Lectio Divina – Lunes III de Adviento

¿Con qué autoridad haces esto?

1.- Oración introductoria

Señor, creo, confío y te amo. Inicio mi oración desprendiéndome de mis cosas, de mis ocupaciones y de mis preocupaciones; de mi trabajo y mi descanso; dejo todo y “me dejo”, me “abandono” en Ti. Tú eres en este momento para mí lo único importante. No te pido nada. Sólo necesito que Tú seas lo absoluto y definitivo para mí.  Lo demás no importa. Es accidental, añadidura.

2.- Lectura reposada del Evangelio. Mateo 21, 23 – 27

Llegado al Templo, mientras enseñaba se le acercaron los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo diciendo: «¿Con qué autoridad haces esto? ¿Y quién te ha dado tal autoridad?» Jesús les respondió: «También yo os voy a preguntar una cosa; si me contestáis a ella, yo os diré a mi vez con qué autoridad hago esto. El bautismo de Juan, ¿de dónde era?, ¿del cielo o de los hombres?» Ellos discurrían entre sí: «Si decimos: «Del cielo», nos dirá: «Entonces ¿por qué no le creísteis?» Y si decimos: «De los hombres», tenemos miedo a la gente, pues todos tienen a Juan por profeta». Respondieron, pues, a Jesús: «No sabemos». Y él les replicó asimismo: «Tampoco yo os digo con qué autoridad hago esto».

3.- Qué dice el texto.

Meditación-reflexión

Es importante saber que a Jesús también le gusta hacer preguntas. A estos que hacen preguntas a Jesús y no se dejan preguntar por Él, no les contesta.  Y cuando Jesús pregunta nunca lo hace sobre cosas superficiales: ni por el coche que tenemos, ni por la casa que hemos comprado, ni por el vestido que vamos a lucir en la boda de un familiar o un amigo. Las preguntas de Jesús van al fondo: Y vosotros ¿quién decís que soy yo? ¿Podéis beber el cáliz que yo he de beber? ¿Y vosotros también queréis marchar?  Siempre nos pregunta cosas esenciales, que afectan existencialmente nuestra vida.  Cada pregunta de Jesús nos hace pensar, nos saca de nuestras casillas, y nos compromete. No cabe ni mirar a otro lado ni echar balones fuera. Hay que tener la valentía de decidirse.  Como la tuvieron los zebedeos al decir a Jesús ¡Podemos! Podemos, siempre con tu ayuda, beber la copa de la vida con sus trabajos y sufrimientos; también con sus gozos y sus alegrías. A Jesús podemos hacerle preguntas con tal que nosotros también nos dejemos interrogar por Él.

Palabra autorizada del Papa

“¿Con qué autoridad hacéis estas cosas? Quieren tender «una trampa» al Señor, tratando de llevarlo contra la pared, hacerle equivocarse. Pero ¿cuál es el problema que esta gente tenía con Jesús? ¿Son quizás los milagros que hacía? No, no es esto. En realidad, el problema que escandalizaba a esta gente era el de que los demonios gritaban a Jesús: «¡Tú eres el Hijo de Dios, Tú eres el Santo!». Este «es el centro”, esto escandaliza de Jesús: “Él es Dios que se ha encarnado». También a nosotros nos tienden trampas en la vida, pero lo que escandaliza de la Iglesia es el misterio de la Encarnación del Verbo. Y esto no se tolera, esto el demonio no lo tolera. Cuántas veces se oye decir: «Pero, vosotros cristianos, sed un poco más normales, como las otras personas, más razonables». Este es un discurso de encantadores de serpientes: «Pero, sed así ¿no?, un poco más normales, no seáis tan rígidos…» Pero detrás de esto está: ´Pero, no vengáis con historias ¡que Dios se ha hecho hombre!
La Encarnación del Verbo, ¡ese es el escándalo que está detrás! Podemos hacer todas las obras sociales que queramos, y dirán: «Pero qué buena la Iglesia, qué buena la obra social que hace la Iglesia» Pero si decimos que hacemos esto porque aquellas personas son la carne de Cristo, viene el escándalo. Y esa es la verdad, esa es la revelación de Jesús: esa presencia de Jesús encarnado”. (cf S.S. Francisco, 1 de junio de 2013)

4.- Qué me dice ahora a mí este texto meditado. Guardo silencio.

5.-Propósito: Hoy haré oración dejándome preguntar por Jesús.

6.- Dios me ha hablado hoy a mí por medio de su Palabra. Y ahora yo le respondo con mi oración.

Señor, hoy quiero agradecerte, de todo corazón, el hecho inmenso de la Encarnación. Te has rebajado y hecho uno de nosotros. Y nos has dado la posibilidad de saber lo que a Dios le gusta, lo que a Él le agrada. Qué bonito es, a través de su Hijo, poder hacer siempre lo que al Padre le agrada. ¡Gracias, Señor!

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¡Dichosa tú, que has creído!

Se ha comentado con frecuencia que el tiempo litúrgico del Adviento es el tiempo fuerte que la Iglesia nos regala para vivir la ESPERANZA. Este año en que la pandemia nos da algún respiro es importante que los cristianos vivamos esperanzados la venida de Jesús, el Hijo de Dios y de María. Estamos necesitados de esperanza y confiamos en su fuerza salvadora que nos traerá la sanación que el ser humano está necesitando en estas situaciones de crisis.

María, la humilde muchacha de Nazaret, es la protagonista de este último domingo del Adviento. Ella es la que mejor vivió la esperanza con gozo y fiándose de la Palabra de Dios. En ella se hizo realidad lo que tanto anunciaron los profetas y esperaron las generaciones anteriores del pueblo de Israel: la venida del Mesías, salido de un pueblo también humilde, Belén, tierra de David. Las profecías se hacen realidad en esa época de la historia de la salvación. Jesús, el Hijo de María, llega a nosotros y sigue dando esperanza al corazón humano porque se cumple lo que hoy proclamamos en el Salmo 79: “Oh, Dios, restáuranos, que brille tu rostro y nos salve”

En el Evangelio vemos como es reconocida María como la madre del que viene a traer la salvación. María es portadora del misterio redentor de Dios escondido en su seno y lo trasmite a Isabel, otra humilde mujer judía que también ha sido bendecida con una maternidad inesperada, “porque para Dios nada hay imposible”. Dos mujeres llenas del Espíritu Santo que en su sencillez y humildad reconocen la acción de Dios. Isabel exclama: “¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?” “Bienaventurada la que ha creído, porque lo que ha dicho el Señor se cumplirá” De la fe sencilla nace para nosotros una esperanza confiada.

María aparece en esta escena, y a lo largo de estas fechas que se acercan, como portadora de Dios a los demás. Ella es la gran “evangelizadora”, la portadora de la buena noticia de la salvación, capaz de sanar nuestros pobres corazones heridos.

María es la Virgen del Adviento, que se nos presenta como prototipo de la Iglesia y de cada uno de los cristianos, que en función de nuestro bautismo, hemos de ser portadores de esta Buena Noticia para nuestros hermanos. Si nosotros celebramos en Navidad al Dios que se hace presente en la naturaleza humana: “Dios con nosotros”, nos obliga “a toda prisa” a hacerlo presente también a los demás. Es la acción “misionera” de la Iglesia y de cualquier cristiano que se sienta responsable de hacer partícipe a los demás de su fe.

Que esta Navidad, y ahora en la Eucaristía, Jesús, el Hijo de María, se haga presente, de verdad, en nuestras vidas, para que nos llene de esperanza y así podamos superar los momentos difíciles que nos está tocando vivir. De este modo, según la expresión que oímos con frecuencia, no “dejemos atrás a nadie”, porque todos son importantes. Así en Navidad “Dios estará con nosotros y entre nosotros” ¡¡Feliz Navidad para todos!!

Fr. Manuel Gutiérrez Bandera

Comentario – Lunes III de Adviento

Mateo 21, 23-27

El tiempo de Adviento es el tiempo de preparación para… de encaminarse hacia… Raramente las grandes decisiones y los grandes compromisos surgen de la nada sin haber sido suficientemente preparados. Frente a la opción «Jesús», tan nueva desde muchos aspectos, los hombres se separarán según una elección que ya se les había presentado frente a

Juan Bautista». La posición tomada ante la llamada del Bautista prepara la posición a tomar ante la llamada de Jesús.

Trato hoy de contemplar, a mi alrededor y en mi propia vida, las múltiples elecciones humanas, que son como andaduras hacia Jesucristo, o que, por el contrario, bloquean ya cualquier avance hacia Él.

Cuando Jesús enseñaba en el templo, los príncipes de los sacerdotes y los ancianos del pueblo se acercaron a Él y le preguntaron: «¿Con qué autoridad haces estas cosas, y quién te na dado tal potestad?»

En el relato de Mateo, a esta pregunta precede la escena de Jesús expulsando a los vendedores en el templo. (Mateo 2112. IJ). Ante un «acto» tal no cabe la indiferencia: hay que tomar una decisión. Es un dilema: o esto… o esto…

Respondióles Jesús: «Yo también quiero haceros una pregunta, sólo una…»

Me gusta verte así, Señor Jesús, como una persona enérgica, que no se deja intimidar, una persona que contra-ataca. Esta era a menudo tu táctica: en vez de contestar, hacías otra pregunta.

¿Acepto, yo también dejarme interpelar? ¿Soy de los que pasan su tiempo haciendo preguntas a Dios, como si yo fuera el centro del mundo y Dios debiera estar a mi servicio? O bien ¿me dejo contestar por Dios?

La primera actitud, frente a la opción «Jesús», es la disponibilidad: aceptar que Él dirija el juego en mi vida.

¿Qué pregunta vas a hacernos, Señor?

«El bautismo de Juan, ¿de dónde era? ¿Del cielo o de los hombres?»

Efectivamente, es la pregunta más radical. Jesús va siempre directamente a lo esencial.

La opción fundamental es esta: o… o…

No hay escapatoria posible. Todo el porvenir queda comprometido.

Mas ellos discurrían, diciendo: «Si respondemos «del cielo», nos dirá… «Si respondemos, «de los hombres», tenemos que temer al pueblo… Contestaron, pues, diciendo: «No lo sabemos».

A menudo, también nosotros, contestamos huyendo, las preguntas radicales de Dios.

Hoy mismo, ¿cuál es la pregunta, la invitación, que yo siento que Dios me hace? ¿Cuál va a ser mi respuesta?

«¿Por qué no le habéis creído?»

La fe.

Si Dios habla, incluso a través de un profeta como Juan Bautista, incluso a través de personas y de acontecimientos que me solicitan, ¿cómo se explica que yo tome estas actitudes ambiguas, huidizas?

Escucho esta palabra de Jesús: «¿Por qué no creéis?» Señor, ante las grandes o las pequeñas opciones, te necesito.

Pues yo tampoco os diré con qué autoridad hago estas cosas.

A qué dar una respuesta, si no sirve para nada.

También esta escena se termina, con una decepción de Dios. Contemplo en el corazón de Cristo esta decepción de no haber sido escuchado.

Noel Quesson
Evangelios 1

La fuerza de los débiles

LA FUERZA DE LOS DÉBILES

«SE HA FIJADO EN LA HUMILDE CONDICIÓN DE SU ESCLAVA»

«Mis caminos no son vuestros caminos», advierte el Señor. Esto es lo que de forma palmaria quieren poner de relieve las lecturas de hoy al presentarnos a quienes han tenido una responsabilidad primaria en el misterio de la encarnación y nacimiento del Enviado de Dios. ¡Con lo que a nosotros nos gusta la grandeza!

Dios, sin embargo, es desconcertante. «¿De Nazaret puede salir algo bueno?» (Jn 1,46), exclama Natanael cuando Felipe le va a presentar a Jesús. Era opinión general que no se sabía el lugar de origen del Mesías, porque no podía nacer en cualquier localidad pobre y humilde, y, por eso, a pesar del testimonio de la Escritura, creían en una procedencia misteriosa; pero Miqueas afirma proféticamente: «Esto dice el Señor: Pero tú, Belén de Efratá, pequeña entre las aldeas de Judá, de ti saldrá el jefe de Israel» (Miq 5,1).

Todo en el entorno de Jesús será humilde, pobre, irrelevante. La mujer elegida para ser su madre es una aldeana de unos dieciséis años, sin cultura, pobre, hija de unos humildes vecinos de un villorrio, llamado Nazaret, perdido en las montañas de Galilea, en el extremo norte del país. María es marginada por ser mujer en la sociedad civil y en el ámbito religioso. Jesús nace en estas condiciones como un niño más de los pocos que nacen en Belén, otra aldea a la que han viajado sus padres para inscribirse en el censo del Imperio. Aquí y así empieza el acontecimiento supremo de la historia y la mayor revolución de la humanidad. Una revolución que ha congregado a miles de millones de seguidores de aquel Niño pobre, que nacerá en el más absoluto anonimato. El tema del poder de los débiles en manos de Dios no es sólo un tema favorito de Lucas, el evangelista de los pobres, sino que es una constante de toda la Historia de la Salvación: Dios sólo puede hacer maravillas «en» y «por» quien tiene un corazón pobre, humilde y servicial.

Canta la Iglesia de sí misma por boca de María: «El Señor hace maravillas en los que se sienten humildes servidores». Confiesa Gustavo Gutiérrez, iniciador e inspirador de la teología de la liberación: «Lo que me importa de verdad es la fe de mi pueblo y la fe que tengo como gracia del Señor. Lo más interesante que hay en Iberoamérica es la fe del pueblo, la enorme entrega y santidad que hay en muchas personas que trabajan anónimamente. Ellas, y no las personalidades o los teólogos, son las que representan a la Iglesia». Esto no se contrapone a que Dios haga maravillas «en» y «por» personas muy dotadas psicológica y culturalmente, siempre que sean pobres y humildes de corazón.

Dios no sólo desea realizar milagros «en» y «por medio» de personas humildes y sencillas, sino que quiere que aceptemos sus interpelaciones proféticas. María e Isabel, a pesar de ser marginadas por su condición de mujeres en el mundo civil y religioso, profetizan. «Las mayores interpelaciones de Dios – confesaba un teólogo- las he recibido del pueblo pobre y llano».

No olvidaré la interpelación a favor de los pobres de un trabajador del antiguo astillero Bazán, un verdadero profeta. Su palabra zamarreó al hablar con una fogosidad sorprendente de la pasión de Jesucristo por los pobres y por la justicia. El silencio reverencial que provocaban sus palabras era tangible. Impresionaba escucharle la denuncia de traición de los cristianos al mensaje y a la actitud de Jesús ante los pobres y excluidos. Como garantía inequívoca de sus palabras está su vida de servicio incondicional a ellos. Dedica todo el tiempo libre después de su jornada laboral a ayudar a personas y familias a través de Caritas parroquial. ¿Vamos a taparnos los oídos ante esta interpelación como hicieron algunos pretextando: «¿Qué nos puede enseñar a nosotros esa persona sin cultura? Bien, le ha dado por la chifladura de los pobres…». Sin embargo, ¡con qué encomios ensalza el párroco su entrega!

 

A DISPOSICIÓN DE DIOS

La mera condición de persona o colectivo humilde y sencillo no convierte automáticamente en mediador eficaz de salvación. Se necesitan las actitudes y disposiciones que animaban el espíritu de María:

Pasión por el Reino. Para ser mediadores eficaces de salvación y no obstáculo es preciso estar, como María, apasionados por el Reinado de Dios con espíritu de servicio. Sólo quien ama, quien se da desinteresadamente, revela el rostro de Dios. Quien sólo se busca a sí mismo, aunque sea en las tareas más sagradas, no sólo no ayudará a que el Señor sea acogido, sino que será un estorbo y causa de negación de la fe, porque generará conflictos, confusión y descrédito. María sólo buscó servir: «He aquí la esclava del Señor» (Lc 1,38).

Cuando Juan XXIII anuncia el Concilio Vaticano II, altos dignatarios se lo rebaten con dureza como una improvisación peligrosa. Monseñor Capodevila, su secretario, que contempla la escena y es quien lo relata, le comenta: «Santidad, ¿cómo pudo tener tanto coraje para oponerse a tan altos dignatarios? ¿No sabe que le puede costar serios disgustos?». «Mira, le replica el Papa con firmeza, desde que he puesto el amor propio debajo de los pies, no le tengo miedo a nadie y me opongo con justicia a quien sea». Precisamente, porque no se buscó a sí mismo, el mundo le debe la primavera de la Iglesia que fue el Concilio.

Dejarse guiar por Dios. Es preciso averiguar y discernir los proyectos que Dios nos tiene reservados, como María; ella dialoga y discierne la voluntad de Dios antes de pronunciar su «sí». Esto mismo hizo Pablo: «Señor, ¿qué quieres que haga?» (Hch 22,10), como han hecho siempre los grandes creyentes. No se puede ir por libre; no es cuestión de embarcarse en el primer compromiso que se me ocurre porque me resulta gratificante o por acceder a la primera llamada de un amigo, de un compañero o de un miembro de una organización. Es preciso discernir la voluntad de Dios, descubrir dónde quiere que estemos y actuemos. Y esto no sólo a nivel personal, sino también de familia, grupo o comunidad. Sólo seremos mediación eficaz en manos del Espíritu cuando con toda disponibilidad, como María, digamos: «He aquí tu servidor incondicional para hacer tu voluntad y no la mía» (Cf. Lc 1,38; 22,42).

La unión hace la fuerza. El sujeto primario de la evangelización y de la construcción del Reino es la comunidad, no el creyente individualmente. Jesús envía a los suyos en comunidad: «Id y haced discípulos de todas las naciones» (Mt 28,19), «curad enfermos, resucitad muertos, limpiad leprosos, echad demonios» (Mt 10,8). Difícilmente abriremos las puertas de los corazones a Cristo si cada uno de sus discípulos va de francotirador. «La unión hace la fuerza», dice el viejo refrán. En este sentido fallan rotundamente las matemáticas: «Un débil más otro débil, afirma Leonardo Boff, más otro débil, no son tres débiles, sino tres fuertes». Señala Helder Cámara: «Cuando uno sueña, pues es un sueño; cuando sueñan varios al mismo tiempo, ya es realidad». Ir por libre es, la mayoría de las veces, quemarse inútilmente y no hacer nada.

La unión es origen de grandes instituciones eclesiales y humanitarias: Francisco de Asís y otros cinco formarán el grupo de «los locos de Asís», que desencadenarán la gran revolución franciscana; otro tanto ocurre con los carmelitas, jesuitas, claretianos y demás institutos religiosos de la Iglesia.

Confianza en Dios. «No temas, María; el Señor está contigo». Y el ángel le confirma: «Para Dios no hay nada imposible» (Lc 1,28.37). Si después del discernimiento estoy seguro de que el compromiso que he abrazado es voluntad de Dios, he de estar seguro también de que el Señor me proporcionará las luces y las fuerzas necesarias para llevarlo a cabo. Como Dios a todos los profetas, el Señor resucitado le dice a Pablo: «No temas, sigue hablando y no te calles, que yo estoy contigo» (Hch 18,10). Esto dice también a todo el que se embarca en una aventura inspirada por él.

«Cuando sé que algo es clara voluntad de Dios, me decía un joven, nada me asusta ni me detiene». ¿Por qué asustarse ante las arduas propuestas del Señor si Él está detrás como garantía? Por eso, hemos de exclamar como Pablo: «Si Dios está con nosotros, ¿quién podrá contra nosotros?» (Rm 8,3 ).

Atilano Alaiz

Lc 1, 39-45 (Evangelio Domingo IV de Adviento)

María: confianza absoluta en Dios

El evangelio de Lucas relata la visita de María a Isabel; una escena maravillosa; la que es grande quiere compartir con la madre del Bautista el gozo y la alegría de lo que Dios hace por su pueblo. Vemos a María que no se queda en el fanal de la “anunciación” de Nazaret y viene a las montañas de Judea. Es como una visita divina, (como si Dios saliera de su templo humano) ya que podría llevar ya en su entrañas al que es “grande, Hijo del Altísimo” y también Mesías porque recibirá el trono de David. ¡Muchos títulos, sin duda! Es verdad que discuten los especialistas si el relato permite hacer estas afirmaciones. Podría ser que todavía María no estuviera embarazada y va a la ciudad desconocida de Judea para experimentar el “signo” que se le ha dado de la anunciación de su pariente en su ancianidad. Por eso es más extraño que María vaya a visitar a Isabel y que no sea al revés. La escena no puede quedar solamente en una visita histórica a una ciudad de Judá. Sin embargo, esa visita a su parienta Isabel se convierte en un elogio a María, “la que ha creído” (he pisteúsasa). Gabriel no había hecho elogio alguno a las palabras de María en la anunciación: “he aquí la esclava del Señor…”, sino que se retira sin más en silencio. Entonces esta escena de la visitación arranca el elogio para la creyente por parte de Isabel e incluso por parte del niño que ella lleva, Juan el Bautista.

Vemos a María ensalzada por su fe; porque ha creído el misterio escondido de Dios; porque está dispuesta a prestar su vida entera para que los hombres no se pierdan; porque puede traer en su seno a Aquél que salvará a los hombres de sus pecados. Este acontecimiento histórico y teológico es tan extraordinario para María como para nosotros. Y tan necesario para unos y para otros como la misma esperanza que ponemos en nuestras fuerzas. Eso es lo que se nos pide: que esa esperanza humana la depositemos en Jesús. Pero es verdad que leído en profundidad este relato tiene como centro a María, aunque sea por lo que Dios ha hecho en ella. Dios puede hacer muchas cosas, pero los hombres pueden “pasar” de esas acciones y presencias de Dios. El relato, sin embargo, quiere mostrarnos el ejemplo de esta muchacha que con todo lo que se le ha pedido pone su confianza en Dios. Por el término que usa Lucas en boca de Isabel “he pisteúsasa”, la que ha creído, significa precisamente eso: una confianza absoluta en Dios. Si no es así, la salvación de Dios puede pasar a nuestro lado sin darnos cuenta de ello. María y Dios o Dios es María son la esencia de este relato. No es que carezca de su dimensión cristológica, pero todavía no es el momento, para Lucas, de conceder el protagonismo necesario a su hijo Jesús. Asimismo, el salto en el vientre de Juan también es primeramente por la “confianza” de María en Dios. Eso es lo que la hace, pues, la “hija de Sión” del profeta Sofonías.

Porque hoy también hay una «hija de Sión» y una presencia de Dios en nuestro mundo: Es la comunión de los servidores, de las personas audaces, de los profetas sin nombre, de los que hacen la paz y de los que sufren por la justicia. Una hija o comunidad que supera los límites de cualquier Iglesia determinada y configurada como perfecta. Son como la prolongación de María de Nazaret ante la necesidad que Dios tiene de los hombres para estar cercano a cada uno de nosotros. De ahí que en el Cuarto Domingo de Adviento la liturgia expone el misterio de Dios a nuestra devoción. Y debemos aprender, no a soportar el misterio, sino a amarlo, porque ese misterio divino es la encarnación. Ello significa que la vida se realiza en conexiones mayores de las que el hombre puede disponer y comprender. La vida tiene cosas más profundas para que el hombre pueda gobernarlas, comprenderlas o producirlas a su antojo. Y es que todo lo que nosotros creemos que es lo último, en realidad es lo penúltimo; así nos sucede casi siempre. Y por eso es tan necesaria la fe. De ahí que, con toda razón, este Domingo propone como clave de vivencias la fe; fe en la encarnación, en que Dios siempre esta a nuestro lado, en que debe existir un mundo mejor que este. Y esa fe se nos propone en María de Nazaret, para que advirtamos que el hombre que quiere ser como un dios, se perderá; pero quien acepte al Dios verdadero, vivirá con El para siempre.

El Cuarto Domingo de Adviento es la puerta a la Navidad. Y esa puerta la abre la figura estelar del Adviento: María. Ella se entrega al misterio de Dios para que ese misterio sea humano, accesible, sin dejar de ser divino y de ser misterio. Y por eso María es el símbolo de una alegría recóndita. En la anunciación, acontecimiento que el evangelio de hoy presupone, encontramos la hora estelar de la historia de la humanidad. Pero es una hora estelar que acontece en el misterio silencioso de Nazaret, la ciudad que nunca había aparecido en toda la historia de Israel. Es en ese momento cuando se conoce por primera vez que existe esa ciudad, y allí hay una mujer llamada María, donde se llega Dios, de puntillas, para encarnarse, para hacerse hombre como nosotros, para ser no solamente el Hijo eterno del Padre, sino hijo de María y hermano de todos nosotros.

Fray Miguel de Burgos Núñez

Heb 10, 5-10 (2ª lectura Domingo IV de Adviento)

Una vida personal para unirnos a Dios

En la carta a los Hebreos (10, 5-10) aparece otro lenguaje distinto para hablar también de la encarnación y de la disponibilidad del Hijo eterno de Dios para ser uno de nosotros, para acompañarnos en ser hombres. Su vida es una ofrenda, no de sacrificios y holocaustos, que no tienen sentido, sino de entrega a nosotros. El texto está construido con el apoyo en el Salmo 40. El autor de la carta rechaza los sacrificios (cuatro géneros de sacrificios) para mostrar su inoperancia: en realidad todos los sacrificios de animales y ofrendas de cualquier tipo, y presenta la vida de Cristo, el Sumo Sacerdote, como verdadero sacrificio: porque es personal.

El autor considera que es un oráculo de la venida y de la presencia de Cristo: “He aquí que vengo para hacer tu voluntad”. La “encarnación”, pues, viene a sustituir los sacrificios antiguos, porque “Alguien” ha venido de parte de Dios para personalizar humanamente la voluntad de Dios. El culto ritual, pues, frente a la encarnación es lo que el autor infiere de todo este contexto del Sal 40. De esa manera ya desde su “venida”, desde su encarnación, desde su nacimiento, se muestra el misterio de la ofrenda que va a la par con la conciencia más radical. Por eso, en virtud de esta voluntad de Dios, la historia humana y religiosa no se resuelve con la inoperancia de ofrendas sin alma y sin corazón. Dios tenía un proyecto de estar con nosotros para siempre (de una vez por todas). El “cuerpo” en este caso es la persona, su historia desde el primer momento hasta el final.

Fray Miguel de Burgos Núñez

Miq 5, 1-4 (1ª lectura Domingo IV de Adviento)

El misterio de lo pequeño

Las lecturas de este domingo quieren magnificar todo esto que está llegando como lo más concreto de la Navidad. El profeta Miqueas, contemporáneo del gran profeta Isaías, con palabras menos brillantes que ese maestro, pero con intuición no menos radical, presenta los tiempos salvíficos desde la humildad de Belén, donde había nacido David. Por lo mismo, el Mesías  debe venir de otra manera a como se le esperaba. Su experiencia de la invasión asiria y su escándalo de cómo siente y vive Jerusalén, la capital, le inspira un mensaje que ha sido “adaptado” como oráculo mesiánico sobre Belén, el pueblo donde nació el rey David.

Como sucede en muchos oráculos proféticos no hay nitidez entre el presente inmediato y el futuro. Si miramos el texto en profundidad podría inferir algunos aspectos interesantes y teológicos: Del nuevo rey se destaca: 1) sus orígenes humildes, como humildes fueron los orígenes de David, significados en la aldea de Belén; 2) su continuidad con la dinastía davídica, que gobierna al pueblo «desde tiempo inmemorial»; 3) será el final del tiempo actual de abandono y dispersión: el pueblo entero, incluso el Reino del Norte destruido, será nuevamente reunido; 4) en él se manifestará la obra de Dios que, a través de este rey, velará por su pueblo; 5) el objetivo es que el pueblo pueda vivir en paz, liberado de las angustias que ahora sufre: por eso este rey tiene como nombre la misma paz.

Este oráculo del profeta Miqueas sobre Belén de Éfrata es asumido en la tradición cristiana por el uso que hacen de él claramente Mateo (2,5-6) y Juan (7,42), con una pregunta con la que se quiere parafrasear una tradición judía. Se consigna la villa de Belén de Judá como el lugar de nacimiento del Mesías esperado. Pero la verdad es que Jesús nunca dio a entender que hubiera nacido en Belén de Judá y más bien parece nacido en Nazaret (cf. Jn 1,45-46; 19,19). Por eso habría que pensar que, fuera de este texto que la tradición cristiana valora en profundidad, el judaísmo oficial pensaba más en Jerusalén, como “ciudad de David” que le pertenecía por conquista. Luego, los cristianos, al aceptar a Jesús como Mesías, después de la resurrección, vieron lógico que naciera en Belén. Pero, asimismo, quisieron ver en el cumplimiento de este oráculo el sentido de lo pequeño y de lo insignificante frente al poder de la capital, donde se decidió la muerte de Jesús. Porque ése es, sin duda, el sentido que también tiene el texto del profeta Miqueas.

Fray Miguel de Burgos Núñez

Comentario al evangelio – Lunes III de Adviento

¿Con qué autoridad haces esto?

El evangelio de hoy presenta a Jesús debatiendo, una vez más, con los sumos sacerdotes y ancianos del pueblo. En esta ocasión, son ellos quienes inician la conversación con una pregunta que, bajo apariencias de adulación, escondía veneno. Le interrogan acerca del origen de la insólita autoridad con la que actuaba Jesús. Porque su fuerza seductora le hacía tan atractivo e irresistible ante el pueblo, tan increíblemente “divino”, que se convertía en serio competidor de la religión oficial, la que ellos representaban. Era la suya una pregunta hecha con malicia, sin interés alguno por abrirse a la verdad escondida en la persona del Maestro, en sus obras y en su mensaje.

Bajo su pregunta, estas autoridades religiosas escondían una baza sibilina: arrancar de labios de Jesús una clara y concluyente confesión acerca de sus pretensiones. Hurgaban en su conciencia para ponerle contra las cuerdas. Le solicitaban subrepticiamente una legitimación verbal de su creciente mesianismo. Lo que pedían era, ni más ni menos, una declaración formal de ese profetismo suyo, que le hacía acreditarse como representante directo de Dios. Les serviría de convincente acusación. En el fondo de esa larga polémica, cada vez más cruda e insostenible, Jesús mostró, siempre y sin ningún tipo de concesiones, su referencia, directa y sin igual, a la autoridad de Dios. Y eso, además de insólito y atrevido, era sumamente peligroso.

Hábilmente Jesús, sin sentirse obligado a responder a la pregunta, pasa al contraataque con otra pregunta acerca de lo que ellos pensaban sobre Juan Bautista. Estos grupos dirigentes jamás reconocieron al Bautista su rango de profeta acreditado, pero tampoco quisieron enfrentarse con el pueblo que lo adoraba. La brillantez dialéctica de la pregunta del Señor les hunde en un silencio tenso. Se sienten descubiertos. Jesús desenmascara su actitud retorcida y su patraña. Y así, con magistral elegancia diplomática, les despide sin entrar en el juego fatuo que le han tendido.

El pasaje nos alecciona sobre el diálogo. Éste sólo es posible y auténtico si por ambas partes se da limpieza de intención y búsqueda honesta de la verdad. No todos están dispuestos a abrirse cabalmente a la verdad. Porque, como dijo en una ocasión O. Wilde, “la verdad es una cosa muy dolorosa de oír y de manifestar”. Jesús se vuelve hermético ante quien, al dirigirse a él, va buscando con mente obtusa, bajos intereses ajenos a la verdad. Con Él no se juega. Muchas veces los únicos que se atreven a buscar la verdad son los que no tienen nada que perder. Tal vez por eso, los más “buenos” no son siempre los más sinceros.

Ciudad Redonda

Meditación – Lunes III de Adviento

Hoy es lunes III de Adviento.

La lectura de hoy es del evangelio de Mateo (Mt 21, 23-27):

En aquel tiempo, Jesús entró en el templo. Mientras enseñaba se le acercaron los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo diciendo: «¿Con qué autoridad haces esto? ¿Y quién te ha dado tal autoridad?». Jesús les respondió: «También yo os voy a preguntar una cosa; si me contestáis a ella, yo os diré a mi vez con qué autoridad hago esto. El bautismo de Juan, ¿de dónde era?, ¿del cielo o de los hombres?». Ellos discurrían entre sí: «Si decimos: ‘Del cielo’, nos dirá: ‘Entonces, ¿por qué no le creísteis?’. Y si decimos: ‘De los hombres’, tenemos miedo a la gente, pues todos tienen a Juan por profeta». Respondieron, pues, a Jesús: «No sabemos». Y Él les replicó asimismo: «Tampoco yo os digo con qué autoridad hago esto».

Hoy, intrigados, los sumos sacerdotes y ancianos cuestionan la elevada y enérgica autoridad que manifestaba Jesucristo. Ya desde antiguo, el «Libro del Deuteronomio» no prometía un rey de Israel y del mundo (¡un nuevo David!), sino un «nuevo Moisés». Es decir, se anunciaba un «profeta» tal como sólo los había en Israel: no un adivino del futuro, sino alguien que mostrara el rostro de Dios y, con ello, el camino que debemos tomar. 

También en el «Deuteronomio», Dios promete a Israel «un profeta como Yo» (18,15). Era el anuncio de algo grande: un «nuevo Moisés». Lo verdaderamente decisivo de Moisés —prodigios aparte— es que habló con Dios, como con un amigo. Pero Moisés no vio el rostro de Dios, sino sólo su «espalda» (Dt 33,23). El acceso inmediato de Moisés a Dios —que le convierte en el gran mediador de la Alianza— tenía sus límites.

—Jesús, como «nuevo Moisés», nos revelas plenamente al Padre y eres el mediador de la Nueva Alianza. ¡He ahí el origen de tu autoridad!

REDACCIÓN evangeli.net

Liturgia – Santa Lucía

VIERNES. SANTA LUCÍA, virgen y mártir, memoria obligatoria

Misa de la memoria (rojo)

Misal: 1ª oración propia y el resto del común de mártires (para una virgen mártir) o de vírgenes (para una virgen), Prefacio I o III de Adviento o de la memoria. Conveniente Plegaria I.

Leccionario: Vol. II

  • Núm 24, 2-7. 15-17a. Avanza una estrella de Jacob.
  • Sal 24.Señor, instrúyeme en tus sendas.
  • Mt 21, 23-27.El bautismo de Juan ¿de dónde venía?

Antífona de entrada
Esta virgen valiente, ofrenda de pureza y castidad, sigue al Cordero crucificado por nosotros.

Monición de entrada y acto penitencial
Al comenzar la celebración de la Eucaristía en el día en el que celebramos la memoria de Santa Lucía, cuyo nombre rememora “la luz” y que en este tiempo del Adviento nos prepara para recibir a Jesús -quien hace realidad las promesas de Dios al pueblo de Israel-, convirtamos nuestros corazones y llevemos una vida honrada y religiosa, mientras esperamos la aparición gloriosa del gran Dios y Salvador nuestro., Pidámosle perdón por nuestros pecados.

• Tú que descendiste del cielo para traernos el perdón del Padre. Señor, ten piedad.
• Tú que vienes a visitarnos, para que en tu presencia encontremos la paz. Cristo, ten piedad.
• Tú que volverás con gloria al fin de los tiempos para pedirnos cuenta del trabajo que nos encomendaste. Señor, ten piedad.

Oración colecta
TE pedimos, Señor,
que la gloriosa intercesión de santa Lucía, virgen y mártir,
sea nuestro apoyo para celebrar ahora su nacimiento para el cielo
y contemplar también las realidades eternas.
Por nuestro Señor Jesucristo.

Oración de los fieles
Mientras aguardamos, en este tiempo santo de Adviento, la venida de Jesucristo, nuestro Redentor, elevemos nuestra oración a Dios Padre, fuente y principio de todo bien.

1.- Para que la Iglesia, con el ejemplo de su santidad, pueda enseñar con valentía los caminos de Cristo. Roguemos al Señor.

2.- Para que Jesús invite a muchos jóvenes a seguirlo en el ministerio sacerdotal al servicio de nuestra diócesis. Roguemos al Señor.

3.- Para que la suprema autoridad de Cristo oriente el gobierno de las naciones, y avancen en la paz y la concordia. Roguemos al Señor.

4.- Para que los pobres y los que sufren vena encendida la lámpara de la esperanza en la venida gloriosa de Cristo. Roguemos al Señor.

5.- Para que la intercesión de santa Lucía nos alcance la luz de la fe y abra los ojos de nuestro corazón para descubrir los bienes eternos. Roguemos al Señor.

Escucha con piedad nuestras súplicas, Señor, e ilumina las tinieblas de nuestro corazón con la gracia de tu Hijo, que viene a visitarnos. Él, que vive y reina contigo.

Oración sobre las ofrendas
SEÑOR,
que los dones que te presentamos en la fiesta de santa Lucía
sean tan agradables a tu bondad como lo fue para ti
el combate de su martirio.
Por Jesucristo, nuestro Señor.

Prefacio I o III de Adviento

Antífona de comunión Ap 7, 17
El Cordero que está delante del trono los conducirá hacia fuente de aguas vivas.

Oración después de la comunión
FRUCTIFIQUE en nosotros, Señor,
la celebración de estos sacramentos,
con los que tú nos enseñas,
ya en este mundo que pasa,
a descubrir el valor de los bienes del cielo
y a poner en ellos nuestro corazón.
Por Jesucristo, nuestro Señor.