Comentario – Bautismo del Señor

Con la fiesta del Bautismo de Jesús se clausura el tiempo de Navidad-Epifanía y se inicia el tiempo ordinario. El hecho que hoy recordamos no pertenece a los relatos de la infancia, sino a los de la vida pública de Jesús. San Pedro, en uno de sus primeros discursos, lo presenta como algo sucedido en el país de los judíos en tiempos de Juan el Bautista, aunque sus raíces hay que buscarlas en Galilea, la tierra del Nazareno.

Pasamos, por tanto, del Jesús-niño, manifestado a los magos, al Jesús-adulto, manifestado en el Jordán como el Hijo-Amado, el Predilecto de Dios Padre. Porque el Bautismo de Jesús fue antes que nada una manifestación y una unción, o mejor, la ocasión para la manifestación y la unción. Así lo presentan los evangelios.

Eran tiempos de expectación. El pueblo vivía a la espera del Mesías. Por eso no es extraño que lo confundan con Juan o al menos se pregunten si no será él. Pero Juan, que es consciente de su misión (él es sólo la voz que grita en el desiertoel que prepara los caminos del Señor) no se aprovecha de tales expectativas usurpando el puesto del Mesías. Al contrario, declara abiertamente que él es simplemente su precursor: Yo os bautizo con agua… Él (es decir, el Mesías) os bautizará con Espíritu Santo y fuego.

Lo paradójico e incomprensible es que el que había de bautizar con Espíritu Santo y fuego, se acerque ahora con el resto de los conversos tocados por la palabra vigorosa de Juan a recibir el bautismo de agua de manos del Precursor. ¿Es que tenía algo de qué arrepentirse el Cordero inocente que había venido a quitar el pecado del mundo?

La sorpresa que provoca esta actitud y decisión del profeta de Galilea es tal que el mismo evangelista se siente obligado a justificar el hecho, pues no puede evitar la extrañeza que le produce ver al Mesías entre los pecadores que se acercan a recibir el bautismo de manos de Juan porque se sienten llamados a la conversión, pues se trataba de un bautismo de conversión.

Pero no será la única ocasión en que veamos a Jesús entre pecadores o gentes de mala fama (leprosos, publicanos, mujeres de mala vida, marginados); de hecho, acabará sus días como un ajusticiado (blasfemo para unos; peligroso para otros) entre dos malhechores. Luego su solidaridad con los pecadores puede sorprender sólo al que no le conoce.

El bautismo recibido por Jesús ni le perdonó pecados que no tenía, ni le hizo hijo, el Hijo de Dios que ya era por naturaleza; pero sirvió para desvelar su misterio, un misterio escondido en su condición de hombre aparentemente necesitado de conversión como los demás. Porque fue entonces cuando se abrió el cielo –y con la apertura se produjo la teofanía- y el Espíritu santo bajó sobre él, y se oyó una voz que decía: Tú eres mi Hijo, el amado, el predilecto.

Luego el bautismo de Jesús venía a ser la ocasión de la que Dios se servía para revelar a su Hijo, el amado, el marco histórico de una teofanía –o manifestación de Dios Hijo por parte de Dios Padre- y de una unción, la del Espíritu, con vistas a la misión. Dios les decía lo que había dicho ya por boca del profeta: Mirad a mi siervo, a mi elegido, sobre él he puesto mi espíritu para que traiga el derecho a las naciones… abriendo los ojos de los ciegos, sacando a los cautivos de la prisión…, curando a los oprimidos por el diablo.

Esto es lo que hizo Jesús durante su vida pública como ungido por Dios con la fuerza del Espíritu. Luego con la unción llega la hora de la misión. Ya no hay motivos para mantener oculta su condición de Hijo amado y de Mesías (=Ungido).

Y la hora de la misión es la hora de aplicarse a la tarea de curar a los oprimidos por el diablo, porque cuando devolvía la salud a un enfermo (ciego, paralítico o epiléptico) curaba a un oprimido por el diablo; y cuando perdonaba a un corazón apesadumbrado por la culpa, o llenaba el estómago de un indigente, o colmaba la esperanza de un desesperado o devolvía la fe a un incrédulo, estaba curando también a un oprimido por el diablo. Nos curaba, por encima de todo, cuando nos redimía en su muerte salvadora dándonos su mismo Espíritu y con él la vida que no muere.

Pues bien, si en el bautismo de Jesús el Espíritu de Dios bajó y se posó sobre él, en nuestro bautismo el Espíritu Santo se ha posado sobre nosotros, haciendo de nosotros ungidos, como por un aceite, con la fortaleza, la paciencia, la constancia, la alegría, la bondad, la fe, la esperanza, la caridad del mismo Cristo, porque todo esto es el Espíritu del que pasó por este mundo haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo. Por eso, podemos atribuirnos sin caer en la irreverencia de «otros cristos».

Ello significa, además, que disponemos, o podemos disponer, de su misma fuerza para hacer el bien. Y si no nos sentimos capaces de ello será porque su Espíritu no ha penetrado suficientemente en nosotros –en nuestra inteligencia, voluntad y sentimientos-, ni el bautismo recibido ha fructificado debidamente en nuestras vidas; será porque esa vida germinal recibida en el bautismo no ha crecido hasta el punto de adueñarse de nuestros impulsos, tendencias y capacidades naturales; será porque hemos puesto demasiada resistencia a las mociones del Espíritu en nosotros.

Pero penetrar, fructificar, crecer son términos que implican un proceso. La unción bautismal no es una acción de efecto instantáneo –y menos aún mágico-, sino progresivo. Es la acción respetuosa (y adecuada al ritmo humano de crecimiento) del Espíritu en nosotros: acción progresiva de penetración, como la lluvia que va empapando la tierra o el aceite que va impregnando lo que toca, de fructificación, como el incesante madurar de los primeros brotes del árbol, de crecimiento, al ritmo inherente a las potencialidades de la naturaleza en que opera.

La fiesta que hoy celebramos es, por tanto, y en esencia, la fiesta del Espíritu que se posó sobre Jesús el día de su bautismo y que hemos recibido nosotros el día de nuestro bautismo-confirmación para que nos dejemos no sólo guiar, sino también mover por él, de modo que, como el Ungido, pasemos por este mundo haciendo el bien. Tales mociones del Espíritu van configurando un estilo de vida y una personalidad muy determinados: los de aquellos que, ungidos por el Espíritu de Cristo, pasan por este mundo haciendo el bien.

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ-CID
Dr. en Teología Patrística

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Lectio Divina – 8 de enero

Tenemos solo cinco panes y dos peces

1.- Oración introductoria

Señor, en el evangelio de hoy me quieres dar una gran lección: el valor de lo pequeño. Con sólo “cinco panes y dos peces” alimentaste a cinco mil hombres. ¡Qué cosas tan bonitas haces con lo pequeño! Elegiste a una muchacha sencilla y pobre para que fuera tu  Madre. Y con un poco de pan y un poco de vino hiciste el milagro permanente de la Eucaristía. Tal vez yo sólo puedo ofrecerte “lo poco que tengo, lo poco que valgo, lo poco que soy”. ¿Qué harás, Señor, “con estos pocos”?

2.- Lectura reposada de la Palabra de Dios. Marcos 6, 34-44

Y al desembarcar, vio mucha gente, sintió compasión de ellos, pues estaban como ovejas que no tienen pastor, y se puso a enseñarles muchas cosas. Era ya una hora muy avanzada cuando se le acercaron sus discípulos y le dijeron: «El lugar está deshabitado y ya es hora avanzada. Despídelospara que vayan a las aldeas y pueblos del contorno a comprarse de comer». Él les contestó: «Dadles vosotros de comer». Ellos le dicen: «¿Vamos nosotros a comprar doscientos denarios de pan para darles de comer?» Él les dice: «¿Cuántos panes tenéis? Id a ver». Después de haberse cerciorado, le dicen: «Cinco, y dos peces». Entonces les mandó que se acomodaran todos por grupos sobre la verde hierba. Y se acomodaron por grupos de cien y de cincuenta. Y tomando los cinco panes y los dos peces, y levantando los ojos al cielo, pronunció la bendición, partió los panes y los iba dando a los discípulos para que se los fueran sirviendo. También repartió entre todos los dos peces. Comieron todos y se saciaron. Y recogieron las sobras, doce canastos llenos y también lo de los peces. Los que comieron los panes fueron cinco mil hombres.

3.- Qué dice el texto del evangelio.

Meditación-reflexión

De nuevo, la palabra “compasión”. De nuevo, sus entrañas se conmueven, le dan un vuelco. ¿Por qué? La gente que te había seguido entusiasmada, “no tenía qué  comer”. Y me pregunto: ante tantos niños que cada día se mueren de hambre, ¿Se conmueven mis entrañas? A veces, decimos: hay que meterse en la piel del otro. Pero si nos quedamos en la piel, sólo tendremos con nuestros hermanos un encuentro epidérmico, tangencial, superficial. Jesús nos dice: Hay que meterse “dentro de la piel del otro”. Hay que atravesar la piel y meterse dentro, por donde corre un flujo vital: la sangre, esa que viene del corazón y atraviesa todo el organismo. En este milagro de la multiplicación de los panes, ¡Qué distinta la postura de los discípulos y la de Jesús! Dicen los discípulos: “Despídelos”. Que vayan a comprarse ellos. Ante la presencia de los pobres, ¿cómo actuamos nosotros? Ve a Cáritas, a la Cruz Roja…La cuestión es quitarnos cuando antes el problema. ¿Qué dice Jesús? ¡Dadles vosotros de comer!  Insisten: Sólo tenemos cinco panes y dos peces. Serían necesarios “doscientos denarios de pan”. Es nuestra respuesta habitual: Este problema deben resolverlos los ricos, los políticos, los banqueros… ¿Qué dice Jesús? Traedme lo que tenéis, aunque sea poco. Y vamos a compartirlo. Lo demás me lo dejáis a mí. Y todavía hay un detalle: “sobraron doce canastos”. ¿Hemos pensado en lo que se podría hacer con lo que a nosotros nos sobra?

Palabra del Papa

Jesús está en la orilla del lago Galilea, y está rodeado por “una gran multitud” atraída por “los signos que realizaba sobre los enfermos». En Él actúa la potencia misericordiosa de Dios, que sana de todo mal de cuerpo y del espíritu. Pero Jesús no es solo sanador, es también maestro: de hecho sube al monte y se siente, en la típica actitud de maestro cuando enseña: sube sobre esa “cátedra” natural creada por su Padre celeste. Es este punto, Jesús, que sabe bien lo que va a hacer, pone a prueba a sus discípulos. ¿Qué hacer para dar de comer a toda esta gente? Felipe, uno de los Doce, hizo un cálculo rápido: organizando una colecta, se podrán recoger como máximo doscientos denarios para comprar pan, y aun así no bastaría para alimentar a cinco mil personas. Los discípulos razonan en términos de “mercado”, pero Jesús, a la lógica de comprar la sustituye con la del dar. Las dos lógicas, la del comprar y la del dar. Y así, Andrés, otro de los apóstoles, hermano de Simón Pedro, presenta a un joven que pone a disposición todo lo que tiene: cinco panes y dos peces; pero seguro -dice Andrés- no son nada para esa multitud. Pero Jesús esperaba precisamente esto. Ordena a los discípulos que hagan sentarse a la gente, después tomó esos panes y esos peces, dio gracias al Padre y los distribuyó (Angelus de S.S. Francisco, 26 de julio de 2015).

4.- Qué me dice hoy a mí este texto ya meditado. (Silencio)

5.- Propósito: Si hoy me encuentro con un pobre que pide limosna, le doy un euro y después le digo que me cuente su vida. Le escucho, le dedico parte de mi tiempo

6.- Dios me ha hablado hoy a través de su Palabra. Y ahora yo le respondo con mi oración.

Te agradezco, Señor, el haber entendido, un poco más, el milagro del compartir. No se trata de tener mucho o poco. Se trata de poner a disposición de los demás lo que tenemos. Se trata de poner a disposición de los que no tienen, aquello que nosotros no necesitamos. No podemos gastar en cosas superfluas lo que nos sobra, sabiendo que otros hermanos nuestros no tienen lo necesario. Señor, hazme entender bien este evangelio.

Es urgente revalorizar nuestro propio bautismo

1.- A las orillas del Jordán, Juan Bautista predica la conversión de los pecados para acoger el Reino de Dios que se aproxima. Jesús desciende con la gente al agua para hacerse bautizar. El bautismo para los judíos era un rito penitencial, al cual se acercaban confesando los propios pecados. Sin embargo, el bautismo que Jesús recibe no es un bautismo de penitencia; la manifestación inesperada del Padre y del Espíritu le da un significado preciso. Jesús es proclamado “hijo amado” y sobre Él se posa el Espíritu que lo reviste de la misión de profeta, sacerdote y rey.

2. -El fragmento de Isaías, es el anuncio del próximo retorno del pueblo elegido de Babilonia a Jerusalén. Es una verdadera explosión de alegría no tanto por el acontecimiento histórico en sí mismo, sino por los motivos invisibles relacionados con la liberación: se habla del perdón total de los pecados ya expiados y del restablecimiento de la amistad entre Dios y su pueblo, en donde Dios actúa como un pastor en medio de su rebaño. Se trata del pastor que viene con poder pero sobre todo con amor; con un amor muy especial que libera al pueblo. A esta voluntad divina de encontrarse con el hombre debe corresponder la voluntad del hombre de encontrarse con su Dios.

La carta a Tito, por otra parte, un texto muy denso y rico que podemos dividir en dos partes y en la primera el apóstol desarrolla tres puntos muy importantes: En primer lugar, indica que el significado de la venida del Señor entre nosotros está en que es la manifestación de la gracia de Dios, y además, es fuente de salvación. Después, en pocas palabras, nos delinea la obra llevada a cabo por Jesús por la cual nos ha salvado. Finalmente nos hace saber cómo, en base a esta verdad y al ejemplo de Cristo, debe orientarse la vida de todo cristiano; concretamente, debe renunciar al mal, vivir en la justicia y en la piedad, así como debe estar atento a su gran salvador y Dios. En la segunda parte de este trozo paulino se profundiza especialmente en un punto fundamental de la doctrina apostólica. Se trata de la afirmación de que la manifestación de Jesús, no sólo en su nacimiento, sino toda su vida, no es otra cosa que el fruto del amor y la misericordia de Dios. La finalidad de esta forma de actuar de Dios es, nada menos que hacernos sus hijos, regenerándonos mediante el bautismo por medio del Espíritu a fin de que podamos aspirar a una total posesión de la salvación.

3. – El fragmento del evangelio de san Lucas es muy semejante al de Mateo y de Marcos, especialmente en la primera parte, donde está la interrogante del pueblo acerca de la identidad del bautista. Juan aclara, sin ambages, que no es el Mesías; que es tan distinto, que ni siquiera se debe comparar.

San Juan Crisóstomo, comentando el evangelio de Mateo, señala que el Bautista querría decir: “En realidad, yo no merezco contarme entre sus esclavos, ni siquiera entre sus ínfimos esclavos ni desempeñar la parte más humilde de su servicio. Por eso no habló de su sandalia, sino de la correa de su sandalia; lo que le parecía el último extremo a que se podía llegar”.

Propio de Lucas es el hecho de que Jesús esté en oración al momento de su bautismo, y el don del Espíritu, en forma visible como de paloma, es como la respuesta a esa oración. Esto es algo muy propio de este evangelista. Se dice que el cielo se abrió y bajó el Espíritu Santo.

“Antes, las puertas del cielo permanecían cerradas ––escribe san Hipólito–– y la región de arriba era inaccesible” lo cual significa, que “se hizo la reconciliación del visible con los invisible. Los poderes del cielo se llenaron de alegría y fueron curadas las enfermedades de la tierra; las cosas que permanecían escondidas salieron a la luz; los que estaban entre el número de los enemigos se hicieron amigos”.

4.- Esta fiesta del Bautismo de Jesús es la celebración de la manifestación de la Trinidad en nombre de la cual somos bautizados. Pero la narración es también una descripción de la Iglesia que, como Jesús, ora y hace que descienda el Espíritu sobre nosotros para que seamos hijos de Dios. De manera que cada vez que la Iglesia bautiza, se oye, en cierto modo, la voz del Padre que nos llama hijos amados, pues ve en nosotros a su propio Hijo. ¡Esa es nuestra vocación!

Estamos llamados a realizar el proyecto del Padre en nosotros y a favor de todos los que Él nos quiera encomendar. El bautismo nos pone en comunión con Dios y con su familia santa: la Iglesia. Por este sacramento pasamos de la solidaridad en el pecado a la solidaridad en el amor de hermanos.

Por eso, podemos decir una vez más que vivir cristianamente, no es otra cosa que vivir el propio bautismo. Ojalá nos interesáramos todos en vivir, paso a paso, el proceso catecumenal y de reiniciación cristiana. Es urgente revalorizar nuestro propio bautismo como señal de nuestra opción por una vida cristiana más intensa y testimonial.

Antonio Díaz Tortajada

Comentario – 8 de enero

Mc 6, 34-44

Continuamos recibiendo los «signos» que Jesús nos da. 

Al desembarcar, Jesús vio una gran muchedumbre, y se compadeció de ellos, porque eran como ovejas sin pastor. 

Se compadeció. 

Me detengo a contemplar esto en tu corazón, Señor. Tú te dejas emocionar, conmover. Estás impresionado. Los fenómenos de las muchedumbres no te dejan indiferente. Uno no escapa al gentío. Una masa humana estacionada en algún lugar significa algo… una espera. 

Y se puso a enseñarles pausadamente. 

Instruir. Educar. Promocionar. Aportar nuevos valores. 

Despacio, sin prisas. Despacio porque la instrucción es importante, requiere tiempo. Es la llave para otras muchas cosas. La cultura profana, la cultura religiosa. Saber un oficio, ser competente en las cosas humanas. Y saber las cosas de Dios: tarea capital de la catequesis. Jesús fue primero un catequista: el que enseña, el que «abre los oídos a las cosas de Dios. 

«Dadles, vosotros, de comer». 

El primer lugar lo ocupa el alimento del espíritu y del corazón. 

Y la Palabra de Dios es «alimento». 

Pero el alimento del cuerpo es condición de toda actividad espiritual. Cuidar el cuerpo: la humilde ocupación de tantas gentes sobre la superficie de la tierra. Tantos oficios manuales ordenados al bienestar temporal de los hombres. Trabajo del campesino. Trabajo del ama de casa. Trabajo de los innumerables oficios que directa o indirectamente «dan de comer», permiten «ganar el pan» de una familia. 

Esta inmensa colmena humana que trabaja sobre nuestro planeta para poder comer, Dios la bendice, Dios quiere que logre lo que espera, que viva. Jesús nos pide que participemos en esta tarea: «Dadles de comer». 

Bendito eres Dios del universo, Tú que nos das el pan, fruto de la tierra y del trabajo del hombre. Yo te ofrezco mi trabajo y el de todos los hombres. 

Les mandó que les hicieran recostarse por grupos sobre la hierba verde. Se recostaron formando un círculo por grupos de ciento y de cincuenta. 

Jesús toma de la mano un «rebaño sin pastor» una masa informe que inspira piedad. Esta multitud ha pasado a ser ahora «un pueblo ordenado», un grupo organizado, una comunidad. 

Marcos de modo manifiesto insiste sobre esta organización de la comunidad. Esta es hoy todavía una de las tareas de los ministros de la Iglesia. 

Te ruego, Señor, por los ministros de Tu Iglesia. Te ruego para que los cristianos comprendan más y más que no deben quedarse en el anonimato informe de la masa demasiado pasiva, sino que han de llegar a ser participantes activos de un pueblo vivo donde se establezcan relaciones de hombre a hombre. 

Todavía hoy, es este el esquema esencial de la reunión eucarística: liturgia de la palabra: Jesús les instruye detenidamente ; y liturgia del pan… alrededor del único Pastor. 

Sí, este milagro es un signo, un símbolo de la Iglesia que continúa hoy lo que hizo Jesús. 

Jesús, tomando los cinco panes… alzando los ojos al cielo pronunció la bendición, partió los panes y se los dio. 

La alusión a la eucaristía es evidente. Es casi la misma serie de gestos que Jesús hizo en la Cena. 

«Pronunciar la bendición» («eulogein» en griego = «decir bien»). «Bendito sea Dios que nos da este pan». Era el rito judío de la santificación de la comida en la mesa: como buen judío, Jesús santifica cada uno de sus gestos con una bendición, una plegaria. 

Mi vida toda ¿es también para mí ocasión de alabar y bendecir a Dios?

Noel Quesson
Evangelios 1

Bautismo del Señor

1.- Los apóstoles al marchar a predicar la Buena Nueva, no se entretenían en explicar detalles referentes al nacimiento del Salvador, un hecho biológico, interesante sin duda, pero carente de profundidad teológica. El meollo está en la Encarnación, no lo olvidéis, aunque a su fiesta, el 25 de marzo, se le de poco relieve. Lo importante había sido este hecho íntimo, en el seno de María, pero que por haber sido recóndito, no se prestaba a ser vociferado. A sus contemporáneos no les hubiera interesado demasiado. Hablaban ellos, los apóstoles, de alguien que había sido presentado por Juan en el Jordán, mediante un signo pedagógico propio de aquel tiempo: el bautismo. Juan fue, en su tiempo, más famoso que Jesús, al que dio la alternativa, dicho en lenguaje taurino, o le pasó el testigo, en vocabulario atlético. Había sido notable y conocido por su probidad y valentía, reconocida por todos. Para darse cuenta de la importancia que tenía el gesto del bautismo, permitidme, mis queridos jóvenes lectores, que os explique algunos detalles de la escena que el evangelio de este domingo nos relata.

Bautizar significa remojar, hundir en agua viva, no en un charco sucio cualquiera. Practicada esta ceremonia como signo espiritual. El agua escaseaba en Israel, pese a llamarse el territorio “creciente fértil” . El agua es riqueza para la vegetación y para el ganado. Beber agua es una necesidad del organismo humano, que la requiere también para su higiene corporal. En el agua se sumerge el fiel como signo de plegaria humilde y de esperanza de salvación. Lo hace en Ein-Karen o en Lourdes o en Benarés. En el agua se sumergía al que deseaba entrar o progresar en un grupo religioso. Era el equivalente a los documentos firmados y rubricados de hoy en día, para dar valor público al compromiso al que uno decide someterse. La ceremonia se podía practicar en una corriente de agua, el río Jordán u otros lugares (tal vez las fuentes de Ein-Fará) o en pequeñas piscinas rituales, como se ven en tantos lugares (la población catalana de Besalú tiene la que, según dicen, es la mejor conservada de occidente).

3.- Juan predicaba y su mensaje duro de pelar, pero, como era auténtico y su testimonio también lo era, mucha gente quedaba convencida. Convencida de que debía reconocer sus pecados y corregirse, tomar una decisión y cumplirla. Como el que después de escuchar una charla sobre los peligros del tabaco, declara en público que se va a someter a un tratamiento clínico para dejar de fumar e ingresa en un hospital. Para expresar este convencimiento y deseo de conversión se acercaba al Bautista, quien solemnemente lo sumergía en el agua, deseando que el hecho supusiera para el remojado, un cambio de actitud y vida.

Jesús acude y solicita el bautismo. Otro año, mis queridos jóvenes lectores, la liturgia se fijará en otros detalles. Hoy quiere que sepamos que Juan, pese a ser un hombre famoso no presumía de ello y que el Señor se somete a un acto público de humillación. Él no era pecador, de nada podía convertirse. Cargó con nuestros pecados, aquellos que le moverían un día en Getsemaní a decidir dejarse coger, ser torturado y ejecutado. Ante tal acto de humildad la Divinidad en pleno debe manifestarse, para evitar equívocos, para poner los puntos sobre las íes. Y con el Hijo, hecho hombre, se manifiesta el Padre en solemne voz y se transparenta el Espíritu, en apariencia de paloma. La voz proclama en sesión plenaria que aquel Galileo de Nazaret es la predilección de la Divinidad. Os toca ahora contemplar la escena, imaginándoosla en vuestro interior, y quedando a continuación un rato, en adoración. En ella os dejo. Y acabo en silencio, acompañándoos con mi plegaria.

Pedrojosé Ynaraja

Pasó haciendo el bien y sembrando cariño

1. – Todos los evangelistas y Pedro, como hemos visto en la segunda lectura, quieren dejar bien claro el puesto de Juan el Bautista, figura querida por todos, el mayor de los nacido de mujer, pero mera flecha en la cuneta señalando el verdadero camino, que es Jesús. Juan es testigo de la llamada que hace el Padre a Jesús y de cómo lo unge con el Espíritu Santo para cumplir su vocación de verdadero Mesías. El Mesías es Jesús, no Juan.

2. – Ese Mesías no va a ir por las calles clamando a gritos, haciendo reivindicaciones sociales, acusando y amenazando con grandes castigos. Jesús va a pasar por el mundo haciendo el bien. No haciendo beneficencia de arriba a abajo, haciendo el bien, que para eso se hace uno de nosotros y en un bautismo general “comunitario” se pone a la cola, a nuestra altura. No es el Rey benéfico que pasa repartiendo pan a los pobres. Es el amigo que camina hombro con hombro con nosotros.

Pasó haciendo el bien, pasó sembrando cariño y bondad. Solo el que ama puede hacer el bien. Se pueden hacer muchas cosas, aún buenas y eso es eficacia. Pero solo el que ama, en sus obras hace el bien. Hacer cosas buenas sin amor es tirar una limosna a un pobre. Hacer el bien es dar la limosna poniéndola en la mano con cariño. “Podría dar en limosnas todo lo que tengo, si no tengo amor de nada me sirve”, dirá San Pablo.

3. – La misión de Jesús Mesías que se le hace patente en el bautismo de Juan es pasar haciendo el bien. También nosotros hemos recibido esa misión en nuestro bautismo. También nosotros tenemos que pasar haciendo el bien. Por el bautismo entramos en la Iglesia, ese pueblo de hermanos cuya ley fundamental, dada por Jesús, es que nos amemos unos a otros, que nos preocupemos unos por otros. Y por esa ley de amor nos van a juzgar. “Tuve hambre y me disteis de comer, tuve ser y me disteis de beber, estaba desnudo y me vestisteis…”

Según Juan el bautismo de Jesús es de Espíritu Santo y fuego. Espíritu que es unción, suavidad, bondad para saber esperar, para no apagar la mecha que aún humea, para no acabar de quebrar la caña quebrada pero que aún puede reverdecer. Y fuego que nos pone dentro la inquietud de no pasar por el mundo con las manos vacías, inquietud de no perder la ocasión de hacer el bien.

4. – Sólo haciendo el bien podremos ser hijos de Dios, asemejándonos a nuestro Padre Bueno. Solo haciendo el bien nos transformaremos internamente, saliendo de nuestros egoísmos y odios. Poniendo amor donde hay odio: Perdón donde hay ofensa. Armonía donde haya discordia. Fe donde haya duda. Y esperanza donde encontraremos desesperación. Y es útil repetir todo esto:

+ Que donde haya odio sepamos poner amor
+ Donde haya ofensa pongamos perdón
+ Donde haya discordia pongamos armonía
+Donde haya desesperación pongamos esperanza
+Que no nos empeñemos tanto en ser consolados como en consolar
+En ser comprendidos como en tratar de comprender
+En ser amados como en amar
+Que nunca olvidemos que dando se recibe, olvidando se encuentra y perdonando se es perdonado.

Así llenaremos la misión que recibimos en el bautismo como el Señor Jesús, y llevaremos encendida en nuestras manos la vela que entonces nos dieron, que es luz de Fe verdadera, llena de hacer el bien.

José María Maruri SJ

Matrícula condicionada

1.- “En un bautismo general, Jesús también se bautizó. Y entonces se abrió el cielo, bajó el Espíritu Santo en forma de paloma y se oyó una voz de lo alto: “Este es mi Hijo, el predilecto”. San Lucas, Cáp. 3. “Entonces, queridos hermanos, estos niños que hoy alegran el hogar de unos padres creyentes, comienzan desde ahora por el sacramento del Bautismo, a ser hijos de Dios”… Así se expresó el párroco, ante un nutrido grupo de fieles que colmaban el templo. Hemos de anotar sin embargo, que esta teología, reflejada además en los libros litúrgicos, ha sido enriquecida en los últimos tiempos con valiosos aportes. Al colocar en el centro de toda nuestra reflexión religiosa la imagen de un Dios Abbá, revelada por Jesús de Nazaret, cabe preguntarnos: ¿Y quienes no han recibido el bautismo, aunque creados a imagen y semejanza del Señor, de quién serán hijos? ¿Serán herencia de Luzbel o de Belial, como aquel lobo fiero del poema de Rubén Darío?

2.- Cuenta san Lucas que Jesús bajó de Nazaret hasta el lugar donde Juan bautizaba. Y entre un numeroso grupo quiso realizar ese rito, con el cual los discípulos del Precursor iniciaban un cambio de vida. Unía entonces su próxima tarea con la predicación del Bautista, quien había motivado a muchos a entender la cercanía del Salvador. El evangelista cuenta que, en aquella ocasión, varios signos expresaron una presencia especial de Dios: Se abrió el cielo. Una paloma apareció sobre Jesús y una voz de lo alto señaló: “Este es mi hijo predilecto”. Todas ellas formas bíblicas para señalar que el Señor estaba de manera especial, en aquel hijo del carpintero de Nazaret.

Las primeras comunidades cristianas acostumbraron repetir este signo del agua, sobre la cabeza de quienes deseaban vivir al estilo del Resucitado. Sin embargo, durante la historia de la Iglesia, aun manteniendo el sentido central del sacramento, como purificación del pecado e inicio de una vida nueva, se ha hecho énfasis según la época en sus varios efectos.

3.- Hoy se nos enseña que todo el universo refleja el poder y la bondad del Creador. Con más razón quienes estamos dotados de entendimiento. Pero siendo Dios amor sustancial y providencia, los humanos podemos llamarnos y los somos, sus hijos, aunque no en igual categoría que Jesús, a quien san Pablo presenta como el Primogénito. Y al recibir el bautismo ingresamos a la comunidad donde se aprende cómo viven los hijos de Dios. Un aprendizaje que incluye conceptos y se expresa en ritos, pero que consiste ante todo en asimilar los criterios y las costumbres de Jesús.

En consecuencia, descubrimos a muchos bautizados que andan por ahí con matrícula condicionada. Luego del rito del agua, nada de cristianismo se advierte en su comportamiento.

4.- “Mis queridos hermanos, podría entonces decir algún párroco más avisado. Todos estos niños que ya son hijos de Dios, comienzan hoy un maravilloso aprendizaje sobre la vida y la persona de Jesús, cuyos rasgos irán copiando poco a poco, ayudados de sus padres y padrinos”. Y alguien entre los asistentes, que dotado de unos lentes maravillosos, pudiera mirar lo invisible, contemplaría cómo el cielo se abre sobre aquel templo, y la bondad de Dios desciende hasta nosotros. Mientras el Señor se alegra al repetir: Estos son mis hijos predilectos.

Gustavo Vélez, mxy

¿Tiempo de rebajas?

1.- Un año más, y casi sin darnos cuenta, ha llegado y se ha ido la Navidad. En los escaparates de las tiendas de ropa hemos visto un rótulo con un título: ¡REBAJAS! Se ponen a la venta artículos que no han podido venderse durante el período navideño, bien porque tienen algún defecto, bien porque están pasados de moda o porque ocupan un lugar al comerciante, que quiere desprenderse de ellos cuanto antes para adquirir otros más «vendibles». Nosotros, los cristianos corremos un peligro: que después de la Navidad nos desinflemos y volvamos de nuevo a la rutina. La cuesta de enero a veces cuesta mucho subirla. Sin embargo, es ahora cuando tiene que notarse que la Navidad ha servido para algo. Quizá hemos hecho muchos propósitos, tal vez hemos dejado de fumar o de hacer gastos superfluos….. Pero es ahora cuando hay que demostrar que vivimos una nueva vida.

2.- El salto que da la liturgia en este domingo es muy grande, aunque se nos diga que todavía no se ha cerrado el ciclo navideño. Dejamos al Jesús-Niño y pasamos al Jesús-adulto. No es fácil para nadie este cambio de niño a adulto. Supone dejar a un lado las seguridades y lanzarse a la aventura de la confianza en el Padre y de la misión encomendada. Esto es lo que le ocurrió a Jesús cuando recibió el bautismo de manos de Juan. El Padre le manifestó su identidad: «Tú eres mi Hijo amado, mi predilecto». Pero, al mismo tiempo, asume su misión: pasar por el mundo haciendo el bien, abriendo los ojos de los ciegos, sacar a los cautivos de la prisión y de la mazmorra a los que habitan en tinieblas. Es decir, se identifica con la misión del «Siervo de Yahvé» del profeta Isaías. Será luz de las naciones e implantará la justicia en todas las islas -todas las naciones de la tierra- Qué bueno sería que de nosotros, sus discípulos, se dijera al final del año «pasó por el mundo haciendo el bien, porque Dios estaba con él». Tenemos la seguridad de que Dios está siempre con nosotros y también tenemos clara nuestra tarea: pasa haciendo el bien. Pensemos en aquello defectuoso que tendríamos que quitar de nosotros en este tiempo de rebajas, en lo que no hemos actualizado, en lo que ocupa un lugar en nosotros y es poco importante. Coloquemos en el centro de nuestra vida aquello que es esencial: la presencia de Dios y del hermano.

3.-El bautismo de Juan era de penitencia, de preparación. Por eso dice San Agustín que «valía tanto como valía Juan. Era un bautismo santo, porque era conferido por un santo, pero siempre hombre. El bautismo del Señor, en cambio, valía tanto cuanto el señor: era, por tanto, un bautismo divino, porque el Señor es Dios». Nosotros hemos recibido el auténtico bautismo «en el Espíritu Santo». ¿Somos conscientes de la gracia recibida, de nuestra consagración como sacerdotes, profetas y reyes? Nuestra misión es ser fieles al honor recibido, no traicionar el amor de Dios Padre. Nuestra misión es aspirar a la santidad –somos sacerdotes todos–, luchar por un mundo donde reine la justicia –nuestra misión profética– y servir a los más necesitados con los dones recibidos –somos ungidos como reyes–. Renovemos nuestro compromiso bautismal en este día porque en nuestra vida de fe no debe haber «rebajas».

José María Martín OSA

¿Para qué creer?

Son bastantes los hombres y mujeres que un día fueron bautizados por sus padres y hoy no sabrían definir exactamente cuál es su postura ante la fe. Quizá la primera pregunta que surge en su interior es muy sencilla: ¿para qué creer? ¿Cambia algo la vida por creer o no creer? ¿Sirve la fe realmente para algo?

Estas preguntas nacen de su propia experiencia. Son personas que poco a poco han arrinconado a Dios de su vida. Hoy Dios no cuenta en absoluto para ellas a la hora de orientar y dar sentido a su existencia.

Casi sin darse cuenta, un ateísmo práctico se ha ido instalando en el fondo de su ser. No les preocupa que Dios exista o deje de existir. Todo eso les parece un problema extraño que es mejor dejar de lado para asentar la vida sobre bases más realistas.

Dios no les dice nada. Se han acostumbrado a vivir sin él. No experimentan nostalgia o vacío alguno por su ausencia. Han abandonado la fe y todo marcha en su vida tan bien o mejor que antes. ¿Para qué creer?

Esta pregunta solo es posible cuando uno «ha sido bautizado con agua», pero no ha descubierto qué significa «ser bautizado con el Espíritu de Jesucristo». Cuando uno sigue pensando erróneamente que tener fe es creer una serie de cosas enormemente extrañas que nada tienen que ver con la vida, y no conoce todavía la experiencia viva de Dios.

Encontrarse con Dios significa sabernos acogidos por él en medio de la soledad; sentirnos consolados en el dolor y la depresión; reconocernos perdonados del pecado y la mediocridad; sentirnos fortalecidos en la impotencia y caducidad; vernos impulsados a amar y crear vida en medio de la fragilidad.

¿Para qué creer? Para vivir la vida con más plenitud; para situarlo todo en su verdadera perspectiva y dimensión; para vivir incluso los acontecimientos más triviales e insignificantes con más profundidad.

¿Para qué creer? Para atrevernos a ser humanos hasta el final; para no ahogar nuestro deseo de vida hasta el infinito; para defender nuestra libertad sin rendir nuestro ser a cualquier ídolo; para permanecer abiertos a todo el amor, la verdad, la ternura que hay en nosotros. Para no perder nunca la esperanza en el ser humano ni en la vida.

José Antonio Pagola

Comentario al evangelio – 8 de enero

El significante y el significado

Juan el Bautista era el significante (= la voz) que señalaba al significado (= Cristo). Y una vez que el significado llega, el significador debe retirarse. Juan lo sabía muy bien y desempeñó su papel a la perfección. «Él debe crecer y yo disminuir», así lo declaró Juan, así lo llevó a cabo; y no se arrepintió de haberlo hecho, sino que se sintió realizado. Desgraciadamente, a muchos significantes del mundo espiritual les cuesta ceder el lugar al significado cuando éste llega o la gente llega al significado. Hay un placer en ser el centro de atención y, por lo tanto, es una verdadera tentación retrasar la llegada del significado o incluso bloquearla. Morir a sí mismo es un acto difícil. Juan practicó este ars moriendi, el arte de morir. No es de extrañar que Jesús dijera más tarde que no había nadie entre los nacidos de mujer más grande que Juan.

Paulson Veliyannoor, CMF