LA FAMILIA, COMUNIDAD DE AMOR Y SERVICIO
CLAVE, LA FAMILIA
Es conocida la condición de Arquímedes para mover el globo terráqueo: «Dadme un punto de apoyo y moveré la tierra». En el orden psicológico, eclesial y social, ese punto de apoyo es la familia. De familias sanas, llenas de vitalidad, nacen personas nuevas, una nueva Iglesia y una nueva sociedad. Precisamente para alentar la vida de familia y ayudarla a crecer, en estos días, tan hogareños, la liturgia nos presenta a la familia de Nazaret como referencia para todas las familias cristianas.
Encuestas y estudios sociológicos sobre los valores de los españoles revelan que la familia ocupa el primer lugar. Peco, ante este dato, ciertamente positivo, hay que preguntarse: Es un valor confesado, ¿pero es, en la misma medida, un valor vivido? Baste decir que, según todos los estudios, apenas un 10% de las parejas se sienten aceptablemente felices. Sin embargo, hay que decir que felicidad se escribe con «f» de familia. Generalmente los padres viven obsesionados por la felicidad de sus hijos; pero no siempre aciertan a descubrirles que su fuente está en la familia. El regalo más grande que pueden hacerles, el medio más eficaz para lograr esa felicidad es ofrecerles un hogar confortable, hacer que siempre sea Navidad en él.
«…Esa gran cátedra que es la familia», afirmaba Tierno Galván. La destrucción de la familia es uno de los peores síntomas de disolución de valores en nuestro tiempo. Yo espero que reviva de nuevo la familia como unidad de afectos e intereses. Porque no nos engañemos: la familia es insustituible. El consejo del padre, la piedad de la madre, la observación del hermano, las cuitas y las alegrías compartidas en común… todo esto viene a definir el carácter y a preparar moralmente al hombre que uno va a ser. Sin duda, el futuro de la Iglesia
depende también, en gran medida, del grado de salud de la familia. La tarea pastoral, de evangelización y catequesis, sobre todo a nivel de niños y de jóvenes, sin el protagonismo educativo de la familia, es construir sobre arena. El Concilio Vaticano II afirma rotundamente: «Los padres son los primeros y principales educadores. Su papel en la educación es de tal peso que, cuando falta, difícilmente puede suplirse» (GE 3,1).
LA FAMILIA, COMUNIDAD DE AMOR
Para que la familia sea fiel a sí misma y cumpla su misión, ante todo ha de realizarse como comunidad de amor. Ella tiene como modelos de referencia nada menos que a la Trinidad, en primer lugar. Lo que Jesús pide al Padre para toda comunidad cristiana (que sean uno como tú y yo, Padre, somos uno -Jn 17,21-23-), lo pide también para la familia, Iglesia doméstica.
La familia cristiana tiene también como referencia a la familia de Nazaret, comunidad modélica, sin duda, y a la comunidad de Jerusalén, la madre de todas las comunidades: «Tenían un solo corazón y una sola alma» (Hch 4,32).
Una familia es un verdadero «hogar» (fogón) cuando en ella se vive la amistad entre los cónyuges y con los hijos, cuando hay confianza, confidencia y cordialidad, que implica ternura. Pablo invita a la dulzura en el trato, a evitar asperezas… (Col 3,12-14.18). No es infrecuente que mientras se reserva la amabilidad, la delicadeza de trato para los extraños, caigamos en la brusquedad y falta de respeto con los de la propia familia, con los que nos son más cercanos. A veces no se sabe armonizar el respeto con la confianza. Ser comunidad de amor implica compartir el mismo sentido de la vida, la misma fe, la misma jerarquía de valores. En el caso de la familia «cristiana», significa tener el mismo espíritu de Jesús, vivenciar los valores del Evangelio. Para lograr esa mutua comunión es imprescindible poner en práctica algunos medios:
— La convivencia. El piso, la casa, no puede ser sólo una pensión. La «convivencia» no consiste sólo en «estar en casa», sino en compartir la vida. No es cuestión de estar sólo
de «cuerpo presente» sino también con toda el alma. Un miembro de nuestra comunidad cristiana me contó esta experiencia: «Llegué a casa a eso de las once de la noche, después de una jornada bastante intensa. Después de saludar a la mujer y a los hijos, les anuncio: ‘Mañana tengo que ir a Madrid en viaje de negocios’. Los dos hijos (la hija de ocho y el hijo de once) protestan: ‘¡Jo!, papá, no te vemos nunca’. Les explico: ‘Es que tengo que trabajar mucho. Ahora mismo necesitamos mucho dinero. Tenemos que arreglar la casa del pueblo, hay que terminar de pagar el piso, hay que cambiar de coche; y vosotros estáis en una edad en que empezáis a necesitar muchas cosas’… ‘No, papá, le replican al instante, nosotros no necesitamos muchas cosas; te necesitamos a ti’. De momento, sus palabras me resbalaron. Pero, cuando estaba acostado, empecé a darle vueltas. Se lo comenté a mi mujer, que me dijo con retintín: ‘Los chicos tienen toda la razón del mundo’.
Las palabras de mis hijos, rematadas por la madre, fueron para mí una verdadera locución divina; a partir de ahí, mi vida familiar dio un gran vuelco. Empecé a tomar en serio la convivencia con los míos».
— El diálogo. Sigue siendo una asignatura pendiente. No se dialoga en profundidad. Se intercambian informaciones, los miembros de la familia dicen cosas, pero no «se dicen». Por confesión de muchas parejas integradas en grupos matrimoniales, casi el cien por cien confiesa que no conviven ni dialogan lo suficiente con los hijos.
— Expresiones de afecto. Es decisivo el lenguaje de los signos, de los gestos, de los pequeños detalles… Escribía Martín Descalzo: «El verdadero amor, con frecuencia, no se expresa con grandes gestos, entregas heroicas, sacrificios espectaculares, sino por la pequeña ternura empapada de imaginación. Eso que en castellano denominamos con tanto acierto los detalles…». Por eso me preocupa cuando una mujer me dice que su marido no tiene nunca un detalle. Esto es signo de que ese matrimonio está siendo invadido por el aburrimiento, carcoma del amor. En cambio, un detalle inteligente puede llenar más el corazón que el más espléndido de los regalos.
FAMILIA ABIERTA Y SOLIDARIA. IGLESIA DOMÉSTICA
Por los datos neotestamentarios se deduce obviamente que la familia de Nazaret era abierta y no replegada sobre sí misma de forma egoísta. María va presurosa a la casa de Isabel para atenderla en su embarazo bastante avanzado.
La familia abierta se relaciona, se integra en movimientos, grupos o comunidades de la parroquia; es hospitalaria, participa en los acontecimientos y fiestas de su entorno, promueve la buena vecindad, sabe convivir en paz y promover relaciones cordiales. Hacer familia no consiste sólo en crear un nido caliente para los miembros que la componen.
Así mismo, la familia cristiana ha de ser solidaria y comprometida. La familia de Nazaret es una familia emigrante, que vive dificultades precisamente por cumplir la misión histórica que se le ha confiado. María no cae en la tentación de Pedro de interponerse en el camino cuando Jesús va a Jerusalén a meterse en la boca del lobo y arriesgar su vida (Mt 16,22). Juan Pablo II ha hecho una llamada especialmente urgente para las familias cristianas: «La unidad de la familia no debe degenerar en egoísmo colectivo. La familia necesita de otras familias, de la sociedad y de la Iglesia para realizarse. Pero tiene que contribuir al bien de la una y de la otra. La familia tiene una función social que cumplir. Vosotras, familias que podéis disfrutar del bienestar, no os cerréis dentro de vuestra felicidad; abríos a los otros para repartir lo que os sobra y a otros les falta» (Familiaris consortio, 44).
El Concilio Vaticano II designa a la familia cristiana con el nombre grávido de «Iglesia doméstica». Decir Iglesia doméstica es lo mismo que decir pequeña comunidad cristiana. «Esto significa, según afirma Pablo VI en EN 71, que en cada familia cristiana deberían reflejarse los diversos aspectos de la Iglesia entera. Por otra parte, la familia, al igual que la Iglesia, debe ser un espacio donde el Evangelio es transmitido y desde donde éste se irradia». Ser Iglesia doméstica implica ver y proyectar la vida desde el Evangelio; significa compartir y concelebrar la fe, practicar la oración comunitaria, compartir con la comunidad cristiana, ser una comunidad de servicio y comprometida. ¡Todo un proyecto escasamente verificado en familias que se autodenominan cristianas^. Un proyecto increíblemente fecundo.
Nuestro famoso actor, José Bódalo, declaraba: «Entregarme a mi mujer y a mis hijos es algo que me ha compensado… Formar una buena familia es lo más importante que he hecho en mi vida». Y Bernabé Tierno afirma categóricamente: «Hay que devolver a la familia el protagonismo social, político, cultural y afectivo que nunca debió perder». La Sagrada Familia nos evoca que la familia es sagrada. Y, por ello, hay que concederle el lugar primordial que le corresponde.
Atilano Alaiz
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