Vísperas – San Raimundo de Peñafort

LAUDES

SAN RAIMUNDO DE PEÑAFORT, presbítero

 

INVOCACIÓN INICIAL

V/. Dios mío, ven en mi auxilio
R/. Señor, date prisa en socorrerme.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. 
Como era en el principio, ahora y siempre, 
por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

HIMNO

Cantemos al Señor con alegría
unidos a la voz del pastor santo;
demos gracias a Dios, que es luz y guía,
solícito pastor de su rebaño.

Es su voz y su amor el que nos llama
en la voz del pastor que él ha elegido,
es su amor infinito el que nos ama
en la entrega y amor de este otro cristo.

Conociendo en la fe su fiel presencia,
hambrientos de verdad y luz divina,
sigamos al pastor que es providencia
de pastos abundantes que son vida.

Apacienta, Señor, guarda a tus hijos,
manda siempre a tu mies trabajadores;
cada aurora, a la puerta del aprisco,
nos aguarde el amor de tus pastores. Amén.

SALMO 14: ¿QUIÉN ES JUSTO ANTE EL SEÑOR?

Ant. Soy ministro del Evangelio por el don de la gracia de Dios.

Señor, ¿quién puede hospedarse en su tienda
y habitar en tu monte santo?

El que procede honradamente
y practica la justicia,
el que tiene intenciones leales
y no calumnia con su lengua.

el que no hace mal a su prójimo
ni difama al vecino,
el que considera despreciable al impío
y honra a los que temen al Señor.

El que no retracta lo que juró
aun en daño propio,
el que no presta dinero a usura
ni acepta soborno contra el inocente.

El que así obra nunca fallará.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Soy ministro del Evangelio por el don de la gracia de Dios.

SALMO 111:

Ant. Éste es el criado fiel y solícito a quien el amo ha puesto al frente de su servidumbre.

Dichoso quien teme al Señor
y ama de corazón sus mandatos,
su linaje será poderoso en la tierra,
la descendencia del justo será bendita.

En su casa habrá riquezas y abundancia,
su caridad es constante, sin falta.
En las tinieblas brilla como una luz
el que es justo, clemente y compasivo.

Dichoso el que se apiada y presta,
y administra rectamente sus asuntos.
El justo jamás vacilará,
su recuerdo será perpetuo.

No temerá las malas noticias,
su corazón está firme en el Señor,
su corazón está seguro, sin temor,
hasta que vea derrotados a sus enemigos.

Reparte limosna a los pobres;
su caridad es constante, sin falta,
y alzará la frente con dignidad.

El malvado, al verlo, se irritará,
rechinará los dientes hasta consumirse.

La ambición del malvado fracasará.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Éste es el criado fiel y solícito a quien el amo ha puesto al frente de su servidumbre.

CÁNTICO del APOCALIPSIS: HIMNO DE ADORACIÓN

Ant. Mis ovejas escucharán mi voz, y habrá un solo rebaño, un solo Pastor.

Grandes y maravillosas son tus obras,
Señor, Dios omnipotente,
justos y verdaderos tus caminos,
¡oh Rey de los siglos!

¿Quién no temerá, Señor,
y glorificará tu nombre?
Porque tú solo eres santo,
porque vendrán todas las naciones
y se postrarán en tu acatamiento,
porque tus juicios se hicieron manifiestos.

Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Ant. Mis ovejas escucharán mi voz, y habrá un solo rebaño, un solo Pastor.

LECTURA: 1P 5, 1-4

A los presbíteros en esa comunidad, yo, presbítero como ellos, testigo de los sufrimientos de Cristo y partícipe de la gloria que va a manifestarse, os exhorto: Sed pastores del rebaño de Dios que tenéis a vuestro cargo, gobernándolo no a la fuerza, sino de buena gana, como Dios quiere; no por sórdida ganancia, sino con generosidad; no como déspotas sobre la heredad de Dios, sino convirtiéndoos en modelos del rebaño. Y cuando aparezca el supremo Pastor, recibiréis la corona de gloria que no se marchita.

RESPONSORIO BREVE

R/ Éste es el que ama a sus hermanos, el que ora mucho por su pueblo.
V/ Éste es el que ama a sus hermanos, el que ora mucho por su pueblo.

R/ El que entregó su vida por sus hermanos.
V/ El que ora mucho por su pueblo.

R/ Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
V/ Éste es el que ama a sus hermanos, el que ora mucho por su pueblo.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. Éste es el criado fiel y solícito a quien el amo ha puesto al frente de su servidumbre para que le reparta la ración a sus horas.

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Éste es el criado fiel y solícito a quien el amo ha puesto al frente de su servidumbre para que le reparta la ración a sus horas.

PRECES

Glorifiquemos a Cristo, constituido pontífice a favor de los hombres, en lo que se refiere a Dios, y supliquémosle humildemente diciendo:

Salva a tu pueblo, Señor.

Tú que, por medio de pastores santos y eximios, has hecho resplandecer de modo admirable a tu Iglesia,
— haz que los cristianos se alegren siempre de ese resplandor.

Tú que, cuando los santos pastores te suplicaban, con Moisés, perdonaste los pecados del pueblo,
— santifica, por su intercesión, a tu Iglesia con una purificación continua.

Tú que, en medio de los fieles, consagraste a los santos pastores y, por tu Espíritu, los dirigiste,
— llena del Espíritu Santo a todos los que rigen a tu pueblo.

Tú que fuiste el lote y la heredad de los santos pastores
— no permitas que ninguno de los que fueron adquiridos por tu sangre esté alejado de ti.

Se pueden añadir algunas intenciones libres

Tú que, por medio de los pastores de la Iglesia, das la vida eterna a tus ovejas para que nadie las arrebate de tu mano,
— salva a los difuntos, por quienes entregaste tu vida.

Movidos por el Espíritu Santo, dirijamos al Padre la oración que nos enseñó el Señor:

Padre nuestro…

ORACION

Oh Dios, que diste a san Raimundo de Peñafort una entrañable misericordia para con los cautivos y los pecadores, concédenos por su intercesión que, rotas las cadenas del pecado, nos sintamos libres para cumplir tu divina voluntad. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Amén.

CONCLUSIÓN

V/. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R/. Amén.

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Lectio Divina – 7 de enero

Jesús proclama la Buena Nueva del Reino

1.- Oración introductoria.

          Señor, te pido que me envíes tu Espíritu para que ahonde dentro de mí lo que hoy puede significar para mí la palabra del evangelio: Reino de Dios. Porque cuando Tú no reinas en mí, las cosas van de mal en peor. Los reinos de este mundo no me dicen nada y dejan mi corazón vacío. Pero tampoco me siento satisfecho cuando me constituyo rey de mí mismo. ¡Qué mal me sé gobernar! Por eso acudo a ti para que entres dentro de mí como Dueño y Señor de mi vida. Toma posesión de mí. Mi casa es tu casa. Mi libertad es también tuya. Yo seré feliz viendo cómo te enseñoreas y te recreas en el jardín de mi corazón.

2.- Lectura sosegada del Evangelio: Mateo 4,12-17.23-25

          En aquel tiempo, cuando Jesús oyó que Juan estaba preso, se retiró a Galilea. Y dejando la ciudad de Nazaret, fue a morar en Cafarnaúm, ciudad marítima, en los confines de Zabulón y de Neftalí. Para que se cumpliese lo que dijo Isaías el profeta: «Tierra de Zabulón y tierra de Neftalí, camino de la mar, de la otra parte del Jordán, Galilea de los gentiles. Pueblo que estaba sentado en tinieblas, vio una gran luz, y a los que moraban en tierra de sombra de muerte les nació una luz». Desde entonces comenzó Jesús a predicar y a decir: «Haced penitencia, porque el Reino de los cielos está cerca». Y andaba Jesús rodeando toda Galilea, enseñando en las sinagogas de ellos y predicando el Evangelio del Reino, y sanando toda enfermedad y toda dolencia del pueblo. Y corrió su fama por toda Siria, y le trajeron todos los que tenían algún mal, poseídos de varios achaques y dolores, y los endemoniados, y los lunáticos y los paralíticos, y los sanó. Y le fueron siguiendo muchas gentes de Galilea y de Decápolis y de Jerusalén y de Judea, y de la otra ribera del Jordán.

3.- Qué dice el texto.

Meditación reflexión.

          El reino de Dios fue el centro de la ocupación y preocupación de Jesús. Y el reino de Dios irrumpe en nuestro mundo con Jesús. Dios, cansado del mal gobierno de los reyes de este mundo, quiere tomar la iniciativa para cambiar las cosas, para hacer un mundo más habitable, más humano, más familiar. Este Reino de Dios es “don y tarea”. Ante todo es DON, REGALO, OBSEQUIO.Y los regalos se aceptan y se agradecen. Cuando una persona acepta con gozo este regalo, pronto se nota. Lo dice el mismo texto del evangelio:” El pueblo que estaba en tinieblas vio una gran luz”. El cambio es tan profundo como el paso “de la noche al día”. La palabra clásica para asignar el cambio “metanoia” significa: cambio de mentalidad. Hay una manera nueva de ver las cosas, las personas, los acontecimientos. Y esto se realiza con un gozo increíble. Es como “el ciego que comienza a ver”; como el sordo que “comienza a oir”:  como el mudo “que comienza a hablar”; como el paralítico que “comienza a andar; como el muerto “que vuelve a la vida”. Los milagros de Jesús son como el “estallido del reino de Dios en este mundo”. Este reino de Dios es también “tarea”. Cuando un ciego ha recobrado la vista, quiere que todos los ciegos vean. Cuando un sordo ha recobrado el oído, quiere que todos los sordos oigan. Cuando un paralítico ha recobrado el movimiento, quieren que todos los paralíticos caminen. Cuando un muerto ha recobrado la vida, quiere que todos los muertos resuciten. La tarea es consecuencia del don recibido y agradecido. Me pregunto: ¿Soy consciente de tantos dones que Dios me ha dado? ¿Qué he hecho con ellos? ¿Los he enterrado? ¿Los he malogrado? ¿Qué estoy dispuesto a hacer?

Palabra del Papa.

“Se dice que cuando la noche es más oscura es cuando más brillan las estrellas. Podríamos decir también que cuando más oscuro es nuestro peregrinar por este mundo es cuando más brilla la luz de Cristo en nuestros corazones. Cuando más solos nos sentimos es cuando Cristo está más cerca de nosotros. Porque como dice el profeta Isaías: «este mundo camina en tinieblas, pero ya ha visto una gran luz que viene a salvarle». No permitamos que la ceguera de nuestro egoísmo entenebrezca la luz de Cristo en nuestros corazones. Tengamos bien abiertos los ojos de la fe en Dios para caminar por la senda del verdadero amor y de la verdadera esperanza…Con sus invitaciones a la conversión, este tiempo viene providencialmente a despertarnos, a sacudirnos de la apatía, del riesgo de seguir adelante por inercia. La exhortación que el Señor nos dirige por medio del profeta Joel es fuerte y clara: “Convertíos a mí de todo corazón”. ¿Por qué debemos volver a Dios? Porque algo no está bien en nosotros, no está bien en la sociedad, en la Iglesia, y necesitamos cambiar, dar un viraje. Y esto se llama tener necesidad de convertirnos. Una vez más este tiempo nos dirige su llamamiento profético, para recordarnos que es posible realizar algo nuevo en nosotros mismos y a nuestro alrededor, sencillamente porque Dios es fiel, es siempre fiel, porque no puede negarse a sí mismo, sigue siendo rico en bondad y misericordia, y está siempre dispuesto a perdonar y recomenzar de nuevo. Con esa confianza filial, pongámonos en camino.» (Cf. S.S. Francisco, 5 de marzo de 2014).

4.- Qué me dice hoy a mí este evangelio que acabo de meditar. (Silencio)

5.- Propósito. Hoy quiero caminar por la vida con un corazón libre, atado exclusivamente a la voluntad del Padre y así hacer el bien a mis hermanos.

6.- Dios me ha hablado hoy a través de su Palabra. Y ahora yo le respondo con mi oración.

Señor, hoy he aprendido a ser agradecido. Gracias por todo lo que me has dado, por todos los beneficios que he recibido de Ti. Te los agradezco y te los ofrezco de la mejor manera que puedo hacerlo: poniéndolos al servicio de mis hermanos, especialmente de aquellos que más lo necesitan. Tú no necesitas pan, pero hay muchos hambrientos en el mundo; Tú no necesitas compañía, pero hay muchos que se mueren de soledad; Tú, no; pero ellos, sí.

Comentario – 7 de enero

Mt 4, 12-25

Esta es la semana de los «signos», de las «epifanías»: la Iglesia nos propone un cierto número de gestos que «manifiestan» a Cristo. 

Habiendo oído que Juan había sido preso, Jesús se retiró a Galilea. Dejando Nazaret, se fue a morar en Cafarnaúm, ciudad situada a orillas del mar, en los términos de Zabulón y Neftalí. 

Jesús cambia de domicilio; deja el pueblo donde había vivido hasta ahora y va a habitar a una ciudad más importante. En nuestro siglo de tanta movilidad, me gusta pensar que Jesús, El también, debió acostumbrarse a una nueva vecindad, a hacer nuevas relaciones, a cambiar de medio. 

Así se cumplió lo que el Señor había dicho por el profeta Isaías ¡Tierra de Zabulón y tierra de Neftalí, camino del mar al otro lado del Jordán, Galilea de los gentiles! El pueblo que habita en tinieblas vio una gran luz. 

Jesús no cambia de domicilio sin una razón. Es un signo. 

Este gesto tiene una significación misionera. Galilea era una provincia en la que convivían varias razas, una «feria de gentiles», un camino de invasión, un país abierto por donde pasaban las caravanas que iban hacia el mar. 

Jesús va a vivir en ese cruce de caminos, en ese lugar de trasiego de pueblos: allí es donde piensa que podrá evangelizar a muchos de aquellos que viven aún «en las tinieblas» y que esperan la luz. Durante toda su infancia, Jesús ha vivido en un pueblo bien protegido, Nazaret, al margen de las grandes corrientes humanas de su época: aquel día escogió habitar en Cafarnaúm, donde hay gentes ansiosas y que buscan… 

Señor, ¿tengo yo recelo de entrar en contacto con el paganismo, o el ateísmo? ¿Qué cualidad tienen mis reflejos misioneros? 

Y para los que habitan en la región de sombras y de muerte, una luz se levantó. 

He ahí lo que viene a hacer Jesús. Dejo resonar estas palabras en mí. Las prolongo en la oración. 

Desde entonces comenzó Jesús a predicar y a decir: «Arrepentíos porque se acerca el reino de Dios». Recorría Galilea, enseñando en las sinagogas, predicando la buena nueva del Reino… 

Te contemplo, Señor, avanzando por los caminos, de pueblo en pueblo, predicador ambulante. ¿De qué trataban tus homilías? ¿De qué les hablabas? ¿En qué consistía tu «enseñanza? La totalidad del evangelio nos lo dirá. 

Pero, por el momento, ya sabemos una cosa: que el reino de los cielos ha llegado… ¡esto es! Dios está ahí, con nosotros, si queremos acogerle. Y precisamente, el clamor de Jesús, su «proclamación» es que nos dispongamos a acoger a Dios: «¡convertíos! ¡Cambiad de corazón! ¡Cambiad de vida!» Todo puede llegar a ser hermoso y bueno: es un «algo bueno’, una buena nueva. No transformemos la predicación de Jesús exclusivamente en predicación moralizante: hay que hacer esto; no hay que hacer aquello. Es ante todo un nuevo estado de espíritu -que lo cambia todo, evidentemente, también nuestros comportamientos morales- ¡El evangelio, es «bueno»! 

Y curaba en el pueblo toda enfermedad, toda dolencia… Le traían todos los que sufrían… y El los curaba… 

He ahí la epifanía de Dios; el signo de que ¡Dios está obrando allí! Muy simplemente, me imagino estas escenas: toda la desventura de los hombres, todo el mal que como una ola humana afluye hacia ti, Señor.

Sálvanos, hoy también. Salva a los que están en «la sombra de la muerte”.

Noel Quesson
Evangelios 1

¡Ahora es Navidad!

Todavía no se ha borrado el centelleo de la estrella que guió a los Magos hasta Belén, cuando con la fiesta del Bautismo, finalizamos este tiempo de primera línea como es la Navidad.

Toda la vida de Jesús es una manifestación pública, e íntima a la vez, de Dios a los hombres.

Ayer, una estrella guiaba a unos Magos. Hoy, una voz, nos muestra la identidad de Jesús: el adorado y reverenciado por los Reyes…es el elegido, el preferido, el amado por Dios. ¡Feliz manifestación del Señor en el Jordán!

A una con el Bautismo del Señor, lo mismo que hacemos cuando recibimos a un recién nacido en casa, vamos a iniciar un acompañamiento en su crecimiento. Vamos a adentrarnos en un conocimiento de su persona. Vamos a compartir, y no lo olvidemos, muchos momentos de paz y de alimento, de gracia y de espíritu, de amistad y también de dificultades o contradicción con El.

El Señor, con su Bautismo, emprende su misión. No ha venido para ser eternamente Niño. No ha nacido del seno virginal de María para quedarse embelesado y dormido con los cantos angelicales o con nuestros villancicos. Hoy, con su Bautismo, emprendemos este período en el cual, el Señor, irá creciendo, hablando, instruyéndonos o mostrando los signos de su identidad y de su misión: atraer a todos los hombres a la gloria de Dios.

¡Aún estamos a tiempo! Frente a una sociedad que ha olvidado, en parte, sus raíces cristianas, se necesitan personas que vivan según la mente de Jesús de Nazaret. Hoy, la levadura, es importantísima dentro de lo que se cuece en la gran masa de las decisiones y de la política, de las leyes o de los gobiernos que rigen como si fuesen “dioses” y como si no existiera Dios.

¡Aún estamos a tiempo! Para reconocer que, la Navidad, nos ha dejado un gran regalo: Dios con nosotros. Lo veremos y lo seguiremos porque, sabemos, que el Espíritu Santo habita en El. Le pediremos pan…y saciará nuestra hambre; nos apoyaremos en su pecho…y calmará nuestras heridas; nos postraremos a su paso…y saltaremos de gozo por habernos encontrado en su presencia.

¡Aún estamos a tiempo! Para abrirnos en espíritu y en fe a un Jesús que no ha quedado encerrado en el corcho de un portal de Belén. Dios nos necesita ahora como zagales. Ayudándole en su reino. Invirtiendo tiempo, sudor, valores, talentos y dones en aquello que, en Jesús, va ser locura y meta: servir a Dios, por los hombres, hasta el final.

Que esta fiesta del Bautismo del Señor sugiera en nosotros algunas interpelaciones ¿Cómo vivimos nuestro propio Bautismo? ¿Sentimos que somos amados por Dios? ¿Palpamos su presencia? ¿Nos mojamos, como ungidos por el Espíritu, en aquellas situaciones que requieren nuestra opinión, solidaridad, intervención o posicionamiento?

Renovemos nuestro Bautismo. Pidamos al Señor que, ya que hemos renacido por el agua a una vida de Dios, no la dejemos perder o malograr por falta de valor o coraje.

De la vida, entusiasta y certera, sincera y provocadoramente santa de muchos cristianos, depende el que el espíritu de la Navidad no se apague. ¡Que con tu bautismo, real y militante, caigas en la cuenta de que siempre puede ser Navidad!

Javier Leoz

Misa del domingo

¿Por qué se hizo bautizar el Señor?

Juan invitaba a un bautismo, distinto de las habituales abluciones religiosas destinadas a la purificación de las impurezas contraídas de diversas maneras. Su bautismo era un bautismo «de conversión para perdón de los pecados» (Mc 1, 4). Debía marcar un fin y un nuevo inicio, el cambio de conductas pecaminosas en conductas virtuosas, el abandono de una vida alejada de los mandamientos divinos para asumir una vida justa, santa, conforme a las enseñanzas divinas. Su bautismo implicaba el abandono de toda conducta injusta y pecaminosa así como el propósito decidido de dar «frutos dignos de conversión» (ver Mt 3, 6-8).

El ritual del bautismo expresaba mediante el símbolo una realidad espiritual profunda. Quien se había arrepentido de su vida de pecado era sumergido completamente en el agua del Jordán. De ese modo se significaba que era sepultado aquel que había muerto al pecado y a todas sus obras de injusticia. Luego se le sacaba del agua simbolizando con ello un nuevo nacimiento, un resurgir —luego de haber sido purificado por el agua— a una vida nueva, justa, santa. Cabe decir que a este ritual del nuevo nacimiento se le conoce como “bautismo” dado que la palabra griega de la que procede, baptizein, significa literalmente “sumergir”, “introducir dentro del agua”.

Con su predicación y bautismo Juan realizaba aquello que anunciaban las antiguas promesas de salvación hechas por Dios a su pueblo: «Una voz clama en el desierto: “¡Preparen el camino del Señor! ¡Allánenle los caminos!”» (Is 40, 3). Consciente de su misión precursora, Juan anunciaba que su bautismo daría paso a otro, infinitamente superior al suyo, aquel que realizaría el Señor Jesús: «Yo les bautizo con agua; pero viene el que es más fuerte que yo, y no merezco desatarle la correa de sus sandalias. Él les bautizará con Espíritu Santo y fuego» (Lc 3, 16; Mt 3, 11).

Un día estaba Juan bautizando en el Jordán cuando se llegó a él el Señor para pedirle que lo bautice. Pero, ¿necesitaba Jesús el bautismo de Juan? ¿Necesitaba renunciar a una vida de pecado, de infidelidad a la Ley divina y de lejanía de Dios, para empezar una vida nueva? No. Por ello Juan se resiste a bautizarlo (ver Mt 3, 14). El Señor Jesús es el Cordero inmaculado, en Él no hay pecado alguno, Él no necesita ser bautizado con un bautismo de conversión para el perdón de los pecados, no necesita morir a una realidad de pecado —inexistente en Él— para comenzar una vida nueva. Ante el Cordero inmaculado Juan se siente indigno y reclama ser él quien necesita ser bautizado por el Señor Jesús. A pesar de ello, el Señor se acerca a Juan como uno de tantos pecadores que piden ser bautizados e insiste ante la negativa de Juan: «Déjame ahora, pues conviene que así cumplamos toda justicia» (ver Mt 3, 15).

«Sólo a partir de la Cruz y la Resurrección se clarifica todo el significado de este acontecimiento… Jesús había cargado con la culpa de toda la humanidad; entró con ella en el Jordán. Inicia su vida pública tomando el puesto de los pecadores… El significado pleno del bautismo de Jesús, que comporta cumplir “toda justicia”, se manifiesta sólo en la Cruz: el bautismo es la aceptación de la muerte por los pecados de la humanidad, y la voz del Cielo —“Éste es mi Hijo amado”— es una referencia anticipada a la resurrección. Así se entiende también por qué en las palabras de Jesús el término bautismo designa su muerte (ver Mc 10, 38; Lc 12, 50)» (Joseph Ratzinger – S.S. Benedicto XVI, Jesús de Nazaret).

Éste es entonces el sentido profundo del bautismo que recibe el Señor: «Haciéndose bautizar por Juan, junto con los pecadores, Jesús comenzó a cargar con el peso de la culpa de toda la humanidad como Cordero de Dios que “quita” el pecado del mundo. Una obra que cumplió sobre la cruz cuando recibió también su “bautismo”». Es entonces cuando «muriendo se sumergió en el amor del Padre y difundió el Espíritu Santo para que los que creen en Él renacieran de esa fuente inagotable de vida nueva y eterna. Toda la misión de Cristo se resume en esto: bautizarse en el Espíritu Santo para librarnos de la esclavitud de la muerte y “abrirnos el Cielo”, es decir, el acceso a la vida verdadera y plena» (S.S. Benedicto XVI).

El evangelista Lucas resalta que luego de su bautismo, mientras oraba, «se abrió el cielo, bajó el Espíritu Santo sobre Él en forma de paloma, y vino una voz del cielo: “Tú eres mi Hijo, el amado, el predilecto”». El momento del bautismo del Señor Jesús se convierte en una “epifanía” o “manifestación” de Jesús como Mesías de Israel e Hijo de Dios. El nombre «Cristo» viene de la traducción griega del término hebreo «Mesías» que quiere decir «ungido». El Mesías que Dios enviaría para instaurar definitivamente su Reino debía ser ungido por el Espíritu del Señor (ver Is 11, 2) como rey, sacerdote y profeta. A la vista del pueblo de Israel, Jesús es mostrado como el Ungido por excelencia, Aquel que ha sido ungido por el Espíritu Santo, sobre quien ha descendido visiblemente, en quien ese Espíritu mora.

Mas el Mesías es manifestado al pueblo de Israel no solamente como rey, sacerdote y profeta, sino por encima de todo como el Hijo amado del Padre, el predilecto. Nos encontramos ante la autorizada manifestación y proclamación de la filiación divina de Jesucristo.

LUCES PARA LA VIDA CRISTIANA

La fiesta del Bautismo del Señor es ocasión propicia para reflexionar sobre nuestro propio Bautismo y sus implicancias. El Bautismo no es un mero “acto social”. Un día yo fui bautizado y mi Bautismo marcó verdaderamente un antes y un después: por el don del agua y el Espíritu Santo fuimos sumergidos en la muerte de Cristo para nacer con Él a la vida nueva, a la vida de Cristo, a la vida de la gracia. Por el Bautismo llegué a ser “una nueva criatura” (2 Cor 5, 16), fui verdaderamente “revestido de Cristo” (Gál 3, 27). En efecto, la Iglesia enseña que «mediante el Bautismo, nos hemos convertido en un mismo ser con Cristo» (Catecismo de la Iglesia Católica, 2565).

Pero si mi Bautismo me ha transformado radicalmente, ¿por qué sigo experimentando en mí una inclinación al mal? ¿Por qué la incoherencia entre lo que creo y lo que vivo? ¿Por qué tantas veces termino haciendo el mal que no quería y dejo de hacer el bien que me había propuesto? (ver Rom 7, 15) ¿Por qué me cuesta tanto vivir como Cristo me enseña? Ante esta experiencia tan contradictoria aclara la enseñanza de la Iglesia que aunque el Bautismo «borra el pecado original y devuelve el hombre a Dios… las consecuencias para la naturaleza, debilitada e inclinada al mal, persisten en el hombre y lo llaman al combate espiritual» (Catecismo de la Iglesia Católica, 405).

Dios ha permitido que luego de mi Bautismo permanezcan en mí la inclinación al mal, la debilidad que me hace frágil ante las tentaciones, la inercia o dificultad para hacer el bien, con el objeto de que sean un continuo aguijón que me estimule cada día al combate decidido por la santidad, así como a buscar siempre en Él la fuerza necesaria para vencer el mal con el bien.

Dios llama a todo bautizado al combate espiritual. El combate espiritual tiene como objetivo final nuestra propia santificación, es decir, asemejarnos lo más posible al Señor Jesús, alcanzar su misma estatura humana, llegar a pensar, amar y actuar como Él. Sabemos que esa transformación, que es esencialmente interior, es obra del Espíritu divino en nosotros. Es Dios mismo quien por su Espíritu nos renueva interiormente, nos transforma y conforma con su Hijo, el Señor Jesús. Sin embargo, Dios ha querido que desde nuestra fragilidad y pequeñez cooperemos activamente en la obra de nuestra propia santificación. Decía San Agustín: “quien te ha creado sin tu consentimiento, no quiere salvarte sin tu consentimiento”. Y este consentimiento implica la cooperación decidida en “despojarnos” del hombre viejo y sus obras para “revestirnos” al mismo tiempo del hombre nuevo, de Cristo (ver Ef 4, 22ss). Esto no es sencillo, por eso hablamos de combate, de lucha interior.

Para vencer en este combate lo primero que debemos hacer es reconocer humildemente nuestra insuficiencia: sin Él nada podemos (ver Jn 15, 5). No podemos dejar de rezar, no podemos dejar de pedirle a Dios las fuerzas y la gracia necesaria para vencer el mal, nuestros vicios y pecados, para rechazar con firmeza toda tentación que aparezca ante nosotros, para poder perseverar en el bien y en el ejercicio de las virtudes que nos enseña el Señor Jesús.

Junto con la incesante oración hemos de proponer medios concretos para ir venciendo los propios vicios o malos hábitos que descubro en mí, para ir cambiándolos por modos de pensar, de sentir y de actuar que correspondan a las enseñanzas del Señor.

El Señor a todos nos pide perseverar en ese combate (ver Mt 24, 13), con paciencia, con esperanza, nunca dejarnos vencer por el desaliento, siempre levantarnos de nuestras caídas, pedirle perdón con humildad si caemos y volver decididos a la batalla cuantas veces sea necesario. No olvidemos que “el santo no es el que nunca cae, sino el que siempre se levanta”.

Yo espero…

Yo espero
que venga lo nuevo y novedoso
con el mismo ímpetu
y fuerza de convicción,
por lo menos,
con que viene lo que ya conocemos
y nunca alcanzamos,
porque otros lo tienen en sus manos,
y sólo nos ofrecen migajas
para ilusionarnos, confundirnos
y hacernos esclavos.

Y espero,
cada vez con más ahínco y fe,
que no surja de nuestros hechos,
ni de nuestros estériles sueños,
ni de nuestros vanos recuerdos,
ni de nuestras entrañas malcriadas,
ni de nuestros derechos tan protegidos…
sino de tu ternura y gracia.

Yo espero,
gratuitamente,
que se abra el cielo,
que tu Espíritu nos bautice
y renueve por fuera y dentro,
y que empiece acá tu reino.

Florentino Ulibarri

Comentario al evangelio – 7 de enero

Deseo y audacia

La curación del evangelio de hoy es el resultado de la confluencia de los deseos y la audacia de dos hombres: El afectado por la lepra, que se atrevió a acercarse a Jesús y deseó ser curado; y Jesús, que deseó curarlo y, por tanto, se acercó a él y lo tocó. Ambos desafiaron las injustas normas sociales de la época. El libro del Levítico había dado instrucciones detalladas sobre cómo tratar a los enfermos de lepra. Quien fuera diagnosticado como leproso debía vivir fuera del campamento, lejos de todos y como un paria social (Lev 13,46). Pero he aquí que un hombre «cubierto de lepra» se atreve a acercarse a Jesús y a expresar su esperanza en el amor de Dios. ¿Cómo podría Jesús negar la curación a un alma que conocía el corazón de Dios? La fe no sólo mueve montañas, sino también las manos y el corazón de Dios.

Paulson Veliyannoor, CMF

Meditación – 7 de enero

Hoy es 7 de enero.

La lectura de hoy es del evangelio de Mateo (Mt 4, 12-17.23-25):

En aquel tiempo, cuando Jesús oyó que Juan estaba preso, se retiró a Galilea. Y dejando la ciudad de Nazaret, fue a morar en Cafarnaúm, ciudad marítima, en los confines de Zabulón y de Neftalí. Para que se cumpliese lo que dijo Isaías el profeta: «Tierra de Zabulón y tierra de Neftalí, camino de la mar, de la otra parte del Jordán, Galilea de los gentiles. Pueblo que estaba sentado en tinieblas, vio una gran luz, y a los que moraban en tierra de sombra de muerte les nació una luz».

Desde entonces comenzó Jesús a predicar y a decir: «Haced penitencia, porque el Reino de los cielos está cerca». Y andaba Jesús rodeando toda Galilea, enseñando en las sinagogas de ellos y predicando el Evangelio del Reino, y sanando toda enfermedad y toda dolencia del pueblo. Y corrió su fama por toda Siria, y le trajeron todos los que tenían algún mal, poseídos de varios achaques y dolores, y los endemoniados, y los lunáticos y los paralíticos, y los sanó. Y le fueron siguiendo muchas gentes de Galilea y de Decápolis y de Jerusalén y de Judea, y de la otra ribera del Jordán.

Hoy, situados entre la Epifanía (=manifestación) del Señor y su Bautismo (una segunda «epifanía»), nos centramos en el tema de la «luz», algo que impregna el entero ciclo navideño. Ya en la liturgia de la Noche Santa resonaba la idea —tomada de Isaías— de que «sobre los que vivían en tierra de sombras, una luz brilló sobre ellos».

La «luz» significa, sobre todo, conocimiento, verdad, en contraste con la oscuridad de la mentira y de la ignorancia. Así, la luz nos hace vivir, nos indica el camino. Pero además, en cuanto da calor, la luz significa también amor. Donde hay amor, surge una luz en el mundo; donde hay odio, el mundo queda en la oscuridad. Ciertamente, en el establo de Belén aparece la gran luz que el mundo espera.

—La luz de Belén nunca se ha apagado. Donde ha brotado la fe en aquel Niño, ha florecido también la caridad. Desde Belén una estela de luz, de amor y de verdad impregna los siglos.

REDACCIÓN evangeli.net