Oración en familia para el Año Nuevo

Monición

Dejamos atrás un año muy duro, muy difícil, y encaramos uno nuevo, insospechado, pero que queremos llenar de esperanza. María nos insta a que trabajemos todos juntos para avanzar hacia un nuevo horizonte de amor y paz, de fraternidad y solidaridad, de apoyo mutuo y acogida. Y no cedamos a la tentación de desinteresarnos de los demás, especialmente de los más débiles. Para ello debemos de ser sencillos y humildes, como ella, para acoger la gracia y la providencia de Dios padre. Nos ponemos bajo su protección, acudimos a su intercesión materna para que Dios conceda a la humanidad un año dichoso, un año de paz.

Evangelio

Lectura del santo Evangelio según san Lucas (Lc 2, 16-21):

En aquel tiempo, los pastores fueron corriendo hacia Belén y encontraron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre. Al verlo, contaron lo que se les había dicho de aquel niño. Todos los que lo oían se admiraban de lo que les habían dicho los pastores. María, por su parte, conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón. Y se volvieron los pastores dando gloria y alabanza a Dios por todo lo que habían oído y visto, conforme a lo que se les había dicho. Cuando se cumplieron los ocho días para circuncidar al niño, le pusieron por nombre Jesús, como lo había llamado el ángel antes de su concepción.

Reflexión

El mensaje del Papa Francisco para la Jornada Mundial de la Paz 2022 es: “Educación, trabajo, diálogo entre generaciones: herramientas para construir una paz duradera”. Para que la humanidad pueda progresar en este año por el camino de la fraternidad, la justicia y la paz entre las personas, las comunidades, los pueblos y los Estados, que mejor cosa que pedir que el Señor nos bendiga, nos acompañe y nos guíe a nosotros y a nuestros dirigentes, en este nuevo año, en el que tenemos tantas esperanzas, para que entre todos podamos superar tantos problemas que ahora nos envuelven. Pongamos también en nuestro punto de vida a María. Madre de Dios y Madre nuestra que mediante su testimonio nos enseña que la Felicidad se encuentra en hacer siempre la voluntad del Padre.

Cantamos

La Virgen se está peinando.
Entre cortina y cortina.
Sus cabellos son de oro.
Y el peine de plata fina.
Pero mira cómo beben los peces en el río.
Pero mira cómo beben por ver al Dios nacido.
Beben y beben y vuelven a beber.
Los peces en el río por ver a Dios nacer.

1.- La Virgen está lavando.
Y tendiendo en el romero.
Los angelitos cantando.
Y el romero florecido.
Pero mira cómo beben los peces en el río.
Pero mira cómo beben por ver al Dios nacido.
Beben y beben y vuelven a beber.
Los peces en el río por ver a Dios nacer.

2.-La Virgen se está lavando.
Con un poquito de jabón.
Se le picaron las manos.
Manos de mi corazón.
Pero mira cómo beben los peces en el río.
Pero mira cómo beben por ver al Dios nacido.
Beben y beben y vuelven a beber.
Los peces en el río por ver a Dios nacer.

Oración

Te pedimos, Señora y Madre, la palabra del payaso, para crear alegría; y la palabra del amigo, para crear amistad. Te pedimos, Madre de misericordia que donaste al Salvador al mundo, la palabra del maestro que enseña, la palabra de la madre que ama, la palabra del niño que empieza a hablar que empieza a nombrar las cosas, que dice papá y mamá. Te pedimos la palabra del poeta que es bella y profunda… Te pedimos la palabra del hombre que sabe guardar silencio porque su palabra comienza en el corazón. Te pedimos, esclava del Señor y Reina no los gritos, sino el silencio; no la palabrería, sino la palabra; no la palabra aprendida de memoria, sino la palabra que expresa y comunica la vida; no la palabra del mentiroso, sino la palabra del hombre que es hombre de palabra.

Virgen María: Que en lo escondido de la casa de Nazaret viviste con amor sencillo y fiel la dimensión cotidiana de la relación familiar, entra en cada una de nuestras familias y derrite el hielo de la indiferencia y del silencio que vuelven extraños y lejanos a los padres entre sí y con sus hijos. Te pedimos para nuestras familias, la palabra cálida, la palabra cercana y entrañable…, la palabra humanizada. Te pedimos la palabra de los hombres. Te pedimos la palabra de Jesús, tu Hijo. Tu que velas por cada uno de nosotros y sabes lo que más necesitamos recibe nuestros miedos y temores y transfórmalos en confianza. Amén.

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Lectio Divina – Los Santos Inocentes

SANTOS INOCENTES

1.- Oración introductoria.

Dios mío, la lectura de este evangelio me horroriza. Y más todavía al constatar que Herodes sigue vivo y que siguen muriendo millones de niños inocentes en pleno siglo XXI. Haz que, en este día, los cristianos del mundo entero reaccionemos contra la cultura de la muerte y con Jesús, que es la Vida, luchemos por conseguir el sueño de Dios al enviar su Hijo al mundo: “que todos sus hijos tengamos vida y la tengamos en abundancia”. ¡Ayúdanos, Señor!

2.- Lectura reposada del Texto. Mateo 2, 13-18

Después de que los magos partieron de Belén, el ángel del Señor se le apareció en sueños a José y le dijo: «Levántate, toma al niño y a su madre, y huye a Egipto. Quédate allá hasta que yo te avise, porque Herodes va a buscar al niño para matarlo». José se levantó, y esa misma noche tomó al niño y a su madre y partió a Egipto, donde permaneció hasta la muerte de Herodes. Así se cumplió lo que dijo el Señor por medio del profeta: De Egipto llamé a mi hijo. Cuando Herodes se dio cuenta de que los magos lo habían engañado, se puso furioso y mandó matar, en Belén y sus alrededores, a todos los niños menores de dos años, conforme a la fecha que los magos le habían indicado. Así se cumplieron las palabras del profeta Jeremías: En Ramá se ha escuchado un grito, se oyen llantos y lamentos: es Raquel que llora por sus hijos y no quiere que la consuelen, porque ya están muertos.

3.- Qué dice el texto.


Meditación-reflexión

La escena de los niños inocentes nos hace pensar en la cantidad de niños que viven hoy totalmente desprotegidos, siendo víctimas de personas mayores sin escrúpulo, niños en la calle, etc. Su situación familiar es tan dramática que prefieren estar en la calle, esperando que alguien se compadezca de ellos y les ofrezca techo y comida.

En pleno siglo XXI, la UNICEF nos aporta estos datos escalofriantes:

15 millones de niños están atrapados por las guerras.

10 millones han sido secuestrados para luchar como soldados.

30.000 mueren cada día, víctimas del hambre.

Millones de abortos…

Parece que toda la barbarie se ha cebado en miles de niños inocentes. Hoy Herodes sigue vivo y sigue asesinando a niños. Mientras tanto, nuestra preocupación está en que no entren inmigrantes que nos quiten nuestro estado de bienestar. Mientras hay millones de personas que no tienen lo estrictamente necesario, ¿cómo podemos nosotros disfrutar de lo superfluo?

Palabra autorizada del Papa

“En los relatos evangélicos de la infancia, es emblemático en este sentido el rey Herodes, que viendo amenazada su autoridad por el Niño Jesús, hizo matar a todos los niños de Belén. La mente vuela enseguida a Pakistán, donde hace un mes fueron asesinados cien niños con una crueldad inaudita. Deseo expresar de nuevo mi pésame a sus familias y asegurarles mi oración por los muchos inocentes que han perdido la vida… Constatamos con dolor las dramáticas consecuencias de esta mentalidad de rechazo y de la “cultura de la esclavitud” en la constante proliferación de conflictos. (Discurso de S.S. Francisco, 12 de enero de 2015).

4.- Qué me dice hoy a mí esta palabra ya meditada.  (Silencio).

5.-Propósito.

Enrolarme en alguna institución que promueva la cultura de la vida, especialmente de la vida recién estrenada de los niños.

6.- Dios me ha hablado hoy por medio de la Palabra. Y ahora yo le respondo con mi oración.

Jesús mío, a muchos escandaliza la reacción de Herodes al matar a tantos inocentes. Tristemente hoy, en nuestra sociedad marcada por la cultura de la muerte, ocurre lo mismo. Pocos reaccionan ante la precaria situación de tantos niños inocentes, de tantos que mueren de hambre, de tantos millones de niños que encuentran la muerte en la misma cuna de la vida, en el vientre de sus propias madres. Señor, en el día de los inocentes haz que cese tanto atropello, tanta violencia, tanta muerte malograda.

Y el Verbo se hizo carne

La Celebraciones litúrgicas de la fiesta de la Navidad son como una gran catequesis. Vamos repasando poco a poco los distintos momentos importantes que jalonan el gran acontecimiento del nacimiento del Salvador.

El evangelista que se lleva la palma a la hora de hablar de la Navidad es, sin lugar a dudas, San Lucas. Lo relata todo con el máximo de detalles, para hacérnoslo ver y vivir como si de una película se tratase. O,  como una serie de Neflix, diríamos hoy. Mateo y Marcos le siguen a la zaga. Pero hay un evangelista que nos lo pone más difícil. Se trata de Juan. Este texto del prólogo de su Evangelio, que se puede leer el día de Navidad. Pero hoy, en este segundo domingo del tiempo de Navidad vuelve a proclamarse. El prólogo nos dice:

“En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba junto a Dios, y el Verbo era Dios.”

Así empieza. El Verbo, la Palabra…

Se dice que Juan es el más teólogo de los evangelistas. O que su evangelio, por ser el más tardío posiblemente es el teológicamente más elaborado.

Un prólogo es la introducción a un libro, a una obra literaria. No es un “spoiler” que nos vaya a reventar la obra. Pero Juan hace una lectura teológica profunda de la persona y la obra de Jesús. También nos adelanta lo que va a ocurrir con Jesús.

Este niño que nos ha nacido en Belén, no es un niño cualquiera. Es el Verbo, la Palabra de Dios pronunciada, hecha carne, hecho hombre. El Dios encarnado.

Muchos, ante el aparente silencio de Dios, sobre todo en acontecimientos que, en la historia universal y en la historia personal de cada uno, nos hacen sufrir, se preguntan sobre el aparente silencio de Dios. Pero para nosotros, los creyentes, Dios no calla. Dios ya ha hablado a través de Jesús. Él es su Palabra encarnada. Jesús es Dios hablando, a la humanidad, a la historia. Pero toda palabra adquiere su sentido pleno cuando después de ser pronunciada es escuchada. ¿Se trata del silencio de Dios, o de nuestra incapacidad para acoger su Palabra?

Juan en su prólogo va a anunciarnos esta gran noticia: Dios habla por medio de Jesucristo. Pero a la vez va a ponernos en sobre aviso de un drama: la Palabra de Dios pronunciada a la humanidad no va a ser escuchada. Viene a los suyos y no va a ser acogido, sino rechazado. Porque los hombres, la humanidad, va a preferir las tinieblas a la luz. Jesús es la Luz del mundo.

El rechazo de Jesús llega hasta nuestros días. Hoy no está de moda ser creyente. Para muchos es algo anacrónico. Los cristianos nos hemos quedado fuera de juego en un mundo que necesita otras cosas y pone su esperanza en el progreso y en la capacidad humana, que cree adueñarse de todo.

Sin embargo la Navidad nos recuerda hoy que la oferta de Dios sigue abierta para cada uno de nosotros. La Palabra de Dios se sigue pronunciando hoy. Jesús sigue siendo luz que nos puede alumbrar. Hace falta ser humildes para poder abrirse al misterio de Dios.

La Navidad nos pone  ante la gran decisión de nuestra vida, porque Dios hecho hombre, hecho niño, sigue llamando a la puerta de nuestro mundo y la puerta de nuestro corazón y de nuestra vida. Acoger a Jesús va a significar para nosotros la posibilidad de ser hijos de Dios,  si creemos en su nombre. Acoger a Jesús es una decisión libre. La fe no se impone, se propone.

Para el creyente la fe no es una realidad pasada de moda que nos infantiliza. Todo lo contrario. Abrir la puerta al Verbo de Dios hecho carne nos descubre la verdadera grandeza del ser humano.

Si es así podremos adquirir la verdadera y auténtica sabiduría. Con Jesús y la Buena Noticia, que es Él para quienes le acogen, podemos lograr una nueva forma de entendernos a nosotros y a los demás y de vivir nuestro mundo y nuestra historia.

Nosotros como seguidores de Jesús, como creyentes, estamos llamados a ser, personalmente y como Comunidad Cristiana, voz de la Palabra en medio de nuestro mundo. Si calla la voz ¿cómo podrá nuestro mundo escuchar la Palabra? De ahí nuestra responsabilidad. Nuestro testimonio y nuestra vida han de hacer presente a Jesucristo y la Buena Noticia del Evangelio.

Fr. Francisco José Collantes Iglesias O.P.

Comentario – Los Santos Inocentes

Mt 2, 13-18

En esta festividad volvemos a tomar contacto con los «evangelios de la infancia». Y encontramos de nuevo los procedimientos de interpretación de San Mateo: el acontecimiento de la huida a Egipto está expuesto en el marco de un pensamiento teológico que encuentra en Cristo la situación de Moisés. Cristo es el «nuevo Moisés». El faraón había mandado matar a todas los recién nacidos (Éxodo, 1, 15-22) Moisés se había librado de la matanza huyendo al extranjero (Éxodo, 2, 1-10) Moisés había sido llamado para que regresase a su país con las mismas palabras que el ángel utiliza para el retorno de la sagrada familia. (Éxodo, 4, 19).

Quizá estos procedimientos literarios nos choquen. Son corrientes a lo largo de la Biblia. Una situación actual, un suceso nuevo evocan situaciones y sucesos antiguos. Se los relaciona para mejor comprenderlos en la Fe. Esto es lo que hoy vamos a hacer.

El ángel dijo a José: «Levántate, huye a Egipto…» José se levantó de noche y partió… 

Una orden breve, que manda, sin embargo, una cosa difícil e inmediata. ¡Sin demora alguna, José parte! En plena noche una mujer y un niño desocupan el hogar.

Quiero contemplar esta admirable disponibilidad. Dios puede actuar con José sin la menor dificultad… Hay personas así, cuyo corazón está completamente lleno de Dios. ¡José tenía ese temple! Un hombre vigilante, atento siempre a la menor indicación que le sugiera cuál es la voluntad de Dios.

Tomó al niño y a su madre. 

En los dos primeros capítulos de su evangelio, Mateo no habla nunca de otro modo. (Mateo, 2, 11, 13, 14, 20, 21). 

El niño siempre es nombrado en primer lugar, antes que su madre. Y no habla nunca de «sus padres», ni de «su familia».

¡Menciona a José como algo externo al grupo privilegiado que forman «Jesús y María», «el niño y su madre»! Hay en esta simplísima fórmula, aparentemente anodina, toda una teología perfectamente correcta: el niño es el centro de todo, El es el primero… solamente después viene su madre… y esto es todo. Al padre, de momento no se le nombra. Será Jesús mismo a los doce años quien le nombrará, cuando lo encuentran en el Templo, en Jerusalén. ¡Sí, hay una majestad extraordinaria que emana de los relatos de esta infancia!

La dignidad misma de María procede de este niño; ¡ella es su madre! Verdaderamente: la debilidad de Dios es mayor que nuestras pobres pretensiones. Al niño recostado en este pesebre no sólo hay que admirarlo, es preciso adorarlo. ¡Es el Señor de la Gloria!, es el Todopoderoso.

Herodes se irritó sobremanera, y mandó matar a todos los niños menores de dos años que había en Belén y en toda su comarca.

Este crimen tan horrible, como el que anteriormente había decidido el Faraón de Egipto, no impedirá que Dios cumpla con su obra.

Entonces se cumplió lo que el Señor había dicho por el profeta Jeremías: «En Ramá se oyeron voces, muchos lloros y alaridos… Es Raquel que llora a sus hijos, sin querer consolarse porque ya no existen.»

Una vez más el evangelista encuentra la clave del suceso en la Escritura. Ha pasado tiempo desde la muerte del profeta, pero los lamentos y los llantos de las madres continúan. Y Dios sigue también siendo sensible a este dolor. Así lo creemos. Hoy rezaré por todas las madres que lloran y sufren.

Noel Quesson
Evangelios 1

Oración de los fieles – Santa María, Madre de Dios

Comienza el año cargado de buenos deseos y propósitos. Ponemos estas intenciones ante Dios a través de las manos maternales de María:

EL SEÑOR NOS BENDIGA Y NOS PROTEJA.

1.- Señor, cuida del Papa, acompáñalo siempre y que sea fiel al evangelio y constante en la predicación de tu nombre a toda la tierra. OREMOS

2.- Señor, ayuda a los dirigentes y gobernantes, que se dejen guiar por tu mano y lleven a su pueblo hacia la paz y prosperidad. OREMOS

3.- Señor, siembra tu amor en todas las familias, que los padres ayuden a los hijos, que los hijos obedezcan a sus padres y los esposos se respeten y se quieran. OREMOS

4.- Señor, anima al que vacila, acude presto al que se desvía, atiende al que ya se dobla y cuenta con tu Iglesia para conseguir estos propósitos. OREMOS

5.- Señor, te pedimos que en estas fechas consueles todos los corazones afligidos, que todos los que sufren tengan el apoyo de una mano tendida. OREMOS

6.- Por la Paz en toda la tierra, para que todos aquellos que recelan, conviertan su recelo en confianza y los que fallan sean solidarios, para llevar la paz a todos los rincones de la tierra. OREMOS

7.- Por todos nosotros para que este año que comienza seamos mejores en nuestro proceder y atendamos con más cariño al prójimo. OREMOS

Padre, el día que celebramos la maternidad divina de María concédenos por su intercesión lo que con humildad te pedimos.

Por Jesucristo nuestro Señor.

Amén.


Pedimos al Señor paz en este primer día del año y que la paz y el amor llene nuestras vidas a lo largo de este 2022, Y le decimos al Padre:

QUE TU PAZ LLENE LA TIERRA, SEÑOR.

1. – Por la Iglesia para que sea testimonio de justicia y de paz ante los hombres. OREMOS

2. – Para que, como María, guardemos a Cristo en el corazón y lo llevemos a los demás con alegría. OREMOS

3. – Por los gobiernos de todas las naciones, para que cumplan su misión con generosidad y hagan lo que conviene al bien común. OREMOS

4. – Por los que trabajan por la paz, la reconciliación, el reconocimiento de los derechos humanos, para que su esfuerzo dé frutos abundantes. OREMOS

5. – Para que las familias vivan desde la verdad y la paz. OREMOS.

6. – Por todos los aquí reunidos, para que el año que empieza sea un año lleno de bienes tanto materiales como espirituales. OREMOS

Acepta Señor, nuestras súplicas por mediación de María que nos ha regalado al Dios- hombre, Jesús, que vive y reina por los siglos de los siglos.

Homilía – Domingo II de Navidad

PALABRA DE DIOS

Los padres y los abuelos, los educadores y los sacerdotes hemos tenido, sin duda, muchos momentos de indignación ante los hijos, los nietos, los alumnos, los jóvenes, que nos son próximos, porque hacen oídos sordos a nuestras consignas y orientaciones. Con su autosuficiencia o su indiferencia cierran sus oídos a las palabras de quienes les señalan el camino hacia una vida feliz y fecunda. O, tal vez, asienten afirmativamente bajando la cabeza y pronunciando palabras corteses, pero actúan después según sus impulsos primarios o siguiendo la conducta y las consignas del líder de la pandilla. Luego, cuando llegan a la edad madura se lamentan inútilmente: «Si hubiera hecho caso a mis padres, a mi hermano mayor, a mi educador…». Esto, exactamente, ha ocurrido, ocurre y, desgraciadamente, ocurrirá hasta el final de los tiempos con respecto a Jesús, el Maestro infalible e insuperable que nos comunica los mensajes del Padre. La proclamación de las lecturas bíblicas terminan con la exclamación: «Palabra de Dios», «Palabra del Señor». ¿Nos percatamos reflexivamente del don que esto supone? Jesús echa en cara a sus contemporáneos que, mientras la reina de Saba vino a aprender sabiduría de Salomón y los ninivitas se dejaron interpelar por Jonás, ellos hacen oídos sordos a su palabra liberadora, y eso «que aquí hay alguien que es más que Salomón y que Jonás» (Mt 12,41-42).

¡Qué trágico sería si al final de nuestra vida tuviéramos que lamentar desgarradoramente: ¿Por qué no le habré hecho caso al Señor cuando quería orientarme y dar sentido a mi vida con su palabra? Estamos a tiempo para no incurrir en un fracaso fatal.

Los mensajes de las lecturas proclamadas son claros y sublimes. Tanto el pasaje de la carta a los efesios como el del evangelio de Juan cantan la pasión de Dios por el hombre y su generosidad sin límites: «Tanto amó Dios al mundo que le dio a su Hijo único, para que tenga vida eterna» (Jn 3,16), «aquel que no escatimó a su propio Hijo, sino que lo entregó por nosotros, ¿cómo es posible que con él no nos lo regale todo?» (Rm 8,32). El Hijo ha amado tanto a los hombres que «no tiene reparo en llamarnos hermanos» (Hb 2,11), «acampó entre nosotros» (Jn 1,14), «se hizo en todo semejante a nosotros menos en el pecado» (Hb 4,15).

Juan, en el prólogo de su evangelio, pone, frente al amor desbordante de Dios, el contrapunto del rechazo por parte de su pueblo: «Vino a los suyos, pero los suyos no le recibieron» (Jn 1,11). Esta afirmación resume la cerrazón general del pueblo elegido, con excepción del «pequeño resto» que acogió la Palabra. Pablo nos alerta para que no incurramos en la misma insensatez: «Todo esto sucedió para que nosotros aprendiéramos» (1Co 10,6). Y la carta a los hebreos advierte: «La Buena Noticia la hemos recibido nosotros lo mismo que aquéllos; pero a ellos no les sirvió de nada oír la Palabra, porque no se sumaron a los que habían oído» (Hb 4,2).

 

NUESTRA SITUACIÓN PRIVILEGIADA

El autor de la carta a los hebreos indica que nuestra sordera sería mucho más culpable que la de los judíos (Cf. Hb 2,23). Ellos tenían en contra para reconocerle como el enviado de Dios el hecho de su situación, sus circunstancias históricas, su vida. Su mesianismo no respondía a la imagen que les habían transmitido en las escuelas rabínicas ni a lo que se respiraba en la calle. Además, lo jefes religiosos lo anatematizaban como un hereje, como un iluminado seductor, un peligro grave para el pueblo. Me imagino el desconcierto interior que por ello sufrirían las gentes sencillas que no sabrían a qué atenerse: ¿Será un conspirador, un demente (Me 3,21; Jn 8,49) o será un verdadero profeta? San Juan se hace eco de la polémica que suscitaban sus actitudes y palabras: «Se originó división en la gente a propósito de él» (Jn 7,43).

Para la gran mayoría, que recibimos la transmisión de la fe en el regazo de nuestros padres, creer que Jesús es el Hijo de Dios, la Palabra infalible del Padre, resulta lo más obvio y, al mismo tiempo, lo más fácil; basta abrir un pequeño libro que podemos leer en cualquier momento y en cualquier parte, y con ello, tener el privilegio de escuchar al mismísimo Hijo de Dios, la Palabra definitiva, sobre los grandes valores de la vida y su sentido. «Yo soy el camino, la verdad y la vida» (Jn 14,6). «Señor, y ¿a quién vamos a acudir si sólo tú tienes palabras de vida eterna?» (Jn 6,68).

«En múltiples ocasiones y de muchas maneras habló Dios antiguamente a nuestros padres por los profetas. Ahora, en esta etapa final, nos ha hablado por su Hijo» (Hb 1,1-2). Albert Vidal comenta a propósito de esta cita: «Pero la Palabra quiso acercarse aún más para ser alimento y luz de los hombres de todos los tiempos: se hizo libro en la Biblia y pan en la Eucaristía». El largo camino de la Palabra desde la eternidad se ha remansado en forma de Biblia y de Eucaristía. Y Cristo confió esos dos tesoros a la Iglesia para que nos los reparta en «la doble mesa de la Sagrada Escritura y de la Eucaristía» (Dl/21). La Iglesia ha unido siempre las dos mesas, porque «sin Biblia, tendríamos en la Eucaristía una presencia muda; y sin eucaristía, tendríamos en la Biblia la palabra de un ausente» {Auzou). ¿En qué medida nos dejamos iluminar por Cristo-luz? (Jn 9,5).

«LES DA PODER DE SER HIJOS DE DIOS»

Juan testimonia que quienes acogen la luz de la Palabra y la hacen vida propia quedan constituidos hijos de Dios. «Mirad qué magnífico regalo nos ha hecho el Padre: llamarnos hijos de Dios, pues lo somos» (Un 3,1). «A cuantos la recibieron (la Palabra, la Luz, la Sabiduría) les da poder para ser hijos de Díos»(Jn 1,12).

Con su palabra Jesús nos entrega su espíritu, sus sentimientos y actitudes, su visión de la vida. «Tened los mismos sentimientos que Cristo Jesús» (Flp 2,5). Esos sentimientos, esa «una-nimidad» (una sola alma, etimológicamente), ese espíritu común lo crea la asimilación y puesta en práctica de su palabra. Pablo lo vivía en plenitud, por eso exclamaba: «Vivo yo, pero ya no soy yo; es Cristo quien vive en mí» (Gá 2,20). Si tenemos el espíritu de Jesús, espíritu de Hijo del Padre y de hermano de todos, entonces también somos hijos con él. Por eso dirá con una seguridad conmovedora: «Mi madre y mis hermanos son los que escuchan la Palabra de Dios y la ponen por obra» (Le 8,21). Los lazos que establecen los vínculos carnales no son nada en comparación de la comunión que crea el tener el mismo espíritu, que se asimila con la escucha de la Palabra.

Jesús es «la luz del mundo» (Jn 9,5). Pero tenemos el peligro de repetir el error de prescindir de la luz y andar a tientas en las tinieblas (Jn 3,19). Los cristianos de siempre tenemos el gran peligro de la rutina; las grandes afirmaciones de la Palabra del Señor, sus declaraciones de amor, pueden sonarnos a música conocida que no nos impacta. Acoger de verdad al Señor como Maestro es escuchar su palabra, procurar comprenderla, contemplarla, orarla y dejar que determine nuestra vida. Jesús previene contra posibles autoengaños: «No basta decirme: ¡Señor, Señor! para entrar en el Reino de Dios; no, hay que poner por obra la voluntad de mi Padre» (Mt 7,21).

El Espíritu, por medio de estas grávidas lecturas, nos impulsa a preguntarnos: ¿Qué hemos de hacer para ser cada día más dóciles a la Palabra de Dios? ¿Qué compromisos hemos de adoptar para que esa Palabra se convierta en transfusiones de vida y de paz? El Padre nos invita a comprender la suprema grandeza de ese don llamado Jesús y nos invita: «Éste es mi Hijo amado, mi predilecto. Escuchadlo».

Atilano Alaiz

Jn 1, 1-13 (Evangelio Domingo II de Navidad)

Dios acampó en nuestra historia

Este segundo domingo de Navidad, después de la fiesta de María Madre de Dios con que abrimos el año nuevo, es una profundización en los valores más vivos de lo que significa la encarnación del Hijo de Dios.

(Podemos volver a leer el texto comentado el día de Navidad)

Esta es una de las páginas más gloriosas, profundas y teológicas que se hayan escrito para decir algo de lo que es Dios, de lo que es Jesucristo, y de lo que es el hecho de la encarnación, en esa expresión tan inaudita: el “Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros”. La encarnación se expresa mediante lo más profundo que Dios tiene: su Palabra; con ella crea todas las cosas, como se pone de manifiesto en el relato de la creación de Génesis 1; con ella llama, como su le sucede a Abrahán, el padre de los creyentes; con ella libera al pueblo de la esclavitud de Egipto; con ella anuncia los tiempos nuevos, como ocurre en las palabras de los profetas auténticos de Israel; con ella salva, como acontece con Jesucristo que nos revela el amor de este Dios. El evangelio de Juan, pues, no dispone de una tradición como la de Lucas para hablarnos de la anunciación y del nacimiento de Jesús, pero ha podido introducirse teológicamente en esos misterios mediante su teología de la Palabra. También, en nosotros, es muy importante la palabra, como en Dios. Con ella podemos crear situaciones nuevas de fraternidad; con nuestra palabra podemos dar vida a quien esté en la muerte del abandono y la ignominia, o muerte a quien esté buscando algo nuevo mediante compromisos de amor y justicia. Jesús, pues, también se ha encarnado para hacer nuestra palabra (que expresa nuestros sentimientos y pensamientos, nuestro yo más profundo, lo que sale del corazón) una palabra de luz y de misericordia; de perdón y de acogida. El ha puesto su tienda entre nosotros… para ser nuestro confidente de Dios.

El himno y las sentencias que lo constituyen se relaciona con las especulaciones sapienciales judías. El filósofo judío de la religión, Filón de Alejandría, que vivió en tiempos de Jesús, hizo suyas aquellas reflexiones, pero en vez de sabiduría habló de la Palabra divina, del Logos. En el judaísmo «sabiduría» y «palabra de Dios» significaban prácticamente lo mismo. Sobre este tema desarrolló Filón una serie de profundas ideas. En el himno al Logos de Juan han podido influir otras corrientes conceptuales de aquella época. Fuera como fuere, en el texto joánico la idea del Logos tiene una acuñación cristiana propia, una forma inconfundible ligada a la persona de Jesús. Se interpreta, en efecto, esta persona, mediante los conceptos ya existentes sobre la Palabra de Dios, de una manera no por supuesto absolutamente nueva, pero sí profundizada.

El Logos, en griego, la Palabra divina, se ha hecho carne, es nuestra luz. Quizás parece demasiado especulativa la expresión. Pero recorriendo el himno al Verbo, descubrimos toda una reflexión navideña del cuarto evangelio. El Verbo ilumina con su luz. La iniciativa no parte de la perentoria necesidad humana, sino del mismo Dios que contempla la situación en la que se encuentra la humanidad. Suya es la iniciativa, suyo el proyecto. En el Verbo estaba la vida y la vida es la luz de los hombres. Por eso viene a los suyos, que somos nosotros. La especulación deja de ser altisonante para hacerse verdaderamente antropológica, humana. Pone su tienda entre nosotros, el Logos, la Sabiduría, el Hijo, Dios mismo en definitiva. ¿Cómo? No como en el el AT, en la tienda del tabernáculo en el desierto, ni en un “Sancta Sanctorum”, sino en la humanidad misma que era la que verdaderamente necesitaba ser dignificada. El hombre es imagen de Dios, y esa imagen se pierde si la luz no nos llega. Y esa luz es la Palabra, Jesucristo.

Ef 1, 3-6. 15-18 (2ª lectura Domingo II de Navidad)

Elegidos, “en Cristo”, para ser hijos

Aunque se proclame en nuestra lectura que esta carta es de San Pablo, la opinión más extendida hoy, aunque no sea general, es que es un escrito posterior de la escuela paulina. Es un escrito de una gran densidad teológica; una especie de circular para las comunidades cristianas de Asia Menor, cuya capital era Éfeso. En realidad lo que hoy nos toca proclamar de esta lectura es el famoso himno con el que casi se abre la epístola. Es un himno o eulogía (alabanza), a Dios, probablemente de origen bautismal, como sucede con muchos himnos del NT; desde luego ha nacido en la liturgia de las comunidades cristianas. Su autor, como Pablo hizo con Flp 2,5-11, lo ha incardinado a su escrito por la fuerza que tiene y porque no encontró ostras palabras mejores para alabar a Dios.

Se necesitaría un análisis exegético de más alcance para poder decir algo sustancial de esta pieza liturgia cristiana. Es curioso que estamos ante un himno que es como una sola frase, de principio a fin, aunque con su ritmo literario y su estética teológica. Canta la exuberante gracia que Dios ha derramado, por Cristo, en sus elegidos. Vemos que, propiamente hablando, Dios es el sujeto de todas las acciones: elección, liberación, redención, recapitulación, predestinación a ser hijos. Es verdad: son fórmulas teológicas de cuño litúrgico las que nos describe este misterio. Pero todo esto acontece en Cristo, en quien tenemos la gracia y el perdón de los pecados. Y por medio de Él recibimos la herencia prometida. Y en Cristo hemos sido marcados con el sello del Espíritu hasta llegar a experimentar la misma gloria de Dios en los tiempos finales.

¿Qué podemos retener del mismo? Entre las muchas posibilidades de lectura podríamos fijarnos en lo que sigue: que Dios, desde siempre, nos ha contemplado a nosotros, desde su Hijo. Dios mira a la humanidad desde su Hijo y por eso no nos ha condenado, ni nos condenará jamás a la ignominia. Hay en el texto toda una “mirada” del Dios vivo. El es un Dios de gracia y de amor. La teología de la gracia es, pues, una de las claves de comprensión de este himno. Sin la gracia de Dios no podemos tener la verdadera experiencia de ser hijos de Dios. El himno define la acción amorosa de Dios como una acción en favor de todos los hombres. Estamos, pues, predestinados a ser hijos. Este es el “misterio” que quiere cantar esta alabanza a Dios. Se canta por eso; se da gracias por ello: ser hijos es lo contrario de ser esclavos, de ser una cifra o un número del universo. Este es el efecto de la elección y de la redención “en Cristo”.

Eclo 24, 1-12 (1ª lectura Domingo II de Navidad)

La Sabiduría, mano de Dios

La primera lectura se toma del libro del Eclesiástico (titulo popular) o de la Sabiduría de Ben Sirá, como se le conoce, técnicamente, por el autor que lo escribió. Antes no se le conocía más que en griego, pero ya se han descubierto los fragmentos hebreos (en la antigua Guenizá del Cairo) que certifican que esa es su lengua original. Es un libro propio, con un género literario específico, tanto en el mundo bíblico como en la literatura del Medio Oriente y de Egipto. Este tipo de obras intenta poner de manifiesto los valores más fundamentales de la vida, de un comportamiento justo, honrado, humanista; en definitiva, eso es vivir con sabiduría.

La lectura de hoy nos habla de la Sabiduría, con mayúscula; no la del hombre, sino la de Dios. Es un himno grandioso del papel que tiene la sabiduría en las relaciones de Dios con el mundo y con los hombres. Debemos tener en cuenta que los judíos no podían entender que hubiese alguien como Dios; la sabiduría, aunque personificada, es, en el texto, una criatura como nosotros, aunque es la mano derecha de Dios, porque es la confidente del saber divino y, por lo mismo, de su acción creadora, hálito del poder divino en todo el proyecto que El tiene sobre el mundo. De hecho, en el judaísmo se identificaba a la Sabiduría con la Torah, la ley. No podía ser de otra forma en un ambiente cerrado a los valores creativos y proféticos de Dios. Sin embargo, una lectura cristiana de este texto, lo sabemos, apunta directamente a la Palabra de Dios, a Jesucristo. Y entonces, la Torah, la ley, quedará en lo que es, un mundo de preceptos que a veces ni siquiera ponen de manifiesto la voluntad de Dios.

Comentario al evangelio – Los Santos Inocentes

A los tres días de la navidad, se celebra la fiesta de los “santos inocentes”, partiendo del relato de Mateo de la matanza de los niños por Herodes.

Toda una escena en la que aparecen los “personajes principales” de este tiempo de Navidad: la luz y las tinieblas, la debilidad y la esperanza.

La luz molesta a las tinieblas. Porque son incompatibles. Por eso Herodes quiere hacerla desaparecer, y trama su plan. Y en esa lucha, recreada en tantas escenas de la Biblia y del cine contemporáneo, resplandece la fuerza de la debilidad: una pareja que se pone en camino con su hijo recién nacido, huyendo a la tierra donde sus antepasados habían sido esclavos para salvar su vida. Y en esa debilidad, surge la esperanza…

Jesús, desde su nacimiento, asume la historia de su pueblo, pasando por los mismos lugares por donde pasó y por sus mismos aprietos. Y al asumir esa historia, asume también nuestra historia de luces y tinieblas, de luchas y de esperanzas. Porque la historia del Pueblo de Dios narrada en la Palabra es también nuestra historia.

En la fiesta de hoy recordamos a todos los que en el mundo han vivido esta misma historia de persecución, de huída y de muerte inocente. En el pasado y en el presente… Víctimas concretas de las tinieblas que quieren dominar la historia: niños, mujeres, hombres, ancianos…

Frente a esa tiniebla, Dios no despliega sus ejércitos ni acaba con el mundo de manera drástica… sino que ofrece algo mejor: su Hijo, naciendo entre nosotros, es la fuerza en la debilidad, la luz que alienta toda esperanza y que ya se ha comenzado a transmitir… hasta los confines del mundo.

Ya hay mucho camino recorrido y aún queda mucho por hacer. Pero ya está puesto, en el corazón del mundo, la semilla de un mundo nuevo.

Ciudad Redonda