Sin lugar en la posada

1.- “Mientras estaban allí, le llegó a María el tiempo del parto y dio a luz a su primogénito… porque no tenían sitio en la posada”. San Lucas, Cáp. 2. Apenas un adverbio: “Mientras estaban allí, a María le llegó el tiempo del parto”. El evangelista indica así a Belén. Pero todos los pesebres del mundo revistieron el lugar de coloridas circunstancias: Una gruta, un establo, el pesebre donde alguien guardaba dos bestias mansas. “Porque no tenían sitio en la posada”, continúa san Lucas. Martín Descalzo describe el “khan” oriental de ayer y aún de hoy, como un patio cuadrado, rodeado de altos muros. En el centro solía haber una cisterna, en torno a la cual se amontonaban camellos, asnos y ovejas. Los viajeros, acostumbrados a la intemperie en muchas circunstancias, dormían en cobertizos, o bien campo raso.

2.- Es de suponer que José tenía en Belén amigos y parientes. Pero con motivo del censo, las casas de familia y aun los albergues estarían al tope.

Espacio siempre había en las posadas orientales para uno o más huéspedes. Sitio físico sí, pero María y José buscaban ante todo privacidad y silencio. Entonces allí, sobre un reducido espacio geográfico, se cruzaron el paralelo de nuestra pequeñez y el meridiano de la infinita bondad de Dios. Diversas tradiciones adornaron este pasaje, señalando que la pareja nazaretana, mendigaba hospedaje de puerta en puerta y era rechazada. Los tomarían por maleantes entre tantos forasteros que atiborraban el poblado. De allí nació la piadosa práctica de “Las Posadas”, donde se ora y se consideran las incomodidades de José y María. Comparando a la vez, la actitud de los habitantes de Belén con nuestras fallas ante el amor de Cristo.

3.- Pero en relación al misterio de la Natividad, es preferible otra lectura, más simple y por lo tanto más teológica: Dios se hizo hombre en unas circunstancias comunes y corrientes. Que ese Niño era el Mesías, anunciado por los profetas, el Verbo eterno, La Segunda Persona de la Santísima Trinidad, consustancial con el Padre…es un lenguaje posterior tomado de la reflexión comunitaria. Al comienzo de toda esta maravilla hubo únicamente una pareja joven, buscando sitio para pasar la noche, luego de varias jornadas de camino.

Belén era entonces un pequeño poblado de unas doscientas casas, apiñadas sobre un cerro. En las colinas próximas los bancales de olivos se abrían paso entre las rocas. Aquí y allá, higueras y más lejos, viñedos y trigales. Igualmente rebaños. Pero Belén, “capullo de rosa, prendida sobre la airosa, capullo de la madrugada, capital de la alegría, esquina do la hidalguía de Dios desposó mi nada”, existe en el corazón de cada creyente. Cuando niños edificamos allí esa aldea de modo indestructible, con trozos de inocencia y jirones de ilusión, que una fe elemental ató a nuestra historia. Y allí regresamos cada Navidad, aunque sea cojeando, desde parajes muy distantes, donde hemos padecido hambre y sed.

4.- La fiesta de hoy nos invita a abrir el corazón para hospedar a Dios. Más tarde Jesús les dirá a sus discípulos: “Si alguno me ama, guardará mi palabra y mi Padre le amará y haremos morada en él”. Y abrir el corazón quiere decir mantener presente al Señor, cultivar con Él una amistad irrompible. Significa vivir al estilo de Jesús, haciendo el bien, como él nos dio ejemplo.

Gustavo Vélez, mxy

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Lectio Divina – Natividad del Señor

En el principio existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y La Palabra era Dios.

INTRODUCCIÓN

         El Águila, en vuelo vertical, asciende a la cumbre más alta y alcanza La Palabra en el mismo seno del Padre. No comienza su Evangelio en prosa sino con un Himno. Lo que tiene que comunicar es tan sublime que no lo puede decir de un modo prosaico sino con un himno, con la nota más alta, porque las palabras son insuficientes para presentar la grandeza y la belleza del Verbo Encarnado. Más aún. Este humilde pescador de Galilea se atreve a corregir la página más sagrada de los judíos,  y decir que ese principio de Génesis no es  lo primero. Hay otro anterior y más importante: el principio del Verbo en el seno eterno del Padre.

TEXTOS DE LA MISA

1ª lectura: Is. 52,7-10;      2ª lectura:  Heb.1,1-6.

EVANGELIO

San Juan 1, 1-18:

En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba junto a Dios, y el Verbo era Dios. Él estaba en el principio junto a Dios. Por medio de él se hizo todo, y sin él no se hizo nada de cuanto se ha hecho. En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. Y la luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no lo recibió. Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: éste venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él  El Verbo era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre, viniendo al mundo. En el mundo estaba; el mundo se hizo por medio de él, y el mundo no lo conoció. Vino a su casa, y los suyos no lo recibieron. Pero a cuantos lo recibieron, les dio poder de ser hijos de Dios, a los que creen en su nombre. Estos no han nacido de sangre, ni de deseo de carne, ni de deseo de varón, sino que han nacido de Dios. Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria como del Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad. Juan da testimonio de él y grita diciendo: «Este es de quien dije: el que viene detrás de mí se ha puesto delante de mí, porque existía antes que yo». Pues de su plenitud todos hemos recibido, gracia tras gracia. Porque la ley se dio por medio de Moisés, la gracia y la verdad nos ha llegado por medio de Jesucristo. A Dios nadie lo ha visto jamás: Dios Unigénito, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer.

REFLEXIÓN

Un Himno al Verbo Encarnado. La Primera Comunidad Cristiana no ha recibido este maravilloso mensaje de la Encarnación a base de razonamientos de los teólogos sino por experiencia, por vía de contemplación. Se ha arrodillado ante el Misterio, lo ha contemplado, lo ha gustado, lo ha agradecido y se ha entusiasmado. ¡Qué bonita manera de hacer teología! Y de ese gozo incontenible, de ese entusiasmo, ha surgido la urgente necesidad de comunicarlo a otros. “Creí, y por eso hablé” (2 Cor. 4,13). Antes de hablar de Dios hay que estar con Dios. En realidad, la mejor manera de hablar de Dios es narrar lo que Él hace en nosotros.

Por medio de Él se hizo todo. El Verbo se dirigía a Dios, le interpelaba.  Y si hay creación, si existen los colores y la luz, y la humanidad y la historia, y el amor, es porque, antes de eso Dios escucha una interpelación. Es tremendo pensar que alguien puede interpelar a Dios, solicitar, sugerir, desear. Y Dios responde a ese deseo del Verbo, desatando su generosidad, su derroche, su fantasía creadora. Así es toda la creación como un gran lenguaje de seres vivos, lenguaje orgánico, armonioso, bellísimo.  La Palabra es la creadora de todo. Aquí se afirma toda la teología de las realidades humanas. Toda la creación es esplendor del Verbo.

La luz brilla en la tiniebla y la tiniebla no la recibió. El himno tiene dos tonos: “tono mayor”: Canto a la Encarnación, al brillar de la luz. Pero también tiene “tono menor”: de queja, de lamento, por el rechazo de la luz. Condensa el drama del IV evangelio que está concebido en plan de: “oferta-rechazo” y “oferta-aceptación”. Dios se busca un Pueblo y le da unos mandamientos para que  los hombres aprendan a vivir como hombres y no como bestias. Pero esas sabias normas no las practicaron. “Vino a su casa, a los suyos, y no la recibieron”.  Ante este rechazo, Dios busca un último esfuerzo y va a venir en persona.

Y LA PALABRA SE HIZO CARNE Y HABITÓ ENTRE NOSOTROS. El verso más importante de toda la Biblia. Dios se hizo “debilidad”. Apareció en un abismo de rebajamiento. Todo esto era un escándalo. ¿Cómo salir de este escándalo? “Nosotros hemos visto su gloria” A través de la debilidad de la carne esa Comunidad de Juan ha contemplado toda la Gloria de Dios.

PREGUNTAS

1.– ¿Alguna vez en la vida me he sentido “asombrado” por la grandeza de Dios? ¿Cuándo?

2.- ¿Toda la creación está llena de “semillas del Verbo” ¿Sé descubrir a Dios en la Naturaleza?

3.– Este rebajamiento por parte de Dios, ¿Me lleva a la humildad? ¿Todavía me quedan ganas de ser soberbio, de creerme más que los demás, de querer presumir y ser importante?

Solo Dios es capaz de hacerlo así: un niño

1.- En medio de la noche, en la plenitud de los tiempos, ha aparecido la salvación de Dios. Esto, amigos y hermanos, se convierte esta noche, en el centro, la novedad y en la gran noticia que debemos facilitar al mundo: ha nacido Dios.

En la oscuridad irradiando luz celeste, en un pesebre, encontramos la razón de estas fiestas. El amor de Dios nos hace reunirnos como familia; el amor de Dios nos hace deleitar manjares; el amor de Dios nos empuja a exteriorizar, en luces y estrellas, nacimientos y abetos, la alegría que llevamos dentro: ¡Ha venido a nuestro encuentro el Señor! ¡Ha nacido el Salvador!

En la apariencia de un niño, un simple niño, Dios despliega el gran secreto que nos trae esta noche santa: un amor sin condiciones al hombre.

Nunca, un Dios tan grande y tan poderoso, hizo un descenso tan radical y tan humano. ¡Sólo Dios que es grande, es capaz de atreverse a esto!

En la humildad de un establo, Dios, comparte también la pobreza del ser humano. Siendo rico quiso hacerse como uno de nosotros. Pudo presentarse en carroza; lo hizo en una fría gruta; pudo revelarse anticipado por trompetas y ejércitos celestiales, quiso hacerse presente, fletado por un escueto cortejo de pastores.

2.- ¡Ha nacido el Salvador! Y, este gran misterio de Fe, lo hemos ido preparando en estas cuatro semanas de adviento. Ha sido un tiempo de esperanza, de vigilancia y de esponjar nuestros sentimientos y nuestros corazones para que, el Señor, no pase de largo.

¿Sientes que ha nacido el Salvador por ti? ¿Sabes que Dios se hace pequeño por ti? ¿No te da escalofríos el pensar que Dios se ponga a tu misma altura? ¿No te produce vértigo el hecho de que Dios te invite a ponerte a la suya mediante una adoración sincera?

Esta noche, es igual pero es distinta; parece como si las guerras se detuviesen. Como si los hombres, teniendo a Dios más cerca que nunca, entendiesen que hay más razones para el amor que para el odio; más para la justicia que para la injusticia; más para la paz que para la guerra.

¡Ha nacido el Salvador! Y, como los pastores, no podemos hacer otra cosa sino adorarle. ¿Y cómo hacerlo? ¿De qué manera? Humillándonos. Dejando bien guardados los rebaños de nuestros egoísmos y egocentrismos; de nuestras envidias y luchas; de nuestras cobardías e incredulidades.

A Dios, en esta noche, se le conquista con la adoración; con el regocijo; con la contemplación; con la emoción contenida, recordando, aquel momento en el que siendo niños vibrábamos y rezábamos a una sola voz: ¡Hoy ha nacido Jesús!

3.- Misa del Gallo. Misa de los cristianos que, hemos dejado calor y dulces, mesa y mazapanes, licores y turrones para postrarnos ante Aquel que nos da la dulzura de su presencia; el calor de su corazón o la mesa de la fraternidad.

Misa del Gallo. Al filo de la noche, cuando los ángeles cantan, y son perceptibles sus melodías en los oídos afinados por el diapasón de la fe, nosotros también hemos sido convocados para escuchar, cantar, celebrar y pregonar la gran verdad de la Navidad: ¡Ha nacido el Salvador! ¡Aleluya!

4.- SOLO TU, SEÑOR

Sólo Tú, Señor, eres capaz
de mantenernos despiertos y en vela
en una noche en la que, no debemos dormir.
Sólo Tú, Señor, haces que nuestros rostros resplandezcan
con la auténtica y más pura luz de la Navidad
Sólo Tú, Señor, produces el milagro del silencio
donde, un Niño, gime y llora por la humanidad
Sólo Tú, Señor, conviertes esta noche
en la hora del amor y de la verdad
en el triunfo del la humildad sobre el orgullo
en un eco celestial y angelical.
Sólo, Tú, Señor, cumples lo que prometes
Eres pequeño siendo tan grande
accesible siendo tan inaccesible
humano siendo tan divino
humilde siendo tan poderoso
Sólo, Tú, Señor, eres la luz que ilumina
los rincones más oscuros en los que el hombre se pierde.
¿Cómo –sin dejar de ser Dios- te haces hombre?
¿Cómo –sin dejar de ser hombre- sigues siendo Dios?
Misterio y Palabra
Palabra y Carne
Dios y Hombre
Cielo y Tierra
Estrella y Luz
Todo así de grande y de santo, Señor,
porque, sólo Tú eres hábil en aproximarte
y fundirte en un abrazo con el hombre,
por el guiño y semblante de un simple Niño
Amén.

Javier Leoz

Comentario – Natividad del Señor

Un pueblo entero esperaba a su Mesías, a su Salvador.

Que venga a nosotros y nos libre de nuestros opresores. Siglos y siglos de espera, de esperanzas perdidas.
¡Oh, sí! Su día llegaba, el «día de Yahvé» se aproximaba. Aparecería súbitamente, fulgurante, en medio del trueno, de los relámpagos, de una nube luminosa. Y morirían de terror todos sus enemigos.

La primera lectura de la Misa de medianoche puede darnos una idea de esa espera en una victoria de Dios.

«El pueblo que andaba en tinieblas vio una gran luz… Tú has prodigado la alegría por doquier… Se regocijan como en una buena cosecha, como exultan los que se reparten los despojos de los vencidos…

Pues el yugo que pesaba sobre ellos, el palo que hería sus espaldas, el látigo del que vigilaba los trabajos serviles tú los has roto, como sucedió el día de la victoria sobre Madián…

Todas las botas de los soldados, que pisoteaban ruidosamente el suelo, todos los abrigos empapados de sangre, helos aquí ardiendo.

En lugar de esta escena victoriosa de acentos guerreros, he aquí que ha sido un «niño» el que ha venido. Dios ha aparecido como un niño recién nacido, tan pobre y desvalido como los demás niños.

Dios no se ha hecho «trueno», sino «hombre», entre los hombres, es uno más entre nosotros.
Evidentemente podía habernos deslumbrado con su Gloria, su poder y su grandeza. Pero ha querido manifestarnos solamente su amor. Y para ello, ha preferido hacerse «débil», estar en medio de nosotros «como el que sirve»…

«Sin dejar de ser la imagen misma de Dios, ha venido a ser la imagen misma del siervo.»

Todo el misterio de la Encarnación, y de la Redención, el misterio de un Amor-Servidor está ya contenido en el evangelio de Navidad:

“No temáis, pues he aquí que vengo a anunciaros una buena noticia, una gran alegría para todo el pueblo.

Hoy os ha nacido un Salvador…

Y he ahí el signo que os ha sido dado: Encontraréis a un recién nacido envuelto en pañales y recostado en un pesebre…

La revelación que Dios ha hecho de Sí mismo, está ahí. Y ¿no es, para nosotros, una invitación inaudita a amar y a servir?

Noel Quesson
Evangelios 1

¡Somos protagonistas necesarios de la Navidad!

Vino a los suyos, a ti y a mí. ¿Le recibimos? ¿Le dejamos hacernos hijos e hijas de Dios?

Después del relato entrañable que escuchamos y saboreamos en la eucaristía de Nochebuena, siempre me ha sorprendido la seriedad del evangelio de la misa de Navidad. Parece que no sea el día más apropiado para un texto tan profundo y hasta complejo a primera vista, ni para una reflexión tan honda. Quizá esta percepción sea solo fruto del ambiente alegre pero un tanto superficial que estos días vivimos, en el que el motivo de la alegría, el hecho de la Navidad, queda arropado y a veces hasta oculto en tantas otras cosas.

Vamos a intentar acercarnos a este texto, sin prejuicios ni ideas preconcebidas, como un regalo de Navidad, porque eso es, un texto para contemplar anonadados y emocionados, para descubrir en él la Buena Noticia de la Navidad. 

A pesar de toda su solemnidad, es un texto que nace de la experiencia de fe de nuestras primeras comunidades y, como tal, llega a implicarnos, a sumergirnos, a cada uno de nosotros en el misterio de la Navidad. Os invito a pararnos en algunas expresiones que nos pueden sonar más claras y sugerentes:

Y la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros” Dejemos que resuene en nuestro interior esta noticia. Dios, nuestro Dios, que como buen padre-madre había intentado muchas veces y de muchas maneras comunicarse con nosotros (Cfr. Heb 1,1), decirnos cómo es y cómo nos ama, ahora va a por todas, como dirían nuestros chicos. Se hace carne, humano, niño, frágil… tan parecido a mí que me es posible entenderle. Me habla desde dentro, en mi lenguaje. Lenguaje y palabra que ha tomado carne en Jesús. Al contemplarle en la cuna, en la calle, en la creación, en la historia, entiendo cómo es Dios. Entiendo cómo me ama y me salva. Y no solo por cómo nos lo explican los teólogos, los que más piensan y estudian, fundamentalmente porque nos fiamos de estos primeros hermanos que nos dicen:  “Nosotros hemos visto su gloria, la gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad” en ese nosotros estamos tú y yo. ¿Hemos visto su gloria?, ¿Dónde, cuando tuvimos la sensación honda de que en medio de una situación profundamente humana estaba presente Dios? ¿La percepción de que en las palabras de un amigo nos hablaba el Señor?

“Vino a los suyos, y los suyos no la recibieron”. Siempre me ha impresionado esta afirmación. Vino a los suyos, vino a aquellos que se pasaban la vida diciendo “Ven Señor”, como los profetas, pero que quizá nunca sospecharon que respondiese, “Voy” estoy llegando, y he venido para quedarme… Sin duda somos de los suyos. Hemos rezado muchas veces este Adviento, y muchos otros: ¡Ven Señor! Nos hemos preparado para la Navidad, participamos asiduamente en la eucaristía y leemos su Palabra… Pero, ¿la recibimos cuando viene a nosotros de una forma que no es la que pensábamos? Es dura la afirmación del evangelio de hoy. Nos enfrenta directamente con la pregunta ¿le recibo? ¿Te recibo, Señor? ¿Cómo sé que mi respuesta es veraz?

El texto de hoy nos invita a contemplar la bondad de nuestro Dios que se hace presente entre nosotros (Cfr. Tt 3,4), pero también a contemplar nuestra actitud y nuestra respuesta. No es Navidad para mí, dificulto que lo sea para mi entorno, si pertenezco a los suyos que no le recibieron.  

Y por último  “A todos los que la recibieron, a los que creen en su Nombre, les dio el poder de llegar a ser hijos de Dios” He aquí la respuesta. Recibirle me hace hijo, hija de Dios. Me introduce en su familia cercana. Ya no solo soy nacido, nacida, de la carne y la sangre, sino engendrado por Dios, podríamos decir con genes divinos, con su “aire de familia” ¡Nos parecemos a Dios!

La gran noticia de la Navidad no solo tiene como protagonista a Dios. Es, nos dice San Juan en este evangelio, algo de Dios y mío. Algo que nos deslumbra y deja anonadados por la hondura de su misterio de amor, pero a la vez algo que solo transforma mi vida si le recibo, que solo cambia nuestra historia si le acogemos. ¡Somos protagonistas necesarios de la Navidad!

Que como los primeros cristianos podamos afirmar que hemos visto su gloria, porque hemos constatado en nuestra vida múltiples signos de una plenitud que nos supera, de unas gracias inmerecidas y muchas veces hasta inesperadas… Que esta Navidad experimentemos con gozo que, aun en medio de las situaciones de pandemia y desánimo que estamos viviendo, “De su plenitud, todos nosotros hemos participado y hemos recibido, y seguimos recibiendo,  gracia sobre gracia”.

¡Feliz Navidad!

Mª Guadalupe Labrador Encinas, fmmdp

Natividad del Señor. Tres misas el mismo día

La celebración de tres misas el día de Navidad debe de ser muy antigua, porque la famosa misa del Gallo, por la noche, se remonta al siglo V. Sigue la misa de la aurora y se termina con la del día. Cada una de ellas tiene sus lecturas propias, las mismas en los tres ciclos (A, B, C). No es normal que la gente asista a las tres misas. Por eso indico brevemente el mensaje global de los tres evangelios.

El de la misa del Gallo nos habla de un niño que nace muy pobremente, sin nada que envidiarle a los más pobres de la actualidad. Pero, inmediatamente después, un ángel nos presenta a ese niño como Salvador, Mesías y Señor.

El de la misa de la aurora indica diversas reacciones ante ese niño: los pastores corren a visitarlo y vuelven alabando y dando gloria a Dios; los presentes se admiran; María medita todo lo que oye.

El evangelio de la misa del día, el Prólogo de Juan, dice de ese niño algo más grande que el ángel a los pastores: es el Verbo de Dios, que lo acompaña desde el principio, antes de la creación. Y, aunque fue ignorado por el mundo y rechazado por su propio pueblo, se hizo carne, habitó entre nosotros y nos concede poder ser hijos de Dios.

25 de diciembre. Misa de medianoche

Aunque desconocemos el día y la hora en que nació Jesús, imagino que fueron estas palabras del libro de la Sabiduría las que animaron a situar el nacimiento a medianoche: «Un silencio sereno lo envolvía todo, y al mediar la noche su carrera, tu palabra todopoderosa se abalanzó desde el trono real de los cielos» (Sab 18,14-15).

En cualquier caso, el papa Sixto III (siglo V d.C.), introdujo en Roma la costumbre de celebrar en Navidad una vigilia nocturna, a medianoche, «en seguida de cantar el gallo», en un pequeño oratorio situado detrás del altar mayor de la Basílica de Santa María la Mayor. Ya que los antiguos romanos denominaban Canto del Gallo al comienzo del día, a la medianoche, se quedó con el nombre de Misa de Gallo la que se celebraba a esta hora.

La liturgia, con tres lecturas preciosas y muy ricas de contenido, suponen un desafío para quien pretenda comentarlas sin agotar al auditorio.

Tres motivos de alegría (Isaías 9,2-7)

En El Danubio rojo, película ambientada en la Segunda Guerra Mundial, la noche de Navidad, en medio del frío y la nieve, un grupo numeroso de soldados y refugiados comienza a cantar en un tren el villancico «Noche de Dios». Ese es el ambiente más adecuado para entender la primera lectura. El profeta se dirige a un pueblo que camina en tinieblas, que ha sufrido durante un siglo la opresión del imperio asirio, y le anuncia un cambio prodigioso: un mundo de luz y alegría. Por tres motivos:

el fin del opresor, el imperio asirio, que oprime a Israel con el yugo y el bastón, como si fuera un animal de carga; será derrotado, igual que lo fueron los madianitas en tiempos de Gedeón;

el fin de la guerra, simbolizado por la desaparición, no de lanzas y espadas, sino de los elementos menos peligrosos del soldado: bota y túnica;

la aparición de un niño, que se puede interpretar como el nacimiento de un príncipe o su entronización. Influido por el ritual egipcio, se coloca sobre sus hombros un manto que simboliza el poder, y se le dan diversos nombres: en Egipto eran cinco, aquí son cuatro, que expresan las cualidades más admirables que se pueden esperar de un gobernante: que sepa aconsejar, que sepa defender, que se comporte como un padre con sus súbditos, que traiga un reinado de paz. Por último, abandonando el influjo egipcio y con mentalidad plenamente judía, se relaciona a este niño con David. Y su labor de paz, justicia y derecho, aparentemente imposible, será obra del celo de Dios.

Dos motivos de compromiso (Carta a Tito 2,11-14).

El autor une la primera venida de Jesús («se ha manifestado la gracia de Dios») con la segunda y definitiva («la manifestación gloriosa del gran Dios y Salvador nuestro, Jesucristo»). ¿Motivos de alegría? Sin duda. Pero estas dos venidas son también motivo de compromiso. Amor con amor se paga. Hay que renunciar a la vida sin religión y a los deseos mundanos, llevar una vida sobria y honrada, esperar la vuelta del Señor, dedicarse a las buenas obras.

¿Un niño pobre o un personaje maravilloso? (Lucas 2,1-14)

El evangelio de esta noche consta de dos escenas radicalmente distintas, pero que se complementan.

El nacimiento de un niño pobre

La primera escena, que se desarrolla únicamente en la tierra, contrasta a poderosos y débiles. Empieza hablando del emperador Augusto, con autoridad para dar órdenes a todos sus súbditos, y del gobernador de Siria, Cirino, que manda empadronarse a la población de su provincia, cada cual en su ciudad, sin preocuparle las molestias que eso puede causar.

Frente a los poderosos, los débiles, representados por una familia muy modesta, a la que solo le cabe obedecer, aunque la esposa deba recorrer, embarazada, los 150 km de Nazaret a Belén. Según Lucas, cuando llegan a su destino no encuentran alojamiento y deben pasar algunos días en la parte baja de una casa, donde están los animales. Son pobres, y para ellos no hay sitio en el piso de arriba («la posada»).

Los «nacimientos» que se montan actualmente en iglesias, casas particulares y otros sitios, ofrecen un pesebre bonito y limpio. Lucas piensa en uno muy distinto, en el que habrá comido un animal poco antes, arreglado aprisa para recostar al niño.

Es una escena de pobreza y humillación. Basta pensar en José, un padre que no tiene otra cosa que ofrecer a su mujer y a su hijo. La escena no se presta a comentarios románticos, sino a preguntas candentes: ¿por qué Gabriel no le dijo a María toda la verdad? ¿Por qué le anunció que su hijo sería el rey de Israel sin advertirle que no tendría riqueza ni poder? ¿Por qué elige Dios el camino de la pobreza y la humillación? ¿Por qué rechazamos los cristianos a quienes no pueden pagarse un pasaje en avión o en barco para llegar hasta nosotros? ¿Por qué no imaginamos que Dios pueda nacer en una chabola de mala muerte, en una familia pobre que trabaja recogiendo la aceituna? ¿Se puede esperar algo de este hijo de emigrantes, que no tendrá cultura ni formación?

El Salvador, el Mesías, el Señor

La segunda escena se desarrolla en cielo y tierra. Es también de poderosos y débiles, de ángeles y pastores. La profesión de pastor, aunque a algunos le recuerde a los antiguos patriarcas de Israel, era de las más despreciadas y odiadas en aquel tiempo, sobre todo por los campesinos. En la escala social de la época, los pastores ocupan el penúltimo lugar, el de las clases impuras, porque su oficio se equipara al de los ladrones. Y pasar la noche al aire libre, vigilando el rebaño, no es la ocupación más agradable. El hecho de que el ángel se dirija a ellos deja clara la «política incorrecta» de Dios. El gran anuncio del nacimiento del Mesías no se comunica al Sumo Sacerdote de Jerusalén, ni a los sacerdotes y levitas, ni a los estudiosos escribas, ni a los piadosos fariseos.

Por otra parte, el anuncio modifica totalmente la imagen de la escena anterior. El niño que ha nacido no es un simple niño pobre. Su nacimiento supone «una gran alegría para todo el pueblo», porque es Salvador, Mesías y Señor. Este ángel anónimo es muy escueto. No comenta ninguno de los tres títulos. Pero es más sincero que Gabriel. No oculta que, a pesar de su grandeza, el niño está envuelto en pañales y acostado en un pesebre.

Afortunadamente, los pastores no son especialistas en la Biblia ni teólogos. En tal caso habrían preguntado de inmediato de qué o de quién iba a salvar ese niño; si era un mesías-rey, como David, o un mesías-sacerdote, como Aarón; si su señorío era igual que el de Dios o que el del César; si los pañales y el pesebre debían ser interpretados de forma real o simbólica… y cómo se compagina la «gran alegría para todo el pueblo» con el hecho de que, años después, el pueblo termine alejándose del Calvario golpeándose el pecho. En realidad, los pastores no tienen tiempo de preguntar nada porque, de pronto, aparece una legión del ejército celestial alabando a Dios y proclamando la paz.

¿Qué harán los pastores? Quien desee saberlo tendrá la respuesta en el evangelio de la Misa de la Aurora.

Pero el lector del evangelio puede ponerse en su lugar y advertir el mensaje que le está proponiendo Lucas. La vida de Jesús se puede interpretar de dos formas muy distintas: desde una óptica puramente humana o desde la fe. La primera resulta descarnada y dura. La segunda puede parecer ingenua; si no de cuento de hadas, de cuento de ángeles. Si se mantiene en la primera, terminará viendo a Jesús como un personaje peligroso y considerando justa su condena a muerte. Si acepta la segunda, a pesar de todas las dudas, terminará creyendo en él como su Salvador.

25 de diciembre. Misa de la aurora

El evangelio de la misa del Gallo nos dejaba con una duda: ¿qué harán los pastores tras escuchar al ángel y al coro celeste? No han recibido ninguna orden, solo una buena noticia. Lucas no se limita a contar su reacción.

Tres reacciones ante la noticia (Lucas 2,15-20)

El evangelio empieza y termina con los pastores, que corren a Belén y vuelven alabando y dando gloria a Dios. Esta gente, tan despreciada socialmente, corre hacia Jesús, cree que un niño envuelto en pañales y en un pesebre puede ser el futuro salvador, aunque ellos no se beneficiarán de nada, porque, cuando ese niño crezca, ellos ya habrán muerto. La visita de los pastores simboliza lo que dirá Jesús más tarde: «Te alabo Padre, porque has ocultado estas cosas a los sabios y entendidos y las has revelado a la gente sencilla».

Está también presente un grupo anónimo, que podría entenderse como referencia a la demás personas de la posada, pero que probablemente representa a todos los cristianos, que se admiran de lo que cuentan los pastores.

Finalmente, el personaje más importante, María, que conserva lo escuchado y medita sobre ello. En los relatos de la infancia, Lucas ofrece dos imágenes muy distintas de María. En la anunciación, Gabriel le comunica que será la madre del Mesías, y ella termina alabando en el Magnificat las maravillas que Dios ha hecho en ella. Sin embargo, cuando Jesús nace, Lucas habla de María de forma muy distinta. A partir de ese momento, todo lo relacionado con Jesús le resulta nuevo y desconcertante: lo que dicen los pastores, lo que dirá Simeón, lo que le dirá Jesús a los doce años cuando se quede en Jerusalén. En esas circunstancias, María no repite: «proclama mi alma la grandeza del Señor». Se limita a callar y meditar, igual que hará a lo largo de toda la vida pública de Jesús.

Estas tres actitudes se complementan: la admiración lleva a la meditación y termina en la alabanza de Dios.

Lucas juega con el lector, lo desafía. ¿Qué salvador les ha nacido a los pastores? ¿Qué señal portentosa puede ser un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre? Al día siguiente, los pastores estarán de nuevo con el rebaño, vigilando en medio del frío. Pero su vida ha cambiado, y la dureza de su vida no les impide alabar y dar gloria a Dios. Con ello se convierten en un ejemplo perfecto para el cristiano.

Una buena noticia para Jerusalén y la Iglesia (Isaías 62, 11-12)

Este breve pasaje recoge una imagen típica de la época del destierro en Babilonia: Jerusalén como esposa y madre. Como esposa, su marido, el Señor, la ha abandonado; como madre, ha perdido a su hijos, ha quedado despoblada. El profeta le anuncia un cambio radical: su marido vuelve, como salvador, acompañado de sus hijos.

La liturgia aplica este anuncio de la llegada de un salvador al nacimiento de Jesús. Y en los pastores podemos ver a ese «pueblo santo» y a «los redimidos del Señor». Cuando se piensa en los millones de cristianos que celebran la Navidad, vemos cómo se cumple la antigua profecía.

Una buena noticia para nosotros (Carta a Tito 3,4-7)

El evangelio habla de tres reacciones ante el nacimiento de Jesús. La carta de Pablo se centra en Dios y en nosotros.

Ante todo, lo ocurrido es una manifestación de la bondad de Dios y de su amor al hombre. Como diría el cuarto evangelio: «De tal manera amó Dios al mundo, que le entregó a su Hijo único» (Juan 3,16). Si la gente se admiró de lo que decían los pastores, igual debemos admirarnos nosotros de esta prueba del amor de Dios. Sobre todo, teniendo en cuenta que no es algo que nosotros hayamos merecido ni ganado por nuestros propios méritos.

Además, la salvación que entonces tuvo lugar se actualiza en nuestro bautismo, que nos hace nacer de nuevo, nos concede abundantemente el Espíritu Santo, y nos hace herederos de la vida eterna, donde «estaremos siempre con el Señor» (1 Tesalonicenses 4,17).

25 de diciembre. Misa del día

La misa de la aurora nos presentó a María meditando lo que han contado los pastores. Es una pena que Lucas, que transmitió en el Magnificat su reacción a las palabras de Isabel, en este caso guarde silencio. Dos teólogos cristianos, los autores del cuarto evangelio y de la carta a los Hebreos, sí nos dejaron su reflexión sobre Jesús y su nacimiento. La liturgia les antepone la visión de un profeta-poeta.

«El Señor ha consolado a su pueblo» (Isaías 52,7-10)

El texto de Isaías de la misa de la aurora presentaba a Jerusalén como esposa y madre, que recupera a su esposo y sus hijos. Este la presenta como ciudad, sin rey y en ruinas después de la caída en manos de los babilonios. Pero el mensaje de esperanza es el mismo: Dios vuelve a ella como rey, y las ruinas, reconstruidas, cantarán de alegría. Como en el caso anterior, la liturgia aplica la venida de Dios-rey a Jesús, que nace como Mesías y Salvador.

«El Señor nos ha hablado por su Hijo» (Hebreos 1,1-6)

Imaginemos al autor de la carta ante el pesebre. Pero el niño no acaba de nacer, él escribe bastantes años después. Es mucho lo que ya se ha dicho y discutido sobre Jesús. Y él comienza su carta con un resumen ambicioso, que abarca desde el comienzo de los siglos hasta la glorificación del Señor.

Lo primero que destaca es la novedad de que Dios nos hable a través de su Hijo, no a través de profetas. Un hecho tan grande que no debemos esperar algo distinto y mayor: estamos en la «etapa final».

Luego acumula palabras para describir la dignidad del Hijo. Retrocede del momento en el que hereda todo (se supone que tras la resurrección) al momento en el que intervino en la creación del mundo. Habla de su identidad e identificación con Dios con expresiones misteriosas: «reflejo de su gloria, impronta de su ser». Dedica una frase, casi de pasada, a la vida terrena, en la que solo sugiere, de forma velada, su muerte, que purifica nuestros pecados. Y termina con su triunfo a la derecha de la Majestad y su encumbramiento por encima de los ángeles.

San Ignacio de Loyola, al hablar del nacimiento de Jesús, sugiere al ejercitante pensar cómo el Señor nace en suma pobreza «y al cabo de tantos trabajos, de hambre, de sed, de calor y de frío, de injurias y afrentas, para morir en cruz» (Ejercicios espirituales, nº 110). El autor de la carta a los Hebreos tiene una perspectiva más amplia. No menciona aquí los sufrimientos y la muerte (tema que desarrollará más adelante) sino su triunfo y su gloria.

La historia del Verbo de Dios (Juan 1,1-5.9-14) (forma breve)

Dos advertencias:

1. Según muchos comentaristas, el autor del cuarto evangelio utilizó al comienzo un himno sobre el Verbo Dios, introduciendo por medio, en dos ocasiones, sendas referencias a Juan Bautista. La liturgia permite elegir entre la forma larga, con todo el texto actual, y la breve, que suprime lo referente a Juan. Es esta la que comentaré brevemente, presentando el himno como una historia del Verbo de Dios en cinco etapas.

2. Para comprender esta historia habría que conocer las reflexiones sobre la Sabiduría de Dios en los dos siglos antes de Jesús. En el segundo domingo después de Navidad se vuelve a leer el prólogo de Juan, y la lectura que lo acompaña es, con razón, la del libro del Eclesiástico.

Primera etapa: la Palabra junto a Dios

En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba junto a Dios, y el Verbo era Dios. Él estaba en el principio junto a Dios.

«En el principio creó Dios el cielo y la tierra». Así comienza el libro del Génesis. Para el autor del prólogo, en ese momento existía ya el Verbo, junto a Dios. Es lo mismo que se dice de la Sabiduría en el libro de los Proverbios y en el Eclesiástico.

Segunda etapa: el Verbo y la creación

Por medio de él se hizo todo, y sin él no se hizo nada de cuanto se ha hecho. En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. Y la luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no lo recibió.

Aunque parece una nueva matización del Génesis, supone un desarrollo. Allí se dice que Dios crea por su palabra («dijo Dios») y su acción. Aquí, esa palabra se convierte en compañera suya imprescindible durante el acto creador. Todo fue creado por el Verbo: sol, luna, estrellas, montañas, mar, animales de toda especie, ser humano. Además de habernos creado, es también nuestra vida y nuestra luz. Dos términos claves en la teología del cuarto evangelio, que presentará a Jesús como «el camino, la verdad y la vida». En esa misma teología encaja la referencia a la tiniebla como símbolo de la oposición a Jesús y a Dios.

Tercera etapa: el mundo, creado por el Verbo, lo ignora.

En el mundo estaba; el mundo se hizo por medio de él, y el mundo no lo conoció.

El mundo no se refiere aquí a los seres inanimados sino a las personas que ignoran a Dios, no lo adoran, o prescinden de él. El autor del Prólogo piensa en los pueblos paganos, que podrían haber conocido al Dios verdadero, pero que habían caído en diversas formas de idolatría.

Cuarta etapa: la Palabra se instala en Israel; unos lo rechazan, otros la acogen.

Vino a su casa, y los suyos no lo recibieron. Pero a cuantos lo recibieron, les dio poder de ser hijos de Dios, a los que creen en su nombre. Estos no han nacido de sangre ni de deseo de carne, ni de deseo de varón, sino que han nacido de Dios.

¿Qué hará el Verbo cuando se vea ignorado por el mundo? Para un judío, la respuesta es clara: refugiarse en Israel, el pueblo elegido, igual que hacía la Sabiduría: «Eché raíces entre un pueblo glorioso, en la porción del Señor, en su heredad». Pero el Verbo se encuentra con una desagradable sorpresa: «los suyos no lo recibieron». Da la impresión de que un autor posterior consideró esta afirmación demasiado pesimista y añadió que algunos lo recibieron, convirtiéndose en hijos de Dios. Pero este aparente añadido destruye el dramatismo del himno primitivo.

Quinta etapa: el Verbo se hace carne y habita entre nosotros. 

La Palabra ha sufrido dos derrotas: el mundo la ignora, su pueblo la rechaza. ¿Qué haría cualquiera de nosotros en su lugar? Quedarse junto a Dios y olvidarse de todos. Afortunadamente, Dios no es así. El Verbo toma la decisión más asombrosa que se puede imaginar.

Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria como del Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad.

Reflexión final

El fiel cristiano que haya acudido a la iglesia pensando escuchar unas lecturas bonitas y sencillas sobre Jesús niño y los pastores se encuentra en la misa del día con unas lecturas muy teológicas, pero que le recuerdan la dignidad e importancia de ese niño que ve en el pesebre.

José Luis Sicre

El rostro humano de Dios

El cuarto evangelio comienza con un prólogo muy especial. Es una especie de himno que, desde los primeros siglos, ayudó decisivamente a los cristianos a ahondar en el misterio encerrado en Jesús. Si lo escuchamos con fe sencilla, también hoy nos puede ayudar a creer en Jesús de manera más profunda. Solo nos detenemos en algunas afirmaciones centrales.

«La Palabra de Dios se ha hecho carne». Dios no es mudo. No ha permanecido callado, encerrado para siempre en su Misterio. Dios se nos ha querido comunicar. Ha querido hablarnos, decirnos su amor, explicarnos su proyecto. Jesús es sencillamente el Proyecto de Dios hecho carne.

Pero Dios no se nos ha comunicado por medio de conceptos y doctrinas sublimes que solo pueden entender los doctos. Su Palabra se ha encarnado en la vida entrañable de Jesús, para que lo puedan entender hasta los más sencillos, los que saben conmoverse ante la bondad, el amor y la verdad que se encierra en su vida.

Esta Palabra de Dios «ha acampado entre nosotros». Han desaparecido las distancias. Dios se ha hecho «carne». Habita entre nosotros. Para encontrarnos con él no tenemos que salir fuera del mundo, sino acercarnos a Jesús. Para conocerlo no hay que estudiar teología, sino sintonizar con Jesús, comulgar con él.

«A Dios nadie lo ha visto jamás». Los profetas, los sacerdotes, los maestros de la ley hablaban mucho de Dios, pero ninguno había visto su rostro. Lo mismo sucede hoy entre nosotros: en la Iglesia hablamos mucho de Dios, pero ninguno de nosotros lo ha visto. Solo Jesús, «el Hijo de Dios, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer».

No lo hemos de olvidar. Solo Jesús nos ha contado cómo es Dios. Solo él es la fuente para acercarnos a su Misterio. Cuántas ideas raquíticas y poco humanas de Dios hemos de desaprender para dejarnos atraer y seducir por ese Dios que se nos revela en Jesús.

Cómo cambia todo cuando captamos por fin que Jesús es el rostro humano de Dios. Todo se hace más sencillo y claro. Ahora sabemos cómo nos mira Dios cuando sufrimos, cómo nos busca cuando nos perdemos, cómo nos entiende y perdona cuando lo negamos. En él se nos revela «la gracia y la verdad» de Dios.

José Antonio Pagola

La vida que había en la Palabra es la misma que hay en mí

En el texto de Lucas de anoche encontramos un relato simbólico del nacimiento de Jesús. En el de Juan, que acabamos de leer, afrontamos un relato metafísico. Es imposible comprender racionalmente que hacen referencia al mismo hecho. En ambos se quiere comunicar el misterio de la encarnación. Pero al hablar de Dios, una sutil variación puede marcar diferencias abismales. Decir que nace Dios es excesivo. Nace un niño divino, como todos. Decir que nos nace un salvador es incorrecto, porque nos mete en la dinámica de una salvación que tiene que venirnos de fuera.

El primer versículo nos dice ya tres cosas sobre Dios y el Logos: Que el Logos está en el origen (En el principio ya existía la Palabra). Que los dos estaban volcados el uno sobre el otro. (La Palabra estaba junto a Dios). Que aunque distintos uno y otro eran lo mismo (La Palabra era Dios). No se trata de conceptos trinitarios posteriores a Nicea. El texto de Juan, al comenzar con la misma palabra que el Génesis, nos está diciendo que la encarnación no es el comienzo de algo nuevo, sino la culminación de Todo. El Logos no comenzó, porque es el origen de todo. Luego se hace carne (comienza a ser en el tiempo) para terminar la creación del hombre.

Al traducir ‘Logos’ por Palabra, se pierde la originalidad del concepto que quiere expresar el texto. La palaba ‘Logos’ ya existía, pero el concepto que Juan aporta es nuevo. ‘Logos’ se encuentra por primera vez en Heráclito. s. VI a C, (precisamente en Éfeso, donde se escribió este evangelio) y significaba la realidad permanente dentro de todo lo que fluye. La utilizan los estoicos, Platón y Filón de Alejandría que la emplea 1.200 veces. En el NT tiene un amplísimo significado; desde palabra engañosa hasta el sentido cristológico del prólogo que estamos comentando.

Repito que aquí el concepto es original; no deducible de las distintas tradiciones. No se repite más, ni siquiera en Juan. El concepto es incomprensible sin la experiencia pascual. Sin una profunda experiencia mística no se puede acceder al significado que se quiere expresar. Podíamos decir que es el Proyecto eterno que esa comunidad descubrió realizado en Jesús. Es muy interesante la expresión: «junto a Dios», en griego: vuelto hacia…, volcado sobre… Expresa proximidad pero también distinción. Está en íntima unión por relación pero no se confunde con Dios.

“Por medio de la Palabra se hizo todo”. En el AT Dios crea siempre por su Palabra. No se trata de un sonido que emite Dios. Otra vez tenemos que ir más allá del significado primero de las palabras. Quiere decir que Dios, al concebir una idea, está creando lo que significa esa idea. Nos está diciendo que el Logos es origen de todo. Con una redundancia, intenta llevarnos más allá de la misma palabra. Al margen de Dios y del Logos, no existe nada. No se trata solamente de lo que existe en el tiempo, sino de todo lo que existe en absoluto material y espiritual.

En la palabra había vida y la vida era la luz de los hombres. No me explico por qué tenemos tantas dificultades para entender esto correctamente. El texto no dice que la luz me llevará a la Vida, sino al revés, es la Vida la que me tiene que llevar a la luz, es decir, a la comprensión. No es el mayor o mejor conocimiento lo que me traerá la verdadera salvación, sino la vivencia dentro de mí. Dios, que es Vida, está en mí y me comunica esa misma Vida; todo lo demás es consecuencia de vivir esta realidad. Lo que salga de mí será la manifestación de esa Vida-salvación.

Y la tiniebla no la recibió. El mundo no la conoció. Vino a su casa, y los suyos no la recibieron. Esta insistencia tiene que hacernos reflexionar. En Juan se percibe esa lucha incesante entre la luz y la tiniebla. Era una idea que flotaba en el ambiente de la época. En un escrito de Qunrám se dice: Que la luz no sea vencida por las tinieblas. Ni siquiera los suyos fueron capaces de descubrirla. Tenemos aquí el primer reproche al pueblo judío que no fue capaz de ver en Jesús la Vida que podía llevarle a la comprensión de la ley. Dudo que lo hayamos descubierto nosotros.

Pero a cuantos la recibieron… Vemos que lo anterior era una exageración. Unos no la recibieron pero otros sí la recibieron. Se habla aquí de creer en sentido bíblico. No se trata de la aceptación de verdades sino de la aceptación de su persona. Sería: a los que confían en lo que significa Jesús y lo viven, les da poder para ser hijos de Dios. Tenemos aquí la buena noticia. El que cree es engendrado como hijo de Dios. En Juan se advierte una diferencia clara en el concepto de hijo cuando se dice de Jesús y cuando se dice de otros. Se descubre que Jesús es Hijo porque actúa como Dios, no porque identifiquemos su naturaleza con la de Dios.

Y la Palabra se hizo carne. Meta de todo lo anterior. Se trata de una nueva presencia de Dios. Dios no está ya en el templo, ni en la tienda del encuentro. Ahora está en Jesús. No se identifica Palabra y Jesús. Se deja un margen para el misterio. En la antropología semita, en el hombre se podían apreciar cuatro aspectos: hombre-carne, hombre-cuerpo, hombre-alma, hombre-espíritu. Se hizo hombre-carne; limitado pero susceptible de Espíritu. Se hizo carne sin dejar de ser Logos. Sin dejar de estar volcado sobre Dios se identifica con lo más bajo del ser humano.

Los cristianos no hemos sido aún capaces de armonizar la trascendencia con la inmanencia en Dios y en nosotros. En nuestra estructura mental cartesiana, no cabe que una realidad sea a la vez material e inmanente y trascendente. Nuestra razón no puede comprender las realidades que están más allá del tiempo y el espacio. Por eso nuestro lenguaje sobre Dios es siempre ambiguo. Dios está más allá que toda realidad, pero a la vez es el fundamento de todo, está siempre encarnándose. En Jesús esa encarnación se manifestó claramente. De esa manera nos abrió el camino para vivirla nosotros. Nos da poder para ser hijos de Dios.

En la eucaristía, tomamos conciencia de nuestras limitaciones, patentes en nuestra manera de actuar. Si descubrimos la actitud de Dios para con nosotros, amor que nos acepta como somos, por lo que Él es, no por lo que somos nosotros, tomaremos conciencia de su presencia en lo hondo de nuestro ser y nos identificaremos con esa parte divina de nuestro ser. Desde ahí, intentaremos que nuestra vida esté de acuerdo con ese ser descubierto. Se trata de dejar que nuestro actuar surja espontáneamente de nuestro verdadero ser. Si no descubrimos y nos identificamos con nuestro verdadero ser, nuestra vida cristiana seguirá siendo artificial y vacía de verdadero sentido cristiano. Seguiremos intentando ser fieles a una programación.

Fray Marcos

Cuento de Navidad

Un clásico de la literatura, sobre todo en estos días, es la novela “Cuento de Navidad”, de Charles Dickens. En ella, el avaro Sr. Scrooge, que odia la Navidad y todo lo que la rodea, recibe la visita de tres espíritus: el de las navidades pasadas, el de las navidades presentes y el de las navidades futuras. La visita de estos tres espíritus provoca en el Sr. Scrooge un cambio radical hasta el punto de que, como leemos al final de la novela, “se dijo de él, después, que sabía cómo celebrar la Navidad de la mejor manera”.

Hoy son muchas las personas que no soportan la Navidad ni todo lo que la rodea, y que desearían que ya hubieran pasado estos días. Quizá porque también han recibido la visita de tres “espíritus”:

Por una parte, estos días aparece, lo queramos o no, el “espíritu de las navidades pasadas”. Recordamos lo que sentíamos otros años y que hoy ya no podemos sentir. Recordamos a personas con las que compartimos estos días y que ya no están entre nosotros. Y esto nos provoca tristeza, desilusión, melancolía, mal humor… y que deseemos volver cuanto antes a la rutina diaria.

También, lo queramos o no, el “espíritu de las navidades presentes nos envuelve”: desde hace semanas han aparecido los adornos, turrones y dulces típicos, bombardeo de publicidad… Pero muchas veces la situación actual, ya sea personal, familiar, económica, laboral, política, social, educativa, eclesial… junto con los problemas y conflictos internacionales: guerras, crisis de refugiados y emigrantes, degradación medioambiental… provocan que “no estemos para fiestas”.

Y el “espíritu de las navidades futuras” se nos presenta, como en la novela, muy negro: las dificultades económicas hacen que muchas personas no puedan tener un proyecto de vida; tampoco se ven cauces efectivos de solución de los problemas del presente, más bien al contrario… Todo ello provoca incertidumbre porque nos hace prever que la situación irá a peor.

Así que no es de extrañar que, para muchos, la Navidad y todo lo que la rodea les resulte insoportable porque les suena a un “cuento”, en el peor sentido de la palabra.

Pero nosotros estamos celebrando la Nochebuena/Navidad. Como en la novela, esta noche/hoy, por medio de la Palabra de Dios, nos visitan el pasado, el presente y el futuro, pero de un modo muy diferente al de la novela, para que también nosotros los vivamos de otra manera.

Respecto al pasado, si sentimos añoranza por experiencias pasadas o personas fallecidas, las primeras lecturas nos recuerdan la promesa que Dios había hecho desde antiguo, su proyecto de salvación, que mantuvo la esperanza de su pueblo y que continúa vigente para nosotros. Y en el Evangelio de la Vigilia, san Mateo ha recordado los antepasados de Jesús, para que el recuerdo de nuestros seres queridos no sea triste sino agradecido, porque por ellos podemos estar hoy aquí.

Respecto al presente, si éste se nos presenta duro y difícil, el Evangelio de medianoche nos recuerda que Jesús nació en la pobreza, en un pesebre, en una región ocupada por el imperio romano, para que quienes tienen que sufrir circunstancias duras y difíciles puedan sentirle cercano, porque hoy, como entonces, sigue resonando el anuncio del ángel a los pastores: Os anuncio una Buena Noticia que será de gran alegría para todo el pueblo: hoy… os ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor.

Y en cuanto al futuro, si éste se nos presenta incierto y muy negro, el Evangelio de la aurora nos pone de modelo a María, que conservaba todas estas cosas meditándolas en su corazón, para que no nos dejemos abrumar por lo que pueda pasar. Y las segundas lecturas nos han invitado a que llevemos ya desde ahora una vida sobria, justa y piadosa, aguardando la dicha que esperamos (medianoche), para que seamos, en esperanza, herederos de la vida eterna (aurora), y que esa esperanza anime nuestro día a día.

¿Qué sentimientos despierta en mí la Navidad? ¿Cómo ilumina la Palabra de Dios mi pasado, mi presente y mi futuro? ¿Confío en la promesa de Dios? ¿Qué cambios voy a introducir en mi vida?
La Navidad no es un cuento, es una realidad: Hoy nos ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor. Que nuestra vida lo manifieste, a pesar de todo lo negativo que el pasado, el presente y el futuro nos presentan. Meditemos todas estas cosas en nuestro corazón, como María, y así, como dice el final de la novela: “El Sr. Scrooge sabía cómo celebrar la Navidad de la mejor manera. Que se pueda decir esto, con razón, de nosotros, de todos nosotros. ¡Y que Dios nos bendiga a todos y cada uno de nosotros!”.

Comentario al evangelio – Natividad del Señor

No será la última vez que escuchemos este evangelio durante las Navidades. Merece la pena, porque tiene profundidad suficiente para meditarlo largo y tendido. Porque un Niño nos ha nacido, un Hijo se nos dado.

Todo para lo que nos hemos estado preparando, tiene lugar hoy. Y la Palabra nos lo va contando, de forma un tanto peculiar, como nos resulta siempre el Evangelio de Juan. Si lo pensamos bien, el Adviento nos ha ido abriendo los ojos, para que entendamos este fragmento. Lo ha dicho muy bien la Carta a los Hebreos, “en muchas ocasiones y de muchas maneras habló Dios antiguamente a los padres por los profetas. En esta etapa final, nos ha hablado por el Hijo”.

En efecto, ese Dios Padre e Hijo y Espíritu Santo, eterno e indivisible, desde siempre quiso que todos sintieran el calor de su presencia cercana. Esa Luz que es Cristo se hizo carne, para que todo hombre pudiera ver que Jesús es nuestro hermano. Y Dios, nuestro Padre.

Esa oferta fue y es universal, la Luz vino al mundo, y los suyos no la recibieron. Incluso algunos se esforzaron por eliminar esa Luz para siempre. Pero es imposible. La Luz de Cristo venció a la muerte, y nos ha dado a nosotros, a los que la hemos aceptado, la hemos recibido, la posibilidad de sentir que la salvación es posible. Todo lo que era perfecto en un comienzo, y que nosotros estropeamos con nuestras decisiones erróneas, con nuestros pecados, se arregló con el nacimiento de un niño en un pobre portal de Belén.

“De su plenitud todos hemos recibido, gracia tras gracia.” Hoy no es un día para pensar mucho. Es un día para adorar, para dar gracias al buen Dios y decirle que nos permita seguir siempre viendo la Luz de Cristo. Esa luz que ilumina nuestra vida, los buenos y los malos momentos. Sobre todo, los malos.

Feliz Navidad

Alejandro Carbajo, cmf