Comentario – Domingo IV de Adviento

En aquellos días, dice el texto evangélico. Eran los días de la anunciación: días de altas emociones y sobresaltos para María; días en que se siente arrebatada por el torbellino del Misterio; días en los que Dios se hacía especialmente presente en su vida, alterando planes y proyectos. En tales días, María se puso en camino fue aprisa a la montaña.

La acción de “ponerse en camino” implica normalmente el abandono (al menos provisional) de la propia casa, que es el lugar de la seguridad, del sosiego, de la comodidad; por tanto, un acto que brota de una actitud de desprendimiento. Y María se pone en camino impulsada por el “secreto” que late en su corazón: ella es la elegida por Dios para ser la madre del Mesías esperado; y por la necesidad de compartir este secreto que es demasiado grande para cargar sola con él.

Una visita, la de Dios, la ha llevado a toda prisa a otra visita, la de su pariente (prima o tía) Isabel. De la primera es paciente: ella es la visitada; de la segunda es agente: es ella la que visita a Isabel; y lo hace con la urgencia de compartir su secreto con una persona de su confianza y condición.

Por fin llega a su lugar de destino, que la tradición sitúa en Ain Karin, pequeña localidad de Judá, a siete kilómetros de Jerusalén. Allí vive Isabel, mujer de edad avanzada y sin hijos. Se produce el encuentro. Hay intercambio de saludos en una atmósfera de misterio y solemnidad.

Isabel, llena del Espíritu Santo, prorrumpe en gritos de exultación y alabanza: Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre. Isabel no ha necesitado que nadie le informe. Dios mismo la ha puesto al corriente de esta increíble noticia: tiene ante sí a la bendita entre las mujeres, es decir, a la elegida para una singularísima maternidad, porque su vientre virgen ha comenzado a llenarse de un fruto bendito. ¿Qué fruto puede ser más bendito que el mismo Hijo del Altísimo, el engendrado del Padre? Tal es el fruto que hace bendita a la madre.

Dichosa tú, que has creído… Dichosa precisamente porque has creído. La causa de la dicha se pone inmediatamente en la fe, aunque mediatamente en el cumplimiento de lo dicho: … porque lo que ha dicho el Señor se cumplirá. María es ya dichosa por haber creído, o mejor aún, por ser la llena de gracia, puesto que su fe no es sino el fruto de su plenitud de gracia; pero semejante dicha llegará a su colmo cuando alumbre a su hijo y se cumpla lo dicho por el Señor. Entonces, con la realización de la promesa crecerá el gozo y la fe.

Todo guarda una armoniosa conexión: la gracia, la fe, el gozo, la oración, el servicio. Porque María hace su acto de fe, su fiat (hágase en mí según tu palabra) estando en oración, esto es, en diálogo con Dios o con su mensajero; y lo hace impulsada por la gracia de la que está llena, dado que el Señor está con ella. Y a la oración sigue la acción, el ponerse en camino para compartir o para visitar a una persona en situación de necesidad.

Visitar al enfermo, o al anciano, o al prisionero… se encuentra entre las obras de misericordia. Así, a la dicha de la fe se añade la de la caridad: Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino prometido, porque tuve hambre y me disteis de comer, estuve enfermo y en la cárcel, y vinisteis a vermeDichosa tú, que has creído; pero también: Dichosa tú, porque has venido a verme, por tu misericordia para con el necesitado.

La verdadera oración debe ir acompañada de buenos propósitos y de buenas acciones; más aún, debe ser la energía que alimente nuestros buenos propósitos y obras y el motor que nos impuse a hacer el bien. Para que nuestras acciones estén movidas por Dios necesitamos de la oración; pero para que nuestra oración no se convierta en una evasión placentera o una búsqueda sutil de nosotros mismos debe ir acompañada de las obras de misericordia. Dios es amor, y el trato con Dios debe lanzarnos necesariamente al mundo para encarnar ese mismo amor, a ejemplo de Jesús y de María.

Es la atención a la palabra de Dios la que permite a María decir: Hágase en mí según tu palabra. Y es la recepción de esta palabra la que la hace ponerse en camino para cumplir su obra de misericordia, servir de auxilio a la anciana y ya grávida de seis meses Isabel. Su conciencia de esclava del Señor, de depender enteramente de él, careciendo de todo derecho ante él, le lleva de inmediato a hacerse esclava de los demás convirtiéndose en servidora del prójimo necesitado.

Es la palabra de Dios, acogida en la oración, la que nos hace tomar conciencia de nuestra pertenencia a él, es decir, de que somos siervos suyos, si bien siervos transformados en amigos. Se trata, pues, de una esclavitud asumida voluntariamente por amor, una esclavitud filial y amigable. Tal conciencia debe impulsarnos a ponernos al servicio de nuestros hermanos, porque sirviéndoles a ellos (a los que Dios quiere y cuando y como Dios quiere) estaremos sirviendo al mismo Dios.

Servir es una condición esencial del cristiano (para eso vino Cristo a este mundo) y una obligación. En toda circunstancia tenemos que preguntarnos: ¿Con qué espíritu sirvo yo a quienes me corresponde servir? ¿Lo hago de buena gana, sólo cuando me pagan o recompensan de algún modo? ¿Sirvo sólo cuando el servicio que se me pide me resulta grato, o cómodo, o digno de mi categoría personal o social? ¿Presto mi servicio con generosidad, delicadeza, diligencia, alegría, serenidad, sin exigir ni esperar recompensa inmediata, sin pasar factura, de balde, por amor de Dios y del prójimo a quienes sirvo?

Si no servimos como lo hizo ella es seguramente porque no escuchamos la voz de Dios con la disponibilidad con que lo hizo ella. Preparemos la Navidad disponiéndonos a acoger al Verbo como lo hizo la virgen María.

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ-CID
Dr. en Teología Patrística

Anuncio publicitario

I Vísperas – Domingo IV de Adviento

I VÍSPERAS

DOMINGO IV de ADVIENTO

INVOCACIÓN INICIAL

V/. Dios mío, ven en mi auxilio
R/. Señor, date prisa en socorrerme.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

HIMNO

Mirad las estrellas fulgentes brillar,
sus luces anuncian que Dios ahí está,
la noche en silencio, la noche en su paz,
murmura esperanzas cumpliéndose ya.

Los ángeles santos, que vienen y van,
preparan caminos por donde vendrá
el Hijo del Padre, el Verbo eternal,
al mundo del hombre en carne mortal.

Abrid vuestras puertas, ciudades de paz,
que el Rey de la gloria ya pronto vendrá;
abrid corazones, hermanos, cantad
que vuestra esperanza cumplida será.

Los justos sabían que el hambre de Dios
vendría a colmarla el Dios del Amor,
su Vida en su vida, su Amor en su amor
serían un día su gracia y su don.

Ven pronto, Mesías, ven pronto, Señor,
los hombres hermanos esperan tu voz,
tu luz, tu mirada, tu vida, tu amor.
Ven pronto, Mesías, sé Dios Salvador. Amén.

SALMO 121: LA CIUDAD SANTA DE JERUSALÉN

Ant. Mirad: vendrá el deseado de todos los pueblos, y se llenará de gloria la casa del Señor.

¡Qué alegría cuando me dijeron:
«Vamos a la casa del Señor»!
Ya están pisando nuestros pies
tus umbrales, Jerusalén.

Jerusalén está fundad
como ciudad bien compacta.
Allá suben las tribus,
las tribus del Señor,

según la costumbre de Israel,
a celebrar el nombre del Señor;
en ella están los tribunales de justicia,
en el palacio de David.

Desead la paz a Jerusalén:
«Vivan seguros los que te aman,
haya paz dentro de tus muros,
seguridad en tus palacios.»

Por mis hermanos y compañeros,
voy a decir: «La paz contigo.»
Por la casa del Señor, nuestro Dios,
te deseo todo bien.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Mirad: vendrá el deseado de todos los pueblos, y se llenará de gloria la casa del Señor.

SALMO 129: DESDE LO HONDO A TI GRITO, SEÑOR

Ant. Ven, Señor, y no tardes: persona los pecados de tu pueblo, Israel.

Desde lo hondo a ti grito, Señor;
Señor, escucha mi voz;
estén tus oídos atentos
a la voz de mi súplica.

Si llevas cuenta de los delitos, Señor,
¿quién podrá resistir?
Pero de ti procede el perdón,
y así infundes respeto.

Mi alma espera en el Señor,
espera en su palabra;
mi alma aguarda al Señor,
más que el centinela a la aurora.

Aguarde Israel al Señor,
como el centinela a la aurora;
porque del Señor viene la misericordia,
la redención copiosa;
y él redimirá a Israel
de todos sus delitos.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Ven, Señor, y no tardes: persona los pecados de tu pueblo, Israel.

CÁNTICO de FILIPENSES: CRISTO, SIERVO DE DIOS, EN SU MISTERIO PASCUAL

Ant. Mirad: se cumple ya el tiempo en el que Dios envía a su Hijo al mundo.

Cristo, a pesar de su condición divina,
no hizo alarde de su categoría de Dios;
al contrario, se despojó de su rango
y tomó la condición de esclavo,
pasando por uno de tantos.

Y así, actuando como un hombre cualquiera,
se rebajo hasta someterse incluso a la muerte,
y una muerte de cruz.

Por eso Dios lo levantó sobre todo
y le concedió el «Nombre-sobre-todo-nombre»;
en el cielo, en la tierra, en el abismo,
y toda lengua proclame:
Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Mirad: se cumple ya el tiempo en el que Dios envía a su Hijo al mundo.

LECTURA: 1Ts 5, 23-24

Que el mismo Dios de la paz os consagre totalmente, y que todo vuestro espíritu, alma y cuerpo, sea custodiado sin reproche hasta la venida de nuestro Señor Jesucristo. El que os ha llamado es fiel y cumplirá sus promesas.

RESPONSORIO BREVE

R/ Muéstranos, Señor, tu misericordia.
V/ Muéstranos, Señor, tu misericordia.

R/ Danos tu Salvación.
V/ Tu misericordia.

R/ Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
V/ Muéstranos, Señor, tu misericordia.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. Oh Adonai, Pastor de la casa de Israel, que te apareciste a Moisés en la zarza ardiente y en el Sinaí le diste tu ley, ven a librarnos con el poder de tu brazo.

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Oh Adonai, Pastor de la casa de Israel, que te apareciste a Moisés en la zarza ardiente y en el Sinaí le diste tu ley, ven a librarnos con el poder de tu brazo.

PRECES
Oremos, hermanos, a Cristo, el Señor, que nació de la Virgen María, y digámosle:

Ven, Señor Jesús.

Hijo unigénito de Dios, que has de venir al mundo como mensajero de la alianza,
— haz que el mundo te reciba y te reconozca.

Tú que, engendrado en el seno del Padre, quisiste hacerte hombre en el seno de María,
— líbranos de la corrupción de la carne.

Tú que, siendo la vida, quisiste experimentar la muerte,
— no permitas que la muerte pueda dañar a tu pueblo.

Tú que, en el día del juicio, traerás contigo la recompensa,
— haz que tu amor sea entonces nuestro premio.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

Señor Jesucristo, que por tu muerte socorriste a los muertos,
— escucha las súplicas que te dirigimos por nuestros difuntos.

Porque Jesús ha resucitado, todos somos hijos de Dios; por eso nos atrevemos a decir:
Padre nuestro…

ORACION

Derrama, Señor, tu gracia sobre nosotros, que, por el anuncio del ángel, hemos conocido la encarnación de tu Hijo, para que lleguemos, por su pasión y su cruz, a la gloria de la resurrección. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Amén.

CONCLUSIÓN

V/. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R/. Amén.

Lectio Divina – 18 de diciembre

“Lo engendrado en ella es obra del Espíritu Santo

1.-Oración introductoria.

Señor, me impresionan estas palabras del Ángel acerca de María: “Lo engendrado en ella es obra del Espíritu Santo”.  ¿Qué pasa entre María y el Espíritu? María, por ser siempre fiel al Espíritu, se ha topado con el Misterio. No ha intentado abrirlo, descubrirlo, sino que ha cargado con él y se ha fiado plenamente de Dios. Dame, Señor, la gracia de aceptar de Ti aquello que me rebasa, me trasciende y no acabo de entender. Más que entenderte, Dios mío, quiero creerte y fiarme de Ti.

2.- Lectura reposada del evangelio: Mateo 1, 18-24

La generación de Jesucristo fue de esta manera: Su madre, María, estaba desposada con José y, antes de empezar a estar juntos ellos, se encontró encinta por obra del Espíritu Santo. Su marido José, como era justo y no quería ponerla en evidencia, resolvió repudiarla en secreto. Así lo tenía planeado, cuando el Ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: «José, hijo de David, no temas tomar contigo a María tu mujer porque lo engendrado en ella es del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados». Todo esto sucedió para que se cumpliese el oráculo del Señor por medio del profeta: Ved que la virgen concebirá y dará a luz un hijo, y le pondrán por nombre Emmanuel, que traducido significa: «Dios con nosotros». Despertado José del sueño, hizo como el Ángel del Señor le había mandado, y tomó consigo a su mujer.

3.- Qué dice el texto.

          Meditación-reflexión.

Resulta difícil aceptar la postura de José, el hombre justo, dispuesto a repudiar en secreto a María. Él no quería denunciarla porque también a la mujer “desposada” que se le sorprendía en adulterio, se le mandaba apedrear.  Y había decidido “repudiarla en secreto”, es decir, darle el divorcio. ¿En qué situación hubiera quedado la Virgen? La Virgen necesitaba a José más que nunca. Unas relaciones dentro de los “desposorios” no era ningún escándalo. Hay autores que van por otro camino mucho más convincente: Cuando María da señales de embarazo, José percibe que María está tocada por el misterio de Dios. Y, ante la cercanía de Dios, todo hombre religioso tiende a huir. Y piensa: María está llena de Dios. María es demasiado para mí. ¡No la merezco! Lo mismo que hizo Pedro ante la pesca milagrosa: “Apártate de mí, no merezco estar contigo”. Y Jesús le dijo: “No tengas miedo” (Lc. 5,8-10). Es lo que el Ángel le dice a San José: “No temas tomar contigo a María”. Aquí se descubre la gran humildad de José, el hombre que quiere vivir en el anonimato, sin ningún protagonismo de nada. ¿Qué vio Dios en María para ser elegida como madre suya? “Ha mirado la pequeñez de su esclava” (Lc. 1,48). ¿Y qué ha visto Dios en San José para ser el que asuma el oficio de padre de Jesús? Su gran humildad. Notemos  que José asume este oficio en calidad de “igualdad” con su esposa. Pensemos en la queja cariñosa de la madre a Jesús: “Por qué has hecho esto con nosotros? Tu padre y yo angustiados te buscábamos”. (Lc. 2,48). Tu padre y yo siempre juntos: juntos caminamos, juntos te buscamos, juntos sufrimos por Ti. En este matrimonio nadie es más que nadie.

Palabra del Papa

“También san José tuvo la tentación de dejar a María, cuando descubrió que estaba embarazada; pero intervino el ángel del Señor que le reveló el diseño de Dios y su misión de padre putativo; y José, hombre justo, “tomó consigo a su esposa” y se convirtió en el padre de la familia de Nazaret. Toda familia necesita al padre. Hoy nos detenemos sobre el valor de este rol, y quisiera iniciar por algunas expresiones que se encuentran en el Libro de los Proverbios, palabras que un padre dirige al propio hijo y dice así: “Hijo mío, si tu corazón es sabio, también se alegrará mi corazón: mis entrañas se regocijarán, cuando tus labios hablen con rectitud”. No se podría expresar mejor el orgullo y la conmoción de un padre que reconoce haber transmitido al hijo lo que cuenta de verdad en la vida, o sea, un corazón sabio….Ahora, continúa el padre, cuando veo que tú tratas de ser así con tus hijos, y con todos, me conmuevo. Soy feliz de ser tu padre”. Y así, es lo que dice un padre sabio, un padre maduro”.  (Audiencia S.S. Francisco, 4 de febrero de 2015).

4.- Qué me dice hoy a mí este texto. (Guardo silencio)

5.-Propósito: Como San José, hoy voy a pasar totalmente desapercibido.

6.-Dios me ha hablado hoy a mí a través de su Palabra. Y ahora yo le respondo con mi oración.

Señor, quiero que Tú me mires con la mirada con que miraste a María y a  José. Para eso necesito ser humilde. Tus ojos se inclinan siempre hacia lo pequeño, lo pobre, lo sencillo, lo insignificante. Haz, Señor, que evite toda vanagloria, orgullo, soberbia. Que me sienta feliz, plenamente feliz, sencillamente porque Tú te has fijado en mí y, a pesar de mis pecados, me has amado y me sigues amando.

Los últimos están ahí, sal a su encuentro

1- «Tuvo Dimitri que salir, por orden del Señor, hacia un lugar de la estepa rusa para allí celebrar con El, a una hora determinada, una importante conversación. En el camino tropezó con un viajero cuyo carruaje se había atascado. Se detuvo a ayudarle. La operación fue muy laboriosa, duró largo rato. Al final, Dimitri consultó la hora, vio que se había hecho muy tarde y reemprendió su marcha a toda prisa. Voló más que corrió y llegó jadeante al lugar de la cita. ¡Inútil! ¡Dios no había esperado, se había ido ya!, pensó el pobre Dimitri. Pero, sin embargo, de pronto oyó la voz de Dios que le dijo:

–Has llegado puntualmente a la cita, pues yo era el arriero al que se le había atascado el carro.

2.- La verdad es que Dios no cita a sus hijos en lejanos lugares, sino que sale a nuestro encuentro en la persona de cualquier caminante que pasa a nuestro lado necesitado de ayuda.

Así actuaba María, quien supo asumir en su vida lo que nos dice la carta a los Hebreos «Aquí estoy, oh Dios, para hacer tu voluntad». María, siempre atenta a quien pudiera necesitar su ayuda, visita a su prima Isabel. Demuestra su amor generoso y entregado. Es solidaria con el necesitado. Nosotros nos pasamos la vida poniendo excusas para no comprometernos demasiado, quizá por miedo a equivocarnos, por incertidumbre ante el futuro, por no estar seguros de nuestras propias fuerzas. María, sin embargo, dijo: «Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra». María entregó a Dios su propia persona. Es una entrega total, no a plazos o con matices. Es frecuente ver cómo en Navidad parece que se nos ablanda el corazón, pero con frecuencia se trata de un sentimiento efímero, que se nos olvida fácilmente. Es fácil provocar la compasión como hacen los grandes maratones solidarios de televisión.

Pero ser solidario es algo más. Es vivir de tal manera que «lo que le pasa al necesitado, a mí me importa y no me deja indiferente». ¡Qué bueno sería que este año pusiera un Belén diferente sin ángeles, ni pastores ni reyes! En su lugar podría poner estas figuras: un parado, víctima de la multinacionales, que esconde su cabeza entre sus manos; un hambriento, que tiene su vientre hinchado, pero su estómago está vacío; un inmigrante, que no tiene hogar ni patria y se siente extraño en un ambiente hostil; un preso que se siente al margen de la sociedad; un enfermo de sida, tumbado en el lecho de su desesperanza; y tantos y tantos excluidos del sistema… Cada día la pobreza es una realidad más cercana y difusa, los pobres son personas que están a nuestro lado, cerca de nosotros. Si queremos encontrarnos con Jesús, busquémosle en el pobre y seamos capaces de ponerles en el portal de nuestro corazón.

José María Martín, OSA

Comentario – 18 de diciembre

Mateo 1, 18-24

Ocho días antes de Navidad, la Iglesia nos propone «los evangelios de la infancia». Estas paginas tienen un carácter particular, bastante diferente al resto del Evangelio: los evangelistas no han sido testigos directos, como lo fueron de los sucesos que vivieron con Jesús, desde su bautismo hasta su ascensión. Recordemos que con estos acontecimientos comienza el relato de Marco.

Mateo y Lucas recogieron los datos y detalles que se nos dan sobre la infancia de Jesús; de las confidencias de María. Con este «dato histórico ‘ de base han elaborado una especie de «prólogo teológico», algo así como un músico compone una ‘obertura» donde esboza los temas esenciales que luego desarrollará. Mateo, por ejemplo, subraya todos los signos que muestran que Jesús ‘cumplió todas las promesas de Dios”: él considera los relatos de la infancia de Jesús como un enlace entre el Antiguo y el Nuevo Testamento… Jesús es verdaderamente aquel que Israel esperaba, el que fue prometido a Abraham y David, el nuevo Moisés. Lucas, por su parte, subraya que Jesús es el salvador universal, prometido también a los paganos, a los gentiles.

Veremos, en particular, que estos «evangelios de la infancia» remiten a menudo a textos y situaciones de la Biblia. Con su apariencia ingenua e infantil, son textos ricos en doctrina, que deben leerse con Fe.

Y el nacimiento de Cristo fue de esta manera: María…

María es la que está en el centro de los relatos que leeremos hasta Navidad.

María, su Madre, estando desposada con José, antes que hubiesen vivido juntos, se halló que había concebido en su seno por obra del Espíritu Santo.

En esta frase tan sencilla hay dos niveles de profundidad.

— Un acontecimiento humano, lleno de encanto, que contemplo en primer lugar: una muchacha, muy joven… entre 15 y 20 años, según costumbre de la época en Oriente… una joven prometida… una novia feliz… Para evocarlo pienso en mi propia experiencia —si he sido novia—: esos días de espera, de dicha. Observo a mi alrededor la alegría de las jóvenes parejas… que se tratan.

— Pero, otro acontecimiento misterioso interviene ya en esta pareja: sin haber tenido relaciones sexuales, están esperando un hijo. La fórmula es una fórmula teológica: «ella concibió por obra del Espíritu Santo». Este niño no es un niño ordinario. De El, se dirá más tarde que es «hombre y Dios». Pero ya está sugerido aquí, en este prólogo del evangelio.

José, su esposo, siendo como era justo y no queriendo denunciarla…

Todo lo que sigue está enunciado por Mateo siguiendo un esquema literario convencional, es una «anunciación» un anuncio de nacimiento, narrada como otras muchas anunciaciones a lo largo de la Biblia. En cada una se encuentra:

1ª La aparición de un ángel… 2ª La imposición de un nombre, característico de la función del personaje que nace… 3º. Un signo dado como prenda, a causa de una dificultad particular.

José, hijo de David, no tengas recelo… Le pondrás por nombre “Jesús” que significa “El Señor salva”, pues Él es el que ha de salvar a su pueblo. Todo lo cual se hizo en cumplimiento de lo que preanunció el Señor por el profeta Isaías.

Filiación davídica; una promesa de Dios se realiza.

Un salvador: una promesa de Dios.

Una nueva Alianza: «Emmanuel» Dios-con-nosotros… ¡Estaba prometido! Contemplo la delicadeza de José… este justo, capaz de entrar en los secretos de Dios. Dios necesita de los hombres. He aquí un matrimonio, marido y mujer, que recibe una responsabilidad excepcional.

¿No soy yo también responsable de un cierto «nacimiento» de Dios, hoy?

Noel Quesson
Evangelios 1

Familia y amistad: cordialidad

1.- La escena que nos relata el evangelio del presente domingo, mis queridos jóvenes lectores, es de una ternura inmensa. La tradición y la arqueología, que no el texto evangélico, señala a la antigua población de Ein-Karen, como el lugar del acontecimiento. Hoy este paraje ha sido absorbido en la gran Jerusalén.

Traducimos por prima, a la que mejor deberíamos llamar tía. La diferencia de edad entre las dos mujeres, parientes, eso sí, nos dan pie a ello y sin que el texto original nos lo impida. Acordaos que en aquella época, como ocurre aun hoy en ciertas culturas, no existía la etapa vital que llamamos adolescencia. De la pubertad se pasaba a la juventud. Así que si os digo que Santa María tendría poco más de doce años, debéis imaginar a una joven actual de unos 18. Llena de alegría, de ímpetu, de idealismo, sin las derrotas que inflingen los avatares de la adolescencia, la edad que, con humor, se llama del pavo.

2.- Pienso especialmente en vosotras, mis queridas jóvenes lectoras. Desearía que os sintierais sumergidas en la escena, implicadas en el encuentro. Si lo deseo es por las ganas que sentís, tantas veces, de ser comprendidas y compartir con alguien que os entienda. Creéis, con frecuencia, que la diferencia de edad es un impedimento, desconfiáis de los mayores y os sentís derrotadas al comprobar que vuestras compañeras o compañeros de vuestra edad, son incapaces de aceptaros tal como sois.

Lo más normal de aquel entonces, era que una joven casada estuviera embarazada. Lo insólito, lo sorprendente, era que una vieja menopaúsica lo estuviese. Se debería suponer, pues, que la vieja Isabel esperase el saludo admirado de la joven María, pero no ocurrió así. Llegaba Santa María, seguramente, ansiosa, temerosa de que Isabel no fuera capaz de entender el misterio que albergaba en su seno. El camino había sido largo. Probablemente el único acompañante del viaje fue el borriquillo que en toda casa tenían para diversos y sencillos menesteres. Si creemos, como proclamó la esposa de Zacarías, en la Fe de la jovencita, no podemos olvidar que, como afirman los teólogos, esta virtud es esencialmente oscura. Y la oscuridad que vislumbraría en su interior Santa María, mucho mayor de la que nosotros podamos sentir, le resultaría especialmente ardua. ¡con cuanta intensidad y a la vez con cuanta vacilación esperaría la Virgen este encuentro!

3.- Al llegar a Ein-Karen ¡Que satisfacción sentiría al escuchar aquel saludo! ¡que descanso anímico gozaría durante los tres meses de permanencia allí! Alejada del bullicio de la gran ciudad, con un marido mudo y ocupado en sus quehaceres sacerdotales, ambas mujeres intercambiarían gozos y proyectos. Dos personas que se acercan, dirá más tarde Teresa, la de Lisieux, no suman su amor a Dios, lo multiplican. ¡Cuanta Gracia se acumularía en Ain-Karen!

La Fe de Santa María, que fue creencia en la niñez y fidelidad en el momento de la Anunciación, la hará feliz. Se lo anuncia solemnemente Isabel. Después, aunque hoy no lo proclamemos, vino un cantar revolucionario y lleno de gozo y esperanza. Si se dijo que, cuando uno no sabe como obrar, le cabe la posibilidad de pensar en Jesús y decidir hacer lo que imagina Él hubiera hecho, hoy podemos poner como centro de reflexión a la Virgen y aprender de ella, y pedirle a ella, que nos ayude a tener en todos los momentos de nuestra vida, su coraje.

No muy lejos de Ain-Karen, en un recinto pequeñito, esta la sencilla tumba de Santa Isabel. Casi nadie la visita. Esta impregnada de silencio y soledad. Pienso que también esto es una enseñanza. Mis queridas jóvenes lectoras, si queréis gozar de una confidente, buscadla en tales circunstancias. Difícilmente en el barullo de una discoteca, invadidas por la música de vuestro MP3 o envueltas en la iluminación del mejor televisor, podréis encontrarla.

Hoy me ha salido este mensaje en femenino. Porque os quiero. Teñidas de las actitudes de María, mis queridos jóvenes lectores, ahora en los dos géneros, viviréis la Navidad felices. Felices vosotros por haber creído, os dirá al oído Isabel, y por ello, estad seguros, que también vuestros mejores anhelos se cumplirán.

Pedrojosé Ynaraja

María figura principal del Adviento

1. No hay en la vida del creyente otra fuente de mayor alegría que la fe. El domingo pasado la alegría ocupaba el centro de nuestra reflexión. Pero podemos comprobar hoy que, viéndolo bien, es una actitud permanente en aquellos que, como María e Isabel creen y esperan en Señor.

El profeta Miqueas, profeta del siglo VIII y contemporáneo de Isaías, a pesar del los motivos que tendría para ser pesimista, pues quienes tienen el encargo de cuidar del pueblo —el rey, los sacerdotes, los profetas mismos— no hacen más que ver por sus propios intereses, anuncia en la esperanza que Dios mantendrá su fidelidad para con su pueblo y el signo de ello es que hará surgir un soberano que, como David, vendrá de las clases más humildes y realizará plenamente los planes de liberación, paz y bienestar para su pueblo.

Dios marcará un nuevo comienzo al designar de nuevo a Belén como el lugar del nacimiento de un futuro rey. Belén es la más insignificante de las ciudades de Judá, pero tendrá el honor de darnos al Mesías prometido por los profetas, aquél que debe extender el Reino de Dios, de paz y de amor, hasta los confines de la tierra.

2. En el Nuevo Testamento, el autor de la carta a los Hebreos, polemizando contra la ley antigua por imperfecta e ineficaz para alcanzar la salvación, especialmente refiriéndose a los sacrificios, coloca en labios de Jesús unas palabras que dan el sentido a su entrada al mundo mediante la encarnación como un acto de obediencia y de fiel cumplimiento del proyecto salvífico del Padre. El autor asegura que el sacrificio de Cristo ha hecho obsoleto cualquier otro tipo de sacrificio, pues con su muerte en la cruz, en obediencia a su Padre, nos ha alcanzado definitivamente la salvación.

En el evangelio que acabamos de escuchar, san Lucas pone en camino el evangelio en el que María, la madre de Jesús, tiene mucho que ver. Podríamos decir que Lucas es el evangelista de los caminos. En su obra, todo está en camino, la misma buena noticia está en proceso permanente.

Precisamente que María se encaminó presurosa a un pueblo de las montañas de Judea. Lo maravilloso es que es ella quien pone en camino a su Hijo para el encuentro con su pariente Juan el Bautista.

3. En este domingo tenemos a María como figura principal del Adviento. Ella es modelo, imagen y protagonista de la última etapa de la salvación que echa a andar con su respuesta a la escucha de la Palabra. María no sólo escucha y conserva la Palabra en su corazón, sino que es también portadora de la salvación que la Palabra produce en quien está abierto a recibirla, como es el caso de Isabel que, llena del Espíritu, la acoge y reacciona con una exclamación alegre y también llena de fe: ¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre!

La Palabra, que está en proceso de encarnación, produce, así sus primeros frutos, gracias a la disponibilidad de María, pues Isabel se siente gratamente sorprendida del gesto amable y servicial al grado de que se siente interpelada, conmocionada, pues pregunta: ¿quién soy yo?

Esta pregunta de Isabel es la pregunta existencial e inicial de la conversión ante la experiencia del amor de Dios experimentado en la vida por aquellos que se abren a la oferta misericordiosa de un Dios que sale al encuentro de los hombres que lo buscan con sincero corazón. Ésta es la primera pregunta que se hace quien está abierto a la obra de Dios, pues ella lo sitúa en la justa dimensión de criatura frente al Dios del amor y de la misericordia infinita.

Esta fe, que brota de la experiencia de encontrarnos con el amor de Dios, se transforma en una gran esperanza, la cual lanza al futuro para verlo con alegría y optimismo: Dichosa tú, que has creído, porque se cumplirá cuanto te fue anunciado de parte del Señor, dice Isabel a María, pues iluminada por el Espíritu, vislumbra, en la fe, la trascendencia de la respuesta obediente y fiel de María. De esta forma, Isabel entra también en esta dinámica de la fe. Por eso, mis hermanos, podríamos también felicitar a Isabel con sus mismas palabras porque cree, aceptando y comprometiéndose con lo que está presenciando ante María y su Hijo.

4. La fe se da en los encuentros que Dios suscita en los caminos de la vida de todo hombre. Después de recorrer el camino de este Adviento que estamos por concluir, podemos estar seguros de vivir siempre en camino para llevar la Palabra, como María, a quienes, como Isabel, están dispuestos y deseosos de dejarse iluminar por esta Palabra hecha carne. Las ocasiones son muy variadas. Simplemente como María, seamos oportunos y estemos dispuestos al servicio con todo lo que somos y tenemos. Lo demás es obra del Espíritu, tal como sucede en la respuesta de Isabel.

¡Dichosos nosotros que hemos creído! ¡Dichosos, todavía más, si otros llegan a creer por nuestro testimonio vivo de fe! Contemplando la fe de estas santas mujeres, pidamos su auxilio para perseverar en el noble oficio de ser portadores de la Palabra de Dios que salva.

Antonio Díaz Tortajada

La fe de María

1.- Este es el Sacramento de nuestra Fe, decimos cuando Cristo se hace presente en la Eucaristía. Sacramento de Fe, Misterio de Fe.

La presencia del Hijo de Dios hecho cercanía humana en la Navidad es misterio de Fe.

Y es la fe sencilla e inconmovible de María la que ha hecho posible este misterio. “Bendita Tú que has creído”. Lo que alaba Isabel en María no es que sea “la Madre de su Señor”, sino la Fe que ha hecho posible en ella “lo que Dios le ha dicho”.

2.- Y esa Fe con que Maria palpa a ciegas, en penumbras, el Misterio, no la inmoviliza en el saboreo personal de lo que Dios le ha revelado:

–no considera como propiedad privada la posesión de Dios y su Misterio.

–no la convierte en una de esas imágenes de María (tan conmovedoras por otra parte) en la Madre oculta al Niño contra su pecho, como protegiéndole, sino que la hace salir de su casa con prisa a los caminos, en que María, tomando al Niño debajo de sus bracitos infantiles lo ofrece a la adoración de los que quieran creer en Él.

La Fe de María no es una Fe posesiva, es Fe comunicativa. Es Fe hecha Luz para todo el que quiera creer.

Es Fe no para ocultarla bajo el celemín, sino para poner en lo alto del candelabro para que ilumine a todos los hombres y mujeres.

No es Fe de cenáculo para un grupito de elegidos, es Fe para ser llevada por caminos de montaña, entre piedras y barro para que los pobres hombres que transitan por ellos con pies doloridos y sucios de barro puedan creer y llenarse de esperanza. Por eso María se lanza deprisa al camino.

3.- En nuestra Navidad no hagamos mentirosa nuestra Fe.

Navidad, tiempo de felicitaciones, nos señala el camino por el que hay que ir deprisa para dar alegría y paz al hermano.

**Navidad tiempo de regalos, que lleven calor humano y no sean de cumplido. Regalos que alcancen a los que malviven en la cuneta del camino.

**Navidad tiempo de paz que nos empuja a salir a los caminos a buscar con prisa a aquellos con los que no convivimos en paz.

**Navidad de villancicos y alegría, de zambomba y pandereta, no pueden ser alegres mientras nos crucemos por el camino con hombres y mujeres a los que pudimos consolar en su tristeza y no lo hicimos.

Pidamos a la Virgen del Camino, la que va deprisa a comunicar la Buena Nueva, que sepamos estos días y siempre comunicar la gran noticia de que Dios está con todos los hombres.

José María Maruri, SJ

Virgen de la O

1.- «Esto dice el Señor: Pero tú Belén de Efrata, pequeña entre las aldeas de Judá, de ti saldrá el jefe de Israel» (Mi 5, 1) Belén, la ciudad de David. Belén de Judá: la ciudad señalada con el dedo de Dios. Perdida en la historia de los patriarcas y renacida luego por ser cuna del rey David, el de palabras encendidas y de nobles sentimientos; también asesino y adúltero, pero profundamente arrepentido… El profeta Miqueas contempla extasiado cómo en este pueblo, cuyo nombre significa «Casa del pan», nacerá el Mesías, ese Pan bajado del cielo, ese Niño de ojos grandes, con luz de estrellas en la mirada y alegría de Dios en su reír.

Belén, Navidad, Nochebuena. Palabras mágicas que despiertan en el alma mil recuerdos entrañables. Navidad, dulce nostalgia. Fuego de hogar, comidas y cenas con toda la familia presente, con huecos disimulados para los que se fueron ya; con la sensación, alegre y triste al mismo tiempo, de una noche fría en la calle y tibia dentro de casa.

Paz, paz en la tierra. Esta noche las armas están dormidas; esta Manuel noche ha despertado el Amor. Sí, más aún: ha nacido Dios, el que es Amor. Su nombre Manuel-Jesús, Dios-con-nosotros y Salvador… Una música, compuesta en mil idiomas distintos, canta, alegra y ensalza la aventura de este Dios-Amor, hecho un niño pequeño… Gracias por todo. Toma cuanto tengo. Yo quiero ser -díselo tú también- un pastor de Belén. Llevar mis manos cargadas de cosas bonitas para el Niño. Quiero llenar de canciones el corazón, quiero colmar de versos la vida entera. Llegar hasta Belén, alegre y jubiloso, para hacerte reír, mi Niño pequeño, para acallar tu llanto, para que tu nos mires y tu mirada llene de luz nuestra oscura tierra.

«Los entrega hasta que la madre dé a luz y el resto de sus hermanos retornarán a los hijos de Israel» (Mi 5, 2) Hace tiempo que María sintió en su seno el primer latido de su Hijo. Momento inolvidable, emoción serena de la maternidad. Dios en su cuerpo. Nueva Arca de la Alianza que guarda el Maná llovido de lo alto. En el silencio de la historia, lejos de los grandes hechos que ocupaban los anales de los cronistas de la época. En el secreto del corazón joven de una dulce muchacha hebrea.

Ahora falta menos. La espiga está ya granada. La granada está ya abierta. Y María camina con paso cansado por las calles de Belén, apoyada en José. La noche vendrá luego, cargada de frío y de miedos. Allá en la ladera de una colina, en la cueva de los pastores, nacerá su Hijo. El Hijo del Altísimo, la segunda Persona de la Santísima Trinidad, el Verbo de Dios.

María, la Virgen Madre, la mujer coronada de estrellas, la nueva Eva, la bendita entre todas las mujeres: Dios te salve… Ella ha sido la escogida, la predilecta, escondida como estaba, humilde como era, tan amiga del silencio, tan sencilla como una aldeana, tan limpia como el agua clara. La Madre de Dios. ¡Qué más decir!, ¡qué más imaginar! Sólo nos queda mirar absortos, rendidos, orgullosos y agradecidos por tenerte como algo muy nuestro, hija, y también madre de esta humanidad; tan grande y tan pequeña… Navidad: la noche en que María dio a luz, trayendo al mundo la luz del cielo. Navidad: la noche de la paz y del recuerdo. Navidad…

2.- «Cantaré eternamente las misericordias del Señor, anunciaré tu fidelidad por todas las edades» (Sal 88, 2) Cantar llenos de gratitud, prorrumpir en alegres canciones. Esta es la reacción lógica de quien percibe, aunque sólo sea por unos momentos, la magnanimidad de Dios, su compasión honda, su misericordia incansable. Y si no percibimos, ni siquiera por un momento, esa magnanimidad de modo que nos haga temblar de veneración y de agradecimiento, creamos al menos, con una fe fría y desnuda quizá, en ese amor tantas veces demostrado de este Dios y Padre nuestro que, en el colmo de su amor por el hombre, le ha entregado a su Hijo, el Amado, para que sea uno de nosotros y nazca pobre como el más pobre, y muera desgraciado como el más desgraciado…

En estos días, cuando tan próxima está ya la presencia de ese Niño de Belén, su recuerdo vivo nos ha de suscitar de nuevo sentimientos de paz honda, movimientos de amor rendido, deseos de cantar villancicos ante la riqueza de amor de quien quiso nacer en la pobreza de un pesebre, en el silencio y la oscuridad de una noche cualquiera.

«Sellé una alianza con mi elegido, jurando a David, mi siervo: te fundaré un linaje perpetuó”’ (Sal 88, 4-5) Después de la muerte del rey David, las promesas de una dinastía perenne comienzan a cumplirse en su hijo Salomón. Pero pronto la sabiduría de este rey se tornó en necedad al soplo de sus pasiones y de su ambición. Pero Dios había dado su palabra y él no fallaría, a pesar de todo. Y tras aquellos reyezuelos que se suceden entre intrigas y odios, tras muchos siglos y acontecimientos, entre guerras y cismas, nació el Esperado, llegó el que había de venir, el Mesías, Cristo Jesús.

Sobre Sión, mi monte santo, yo he constituido a mi Rey, dice el salmista en otro lugar. Y continúa: Tú eres mi Hijo, yo te he engendrado hoy. Y así, tras la apariencia conmovedora de un niño se esconde el Rey de Israel, el Rey de reyes. Ojalá lo sepamos descubrir como lo descubrieron los pastores de los campos de Belén. Sigamos presurosos sus pasos y corramos hasta el portal a ofrecerle nuestros dones, nuestro arrepentimiento, nuestros deseos y propósitos de enmienda, nuestra pequeñez y nuestra miseria.

3.- «No quisiste sacrificios ni oblaciones; pero me has preparado un cuerpo…» (Hb 10, 5) Dios ha rechazado los sacrificios que Israel le ofrecía en el templo. Ante todo porque, a veces, no eran sacrificios sinceros, nacidos de una auténtica religiosidad. Ofrecían aquellos sacrificios con la idea de que así aplacarían a Dios, y podrían seguir sus vidas de espaldas a los Mandamientos de la Ley divina. Pero además ocurría que aquellos sacrificios eran provisionales, sacrificios que habían de pasar y quedar sin vigencia ante el sacrificio definitivo de Cristo en la cruz.

Jesucristo es la víctima perfecta que lleva a cabo el sacrificio que redime a la humanidad entera. Su cuerpo fue un día sacrificado sobre el Monte Calvario. Y ese sacrificio, voluntariamente aceptado por Cristo, es el que libera a los hombres de las cadenas del pecado… Después ya no habrá más sacrificios ante Dios. El mismo sacrificio de la cruz se renueva en cada Misa que el sacerdote celebra «in persona Christi», en la persona de Cristo. Y es que aunque la Redención se realizó en el Calvario, la aplicación de esa salvación se lleva a cabo a través de los sacramentos, y especialmente con el de la Eucaristía, fuente y origen de todos los demás.

«En virtud de esta voluntad somos nosotros santificados por la oblación de Jesucristo… “(Hb 10, 10) El sacrificio de Cristo borró nuestra culpa. De ser enemigos de Dios hemos pasado a ser hijos suyos. Estábamos manchados y Cristo nos lavó con su sangre, y de ser hombres impuros, hemos sido hechos hombres santos, sellados con la marca de lo divino. En efecto, después de nuestro bautismo hemos sido incorporados al pueblo santo, a la familia de Dios. Y esta santificación tiene que repercutir en nuestra vida, ha de notarse en nuestra manera de comportarnos. No quiere esto decir que hayamos de separarnos de los hombres, que todos tengamos que abandonar el mundo. Ni mucho menos. De lo que se trata es de estar en el mundo sin ser del mundo; de vivir todos los afanes de los hombres y de extirpar lo que pueda haber de menos noble, dando a todas las actividades humanas el tinte de nuestra vida cristiana.

Hacer que todo sea limpio y bello a los ojos de Dios. Hacer de cada profesión un camino de santidad; hacer de cada momento una oblación grata al Señor, un trabajo bien hecho que redunde en provecho de cuantos conviven con nosotros. Hacer del vivir cotidiano un sacrificio que, unido al sacrificio definitivo de Cristo, contribuya eficazmente al bien y la felicidad de todos.

4.- «En aquellos días, María se puso en camino y fue aprisa a la montaña, a un pueblo de Judá…» (Lc 1, 39)

El evangelio de hoy nos sumerge de lleno en el gran acontecimiento de todos los tiempos: la Navidad. Ya había comenzado la emocionante epopeya del amor divino, el misterio insondable de la Encarnación. En efecto, en las entrañas de Santa María, la siempre Virgen, había comenzado a latir un germen de vida que un día llegaría a ser el Mesías y Redentor del mundo. Como todo hombre que comienza su gestación en el seno materno, Jesús, el Hijo de Dios hecho hombre, había iniciado su bella historia en el tiempo.

Otro hombre latía también en estado de gestación en el seno de otra mujer, Isabel, la de Zacarías. Otra vida comenzaba su propia singladura, cortada un día, tiempo después, por el capricho de una danzarina y la crueldad de un rey adúltero. Pero antes el Bautista cumpliría su gloriosa misión, la de preparar los caminos al Rey mesiánico, el Rey de reyes y Señor de señores. La vida de un niño que empieza en el seno materno, esas circunstancias tan maternales y hogareñas, nos han de recordar el valor de esos seres vivos ya en su fase embrional, y. que es inconcebible la crueldad de una madre desnaturalizada, capaz de matar a su propio hijo y hacerlo en su propio vientre. Emboscada de muerte cuando lo que tenía que ser recoveco entrañable y cálido de vida.

La emoción y la ternura de la madre que espera ilusionada a su querido hijo ha sido sacralizada, por decirlo así, en la devoción popular que la Iglesia ratificó con su liturgia. En efecto, los días que preceden a la Navidad son los días de la Virgen de la O. ¡Oh!, exclamación gozosa y llena de admiración ante la grandeza de ese Niño que va a nacer, y que a partir del día diecisiete de diciembre, el oficio de Vísperas va repitiendo en sus antífonas al «magnificat», al tiempo que aclama al Mesías como Sabiduría divina, Dios y Jefe de la casa de Israel, Raíz de Jesé y llave de David, Sol naciente y Rey de los pueblos, el Emmanuel prometido y deseado.

Días entrañables se acercan, días de amor y de hogar, días para renovar nuestros deseos de querer más y mejor a todos, especialmente a los que forman parte de nuestra propia familia de sangre y de espíritu, días de gozo limpio y sereno, de acción de gracias a este Dios y Señor nuestro que, siendo tan alto, tan bajo ha descendido para estar con nosotros. Que la llegada del Niño nos anime en nuestra lucha por corresponder con amor, cuajado en obras, a tan grande y profundo amor como Dios nos ha demostrado, al dejar la mansión de la Luz y bajar al oscuro valle de las lágrimas, para iluminarlo y hacer nacer con él la más alegre y firme esperanza.

Antonio García Moreno

Creer es otra cosa

Estamos viviendo unos tiempos en los que cada vez más el único modo de poder creer de verdad va a ser para muchos aprender a creer de otra manera. Ya el gran converso John Henry Newman anunció esta situación cuando advertía que una fe pasiva, heredada y no repensada acabaría entre las personas cultas en «indiferencia», y entre las personas sencillas en «superstición». Es bueno recordar algunos aspectos esenciales de la fe.

La fe es siempre una experiencia personal. No basta creer en lo que otros nos predican de Dios. Cada uno solo cree, en definitiva, lo que de verdad cree en el fondo de su corazón ante Dios, no lo que oye decir a otros. Para creer en Dios es necesario pasar de una fe pasiva, infantil, heredada, a una fe más responsable y personal. Esta es la primera pregunta: ¿yo creo en Dios o en aquellos que me hablan de él?

En la fe no todo es igual. Hay que saber diferenciar lo que es esencial y lo que es accesorio, y, después de veinte siglos, hay mucho de accesorio en nuestro cristianismo. La fe del que confía en Dios está más allá de las palabras, las discusiones teológicas y las normas eclesiásticas. Lo que define a un cristiano no es el ser virtuoso u observante, sino el vivir confiando en un Dios cercano por el que se siente amado sin condiciones. Esta puede ser la segunda pregunta: ¿confío en Dios o me quedo atrapado en otras cuestiones secundarias?

En la fe, lo importante no es afirmar que uno cree en Dios, sino saber en qué Dios cree. Nada es más decisivo que la idea que cada uno se hace de Dios. Si creo en un Dios autoritario y justiciero terminaré tratando de dominar y juzgar a todos. Si creo en un Dios que es amor y perdón viviré amando y perdonando. Esta puede ser la pregunta: ¿en qué Dios creo yo: en un Dios que responde a mis ambiciones e intereses o en el Dios vivo revelado en Jesús?

La fe, por otra parte, no es una especie de «capital» que recibimos en el bautismo y del que podemos disponer para el resto de la vida. La fe es una actitud viva que nos mantiene atentos a Dios, abiertos cada día a su misterio de cercanía y amor a cada ser humano.

María es el mejor modelo de esta fe viva y confiada. La mujer que sabe escuchar a Dios en el fondo de su corazón y vive abierta a sus designios de salvación. Su prima Isabel la alaba con estas palabras memorables: «¡Dichosa tú, que has creído!». Dichoso también tú si aprendes a creer. Es lo mejor que te puede suceder en la vida.

José Antonio Pagola