Lectio Divina – Jueves XXXIII de Tiempo Ordinario

Al acercarse y ver la ciudad, lloró por ella

1.-Oración introductoria.

Señor, hay escenas en el evangelio tan emotivas, tan escalofriantes, que sólo los que tengan un corazón de piedra como aquellos paisanos tuyos de Jerusalén, pueden rechazar o quedar indiferentes. Normalmente, a los hombres nos cuesta llorar. Parece que es un signo de debilidad, propio de las mujeres. Pero Tú, el hombre cabal, el hombre perfecto, el hombre por antonomasia, has gustado el amargo sabor de las lágrimas. Así te has hecho más hermano. Gracias, Señor, por tus lágrimas.

2.- Lectura reposada del evangelio. Lucas 19, 41-44

En aquel tiempo, al acercarse y ver la ciudad, lloró por ella, diciendo: ¡Si también tú conocieras en este día el mensaje de paz! Pero ahora ha quedado oculto a tus ojos. Porque vendrán días sobre ti, en que tus enemigos te rodearán de empalizadas, te cercarán y te apretarán por todas partes, y te estrellarán contra el suelo a ti y a tus hijos que estén dentro de ti, y no dejarán en ti piedra sobre piedra, porque no has conocido el tiempo de tu visita.

3.- Qué nos dice el texto

Meditación-reflexión

Me impresionan y me emocionan estas palabras del Evangelio: “Al acercarse y ver la ciudad, lloró por ella”. Sus lágrimas son expresión de “impotencia”. Dios respeta tanto nuestra libertad que prefiere ser rechazado antes de verse obligado a realizar algo en contra de la voluntad de su pueblo. Jesús habla, dialoga, sugiere, ofrece la salvación…pero jamás tira la puerta de nuestra libertad. “Estoy a la puerta y llamo” (Ap. 3,20). Llama y espera. Si se le abre, entra; si se le cierra la puerta, se va; pero con los ojos arrasados en lágrimas.  Si no le importara su pueblo, si no tuviera cariño por su pueblo, se marcharía tranquilo después de haber hecho todo lo que podía hacer. Pero Jesús ama a su pueblo, a su ciudad: “Jerusalén, Jerusalén…cuantas veces te he querido reunir como la gallina a sus polluelos, y no has querido” (Mt. 23,37). Las lágrimas de Jesús son expresión de ternura, de amor incomprendido y rechazado. Las lágrimas de Jesús nos hablan de un Dios cercano, que tiene entrañas de misericordia, que se alegra con nosotros cuando nosotros reímos y sufre con nosotros cuando nosotros lloramos.  ¡Qué finura de amor!

Palabra del Papa

“También esta enseñanza de Jesús es importante verla en el contexto concreto, existencial en la que Él la ha transmitido. En este caso, el evangelista Lucas nos muestra  a Jesús que está caminando con sus discípulos hacia Jerusalén, hacia su Pascua de muerte y resurrección, y en este camino les educa confiándoles lo que Él mismo lleva en el corazón, las actitudes profundas de su alma.

Entre estas actitudes están el desapego de los bienes terrenos, la confianza en la providencia del Padre y, también, la vigilancia interior, la espera activa del Reino de Dios. Para Jesús es la espera de la vuelta a la casa del Padre. Para nosotros es la espera de Cristo mismo, que vendrá a cogernos para llevarnos a la fiesta sin fin» (S.S. Francisco, 11 de agosto de 2013).

4.- Qué me dice hoy a mí este texto que acabo de meditar. (Silencio)

5.-Propósito. Un rato de silencio para dar gracias a Dios porque Jesús, a través de sus lágrimas,  nos ha revelado el amor entrañable de Dios.

6.- Dios me ha hablado hoy a mí a través de su Palabra. Y ahora yo le respondo con mi oración.

Señor, he entrado en la oración con mi corazón emocionado y salgo de ella con mi corazón enternecido. Tus lágrimas sobre la ciudad de Jerusalén me hablan de las veces que Tú has llorado por mí cuando me he empeñado en cerrar la puerta de mi corazón a tus llamadas. He sido duro, terco, insensible a tus dulces palabras, a tu suave invitación, a tanto derroche de cariño que has tenido conmigo. Gracias, Señor, por tanto amor. Te prometo desde hoy abrirte de par en par la puerta de mi corazón. Entra, Señor, a cenar conmigo. ¡Te necesito! Y, por favor, quédate siempre a mi lado.

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Comentario – Jueves XXXIII de Tiempo Ordinario

(Lc 19, 41-44)

El mismo evangelio de Lucas, en 13, 31-35, nos mostraba cómo Jesús se lamenta por Jerusalén, la ciudad amada. En su corazón de judío Jerusalén no podía dejar de ocupar un lugar importante, porque Jesús es heredero de una larga tradición que le cantaba a Jerusalén y a su templo (Sal 48, 2-3 ; Is 33, 20.21; 52, 1; Sal 122, 1-2). Jerusalén era la ciudad amada (Sal 87, 2), la elegida por Dios (Sal 78, 68).

Por eso Jesús defendió apasionadamente la santidad del templo de Jerusalén (Mc 11, 15-17; Jn 2, 17), y dijo que «no corresponde que un profeta muera fuera de Jerusalén» (Lc 13, 33).

Precisamente por ser la ciudad amada, Jesús experimentaba un profundo dolor por el rechazo de sus habitantes. Era la ciudad que desde niño él amaba con ternura la que ahora lo despreciaba y lo llevaría a la muerte. Por eso, Jesús lloró contemplándola (Lc 19, 41), y este es uno de los textos donde mejor descubrimos el corazón humano de Jesús, capaz de enamorarse apasionadamente de un lugar y de sufrir amargamente por su caída y destrucción.

Cuando Jesús anuncia la desgracia de Jerusalén no está anunciando un castigo que él ha decidido. Él no podía desear la ruina de la ciudad amada. Simplemente está indicando que rechazar la visita de Dios es privarse de su poder, de su protección, de su presencia liberadora. Las autoridades de Jerusalén probarán las consecuencias de sus propias decisiones.

La exhortación de Jesús «¡si comprendieras en este día lo que puede traerte paz!», nos ayuda a comprender el sentido profundo de la paz de Jesús, que es fruto de su reinado de amor en nuestras vidas. Pero esa paz supone que aceptemos las novedades, los desafíos, el dinamismo que él quiere dar a nuestra vida. Su paz no es quietud, comodidad, inmovilismo. Su paz es vida.

Oración:

«Señor, quiero contemplar tu corazón humano, enamorado de tu tierra y de tu pueblo, enternecido y conmovido por la ciudad amada. Quiero contemplar esas lágrimas y ese lamento que nos revelan tu verdadera humanidad, capaz de sufrir por amor».

VÍCTOR M. FERNÁNDEZ
El Evangelio de cada día

Un Reino sin fronteras

1.- Hoy, con esta conmemoración, coronamos el Año Litúrgico. Todo lo que ha acontecido en nuestras iglesias, en nuestras comunidades, en nuestras parroquias, en nuestra vida personal (cristianamente hablando) ¿Lo hemos centrado en Jesús? Si es así, este día, no resulta difícil entender, celebrar, ni asimilar. Si, el Año Litúrgico es un inmenso arco que hemos recorrido (adviento, navidad, cuaresma, pascua y la cadencia semanal) Jesús es la piedra angular: la clave que sostiene todo.

  • El Reino que Jesús nos propone no conoce fronteras. La creación es un racimo de hermanos en el que estamos llamados a entendernos y a promover la justicia.
  • El Reino que Jesús tiene no son grandes hectáreas o palacios espléndidamente decorados con cortinajes y oropeles.
  • Su Reino, por el contrario, pretende llegarse y adentrarse en nuestro corazón. 2.- Es, en el corazón, donde Dios quiere reinar de verdad. Es en el corazón del hombre, donde Dios, encuentra más resistencias para pasearse y regir sin encontrarse obstáculos.

Preguntemos, como Pilatos, a Jesús: ¿Tú eres rey, Señor? Tal vez, El, nos contestará: depende de lo que entiendas por “rey”.

¡Es un rey tan atípico! ¡Es un reinado tan original! ¡Es un reino tan idílico! Nosotros, mal que nos pese, no somos el centro de las miradas del mundo ni, por supuesto, el eje alrededor del que gira todo lo demás. Luego viene lo que viene y pasa lo que pasa: el tinglado que nos habíamos montado (la sociedad del bienestar) se nos viene abajo; los vasallos que pensábamos tener a nuestro servicio (los amigos) nos dan la espalda y nos quedamos con lo que en realidad somos: simple pretensión de ser y de aparentar lo que nunca fuimos.

El Reino del Señor es muy distinto al de aquellos que nos proponen cualquier guión o cualquier otro que haya existido en la historia:

  • Su defensa es el amor
  • Su poder es el servicio
  • Su corona es la verdad
  • Su trono es una cruz
  • Su castillo es la vida interior
  • Su pregón es Dios amor
  • Su ejército es el convencimiento de aquellos que seguimos esperando y creyendo en El

3.-Hemos caminado, de la mano de Jesús, durante estos meses. Hemos compartido, en el altar, la Eucaristía. Su amor inmenso en el calvario. Sus horas de gloria en la mañana de Resurrección. Hemos asistido emocionados a encuentros y desencuentros con los escribas y con los fariseos. Hemos visto como, Jesús, es un Dios que salva al hombre y sana a enfermos, ciegos, cojos, lisiados y que es capaz de ofrecer alimento allá donde exista la escasez. ¡Cómo no va a ser, siendo así, Rey del Universo! ¿Dónde hemos visto a alguien que, como Jesús, se desviva hasta exprimir su sangre en la cruz? ¿En quién hemos visto, sino en Jesús, un interés por el pobre hasta defenderlo y ponerlo en el lugar que le corresponde? ¿Dónde encontrar a otro, que no sea Jesús, apostando por el hombre, animándole a seguir adelante y a levantarse tras los tropiezos de cada día?

¡Sí! ¡Tú, Señor, eres Rey! Un rey extraño y que, constantemente se está desprendiendo de las riquezas que, tus vasallos ponemos con variados intereses a tus pies. ¿Será, Señor, que te queremos sentado y no caminando? ¿Será, Señor, que te soñamos coronado y no sirviendo? ¿Será, Señor, que te preferimos en un palacio y no mezclado con los sinsabores, luchas y retos que nos plantea el mundo?

¡Gracias, Señor! Después de estos domingos. Después de haber escuchado tu Palabra. De haber entrado en comunión contigo, por la oración, no podemos menos que exclamar que Tú eres el Rey que nos salva; la fuente que nos da vida; la luz que nos ilumina; la mano que nos conduce; el poder que nos hace falta.

4.- En el mundo, en el arte, en la cultura, en la música parece escucharse, hoy más que nunca, ¡no queremos que Jesús reine sobre nosotros! Estorban imágenes sagradas en lugares públicos (y por cierto, desgraciadamente en alguna catedral de España también); la inspiración de las canciones no es precisamente la persona de Jesús; la arquitectura y la ornamentación navideña, por ejemplo, se ha sustituido por otros motivos que, de cuando en vez, congenian con la zafiedad.

¡Qué razón tenía Jesús! ¡Mi Reino no es de este mundo! ¡Ni falta que hace, Señor! Entre otras cosas porque, los hombres, tenemos una capacidad extraordinaria para destruir lo bueno, lo santo o las raíces de un árbol (como el cristianismo) que ha sido la vena de poetas, artistas, labriegos, sacerdotes, arquitectos o de pintores, hasta no hace mucho tiempo.

Pero, precisamente, Señor, porque tu reino no es de este mundo, necesitamos gente, personas, servidores tuyos que naden contracorriente; que digan al pan, pan; y al vino, vino.

Hombres y mujeres que, ante el intento de un diseño de la sociedad, la educación, la familia….al margen de tu reino, sean capaces de anunciarlo de nuevo. Desde abajo. Desde el principio. Sin temor. Con convencimiento.

Y, entonces, Señor…tu reino volverá, de nuevo, a hacerse hueco en este destrozado imperio.

5.- TU, SEÑOR, ERES…EL CENTRO

En el centro de la rueda, Tú Señor, eres el eje
En el centro de la historia, Tú Señor, eres la página central
En el centro de la humanidad, Tú Señor, eres el corazón
En el centro de la Iglesia, Tú Señor, eres su cabeza
En el centro de la vida cristiana, Tú Señor, eres su motor
En el centro de la caridad, Tú Señor, eres su empuje
En el centro del amor, Tú Señor, eres la razón para regalarlo
En el centro de la alegría, Tú Señor, eres la fuente que la ofrece
En el centro de la fortaleza, Tú Señor, eres el secreto que la produce
En el centro de la fe, Tú Señor, eres su razón
En el centro de la Eucaristía, Tu Señor, eres quien la hace real
En el centro de la oración, Tú Señor, eres quien la hace verdadera
En el centro de la verdad, Tú Señor, eres quien la hace buena
En el centro de la humildad, Tú Señor, eres quien no la hace falsa
Tú, Señor, por ser Rey conoces nuestro vivir
De qué madera está construido el hogar de nuestras almas
Por dónde vamos y por qué y por quién nos movemos
Haz, Señor, que –como amigos tuyos-
podamos seguir caminando hacia ese Reino de paz y de justicia
de verdad y de gracia, de alegría y de esperanza
Que, lo comenzamos a levantar y conquistar en la tierra,
pero lo viviremos y disfrutaremos eternamente en el cielo.
¡Entonces cara a cara, si que te veremos, gran Rey!

Javier Leoz

Venga tu Reino

Padre nuestro que estás
y reinas en el cielo,
que estás también y quieres reinar
en la tierra;
ayúdanos a ser y vivir
como hermanos.
Que tu nombre sea bendito,
santificado, respetado;
que todos te conozcan,
y que nosotros te demos
a conocer en nuestra vida.
Que venga tu Reino:
que venga la justicia,
la solidaridad, la paz;
que nadie muera de hambre,
ni de sed, ni de odio;
que nadie sea explotado, oprimido,
que nadie sea excluido, marginado, discriminado.
Que venga tu Reino, tu Espíritu,
y se adueñe de nuestros corazones
y empiece en ellos a reinar con fuerza,
para que nos empeñemos ya
en hacer tu voluntad
en la tierra, como se hace en el cielo;
para que anticipemos ya en el suelo
el reino de solidaridad
que hay en el cielo.
AMÉN

José E. Ruiz de Galarreta

Notas para fijarnos en el Evangelio

• En el Evangelio de san Juan es Jesús mismo el que se llama “rey” (37). Y habla de “mi reino” (36). En los otros tres Evangelios, en cambio, Él habla del Reino de Dios y cuando en el relato de la Pasión aparece la palabra“rey”, son otros los que la aplican a Jesús.

• Sin embargo, hay que tener en cuenta que el mismo Juan pone en boca de Pilato, refiriéndose a Jesús: aquí tenéis el hombre (Jn 19,5). Es decir: Jesús es el Mesías —eso es lo que se destaca con la palabra “rey”— y es “el hombre” —la imagen y semejanza de Dios (Gn 1,26-28) a la que está llamada a ser cada persona-.

• El tema de la realeza ocupa un lugar fundamental en el relato de la Pasión. Este contexto indica por sí mismo que el modo de reinar de Jesús “no es de este mundo” (36). No se trata de un poder de este mundo. Pilato lo ha podido comprobar: cuando lo detuvieron no hubo resistencia alguna. Jesús no tenía ningún poder policial o militar (36).

• La palabra “mundo” (36) en el Evangelio de Juan señala una oposición compacta y radical contra Jesús (Jn 14,17.19.27; 15.18.19; 16,6.20; 17,9.14.16. 25). En este sentido, ni Jesús es del “mundo” (Jn 8,23) ni los discípulos lo son (Jn 17,14.16). Pero el mismo Evangelio afirma con fuerza que Dios ama al “mundo” y le envía a su Hijo (Jn 3,16), y también los creyentes serán enviados al “mundo” (Jn 17,18). En todo caso, la realeza de Jesús no tiene su origen en este “mundo” ni tiene nada que ver con los valores que dominan en el mismo; por ello, ese “rey” no es reconocido: “Al mundo vino y en el mundo estaba; el mundo se hizo por me-dio de él, y el mundo no lo conoció” (Jn 1,10).

• ¿Por qué llamamos a Jesús Rey del universo?

— porque ejerce como “rey” aquí, en este uni- verso del que formamos parte, en esta realidad nuestra, no fuera de la realidad. En el Evangelio que comentamos Él lo dirá muy claro: “he venido al mundo” (37). El “reino” lo ejerce en su pobreza, en su pequeñez al lado de los pobres, en su debilidad ante el poder del Imperio. El “reino” lo ejerce con las manos atadas (Jn 18,12) y coronado de espinas (Jn 19,2.5);

— y porque el que Jesús reine significa, para nosotros, los que lo seguimos —como lo significaba para la comunidad de Juan—, que la palabra y los hechos vividos hasta la Pasión y Muerte y su acción permanente a través del Espíritu Santo desde la Pascua hasta ahora, tiene consecuencias en todo lo que nosotros vivimos. Él es nuestro punto de referencia. Pilato intuye que Jesús ha removido algo y le pregunta: “¿Qué has hecho?” (35).

• La misión de este “rey” tan especial es la de “ser testigo de la verdad” (37). Testigo de lo que ha visto y continúa viendo, porque viene del Padre y está siempre con el Padre. La Verdad es Dios mismo, Dios mismo que se ha hecho hombre y que ama a todas y cada una de las personas (Jn 14,6). Por ello, en labios de Jesús «la verdad» no es una teoría: es práctica, es acción, es vida. Como ha dicho alguien: quien no tiene la verdad, la explica; que la tiene, la hace.

• “Su voz” (37), la pueden “escuchar” todos. A todos se les ofrece la posibilidad de vivir en el camino del Reino, de vivir de esa Verdad que nos hace libres (Jn 8,32).

Comentario al evangelio – Jueves XXXIII de Tiempo Ordinario

No es raro que los evangelistas, al redactar sus obras, entremezclen los recuerdos de Jesús con la historia vivida posteriormente. En el relato de hoy Lucas completa la triste profecía de Jesús sobre Jerusalén con lo que él sabe que sucedió en la guerra judía contra Roma (años 66-74): los romanos sitiaron Jerusalén, estrecharon  el cerco y acabaron por destruir el templo y gran parte de la ciudad; estos hechos los contempla el evangelista como consecuencia de no haber buscado la salvación allí donde estaba, en Jesús y en la fidelidad a la alianza.

Frecuentemente se han hecho especulaciones acerca de por qué Jesús, tras haber  vivido un tiempo en la comunidad del Bautista, se separó de él y fundó su propio grupo. Una respuesta simplista ha sido la contraposición, también simplista, entre el mensaje de uno y de otro; el Bautista anunciaría castigos y Jesús sólo gracia y perdón. Pero las cosas deben de haber sido algo más complejas. En la predicación de Jesús no falta la amenaza al Israel endurecido en su comodidad e instalado en tradiciones obsoletas. En Jesús nunca está ausente la oferta de conversión y salvación; pero suele ir acompañada de la llamada a percibir la seriedad del momento: con la oferta de Dios no se juega.

Es impresionante ver a Jesús llorando sobre Jerusalén; la Ciudad Santa que él quiso reconducir a una mayor fidelidad a la alianza, abriéndose a la llamada del definitivo enviado de Dios, le ha vuelto la espalda. Jesús, verdaderamente humano, tiene sentimientos, y experiencias de fracaso. Pero nunca se rinde; más bien saca el “plan B” para la salvación de su pueblo: la oferta de la propia vida que realizará anticipadamente en la última cena, ya próxima, rompiendo su cuerpo y vertiendo su sangre “por vosotros y por todos”. El amor es mucho más fuerte que la indignación.

A nosotros, y quizá ya también a los lectores de Lucas, no nos resulta difícil establecer una relación entre la infidelidad religiosa de los jerosolimitanos y la destrucción de su ciudad por las legiones romanas. Pero no es tal comprensión lo que más importa. Lo decisivo es que Jesús contrapone el camino de la realización al camino de la autodestrucción, que él quisiera evitar. Y el evangelista parece estar interpelando a miembros de su comunidad endurecidos en rutinas e instalados en falsas seguridades; no le gustaría que Jesús llorase por la ceguera de su comunidad, que se sintiera fracasado después de haber realizado con ella repetidos intentos.

Estamos a punto de entrar en un tiempo litúrgico fuerte: el Adviento. La Palabra será especialmente interpelante en estos días, casi “desestabilizadora” de nuestras “buenas costumbres”. Es el “día de la visita” del Señor, que no debiera pasarnos inadvertido.

Ciudad Redonda

Meditación – Jueves XXXIII de Tiempo Ordinario

Hoy es jueves XXXIII de Tiempo Ordinario.

La lectura de hoy es del evangelio de Lucas (Lc 19, 41-44):

En aquel tiempo, Jesús, al acercarse a Jerusalén y ver la ciudad, lloró por ella, diciendo: «¡Si también tú conocieras en este día el mensaje de paz! Pero ahora ha quedado oculto a tus ojos. Porque vendrán días sobre ti, en que tus enemigos te rodearán de empalizadas, te cercarán y te apretarán por todas partes, y te estrellarán contra el suelo a ti y a tus hijos que estén dentro de ti, y no dejarán en ti piedra sobre piedra, porque no has conocido el tiempo de tu visita».

Hoy Jesucristo, llorando por Jerusalén, anuncia su final dramático, que llegaría el año 70. Con la expulsión del procurador Gesio Floro y la defensa eficaz frente al contraataque romano, en el año 66 comenzó la guerra judía. Pero no fue solamente una guerra de los judíos contra los romanos, sino periódicamente también una guerra en buena parte civil entre corrientes judías rivales. Esto fue lo primero que dio a la batalla por Jerusalén tanta atrocidad.

Las palabras de Jesús manifiestan ante todo su amor profundo por Jerusalén, su lucha apasionada para lograr el «sí» de la Ciudad Santa al mensaje que Él ha de transmitir. Pero el núcleo de sus palabras no apunta a las acciones exteriores de la guerra y la destrucción, sino al final en el sentido histórico-salvífico del Templo, que se convierte en la casa que «queda vacía»: deja de ser el lugar de la presencia de Dios.

—Jesús, nuevo Templo de Dios, te pido perdón por las veces que no he sabido acogerte.

REDACCIÓN evangeli.net

Liturgia – Dedicación de las Basílicas de san Pedro y san Pablo

DEDICACIÓN DE LAS BASÍLICAS DE LOS SANTOS PEDRO y PABLO, apóstoles, memoria libre.

Misa de la memoria (blanco).

Misal: Para la memoria antífonas y oraciones propias; Prefacio común o de los apóstoles.

Leccionario: Vol. III-impar.

  • Hch 28, 11-16. 30-31. Así llegamos a Roma.
  • Sal 97. El Señor revela a las naciones su justicia.
  • Mt 14, 22-23. Mándame ir a ti sobre el agua.

Antífona de entrada          Cf. Sal 44, 17-18
Los nombrarás príncipes por toda la tierra, harán memorable tu nombre por generaciones y generaciones, y los pueblos te alabarán por los siglos de los siglos.

Monición de entrada y acto penitencial
Recordamos con esta celebración la Dedicación de las basílicas de los santos apóstoles Pedro y Pablo en Roma. La primera de ellas fue edificada por el emperador Constantino sobre el sepulcro de san Pedro en la colina del Vaticano; al deteriorarse por el paso de los años fue reconstruida con mayor amplitud y de nuevo consagrada en este mismo día de su aniversario, el año 1626. La otra, edificada por los emperadores Teodosio y Valentiniano en la vía Ostiense, después de quedar aniquilada por un lamentable incendio, fue reedificada en su totalidad y dedicada el 10 de diciembre de 1854. Con su común conmemoración se quiere significar, de algún modo, la fraternidad de los apóstoles y la unidad en la Iglesia.

Yo confieso…

Oración colecta
Defiende a tu Iglesia, Señor,
con la protección de los apóstoles,
para que, habiendo recibido por ellos
las primicias del conocimiento divino,
consiga aumento de gracia hasta el fin de los tiempos.
Por nuestro Señor Jesucristo

Oración de los fieles
Hermanos, con la confianza de los hijos, presentemos nuestras plegarias a Dios Padre, para que nos conceda alcanzar el premio que nos tiene prometido en Cristo.

1.- Por la Iglesia; apara que Dios la conserve firme ante las dificultades y ataques que recibe, y la haga ser signo de su amor y misericordia que sólo quiere la salvación de los hombres. Roguemos al Señor.

2.- Por las vocaciones al ministerio sacerdotal y a la vida consagrada en nuestra diócesis. Roguemos al Señor.

3.- Por los gobernantes de nuestro país, por todos los que tienen que velar por el bien común. Roguemos al Señor.

4.- Por los pobres, por los que no pueden participar de los bienes que Dios ha querido que fueran para todos. Roguemos al Señor.

5.- Por todos nosotros, por nuestros familiares y amigos, por todos nuestros difuntos. Roguemos al Señor.

Atiende Padre, nuestras peticiones, y derrama sobre el mundo tu paz, para que reconociendo la venida de tu Hijo, alcancemos con Él la vida eterna. Por Jesucristo nuestro Señor.

Oración sobre las ofrendas
AL ofrecerte, Señor,
los dones de nuestro servicio,
invocamos tu clemencia para que la verdad transmitida
por el ministerio de los apóstoles Pedro y Pablo
permanezca intacta en nuestros corazones.
Por Jesucristo, nuestro Señor.

Antífona de comunión          Cf Jn 6. 68-69
Señor, tú tienes palabras de vida eterna, nosotros creemos que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios.

Oración después de la comunión
SEÑOR, haz que tu pueblo,
alimentado con el pan celestial,
se llene de alegría al conmemorar a los apóstoles Pedro y Pablo,
bajo cuya protección quisiste gobernarlo.
Por Jesucristo, nuestro Señor.