esposa de Lot. Mirar atrás es vivir de reservas o de nostalgias. Yo quiero mirar siempre adelante para no petrificarme. Y quiero mirar adelante consciente de que, para un cristiano,  cualquier tiempo pasado fue peor. Lo que nos queda es infinitamente mejor que lo que hemos vivido. ¡Gracias, Señor!

Anuncio publicitario

Comentario – Viernes XXXII de Tiempo Ordinario

(Lc 17, 26-37)

Esta vida no es un tiempo que hay que pasar como se pueda, luchando para evitar los problemas y buscando sólo satisfacer las necesidades primarias; esta vida es una gran oportunidad. Y ese es en realidad el sentido fundamental del texto de hoy, ya que no se detiene a dar descripciones catastróficas, no le interesa anunciar cómo será el fin del mundo. Sólo nos recuerda que verdaderamente este día puede ser el último, porque el fin llegará a la hora menos pensada.

Será como en la época de Noé, cuando la gente vivía como si su vida nunca fuera a terminar, y sin embargo, el fin llegó, y todo lo que ellos creían eterno tuvo su final inesperado. Así, cuando llegue el fin, todo deberá ser abandonado para encontrar los tesoros del Reino celestial. Sólo el amor que llevemos dentro «no se acabará jamás» (1 Cor 13, 8), todo lo demás pasará, porque será «un mundo nuevo» (Apoc 21, 1.5).

No tiene sentido pretender establecer fechas o hacer cálculos, porque de hecho este texto nos muestra que la voluntad de Dios es precisamente que no sepamos cuándo será el fin, para invitarnos así a estar atentos a cada día. Así se simplifica nuestra existencia, y comenzamos a preocuparnos por las cosas realmente importantes, las que no se acaban.

Llama la atención en este texto que se diga que de dos personas que están haciendo la misma tarea, una será llevada y la otra dejada. Eso significa que no son sólo las cosas externas las que definen nuestra situación ante Dios, sino la actitud con que las hacemos. Esa actitud puede hacer que una obra sea buena en el que actúa por amor, y mala en el que actúa por vanagloria o deseos de poder. Por eso, una misma cosa puede ser un bien para una persona buena y un mal para una persona mala (Eclo 39, 21). Hasta una aparente desgracia, para el bueno es un nuevo estímulo, una nueva oportunidad, una fuente de bendición, pero para el egoísta y cerrado sólo es una amargura y una angustia sin sentido.

Oración:

«Dios mío, que quieres hacer un mundo nuevo, ayúdame a vivir cada cosa sin aferrarme a nada, sin engañarme creyendo que podré retenerla para siempre. Dame una mirada realista, para amar cada momento aceptando serenamente que llegue su final».

 

VÍCTOR M. FERNÁNDEZ
El Evangelio de cada día

Tú estás cada vez más cerca

Déjanos encontrarte, vivir con tu esperanza,
disfrutar tu presencia y sentir tu alegría.
Tú estás cerca, muy cerca, y nos cuesta verte,
porque andamos distraídos y despistados.
La vida junto a Ti es diferente,
porque fortaleces nuestra creatividad,
dinamizas nuestra capacidad contemplativa
e impulsas nuestros corazones al Amor.
Contigo salimos del caos universal
y nos llevas a las verdes praderas del encuentro,
nos conviertes en personas productivas,
en higueras llenas del fruto de la fraternidad.
Estás a la puerta llamando, aunque muchos no te conozcan,
al abrir, aunque otros te disfracen de poderíos y lejanía
Tú nos sales al encuentro para traernos abundancia de vida.
Nuestros miedos, a veces, nos impiden oírte,
nuestra necesidad de seguridades se despeja de Ti,
nuestro correr diario nos roba el tiempo de la amistad contigo,
pero Tú no nos dejes vivir sin tu relación liberadora.
Porque Tú nos sacas de la mediocridad,
Tú nos liberas de miedos y traumas,
Tú nos invitas a vivir cada momento
y a juntar nuestras manos para Construir otra vida.
Contigo ya no hay temores, contigo sólo hay Vida,
contigo la esperanza nos envuelve,
contigo es posible inventar otro mundo,
donde todos los seres nos demos las manos
e impulsemos la historia hacia la libertad.

Mari Patxi Ayerra

La misa del domingo

El profeta Daniel (1ª. lectura) anticipa los tiempos finales de la presente historia humana, el “fin del mundo”. Serán tiempos difíciles, dice el profeta, tiempos de angustia como nunca antes ha habido en la historia de la humanidad. Aún así, será un tiempo de salvación: «se salvará tu pueblo: todos los inscritos en el libro». Daniel asegura que entonces muchos despertarán de la muerte, «unos para vida eterna, otros para el castigo eterno». Quienes resuciten para la vida, brillarán por toda la eternidad como las estrellas en el firmamento, es decir, participarán de la misma gloria y fulgor divino.

De aquél «libro» mencionado por Daniel habla también San Juan en el Apocalipsis (ver Ap 3.15; 5, 9-10; 13, 8; 17, 8; 20, 12.15; 21, 27). Se trata del «Libro de la Vida» en el que están inscritos los nombres de aquellos que han de salvarse y participar de la vida eterna, en la comunión con Dios. Se trata de aquellos que han sido comprados para Dios por la sangre del Cordero degollado (ver Ap 5, 9-10), es decir, por la sangre de Cristo derramada en la Cruz para el perdón de los pecados (2ª. lectura). Ese sacrificio único ha cancelado los antiguos sacrificios: ya no hay necesidad de otra ofrenda, pues esa sola ofrenda «ha perfeccionado para siempre a los que van siendo consagrados a Dios.» Inscritos en el Libro de la Vida están aquellos que, habiendo sido redimidos y reconciliados por la sangre del Cordero, responden a ese Don y cooperan con la gracia recibida, dando frutos de conversión y santidad.

También el Señor Jesús habla de “aquellos días” que vendrán al final de los tiempos. Utilizando un lenguaje propio de la apocalíptica judía anuncia un cataclismo cósmico que evidencia la inestabilidad de todo aquello que parece ser tan firme y estable. Si el sol se apaga, si el universo entero “se desmorona”, ¿qué podrá permanecer en pie y con vida en la tierra?

Mas aquellos días terriblemente angustiosos no serán sino la antesala de la venida triunfal del «Hijo del hombre», Cristo mismo. Él entonces volverá «con gran poder y gloria». Su poder está por encima de las fuerzas del cosmos.

El Señor Jesús es Dios, es Señor de todo lo creado y permanece más allá de la inestabilidad de las cosas visibles, por ello afirma: «El cielo y la tierra pasarán, mis palabras no pasarán.» Frente a la fugacidad de todo lo creado sólo permanecerán sus palabras, porque Cristo, que es la Palabra eterna del Padre, permanece para siempre. Como Cristo, tampoco “pasará” o dejará de existir quien cree en Él y guarda fielmente su palabra. Éste nada tiene que temer cuando venga el fin del mundo, pues su nombre está inscrito en el Libro de la Vida.

LUCES PARA LA VIDA CRISTIANA

¿Cuándo será el fin del mundo? Siempre han mentido y mienten o desvarían aquellos que anuncian el fin del mundo “para tal día”. Jamás podrán ser dignos de crédito. Es al Señor a quien nosotros escuchamos y creemos. Él ha dicho que «el día y la hora nadie lo sabe, ni los ángeles del cielo ni el Hijo, sólo el Padre».

¿Y por qué Dios no ha querido revelar cuándo será aquél momento? Si tenemos la certeza de que aquél día llegará, pero también la absoluta incertidumbre del momento preciso, ¿no será lo sensato vivir en un estado de continua vigilancia, un estar preparados en todo momento y no adormecerse nunca? Ciertamente.

Ahora bien, quizá no nos toque ver el fin del mundo, como no les tocó vivirlo a las generaciones de cristianos que nos han antecedido. Quizá la muerte nos llegue antes, por ello, es conveniente que consideremos que si el fin del mundo anunciado por el Señor no llega primero, para nosotros el fin del mundo será el momento de nuestra propia muerte.

Conviene, pues, meditar en aquello a lo que tanto tememos y evadimos, en aquél acontecimiento último de nuestro peregrinar en la tierra: nuestro morir. Nada hay más cierto que el hecho futuro de mi muerte. Ese momento llegará, es absolutamente ineludible, aunque busquemos estar tan ocupados o divertidos en el día a día para olvidarnos de ella, aunque pensemos que es “para los demás”, para los ancianos, y no para mí. Nada hay mas cierto que la muerte, y a la vez, nada hay más incierto que la hora de mi muerte. ¿Quién viene al mundo sabiendo a qué día y a qué hora morirá? Sólo los condenados a muerte conocen el día de su ejecución. Más, salvo algunas raras excepciones como esas, el momento de nuestra muerte es absolutamente desconocido. Y si eres joven, no debes llevarte a engaño. También existe “la muerte joven”, la que por una u otra razón llega en la juventud, en la edad vigorosa, llena de vida, sorpresiva, inesperada totalmente. ¿Quién, conociendo la fragilidad humana, puede decir que vivirá por largos años? La certeza de que moriremos y la incertidumbre del momento en que moriremos no debe llevarnos a la angustia, sino a asumir nuestra vida de cara a lo que viene: ¡detrás de la muerte está Cristo! ¡Detrás de la muerte viene Él a mi encuentro! Por tanto, mi vida debe ser un caminar hacia Él viviendo una vida como la suya, pues «todo el que tiene puesta su esperanza en Él se purifica a sí mismo, como él es puro.» (1Jn 3,3) Quien así vive, quien vive como Cristo, será hallado finalmente semejante a Cristo, y nada tiene que temer. El momento de la muerte pierde entonces su carga de angustia para convertirse en el momento anhelado en el que finalmente Él viene a nosotros para hacernos partícipes de su misma vida y amor.

En el camino hacia nuestro destino glorioso, para recorrer esta vida con sensatez y tino, es esencial cultivar la visión de eternidad, es decir, juzgar y valorar todo lo presente desde lo que va a permanecer para siempre.

La visión de eternidad es magnífica consejera, un catalejo que permite ver a la distancia para saber hacia dónde dirigir el navío de nuestra frágil existencia y llevarlo a su feliz destino. La visión de eternidad es la clave de discernimiento que permite ubicar y valorar rectamente todos los acontecimientos de nuestra vida presente, del día a día, clave que permite darle a cada cosa o acontecimiento sus justas dimensiones, su justo peso y valor.

La visión de eternidad nos permite tener una mirada profunda y serena sobre la realidad y sus diversas circunstancias, es medio excelente que nos permite redimensionar lo que exageramos o disminuimos, contribuyendo así al realismo necesario para recorrer el sendero sin equivocar el camino y perder el rumbo. Ella lleva a trascender la imagen de este mundo que pasa pero que a tantos ingenuos seduce, diluye la ilusión pasajera que de lo contrario tiene la fuerza de fascinarnos y anclarnos en lo finito, haciendo que pongamos en riesgo nuestra vida eterna.

La visión de eternidad, necesaria en nuestra vida cristiana, nos permite asimismo hacer un recto uso de las diversas realidades temporales en vistas a conquistar las eternas, y nos impulsa a buscar transformar las diversas realidades humanas con la fuerza del Evangelio, cooperando así decididamente con Dios para la realización de su designio divino: «hacer que todo tenga a Cristo por Cabeza, lo que está en los cielos y lo que está en la tierra» (Ef 1, 9-10).

Comentario al evangelio – Viernes XXXII de Tiempo Ordinario

Seguimos dándole vueltas a la venida de Jesús. Parece claro que viene de sorpresa, sin que se le espere. Yo aún diría más. Viene de una forma que nos va a costar reconocerle. 

A ver si me explico. Todos nosotros tenemos una idea de cómo es Dios y de cómo es Jesús. En nuestras casas tenemos cuadros o imágenes. Hay imágenes también en las iglesias. En algunos lugares, se sacan en procesión por las calles imágenes de Jesús, especialmente en Semana Santa. A Jesús se le suele representar con la mirada un poco perdida hacia lo alto, suponemos que mirando al cielo, a su Padre. Hay otras veces en que su mirada se dirige a nosotros pero resulta, dicho con todos los respetos puesto que me refiero a la imagen no al verdadero Jesús, un poco “blandengue”. Suele llevar largas melenas y está vestido con una túnica. Muchas veces de detrás de la cabeza de Jesús salen unos rayos de luz. De raza blanca, por supuesto. Por mucho que cambien las culturas y los artistas, en la inmensa mayoría de los casos, nos resulta fácil reconocer a Jesús en todas esas imágenes. 

La verdad es que si, cuando viniese, lo hiciese de esa guisa, nos resultaría fácil reconocerle. Pero me da que va a venir un poco “disfrazado”. Lo dice él cuando en la parábola del juicio final el rey dice a los de la derecha y a los de la izquierda que “cuanto hicisteis a uno de esos hambrientos, pobres, necesitados, desnudos, enfermos o encarcelados, a mí me lo hicisteis.” Por esto digo lo del disfraz. 

Es decir, que quizá no va a venir como le esperamos. Y que conviene que estemos muy atentos a la sorpresa. Jesús nos puede esperar a la vuelta de la esquina, allá donde se nos presente una oportunidad para amar, para servir al necesitado, para luchar por la justicia… No necesariamente se nos aparecerá guapo, joven y de raza blanca. Quizá sea mujer, vieja, de otra raza y horriblemente enferma. 

Pasa que Dios se encarnó y se hizo uno de nosotros. No llevaba lucecitas por detrás para decirnos que era Dios. Se vació a sí mismo para acercarse a nosotros y así ayudarnos a conocer el amor de Dios. Quizá sea algo así lo que quiere decir el papa Francisco cuando dice que quiere “pastores que huelan a oveja”, frase que no se aplica sólo a los obispos. Desde que se encarnó, a Dios le encontramos en las más humildes de nuestras calles y casas. ¡Ojo que no se nos pase de largo!

Ciudad Redonda

Meditación – San Josafat

Hoy celebramos la memoria de San Josafat.

La lectura de hoy es del evangelio de Juan (Jn 17, 20-26):

En aquel tiempo, Jesús, alzando los ojos al cielo, dijo: «Padre santo, no ruego sólo por éstos, sino también por aquellos que, por medio de su palabra, creerán en mí, para que todos sean uno. Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado. Yo les he dado la gloria que tú me diste, para que sean uno como nosotros somos uno: yo en ellos y tú en mí, para que sean perfectamente uno, y el mundo conozca que tú me has enviado y que los has amado a ellos como me has amado a mí.

»Padre, los que tú me has dado, quiero que donde yo esté estén también conmigo, para que contemplen mi gloria, la que me has dado, porque me has amado antes de la creación del mundo. Padre justo, el mundo no te ha conocido, pero yo te he conocido y éstos han conocido que tú me has enviado. Yo les he dado a conocer tu Nombre y se lo seguiré dando a conocer, para que el amor con que tú me has amado esté en ellos y yo en ellos».

Hoy rogamos al Señor que el «Pan del Cielo nos conceda el espíritu de fortaleza y de paz que sostuvo a san Josafat, obispo y mártir, para que siguiendo su ejemplo, dediquemos nuestra vida a luchar por el honor y la unidad de la Iglesia» (“Oración después de la comunión”). Nacido en Ucrania e hijo de padres de religión ortodoxa, san Josafat (1580-1623) se convirtió al catolicismo e ingresó en la Orden de San Basilio. En 1617 fue consagrado obispo. Poco antes, un grupo de obispos ortodoxos había entrado en comunión con el Papa: a esa causa se sumó san Josafat sin ahorrar esfuerzos. 

Jesús, en su oración sacerdotal, rogó por la unidad de sus seguidores. ¿Quién habría podido imaginar que, a pesar de los ruegos del Señor, la deseada unidad resultaría tan ardua y tan costosa? ¡A san Josafat le costó la vida! (es protomártir de la re-unificación de la cristiandad). Sorprende la estrechez del corazón humano, incluso del “corazón creyente”. Jesucristo suplicó al Padre «que el amor con que tú me has amado esté en ellos y yo en ellos» (Jn 17,26). ¡Tenemos el Amor de Dios, el mismo amor con que el Padre ama al Hijo! ¿Qué más queremos? Con esta “lluvia” de amor, ¿cómo es que estamos divididos? (incluso divididos a muerte). Mucho trecho nos queda para ganar en amor a la libertad y en amor a la obediencia… 

En realidad, el problema es que no amamos de verdad; no nos amamos como Dios ama. El amor lleva gustosamente al servicio. Así, Cristo, siendo el mismísimo Dios, «se despojó a sí mismo tomando forma de siervo, (…) haciéndose obediente hasta la muerte» (Flp 2,7.8). Él vino para servir (cf. Mt 20,28): ahí le vemos, en el Cenáculo, sin el manto, ceñido con una toalla —es decir, ataviado como un siervo— lavando nuestros pies… El amor atrae, el amor une. San Josafat «comenzó a dedicarse a la restauración de la unidad, con tanta fuerza y, a la vez, con tanta suavidad y tanto fruto, que sus mismos adversarios lo llamaban “ladrón de almas”» (Pío XI).

Rev. D. Antoni CAROL i Hostench

Liturgia – San Josafat

MARTES. SAN JOSAFAT, obispo y mártir, memoria obligatoria

Misa de la memoria (rojo)

Misal: Antífonas y oraciones propias. Prefacio común o de la memoria.

Leccionario: Vol. III-impar

  • Sab 13, 1-9. Si han sido capaces de escudriñar el universo, ¿cómo no encontraron a su Señor?
  • Sal 18. El cielo proclama la gloria de Dios.
  • Lc 17, 26-37.El día que se revele el Hijo del hombre

Antífona de entrada
Por la alianza del Señor y la ley de nuestros padres, los santos de Dios perseveraron en el amor fraterno, mantuvieron un mismo espíritu y una misma fe.

Monición de entrada y acto penitencial
Hermanos, al venerar la memoria del obispo y mártir de la Iglesia greco-católica San Josafat, que selló con su sangre la firme resolución de trabajar por la unidad de las Iglesias de Oriente y Occidente, dispongámonos a celebrar el Sacrificio Eucarístico; Sacrificio al que san Josafat unió el de su propia vida y muerte. Y para hacerlo dignamente, comencemos por reconocernos pecadores ante Dios y los hermanos, e imploremos al Señor el perdón de nuestros pecados.

Yo confieso…

Oración colecta
SEÑOR, aviva en tu Iglesia
el Espíritu que impulsó a san Josafat
a dar la vida por su rebaño,
y concédenos, por su intercesión,
que el mismo Espíritu nos dé fuerza
para que no vacilemos en entregar nuestra vida por los hermanos.
Por nuestro señor Jesucristo.

Oración de los fieles
Presentemos ahora, hermanos, nuestras peticiones a Dios Padre, que no quiere que nada ni nadie nos separe de su amor.

1.- Por nuestra comunidad y por todas las comunidades cristianas en el mundo. Roguemos al Señor.

2.- Por las vocaciones sacerdotales, a la vida religiosa y al laicado cristiano. Roguemos al Señor.

3.- Por los que ejercen alguna responsabilidad en el gobierno de nuestra nación. Roguemos al Señor.

4.- Por los que sufren, por los presos, por los emigrantes y por todos los oprimidos. Roguemos al Señor.

5.- Por todos nosotros, llamado a dar testimonio cristiano en nuestra vida. Roguemos al Señor.

Recibe, Dios y Padre nuestro, las oraciones que te hemos presentado, y danos tu gracia para que aguardemos vigilantes la llegada de tu reino. Por Jesucristo, nuestro Señor.

Oración sobre las ofrendas
DIOS clementísimo,
derrama tu bendición sobre estos dones
y fortalécenos en la fe que confirmó san Josafat
con el derramamiento de su sangre.
Por Jesucristo, nuestro Señor.

Antífona de comunión          Mt 10, 39
El que pierda su vida por mí, la encontrará para siempre, dice el Señor.

Oración después de la comunión
SEÑOR, que esta mesa celestial
nos dé espíritu de paz y fortaleza,
para que, a ejemplo de san Josafat,
gastemos voluntariamente nuestra vida
por el honor y la unidad de la Iglesia.
Por Jesucristo, nuestro Señor.