Bautismo y comprensión

Fiesta del Bautismo de Jesús

El rito del bautismo -conocido en diferentes tradiciones- posee una profunda carga simbólica: introducida en el agua, la persona sale “limpia”, purificada, renovada. Ese gesto evoca, por tanto, un “nuevo nacimiento”.

Ahora bien, visto desde la comprensión, el “nuevo nacimiento” no es producido por ninguna causa “externa”: un dios separado, un rito particular, una creencia determinada, una fe o una práctica religiosa… Porque -en una profunda paradoja, tal como han visto siempre las personas sabias- nacemos a lo que ya somos.

Lo que tiene de “nuevo”, por tanto, no es el hecho en sí -siempre hemos sido eso que ahora llamamos “nuevo”-, sino la comprensión de lo que realmente somos. El “nuevo nacimiento” se opera gracias a la comprensión experiencial de lo que somos.

A quienes se hallan identificados con el estado mental, este planteamiento les parece alucinatorio. Y suelen recurrir a lo que consideran, según ellos, constataciones simples y elementales que no invalidarían por completo. Dicen, por ejemplo: “Me miro al espejo y me reconozco: soy YO”… Con lo que la conclusión que plantean parece tan obvia que no entienden cómo se pueda poner en cuestión: caer en la cuenta de que soy mi “yo” es algo evidente para cualquier persona.

Sin embargo, este aparentemente simple razonamiento parece olvidar la facilidad con que nuestros sentidos (y nuestra mente) nos engañan en cosas que parecen absolutamente “evidentes”: ¿durante cuánto tiempo creímos los humanos que la tierra era plana o que el sol giraba en torno a ella? ¿Quién se hubiera atrevido a ponerlo en cuestión? ¿Cuánta gente sigue afirmando que la materia es sólida y no, esencialmente, vacío? ¿Y no ocurre algo parecido en los sueños? Todo lo que soñamos nos parece absolutamente real…, hasta que despertamos.

Estos ejemplos nos hacen ver que lo que asumimos como “evidencias”, tal vez no lo sean tanto. Y más tras los descubrimientos neurocientíficos que nos alertan de que no vemos nunca la realidad, sino solo una imagen mental de la misma. ¿Quién te asegura, pues, que lo que ves en el espejo eres realmente tú, sino simplemente tu creencia previa que has absolutizado? Del mismo modo que para ver la “irrealidad” de los sueños necesitamos despertar, también para ver más allá de la apariencia que nos devuelve el espejo acerca de nosotros mismos, necesitamos comprender: una cosa es la apariencia -forma, personalidad, yo…- y otra es la realidad -fondo, identidad…- que la sostiene. En resumen: no soy lo que veo en el espejo. Soy Eso que es consciente del personaje que ve.

Esta es la comprensión que nos hace “nacer de nuevo”, es decir, caer en la cuenta de que somos realmente Eso que había quedado oculto u olvidado, el tesoro escondido, del que hablaba el propio Jesús.

¿Me quedo en las apariencias o sé ir más allá de ellas?

Enrique Martínez Lozano

Anuncio publicitario

Bautismo de Jesús

Siempre son difíciles de trasmitir las experiencias profundas porque difícilmente caben en las fronteras de las palabras, se escapan de los límites de los significados y por eso es necesario acudir a los símbolos y a los espacios amplios del relato para poder acoger, aunque sea de forma incompleta lo que se experimenta en lo hondo del corazón.

Para los compañeros y compañeras de Jesús contar a otros y otras lo que supuso para él su bautismo en el Jordán no fue una tarea fácil. Tenían que transmitir una vivencia honda y determinante en la vida del Maestro y para ello necesitaban poner en juego no solo toda su habilidad narrativa sino también hacer memoria de su experiencia religiosa y su camino de fe en Jesús.

Lucas, en concreto, nos presenta este momento crucial de la vida de Jesús como una experiencia vocacional, como el punto de partida desde el que se va a desplegar su vida a partir de ese momento. En la historia, narrada en pocos versículos, confluyen a la vez la experiencia íntima de Jesús con la proclamación pública de su identidad y su misión. El bautismo de Jesús expresará así su doble vinculación con Dios y con su pueblo.

Esperaban y se preguntaban en su interior. La difícil situación política, económica y social que vivía Palestina en el siglo I había despertado la esperanza en el pueblo de una intervención divina que les abriese caminos de futuro y les ofreciese un valedor ante tanta injusticia e impotencia sufrida (Mesías). La voz crítica de Juan, su modo diferente de actuar y su enfrentamiento con el poder herodiano hacía que muchos se preguntasen si él era quien traería la salvación de Dios tan anhelada. (Lc 3, 1-14). Juan, sin embargo, es consciente que su papel es otro (Lc 3, 16-17). Él inspiraba en el corazón de la gente esperanza, pero será Jesús quien les invite a cambiar su vida desde Dios (Lc 3, 18).

Tod@s se bautizaban y Jesús también se bautizó. El relato recoge en breves pinceladas la vivencia de Jesús en el momento del bautismo. En primer lugar, Lucas indica que Jesús al introducirse en las aguas del Jordán oraba (Lc 3, 21). Este dato expresa la hondura del momento. No se trata de un rito sin más sino de una experiencia de encuentro con Dios que se revela como Padre (Lc 3, 22). En segundo lugar, este encuentro se expresa a través de imágenes (se abrió el cielo, el espíritu como paloma, la voz de Dios) que subrayan la fuerza existencial del momento y legitiman el camino que Jesús emprenderá a partir de ahora.

En el bautismo de Jesús la fuerza no está en la conversión, como proclamaba Juan, sino en la revelación. Todas las personas presentes son testigos de la experiencia que Jesús vive. Los que esperaban y se preguntaban, los que anhelaban en su corazón la salvación encuentran ahora una respuesta. Se trata de escuchar a aquel que ha recibido el Espíritu para ser Buena Noticia, para sanar, liberar, reconstruir (Lc, 4, 18). Aquel que es Hijo y nos hace hij@s invitándonos a acoger también el amor misericordioso de su Abba que nos levanta en nuestras caídas y nos reviste de una humanidad nueva.

El relato termina sin aplausos ni reconocimientos por parte de quienes estaban presentes. Quizá porque nos quiere invitar al silencio, a reencontrarnos con nuestra propia experiencia de encuentro con ese Dios que hace nuevas toda las cosas, a acoger  a la Santa Ruaj que nos ayuda a reconocer en Jesús la encarnación de su Palabra y una vez más hacernos compañer@s de camino, agentes de liberación y perdón en nuestro mundo herido.

Hoy necesitamos de nuevo recordar este episodio de la vida de Jesús. Quizá, no tanto, por los hechos portentosos que narra, sino por la experiencia que sostiene. En ella encontramos a Jesús escuchando en su corazón al Dios Padre/madre que sostiene su vida, que lo fortalece y le hace sentir la profunda libertad que lo hace hijo y lo envía. Esta experiencia abre para nosotr@s un camino que nos lleva al centro de nuestro corazón y ahí escuchar la palabra que Dios pronuncia en nuestra vida. Una palabra en la que confiar, desde la que esperar y que nos vincula como hermanas y hermanos, como hijas e hijos de un Padre/Madre que nos acompaña en la vida, nos invita a las preguntas y nos acoge en la respuesta amorosa de su amor y nos bautiza en la honda certeza de que solo el amor salva. Así lo hizo Jesús.

Carme Soto Varela

Celebramos hoy el verdadero nacimiento de Jesús, del agua y del Espíritu

Comenzamos el “tiempo ordinario”. El bautismo es el primer acontecimiento que los evangelios nos narran de la vida de Jesús. Es además, el más significativo desde su nacimiento hasta su muerte. Lo importante no es el hecho en sí, sino la carga simbólica que el relato encierra. El bautismo y las tentaciones hablan de la profunda transformación que produjo en él una experiencia que se pudo prolongar durante años. Jesús descubrió el sentido de su vida, lo que Dios era para él y lo que tenía que ser él para los demás.

Los cuatro evangelistas resaltan la importancia que tuvo para Jesús el encuentro con Juan el Bautista y el descubrimiento de su misión. A pesar de que es un reconoci­miento de cierta dependencia de Jesús con relación a Juan. Ningún relato nos ha llegado de los discípulos de Juan. Todo lo que sabemos de él lo conocemos a través de los escritos cristianos. Si a pesar de que se podía interpretar como una subordinación, lo han narrado todos los evangelistas, quiere decir que tiene grandes posibilidades muy de ser histórico.

Celebramos hoy el verdadero nacimiento de Jesús. Él mismo nos dijo que el nacimiento del agua y del Espíritu era lo importante. Si seguimos celebrando con mayor énfasis el nacimiento carnal, es que no hemos entendido el mensaje evangélico. Nuestra religión sigue empeñada en que busquemos a Dios donde no está. Dios no está en lo que podemos percibir por los sentidos. Dios está en lo hondo del ser y allí tenemos que descubrirlo. El bautismo de Jesús tiene un hondo calado porque nos lanza más allá de lo sensible.

Lucas no da ninguna importancia al hecho físico. Destaca los símbolos: Cielo abierto, bajada del Espíritu y voz del Padre. Imágenes que en el AT están relacionadas con el Mesías. Se trata de una teofanía. Según aquella mentalidad, Dios está en los cielos y tiene que venir de allí. Abrirse los cielos es señal de que Dios se acerca a los hombres. Esa venida tiene que ser descrita de una manera sensible para poder ser percibida. Lo importante no es lo que sucedió fuera, sino lo que vivió Jesús dentro de sí mismo.

El gran protagonista de la liturgia de hoy es el Espíritu. En las tres lecturas se hace referencia directa a él. En el NT el Espíritu es entendido a través de Jesús; y a la vez, Jesús es entendido a través del Espíritu. Esto indica hasta qué punto se consideran mutuamente implicados. Comprenderemos esto mejor si damos un repaso a la relación de Jesús con el Espíritu en los evangelios, aunque no en todos los casos  “espíritu” significa lo mismo.

Marcos: 1,10 Vio rasgarse los cielos y al Espíritu descender sobre él.

             1,12 El Espíritu lo impulsó hacia el desierto.

Mateo: 3,16 Se abrieron los cielos y vio el Espíritu de Dios que bajaba como paloma.

Lucas: 3,22 El Espíritu Santo bajó sobre él en forma corporal como una paloma.

           4,1 Jesús salió del Jordán lleno del Espíritu Santo.

           4,14 Jesús, lleno de la fuerza del Espíritu, regresó a galilea.

           4,18 El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido.

Juan: 1,32 Yo he visto que el Espíritu que bajaba del cielo y permanecía sobre él.

         1,33 Aquel sobre quien veas bajar el Espíritu, es quien bautiza con E. S. y fuego.

         3,5 Nadie puede entrar en el Reino, si no nace del agua y del Espíritu.

         6,63 El Espíritu es el que da vida, la carne no sirve de nada.

Hay que recordar que estamos hablando de la experiencia de Jesús como ser humano, no de la segunda o de la tercera persona de la Trinidad. Lo que de verdad nos debe importar a nosotros es el descubrimiento de la relación de Dios para con él, como ser humano, y la respuesta que el hombre Jesús dio a esa toma de conciencia. Lo singular de esa relación es la respuesta de Jesús a esa presencia de Dios-Espíritu en él. El bautismo no es la prueba de la divinidad de Jesús, sino la prueba de una verdadera humanidad.

En el discurso de Juan en la última cena, Jesús hace referencia al Espíritu que les enviará, pero también les dice que no les dejará huérfanos. Esas dos expresiones hacen referencia a la misma realidad. También dice que el Padre y él vendrán y harán morada en aquel que le ama. Jesús se siente identificado con Dios, que es Espíritu. No tenemos datos para poder adentrarnos en la psicología de Jesús, pero los evangelios no dejan ninguna duda sobre la relación de Jesús con Dios. Fue una relación mucho más que personal. Se atreve a llamarle Abba, (papá) cosa inusitada en aquella época y aún en la nuestra.

Todo el mensaje de Jesús se reduce a manifestar su experiencia de Dios. El único objetivo de su predica­ción fue que también nosotros lleguemos a esa misma experiencia. La comunicación de Jesús con su «Abba», no fue a través de los sentidos ni a través de un órgano portentoso. Se comunicaba con Dios como nos podemos comunicar cualquiera de nosotros. Tenemos que descartar cualquier privilegio en este sentido. A través de la oración, de la contemplación, el Hombre Jesús descubrió quién era Dios para él. En este caso, Lucas dice que esa manifestación de Dios en Jesús se produjo “mientras oraba”.

El descubrimiento de esa presencia nace sencillamente de su concien­cia de criatura. Dios como creador está en la base de todo ser creado, constituyéndolo en ser. Yo soy yo porque soy de Dios. Todo lo que tengo de positivo me lo está comunicando Dios; es el mismo ser de Dios en mí. Solo una cosa me diferencia de Dios: mis limitaciones. Esas sí son mías y hacen que yo no sea Dios, ni criatura alguna pueda identificarse absolutamente con Dios. Lo importante para nosotros es intentar descubrir lo que pasó en el interior de Jesús y ver hasta qué punto podemos nosotros aproximarnos a esa misma experiencia.

La experiencia de Dios que tuvo Jesús no fue un chispazo que sucedió en un instante. Más bien tenemos que pensar en una toma de conciencia progresiva que le fue acercando a lo que después intentó transmitir a los discípulos. Los evangelios no dejan lugar a duda sobre la dificultad que tuvieron los primeros seguidores de Jesús para entender esto. Eran todos judíos y la religiosidad judía estaba basada en la Ley y el templo, es decir, en una relación puramente externa con Dios. Para nosotros esto es muy importante. Una toma de conciencia de nuestro verdadero ser no puede producirse de la noche a la mañana.

¿Cómo interpretaron los primeros cristianos, todos judíos, este relato? Dios, desde el cielo, manda su Espíritu sobre Jesús. Para ellos Hijo de Dios y ungido era lo mismo. Hijo de Dios era el rey, una vez ungido; el sumo sacerdote, también ungido; el pueblo elegido por Dios. Lo más contrario a la religión judía era la idea de otro Dios o un Hijo de Dios. ¿Cómo debemos interpretar nosotros esa interpretación? Hoy tenemos conocimientos suficientes para recuperar el sentido de los textos y salir de una mitología que nos ha despistado durante siglos. Jesús es hijo de Dios porque salió al Padre, imitó en todo al Padre, le hizo presente en todo lo que hacía. Pero entonces también yo puedo ser hijo como lo fue Jesús.

Fray Marcos

Bautismo de Jesús

Un ejercicio sencillo y una sorpresa

Imagina todo lo que has hecho o te ha ocurrido desde que tenías doce años hasta los treinta (suponiendo que hayas llegado a esa edad). Si escribes la lista necesitarás más de una página. Si la desarrollas con detalle, saldrá un libro.

La sorpresa consiste es que de Jesús no sabemos nada durante casi veinte años. Según Lucas, cuando subió al templo con sus padres tenía doce años de edad; cuando se bautiza, “unos treinta”. ¿Qué ha ocurrido mientras tanto? No sabemos nada. Cualquier teoría que se proponga es pura imaginación.

Este silencio de los evangelistas resulta muy llamativo. Podían haber contado cosas interesantes de aquellos años: de Nazaret, con sus peculiares casas excavadas en la tierra; de la capital de la región, Séforis, a sólo 5 km de distancia, atacada por los romanos cuando Jesús era niño, y cuya población terminó vendida como esclavos; de la construcción de la nueva capital de la región, Tiberias, en la orilla del lago de Galilea, empresa que se terminó cuando Jesús tenía poco más de veinte años. Nada de esto se cuenta; a los evange­listas no les interesa escribir la biografía de su protagonista.

Pero más llamativo que el silencio de los evangelistas es el silencio de Dios. Al profeta Samuel lo llamó cuando era un niño (según Flavio Josefo tenía doce años); a Jeremías, cuando era un muchacho y se sentía incapaz de llevar a cabo su misión; a Isaías, con unos veinte años. ¿Por qué espera hasta que Jesús tiene “unos treinta años”, edad muy avanzada para aquella época? No lo sabemos. “Los caminos de Dios no son nuestros caminos”. Buscando explicaciones humanas, podríamos decir que Isaías y Jeremías tenían como misión transmitir lo que Dios les dijese; Jesús, en cambio, además de esto formará un grupo de seguidores, será para ellos un maestro, “un rabí”, algo que no puede ser con veinte años. Pero esto no soluciona el problema. Seguimos sin saber qué hizo Jesús durante tan largo tiempo. Para los evangelistas, lo importante comienza con el bautismo.

El bautismo de Jesús

Es uno de los momentos en que más duro se hace el silencio. ¿Por qué Jesús decide ir al Jordán? ¿Cómo se enteró de lo que hacía y decía Juan Bautista? ¿Por qué le interesa tanto? Ningún evangelista lo dice.

Lucas sigue muy de cerca al relato de Marcos, pero añade dos detalles de interés: 1) Jesús se bautiza, “en un bautismo general”; con ello sugiere la estrecha relación de Jesús con las demás personas; 2) la venida del Espíritu tiene lugar “mientras oraba”, porque Lucas tiene especial interés en presentar a Jesús rezando en los momentos fundamentales de su vida, para que nos sirva de ejemplo a los cristianos.

Por lo demás, Lucas se atiene a los dos elementos esenciales: el Espíritu y la voz del cielo.

La venida del Espíritu tiene especial importancia, porque entre algunos rabinos existía la idea de que el Espíritu había dejado de comunicarse después de Esdras (siglo V a.C.). Ahora, al venir sobre Jesús, se inaugura una etapa nueva en la historia de las relaciones de Dios con la humanidad. Porque ese Espíritu que viene sobre Jesús es el mismo con el que él nos bautizará, según las palabras de Juan Bautista.

La voz del cielo. A un oyente judío, las palabras «Tú eres mi Hijo querido, mi predilecto» le recuerdan dos textos con sentido muy distinto. El Sal 2,7: «Tú eres mi hijo, yo te he engendrado hoy», e Isaías 42,1: «Mirad a mi siervo, a quien sostengo; mi elegido, a quien prefiero». El primer texto habla del rey, que en el momento de su entronización recibía el título de hijo de Dios por su especial relación con él. El segundo se refiere a un personaje que salva al pueblo a través del sufrimiento y con enorme paciencia. Lucas quiere evocarnos las dos ideas: dignidad de Jesús y salvación a través del sufrimiento.

El lector del evangelio podrá sentirse en algún momento escandalizado por las cosas que hace y dice Jesús, que terminarán costándole la muerte, pero debe recordar que no es un blasfemo ni un hereje, sino el hijo de Dios guiado por el Espíritu.

El programa futuro de Jesús

Pero las palabras del cielo no sólo hablan de la dignidad de Jesús, le trazan también un programa. Es lo que indica la primera lectura de este domingo, tomada del libro de Isaías (42,1-4.6-7).

El programa indica, ante todo, lo que no hará: gritar, clamar, vocear, que equivale a amenazar y condenar; quebrar la caña cascada y apagar el pabilo vacilante, símbolos de seres peligrosos o débiles, que es preferible eliminar (basta pensar en Leví, el recaudador de impuestos, la mujer sorprendida en adulterio, la prostituta…).

Dice luego lo que hará: promover e implantar el derecho, o, dicho de otra forma, abrir los ojos de los ciegos, sacar a los cautivos de la prisión; estas imágenes se refieren probablemente a la actividad del rey persa Ciro, del que espera el profeta la liberación de los pueblos sometidos por Babilonia; aplicadas a Jesús tienen un sentido distinto, más global y profundo, que incluye la liberación espiritual y personal.

El programa incluye también cómo se comportará: «no vacilará ni se quebrará». Su misión no será sencilla ni bien acogida por todos. Abundarán las críticas y las condenas, sobre todo por parte de las autoridades religiosas judías (escribas, fariseos, sumos sacerdotes). Pero en todo momento se mantendrá firme, hasta la muerte.

Misión cumplida: pasó haciendo el bien

La segunda lectura, de los Hechos de los Apóstoles, Pedro, dirigiéndose al centurión Cornelio y a su familia, resumen en pocas palabras la actividad de Jesús: «Pasó haciendo el bien». Un buen ejemplo para vivir nuestro bautismo.

José Luis Sicre

Comentario – Bautismo del Señor

(Lc 3, 15-16.21-22)

La celebración del bautismo del Señor completa la celebración de la Epifanía, porque en el bautismo, que da inicio a su misión, Jesús es manifestado como el Hijo querido por el Padre, el amado con predilección.

Jesús tuvo siempre la conciencia de ser el Hijo amado del Padre, y ese mismo amor es el que lo sostuvo en la cruz y le permitió morir encomendando su vida en las manos divinas del Padre.

El Espíritu que desciende sobre él, no está significando que Jesús no poseyera el Espíritu antes del bautismo, sino que Jesús lo recibe de un modo nuevo, en orden a la misión que tiene que comenzar. El Espíritu que Jesús ya poseía, ahora se manifiesta capacitándolo para salir a predicar y hacer presente el Reino de Dios.

En ese sentido se entienden las distintas “venidas del Espíritu” en la Escritura. Cuando los apóstoles recibieron el Espíritu Santo en Pentecostés (Hch 2, 1-11), eso no significa que antes no lo tuvieran, sino que lo recibían para salir a evangelizar al mundo, capacitándolos para cumplir una misión. Lo mismo vale para el bautismo de Jesús, que desde su concepción ya estaba lleno del Espíritu Santo.

Efectivamente, habiendo recibido una vez más el Espíritu Santo, y luego de cuarenta días de preparación en el desierto —típica de todo gran profeta— Jesús se dirige a Galilea a proclamar la buena noticia, porque “se ha cumplido el plazo” (Mc 1, 15). Así, en este relato del bautismo de Jesús aparece el cumplimento de Is 1, 11; 64, 1.

Podríamos preguntarnos si cada vez que tenemos que comenzar una nueva misión, o una tarea delicada, nos detenemos con fe a invocar el auxilio del Espíritu Santo. Pero también podríamos preguntarnos si somos conscientes de que el bautismo que recibimos, nos exige ser evangelizadores, llevar a los demás el mensaje y el amor del Señor.

Oración:

“Jesús, lleno del Espíritu Santo, te pido que me renueves con la fuerza de ese Espíritu y me capacites para cumplir mejor la misión que me has dado en esta tierra. Tú que te dejaste llevar a la entrega total por el impulso del Espíritu, concédeme que también yo pueda ser dócil a su dinamismo”.

VÍCTOR M. FERNÁNDEZ
El Evangelio de cada día

Lectio Divina – Bautismo del Señor

Tú eres mi Hijo, el amado; en ti me complazco

INTRODUCCIÓN

“No basta el bautismo con agua. Los que sólo han sido bautizados con bautismo de agua y no han sido bautizados en el Espíritu, se hacen esta pregunta: ¿Para qué creer? La respuesta la dan los que han sido bautizados en el Espíritu: Creemos para vivir la vida con más plenitud. Para atrevernos a ser humanos hasta el final. Para defender nuestra verdadera libertad, sin rendir nuestro ser a cualquier ídolo esclavizador. Para permanecer abiertos a todo el amor, a toda la verdad, a toda la ternura que se encierra en el ser. Para vivir, incluso los acontecimientos más banales e insignificantes, con profundidad. Para no perder nunca la esperanza”. (F. Ulibarri)

LECTURAS

1ª lectura: Is.42,1-4.6-7           2ª lectura: Hech. 10,34-38;

EVANGELIO

Lc. 3,15-16.21-22.

Como el pueblo estaba expectante, y todos se preguntaban en su interior sobre Juan si no sería el Mesías, Juan les respondió dirigiéndose a todos: «Yo os bautizo con agua; pero viene el que es más fuerte que yo, a quien no merezco desatarle la correa de sus sandalias. Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego; Y sucedió que, cuando todo el pueblo era bautizado, también Jesús fue bautizado; y, mientras oraba, se abrieron los cielos, bajó el Espíritu Santo sobre él con apariencia corporal semejante a una paloma y vino una voz del cielo: «Tú eres mi Hijo, el amado; en ti me complazco».

REFLEXIÓN

Ambientación. Jesús se bautiza en el Jordán por Juan Bautista, y todos los evangelistas dan al bautismo de Jesús una gran importancia por su nuevo contenido. Lo que caracteriza al evangelio de Lucas es que todo sucede “mientras oraba”. Y nos preguntamos: ¿Qué sucedió mientras Jesús oraba? Veamos.

1.-Jesús se bautizó mezclándose con el pueblo. Jesús se mezcla con el pueblo, se pone en la fila con la gente y pregunta: Por favor, ¿quién es el último? Y se coloca detrás. No olvidemos que Jesús ha pasado 30 años en un pueblecito de Galilea, Nazaret, “de donde no puede salir nada bueno”. En esos 30 años de soledad, viviendo con sus paisanos, como uno más, uno de tantos, Jesús ha aprendido “modos y maneras” de agradar a su Padre Dios. Con el profeta Isaías ha podido descubrir que el Mesías “no gritará, no voceará por las calles”.  El Mesías no hará ruido. Todo lo que tiene que decir, lo dirá mejor desde el silencio.  No necesita recompensa de los hombres. Su Padre, “que ve en lo escondido” es su mejor recompensa.   El cristiano no va por la vida “gritando”, “imponiendo”, “haciendo ruido”, ni menos “haciéndose el importante”.  Sólo los que oran en silencio ante el Padre, tienen algo que decir.

2.– Bajó el Espíritu Santo sobre Él. El Espíritu Santo es el Dios del amor. Y Jesús, al ser bautizado, se siente impregnado, empapado del amor del Padre. Por eso, lo que oye Jesús cuando se abren los cielos, es la voz del Padre que dice: “Este es mi hijo muy amado en el que pongo mis complacencias”.  Esta experiencia es tan fuerte en Jesús que según el evangelista Marcos, ese mismo Espíritu inmediatamente le empuja al desierto (Mc. 1,12). No es el demonio el que le lleva al desierto sino el Espíritu Santo. Jesús necesita tiempo, espacio, silencio y soledad para serenarse y vivir “como-hombre” esa experiencia que le desborda, le inunda y le estremece. El mismo Jesús dirá que no tiene casa. Es el Padre la casa que le cobija, el aire que respira, el pan que le alimenta, el vino que alegra su corazón.  El cristiano se bautiza en ese mar infinito de amor.  Y procura, como Jesús, hacer las delicias de Dios, su Padre, y desde ahí, amar a los hermanos.

3.– El pueblo estaba en expectación. De una persona “vacía de Dios” no cabe esperar nada, excepto vaciedades, frustraciones. Pero de este hombre Jesús, lleno del Espíritu Santo, se pueden esperar cosas maravillosas. Y ¿Cómo resume la vida de Jesús el libro de los Hechos? “Pasó por la vida haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo” (2ª lectura).  No dice el texto: “Pasó por la vida sin hacer mal a nadie”.  “Pasó haciendo el bien”.  Jesús sabe que la vida del hombre es frágil, “como una caña cascada” Por eso hay que cuidarlo. ¡Se puede romper! No es un buen cristiano el que se limita a no hacer mal. Es cristiano el que dedica su vida, sus años, su juventud, en hacer bien a los que lo están necesitando. Sanar, curar, alentar, levantar, son verbos cristianos. Jesús también alentó todo lo que hay de bueno y positivo en las personas. “No apaga el pábilo vacilante”. Jesús no apaga nada que tenga un valor positivo. Tal vez no podamos presumir de ser “grandes hogueras de amor”. Pero sí de ser “pequeñas lamparitas de barro” alimentadas por el aceite del Espíritu Santo.

PREGUNTAS

 1.– ¿He pensado alguna vez en lo que supone estar bautizado, es decir, estar sumergido, empapado en el amor infinito del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo?

2.- ¿Me creo que por gritar más tengo más razón? ¿Estimo el silencio y la soledad como verdaderos valores de la vida?

3.- “El pábilo vacilante no lo apagará”. Debajo de las cenizas de cada persona, ¿sé descubrir el rescoldo de bondad y solidaridad que llevan dentro?

Este evangelio, en verso, suena así:

Al bautizarse Jesús,
bajó el Espíritu Santo
y una voz del cielo dijo:
“Tú eres mi Hijo, muy amado”
Elegido por el Padre,
con nosotros solidario,
Jesús “pasó haciendo el bien”,
librándonos del pecado…
Hoy recordamos que un día,
también fuimos bautizados,
con la ilusión de vivir
los compromisos cristianos
El “AGUA” clara lavó
nuestro corazón manchado
y nacimos a la vida
de “hijos de Dios” y  hermanos.
Nos ungieron la cabeza
con “OLEO” perfumado,
para ser “Reyes, “Profetas”,
“Sacerdotes” consagrados.
Del Cirio Pascual tomada,
una “LUZ” de vivos rayos
nos convocó a ser “testigos”
de Jesús Resucitado.
Gracias, de verdad, Señor,
por tan preciosos regalos:
por ser tus hijos “LAVADOS”,
“UNGIDOS” E “ILUMINADOS”.

(Compuso estos versos José Javier Pérez Benedí)

Curar a los oprimidos

1. – Hemos llegado al final del Tiempo de Navidad, que sin duda ha pasado muy deprisa. El calendario, este año, nos ha agrupado mucho las fiestas principales. Y tal vez, no nos ha dado tiempo a meditar. Aunque probablemente sea lo contrario. Hemos acudido varios días consecutivos al templo. Y así estamos ante esta fiesta del Bautismo del Señor, puerta de su vida pública y que a nosotros, litúrgicamente, nos sitúa ya en el Tiempo Ordinario. La celebración de hoy tiene unos textos de una gran belleza que es bueno que meditemos sobre ellos. Nos afectan a todos porque somos bautizados en fuego y en Espíritu, como diría Juan al anunciar el bautismo de Jesús, que es el que hemos recibido nosotros.

2. – «La caña cascada no la quebrará, el pábilo vacilante no lo apagará». «Jesús de Nazaret, ungido por Dios con el Espíritu Santo, que pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él» Impresionantes textos de Isaías y del libro de los Hechos de los Apóstoles. No quebrar la caña cascada ni apagar el rescoldo débil, curar a los oprimidos ello trae un mensaje de paz, con suavidad física y espiritual y mucho consuelo. Estamos, sin duda, ante unas frases muy hermosas, de las más bellas de toda la Escritura y que reflejan el talante la actividad del Señor Jesús. Luego, él acude al Jordán y humildemente se acerca a Juan el bautista. Al salir del agua el Espíritu en forma de paloma y la voz del Padre van a mostrar, en forma evidente, la presencia de la Trinidad. Hay mucha paz, suavidad, humildad y servicio a los demás en las lecturas y ello debería tener mejor reflejo en los cristianos y, sobre todo en este tiempo de violencias.

3. – Pedro hace como un resumen biográfico de Jesús ante los nuevos conversos, ante aquellos que ahora quieren creer y que, sin embargo, le dieron la espalda en los días malos de la Pasión y en dicho resumen va a decir lo más fundamental de lo que fue la misión de Jesús: “Me refiero a Jesús de Nazaret, ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, que paso haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo; porque Dios estaba con él” Haciendo el bien y curando a los oprimidos es también nuestra misión y no debemos de olvidarlo, hoy, ahora, cuando salgamos de la Iglesia, todavía, tal vez, un poco aturdidos por las fiestas navideñas, que, desde luego, ya han pasado. La calle esta abierta, sola, esperándonos. Y muchos hermanos necesitan el bien que les podamos hacer y la curación de sus enfermedades de cuerpo y Espíritu.

Ángel Gómez Escorial

Alma sacerdotal

1.- «Mirad a mi siervo, a quien sostengo; mi elegido, a quien prefiero. Sobre él he puesto mi espíritu, para que traiga el derecho a las naciones» (Is 42, 1) Miradle. Dios nos invita a fijar nuestros ojos en su elegido, en el amado, en el Mesías. Por fin se ha corrido el velo, se nos ha revelado hasta el límite máximo que se podía Dios revelar. Estamos en el tiempo de la Epifanía, de la manifestación, de la revelación. Miradle. Cristo, el predilecto, el bienamado. Sobre él ha descendido el Espíritu Santo. Se ha posado en el Hijo de Dios hecho hombre. Se han abierto los cielos. El Padre eterno ha hablado: He aquí mi hijo muy amado en quien tengo todas mis complacencias. Es el enviado que trae la luz, la paz, la libertad, la justicia, el amor.

«Yo, el Señor, te he llamado con justicia, te he tomado de la mano, te he formado y te he hecho alianza de un pueblo, luz de las naciones. Para que abras los ojos de los ciegos, saques a los cautivos de la prisión, y de la mazmorra a los que habitan en las tinieblas». Tú, Jesús, eres la más perfecta teofanía, la mejor revelación de Dios, la expresión perfecta del infinito amor del Padre. Abre nuestros ciegos ojos para que podamos ver el resplandor de la luz de Dios, libéranos de nuestra torpe esclavitud, sácanos de la profunda mazmorra de nuestro egoísmo y de nuestra mezquindad.

«No gritará, no clamará, no voceará por las calles. La caña cascada no la quebrará, el pabilo vacilante no lo apagará» (Is 42, 2) Los poderosos gritan, se encuentran con derecho para dar voces, hablan con malos modos a los que están por debajo de ellos. Se valen de mil resortes para hacerse oír. Y a través de la tierra, del mar y del aire llegan sus voces estentóreas, sus noticias, sus vanos discursos, sus ideas sucias.

Tanto gritan, que tan sólo ellos se oyen, dando la impresión de que sólo ellos existen. Y hacen creer a la muchedumbre, a la pobre gente de siempre, que todo es del color oscuro e irritante con que ellos ven las cosas… Pero no es así. Hay mucho silencio elocuente en los mil rincones de la tierra. Silencio de los que trabajan honradamente, de los oprimidos que no pueden hablar, silencio de los humildes, de los sencillos, de los simplemente buenos, de los que no han recibido nunca el aplauso de los hombres.

Danos oídos, Señor, para saber escuchar el silencio, para saber captar el mensaje de los que callan, intuir esas vidas heroicas y escondidas que se desgranan, minuto a minuto, en el cumplimiento del deber de cada día. Y haznos también amantes de ese silencio, de ese camino sin brillo de lo ordinario, de la perseverante entrega con desinterés y generosidad al servicio de los demás.

2.- «El Señor bendice a su pueblo con la paz» (Sal 28, 11) El tiempo de Epifanía, este de ahora, es tiempo para recordar la manifestación de Dios a todas las gentes. Antes de llegar Jesús, las teofanías sólo se realizaban ante Israel, el pueblo elegido. Sólo los israelitas tenían la dicha de contemplar, entre dichosos y amedrentados, los destellos de la gloria divina, ya que sólo los hebreos los descendientes de Abrahán, podían aspirar a los bienes sin nombre que los profetas habían prometido.

Cuando nace Jesús, Dios se abre a los demás hombres. Y así, usando el lenguaje conocido por aquellos sabios de Oriente, el de las estrellas, les llama como primicias de cuantos procedentes del paganismo habíamos de llegar después. De este modo, a pesar de ser gentiles, participan de la alegría de Belén, del gozo de contemplar a Dios hecho Niño en brazos de su Madre. Un nuevo pueblo se inicia en la historia, elegido también por Dios y agrandado por Él de tal forma que quepan en él no sólo los judíos, sino también los gentiles. Desde entonces las promesas hechas a Abrahán no se transmiten por la sangre, sino por la fe en Cristo Jesús.

«La voz del Señor es potente, la voz del Señor es magnífica» (Sal 28, 4) El salmo canta a la voz del Señor, a su resonar por encima del rumor de aguas torrenciales. La compara con un trueno para hacernos comprender que es posible oírle, fácil incluso de comprenderle a quienes tienen el corazón limpio de pecado e iluminado con la fe. Epifanía, manifestación, revelación de Dios a los hombres, a cada uno de los que creemos en él. Manifestación por otra parte, que nos trasciende, nos traspasa, nos transforma. De tal modo que cada uno ha de ser transparencia de Dios, epifanía suya, manifestación de su bondad y su gozo.

En nuestra vida, con nuestra vida, hemos de ser luminarias en medio del mundo, luces vivas que señalan el camino que conduce hacia Dios. Qué formidables si fuéramos conscientes de esta realidad y la viviéramos con todas sus consecuencias. Entonces la noche del mundo se cuajaría de estrellas que, por mil caminos escondidos, señalarían la ruta que lleva a Belén.

3.- «Envió su palabra a los israelitas anunciando la paz que traería Jesucristo, el Señor de todos» (Hch 10, 34) Dios se empeñó en salvar a los hombres, aunque éstos por su parte se empeñaran en no ser salvados. Este amor incansable de Dios constituye, sin duda, uno de los misterios más difíciles de comprender por la humana inteligencia. No nos caben en la cabeza esos esfuerzos, continuados a través de todos los siglos, para que los hombres reciban la paz verdadera.

Efectivamente, primero fue a los israelitas a quienes anunció sus deseos de salvarles. Con ellos fue viviendo, paso a paso, las diversas etapas de su historia. Historia que podíamos llamar de las infidelidades de un pueblo y de la lealtad inamovible de Dios. Mil veces volverá Israel sus espaldas a Dios, y mil veces más se olvidará Dios de los pecados de su pueblo y le mirará con ojos de misericordia. Y esa historia, por desgracia, se ha ido repitiendo; se repite en cada uno de nosotros… Sí, hemos de reconocerlo. Y al mismo tiempo hemos de arrepentirnos y corregirnos, hemos de llorar nuestra miseria y poner más empeño en ser siempre fieles al amor infinito de Dios.

«…y curando a los oprimidos por el diablo; porque Dios estaba con él» (Hch 10, 38) La suprema manifestación del amor divino la tenemos en Cristo. Con razón decía San Juan que tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Unigénito. Era lo más querido para el Padre, su Hijo. Y para salvar a los hombres lo entrega a la humillación, al dolor, a la fatiga, a la incomprensión, a la intriga, a la traición, a la muerte ignominiosa de una cruz. Pero Dios consigue el fin que se ha propuesto: Demostrar a los hombres su infinito amor, con la prueba más evidente y clara que jamás se pudo dar… Cristo, Dios humanado, vino hasta nosotros, se hizo uno de los nuestros. Participó de nuestras ilusiones, de nuestras alegrías, y también de nuestras lágrimas.

Y consiguió nuestra salvación en lucha a muerte con el Maligno, el Príncipe de este mundo que tenía encadenado al hombre, esclavizándolo sin compasión, haciendo un siervo a quien nació para ser libre… Ojalá que ante todo esto volvamos nuestra mirada hacia Dios, agradecidos por su salvación, deseosos de corresponder a su amor.

4.- «En aquel tiempo el pueblo estaba en expectación» (Lc 3, 15) Según las creencias judías, cuando llegase el Mesías, el pueblo sería purificado con un bautismo peculiar. Ya Ezequiel había hablado en nombre de Yahvé para prometer un agua limpia y un Espíritu nuevo, que vendría sobre los hombres cuando llegase el que tenía que venir. Entonces una época distinta iniciaría los tiempos gozosos de la salvación mesiánica. Os cambiaré el corazón, dice también el libro de Ezequiel. En lugar del que tenéis, duro como la piedra, os daré un corazón de carne. Así será posible para el hombre cumplir con la ley divina, que se resume en la caridad, en un limpio y encendido amor.

Por esa creencia acerca del bautismo mesiánico, la gente de Israel pensaba que Juan podría ser el Esperado. Pero el Bautista confiesa abiertamente que él no es el Mesías, y que su bautismo es sólo un anticipo y una figura de ese otro bautismo que Cristo instituiría para la salvación del hombre. El bautismo de Juan era sólo en agua, servía para preparar el alma al encuentro del Señor, despertando en ella su conciencia de pecado, pero no borrándolo. Era una preparación más bien externa, sin limpiar radicalmente la culpa y la mancha que todo pecado, también el original, graba sobre el hombre.

Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego, proclama el Precursor de Cristo. El Señor habló también de ese bautismo al decir que era preciso renacer por el agua y el Espíritu para poder entrar en el Reino de los cielos. Por eso cuando envía a los apóstoles a predicar el Evangelio a todo el mundo, les encarga además que bauticen a quienes crean en él. De ese modo, el hombre queda limpio de todo pecado, también del pecado original. Es una purificación radical que permite de nuevo la amistad con el Señor. Más aún, por el bautismo el hombre pasa a ser hijo de Dios, participa de la gracia, de la misma vida divina, se identifica en cierto modo con Cristo.

El bautismo nos hace agradables a los ojos del Señor. Nuestra existencia adquiere desde ese momento una dimensión nueva, todo nuestro ser y nuestro actuar es para Dios algo meritorio y agradable. El que está en gracia hace de su vida, hasta en los detalles más nimios, una ofrenda grata al Señor. El alma del cristiano se transforma por el bautismo en alma sacerdotal. Gracias a eso, todo cuanto haga, el trabajo y el descanso, el sufrimiento y el gozo, se transforma en un culto ofrecido a Dios en Espíritu y verdad.

Antonio García Moreno

El agua sola no basta

A finales de noviembre de 2021 tuvo lugar en Valencia el Congreso Diocesano de Laicos. Este Congreso, en la misma línea que el celebrado en Madrid en febrero de 2020, se planteó desde el principio no como un evento puntual, sino como parte de un proceso al que debe darse continuidad. En este sentido, la Delegada Diocesana de Laicos, en las conclusiones, puso este ejemplo: «Hemos vivido, permitidme la comparación, como un embarazo, lleno de alegría, ilusión, esperanza, preparación, pero también de incertidumbre y temor. Hoy estamos participando de este especial “parto”, un momento más alegre y gozoso, si cabe. Ahora ya tenemos aquí nuestra “criatura”». Y lanzó una pregunta a todos los participantes: «¿Y ahora, qué? No vamos a abandonarla, ¿verdad? Vamos a cuidarla y ayudarla a crecer». Porque después de todo el trabajo realizado antes y durante el Congreso, sería absurdo terminarlo sin darle una continuidad en la vida de la Iglesia diocesana.

Hoy celebramos la fiesta del Bautismo del Señor, con la que llega a su fin el tiempo de Navidad. Y la Navidad no es un evento puntual, limitado a unos días del año. La Navidad forma parte de ese proceso que es la Historia de la Salvación que Dios lleva a cabo con el ser humano, y supone la actualización del nacimiento del Hijo de Dios hecho hombre, y este acontecimiento debe configurar el discurrir de nuestra vida durante el resto del año, porque se ha manifestado la gracia de Dios, que trae la salvación para todos. (2ª lectura)

Siguiendo con el ejemplo, durante el Adviento hemos vivido un tiempo de preparación y esperanza; la Navidad ha supuesto el “parto”, el momento alegre y gozoso del nacimiento del Señor, al que hemos unido otras celebraciones: la Sagrada Familia, Santa María Madre de Dios, Epifanía… Ya tenemos a Jesús, el Niño nacido. ¿Y ahora, qué? Porque después de todo lo orado y celebrado, sería absurdo terminar el tiempo de Navidad sin darle una continuidad en el día a día de nuestra vida, de nuestras parroquias y de nuestra Iglesia.

Para evitar que olvidemos pronto la Navidad, la fiesta del Bautismo del Señor nos recuerda en el Evangelio que Jesús se ha manifestado como el Hijo de Dios: vino una voz del cielo: “Tú eres mi Hijo, el amado; en ti me complazco”. Y si creemos que Jesús es el Hijo de Dios hecho hombre, no vamos a abandonarlo, vamos a cuidarlo y ayudarlo a crecer en nosotros y en nuestro mundo.

La celebración de la Navidad es un compromiso para todas las personas bautizadas, de ahí la llamada que hemos escuchado en la 1ª lectura: Consolad, consolad a mi pueblo… La Buena Noticia que hemos celebrado es para comunicarla, sobre todo a tantos que hoy, por muchos motivos, necesitan el consuelo del Dios hecho hombre, el único que tiene palabras de vida eterna (cfr. Jn 6, 68)

Y, para reforzar la idea de continuidad, esta lectura nos ha ofrecido como un eco de lo que ya habíamos escuchado en el domingo II de Adviento: En el desierto preparadle un camino al Señor; allanad en la estepa una calzada para nuestro Dios; que los valles se levanten, que montes y colinas se abajen, que lo torcido se enderece y lo escabroso se iguale. El camino que, durante el Adviento, preparamos en nosotros para recibir al Señor en Navidad, continúa: sigue habiendo muchos desiertos en lo personal, social, familiar, económico, político… Hay muchas cosas torcidas que necesitan enderezarse, muchos desequilibrios escabrosos que necesitan igualarse. Y el Señor sigue contando con nosotros.

¿Cómo he vivido el tiempo de Navidad? ¿Ha cambiado algo en mi vida? ¿Me pregunto: “Y ahora, qué”? ¿He pensado en dar una continuidad al Congreso de Laicos y a la Navidad?

Para responder a la llamada a “consolar al pueblo”, el primer paso es que nosotros mismos demos continuidad al Congreso de Laicos y a la Navidad. Las palabras del Padre en el Evangelio: Tú eres mi Hijo, el amado, en ti me complazco, son una llamada a poner realmente a Cristo en el centro de nuestra vida, entrando en comunión con Él mediante la oración, la Eucaristía, la formación… Y la centralidad de Cristo irá enseñándonos a que, renunciando a la impiedad y a los deseos mundanos, llevemos ya desde ahora una vida sobria, justa y piadosa. El consuelo más creíble que podemos ofrecer a quienes se sienten en un desierto sin esperanza es que, de palabra y de obra, durante los próximos meses, mostremos que aguardamos la dicha que esperamos y la manifestación de la gloria del gran Dios y Salvador nuestro, Jesucristo.

Comentario al evangelio – Bautismo del Señor

Bautizarse y mojarse


             Al echar el primer vistazo al Evangelio de hoy… me he quedado pensando en esto: «Y sucedió que, cuando todo el pueblo era bautizado, también Jesús fue bautizado». Me han venido a la mente las muchas «filas» que hemos podido ver en estos días, en España y también fuera: Filas para vacunarse, filas para hacerse un test o ser atendidos en el ambulatorio, filas de personas que necesitan ayudas para poder comer, las filas de parados ante las oficinas de empleo, y tantas otras. Muchas de estas filas son filas «de la vergüenza», porque sólo se ponen en ellas los más necesitados, los que no tienen otros recursos para conseguir rápidamente lo que necesitan. Y el evangelista nos sitúa a Jesús en una de estas filas, mezclado con la gente, con los pecadores, recibiendo el mismo bautismo que ellos.

          Jesús no necesitaba convertirse, ni prepararse para la llegada del Mesías que anunciaba Juan, claro está. Pero ya vemos un rasgo esencial de la personalidad y la misión de Jesús: estar cerca, mezclarse e implicarse en las necesidades, esperanzas, ansias y sufrimientos de su pueblo. Es todo lo contrario de Herodes y de tantos «jefes» que se les parecen: pretenden estar informados por lo que otros le cuenten (así se lo pidió a los Magos), pero sin moverse de su palacio. Sin «mojarse».

             Bautizarse significa «mojarse», en su sentido real y simbólico: empaparse e implicarse. A distancia uno no se moja, no se entera, no se ve afectado: es necesario acercarse, estar en contacto, conocer de primera mano.

              Bautizarse significa dejar que te llene la vida el Espíritu de Dios, de modo que empiecen a correr por tus venas los ríos de solidaridad en favor del débil. Como hizo Jesús de Nazareth. Es significativo que el Espíritu «aprovecha» la presencia de Jesús entre los pecadores, entre la gente del pueblo, para bajar sobre él.

              Jesús ha pasado largo tiempo sin que tengamos noticias de él por los evangelistas, hasta este preciso momento. Pero no cabe duda que ha estado «creciendo en sabiduría», compartiendo la condición humana de las gentes, trabajando como uno más, en las difíciles circunstancias económicas y políticas de la Galilea de entonces. Y a la vez escuchando insistentemente en su interior una llamada del Reino, una voz de Dios, que le empujaba a  ponerse al lado y al servicio del pueblo débil.

          Para dar comienzo a su actividad misionera, ha elegido un escenario de «debilidad»: Se ha acercado al desierto, que no es un lugar frecuentado por la gente bien. Allí, en torno a Juan Bautista, se han ido reuniendo los que están «expectantes», aquellos que tienen una profunda necesidad de que las cosas cambien, siendo ellos los primeros dispuestos a cambiar, renovarse, purificarse, sanarse, convertirse… Allí van llegando los pobres, los enfermos, los esclavos, los pecadores, los inquietos…

Al mezclase Jesús con todos ellos, y unirse a la cola de los que se meten al agua está mostrando que su verdadera vocación es servir y entregarse a la persona herida, estar junto al pueblo necesitado de compañía,  de atención, de estímulo, de consuelo, de liberación.

El Espíritu del Padre que desciende sobre él es la respuesta a su oración. No lo recibe para gritar, vocear, quebrar, apagar, eliminar, sino para promover el derecho, abrir ojos de ciegos, liberar cautivos de sus prisiones externas o internas… (primera lectura).

Es precisamente ahora cuando Dios le reconoce públicamente como su Siervo, como su «Hijo Amado». Por haberse bautizado con ellos, por haber decidido ofrecerles su vida, por haber aceptado «mojarse» compartiendo su situación estar dispuesto a llegar incluso hasta el sacrificio final de la cruz. Por eso mismo, también el Espíritu será quien le comunique la fortaleza necesaria para una tarea tan contra corriente, de manera que «no vacilará ni se quebrará».

Para nosotros ser bautizado significa unirse a su causa, a su misma misión. Significa empezar a llenar la historia de cada día de «vida», de ese Espíritu que hemos recibido: Pasó haciendo el bien.  Pasar nosotros haciendo el bien. Con ayuda de ese Espíritu que lava lo que está manchado, riega lo que es árido, cura lo que está enfermo… Doblega lo que es rígido, caliente lo que es frío, dirige lo que está extraviado…

¡Hay tantos que viven sin tener vida! ¡Hay tanta debilidad que acompañar y fortalecer!

¡Hay tantos necesitados de consuelo, de esperanza!…

¡Hay tantas personas sobre nuestra tierra que están «expectantes» de que algo cambie!

Muchos recibimos el bautismo sin «conciencia» de lo que significaba. Pero algún día, con el paso del tiempo y en ambiente adecuado, el bautismo empezó a «hacer su efecto», y decidimos asumirlo libremente… aunque luego hayamos necesitado tiempo para ir comprendiendo lo que eso supone. El «Espíritu» nos va trabajando por dentro desde ese día… hasta que empecemos a experimentar personalmente lo mismo que Jesús: «tú eres mi hijo amado».

            El bautizado se plantea no tanto «¿qué puedo yo hacer»? sino más bien: «¿qué estoy dispuesto a hacer?».  El bautizado elige un día conscientemente tener como criterio vital la lucha por la vida digna, hacer que todo sea más humano, ayudar a que todo hombre descubra que es un «hijo amado de Dios» y viva con gozo y esperanza, olvidándose de sí mismo. Está muy atento a lo que necesitan los otros. Y según la vocación que cada uno va descubriendo, decidimos vivir entregando la vida a Dios a través de las personas más débiles de nuestra tierra.

          Todo ese proceso es imposible sin la «oración». Una oración que consiste sobre todo en mirar hacia afuera de nosotros mismos, con los ojos misericordiosos de Dios, y dejarnos interpelar y ser creativos y valientes. No es aceptable esa oración centrada siempre en nuestro yo, los míos, y para mí. Una oración que gire en torno al propio ombligo, limitada a nuestro pequeño mundo. La oración del discípulo, del hijo, tiene que estar llena de rostros, de situaciones y de discernimiento, porque siempre hay algún bien que podemos hacer, siempre podemos amar más y mejor, siempre podemos descubrir nuevas formas de ser «instrumentos del Reino».  Así era la oración de Jesús. Esto es lo que significa estar bautizado con Espíritu Santo y fuego, como profetiza el Bautista. Ser personas luminosas, apasionadas, ardientes en el amor, vitales, comprometidas, arriesgadas…

Por eso, ¡qué agradecido estoy al día en que me bautizaron mis padres! Aunque entonces no contaran conmigo. Pero a nadie hace mal un regalo así, aunque tardemos años en desenvolverlo. Cuando por fin yo descubrí la grandeza de este regalo… decidí regalarme yo mismo a los demás.

Como muchos. ¿Como tú?

Quique Martínez de la Lama-Noriega, cmf
Imagen inferior Marko Ivan Rupnik