Oración en familia para la Navidad

ORACIÓN EN FAMILIA PARA LA NOCHEVIEJA

Monición

Es claro que el 2021 ha sido un año duro y difícil, y que este 2022 también lo va a ser. La pandemia, la crisis del gas, la subida de la luz, y de los suministros, el volcán de palma, etc. Todo ello nos habla de la fragilidad de la vida, pero no todo es malo, en este año pasado llegó la buena noticia del descubrimiento de la vacuna y seguro que también tuvimos momentos, días, de felicidad en la familia, en el trabajo, en la comunidad. Y esto es lo que celebramos en esta nochevieja. Damos gracias a Dios por el año pasado. Y también, por el nuevo año; que nos da para compartirlo con los hermanos y llenarlo de obras de paz dignas de los “hijos de Dios”.

Lector 1

“Señor Dios, dueño del tiempo y de la eternidad, tuyo es el hoy y el mañana, el pasado y el futuro. Al terminar este año queremos darte gracias por todo aquello que recibimos de ti. Gracias por la vida y el amor, por las flores, por el aire y el sol, por la alegría y el dolor, por cuanto fue posible y por lo que no pudo ser. Te ofrecemos cuanto hicimos en este año, el trabajo que pudimos realizar, las cosas que pasaron por nuestras manos y lo que con ellas pudimos construir.

Lector 2

Te presentamos a las personas que a lo largo de estos meses quisimos, las amistades nuevas y los antiguos que conocimos, los más cercanos a nosotros y los que estén más lejos, los que nos dieron su mano y aquellos a los que pudimos ayudar, con los que compartimos la vida, el trabajo, el dolor y la alegría. Pero también, Señor, hoy queremos pedirte perdón, perdón por el tiempo perdido, por el dinero mal gastado, por la palabra inútil y el amor desperdiciado.

Todos

Señor, en esta Nochevieja, antes de que suenen las doce campanadas, queremos darte gracias por todos los beneficios que nos has concedido en este año que termina. Gracias, Señor. Bendice a esta familia cada día del Año Nuevo. Haz que camine siempre, por caminos de paz y buena convivencia. Te pedimos, Señor, que acojas contigo a los que has llamado a Ti durante este año… Ayuda, a los que, en medio del ruido y de las luces de estas fiestas, se sienten solos, vacíos y sin alegría. Que tu luz, nos ilumine a todos y que tu vida nos dé fuerzas para que, en la marcha veloz del tiempo, podamos sentir tu presencia de amigo y compañero a lo largo de nuestra vida. Amén.

Oración bendición mesa en Nochevieja

Dios Padre, que nos enviaste a tu Hijo muy amado, al terminar este año queremos darte gracias por todo aquello que hemos recibimos de ti.

Te ofrecemos todo cuanto hicimos en este año y te presentamos las personas que a lo largo de estos meses amamos. Hoy te pedimos la paz y la alegría, la fuerza y la prudencia, la claridad y la sabiduría. Derrama tu bendición sobre estos alimentos y también sobre los miembros de este hogar. Amén.

Cantamos. El camino que lleva a Belén – https://youtu.be/AQbMT7FbEsk

El camino que lleva a Belén.
Baja hasta el valle que la nieve cubrió.
Los pastorcillos quieren ver a su rey.
Le traen regalos en su humilde zurrón.
Ropoponpon, ropoponpon.
Ha nacido en un portal de Belén
El niño Dios.

1.- Yo quisiera poner a tus pies.
Algún presente que te agrade, Señor.
Mas tú ya sabes que soy pobre también.
Y no poseo más que un viejo tambor.
Ropoponpon, ropoponponpon.
En tu honor frente al portal tocaré.
Con mi tambor.

2.-El camino que lleva a Belén.
Yo voy marcando con mi viejo tambor.
Nada mejor hay que te pueda ofrecer.
Su ronco acento es canto de amor.
Ropoponpon, ropoponpon.
Cuando Dios me vio tocando ante él.
Me sonrió.

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Lectio Divina – San Juan Evangelista

“ESTE ES EL DISCIPULO A QUIEN JESUS TANTO QUERIA”

1.- Oración introductoria.

Señor, te lo confieso: siento envidia del discípulo Juan. En el cuarto Evangelio, aparece como «el discípulo a quien Jesús amaba». Y como Jesús amaba a todos, quiere destacar un amor especial por él. De hecho, es el único que descansó su cabeza sobre el pecho de Jesús en la Cena Pascual. Por eso es el evangelio de la profundidad. No está escrito para cristianos mediocres, vulgares, tibios, superficiales.  Todos disfrutan en el mar, pero mucho más los grandes buceadores, que se alejan de la playa.  Esos son los místicos. Dame, Señor, tu Espíritu para profundizar y disfrutar de este evangelio tan maravilloso. 

2.- Lectura reposada del texto. Evangelio (Jn 20,2-8):

El primer día de la semana, María Magdalena fue corriendo a Simón Pedro y a donde estaba el otro discípulo a quien Jesús quería y les dice: «Se han llevado del sepulcro al Señor, y no sabemos dónde le han puesto». Salieron Pedro y el otro discípulo, y se encaminaron al sepulcro. Corrían los dos juntos, pero el otro discípulo corrió por delante más rápido que Pedro, y llegó primero al sepulcro. Se inclinó y vio las vendas en el suelo; pero no entró. Llega también Simón Pedro siguiéndole, entra en el sepulcro y ve las vendas en el suelo, y el sudario que cubrió su cabeza, no junto a las vendas, sino plegado en un lugar aparte. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado el primero al sepulcro; vio y creyó.

3.- Qué dice el texto.

Meditación-reflexión

El nombre de Juan significa: «el Señor ha dado su gracia”. Y tanta gracia le ha dado Dios que, en su prólogo dirá que la vida con Jesús ha sido: “Gracia sobre gracia” es decir, una gracia que supera a otra cada vez mayor… Podríamos decir: “sorpresa tras sorpresa, admiración tras admiración, asombro tras asombro, gozada tras gozada”. Dice San Jerónimo en sus escritos que, cuando San Juan era ya muy anciano y estaba tan debilitado que no podía predicar al pueblo, se hacía llevar en una silla a las asambleas de los fieles de Éfeso y siempre les decía estas mismas palabras: «Hijitos míos, amaos entre vosotros” … Alguna vez le preguntaron por qué repetía siempre la misma frase, respondió San Juan: “es el mandamiento del Señor y si lo cumplís ya habréis hecho bastante». San Juan nos recuerda que lo esencial de los cristianos es el amor. No un amor cualquiera sino un amor dispuesto a dar la vida por la persona que amas. Así lo entendió Jesús. Y así debemos entenderlo los que nos denominamos cristianos.

Palabra del Papa.

“¿Dónde está la novedad a la que se refiere Jesús? Radica en el hecho de que él no se contenta con repetir lo que ya había exigido el Antiguo Testamento y que leemos también en los otros Evangelios: «Ama a tu prójimo como a ti mismo» (Lv 19, 18; cf. Mt 22, 37-39; Mc12, 29-31; Lc 10, 27). En el mandamiento antiguo el criterio normativo estaba tomado del hombre («como a ti mismo»), mientras que, en el mandamiento referido por san Juan, Jesús presenta como motivo y norma de nuestro amor su misma persona: «Como yo os he amado». Así el amor resulta de verdad cristiano, llevando en sí la novedad del cristianismo, tanto en el sentido de que debe dirigirse a todos sin distinciones, como especialmente en el sentido de que debe llegar hasta sus últimas consecuencias, pues no tiene otra medida que el no tener medida…El áureo texto de espiritualidad que es el librito de la tardía Edad Media titulado La imitación de Cristo escribe al respecto:  «El amor noble de Jesús nos anima a hacer grandes cosas, y mueve a desear siempre lo más perfecto. El amor quiere estar en lo más alto, y no ser detenido por ninguna cosa baja. El amor quiere ser libre, y ajeno de toda afición mundana (…), porque el amor nació de Dios, y no puede aquietarse con todo lo criado, sino con el mismo Dios. El que ama, vuela, corre y se alegra, es libre y no embarazado. Todo lo da por todo; y todo lo tiene en todo; porque descansa en un Sumo Bien sobre todas las cosas, del cual mana y procede todo bien» (libro III, cap. 5). (Benedicto XVI. Audiencia del 9-agosto- 2006)

4.- Qué me dice hoy a mí este texto. (Guardo silencio)

5.- Propósito: Tener un día bonito, lleno de detalles con las personas que viven conmigo.

6.- Oración. Dios me ha hablado con su Palabra y ahora yo le respondo con mi oración.

Señor, dame la gracia de imitar a tu discípulo Juan. Yo no puedo pretender reposar físicamente mi cabeza sobre tu corazón; pero sí lo puedo hacer sacramentalmente. ¿Acaso no es más grande la intimidad con Jesús después de comulgar? “Está en mí y yo en Él”.  Que sepa aprovechar bien esos instantes de cielo.  Y que esos momentos de intimidad me lleven a amar a mis hermanos con un cariño exquisito. 

Dar gloria y alabanza a Dios

Cambio de año

Se multiplican en estas fechas los resúmenes de los sucesos más importantes y los balances del año que acaba. Al hacerlos suele faltar un criterio que es esencial para un cristiano: ¿cómo les ha ido este año a los pobres, a los emigrantes, a los desempleados, a los que ha golpeado en diferentes formas la pandemia, a los más vulnerables de nuestra sociedad? La Navidad nos ha recordado otra vez que Dios, cuando tomó nuestra condición humana, nació, vivió y murió pobre. Y además nos dejó dicho: «Cada vez que lo hicisteis con uno de estos pequeños, conmigo lo hicisteis».

Crisis económicas, pandemias y desastres naturales siguen produciendo víctimas, descartados y rechazados. Al enfrentar un nuevo año, lo importante es si estamos dispuestos a vivirlo con sinceridad, con coherencia humana y espiritual, con vitalidad. Y preguntarnos si estamos dispuestos a luchar por una vida plena y abundante, como dijo Jesús que nos traía, o nos vamos a contentar con una vida mediocre.

Un nuevo año no son solo fechas en un calendario. Cada día está marcado por una doble esperanza. Cada día, Dios quiere encontrarnos, nos espera, espera algo de nosotros; cada día es una fecha de reencuentro con el Señor en los rostros de personas concretas: hombres y mujeres, niños, adultos, ancianos. Como cristianos estamos llamados a pasar por cada día del nuevo año haciendo el bien, como pasó haciendo el bien Jesús de Nazaret.

Dios nos ayuda en la tarea. Son también para nosotros las palabras de fortaleza y bendición que de parte de Él transmitió Moisés para que los sacerdotes bendijeran al pueblo: «El Señor te bendiga y te proteja (te dé toda clase de dones y te guarde ante las adversidades). Ilumine su rostro sobre ti y te conceda su favor (deseo de que Dios nos otorgue su gracia, sus beneficios). El Señor se fije en ti y te conceda la paz (el mayor fruto de la bendición y la expresión más plena de los bienes que nos ofrece la salvación de Dios)». Es tarea grande y nada fácil lo que espera Dios de nosotros a lo largo de este año.

Comenzamos el año con María

No es casual que comenzamos el año con la fiesta de María Madre de Dios. Tiene un especial significado dedicarle la primera celebración litúrgica del año. Ella es la única que jamás defraudó ni a Dios ni a los hombres; ella también pasó por el mundo no solo haciendo el bien, sino comunicando a todos el Bien que llevaba en sus brazos.

Su maternidad convirtió a María en fuente de bendición para todos nosotros. Nos dice san Pablo: «envió Dios a su Hijo, nacido de una mujer, nacido bajo la Ley, para rescatar a los que estaban bajo la Ley, para que recibiéramos el ser hijos por adopción… así que ya no eres esclavo, sino hijo». María fue el instrumento para que la encarnación de Dios tenga la consecuencia más importante para nosotros: Que somos hijos de Dios no es algo meramente jurídico, afecta a lo más profundo de nuestro ser y nos hace objeto de la bendición de Dios.

No son realidades fáciles de comprender. María recibió el testimonio de alegría de los pastores y lo meditaba en su corazón. Nosotros necesitamos dejar que el misterio de Dios hecho hombre nos inunde y nos transforme, conservar estas cosas y meditarlas. Dios es sorprendente. Estamos, como María, llamados a dejarnos sorprender por Él y, como los pastores, a «dar gloria y alabanza a Dios por lo que habían visto y oído, tal como les habían dicho».

Y también lo comenzamos orando por la paz

Se celebra este día la Jornada Mundial de la Paz y termina el Mes Dominicano por la Paz, que este año ha puesto su foco sobre la labor de nuestros hermanos y hermanas en Venezuela. El mensaje del papa Francisco desarrolla este año el tema «Educación, trabajo, diálogo entre generaciones: herramientas para construir una paz duradera». Son tres contextos de gran actualidad que el papa identifica sobre los que reflexionar y actuar para responder a: ¿Cómo podemos construir hoy una paz duradera?

El pasado año su mensaje nos llamó a una “cultura del cuidado” para erradicar la cultura de la indiferencia, el descarte y la confrontación, a menudo imperante hoy en día. Este año, según los tres contextos que identifica, podemos preguntarnos ¿Cómo pueden la educación y la formación construir una paz duradera? ¿El trabajo en el mundo responde a las necesidades vitales de justicia y libertad del ser humano? ¿Son las generaciones realmente solidarias entre sí? ¿Creen en el futuro? ¿En qué medida, el gobierno de las sociedades consigue fijar un horizonte de pacificación en este contexto?

Lo cierto es que un cristiano solo puede ser pacífico. Debe construir la paz. Este primer día del año, dedicado a la Santísima Virgen, pidámosle a ella por una paz completa, una paz de todos. No es un sueño, es una realidad posible. Es lo que se contiene en el deseo “¡Feliz año nuevo!” que tanto intercambiamos estos días.

Fray José Antonio Fernández de Quevedo

Comentario – San Juan Evangelista

Jn 20, 2-8

Todo es coherente en los misterios de Cristo. Anteayer festejábamos la Encarnación. 

Ayer evocamos la Redención y la cruz a través del martirio de San Esteban. Hoy meditaremos sobre la Resurrección, a través del testimonio de San Juan. 

Efectivamente, la Iglesia insiste en que no nos quedemos en el «Jesusito». La fiesta misma de Navidad no es un infantilismo: sólo la FE nos permitirá interpretar y superar los «signos» materiales para acceder al «misterio» que se esconde detrás de este niño recostado en un pesebre. 

El día de Pascua, por la mañana, María Magdalena echó a correr en busca de Simón Pedro y el otro discípulo, aquel que Jesús amaba… 

De modo que Juan se caracteriza a sí mismo como: «el discípulo amado». ¡Qué audacia! Probablemente esto se traslucía, hasta llegar a provocar algún sentimiento de envidia, en el grupo de los doce (Juan 21, 22-23) Pedro se extrañaba de esta preferencia de Jesús respecto a Juan.

Los designios de Dios son misteriosos e incomprensibles: 

cada uno de los hombres recibe una vocación única… 

— Pedro ha recibido la vocación del «Primado» en el colegio de los Doce. 

— Juan ha recibido la vocación de ser «aquel que Jesús amaba ¿No encontraríamos en estos dos papeles, dos aspectos siempre necesarios en la Iglesia?: 

— funciones de responsabilidad en las estructuras de Iglesia… 

  • funciones de animación interior en la Iglesia.

¡Señor! que todos sepamos aceptar los «papeles» que Tú quieras asignarnos. Ayúdanos a no hacer comparaciones y a saber valorar toda vocación. La más «vistosa», la más «escondida»… ambas son necesarias.

Pedro y Juan corrían juntos hacia el sepulcro. Juan corrió más aprisa y llegó primero, pero no entró. Llegó tras el Simón Pedro y entró en el sepulcro. 

Hay ciertamente en estos detalles una intención del evangelista. 

Quiere poner a Pedro en primer término. 

Evidentemente, Juan quiere respetar el papel de Simón Pedro, aquel que Jesús le ha conferido. «Tú eres Pedro y sobre esta Piedra edificaré mi Iglesia.» Juan se esfuma. 

En la Iglesia no se escogen los papeles. Se reciben de Dios. 

Hay aquí un acto de fe. 

¿Considero así los ministerios en la Iglesia?

Y fue entonces cuando entró el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro. Vio y creyó. 

¿Qué es lo que vio? ¿Qué signo lo llevó a creer? «Vio el sudario allí y el lienzo que había cubierto la cabeza no estaba junto al sudario sino plegado aparte en su lugar.» ¡Pobres signos! Signos humildes y modestos. 

Al ver la piedra del sepulcro corrida, pensó sin duda en la posibilidad de un robo. Pero viendo los lienzos mortuorios bien plegados y colocados en su sitio, empezó a «creer» en la resurrección. ¡Cuán bueno es para nosotros leer estos humildes detalles que los testigos directos nos dan! En nuestras vidas, también para nosotros existen «signos» que Dios nos presenta. 

Ayúdanos, Señor, a interpretarlos. ¿Cuáles son los humildes signos que Dios presenta actualmente en mi vida, a fin de que crezca mi fe?

Noel Quesson
Evangelios 1

Comentario – San Juan Evangelista

(Jn 20, 2-8)

En este día dedicado al evangelista San Juan, el evangelio presenta la figura de Juan, el apóstol joven que pudo hablar de Jesús con gran profundidad porque había vivido muy de cerca los momentos más importantes del Maestro. Se recostaba sobre su pecho y le preguntaba sus dudas, y estuvo al pie de la cruz cuando todos se habían ido. Por eso es el modelo del discípulo fiel hasta las últimas consecuencias, con una fidelidad que brota de un amor invencible.

Si bien algunos ponen en duda que el discípulo amado que escribió el cuarto evangelio sea el mismo apóstol Juan, la Iglesia tradicionalmente lo ha interpretado así. Y hay arios indicios que nos permiten pensar de esta manera: porque era uno de los íntimos de Jesús, que siempre lo acompañaban (Mc 5, 37; 9, 2; 14, 33; Lc 8, 51; Jn 13, 23-25; 21, 20); porque acompañaba de cerca a Pedro (Hech 3, 1. 11; 4, 13.19; 8, 14; Jn 13, 24; 20, 2; 21, 20-33); porque tenía interés por los samaritanos (Hech 8, 14; Jn 4, 1-13; 8, 48), etc.

En este texto Juan aparece como testigo privilegiado de la resurrección del Señor, porque no sólo fue el primer discípulo que vio el sepulcro vacío, sino que al verlo interpretó la Palabra de Dios (20, 9) y creyó en la resurrección de Jesús. así nos enseña cómo los acontecimientos que aparentemente no dicen nada, si son iluminados por la Palabra de Dios pueden comunicarnos los mensajes más profundos. Todo lo que nos pasa puede enseñarnos algo grande si aprendemos a iluminarlo con la Palabra del Señor que lo aclara y lo explica.

La Iglesia primitiva, sobre todo la comunidad de Juan, valoraba especialmente sus enseñanzas, porque estaban fundadas en su experiencia particular junto a Jesús, como “el discípulo al que Jesús amaba” de un modo especial, el que lo acompañó en todo momento.

Oración:

“Señor, hazme crecer en la fe, para que pueda mirar las cosas que suceden a la luz de tu Palabra y pueda encontrar el sentido profundo de las cosas. Dame un corazón dócil como el de Juan para descubrirte resucitado en mi vida”.

VÍCTOR M. FERNÁNDEZ
El Evangelio de cada día

Homilía – Santa María, Madre de Dios

AÑO NUEVO, ¿VIDA NUEVA?

ALGO MÁS QUE BUENOS DESEOS

¡Feliz año nuevo! os deseo de todo corazón. ¡Feliz año nuevo! hemos deseado y nos han deseado. Pero, como queremos a los que hemos felicitado, esta felicitación no puede reducirse a un simple buen deseo, sino que ha de traducirse en un buen compromiso. Es positivo saber que el otro quiere que yo viva un año feliz. Pero con los solos deseos del amigo, de la familia o del compañero no van a llegar la felicidad ni el éxito.

Es oportuno evocar a este respecto el pensamiento de Santiago en ¡o que se refiere a la ayuda al indigente. «Si llama a tu puerta un hombre harapiento, tiritando de frío y con el estómago vacío, tendiendo su mano suplicante, y tú le dices: ‘Se me parte el alma verte así, ¡procura buscarte algo de comer y algo con qué defenderte del frío y un lugar donde cobijarte’, ¿de qué le serviría que le dieras sólo palabras de aliento? ¿No serían, acaso, un sarcasmo?» (St 2,14-16). ¿De qué serviría decir a las personas que están a mi lado: ¡Te deseo un año muy feliz! si, siendo yo la causa de muchos de sus sufrimientos, si pudiendo darles una mano para alentarles o proporcionarles paz, no lo hago? ¿No es esto una especie de befa y de mofa?

El gran regalo que hemos de hacernos unos a otros al comienzo del año no ha de reducirse a desearnos un año próspero y feliz, sino que ha de consistir en comprometernos a hacernos mutuamente felices, siendo fieles y solidarios los unos con los otros a lo largo de los 365 días del periodo que iniciamos. Qué oportuno, prometedor y confortador resultaría que nos preguntáramos mutuamente: «¿Qué es lo que hay en mi vida que os molesta u os resta felicidad? ¿Qué es lo que en mi vida crea tensiones, conflictos, agresividades, que impiden la armonía, la paz y la alegría a mi alrededor? ¿Qué es lo que

hay en mi vida, en mis actitudes, en mis palabras, que te resulta alentador, que te hace más feliz, que proporciona paz y ayuda, para potenciarlo durante el año que iniciamos? ¿Qué podría hacer de positivo que no hago para convertirlo en compromiso? Esto sí que ayudaría a que ese gran saco de semillas que es el año que hemos comenzado se convierta en una gran cosecha…

 

UN SURTIDOR DE PAZ EN TU CORAZÓN

Hoy es un día de mentalización para la paz, para que este don mesiánico nos llene de júbilo durante todo el año. Pero es preciso que esa paz nazca dentro, tenga su surtidor en lo profundo del corazón.

No hace falta que nos lo digan los psicólogos o los sociólogos: Los hombres y las mujeres del primer mundo estamos cargados de mucha agresividad, a veces reprimida y sofocada, pero activa y perturbadora. Agresividad nacida de los celos y recelos, de los temores y ansiedades, de la competitividad… Con frecuencia la raíz profunda está en la falta de reconciliación con uno mismo. Alguien expresaba esta desavenencia consigo mismo diciendo: Justo a mí me tocó ser yo. Y cuando alguien está a disgusto consigo mismo o está en contradicción con su conciencia, la emprende a empujones y a guantazos con los demás. Todo esto hace que se acumulen sentimientos de frustración, de desencanto, de agresividad secreta, quizás a nivel inconsciente, olvidando lo mucho positivo que está al alcance. Por eso, el camino de la paz pasa inexorablemente por la reconciliación con uno mismo, con Dios y con los demás.

Dos llamadas autorizadas a la paz que nace del corazón. La primera es de Teresa de Jesús, la mujer de los mil conflictos y, con todo, embargada por dentro de paz. Exhorta: «Nada te turbe, nada te espante; todo se pasa. Dios no se muda; la paciencia todo lo alcanza; quien a Dios tiene, nada le falta: ¡Sólo Dios basta!». Es la paz que prometió Jesús a los que creen de verdad en él: «Mi paz os dejo; mi paz os doy, no como la da el mundo» (Jn 14,27).

La otra invitación es del gran sabio jesuita, Teilhard de Chardin: «Piensa que estás en las manos de Dios, tanto más fuertemente cogido, cuanto más decaído y triste te encuentres. Vive feliz, te lo suplico. Vive en paz. Que nada sea capaz de quitarte tu paz: ni la fatiga psíquica, ni tus fallos morales. Haz que brote. Y conserva siempre sobre tu rostro una dulce sonrisa, reflejo de la que el Señor continuamente te dirige».

Sólo quien tiene una fuente de paz así, en lo hondo del corazón, puede promover y regalar paz a los demás. La paz crece vigorosa con la confianza en Dios. Es fruto del amor y de la justicia.

ARTESANOS DE LA PAZ

Es preciso tener en cuenta que «paz» no es una realidad puramente negativa; no se trata de la paz de los cementerios, que no es paz sino muerte. No es hombre de paz el «mosca muerta»; no es hombre de paz el que dice y practica: «cada uno en su casa y Dios en la de todos»; no son hombres de paz los que solamente viven un pacto de no agresión. Eso no es vivir en paz, eso es vivir en solitario. Ésa es, repito, la paz de los cementerios.

Jesús proclama bienaventurados no a los que se encierran en sí mismos, se desentienden porque no quieren líos, sino a los pacificadores, a los que se la juegan porque las personas vivamos como hermanos reconciliados: «Dichosos los que trabajan por la paz» (Mt 5,9).

La paz es un don y, al mismo tiempo, una tarea. Es un don mesiánico que regala el Príncipe de la paz a sus seguidores. Pero es un don que hemos de compartir. Cada cristiano ha de ser un luchador por la paz.

La comunidad cristiana y la «Iglesia doméstica» (la familia cristiana) están llamadas a ser un espacio verde en medio de una sociedad crispada. Con su vida reconciliada, fraterna, pacífica, han de gritar al mundo que la paz es posible, que podemos superar las causas de la división, que las personas podemos convivir como hermanos. Y, si no, venid y lo veréis en nosotros. La comunidad cristiana no sólo ha de estar libre de crispaciones, enfrentamientos y luchas, sino que ha de dar un testimonio positivo de unidad, de armonía, como la comunidad de Jerusalén, que «tenía un solo corazón y una sola alma» (Hch 4,32). Lo contrario sería un escándalo grave que ahuyenta fatalmente a los que pretenden acercarse a ella precisamente en busca de paz. La comunidad cristiana ha de ser zona de paz, campamento de refugiados, mediadora en los conflictos, pacificadora, siempre en misión de paz, sobre todo con su propia vida.

Anthony de Mello, con una parábola sugerente, expresa la triste forma de convivir de muchos colectivos humanos. Van en el autobús turístico de la vida por unas zonas de indescriptible encanto: lagos, montañas, ríos, valles verdísimos. Pero los turistas tienen las ventanillas del autobús echadas; no se enteran de lo que hay más allá de ellas. Se pasan el viaje discutiendo sobre quién tiene derecho a ocupar el mejor asiento del autobús, a quién hay que aplaudir, quién es el más digno de consideración; se pelean por contar un chiste, cantar una canción y recibir un premio… Y así llegan al final del viaje sin haberse enterado de nada. Así es, tristemente, la vida de muchas personas, familias, comunidades y colectividades. ¡Qué manera de perder la vida y de amargársela a los demás!

Oremos desde lo profundo de nuestro ser como Francisco de Asís: «Haz de nosotros, Señor, durante este año que empezamos, instrumentos de tu paz». Así será para nosotros un año vital y santo de verdad.

Atilano Alaiz

Lc 2, 15-21 (Evangelio Santa María, Madre de Dios)

Y encontraron al Salvador del pueblo

Hoy se nos propone la continuación del relato del nacimiento de Jesús, que se leyó la noche de Navidad, que se compone de tres partes (1ª vv.1-6; 2ª vv. 7-14; 3ª vv. 15-21). Nos permitimos señalar que esta tercera parte del relato de Lucas tiene un cierto sentido por sí mismo, en cuanto muestra la respuesta humana al momento anterior que es todo él mítico, revelador, divino, angelical y extraordinario. Los pastores ¿qué harán?, ¿buscarán al Salvador?, ¿dónde?, ¿es suficiente el signo que se les ha dado? ¡Desde luego que si!, lo buscarán y lo encontrarán. Pero lo buscarán y lo encontrarán con el instinto de los sencillos, de los que no se obsesionan con grandezas; diríamos que lo encontrarán, más bien, por instinto profético. El narrador no deja lugar a dudas, porque quiere precisamente mostrar la respuesta humana al anuncio celeste. Los pastores se dicen entre ellos algo muy importante: «lo que nos ha revelado el Señor”. Y se van derechos a Belén, ¿a Belén?, ¿era esa acaso la ciudad de David? Sí; lo fue, pero ya no lo era de hecho, porque Jerusalén había ganado la partida. Pero como por medio está el anuncio del Señor, recuperan el sentido genuino de las cosas. Y van a Belén, de donde procedía David, para “ver” al Mesías verdadero. Es verdad, todo es demasiado ajustado al proyecto teológico de Lucas, que quiere poner de manifiesto el designio salvador de Dios.

Los pastores, al llegar, encontraron el “signo”, aunque algo distinto: encontraron a sus padres, de lo que no había hablado la voz celeste. Podría pensarse o podrían pensar que encontrarían un niño abandonado, pero no; están sus padres con él. Y ya no se mencionan los “pañales”, sino el niño acostado en un pesebre. Lo más curioso de todo esto es que los pastores son los que vienen a interpretar el hecho a todos los que lo escuchan. Son como los intérpretes del mensaje que han recibido del cielo. No podemos menos de considerar que la escena es muy formal desde el punto de vista narrativo. ¿Por qué? Porque Lucas quiere que sean precisamente estos pastores, de fama canallesca en aquellos ambientes religiosos, los que anuncien la alegría del cielo a todo el pueblo. Eso es lo que se dijo en el v. 10 y el encargo que se les encomienda: tienen que aceptar el “signo” e interpretarlo para todo el pueblo. ¿Serán capaces? Si no hubieran sido los pastores, probablemente la alegría le habría sido birlada al pueblo sencillo. Pero los pastores, en este caso, son garantía de la inculturación del mensaje divino en el pueblo sencillo.

¡Hasta María se asombra de esta noticia!, como si ella no supiera nada, después de lo que le había “anunciado” (que no confidenciado) Gabriel. No obstante, Lucas quiere ser solidario hasta el final. María también es del pueblo sencillo que, de unos extraños pastores, sabe recibir noticias de parte de Dios. Y las guarda en su corazón. Dios tiene sus propios caminos y de ahora en adelante veremos a María “acogiendo” todo lo que se dice de su hijo (como en el caso de Simeón y Ana) y lo que le dice su mismo hijo al dedicarse a las cosas que tiene que hacer y anunciar, desde el momento de la escena de Jerusalén en el templo. Dios está escondido en este “niño” y los pastores lo reconocen y alaban a Dios. ¡Quién iba a decirlo!.

El relato termina con el v. 21 donde lo más importante y decisivo es poner el nombre del niño; la circuncisión pasa a segundo plano. Un nombre que no es cualquier cosa, aunque no sea un nombre original, ya que el de Jesús es bien conocido (es versión griega del hebreo Josué). Pero como en la Biblia los nombres significan mucho, entonces el que se le ponga el nombre que se le había anunciado, y no el que María elige, quiere decir que acepta, más si cabe, que este niño, este su hijo, ha de ser el Salvador del pueblo que anhela la salvación y que los poderosos le han negado. Es verdad que no se dice explícitamente que María le puso ese nombre, aunque así aparece en la Anunciación. Sabemos que el nombre se lo ponen sus padres (aunque el esposo de María también queda en segundo término en el relato, como la circuncisión). Incluso podíamos inferir que es todo el pueblo el que se encarga de aceptar este nombre revelado que significa: Dios es mi salvador o Yahvé salva. Es una “comunidad” la que reconoce en el nombre todo lo que Dios le regala. Por tanto, en su nombre está escrito su futuro: ser el Salvador de los hombres. Por eso María guardaba todas estas cosas en su corazón.

Gal 4, 4-7 (2ª lectura Santa María, Madre de Dios)

La plenitud de los tiempos trae la libertad

La carta a los Gálatas es paradigma de la opción apostólica de Pablo por la salvación de Jesucristo, en contra de la ley. Y este texto de hoy es un “axioma” teológico de su mensaje y de su predicación. El salvador, el liberador, “ha nacido de mujer”, es un hombre como nosotros en el sentido más determinante. Se ha dicho que esta es la “navidad” de Pablo. No deja de ser curiosa, por escueta. Pero la verdad es que nos encontramos ante un texto paradigmático por su afirmación teológica. Nada de esto tiene desperdicio. Todo está medido y tasado en el planteamiento que viene haciendo el apóstol sobre los que han de pertenecer al pueblo de Dios y de las promesas. Es decir, todos los hombres que habiendo nacido fuera de Israel, serán llamados a beneficiarse de las promesas hechas a Abrahán. Por eso se habla de la “plenitud de los tiempos” (tò plêrôma tou jronou); y entonces un hombre (porque es nacido de mujer), nacido en Israel (bajo la Ley), va abrir las puertas de la gracia y la salvación a toda la humanidad.

No podríamos hablar de un texto mariológico en el sentido estricto del término. De hecho, Pablo es más bien cristológico. Pero no hay verdadera cristología sin la historia real de Jesús de Nazaret (al que no conoció Pablo), un judío, como él. Un judío que habría de enfrentarse, en nombre de Dios, a la manipulación de le ley, para hacer posible que el verdadero proyecto de Dios se realizara plenamente. Para “rescatar a los que estaban bajo la ley”: he aquí el objetivo de la encarnación y el sentido de la navidad para Pablo. Es algo que se respira en toda la carta. Y muy especialmente en este texto donde inmediatamente antes describe el tiempo anterior a Cristo como un estar sometidos a un “pedagogo” (la ley), porque no quedaba más remedio. Pero Dios, como Padre, tiene prevista otra cosa bien diferente para sus hijos.

Núm 6, 22-27 (1ª lectura Santa María, Madre de Dios)

El Señor nos conceda la paz

Esta formula de bendición que Moisés, en el texto, dicta a Aarón debe ser considerada como lo que es, una fórmula litúrgica. Esa es la razón por la que Yahvé se la inspira a Moisés y éste a Aarón, para darle toda la relevancia y solemnidad necesarias. Sabemos que en ella podemos rastrear expresiones de otros textos bíblicos, de salmos especialmente (cf 121,7-8; 4,7; 31,17; 122,6). Tres veces se repite el nombre de Dios, de Yahvé. Y se pide la bendición que guarde al pueblo, que ilumine con su rostro. Hay toda una teología bíblica del “rostro de Dios” que ha influido mucho en la espiritualidad y en la verdadera actitud cristiana del seguimiento. Buscar el rostro de Dios, el que Moisés no podía mirar, se convierte así en la fórmula teológica de un Dios salvador y misericordioso, protector de Israel y dador de la paz. La paz que era lo que el pueblo podía desear más que otra cosa, sigue siendo el don maravilloso para el mundo.

Pero el texto que se ha escogido del libro de los Números, está orientado, hoy especialmente, sobre la bendición que se pide a Dios. Esa bendición es la paz. En las lenguas semitas, con la raíz shlm —de donde deriva shalom-paz— se indica una dimensión elemental de la vida humana, sin la cual ésta pierde gran parte de su sentido, si no todo. Con la palabra paz se indica “lo completo, íntegro, cabal, sano, terminado, acabado, colmado”. La paz, así entendida, designa todo aquello que hace posible una vida sana armónica y ayuda al pleno desarrollo humano. En los textos, sin embargo, no aparece siempre con este significado tan denso. De ahí viene la palabra griega eirênê. Desde luego, desde el punto de vista bíblico, la paz, e incluso la “pax” como término latino, no es solamente el orden establecido. Es un don mesiánico, implica necesariamente ausencia de guerra. Pero es, sobre todo, un estado de justicia y fraternidad. En el Nuevo Testamento el término eirênê aparece acompañado también de otros sustantivos con los que se coordina y complementa. De la mano de eirênê van amor y alegría (Gal 5,22); gloria y honor (Rom 2,20); vida (Rom 8,6); honradez y paz (Rom 14,17); alegría (Rom 15,13); amor (2 Col 13,11; Ef 6,23); misericordia (Gal 6,16); favor/gracia y misericordia (1Tim 1,2; 2Tim 1,2; 2Pe 1,2; Jn 3); rectitud, fe y amor (2Tim 2,22). Eirênê se muestra de este modo como el ámbito propio para el desarrollo de una vida en plenitud, donde no puede admitirse ni la violencia político-social, ni la violencia económica del mundo (de la globalización inhumana). Efectivamente sigue siendo un “don mesiánico”, fundamentado sobre la justicia y la fraternidad. Es un don que viene de lo alto, con todo lo que esto significa.

Comentario al evangelio – San Juan Evangelista

En la fiesta de San Juan, apóstol y evangelista, se nos recuerda que la fe es don y tarea. Experiencia y transmisión. Corazón y boca.

La fe, como las cosas más importantes de la vida, se nos ha regalado. No la ha inventado nuestra generación, ni hemos pagado por ella, ni se puede vender… es un regalo que nos viene de los que nos precedieron… y que se entrega a cada generación, para que la recree en su circunstancia. Y a cada corazón, para que fermente la vida y la haga nueva, redireccionándola hacia el sueño de Dios.

“Lo que hemos oído”, “lo que hemos visto con nuestros propios ojos”… “pues la vida se hizo visible”… “esa unión que tenemos con el Padre y con su Hijo Jesucristo”… Todo es un regalo. Por pura gracia.

Ese regalo tiene su origen en la persona de Jesús. Aquél que, hace 2000 años, pasó haciendo el bien y hablando de parte de Dios. Aquél que unos acusaron de ser un embaucador… y que otros reconocieron viniendo de parte del Padre, como Hijo en quien reconocernos y desde el que vivir. Todos “vieron” a Jesús. Aunque no todos lo creyeron. La fe siempre es un salto. Y Juan lo dio: “Vio y creyó”. Ahí está la gracia.
Cada creyente y cada generación está llamada a hacer ese salto: “ver” a Jesús, conocer su persona, saber qué dijo, qué hizo… y “creer” que en su humanidad se nos está dando el mismo Dios, acogiéndonos desde siempre y para siempre, abriendo caminos nuevos para la vida y para el mundo, en la esperanza de que, si vivimos desde ahora con Él, viviremos para siempre con Él. Ahí está lo definitivo. “Ver y creer”.
Y una vez que se recibe, la fe es tarea. “Os damos testimonio y os anunciamos”… “para que estéis unidos con nosotros”… “y para que nuestra alegría sea completa”. Esa es la comunión que ofrece la fe: unirnos en ese círculo de amor entre el Padre y el Hijo. Más allá de nuestros orígenes, lenguas, razas, características o simpatías, nos puede unir la fe en el mismo Dios de la vida, para dar vida. Y esto hay que anunciarlo.

Corazón y boca… para llegar a abrir las manos.

Ciudad Redonda