Lectio Divina – 20 de diciembre

El «sí» de María

1.- Introducción.

Señor, así como María supo acoger el anuncio del ángel, permite que yo sepa escuchar y aceptar lo que hoy me quieres decir: que sepa decirte que sí, con la prontitud, la elegancia, la finura y el compromiso que lo dijo la Virgen. Un sí cabal, sonoro, redondo. En sus palabras no hay un sí y un no, sino un SI. Un sí rotundo a ti y un sí también rotundo a todos nosotros que somos sus hijos. Que mi sí sea también completo.

2.-Lectura reposada del evangelio. Lucas 1, 26-38

Al sexto mes fue enviado por Dios el ángel Gabriel a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María. Y entrando, le dijo: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo». Ella se conturbó por estas palabras, y discurría qué significaría aquel saludo. El ángel le dijo: «No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios; vas a concebir en el seno y vas a dar a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús. El será grande y será llamado Hijo del Altísimo, y el Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob por los siglos y su reino no tendrá fin». María respondió al ángel: «¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón?» El ángel le respondió: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios. Mira, también Isabel, tu pariente, ha concebido un hijo en su vejez, y este es ya el sexto mes de aquella que llamaban estéril, porque ninguna cosa es imposible para Dios». Dijo María: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra». Y el ángel dejándola se fue.

3.- Qué dice el texto.

Meditación-reflexión

“La mirada de Dios no es como la de los hombres”. Parece que Dios se recrea en el pobre, en el sencillo, en el humilde. A la hora de elegir a su madre no fue ni a la sabia Grecia ni a la opulenta Roma sino a una jovencita de un pueblo insignificante: Nazaret. No es extraño que la Virgen se “turbara”, es decir, se estremeciera. Dice el poeta indio. R. Tagore: “Cuando un pájaro canta sobre la rama de un árbol, al marchar, esa rama queda estremecida”.  En el viejo tronco del árbol de Israel ha reverdecido una rama que es María. En ella el ángel ha cantado el más bello canto: “Dios se ha hecho hombre”. María queda “estremecida”. Por algo dice el texto bíblico que “el ángel la dejó” (Lc. 1,38). La dejó a solas, la dejó en paz, gustando, saboreando el misterio. Y es que cuando Dios irrumpe con fuerza en el corazón de una persona, hasta los ángeles estorban. Necesita silencio, soledad. Después, como María, se pondrá en actitud de servicio.

Palabra autorizada del Papa

“La voluntad de Dios es la ley suprema que establece la verdadera pertenencia a Él. María instaura un vínculo de parentesco con Jesús antes aún de darle a luz: se convierte en discípula y madre de su Hijo en el momento en que acoge las palabras del Ángel y dice: «He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra». Este «“hágase» no es sólo aceptación, sino también apertura confiada al futuro. ¡Este «hágase» es esperanza! María es la madre de la esperanza, la imagen más expresiva de la esperanza cristiana. Toda su vida es un conjunto de actitudes de esperanza, comenzando por el «sí» en el momento de la anunciación. María no sabía cómo podría llegar a ser madre, pero confió totalmente.» (Papa Francisco, 21 de noviembre de 2013)

4.- Qué me dice ahora a mí esta palabra que acabo de meditar. (Silencio)

5.-Propósito: Que sepa transformar el sí que doy a Dios en un sí total a mis hermanos.

6.- Dios me ha hablado hoy a mí a través de su Palabra. Y ahora yo le respondo con mi oración.

Dios mío, gracias por quedarte en la Eucaristía y por darme a María como madre y modelo de mi vida. Contemplar su gozo, su actitud de acogida y aceptación, su humildad, me motivan a exclamar con gozo: heme aquí Señor, pobre y débil, pero lleno de alegría por saber que, con tu gracia, las cosas van a cambiar.

Y el ángel les dijo: os traigo una buena noticia

Navidad vuelve a ser, hoy igual que ayer, apertura a lo que nace, acogida de lo que llega, abrazo de lo herido, ternura para con lo vulnerable, acrecentamiento de la alegría, desbordamiento de la esperanza; en definitiva, asombro desmedido por un Dios que se nos ‘avecina’ en nuestra carne, en nuestros sentires… Un Dios que se va a dejar, no solo adorar sino también amar… y lo va a hacer al modo humano. Y para vivir esto hace falta detenerse, hace falta capacidad de asombro, hace falta silenciamiento de todo lo demás… y precisamente ahora, todo lo demás, mete más ruido que nunca. Ante Dios hecho hombre necesitamos volver a recuperar el vértigo y el escalofrío, el estremecimiento y la conmoción. Debemos volver a gritarle al hombre de hoy, de cerca y de lejos, aquella alocución de san Agustín ante la Navidad: ¡despierta cristiano: Dios se ha hecho Hombre por ti!

Creer, celebrar y predicar la Navidad es discurso desmesurado de humanidad y de divinidad. Es acallar lo conocido para gritar lo inefable. Vivir la Navidad es lo opuesto al grisáceo pragmatismo de lo material y de lo urgente que, tantas veces, nos hace olvidar lo importante. Predicar la Navidad es volver al origen, a nosotros mismos como individuos y como Iglesia. Celebrar la Navidad es recordarnos unos a otros la posibilidad de hacer encuentro con Cristo, con el Dios hecho hombre por nosotros. Creer en la Navidad es abrazar a Cristo, acogerle.  Es romper las inercias de una fe consabida para dejarnos seducir y asombrar por una Palabra vertida en historia, contingencia, inmanencia. Una Palabra encarnada por nosotros. Es ser capaz de escuchar el balbucir de un Dios vulnerable al amor humano. Es ser capaz de contemplar, entre circunspecto y desbordado, lo de Dios en un humano.

No resistiría a los embates del tiempo una fe católica reducida a bagaje, a elenco de algunas normas y prohibiciones, a prácticas de devoción fragmentadas, a adhesiones selectivas y parciales de las verdades de la fe, a una participación ocasional en algunos sacramentos, a la repetición de principios doctrinales, a moralismos blandos o crispados que no convierten la vida de los bautizados. (Pero) Nuestra mayor amenaza “es el gris pragmatismo de la vida cotidiana de la Iglesia en el cual aparentemente todo procede con normalidad, pero en realidad la fe se va desgastando y degenerando”. A todos nos toca recomenzar desde Cristo, reconociendo que “no se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva” (Benedicto XVI, Aparecida 12).

El evangelio en esta noche nos habla de todo ello: no hay grises pragmatismos en la venida del Señor. No hay estrecheces de mirada en los planes de Dios. No hay obstáculos imposibles o desafío desmedido en la encarnación del Hijo del Hombre. Lo que hallamos es disponibilidad en la dificultad, acogida en lo novedoso, adoración en la pobreza, música en la oscuridad de la noche, esperanza en todos y cada uno de quienes supieron acallar y contemplar lo que nacía.

Es por ello que intentar el juego de la seducción por la palabra en esta Navidad es, como dijo Diego de Jesús, invitarnos unos a otros a de dejar de “ir-a-Belén-a-hacer-cosas” para intentar un “ir-a-Belén-a-que-ocurran-cosas”. Ir a presenciar pasivamente —con ‘actuosa’ pasividad— el Acontecimiento que viene hacia mí. (Nada exige mayor energía y compromiso —anota Simone Weil— que la atención). Tras esta intuición cordial podemos vislumbrar a cada uno de los personajes del evangelio de esta noche: María y José que solo cumplían la ley en ese intento de buscar el cómo vivir lo inefable de su embarazo en lo cotidiano de lo histórico y social; los pastores que solo dormitaban una noche más el silencio rutinario y sereno de una cotidiana pobreza e intemperie, cuando supieron acoger la novedad del anuncio y aprehenderla desde sus desesperanzas. Y, por último, el mismo Dios: que abajándose a lo pequeño supo dejarse mecer sin abalorios y comodidades, supo dejarse ver en la vulnerabilidad de un bebe como esperanza colmada de unos pastores que se fueron sin poder callar su encuentro.

Y en todos ellos rezuma una actitud: la de saber contemplar, la de saber detenerse a lo importante, la de ser capaz de leer, sentir, vivir y creer la fragilidad de un niño como la esperanza cumplida de cualquier hombre o mujer de ayer y de hoy. Algo tan ajeno a nuestros grises pragmatismos sociales y eclesiales, a nuestras prisas y desesperadas materialidades. Volviendo a parafrasear a Diego de Jesús podríamos demarcar el itinerario y la invitación en esta Nochebuena así: sólo el detenimiento permite el asombro; y sólo el asombro provoca adoración.Hay que caminar con María y José a Belén, con los pastores al pesebre, hasta el umbral y saber detenerse allí. Lo más difícil de una peregrinación es saber disfrutar de la llegada y no caer en la trampa de hacer del ‘término’ del camino la ‘terminación’ de lo vivido… o la mutación inmediata de fin en medio, para —cual búsqueda del tesoro— reemprender la marcha a nuevo destino… El funcionario —el de la fe funcional— al arribar a una meta, cierra el caso, para dar vuelta la página. El amante, al llegar a la meta sabe permanecer en ella. Decía el cardenal J. H. Newman que se puede rezar para haber rezado o se puede rezar para estar rezando

Se puede celebrar y predicar la Navidad para haberlo hecho un año más o se puede celebrar y predicar la Navidad para ser Navidad en medio de la noche de cada uno de los hombres y mujeres de nuestro mundo.

Fr. Ismael González Rojas

Comentario – 20 de diciembre

Lucas 1, 26-38

El relato de la «anunciación» de Jesús es paralelo al de ayer que anunciaba el nacimiento de Juan Bautista. Este relato está lleno de reminiscencias bíblicas. Todas no podrán citarse aquí, pero pueden encontrarse en las «notas» de las buenas biblias recientes. Por otra parte, es conveniente dejarse llevar a la vez, por el encanto concreto de los detalles, y la contemplación del misterio de Fe que se esconde en ellos.

Nazaret, en Galilea

Poblado insignificante, desconocido del Antiguo Testamento, Galilea, provincia despreciada por su mezcolanza de Judíos y paganos. La simplicidad de la casa de María contrasta con la solemnidad de la anunciación a Zacarías, en el marco sagrado del Templo, en Jerusalén, la capital.

Se perfila la modestia de la Encarnación de Dios: «Se anonadó, dirá San Pablo, tomando la condición de esclavo».

Una joven desposada, cuyo nombre era María…

Me imagino este nombre «María» pronunciado en Nazaret por las amigas, las vecinas. Es una muchacha del pueblo, muy sencilla, que nada la distingue de sus compañeras.

Desposada con cierto varón de la casa de David, llamado José…

Todos los textos insisten en esta ascendencia davídica de José. Este desposado con María es pues de raza real, pero a la sazón, está desposeído de toda grandeza: es un artesano,

un carpintero… ¡sin ninguna pretensión de ocupar un trono! Sin embargo, a través de él se cumplirá la promesa hecha a David.

«Alégrate, objeto del favor divino, el Señor es contigo».

Es la traducción exacta, según el texto griego, de esta salutación angélica que todos los cristianos conocen.

“Dios te salve María” = Alégrate
“llena de gracia” = objeto del favor divino
“el Señor es contigo” = el Señor es contigo

Es el “buenos días” que Dios dirige a esta joven. ¡Con cuánto respeto y amor le habla!

Considero la formula, casi litúrgica que oímos en la misa: «El Señor esté con vosotros»… Émmanuel… «Dios con nosotros» ¿Me uno yo profundamente a este deseo?

Al oír tales palabras, la Virgen se turbó, y púsose a considerar qué significaría una tal salutación.
Las vocaciones excepcionales no son nunca fáciles de aceptar. De momento, Dios aparece como desconcertante.

Le pondrás por nombre Jesús. Este será grande y será llamado Hijo del Altísimo, al cual el Señor Dios dará el trono de su padre David.

Esta era la célebre profecía de Natán a David (1 Samuel 7-11), que hemos leído en la primera lectura de ese día. No será un reino triunfal. Reinará en los corazones que de verdad querrán amarle.

¿Cómo ha de ser esto? Pues yo no conozco varón.

Es una fórmula griega muy conocida. Quiere decir que María no ha tenido relaciones conyugales. Y éste no es el único texto que afirma este misterio. María ha escogido deliberadamente permanecer virgen. Esta cuestión nos permite penetrar en el pensamiento y el corazón de María. Se había entregado a Dios en un cierto amor místico, absoluto, exclusivo.

El Espíritu Santo descenderá sobre tí. El niño será «Santo». Será llamado «Hijo de Dios». Porque para Dios nada es imposible.

Es una afirmación del misterio de la personalidad de Jesús: es Dios.

Noel Quesson
Evangelios 1

Comentario – 20 de diciembre

(Lc 1, 26-38)

Hoy leemos este texto para entrar en lo profundo del misterio de la Encarnación del Hijo de Dios, para que nos detengamos serenamente a contemplar ese momento sobrecogedor, y agradezcamos también el sí de María del cual dependió la venida del Redentor.

Este es uno de los textos donde no interesa tanto comprender los detalles, ni preguntarnos si nos exige alguna respuesta, sino más bien detenernos sencillamente a contemplar la hermosura del misterio que se nos presenta para gozar en la adoración serena y silenciosa: se trata del instante en que el Hijo infinito de Dios tomó carne humana, se hizo hombre en el seno de María; lo divino se unió con lo humano de una manera insólita e inesperada.

En esa contemplación desinteresada y sin prisas, toda nuestra vida se va sumergiendo en las profundidades de Jesús y toda nuestra existencia se va bañando de su luz.

Es cierto que cuando nos entusiasmamos con alguna tarea, o cuando tenemos que correr alocadamente para poder cumplir con nuestras obligaciones, es difícil detenerse a contemplar la belleza de lo que creemos. Pero quizá no sean necesarios largos momentos, sino desarrollar la capacidad de levantar la mirada del corazón en medio de la actividad, o de hacer pequeñas pausas que nos ayuden a recordar que en medio de las cosas urgentes no hay que olvidar las cosas importantes. Nuestro corazón necesita de esa contemplación, tiene sed de adoración silenciosa; por eso, cuando faltan estos momentos, es muy posible que tarde o temprano se deje sentir esa angustia interior que nos reclama algo más.

Oración:

“Intercede por nosotros María, para que nuestro corazón se admire ante el misterio del Hijo de Dios hecho hombre en tu seno santo, y se prepare para decir “sí” a los planes de Dios”.

VÍCTOR M. FERNÁNDEZ
El Evangelio de cada día

Homilía – Día de Navidad

DIOS HUMANADO – HOMBRE DIVINIZADO

NAVIDAD ES OTRA COSA

Felicidades y enhorabuena porque, sin duda, os esforzáis por vivir una navidad diferente a la social, bullanguera y folclórica. Porque la Navidad es mucho más que todo ese ambiente superficial y manipulado que se respira estos días en nuestras calles, una fiesta mucho más honda y gozosa que todos los artículos de nuestra sociedad de consumo. Los creyentes tenemos que recuperar el corazón de esta fiesta y descubrir detrás de tanta superficialidad y aturdimiento el misterio que da origen a nuestra alegría. Mi congratulación porque procuráis vivir una Navidad que es fuente de alegría profunda y no sólo un paréntesis en la tristeza o el aburrimiento cotidiano, una Navidad que da sentido a la vida personal y a la historia.

Felicidades y enhorabuena porque, sin duda, como decía al comienzo del Adviento, venimos a celebrar algo, alguna liberación, alguna experiencia nueva de vida, algún paso hacia adelante en la vida personal, familiar y comunitaria. Alguien me confesaba: «He procurado tomar en serio el Adviento y hoy tengo que decir que, sin que hayan desaparecido los problemas de mi vida, tanto en lo familiar como en lo laboral (convive con personas alteradas psíquicamente), lo soporto todo con más humor, con menos dramatismo».

Alguien que inició vida comunitaria en un grupo casi al comienzo de Adviento, testimonia que no sabe cómo agradecer a Dios el que le haya impulsado a ello. Otros que iniciaron una experiencia misionera de visitar a personas para animarlas y entusiasmarlas a participar en la vida de la Iglesia, sienten una profunda satisfacción por haber salido un poco de sí y sentirse útiles para los demás. Sin duda, todos tenemos alguna experiencia de superación que contar. Esto sí que es Navidad, porque tenemos algo por qué brindar, porque ha nacido algo nuevo en nosotros y se lo debemos al Hijo de Dios humanado que ha nacido en Belén.

Navidad es fiesta permanente porque en ella nace el sol que ilumina nuestro mundo, nuestra vida, nuestra persona. Afirma el Concilio Vaticano II que Jesús de Nazaret ilumina el misterio de Dios y el misterio del hombre. Navidad nos da una clave para entender la vida. Pero para comprender este misterio, para tener experiencia de la dicha que esto reporta, para «saborear» toda su grandiosidad y ternura, se necesita tener una mirada transparente, un corazón sencillo, sin pliegues ni repliegues. Los sabiondos de entonces y de ahora, por más que asistan al culto, se quedan sin encontrar a Dios o sin dejarse encontrar por Él. Lo revelan los relatos evangélicos de la infancia: No reconocen al Dios encarnado los sabios ni los legisladores, ni los encargados del culto, ni los guardianes del templo… Sí le reconocen los pastores, los magos, los ancianos Simeón y Ana, los humildes y pecadores arrepentidos. Hay muchos autosuficientes que se creen de vuelta de todo sin haber ido a ninguna parte, para quienes la experiencia religiosa es una realidad enteramente desconocida. La puerta que da entrada a la basílica de Belén apenas si tiene metro y medio. La hicieron así para impedir la entrada de los caballos invasores, pero la tradición lo interpreta como signo de humildad y pequeñez, sin las cuales no se puede acceder al portal.

 

JESUCRISTO, REVELACIÓN DE DIOS Y DEL MISTERIO DEL HOMBRE

Dios se hace niño, es un niño que acaricia y se deja acariciar, que es hermano nuestro, que necesita ser atendido; débil, necesita ser amamantado y acunado por una jovencita. «Muéstranos al Padre», pide Felipe. «Pero, Felipe, ¿ahora me sales con ésas? ¿No sabes que quien me ve a mí, ve al Padre? Yo soy el rostro del Padre» (Jn 14,8-10).

Testimoniaba una cristiana fervorosa que el encuentro tenido con Chiara Lubich y la imagen que presentaba de Dios no justiciero, sino misericordioso, la habían convertido y abierto a una vida nueva: «Es como si empezara a vivir otra vida más radiante, feliz, confiada». Ése es el rostro de Dios que nos refleja el niño nacido en un pesebre. Por lo demás, este acontecimiento central nos habla de la locura del amor de Dios Padre-Madre por nosotros: «Tanto amó Dios al mundo (tanto me amó a mí, hemos de decir) que nos entregó a su Hijo querido» (Jn 3,16). Y si nos dio a su Hijo como hermano nuestro, ¿qué nos va a negar? (Rm 8,32). Por amor «se hizo en todo semejante a nosotros, menos en el pecado» (Hb 4,15). No se aferró a su categoría de Dios, sino que se humilló hasta nacer en un establo y morir en una cruz como un delincuente (Cf. Flp 2,5-8).

El niño que nace en Belén, entre pajas y animales, revela por entero el misterio de todo ser humano. La humanización del Hijo de Dios revela el misterio y la grandeza del hombre. Dios se humanizó para divinizar al hombre. El Hijo de Dios se hizo hijo de hombre, para que los hijos de hombre seamos hijos de Dios, repiten con insistencia los Santos Padres.

Probablemente habéis oído la anécdota elocuente. Un aya de Luis XV tiene un descuido con respecto a una princesa. La princesa airada le reprende con acritud: «¿Te olvidas de que soy hija del rey?». El aya, una mujer de mucha fe y de mucho coraje, le responde: «¿Se olvida, Alteza, que soy hija de Dios?». Ése es el gran título que nos revela el niño de Belén y que nos hace a todos igualmente dignos.

Misterio incomprensible de amor es que el Hijo de Dios se haya hecho uno de nosotros; pero misterio no menos asombroso es que se haya identificado con cada persona humana. Esto sólo es aceptable por la fe. Y por eso, todo lo que hiciéremos a cada persona, se lo estamos haciendo a él (Mt 25,40).

Esto tiene una gran proyección para nuestra vida. Lo recordaba una obra teatral un poco simple, pero expresiva. Un profeta anuncia a un pueblo que le va a visitar Jesucristo en aquella semana. El pueblo se moviliza y empieza a prepararle minuciosamente el recibimiento: arcos, banderolas, banderas… Mientras están afanados viene al pueblo un mendigo pidiendo ayuda y cobijo, viene un emigrante, viene un anciano desmemoriado que se ha perdido, viene una mujer de la vida… A todos les responden de la misma manera: «No estamos para perder tiempo; estamos preparando el recibimiento de alguien muy importante». El pueblo está engalanado, pero el Señor no llega. Malhumorados le envían un mensaje al profeta: «¿Qué pasa? ¿Nos has engañado? Ha pasado más de una semana, y el Señor no ha venido». El profeta envía un mensaje de vuelta: «Sí que ha estado. ¿No le habéis reconocido? ¿No ha estado por ahí un mendigo, un emigrante, un anciano perdido, una mujer de la vida?». Pues ése era Jesucristo…

Los paquetes que hemos entregado, los donativos que hemos hecho, los servicios que hemos prestado y estamos haciendo, se los estamos haciendo a él: «A mí me lo hicisteis» (Mt 25,40). Si de nuevo se hiciera históricamente presente, nos desviviríamos, le ofreceríamos lo mejor, nos pelearíamos por atenderle, por tener ese honor. No lo dudemos: cuando tendemos una mano al que nos necesita, se la estamos tendiendo a él. Y esto nos lo agradece más, tiene más mérito, porque se lo hacemos a él oculto bajo los defectos y deficiencias de las personas.

CON NOSOTROS PARA SIEMPRE

Navidad revela, además, otro misterio insondable: El Hijo de Dios se ha hecho hombre para siempre. Ha plantado su tienda entre nosotros, se ha hecho nuestro hermano y vecino para siempre. «Con vosotros me quedo hasta la consumación de los siglos» (Mt 28,20).

No sólo en la persona del prójimo, le oímos también cuando escuchamos su Palabra. No sólo se ha hecho uno de nosotros; se ha hecho también nuestro alimento. No es sólo un comensal como el hermano que cenó a mi lado en la reunión familiar de nochebuena; se hace nuestra comida para transformarnos en él. ¡Qué misterio! Él es el que crea la unión familiar, las actitudes de perdón, acogida, ternura, el que hizo surgir la alegría de la unión y de la reunión. Él sigue actuando por su Espíritu. ¿Por qué no hacer que toda la vida sea Navidad?

San León Magno exclamaba: No puede haber tristeza cuando nace la vida. Se apagarán las luces, terminará el folclore… pero el mensaje de Navidad sigue vivo como profunda fuente de alegría: El Hijo de Dios se ha hecho hermano de todos para siempre. ¿Esta realidad no convierte, como decía san Atanasio, toda nuestra vida en una fiesta continua?

Atilano Alaiz

Lc 2, 1-14 (Evangelio Misa de Medianoche)

Cur Deus homo? ¿Por qué Dios está entre nosotros?

Henos aquí ante el gran texto de la noche de Navidad. La Navidad de Occidente se ha expresado siempre en la “noche” por este relato primoroso; hemos de reconocerlo. El mundo no celebraría la Navidad sin esta narración, aunque sea en esa noche que antes del cristianismo era divino-pagana (era la celebración del solsticio de invierno y la fiesta del “sol invicto”) y ahora es divino-humana. Lucas, su creador, se ha cubierto de gloria como escritor y como teólogo, quizá no tanto como historiador. Hay muchas maneras de leer e interpretar el conjunto, que en realidad debería contemplar los vv. 1-21, pero la última parte se reserva para otro día del tiempo de Navidad, o para la misa de la aurora, donde se celebre. El conjunto narra e “interpreta” lo que significa el nacimiento de Jesús, el Salvador, el Mesías y el Señor en la “ciudad de David”. Los tres títulos que llenan de contenido el anuncio del cielo. Habría que decir muchas cosas desde el punto de vista exégetico y narrativo. Pero nos vamos a reducir a lo más esencial.

El evangelio de esta noche está planteado en dos momentos. En el primero (vv.1-5) se muestra la autoridad del “César”, dueño del imperio, del mundo de entonces. Un “dogma”, un decreto suyo, moviliza a los oprimidos y esclavos de su autoridad y de su poder. Si analizamos lo que de histórico hay en todo esto, quizás no podamos aceptar cada uno de los pormenores de este relato. Pero entre esos “sometidos” estaban los padres de Jesús que tienen que “ponerse en camino”, que es una constante del evangelio de Lucas. Jesús antes de nacer ya está caminando, como cuando su madre va a visitar a Isabel. La elección de todo esto por parte de Lucas puede responder a la historia, pero sería lo menos importante el probarlo. Lo que verdaderamente nos debe llamar la atención es cómo el “dios” del mundo (Augusto era considerado divino, un dios) quiere “censar”, controlar, someter, hacer pagar tributo a todos los habitantes del mundo (oikumene). Y es eso lo que pretende Lucas que se considere como causa de un acontecimiento de gracia y salvación: la visita de Dios a los que no tienen derecho y libertad y, por lo mismo, al mundo entero, en contrarréplica al decreto y a la autoridad del “dios” de Roma (Augusto) que ha construido un imperio sobre la esclavitud y la injusticia.

El segundo momento (vv. 6-14) quiere presentarnos al Dios de verdad, según Lucas. Las cosas van a ser bien distintas a todos los efectos: un grupo de pastores se van a convertir en “los emisarios” de la voz y el proyecto de Dios, lo que es verdaderamente extraño. Estos no tienen la autoridad de Quirino para llevar a cabo su cometido. Tampoco hay un “decreto”, un “dogma”, como en la primera parte, sino una “voz” celeste, la del ángel del Señor y la gloria (kabod) que los envuelve. Todo es demasiado irreal por el contraste que se representa. Se podía haber elegido unos emisarios más dignos del testimonio que habían de dar. La intencionalidad, pues, es kerygmática, se dice; proclama que Dios, cuando parece que todo está perdido para los sin ley, sin derecho y sin nombre, tiene una palabra que decir y visita a los suyos. Cuando María no encuentra “acogida” para dar a luz, el cielo muestra que nada hay imposible para Dios. El Salvador, el Mesías y el Señor ni siquiera tiene sitio en la “ciudad de David”. Cualquier letrado hubiera interpretado que la ciudad de David era Jerusalén, pero los ignorantes pastores aciertan con la otra ciudad de David, la verdadera, la primitiva, la que había perdido su rango y su historia. En el caso de la tradición primitiva recogida por Lucas es Belén, pero nosotros tenemos derecho a interpretar que Belén es más una ciudad teológica que histórica.

Desde el cielo se les da un “signo” (sêmeion): “un niño envuelto en pañales y acunado en un pesebre (phatnê)” ¡Vaya signo! ¿Existe relación entre los títulos de quien ha nacido: Salvador (sôter), Mesías (christos) y Señor (kyrios) con este signo? ¡Desde luego que sí! Pero solo para quien tiene el alma y la conciencia de los pastores y los marginados, de los “sin poder”. Pues he aquí lo extraordinario y la grandeza de la noche de Navidad: se trata de signos muy humanos que hacen posible hablar de una noche divino-humana, como ya hemos apuntado. Nadie reconocería a un personaje de tales títulos en un niño empañado, que es lo primero que hace una madre cuando da a luz a su hijo. Para unos ignorantes y pendencieros pastores era muy poco para reconocer al Salvador y Señor. Y sin embargo no se equivocaron; lo humano es verdaderamente reconocible. La historia que comenzó desde la tiranía de un decreto, la convierte Dios, por obra y gracia de su decisión salvífica, en una historia de liberación y de amor. Dios, pues, está entre nosotros porque quiere divinizarnos a todos, humanizándonos. ¿Cómo? El himno de los ángeles, como colofón, lo deja claro: con el don de la paz que Dios entrega a los que ama; los que son objeto de su benevolencia. Efectivamente, navidad se escribe con la mano del Dios vivo y verdadero que sale a nuestro encuentro.

Fray Miguel de Burgos Núñez

Tit 2, 11-14 (2ª lectura Misa de Medianoche)

Se ha hecho presente la gracia de Dios

En la noche de Navidad, esta especie de confesión de fe primitiva, recogida en el texto de la carta a Tito, evoca la grandeza del misterio de esta noche santa. El texto, que viene después de una exhortación a los esclavos, habla de una epifanía (epiphanía), así comienza; y a continuación se desgranan una serie de expresiones llenas de sentido: la gracia (charis) de la salvación (sôtería) de Dios “para todos” (pasin) los hombres. El pensar que la salvación de Dios es para todos los hombres, para la humanidad, es muy importante. Porque Dios se ha hecho hombre por todos. Esto conviene resaltarlo a todos los efectos, porque en el corazón humano es donde debe reinar esa gracia de la salvación de Dios. Por tanto, todos los hombres, esclavos o libres, estamos llamados a ser nosotros mismos en Cristo nuestro salvador.

Todo esto recuerda el hecho de una liberación que el pueblo de Israel ha sentido en sus carnes (cf Dt 14,2). Ahora acontece algo semejante, o mejor, mucho más grandioso: ¿por nada? (Desde luego que no!, Nadie puede ver a Dios, ni a su salvador Jesucristo, viviendo en la impiedad y en la injusticia (asebeia – adikía). No es es simplemente por el pago de una vida ética y moral, como en cierta forma se puede leer el texto. Es algo que va mucho más allá de la vida del mundo, de los criterios del mundo y de la impiedad del mundo. Se trata de tener una experiencia nueva del Dios que tiene un proyecto absoluto: la salvación de todos los hombres. Y esto comenzó a ser realidad en la “encarnación”. Todo esto se escribe con la mano de Dios. Y la historia “nueva” de la humanidad no puede escribirse sin el Dios salvador.

Fray Miguel de Burgos Núñez

Is 9, 1-3. 5-6 (1ª lectura – Misa de Medianoche)

Siempre brillará una gran luz

El poema de Isaías sobrecoge por su hermosura, por su descaro para proponer lo que no se toca con las manos, pero que siempre se sueña. Lo profetas siempre son utópicos, pero realistas cuando es necesario. Como canto de esperanza y de gozo, es una exhortación a la alegría. Atrás quedan muchas cosas de la historia de un pueblo: guerras y opresiones, deslealtad y búsqueda de “dioses” que no tienen ojos, ni corazón. Hay, pues, un horizonte de luz para el pueblo. La luz, por tanto, se convierte en el signo de este poema. La luz trae la vida, la salvación, y por eso, hasta la noche es hermosa, cuando en ella “hay luz”.

La luz es, por otra parte, el signo de la gran liberación que el profeta propone al pueblo en nombre de Dios. Liberación que habla de la utopía de la justicia; y con la justicia la paz, shalom, esa palabra clave de la Biblia y de todo corazón humano. La paz nunca se puede dar sin justicia. Bien es verdad que es algo más que el “orden”: es un bien “mesiánico” con todas las de la ley. La tiranía del opresor, su vara, las botas del soldado y el manto manchado de sangre han sido destruidos. La luz siempre evoca la acción creadora y salvadora de Dios. No olvidemos que a muchos esclavos del pueblo les habían sacados los ojos… para no ver; así habían caminado a un destierro.

¿Quién trae todo esto? “un niño”. El profeta, desde luego, no piensa en el niño de Belén. Nosotros, sin embargo, solamente podemos leer este poema desde Belén. Es uno de los privilegios de la hermenéutica cristiana. Tenemos todo el derecho a ello, porque podemos ir más allá del poema y de las circunstancias históricas (probablemente se refería al niño que sería después el rey Ezequías). La utopía se realiza en la historia concreta, humana, entrañable: un niño, un hijo, uno de nosotros es quien puede traer todo esto. Probablemente se ha podido inspirar el profeta en poemas de “entronización”… pero es un canto a la justicia y a la paz. Y esto en la tierra no se hace presente si Dios no interviene y nosotros le dejamos intervenir: eso es Navidad.

Fray Miguel de Burgos Núñez

Comentario al evangelio – 20 de diciembre

No queda nada. Pero todavía falta mucho. No queda nada para celebrar la Navidad. Pero todavía tenemos nos falta mucho para entender, hay mucho que reflexionar, con ayuda de la Liturgia de la Palabra. Los profetas nos han ayudado a recordar que solo hay un Dios. Aunque tenemos muchos diosecillos, que no nos dejan ser del todo felices. Que nos alejan del camino verdadero, el camino del Evangelio, el camino de Dios.

Sobre todo, Juan el Bautista nos ha dado las claves para “preparar el camino al Señor”. La humildad, la conversión, el arrepentimiento, hacer las cosas como es debido, no pedir más de lo que es exigible, no abusar de nuestro poder, sea pequeño o grande…

Pero para comprender al cien por cien lo que supone preparar el camino al Señor, tenemos que mirar a la Virgen María. Siempre tenemos que mirar a la Madre, a nuestra Madre, pero en Adviento este deber adquiere una tonalidad especial. Y el relato de la Anunciación, en vísperas de la Navidad, también suena de forma diferente.

Hemos tenido 3 semanas de preparación, para mirar dentro de nuestro corazón, ver qué telarañas había que limpiar, qué cosas teníamos que tirar, para hacer sitio a Jesús, y nos han dado muchas ideas para vivir como Dios quiere. Pero somos como somos, y a lo peor, todavía estamos sin preparar.

María nos da siempre lecciones de cómo aceptar todo lo que Dios nos va mandando. En todo el año litúrgico lo vemos. En Adviento, más que nunca. Hoy el ángel le dice algo para lo que nadie nunca estaría preparado. Aceptar ser la Madre del Hijo de Dios no es algo que suceda todos los días. María se turba, pero rápidamente es consolada. “Alégrate, llena de gracia”. Vivimos tiempos en los que es difícil alegrarse. La incertidumbre ante el futuro, el miedo a la muerte, que el covid19 ha reavivado, y de qué forma, la crisis económica… Muchas cosas que no nos dejan alegrarnos.

María pasó también lo suyo. Asumir lo que quería Dios de ella no debió ser fácil. Miedo, dudas, preocupación, pero todo queda atrás, cuando acepta la gracia de Dios. “No temas”. Es fácil escucharlo, paro no tanto creérselo. Es la gracia lo que ayuda.

Siempre es bueno mirar a la Madre de Dios, pero antes de la Navidad, más. También nosotros estamos llenos de gracia, desde el Bautismo. Quedan unos días para volver a vivir el nacimiento de Cristo. Acude al sacramento de la Reconciliación. Redescubre la alegría de la gracia. Para Dios, no hay nada imposible. Libérate de tus temores, y dile a Dios “hágase en mí según tu Palabra”. Como María.

Alejandro Carbajo, cmf

Meditación – 20 de diciembre

Hoy es 20 de diciembre, feria mayor de Adviento.

La lectura de hoy es del evangelio de Lucas (Lc 1, 26-38):

Al sexto mes fue enviado por Dios el ángel Gabriel a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María. Y entrando, le dijo: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo».

Ella se conturbó por estas palabras, y discurría qué significaría aquel saludo. El ángel le dijo: «No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios; vas a concebir en el seno y vas a dar a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús. Él será grande y será llamado Hijo del Altísimo, y el Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob por los siglos y su reino no tendrá fin».

María respondió al ángel: «¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón?». El ángel le respondió: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios. Mira, también Isabel, tu pariente, ha concebido un hijo en su vejez, y éste es ya el sexto mes de aquella que llamaban estéril, porque ninguna cosa es imposible para Dios». Dijo María: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra». Y el ángel dejándola se fue.

Hoy consideramos la hora decisiva de la historia humana: María se ofrece —cuerpo y alma— como morada a Dios. En Ella y de Ella, el Hijo de Dios tomó carne. Por medio de Ella, la Palabra se hizo carne y María deviene «tienda viva» del Verbo. Lo que es el anhelo de todas las culturas —que Dios habite entre nosotros— ahí se hace realidad.

Escuchando con el corazón, devotamente: ésta es la actitud propia de María Santísima. En el icono emblemático de la Anunciación vemos a la Virgen recibiendo al Mensajero celestial mientras está meditando la Sagrada Escritura. María es la dócil servidora de la Palabra divina. Había motivos para tener miedo, porque llevar encima el peso del mundo, ser la madre del Rey del universo, era superior a las fuerzas de un ser humano. Por eso, el Arcángel le repitió el «No temas» tan típico de la Escritura.

—Santa María responde «sí» e incorpora toda su existencia a la voluntad divina, abriendo la puerta del mundo a Dios.

REDACCIÓN evangeli.net