Salvación

Toda religión se presenta como una oferta de salvación; las diferencias se dan en el modo como la entienden. Con frecuencia, deudoras del momento histórico y del nivel de consciencia en el que nacen, la han entendido en clave heterónoma: el ser humano, definido por la carencia o/y la culpa (“pecado”), tenía que ser salvado “desde fuera” por un dios exterior.

Una lectura de ese tipo fácilmente produce alienación con respecto a ese “ser superior” del que se dependería en todo momento, a la vez que hace vivir en el temor de “no ser dignos”de aquella salvación y, en última instancia, bajo el peso, consciente o no, de una culpa que habría sido la causante de este estado de sufrimiento en el que nos encontramos.

Tal lectura se basa en un presupuesto incuestionado que define al ser humano como un yo particular. A partir de ahí, a ese yo la religión le promete “salvación”, es decir, superación de su estado de carencia y precariedad en la promesa de una vida plena tras la muerte.

Pero justamente ahí, en ese presupuesto, es donde radica el origen de la confusión. En la medida en que comprendemos que nuestra “identidad” no se reduce a nuestra “personalidad”, que nuestro yo particular es solo una forma concreta y temporal donde se está desplegando lo que realmente somos, todo aquel planteamiento se viene abajo.

La comprensión nos hace ver, por un lado, que no se trata de “salvar” o perpetuar el yo, sino, más bien al contrario, de liberarnos de (la identificación con) él. Y por otro, nos muestra que, en nuestra verdadera identidad, estamos ya salvados. Siendo así, ¿qué salvación habríamos de esperar?

Leída desde la mente (religiosa), tal afirmación podrá verse como muestra de un orgullo desmedido. Sin embargo, el sujeto de la misma no es el pequeño yo -que, aun en su carencia constitutiva, pretendiera no necesitar de nadie-, sino la presencia consciente que somos y que es -siempre ha sido- plenitud de vida.

¿En qué consiste, pues, la salvación? Simplemente, en caer en la cuenta, en reconocer lo que somos, desvelando la niebla que ocultaba nuestra verdadera identidad. Todo nace de la comprensión profunda.

¿Cómo entiendo la salvación?

Enrique Martínez Lozano

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De vuelta a casa

“Casa” es el primer lugar donde nacemos, el hogar que se nos ha preparado con tanto mimo y cariño que nos va “constituyendo” y nos hace ser quienes somos, hasta que llega el momento de romper con todo ello para forjarnos nuestra propia casa, la que construimos con nuestro esfuerzo, con nuestros sueños, a veces lejos en todos los sentidos de nuestra casa original porque para crecer hay que separarse.

Puede ser que nuestra vida tenga poco movimiento físico, que vivamos en la misma ciudad donde nacimos, que conservemos amistades y relaciones durante muchos años, que sea lo más parecido a una rutina monótona en la que van pasando los días…y sin embargo el camino de la vida es un sendero tortuoso con muchas curvas, con grandes pendientes e interminables senderos llanos, sin árboles a los lados, sin perspectiva al frente muchas veces, un gran desierto con ansia siempre de regresar a “casa”.

Los cambios no vienen dados por las circunstancias que acontecen y nos “salpican” de una u otra manera, sino de la lectura que hacemos de eso que nos acontece y de la manera que reaccionamos a todo ello.

El pueblo de Israel nos precede en esa lectura de lo que le acontece como un pueblo que vive en diálogo con su Dios, que a raíz de las vicisitudes de la vida va entendiendo que su fidelidad y su amor son eternos, y que se hacen realidad en el deseo de que el pueblo viva en la justicia, en la paz, en el gozo. Sin embargo, la libertad, prima por encima de todo y es el pueblo mismo quien se busca su propio dolor, su propio sufrimiento cuando opta por el egoísmo, la violencia, la opresión de los más pequeños.

Esas vueltas cíclicas del luto y la aflicción al gozo y la celebración, de la opresión a la vuelta a casa en libertad, del esfuerzo físico y moral a la seguridad, la paz y la alegría de un pueblo que se sabe guiado, conducido por la justicia y la misericordia de Dios, no es únicamente patrimonio del pueblo de Israel, es más bien un “ir y venir” de un camino que se realiza en la historia del ser humano como individuo y también como colectivo.

Esa lectura de un Dios que interviene en la historia, es la lectura de quien se va dando cuenta de la trayectoria de madurez en su vida, de cómo va aprendiendo tanto de sus equivocaciones como de sus logros.

Eso que suena a promesa de Dios en un futuro incierto es más bien una llamada a ir realizando aquí y ahora ese ideal que vemos tan lejos y que es el que estamos llamados a construir piedra a piedra, día a día.

“Dios ha mandado rebajarse a todos los montes elevados y a todas las colinas encumbradas”. La Palabra de Dios nos relata cómo desde el principio la raza humana se ha creído superior al resto de la Creación y se ha encumbrado utilizando todos los recursos naturales para su propio beneficio. El camino que Dios elige es opuesto a nuestros sueños y delirios de grandeza. No aceptamos la pequeñez, el vivir en la intemperie, el ocupar nuestro puesto en un entramado de redes maravillosas de vida.

Adviento, “ad ventum”, venida, a- hacia… No rememoramos un pasado maravilloso ni esperamos un futuro glorioso. Estamos en un presente muy complicado, muy decisivo en lo que se refiere a la supervivencia del género humano.

Ahora, más que nunca, es imprescindible, no celebrar la Navidad como acontecimiento histórico, sino hacer realidad esa cercanía de Dios que busca “Paz en la justicia”, reunirnos de oriente y occidente para que rebajemos el uso de combustibles fósiles, que acojamos a quien deja su hogar y su “casa” por su propia supervivencia y la de los suyos, que cuidemos de la naturaleza que sabiamente nos enseña el equilibrio para que ella puede cuidar de nosotrxs.

Se nos llama a un cambio de conciencia de quienes somos y donde estamos. No es un cambio moral únicamente ni un cambio que pedimos a lxs poderosxs, a lxs ricxs; sabemos que ese cambio es muy difícil.

Dios viene hoy “hacia”, “a” nosotrxs en esa llamada a cuidar de la “casa común”. Esa casa a la que pertenecemos y a la que añoramos porque es el hogar que nos prepararon con tanto mimo y cuidado. Somos producto de su evolución. Esa es la buena obra que Dios ha empezado en cada unx de nosotrxs y que llevará al final si damos nuestro consentimiento.

No es lo que pasa, las circunstancias que rodean nuestra vida lo que nos condiciona sino la lectura que hacemos de ellas y las decisiones que tomamos las que nos convierten en quienes somos.

Dios viene hacia nosotrxs, nosotrxs vamos hacia Dios es sólo un lenguaje. Somos parte de un universo en constante evolución, nunca estamos fuera, ni nos desconectamos porque la Vida lo permea todo.

Este tiempo de adviento es una llamada a entrar en otro registro: desacelerar el paso, contemplar lo pequeño, lo insignificante, dejarnos envolver por el silencio, transformar por la Palabra y actuar según nos vaya hablando nuestra conciencia. Llegar a casa y abrir la puerta para dejar entrar a quien lo necesite.

Carmen Notario, SFCC

II Vísperas – Domingo II de Adviento

II VÍSPERAS

DOMINGO II DE ADVIENTO

INVOCACIÓN INICIAL

V/. Dios mío, ven en mi auxilio
R/. Señor, date prisa en socorrerme.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

HIMNO

Mirad las estrellas fulgentes brillar,
sus luces anuncian que Dios ahí está,
la noche en silencio, la noche en su paz,
murmura esperanzas cumpliéndose ya.

Los ángeles santos, que vienen y van,
preparan caminos por donde vendrá
el Hijo del Padre, el Verbo eternal,
al mundo del hombre en carne mortal.

Abrid vuestras puertas, ciudades de paz,
que el Rey de la gloria ya pronto vendrá;
abrid corazones, hermanos, cantad
que vuestra esperanza cumplida será.

Los justos sabían que el hambre de Dios
vendría a colmarla el Dios del Amor,
su Vida en su vida, su Amor en su amor
serían un día su gracia y su don.

Ven pronto, Mesías, ven pronto, Señor,
los hombres hermanos esperan tu voz,
tu luz, tu mirada, tu vida, tu amor.
Ven pronto, Mesías, sé Dios Salvador. Amén.

SALMO 109: EL MESÍAS, REY Y SACERDOTE

Ant. Mirad: viene el Señor con gran poder sobre las nubes del cielo. Aleluya.

Oráculo del Señor a mi Señor:
«Siéntate a mi derecha,
y haré de tus enemigos
estrado de tus pies.»
Desde Sión extenderá el Señor
el poder de tu cetro:
somete en la batalla a tus enemigos.

«Eres príncipe desde el día de tu nacimiento,
entre esplendores sagrados;
yo mismo te engendré, como rocío,
antes de la aurora.»

El Señor lo ha jurado y no se arrepiente:
«Tú eres sacerdote eterno,
según el rito de Melquisedec.»

El Señor a tu derecha, el día de su ira,
quebrantará a los reyes.
En su camino beberá del torrente,
por eso levantará la cabeza.

Señor, mis ojos están vueltos a ti,
en ti me refugio, no me dejes indefenso;
guárdame del lazo que me han tendido,
de la trampa de los malhechores.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Mirad: viene el Señor con gran poder sobre las nubes del cielo. Aleluya.

SALMO 113B: HIMNO AL DIOS VERDADERO

Ant. Aparecerá el Señor no faltará: si tarda, no dejéis de esperarlo, pues llegará y no tardará. Aleluya.

No a nosotros, Señor, no a nosotros,
sino a tu nombre da la gloria,
por tu bondad, por tu lealtad.
¿Por qué han de decir las naciones:
«Dónde está su Dios»?

Nuestro Dios está en el cielo,
lo que quiere lo hace.
Sus ídolos, en cambio, son plata y otro,
hechura de manos humanas:

Tienen boca, y no hablan;
tienen ojos, y no ven;
tienen orejas, y no oyen;
tienen nariz, y no huelen;

Tienen manos, y no tocan;
tienen pies, y no andan;
no tiene voz su garganta:
que sean igual los que los hacen,
cuantos confían en ellos.

Israel confía en el Señor:
él es su auxilio y su escudo.
La casa de Aarón confía en el Señor:
él es su auxilio y su escudo.
Los fieles del Señor confían en el Señor:
él es su auxilio y su escudo.

Que el Señor se acuerde de nosotros y nos bendiga,
bendiga a la casa de Israel,
bendita a la casa de Aarón;
bendiga a los fieles del Señor,
pequeños y grandes.

Que el Señor os acreciente,
a vosotros y a vuestros hijos;
benditos seáis del Señor,
que hizo el cielo y la tierra.
El cielo pertenece al Señor,
la tierra se la ha dado a los hombres.

Los muertos ya no alaban al Señor,
ni los que bajan al silencio.
Nosotros, sí, bendeciremos al Señor
ahora y por siempre.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Aparecerá el Señor no faltará: si tarda, no dejéis de esperarlo, pues llegará y no tardará. Aleluya.

CÁNTICO del APOCALIPSIS: LAS BODAS DEL CORDERO

Ant. El Señor es nuestro legislador, el Señor es nuestro rey: él vendrá y nos salvará.

Aleluya.
La salvación y la gloria y el poder son de nuestro Dios,
porque sus juicios son verdaderos y justos.
Aleluya.

Aleluya.
Alabad al Señor, sus siervos todos,
los que le teméis, pequeños y grandes.
Aleluya.

Aleluya.
Porque reina el Señor, nuestro Dios, dueño de todo,
alegrémonos y gocemos y démosle gracias
Aleluya.

Aleluya.
Llegó la boda del Cordero,
Su esposa se ha embellecido.
Aleluya.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. El Señor es nuestro legislador, el Señor es nuestro rey: él vendrá y nos salvará.

LECTURA: Flp 4, 4-5

Estad siempre alegres en el Señor; os lo repito, estad alegres. Que vuestra mesura la conozca todo el mundo. El Señor está cerca.

RESPONSORIO BREVE

R/ Muéstranos, Señor, tu misericordia.
V/ Muéstranos, Señor, tu misericordia.

R/ Danos tu salvación.
V/ Tu misericordia.

R/ Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
V/ Muéstranos, Señor, tu misericordia.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. ¡Dichosa tú, María, que has creído!, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá. Aleluya.

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. ¡Dichosa tú, María, que has creído!, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá. Aleluya.

PRECES

Oremos, hermanos, a Cristo, el Señor, que viene a salvar a todos los hombres, y digámosle confiadamente:

Ven, Señor Jesús.

Señor Jesucristo, que por el misterio de la encarnación manifestaste al mundo la gloria de tu divinidad,
— vivifica al mundo con tu venida.

Tú que participaste de nuestra debilidad,
— concédenos tu misericordia.

Tú que viniste humildemente para salvar al mundo de sus pecados,
— cuando vuelvas de nuevo con gloria y majestad, absuélvenos de todas las culpas.

Tú que lo gobiernas todo con tu poder,
— ayúdanos, por tu bondad, a alcanzar la herencia eterna.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

Tú que estás sentado a la derecha del Padre,
— alegra con la visión de tu rostro a nuestros hermanos difuntos.

Terminemos nuestra oración con las palabras del Señor:
Padre nuestro…

ORACION

Señor todopoderoso, rico en misericordia, cuando salimos animosos al encuentro de tu Hijo, no permitas que lo impidan los afanes de este mundo; guíanos hasta él con sabiduría divina para que podamos participar plenamente de su vida. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Amén.

CONCLUSIÓN

V/. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R/. Amén.

Juan fue todo un profeta, no solo el precursor

Las tres figuras de la liturgia de Adviento son: Juan Bautista, Isaías y María. El evangelio de hoy nos habla del primero. La importancia de este personaje está acentuada por el hecho de que hacía trescientos años que no aparecía un profeta en Israel. Al narrar Lc la concepción y el nacimiento de Juan antes de decir casi lo mismo de Jesús, manifiesta lo que este personaje significaba para las primeras comunidades cristianas. Para Lc la idea de precursor es la clave de todo lo que nos dice de él. Se trata de un personaje imprescindible.

Los evangelistas se empeñan en resaltar la superioridad de Jesús sobre Juan. Se advierte una cierta polémica en las primeras comunidades a la hora de dar importancia a Juan. Para los primeros cristianos no fue fácil aceptar la influencia del Bautista en la trayectoria de Jesús. El hecho de que Jesús acudiese a Juan para ser bautizado nos manifiesta que Jesús tomó muy en serio la figura de Juan y que se sintió atraído e impresionado por su mensaje. Juan tuvo una influencia muy grande en la religiosidad de su época. En el momento del bautismo de Jesús, él era ya muy famoso. A Jesús no le conocía nadie.

Es muy importante el comienzo del evangelio de hoy. Estamos en el c. 3, y curiosamente, Lc se olvida de todo lo que dijo en los capítulos 1 y 2. Como si dijera: ahora comienza, de verdad, el evangelio, lo anterior era un cuento. Intenta situar en unas coordenadas concretas de tiempo y lugar los hechos para dejar claro que no inventa los relatos. Hay que notar que el “lugar” no es Roma ni Jerusalén sino el desierto. También quiere significar que la salvación está dirigida a hombres concretos de carne y hueso y que esa oferta implica no solo al pueblo judío sino a todo el orbe conocido: “todos verá la salvación de Dios”.

Como buen profeta, Juan descubrió que para hablar de una nueva salvación, nada mejor que recordar el anuncio del gran profeta Isaías. Él anunció una liberación para su pueblo, precisamente cuando estaba más oprimido en el destierro y sin esperanza de futuro. Juan intenta preparar al pueblo para una nueva liberación, predicando un cambio de actitud por parte de Dios pero que dependería de un cambio de actitud en el pueblo.

Los evangelios presentan el mensaje de Jesús como muy apartado del de Juan. Juan predica un bautismo de conversión, de metanoya, de penitencia. Habla del juicio inminente de Dios, y de la única manera de escapar de ese juicio, su bautismo. No predica un evangelio -buena noticia- sino la ira de Dios, de la que hay que escapar. No es probable que tuviera conciencia de ser el precursor, tal como lo entendieron los cristianos. Habla de «el que ha de venir» pero se refiere al juez escatológico, en la línea de los antiguos profetas.

Para los evangelios, Jesús predica una “buena noticia”. Dios es Abba, Padre-Madre, que ni amenaza ni condena ni castiga, simplemente hace una oferta de salvación total. Nada negativo debemos temer de Dios. Todo lo que nos viene de Él es positivo. No es el temor, sino el amor lo que tiene que llevarnos hacia Él. Me pregunto por qué, después de veinte siglos, nos encontramos más a gusto con la predicación de Juan que con la de Jesús.

La verdad es que la predicación de Jesús coincide en gran medida con el mensaje de Juan. Critica duramente una esperanza basada en la pertenencia a un pueblo o en las promesas hechas a Abrahán, sin que esa pertenencia conlleve compromiso alguno. Para Juan, el recto comporta­miento personal es el único medio para escapar al juicio de Dios. Por eso coincide con Jesús en la crítica del ritualismo cultual y a la observancia puramente externa de la Ley.

Dios no tiene ni pasado ni futuro; no puede “prometer” nada. Dios es salvación, que se da a todos en cada instante. Algunos hombres (profetas) experimentan esa salvación según las condiciones históricas que les ha tocado vivir y la comunican a los demás como promesa o como realidad. La misma y única salvación de Dios llega a Abrahán, a Moisés, a Isaías, a  Juan o a Jesús, pero cada uno la vive y la expresa según la espiritualidad de su tiempo.

No encontramos la salvación que Dios quiere hoy para nosotros, porque nos limitamos a repetir lo ya dicho. Solo desde la experiencia personal podremos descubrir esa salvación. Cuando pretendemos vivir de experiencias ajenas, la fuerza de atracción del gozo inmediato acaba contrarrestando la programación. En la práctica, es lo que nos sucede a la inmensa mayoría de los humanos. El hedonismo es la pauta: lo más cómodo, lo más fácil, lo que menos cuesta, lo que produce más placer inmediato, es lo que motiva nuestra vida.

Más que nunca, necesitamos una crítica sincera de la escala de valores en la que desarrollamos nuestra vida. Digo sincera, porque no sirve de nada admitir teóricamente la escala de Jesús y seguir viviendo en el más absoluto hedonismo. Tal vez sea esto el mal de nuestra religión, que se queda en la pura teoría. Apenas encontraremos un cristiano que se sienta salvado. Seguimos esperando una salvación que nos venga de fuera.

Al celebrar una nueva Navidad, podemos experimentar cierta esquizofrenia. Lo que queremos celebrar es una salvación que apunta a la superación del hedonismo. Lo que vamos a hacer en realidad es intentar que en nuestra casa no falte de nada. Si no disponemos de los mejores manjares, si no podemos regalar a nuestros seres queridos lo que les apetece, no habrá fiesta. Sin darnos cuenta caemos en la trampa del consumismo. Si podemos satisfacer nuestras necesidades en el mercado, no necesitamos otra salvación.

En las lecturas bíblicas debemos descubrir una experiencia de salvación. No quiere decir que tengamos que esperar para nosotros la misma salvación que ellos anhelaban. La experien­cia es siempre intransferible. Si ellos esperaron la salvación que necesitaron en un momento determinado, nosotros tenemos que encontrar la salvación que necesitamos hoy. No esperando que nos venga de fuera, sino descubriéndola en lo hondo de nuestro ser y tenemos capacidad para sacarla a la superficie. Dios salva siempre. Cristo está viniendo.

El ser humano no puede planificar su salvación trazando un camino que le lleve a su plenitud como meta. Solo tanteando puede conocer lo que es bueno para él. Nadie puede dispensarse de la obligación de seguir buscando. No solo porque lo exige su progreso personal sino porque es responsable de que los demás progresen. No se trata de imponer a nadie los propios descubrimientos, sino de proponer nuevas metas para todos. Dios viene a nosotros siempre como salvación. Ninguna salvación puede agotar la oferta de Dios.

Es importante la referencia a la justicia, que hace por dos veces Baruc y también Pablo, como camino hacia la paz. El concepto que nosotros tenemos de justicia es el romano, que era la restitución, según la ley, de un equilibrio roto. El concepto bíblico de justicia es muy distinto. Se trata de dar a cada uno lo que espera, según el amor. Normalmente, la paz que buscamos es la imposición de nuestros criterios, sea con astucia, sea por la fuerza.

Fray Marcos

¿Hay motivos para sentirse alegres?

Vivo ahora mismo en Roma, en una comunidad internacional, y cuando se comenta la situación del propio país, desde Italia hasta Japón, pasando por la India, Francia, Estados Unidos, etc., es raro que alguien se muestre muy optimista. Nuestro mundo, el cercano de cada día, y el lejano, ofrece motivos de preocupación y tristeza. Y cuando un católico entra en la iglesia en los domingos de Adviento, la casulla morada del sacerdote parece confirmarle en su pesimismo.

Sin embargo, lo que intentan transmitirnos las lecturas de este domingo es alegría. La del profeta Baruc ordena expresamente a Jerusalén: “quítate tu ropa de duelo y aflicción”. Si el sacerdote que preside la eucaristía quisiese realizar una acción simbólica, al estilo de los antiguos profetas, podría quitarse la casulla morada y cambiarla por una blanca y dorada. También el Salmo habla de alegría: “la lengua se nos llenaba de risas, la lengua de cantares”; “el Señor ha estado grande con nosotros y estamos alegres”. Pablo escribe a los cristianos de Filipos que reza por ellos “con gran alegría”. Y el evangelio recuerda el anuncio de Juan Bautista: “todos verán la salvación de Dios”. Las lecturas de este domingo no justifican que se suprima el Gloria, todo lo contrario. Hay motivos más que suficientes para cantar la gloria de Dios.

Primer motivo de alegría: la vuelta de los desterrados

La lectura de Baruc recoge ideas frecuentes en otros textos proféticos. Jerusalén, presentada como madre, se halla de luto porque ha perdido a sus hijos: unos marcharon al destierro de Babilonia, otros se dispersaron por Egipto y otros países. Ahora el profeta la invita a cambiar sus vestidos de duelo por otros de gozo, a subir a una altura y contemplar cómo sus hijos vuelven “en carroza real”, “entre fiestas”, guiados por el mismo Dios.

¿Qué impresión produciría esta lectura en los contemporáneos del profeta? Sabemos que a muchos judíos no les ilusionaba la vuelta de los desterrados; había que proporcionarles casas y campos, y eso suponía compartir los pocos bienes que poseían. Otros, mejor situados económicamente, verían ese retorno como punto de partida de un resurgir nacional.

Y esto demuestra la enorme actualidad de este texto de Baruc. A primera vista, hoy día Jerusalén es Siria, Iraq, tantos países de África que están perdiendo a sus hijos porque deben desterrarse en busca de seguridad o de trabajo. También nosotros podemos identificarnos con Jerusalén y ver a esos cientos de miles de personas no como una amenaza para nuestra sociedad y nuestra economía, sino como hijos y hermanos a los que se puede acoger y ayudar en su desgracia.

Segundo motivo de alegría: la bondad de la comunidad

Pablo sentía un afecto especial por la comunidad de Filipos, la primera que fundó en Macedonia. Era la única a la que le aceptaba una ayuda económica. Por eso, en su oración, recuerda con alegría lo mucho que los filipenses le ayudaron a propagar el evangelio. Y les paga rezando por ellos para que se amen cada día más y profundicen en su experiencia cristiana. La actitud de Pablo nos invita a pensar en la bondad de las personas que nos rodean (a las que muchas veces solo sabemos criticar), a rezar por ellas y esforzarnos por amarlas.

Tercer motivo de alegría: el anuncio de la salvación

A diferencia de los otros evangelistas, Lucas sitúa con exactitud cronológica la actividad de Juan Bautista. No lo hace para presumir de buen historiador, sino porque los libros proféticos del Antiguo Testamento hacen algo parecido con Isaías, Jeremías, Ezequiel, etc. Con esa introducción cronológica tan solemne, y con la fórmula “vino la palabra de Dios sobre Juan”, al lector debe quedarle claro que Juan es un gran profeta, en la línea de los anteriores. El Nuevo Testamento no corta con el Antiguo, lo continúa. En Juan se realiza lo anunciado por Isaías.

Juan, igual que los antiguos profetas, invita a la conversión, que tiene dos aspectos: 1) el más importante consiste en volver a Dios, reconociendo que lo hemos abandonado, como el hijo pródigo de la parábola; 2) estrechamente unido a lo anterior está el cambio de forma de vida, que el texto de Isaías expresa con las metáforas del cambio en la naturaleza.

Pero, a diferencia de los grandes profetas del pasado, Juan no se limita a hablar, exigiendo la conversión. Lleva a cabo un bautismo que expresa el perdón de los pecados. Se cumple así la promesa formulada por el profeta Ezequiel en nombre de Dios: “Derramaré sobre vosotros un agua pura que os purificará”.

Las dos conversiones

¿Se podría mandar a una persona como penitencia estar alegre? Parece una contradicción. Sin embargo, las lecturas de este domingo y de todo el Adviento nos obligan a examinarnos sobre nuestra alegría y nuestra tristeza, a ver qué domina en nuestra vida. Es posible que, sin llegar a niveles enfermizos, nos dominen altibajos de cumbres y valles, momentos de euforia y de depresión, porque no recordamos que hay motivos suficientes para vivir con serenidad la salvación de Dios.

Al mismo tiempo, las lecturas nos invitan también a convertirnos al prójimo, acogiéndolo, amándolo, rezando por ellos.

José Luis Sicre

Comentario – Domingo II de Adviento

(Lc 3, 1-6)

Toda la introducción que hace Lucas nos quiere indicar que estamos verdaderamente ante un hecho histórico; no se trata sólo de un símbolo sino de algo que realmente sucedió en la historia (en líneas generales).

Jesús no fue un ser aislado de lo que sucedía en el mundo, sino que por ser verdaderamente hombre a él también le afectaba lo que le sucedía a su pueblo bajo el pesado dominio del imperio romano.

Pero este texto comienza presentando la figura de el Bautista en el desierto, y esa misión aparece ante todo como una invitación al arrepentimiento, como un llamado a reconocer que la propia vida necesita un cambio.

El cambio que pide Juan no es puramente externo, no es sólo un cambio de costumbres, sino una conversión del corazón que se expresa en el arrepentimiento sincero. Porque es en la intimidad del corazón donde debe prepararse el camino del Señor; sobre todo allí deben rellenarse los barrancos, enderezarse lo torcido y abajar los montes y las colinas.

El hombre debe reconocer entonces lo que está vacío, lo que está necesitado, las carencias de su interior (barrancos); pero también lo que está de más, los sentimientos de orgullo, la vanidad y el odio (montañas), y los distintos comportamientos pecaminosos (caminos torcidos).

Así quedará abierto el paso para el Mesías, de manera que “todo mortal verá la salvación de Dios”.

Cada uno de nosotros necesita invocar la gracia de Dios para poder despejar bien el camino a la acción de Dios, sabiendo que ni siquiera nuestra preparación interior es algo que podemos hacer con nuestras propias fuerzas humanas. Es necesario el auxilio del Espíritu Santo.

Pero también es cierto lo que enseñaba San Agustín: “El Dios que te creó sin ti no te salvará sin ti”.

 

Oración:

“Señor, destruye las montañas de mi orgullo, llena con la luz y la vida de tu gracia todos los vacíos de mi interior y endereza el camino de mis proyectos y de mis acciones para que viva tu voluntad y camine por donde a ti te agrada”.

VÍCTOR M. FERNÁNDEZ
El Evangelio de cada día

Geografía e historia

1.- Tal vez os preguntéis, mis queridos jóvenes lectores, porque pongo tanto interés en daros explicaciones de los lugares donde sucedieron los hechos que nos relata el Evangelio. No es por capricho, os lo aseguro, y voy a explicároslo. Cuando erais pequeños, seguramente, os explicaron, junto a historias bíblicas, muchas narraciones bonitas, que os gustaban, pero que no eran verídicas. Se trataba de lo que llamamos cuentos: Blancanieves, Pulgarcito etc. Al haceros mayores, podríais pensar que todo aquello que os dijeron, cuentos e Historia Sagrada, son relatos entretenidos, pero que no son verdad. Os lo vuelvo a repetir: mis explicaciones no obedecen al capricho ni a gustos personales. Los apóstoles se expresaron de manera semejante, pero, como los que escuchaban eran gente del país, era suficiente decir el nombre del lugar de los hechos, para que los que les oían, supieran donde había ocurrido lo que explicaban y pudieran, si querían, comprobarlo.

2.- Algo semejante ocurre con el momento histórico. Escucháis en la misa que, con frecuencia, en las lecturas se dice: en aquel tiempo…y existe el peligro de que penséis que la expresión es algo así como: en tiempos de maricastaña. Lo que se proclama ocurrió en un tiempo concreto y los evangelistas quieren que sepamos que así fue. No os extrañe, pues, que el fragmento evangélico que leemos en la misa de hoy comience dándonos una serie de datos: sobre quien era el emperador romano, el procurador, el tetrarca etc. Entonces no existía el calendario que nos permite fechar los acontecimientos con día, mes y año, como pasa hoy en día. Como el tener que poner tantos nombres, resultaba enojoso, se decidió un día establecer un calendario fácil de entender y aceptado por el ámbito cultural que se lo encargó. (Os advierto que cuando se quiso hacerlo y que la fecha inicial fuera el nacimiento de Jesús, resultó que quien recibió el encargo se equivocó y erró en algunos años, de 4 a 6. Pero todo el mundo está de acuerdo en continuar utilizando el mismo calendario, aunque no sea del todo exacta la cifra).

3.- Olvidemos los cálculos cronológicos. Será bueno que hoy nos preguntemos, cada uno en su lugar de residencia: cuándo nació Jesús, ¿qué ocurría, donde yo vivo? ¿Quién gobernaba, qué pueblos residían, como vivían? o ¿a que altura está Belén, cuantos habitantes tenía entonces y cuantos tiene ahora y que clima tiene? Estudios de estos te ayudarán e tener un inicial convencimiento: Jesús es un personaje histórico del que, quien tenga un mínimo de cultura, no puede dudar de su existencia, época y lugar geográfico donde vivió. A partir de esta convicción vendrá la Fe. Es así como empezó la predicación de los discípulos del Señor.

Estos últimos días los he pasado por tierras bíblicas. Por algunos sitios donde he estado hay autopistas de primera calidad, pero por otros lugares los caminos se desdibujan, se forman hondonadas o aparecen crestas. La arena fina del desierto que trasporta el viento, se mete por las rendijas y lo ensucia todo. Si se prepara una fiesta o un homenaje, es preciso suprimir baches o rebajar montones de tierra. Me parece que el problema os resulta fácil de entender, lo experimentaba en Tierra Santa, pero es común en la mayoría de países. Es un símbolo de lo que le tocó hacer al Precursor.

4.- El relato evangélico de hoy precisa tantos datos pues quiere hablarnos de un hombre que fue el introductor histórico del Salvador. Su misión fue importantísima y, en su tiempo, fue más famoso que el mismo Jesús. Abrió caminos espirituales, roturó túneles anímicos, facilito conversiones y fue un hombre atrevido, que se arriesgó públicamente a denunciar injusticias, condenar orgullos hipócritas y exigir comportamientos honestos. No se puede decir de él que fuera un individuo simpático. Obraba así porque el Mesías histórico estaba cercano a manifestarse a Israel y era necesario abrir puertas de par en par. Murió él sin lograr éxito total de su misión, pero algo alcanzó a ver. Lo conoció y encaminó a algunos de sus amigos a que le siguieran. No hay que lamentar su parcial fracaso, cada uno de nosotros, cada uno de vosotros, debe ser un precursor, un anunciador, alguien que facilite el conocimiento del Señor, que quite impedimentos, que facilite la Fe, a sus compañeros.

Uno de estos días estaba en la azotea de un edificio a pocos metros del Calvario y del Santo Sepulcro. Junto a mí tenía las placas solares que se ponen en todas las casas de Israel, comprobamos que la superficie de cristal estaba sucia de arena y, con un trapo, la limpiamos, para que el sol penetrara y calentase los conductos de agua. Pensé entonces en vosotros y decidí contároslo, pues, algo así os toca hacer en el terreno espiritual. Quitar impedimentos, suprimir equívocos, para que la luz de la Fe llegue a vuestros amigos.

5.- La semana pasada, en el mensaje correspondiente que os enviaba, y que no debería llegar a la redacción, pues, no lo he visto publicado, os decía que había rezado muy sincera y emocionadamente por vosotros en el Calvario. Le repetía una y otra vez a Jesús, aquella oración del buen compañero de tortura y muerte: Señor, acuérdate de mis queridos jóvenes lectores, ahora que estás en tu Reino. Y el viernes día 1, cuando se conmemoraban los diez años de la revista, a las nueve de la mañana, en un rinconcito de una antigua iglesia de Betania, le pedía también por vosotros y deseaba que me tuvierais por vuestro amigo, como eran amigos de Jesús aquellos tres hermanos que por allí vivieron: María, Marta y Lázaro. Mi oración era tan sincera, que tenía la sensación de que nos conocíamos, aunque nunca nos hubiéramos visto. No me afligí al darme cuenta que no era así, estoy seguro de que al final de nuestros días, en aquel encuentro fraternal que es el Juicio Final nos abrazaremos efusivamente y, con Jesús, satisfechos de lo que por Él hemos hecho, seremos felices.

Pedrojosé Ynaraja

Lectio Divina – Domingo II de Adviento

Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos

INTRODUCCIÓN

La voz de Dios sobre Juan vino en el “desierto”. Allí, lejos del murmullo de la gente, libre de tantas cosas innecesarias, San Juan se encontró con Dios. Hoy más que nunca necesitamos recuperar nuestro derecho a la soledad, al silencio, a nuestra vida interior. Escuchemos unas bellas palabras de San Anselmo de Canterbury: «Ea, hombrecillo, deja un momento tus ocupaciones habituales; entra un instante en ti mismo, lejos del tumulto de tus pensamientos. Arroja fuera de ti las preocupaciones agobiantes; aparta de ti tus inquietudes trabajosas. Dedícate algún rato a Dios y descansa siquiera un momento en su presencia. Entra en el aposento de tu alma; excluye todo, excepto Dios y lo que pueda ayudarte para buscarle; y así, cerradas todas las puertas, ve en pos de él. Di, pues, alma mía, di a Dios: Busco tu rostro; Señor, anhelo ver tu rostro”.

TEXTOS BÍBLICOS

1ª Lectura: Bar. 5,1-9.             2ª Lectura: Fil. 1,4-6.8-11.

EVANGELIO

San Lucas 3, 1-6:

En el año decimoquinto del imperio del emperador Tiberio, siendo Poncio Pilato gobernador de Judea, y Herodes tetrarca de Galilea, y su hermano Felipe tetrarca de Iturea y Traconítide, y Lisanio tetrarca de Abilene, bajo el sumo sacerdocio de Anás y Caifás, vino la palabra de Dios sobre Juan, hijo de Zacarías, en el desierto. Y recorrió toda la comarca del Jordán, predicando un bautismo de conversión para perdón de los pecados, como está escrito en el libro de los oráculos del profeta Isaías: «Voz del que grita en el desierto: Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos; los valles serán rellenados, los montes y colinas serán rebajador; lo torcido será enderezado, lo escabroso será camino llano. Y toda carne verá la salvación de Dios.

REFLEXIÓN

Todos sabemos que en gramática hay una oración principal y otras subordinadas. En este evangelio la principal es ésta: Vino la Palabra de Dios sobre Juan”. La gran protagonista es la Palabra. La palabra es propia de las personas. Los animales dan gemidos, pero no articulan palabras.  En una familia es un acontecimiento cuando un niño rompe a hablar y dice mamá, papá.  La gran diferencia entre el Dios verdadero y los dioses falsos es que los falsos dioses: tienen ojos y no ven; tienen oídos y no oyen; tienen boca y no hablan. El verdadero Dios es un Dios que habla. “Dios, habiendo hablado hace mucho tiempo, en muchas ocasiones y de muchas maneras a los padres por los profetas, en estos últimos días nos ha hablado por su Hijo” (Heb, 1,1). ¿Cómo es esta Palabra de Dios?

1.– ES PALABRA HISTORICA.  El evangelista Lucas ha tenido un cuidado especial en insertar la persona de Jesús dentro de un contexto geográfico-histórico bien definido: Habla de ciudades y personajes bien conocidos en la Geografía e Historia universal:  Habla de Herodes de Galilea, de Felipe de Iturea, de Lisanio de Abilene etc.  Que nadie venga después diciendo que la persona de Jesús es un “personaje mítico”, invento de los hombres. Que vaya a la historia y compruebe.  Pero hay más. Este Jesús no va a crear un grupo individualista, intimista. Su Palabra debe penetrar no sólo en las personas sino en las estructuras civiles y religiosas. Por eso aparecen los personajes políticos (Tiberio, Herodes, Pilato) y los religiosos. (Anás, Caifás). La experiencia nos dice que no basta con que cambien las personas si no cambian también las estructuras.

2.– ES PALABRA DINAMICA. San Pablo comienza su carta a los Romanos con estas briosas palabras: «No me avergüenzo del Evangelio que es “fuerza” de Dios para la salvación de todo el que cree” (Ro. 1,18). No se trata de una mera fuerza moral sino “salvífica” capaz de “allanar senderos, rellenar valles, rebajar montañas”. Y, para esa labor, es necesaria la “dinamita”. Todavía queda dentro de nosotros montones de soberbia, de vanidad, de orgullo. Una Comunidad cristiana que escucha la Palabra de Dios, se tiene que notar en la vida. Debe aportar verdad. (Donde hay un cristiano auténtico no hay corrupción ni chanchullos).   Debe aportar libertad. En el cristianismo se critica la “disciplina de voto” que domestica a las personas y no les deja votar lo que ellos piensan. Debe aportar “justicia”.  Jesús ha venido a este mundo para hacer un mundo de “hermanos”. Dios no quiere que se muera la gente de hambre, o de miseria.

3.– ES PALABRA ENCARNADA. Una de las frases más estremecedoras del evangelio aparece en el prólogo de San Juan cuando dice: “La Palabra se hizo carne”.  La palabra en Jesús se hizo “vida” “acontecimiento” “historia”. Lo más contrario a la Palabra de Dios es que se convierta en mera palabrería humana. La Palabra de Dios nos debe cambiar del todo. Y la palabra de Dios la entendemos cuando la ponemos en práctica. Si nos limitamos a escuchar la palabra de Dios y no la llevamos a la práctica, convertimos la vida en “casa edificada sobre arena”. Si la ponemos en práctica, sabemos que estamos edificando sobre “roca firme”. (Mt. 7,24-27). San Pablo se dejó trabajar tanto por la Palabra de Dios que, al final, ni él mismo se conocía: “Vivo yo?  No. Es otro quien vive en mí” (Gal. 2,20). Este es el verdadero efecto de la palabra de Dios.

PREGUNTAS

1.- ¿Me da alegría el pensar que Jesucristo es un personaje que pertenece a nuestro mundo, a nuestra historia? ¿Le doy gracias?

2.- ¿Creo en la fuerza de la Palabra de Dios para cambiarme?  ¿Estoy convencido de que, si no cambio, es porque no quiero yo cambiar?

3.- ¿Dejo que la Palabra de Dios se convierta en “carne de mi carne y vida de mi vida?

ESTE EVANGELIO, EN VERSO, SUENA ASÍ:

Con voz de amigo, Señor,
nos llamas en tu Evangelio
a preparar tus “caminos”
y allanar nuestros “senderos”.
Hay en nuestro corazón
“montes” altos y soberbios,
“valles” de gran depresión,
de pereza y desaliento.
Como Dios y Salvador,
Tú sales a nuestro “encuentro”.
Vienes cargado de abrazos,
flores y vestidos nuevos.
Sólo deseas, Señor,
que volvamos del “destierro”,
que rompamos las cadenas
y venzamos nuestros miedos.
La luz de la “salvación”
traes con tu Nacimiento.
Eres, Señor, hecho Niño,
el “Salvador” de tu Pueblo.
Cambia en floridos jardines
nuestros áridos desiertos.
Siembra semillas de paz
y de amor en nuestros huertos.
Ven, Señor, que te esperamos.
Sin tu luz, estamos ciegos.
Sin libertad, esclavos.
Contigo, se está en el cielo.

(Compuso estos versos José Javier Pérez Benedí)

La fuerza del precursor

1. – No puede entenderse el Adviento sin invocar la conversión de todos y cada uno de nosotros. Y por tanto la figura de Juan Bautista se presenta como algo muy importante. Y es que la fuerza humana casi inconmensurable que desplegaba, Juan, el hijo de Zacarías, de estirpe sacerdotal, cuando anunciaba la necesidad de convertirse ante la inmediata llegada del Reino de Dios, subyuga a todos. Si el silencio del Evangelio respecto a la infancia y adolescencia de Jesús de Nazaret ha llamado siempre mucho la atención, no menos lo hace en el tiempo que va desde el viaje apresurado de la Virgen Maria a la montaña de Judea para saludar a su prima Isabel, hasta la aparición de Juan en la turbulenta escena palestina de los tiempos de Jesús. Él, Juan, en el seno de su madre, había saltado de gozo al apercibirse de la presencia del Salvador, también “recién llegado” al seno virginal de Maria de Nazaret.

¿Cómo fueron los años posteriores de Juan? Pues no sabemos. Pero la clase sacerdotal en Israel formaba parte de un sector distinguido y casi aristocrático. El pequeño Juan tendría que haber seguido los pasos de su padre, Zacarías, y prepararse para el sacerdocio. Pero se aleja de esa “vida importante” y marcha al desierto. Allí vive como un autentico eremita. Come saltamontes y se viste con pieles de camello, sin curtir. El desierto es lugar de conversión fuerte. Es, asimismo, un librarse de todo lo que de bueno o cómodo ofrece la civilización, para enfrentarse a la soledad absoluta, con la sola compañía de Dios. El mismo Cristo, tras su bautizo por Juan, inició su travesía del desierto, para mejor prepararse para su trabajo de sacudir el conformismo del pueblo de Israel y prepararle para la Redención.

El éxito de Juan tuvo que ser enorme. Se le consideraba profeta en todo Israel y su estela influía la vida cotidiana de los judíos, aun de muertos. No se olvide que en los últimos días del cerco farisaico sobre Jesús, cuando le preguntan que, de una vez, se defina públicamente como Mesías, él les hace la pregunta sobre si el bautismo de Juan era cosa de Dios o de los hombres. Y los fariseos, ante la ira popular que produciría la negativa sobre la misión divina del Bautista, optan por callarse y dejar en paz, por el momento, a Jesús.

2. – No podemos desaprovechar el tiempo de Adviento sin profundizar en nuestra conversión. Es cierto que la vida del cristiano es un camino permanente dentro del trabajo de ser más de Jesús, de convertirse más y más. Pero en la espera de la venida del Niño Dios hemos de estar más limpios que nunca. Y en nuestros corazones han de residir virtudes y dones como la paz, el amor, la entrega a los demás, la mansedumbre, la austeridad. San Pablo en su Carta a los Filipenses lo ha expresado muy bien: “Así llegareis al Día de Cristo limpios e irreprochables, cargados de frutos de justicia, por medio de Cristo Jesús, a gloria y alabanza de Dios”. Y así debemos estar el día que animosos y llenos de júbilo, doblemos nuestras rodillas ante el portal de Belén.

No podemos, tampoco, convertir la espera en un tiempo de preparación de una gran fiesta. Ni siquiera limitarla a mejorar momentáneamente con nuestros familiares, amigos y conocidos. Y aunque dotados de un muy encomiable planteamiento filantrópico por el cual nos dedicáramos a socorrer a todos los pobres y abandonados, no fuéramos capaces de convertirnos a Jesús, nos habríamos equivocado. De todas formas, tampoco es convertirse, ni responde a la fuerza precursora de Juan, hacer de la Navidad sólo una fiesta piadosa, refugiada en la tranquilidad del templo. Es un compromiso fuerte, radical, de ser siervos del Salvador y de los hermanos, sin excepciones, ni amenguamientos.

3. – Hemos encendido la segunda vela de la Corona de Adviento. Hemos dado un paso más para el encuentro con Jesús. Este símbolo hermoso es un recuerdo más para la totalidad de nuestra misión. La ayuda para nuestro trabajo de cambio se expresa muy bien en el fragmento del Libro de Baruc que acabamos de proclamar. Dice: “Dios ha mandado abajarse a todos los montes elevados, a todas las colinas encumbradas, ha mandado que se llenen los barrancos hasta allanar el suelo, para que Israel camine con seguridad, guiado por la gloria de Dios; ha mandado al bosque y a los árboles fragantes hacer sombra a Israel. Porque Dios guiará a Israel entre fiestas, a la luz de su gloria, con su justicia y su misericordia.” La ayuda del Señor no va a faltar si nos abrimos a Él con espíritu humilde y corazón contrito. Hemos de reaccionar y recibir en nuestras almas estas palabras y no solo escucharlas dentro de la rutina habitual que, muchas veces, dan nuestros oídos a la Palabra de Dios. Sigamos a Juan el Bautista. Metamos en nuestro corazón tanta fuerza y reciedumbre, como él expresaba en su predicación. Y entonces podremos decir, tal como termina el Evangelio de Lucas que hemos proclamado hoy: “Y todos verán la salvación de Dios. “

Ángel Gómez Escorial

Colaboradores… no señores

1.- Algo bueno debemos de tener los hombres, cuando Dios, quiso nacer y hacerse hombre. Y ¡qué confianza tiene en nosotros Dios, cuando –desde siglos y siglos- ha querido contar para su obra, con la colaboración del ser humano!

Juan Bautista, este domingo y el próximo, llamará nuestra atención. La Historia de la Salvación no es cosa exclusiva de Dios. Si, El quisiera, por supuesto que la podría llevar a cabo en cuestión de horas, en décimas de segundos. Pero, Dios, sabe y quiere trabajar en equipo.

¡Faltan colaboradores! (decía un cartel a la puerta de una ONG). Juan Bautista representa a todo aquel que sabe y quiere trabajar con Dios y con Jesús, sin confundir ni perder los papeles.

2.- El Bautista se puso en la antesala de la misión de Jesús. Pero nunca pretendió ni luchó por el sillón de su Señor. ¡Cuántos “Juanes” necesita la iglesia y hasta el mundo mismo! Al contrario que el Bautista, nosotros, nos creemos más que nadie. Nos cuesta doblegarnos, ya no para soltar los cordones de las sandalias del que viene, sino –incluso- para ayudar o ceder un asiento al que más lo necesita.

Juan vivió de una forma impresionante el adviento. La Palabra de Dios vino sobre él, y cuando la Palabra viene con tanta fuerza, cambia la vida de las personas y, también, la de aquellas que rodean al iluminado por la Palabra.

Juan intuía que algo iba a ocurrir. Que el Mesías andaba cerca. Que había que apresurarse para que, cuando el Señor llegase, encontrase los caminos de las personas, los rincones de corazones, la claridad de las conciencias y la vida de los pueblos de aquellos tiempos, a punto. Sin baches, sin socavones peligrosos que entorpecieran la entrada del Señor.

Unos le creían. Otros lo maldecían. Unos le admiraban y otros le odiaban.

3. La historia se repite. Hoy como entonces, la Iglesia, es ese Juan que –a los cuatro vientos- anuncia y repite hasta la saciedad: convertíos. ¡Viene el Señor!

¿Convertirnos? ¿De qué? ¿Y por que? Contesta el hombre que huye de desiertos y de saltamontes y prefiere rascacielos o merluza a la romana. ¡Pues sí! Convertirnos de los caminos equivocados. Convertirnos de los corazones endurecidos por el paso del tiempo. Convertirnos de la insensibilidad que nos impide contemplar, por la oración y en la vida ordinaria, a Dios.

También ahora, en el año 2006, siendo Papa Benedicto XVI y con los gobernantes que tenemos al frente, estamos llamados a ser voz en el desierto: ¡preparad el camino al Señor!

Unos verán la salvación de Dios. Otros se quedarán mirando a los adornos navideños. Unos seguirán pensando que somos unos ilusos. Otros se abrirán a la fe.

Como el nacimiento de Juan Bautista entonces, nuestro nacimiento y nuestra misión, entra y está en los planes de Dios para seguir empleándonos a fondo en la Historia de la Salvación.

Y, el momento que estamos viviendo, es la etapa que Dios nos tenía asignada. 4.- Siendo así, hermanos, miremos lo que nos rodea de otra manera; pongamos ilusión en nuestro trabajo; sembremos con fe lo que llevamos entre manos; demos un margen a Dios. Si El nos ha llamado a vivir en este tiempo es porque “algo nuevo” se está cociendo sin que nuestros ojos lo vean o nuestros sentidos lo perciban.

Llega la Navidad. ¿De qué caminos tenemos que volver? ¿Qué senderos tenemos que rectificar en nuestra forma de ser, pensar y actuar?

Viene el Señor y, por El, merece la pena esforzarse en el arreglo de los caminos de nuestra vida.

5.- ¡QUIERO SER COMO JUAN, SEÑOR!

Y que te sirvas de mí, para anunciar tu llegada
Y que me concedas la humildad, para saber que no soy sino tu siervo
Y que me hagas ver los signos de tu llegada
¡QUIERO SER COMO JUAN, SEÑOR!
Y colaborar contigo para que, tu Reino, sea una pronta realidad
Y que venga tu Palabra sobre mí y me empuje a proclamarla
Y que, sin miedo al que dirán, anuncie y denuncie lo que falta en el mundo
Y que, sin miedo a la prueba, anuncie y denuncie lo que sobre en el mundo
¡QUIERO SER COMO JUAN, SEÑOR!
Y que viva este momento, como un momento de gracia
Y que viva mi vida, como una llamada a darme por los demás
Y que viva mi existencia, como un pregón de esperanza
Y que viva mis días, sabiendo que Tú –tarde o temprano- llegarás
¡QUIERO SER COMO JUAN, SEÑOR!
Y ser un heraldo, aunque sea minúsculo, de tu presencia
Y ser un heraldo, aunque sea insignificante, de tu llegada
Y ser un heraldo, aunque me asalten las dudas, de tu grandeza
Y ser un heraldo, aunque me cueste el desierto, de tu nacimiento
¡QUIERO SER COMO JUAN, SEÑOR!
Rescatando, de los caminos perdidos, a los que andan sin esperanza
Levantando, de los caminos torcidos, a los que cayeron abatidos
Alegrando, de los caminos melancólicos, a los que dejaron de sonreír
Recuperando, de los caminos confundidos, a los que creyeron tenerlo todo
¡QUIERO SER COMO JUAN, SEÑOR!
Un constructor de sendas para los que te busquen
Un arquitecto de autopistas para los que te deseen
Un elevador de puentes, para los que te quieran encontrar
Un ingeniero de pistas, para los que quieran vivir contigo

Javier Leoz