Comentario – Miércoles I de Adviento

Mateo 15, 29-37

Muchas gentes fueron a Jesús llevando consigo cojos, ciegos, baldados, mudos y otros muchos enfermos.
He ahí la pobre humanidad que corre tras de Ti, Señor. La lista de San Mateo es significativa, por la acumulación de miserias humanas.

La atención de Dios va en primer lugar hacia estos. La misericordia amorosa de Dios se interesa primero por los que sufren, por los pobres, por los enfermos.

En este tiempo de Adviento, propio para reflexionar sobre la espera de Dios que se encuentra en el corazón de los hombres, es muy provechoso contemplar esta escena: «Jesús rodeado… Jesús acaparado… Jesús buscado… por los baldados, los achacosos.

Y los pusieron a sus pies y El los curó.

Es el signo de la venida del Mesías: el mal retrocede, la desgracia es vencida.

¿Es éste también el signo que yo mismo doy siempre que puedo? ¿Procuro también que el mal retroceda? Y mi simpatía, ¿va siempre hacia los desheredados? Mi plegaria y mi acción ¿caminan en este sentido?

Entonces la multitud estaba asombrada… y glorificaron a Dios.

La venida del Señor es una fiesta para los que sufren. Cuando Dios pasa deja una estela de alegría.

¿Me sucede lo mismo cuando trato de revelar a Dios?

Sé muy bien, Señor, que las miserias materiales no suelen ser aliviadas hoy; quedan muchos baldados, ciegos, achacosos… Es una de las graves cuestiones de nuestra fe.

Quiero creer, sin embargo, que Tu proyecto es suprimir todo mal.

Quiero participar en él… con la esperanza de que por fin el mal desaparecerá.

Y aún cuando desgraciadamente, las miserias físicas no puedan ser siempre suprimidas, creo que es posible a veces transfigurarlas un poco.

Señor, da ese valor y esa transfiguración a todos los angustiados.

Y Jesús, convocados sus discípulos, dijo: «Tengo compasión de estas turbas…»

Jesús está visiblemente emocionado. Hay una emoción sensible en estas palabras. Contemplo este sentimiento tan humano en su corazón de hombre y en su corazón de Dios. Hoy todavía Jesús nos repite que se apiada y sufre con los que sufren.

Si «llama a sus amigos», es para hacerles participar de su sentimiento.

¿Ante quiénes, experimenta hoy Jesús lo mismo? ¿A quiénes quiere hacerles partícipes de su actitud de amor?

«No tienen qué comer, y no quiero despedirlos en ayunas, no sea que desfallezcan en el camino…

¿Cuántos panes tenéis?… El Señor nos invita a prestar atención al grave problema del hambre. Los que hoy tienen hambre. Todas las hambres: el hambre material, el hambre espiritual.

Siete panes y algunos pececillos…

Es de este «poco» que va a salir todo. Siete panes no es mucho para una muchedumbre. Es en el reparto fraterno que se encuentra la solución del hambre y en el amor siempre atento a los demás.

Jesús multiplica.

Pero ello ha tenido un primer punto de partida humano, modesto y pequeño. A pesar de ver cuan insuficientes son mis pobres esfuerzos, ¿no debo, sin embargo, hacer ese esfuerzo?

Señor, he aquí mis siete panes, ¡multiplícalos!

Noel Quesson
Evangelios 1

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