Oración de los fieles (Natividad del Señor)

Amanece un día distinto. Una luz nueva aparece en esta mañana. Acabo la espera, Dios ya está entre nosotros. A los pies del niño de Belén presentamos nuestras intenciones

ACOGE ESTA PLEGARIA, SEÑOR.

1.- Por el Papa Francisco, obispos, sacerdotes, diáconos, para que el misterio que hoy celebramos, ilumine todos sus actos y los acompañe todos los días de su vida. OREMOS

2.- Por las gentes del mar y del campo y todos los que están en contacto permanente con la naturaleza para que contemplando la maravilla creada por sus manos, alcancen a ver el rostro de su creador. OREMOS

3.- Por las familias y por todos sus miembros para que el Amor que nos viene de lo alto, lime las asperezas que aparecen en el devenir diario. OREMOS

4.- Por los que están tristes o enfermos, por los necesitados y los angustiados, para que reconozcan en el rostro de Jesús la alegría que nace del amor. OREMOS

5.- Por los dirigentes políticos, para que cambien el enfrentamiento por el acercamiento, el recelo por la confianza, el grito por el abrazo y con la ayuda de Dios construyan un mundo donde reine la Paz. OREMOS

6.- Por los que hoy no celebran esta fiesta, judíos, musulmanes, de cualquier otra religión, ateos o agnósticos, para que sientan el Amor de Dios en sus corazones y sea este Amor el motor de sus vidas. OREMOS

Padre, ya está tu Hijo entre nosotros, ayúdanos a que lo acojamos en nuestro corazón y sigamos el camino que nos lleva a Ti.

Te lo pedimos por Jesucristo nuestro Señor.

Amén.


Al contemplar la salvación de Dios llegada hasta nosotros, tomamos la decisión de acercar a ella nuestras necesidades y pobrezas que todavía nos esclavizan.

DERRAMA TU PALABRA SOBRE NUESTRO CORAZÓN.

1. – Para que la bendición de Dios recaiga sobre toda la Iglesia, y la haga portadora de unidad, de paz, de fraternidad, en un mundo que rechaza los auténticos valores. OREMOS

2. – Por las familias, sobre todo por las que no pueden estar juntas en estos días: presos, refugiados, emigrantes; para que la Navidad les llegue de alguna forma concreta y encuentren la paz y el amor que Cristo ha traído para todos los hombres. OREMOS

3. – Por todos los que celebraron otros años las navidades con nosotros y están ya en la casa del Padre; para que, aunque no notemos su presencia, seamos conscientes de que ya contemplan el rostro de Dios. OREMOS

4. – Por quienes tienen cerrado el corazón; para que la abundancia de la bondad de Jesús, salve tantas cosas que por comodidad dejamos sin respuesta. OREMOS

5. – Por los que estamos aquí reunidos; para que el nacimiento de Cristo, renazca en nosotros la generosidad, la entrega, el amor y la santidad. OREMOS

Señor, Dios grande, haz que cuantos celebramos con alegría tu venida, seamos liberados de tantos peligros como nos amenazan.

Por nuestro Señor Jesucristo tu Hijo que contigo vive y reina por los siglos de los siglos.

Amén

Lectio Divina – 21 de diciembre

«Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno”

1.- Oración introductoria.

¡Dichosa tú, que has creído! María fue llamada dichosa, no por el hecho de ser Madre biológica de Jesús, sino por su fe. María no ha llevado una vida fácil. Siempre ha estado traspasada por una espada: la que le anunció Simeón. Su vida fue un Vía Crucis que acabó en el Monte Calvario. En muchas ocasiones no entendía nada, pero se fiaba plenamente de Dios. Por eso  yo esta mañana te pido, Señor, que aumentes mi fe. Dame la fe de María.

2.- Lectura reposada del evangelio Lucas 1, 39-45

En aquellos días, se levantó María y se fue con prontitud a la región montañosa, a una ciudad de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. Y sucedió que, en cuanto oyó Isabel el saludo de María, saltó de gozo el niño en su seno, e Isabel quedó llena de Espíritu Santo; y exclamando con gran voz, dijo: «Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno; y ¿de dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí? Porque, apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el niño en mi seno. ¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!

3.- Qué dice la palabra de Dios.


Meditación-reflexión

“Se levantó María y se fue con prontitud”. Después de la Anunciación, sabe que Dios mora en ella, que el Omnipotente ha puesto en ella su mirada y su posada. La escena termina así: “Y la dejó el ángel”. La dejó tranquila, la dejó en paz. Ella estaba contemplando el misterio, gustándolo, saboreándolo. Le costó levantarse pero fue a realizar un servicio a su prima.  A esta Reina,  no se le han caído los anillos, ni se le han subido los humos a la cabeza. Es la misma: la sierva, la que ha nacido para servir. Aquellas dos mujeres, Isabel y María, significan dos Alianzas, dos Testamentos. Dos Alianzas que se estrechan y se abrazan. Entre el Antiguo y el Nuevo Testamento no hay ruptura sino “abrazo”. Con un salto de gozo en el seno de Isabel recibe el último de los profetas a Jesús. Todo ha sido un largo camino de preparación, de crecimiento, de búsqueda, de nostalgia. “Muchos profetas y reyes quisieron ver lo que vosotros veis y no lo vieron” (Lc. 10,24). Juan, en el seno de su madre, recoge  todos los anhelos, deseos, esperanzas de un pueblo y da un salto de júbilo. Todo el Antiguo Testamento  llevaba a Cristo en sus entrañas. El Nuevo Testamento  dirá quién  es ese Cristo de quien ya se venía hablando.

Palabra autorizada del Papa

“Este episodio nos muestra ante todo la comunicación como un diálogo que se entrelaza con el lenguaje del cuerpo. En efecto, la primera respuesta al saludo de María la da el niño saltando gozosamente en el vientre de Isabel. Exultar por la alegría del encuentro es, en cierto sentido, el arquetipo y el símbolo de cualquier otra comunicación que aprendemos incluso antes de venir al mundo. El seno materno que nos acoge es la primera “escuela” de comunicación, hecha de escucha y de contacto corpóreo, donde comenzamos a familiarizarnos con el mundo externo en un ambiente protegido y con el sonido tranquilizador del palpitar del corazón de la mama. Este encuentro entre dos seres a la vez tan íntimos, aunque todavía tan extraños uno de otro, es un encuentro lleno de promesas, es nuestra primera experiencia de comunicación. Y es una experiencia que nos acompaña  a todos, porque todos nosotros hemos nacido de una madre. Después de llegar al mundo, permanecemos en un “seno”, que es la familia. Un seno hecho de personas diversas en relación; la familia es el “lugar donde se aprende a convivir en la diferencia”: diferencias de géneros y de generaciones, que comunican antes que nada porque se acogen mutuamente, porque entre ellos existe un vínculo. Y cuanto más amplio es el abanico de estas relaciones y más diversas son las edades, más rico es nuestro ambiente de vida”.  (Mensaje de S.S. Francisco, 23 de enero de 2015).

4.- Qué me dice ahora a mí esta palabra que acabo de meditar. Guardo silencio.

5.-Propósito. Vivir hoy con la resolución de servir, por amor, a las personas con las que convivo.

6.- Dios me ha hablado a mí a través de su Palabra. Y ahora yo le respondo con mi oración.

María, gracias por enseñarme a entregar mi voluntad a Dios, a no querer cumplir todos mis deseos, por muy importantes que me puedan parecer; a saber dejar todo en manos de nuestro Padre y Señor. Quiero imitar tu bondad y disposición para ayudar a los demás. Intercede por mí para que sepa imitar esas virtudes que más agradan a tu Hijo, nuestro Señor.

Y la Palabra se hizo carne

¡Feliz Navidad a todos los hombres y mujeres de buena voluntad en todo el mundo!

La noche se cerraba entre el asombro y la expectación que nos regalaba el contemplar a un Dios que se acercaba con tal premura, sencillez y ternura al ser humano. Un Dios que buscaba encontrarse con el hombre de ayer y de hoy, simplemente en lo humano, en lo histórico, en lo cotidiano del vivir, para desde ahí, llevarnos a comprender más y mejor a Dios y a ser parte de Él con más conciencia de hijos. El acontecimiento desborda la expectativa de quien ejercitaba la espera y la esperanza. Redención y salvación empiezan a trabar el buen fin del propositum vitae emanado por Dios desde la creación del mundo para cada hombre y para cada mujer. Contemplábamos un misterio. Contemplábamos la Vida haciéndose hermana nuestra en un recién nacido. La luz del nacimiento del Redentor iluminaba nuestros ojos y educaba nuestra mirada en ese ser capaces de acoger el misterio.

La experiencia más bella que podemos tener es la de lo misterioso. Se trata de un sentimiento fundamental que es, como si dijéramos, la cuna del arte y de la ciencia verdadera. Quien no lo conoce ya no puede maravillarse ni admirarse de nada, ya está muerto, podríamos decir, y su ojo está debilitado (Albert Einstein).

Hoy, en este día santo de Navidad, nos sorprende la liturgia de la Palabra de la Iglesia con un texto, no muy del regusto humano, apegado a lo entrañable o a lo romántico de lo “esperable por Navidad”. Hoy la Palabra ya no busca endulzar unos oídos primerizos o que simplemente atiendan al primer rumor.  En este día santo de Navidad, que la Iglesia prolongará durante toda una octava, porque el hecho es de tal envergadura que así lo requiere la fe y la razón humanas para asumirlo, se nos ofrece a la consideración el prólogo del cuarto evangelio. Compendio de toda la Buena Noticia, sumario de la voluntad de Dios, recapitulación de la inconsistencia humana que se debate, a lo largo de la historia, entre vivir, acoger y ser luz, o cerrar la puerta del corazón a la luz de la Vida.

La condición de filiación – pero a cuantos la recibieron, les da poder para ser hijos de Dios, si creen en su nombre (Jn 1,12) – o dicho con palabras más coloquiales, la fuerza de la posibilidad de vivirse en la relación con Dios y en la existencia humana como hijos, supone un desafío al eterno anhelo de lo humano. Vivir como regalo, sabiéndose acompañado, custodiado… en relación condicionada por el amor incondicional, en fraternidad con los demás hombres y mujeres del mundo, que hoy y siempre, han acogido la luz.

Las palabras toman cuerpo. La Palabra se encarna. Ya no hay quimera, ilusión o fantasía. De Dios nunca podremos decir que su Palabra fuera campana hueca o címbalo que aturde. La Palabra-Promesa traspasa su misma definición y límite, se excede en el intento… Dios no se quiere lejos de aquello que ama. Dios se quiere en la historia. Dios se quiere encontrar y dejarse encontrar en sus propios hijos. Dios se hace historia entrelazando lo humano y lo divino en ese punto de sutura que es el Hijo del hombre, el Cristo, el Ungido de Dios.

Ha nacido y está en medio de nosotros. Es Dios—con todo su poder y majestad—, que se ha hecho Niño, para que, viéndole, nos elevemos a las cosas divinas. Por tanto, nos toca a nosotros, a cada uno aquí y ahora, creer en su amor. Ya que como dice san Agustín: ¿Por qué razón sobre toda razón, se encarnó el Verbo, sino para manifestarnos su amor?

En definitiva, Dios se ha encarnado, se ha hecho Niño para estar junto a nosotros. Y lo ha hecho por puro amor al ser humano; y porque el amor tiende siempre, de natural, a la unión con lo amado. Bien lo cantaba san Juan de la Cruz:

¿Adónde te escondiste,                  

Amado, y me dejaste con gemido?               

Como el ciervo huiste,                   

habiéndome herido;                       

salí tras ti clamando, y eras ido.

Descubre tu presencia,                  

y máteme tu vista y hermosura;                   

mira que la dolencia                      

de amor que no se cura                  

sino con la presencia y la figura.

¡Oh, noche que guiaste!

¡Oh, noche amable más que la alborada!

¡Oh, noche que juntaste

Amado con amada,

amada en el Amado transformada!

De ahí que nuestro mejor tributo en este día de Navidad sea creer en su amor, tal y como en una de las cartas lo señalará el propio evangelista del cuarto evangelio: Hemos conocido y creído la caridad que Dios nos tiene (1Jn 4,16). Además, será esta fe, esta inclinación de nuestra mente, corazón y voluntad al amor de Dios, el principio de nuestra propia felicidad. Santa Teresita sonreía porque se llamaba del Niño Jesús. El rostro de la Virgen es el símbolo de la felicidad, porque ha mirado al Niño y ha visto en sus ojos todo el misterio del amor de Cristo. Contemplemos con María el misterio. Y si adoración es el postrer esfuerzo del alma que rebosa y ya no puede articular palabra (Lacordaire), postrados ante Él, adorémosle en silencio, dejémonos mirar por el Amor…

Fr. Ismael González Rojas

Comentario – 21 de diciembre

Lucas 1, 39-45

María se puso en camino apresuradamente y se fue a casa de Isabel.

Es una escena concreta, que conviene meditar tal cual. ¿Por qué parte con tanta prisa? ¿Cuáles son sus pensamientos? No puede guardar su gozo para ti.

Quiere ir a ayudar a su anciana prima que espera un pequeño, como ella.

Sin duda espera también ver el «signo» que el Ángel le ha dado, ¿Estoy yo suficientemente abierto a los demás?

¿Me gusta que participen de mis alegrías y de mis descubrimientos espirituales? Así era el temperamento de María.

Cuando Isabel oyó el saludo de María, el niño dio saltos de júbilo en su seno.

Misterioso encuentro de Jesús y Juan Bautista a través del encuentro de sus madres respectivas.
Esto provoca un «brinco de alegría». El gozo. La fiesta de Dios.

Isabel se sintió llena del Espíritu Santo.

Siempre ese mismo Espíritu, que había sido prometido para la era mesiánica y que es ahora derramado con el gozo, que es su distintivo, en las almas disponibles.

Estas personas —Zacarías, Isabel, José, María— son seres humildes, representantes del pueblo que ha esperado tanto tiempo. Son los «santos», llenos de Dios, llenos del Espíritu Santo. Mas, ¡cuan ordinaria es su vida!

«Bendita tú eres entre todas las mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre».

Es una parte del «Ave María»; plegaria a redescubrir quizá en estos días que preceden a la Navidad, cuando Jesús estaba realmente en las entrañas de María, al calor de su madre, bien protegido… antes de estar expuesto al frío, a los golpes, y a las injurias. Por de pronto sólo recibe amor. Un corazón de madre late junto al suyo, y le hace latir una única sangre humana.

Jesús es esperado. Jesús es amado con su primer amor.

‘Bendita tu eres… bendito es tu hijo…» Acción de gracias. Gracias, Dios mío, por esta madre que Tú has tenido y que Tú nos has dado.

¿Y de dónde a mí tanto bien, que venga la madre de mi Señor a visitarme?

Estas dos mujeres están inmersas en el misterio: Evidentemente hay cosas extrañas en torno a esos dos nacimientos. Entre las personas espirituales las hay que aprecian de golpe una cierta densidad de los acontecimientos. Viviendo habitualmente con Dios, le reconocen a partir de ciertos signos imperceptibles al común de los hombres. Isabel ve certeramente enseguida. Es una palabra de adoración, de agradecimiento a Dios la que ella pronuncia. ¡Ayúdanos, Señor, a reconocer su presencia! a saber interpretar los signos que nos muestras.

Bienaventurada tú que creíste…

Esto es también espontáneamente auténtico: la Fe es lo admirado en primer lugar. Los honores, las ventajas que de ella podrían derivarse, no cuentan, la Fe es la que, todavía hoy, hace presente a Dios en el mundo. Los exegetas relacionan este relato con el traslado del Arca de la Alianza (II Samuel, 6-2.11). María es la nueva «arca de Alianza» donde Dios habita. En adelante Dios ya no quiere habitar en objetos, sino en aquellos que viven por la Fe.

La Fe y el gozo: bienaventurada tú que creíste.

Noel Quesson
Evangelios 1

¿Qué me quiere decir hoy Jesús?

Nacimiento de Jesús – Lucas 2, 1-14

En aquellos días salió un decreto del emperador Augusto, ordenando hacer un censo de mundo entero. Este fue el primer censo que se hizo siendo Cirino gobernador de Siria. Y todos iban a inscribirse, cada cual a su ciudad. También José, que era de la casa y familia de David, subió a la ciudad de Nazaret en Galilea a la ciudad de David, que se llama Belén, para inscribirse con su esposa María, que estaba encinta. Y mientras estaban allí le llego el tiempo del parto y dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no tenían sitio en la posada. En aquella región había unos pastores que pasaban la noche al aire libre, velando por turno su rebaño. Y un ángel del Señor se les presentó: La gloria del Señor los envolvió de claridad y se llenaron de gran temor. El ángel les dijo: – No temáis, os traigo la buena noticia, la gran alegría para todo el pueblo, hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador: el Mesías, el Señor. Y aquí tenéis la señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre. De pronto, en torno al ángel, apareció una legión del ejército celestial, que alababa a Dios, diciendo: – Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres que Dios ama.

Explicación

Os traigo una noticia estupenda: hoy, en Belén, os ha nacido un niño, llamado Jesús. Es Dios con nosotros. Y la señal por la que le conoceréis es que está envuelto en pañales y acostado en un pesebre. No os extrañe oír canciones con esta letra: «Paz en la tierra a las personas que Dios ama y alegría grande para Dios en el cielo».

Fr. Emilio Díez Ordóñez y Fr. Javier Espinosa Fernández

Homilía – Sagrada Familia

LA FAMILIA, COMUNIDAD DE AMOR Y SERVICIO

CLAVE, LA FAMILIA

Es conocida la condición de Arquímedes para mover el globo terráqueo: «Dadme un punto de apoyo y moveré la tierra». En el orden psicológico, eclesial y social, ese punto de apoyo es la familia. De familias sanas, llenas de vitalidad, nacen personas nuevas, una nueva Iglesia y una nueva sociedad. Precisamente para alentar la vida de familia y ayudarla a crecer, en estos días, tan hogareños, la liturgia nos presenta a la familia de Nazaret como referencia para todas las familias cristianas.

Encuestas y estudios sociológicos sobre los valores de los españoles revelan que la familia ocupa el primer lugar. Peco, ante este dato, ciertamente positivo, hay que preguntarse: Es un valor confesado, ¿pero es, en la misma medida, un valor vivido? Baste decir que, según todos los estudios, apenas un 10% de las parejas se sienten aceptablemente felices. Sin embargo, hay que decir que felicidad se escribe con «f» de familia. Generalmente los padres viven obsesionados por la felicidad de sus hijos; pero no siempre aciertan a descubrirles que su fuente está en la familia. El regalo más grande que pueden hacerles, el medio más eficaz para lograr esa felicidad es ofrecerles un hogar confortable, hacer que siempre sea Navidad en él.

«…Esa gran cátedra que es la familia», afirmaba Tierno Galván. La destrucción de la familia es uno de los peores síntomas de disolución de valores en nuestro tiempo. Yo espero que reviva de nuevo la familia como unidad de afectos e intereses. Porque no nos engañemos: la familia es insustituible. El consejo del padre, la piedad de la madre, la observación del hermano, las cuitas y las alegrías compartidas en común… todo esto viene a definir el carácter y a preparar moralmente al hombre que uno va a ser. Sin duda, el futuro de la Iglesia

depende también, en gran medida, del grado de salud de la familia. La tarea pastoral, de evangelización y catequesis, sobre todo a nivel de niños y de jóvenes, sin el protagonismo educativo de la familia, es construir sobre arena. El Concilio Vaticano II afirma rotundamente: «Los padres son los primeros y principales educadores. Su papel en la educación es de tal peso que, cuando falta, difícilmente puede suplirse» (GE 3,1).

LA FAMILIA, COMUNIDAD DE AMOR

Para que la familia sea fiel a sí misma y cumpla su misión, ante todo ha de realizarse como comunidad de amor. Ella tiene como modelos de referencia nada menos que a la Trinidad, en primer lugar. Lo que Jesús pide al Padre para toda comunidad cristiana (que sean uno como tú y yo, Padre, somos uno -Jn 17,21-23-), lo pide también para la familia, Iglesia doméstica.

La familia cristiana tiene también como referencia a la familia de Nazaret, comunidad modélica, sin duda, y a la comunidad de Jerusalén, la madre de todas las comunidades: «Tenían un solo corazón y una sola alma» (Hch 4,32).

Una familia es un verdadero «hogar» (fogón) cuando en ella se vive la amistad entre los cónyuges y con los hijos, cuando hay confianza, confidencia y cordialidad, que implica ternura. Pablo invita a la dulzura en el trato, a evitar asperezas… (Col 3,12-14.18). No es infrecuente que mientras se reserva la amabilidad, la delicadeza de trato para los extraños, caigamos en la brusquedad y falta de respeto con los de la propia familia, con los que nos son más cercanos. A veces no se sabe armonizar el respeto con la confianza. Ser comunidad de amor implica compartir el mismo sentido de la vida, la misma fe, la misma jerarquía de valores. En el caso de la familia «cristiana», significa tener el mismo espíritu de Jesús, vivenciar los valores del Evangelio. Para lograr esa mutua comunión es imprescindible poner en práctica algunos medios:

La convivencia. El piso, la casa, no puede ser sólo una pensión. La «convivencia» no consiste sólo en «estar en casa», sino en compartir la vida. No es cuestión de estar sólo

de «cuerpo presente» sino también con toda el alma. Un miembro de nuestra comunidad cristiana me contó esta experiencia: «Llegué a casa a eso de las once de la noche, después de una jornada bastante intensa. Después de saludar a la mujer y a los hijos, les anuncio: ‘Mañana tengo que ir a Madrid en viaje de negocios’. Los dos hijos (la hija de ocho y el hijo de once) protestan: ‘¡Jo!, papá, no te vemos nunca’. Les explico: ‘Es que tengo que trabajar mucho. Ahora mismo necesitamos mucho dinero. Tenemos que arreglar la casa del pueblo, hay que terminar de pagar el piso, hay que cambiar de coche; y vosotros estáis en una edad en que empezáis a necesitar muchas cosas’… ‘No, papá, le replican al instante, nosotros no necesitamos muchas cosas; te necesitamos a ti’. De momento, sus palabras me resbalaron. Pero, cuando estaba acostado, empecé a darle vueltas. Se lo comenté a mi mujer, que me dijo con retintín: ‘Los chicos tienen toda la razón del mundo’.

Las palabras de mis hijos, rematadas por la madre, fueron para mí una verdadera locución divina; a partir de ahí, mi vida familiar dio un gran vuelco. Empecé a tomar en serio la convivencia con los míos».

El diálogo. Sigue siendo una asignatura pendiente. No se dialoga en profundidad. Se intercambian informaciones, los miembros de la familia dicen cosas, pero no «se dicen». Por confesión de muchas parejas integradas en grupos matrimoniales, casi el cien por cien confiesa que no conviven ni dialogan lo suficiente con los hijos.

Expresiones de afecto. Es decisivo el lenguaje de los signos, de los gestos, de los pequeños detalles… Escribía Martín Descalzo: «El verdadero amor, con frecuencia, no se expresa con grandes gestos, entregas heroicas, sacrificios espectaculares, sino por la pequeña ternura empapada de imaginación. Eso que en castellano denominamos con tanto acierto los detalles…». Por eso me preocupa cuando una mujer me dice que su marido no tiene nunca un detalle. Esto es signo de que ese matrimonio está siendo invadido por el aburrimiento, carcoma del amor. En cambio, un detalle inteligente puede llenar más el corazón que el más espléndido de los regalos.

 

FAMILIA ABIERTA Y SOLIDARIA. IGLESIA DOMÉSTICA

Por los datos neotestamentarios se deduce obviamente que la familia de Nazaret era abierta y no replegada sobre sí misma de forma egoísta. María va presurosa a la casa de Isabel para atenderla en su embarazo bastante avanzado.

La familia abierta se relaciona, se integra en movimientos, grupos o comunidades de la parroquia; es hospitalaria, participa en los acontecimientos y fiestas de su entorno, promueve la buena vecindad, sabe convivir en paz y promover relaciones cordiales. Hacer familia no consiste sólo en crear un nido caliente para los miembros que la componen.

Así mismo, la familia cristiana ha de ser solidaria y comprometida. La familia de Nazaret es una familia emigrante, que vive dificultades precisamente por cumplir la misión histórica que se le ha confiado. María no cae en la tentación de Pedro de interponerse en el camino cuando Jesús va a Jerusalén a meterse en la boca del lobo y arriesgar su vida (Mt 16,22). Juan Pablo II ha hecho una llamada especialmente urgente para las familias cristianas: «La unidad de la familia no debe degenerar en egoísmo colectivo. La familia necesita de otras familias, de la sociedad y de la Iglesia para realizarse. Pero tiene que contribuir al bien de la una y de la otra. La familia tiene una función social que cumplir. Vosotras, familias que podéis disfrutar del bienestar, no os cerréis dentro de vuestra felicidad; abríos a los otros para repartir lo que os sobra y a otros les falta» (Familiaris consortio, 44).

El Concilio Vaticano II designa a la familia cristiana con el nombre grávido de «Iglesia doméstica». Decir Iglesia doméstica es lo mismo que decir pequeña comunidad cristiana. «Esto significa, según afirma Pablo VI en EN 71, que en cada familia cristiana deberían reflejarse los diversos aspectos de la Iglesia entera. Por otra parte, la familia, al igual que la Iglesia, debe ser un espacio donde el Evangelio es transmitido y desde donde éste se irradia». Ser Iglesia doméstica implica ver y proyectar la vida desde el Evangelio; significa compartir y concelebrar la fe, practicar la oración comunitaria, compartir con la comunidad cristiana, ser una comunidad de servicio y comprometida. ¡Todo un proyecto escasamente verificado en familias que se autodenominan cristianas^. Un proyecto increíblemente fecundo.

Nuestro famoso actor, José Bódalo, declaraba: «Entregarme a mi mujer y a mis hijos es algo que me ha compensado… Formar una buena familia es lo más importante que he hecho en mi vida». Y Bernabé Tierno afirma categóricamente: «Hay que devolver a la familia el protagonismo social, político, cultural y afectivo que nunca debió perder». La Sagrada Familia nos evoca que la familia es sagrada. Y, por ello, hay que concederle el lugar primordial que le corresponde.

Atilano Alaiz

Jn 1, 1-18 (Evangelio Día de Navidad)

La Palabra humana de Dios

El evangelio es el prólogo del evangelio de Juan (1,1-18), una de las páginas más gloriosas, profundas y teológicas que se hayan escrito para decir algo de lo que es Dios, de lo que es Jesucristo, y de lo que es el hecho de la encarnación, en esa expresión inaudita de el “Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros”. La encarnación se expresa mediante lo más profundo que Dios tiene: su Palabra; con ella crea todas las cosas, como se pone de manifiesto en el relato de la creación de Génesis 1; con ella llama, como le sucede a Abrahán, el padre de los creyentes; con ella libera al pueblo de la esclavitud de Egipto; con ella anuncia los tiempos nuevos, como ocurre en las palabras de los profetas auténticos de Israel; con ella salva, como acontece con Jesucristo que nos revela el amor de este Dios. El evangelio de Juan, pues, no dispone de una tradición como la de Lucas para hablarnos de la anunciación y del nacimiento de Jesús, pero ha podido introducirse teológicamente en esos misterios mediante su teología de la Palabra. También, en nosotros, es muy importante la palabra, como en Dios. Con ella podemos crear situaciones nuevas de fraternidad; con nuestra palabra podemos dar vida a quien esté en la muerte del abandono y la ignominia, o muerte a quien esté buscando algo nuevo mediante compromisos de amor y justicia. Jesús, pues, también se ha encarnado para hacer nuestra palabra (que expresa nuestros sentimientos y pensamientos, nuestro yo más profundo, lo que sale del corazón) una palabra de luz y de misericordia; de perdón y de acogida. El ha puesto su tienda entre nosotros… para ser nuestro confidente de Dios.

Un prólogo se escribe normalmente cuando la obra ya está completa; de esta manera, en el prólogo se expresan las ideas fundamentales de la obra que viene a continuación. Supongamos esto para el prólogo del cuarto evangelio. Puede parecer que tiene una cierta unidad, pero suprimid los vv. 6. 7. 8 y 15 que tratan de Juan Bautista y que fueron añadidos posteriormente. La razón es que hubo algunos discípulos que se mantuvieron fieles a Juan el Bautista y le otorgaban cierta preponderancia sobre Jesús. Era una secta baptista que tuvo cierta fuerza, sobre todo en el s. II (d.C.). De esta manera tendremos un prólogo lleno de fuerza y de lógica.

A) DIOS Y EL VERBO (vv. 1-5): Es la primera enseñanza de este himno. Quizás el prólogo nació en la celebración del culto. Sería como una especie de credo de la comunidad en la que vive Juan. Dios y su Palabra. Verbo = PALABRA. Esta expresión de Logos no tiene sus raíces en la filosofía griega, sino que es eminentemente bíblica. En la Biblia, en el AT, se dice que las divinidades paganas no hablan: *tienen boca, pero no hablan” (Salmo 115, 5). El Dios de la Biblia es el único que habla, que se expresa en el mundos. No está todavía personificada esta Palabra, pero se nota que Dios da vida al mundo por su PALABRA. Posteriormente, en una imagen semejante, casi se personifica esta fuerza de Dios bajo el nombre de SABIDURÍA. La Sabiduría es la que ha creado *con” Dios todas las cosas (Cf. Prov 3,19ss; 8, 22-31; 14,31;17,5). De todas formas, ni la Palabra, ni la SABIDURÍA se identifican plenamente con Dios en el AT. ¿Cuál es la novedad de Juan? Pues que la identifica con Dios, “estaba en Dios”. La personaliza. No es solamente una comparación, sino que la PALABRA (El Verbo o el Logos) es Dios mismo. Hay una relación entre Dios y la Palabra. Dios no está cerrado en Él mismo, sino que se pluraliza. Es una riqueza de Dios. Y, además, esta Palabra es creadora, como en el AT. Vemos que la fuente de inspiración de Juan es el AT y no la filosofía griega (v.3). La Palabra es la riqueza de Dios y del mundo (vv. 4 y 5). Es la vida y la vida es la luz de los hombres. Luego la Palabra de Dios es la fuente del mundo, toda la vida procede de Él y esa vida es la luz que los hombres han perdido. En este primer asomo al misterio de Dios en el himno de Juan, se revela una cosa fundamental. Es una idea revolucionaria para los judíos, que solamente eran monoteístas. Dios es más rico todavía. Dios es una pluralidad en la unidad. La Palabra es ALGUIEN esencial es Dios y para el mundo.

B) SOBRE LA ENCARNACIÓN (vv. 9.10.11.14 y 18): En estos versos se encierra todo el evangelio de Juan: la teología de la Encarnación. ¿Qué es esto? Es la reflexión que Juan ha hecho sobre Cristo. Se parte de un principio: Cristo-Jesús es la Palabra de Dios. Dios no se ha quedado en el cielo, sino que se ha hecho hombre y ha venido al mundo. Nosotros creemos en el Dios más humano que se ha podido imaginar en toda la historia de la religiones. La Palabra ha venido a “lo suyo”, a lo que había creado. Pero lo suyo no la ha recibido. Este es el drama de la Encarnación: la lucha entre la luz y las tinieblas que recorre todo el cuarto evangelio. El v. 14 tiene una enseñanza que puede rezar así: La palabra no solamente se ha hecho carne, “sarx”, debilidad, sino que se ha introducido en el misterio del pecado del mundo. Este es el sentido exacto y radicalmente fuerte. Se ha encarnado y ha tomado nuestros pecados. Es la idea más bella y original de nuestro misterio cristiano. Para un griego era impensable, ya que despreciaban el cuerpo. Lo mismo que para un judío, que no concebía que Dios se pudiera llegar a la impureza de los hombres. (Qué misterio y qué fuerza!. Y lo curioso es que, en la carne, los hombres que lo han acogido han podido ver la gloria de Dios. La gloria (kabod) era para los judíos como el poder de Dios. En el AT los judíos tenían que taparse la cara para no ver el resplandor de la gloria de Dios (v.g. en el Sinaí; o el profeta Isaías en el momento de su vocación). El v. 18 nos explica más: Dios se ha revelado por el Hijo y el Hijo es la Palabra, porque a Dios nadie lo ha visto jamás. Aunque esto es judío, se da un paso, porque nosotros lo podemos conocer por Jesús, que es el Hijo. Nosotros sólo podemos conocer a Dios por Jesús que nos lo ha revelado, ya que Jesús es el Hijo y el Hijo es la Palabra y la Palabra estaba desde el principio en Dios y Él mismo es Dios. Desde ahora, los cristianos hemos de saber que, para conocer a Dios, primero hemos de conocer a Jesús: cómo vive y cómo actúa. Ser cristiano es reconocer, en el acontecimiento histórico de Jesús, en este hombre de nuestra carne, tan próximo, tan fraternal, el rostro, la Palabra y la gloria de Dios: *quien me ha visto a mi ha visto al Padre”

C) SOBRE LA FE: (vv. 12.13.16.17): Todo esto que hemos expuesto no puede ser entendido sino por la fe. Deberíamos dejar el prólogo para el final del año litúrgico, porque después de conocer a Jesús y haber escuchado su palabra, nosotros nos decidimos por Él y creemos en Dios. Pero se ha de asumir el riesgo de la fe y aceptar así a Jesús y a Dios, de primeras. También porque, a pesar de todo, la fe es un don de Dios y debemos pedirle a Él que nos la dé y nos la fortalezca. Pero la fe en estos versos no se nos presenta en forma de creencia en verdades, sino en forma de vida: porque nos hace hijos de Dios. Es un tema que recorre todo el Evangelio de Juan.

Fray Miguel de Burgos Núñez

Heb 1, 1-6 (2ª lectura Misa del Día de Navidad)

Dios nos habla en su Hijo

El famoso “exordio” de la carta a los Hebreos, magníficamente construido, en una sola frase en griego (vv.1-4), en un buen griego, es la lectura de este día de Navidad. Es explicable, porque se trata de un texto cristológico de altos vuelos con que se comienza esta especie de “exhortación” que es la carta a los Hebreos, sea quien sea su autor. La densidad de esta frase no quita sentimiento a lo que aquí se expresa. Antes Dios había hablado por profetas. Si tenemos en cuenta el texto de la primera lectura todo cobrará más sentido. Los profetas son extraordinarios, poetas, creativos, renovadores, no conformistas con la situación. Pero ahora es distinto, es algo que va mucho más a lo esperado. Los profetas y sus visiones, sus ilusiones y sus deseos, se quedan en mantillas, porque ahora Dios tiene una forma de comunicarse con nosotros muchos más audaz: es su Hijo quien nos habla de El y quien nos hace hablar con Él.

¿Por qué todo es distinto? Porque el Hijo es heredero de todas las cosas. Y lo que él nos diga, eso es lo que nos dice el mismo Dios. Los profetas, incluso, podrían equivocarse y de hecho algunos no acertaron en sus juicios. Dios ha pensado que esto necesita una decisión más determinante. La humanidad debe sentir la misma voz de Dios, y la voz de Dios es la voz de su Hijo. Esta alta cristología del exordio de hebreos llena de sentido la liturgia de Navidad. es verdad que este texto de Hebreos está escrito desde la experiencia pascual de Cristo. Pero en la liturgia cristiana el misterio de la resurrección y de la pascua ilumina toda la vida de Jesús, su encarnación y el nacimiento. No puede ser de otra manera. Este no es un texto histórico, sino teológico. Como teológico ha de ser el evangelio del día.

Fray Miguel de Burgos Núñez

Is 52, 7-10 (1ª lectura Misa del Día de Navidad)

Los pies del mensajero de paz

Este es un himno que el profeta, quien sea, porque estamos leyendo el Deuteroisaías, compone porque en su mente aparece un mensajero que trae los pies cansados. Pero son esos pies, benditos, los que traen la gran noticia, al pueblo, a la ciudad a Sión: paz, salvación. Más aún: Dios reina. Cuando Dios reina todo es distinto. Los reyes de este mundo no saben reinar, porque no son capaces de sellar la paz. Cuando lo han hecho ha sido una paz a medias, no dilatada en el tiempo y en la eternidad. Es eso lo que el profeta proclama ahora a Sión que ha pasado por lo peor. Jerusalén será liberada, el profeta es el vigía del mensajero que llega, un mensajero idílico de la victoria de Dios.

Fray Miguel de Burgos Núñez

Comentario al evangelio – 21 de diciembre

Cómo me interpela este relato de la Visitación. En primer lugar, la velocidad con la que María se pone en camino. “De prisa”, dice el texto. Acaba de tener una experiencia única, ha aceptado ser la madre de Dios, y, en vez de estar preocupada por sí misma, se marcha a ayudar a su prima.

A nosotros nos cuesta, muchas veces, pensar en lo que le pasa a la vecina de al lado, o a ese pariente al que hace mucho que no visitamos, o nos da pereza responder a las peticiones de ayuda que oímos en la parroquia. No queremos comprometernos, aunque la cosa sea al lado de nuestra casa. Y María se pone en marcha, sin mucha seguridad en los caminos, para echar una mano a Isabel. 

María es “la llena de gracia”, y los que están llenos de gracia no pueden guardársela para sí mismos. Deben repartirla, transmitirla por donde quiera que vayan. Isabel se llena del Espíritu y su hijo, en su vientre, también. La cadena no se detiene. Sabemos que Juan el Bautista no paró de hablar del Mesías, llevado de ese mismo Espíritu que su madre sintió. La gracia no se puede esconder. La luz no se oculta, brilla en la oscuridad, y se ve de lejos. Nosotros también somos “llenos de gracia”. Me pregunto si somos capaces de difundir esa gracia recibida como María. Si, después del contacto con Jesús, brillamos en la oscuridad, difundimos ese calor que nosotros sentimos.

“Bienaventurada la que ha creído”. De María se puede decir, porque de verdad ha creído en todo lo que el Señor, a través de su ángel, le ha dicho. En nuestra vida, en muchas ocasiones, Dios nos habla, porque se preocupa por todos y cada uno de nosotros. Nos toca creer en ello, y aplicarlo en nuestra vida. Eso supone, por supuesto, actitud de escucha, oración y disponibilidad. Revisemos cómo andamos en esas facetas, justo cuando se va acabando el Adviento. Creer que Dios nos busca, nos habla, y nos presenta un plan de vida que nos puede hacer felices. A pesar de las dificultades. Ponernos en camino, y confiar. Es muy dulce su voz, y fascinante su figura.

Alejandro Carbajo, cmf